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Juanita está muy preocupada y, por qué no decirlo, bastante asustada. Algunos hechos le hacen pensar que sus padres pueden ser… ¡extraterrestres! Incluso cree que su hermana pequeña puede ser también extraterrestre. Pero a pesar de su temor, está dispuesta a averiguar si sus sospechas son ciertas. Para ello contará con la ayuda de sus inseparables amigos. Sin embargo, la realidad puede ser más sorprendente de lo que imaginaba.
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Seitenzahl: 80
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Pablo Barrena García
Saga
Juanita ventura y los extraterrestres
Copyright © 1999, 2021 Pablo Barrena García and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726927108
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
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A la salida del colegio, Juanita Ventura caminaba por la calle junto a Jaime Pico y Pasqua Milton. Iba mirando la estrella de la tarde, lejana en el horizonte. Sentía atracción por las estrellas y los planetas, y a veces se imaginaba viajando por el universo. Pensaba que esta curiosa afición era cosa de familia...
Por la noche, cuando se suponía que tanto ella como su hermana dormían, sus padres salían a la terraza, alzaban los brazos y parecían mantener una conversación con algún ser del espacio, porque hablaban y gritaban hacia el cielo. También les había sorprendido en varias ocasiones charlando sobre temas de alienígenas.
O sea, que no había duda de que a sus padres les interesaban los extraterrestres. Pero a ella no le contaban nada y, seguramente, tampoco hablaban de ello con Dorotea, la superlista de la casa.
Precisamente el lunes pasado había escuchado una conversación telefónica entre su hermana pequeña, Dorotea, y un chico. Se referían a alguien de su colegio al que tenían que espiar porque, según ellos, era un visitante de otro planeta.
De manera que, de una forma u otra, tanto sus padres como su hermana andaban metidos en algún asunto relacionado con extraterrestres. Y esa situación confundía e inquietaba a Juanita, y por eso sentía necesidad de comentarlo todo con sus amigos.
Juanita dejó de caminar. Jaime Pico y Pasqua Milton se detuvieron.
—¿Qué te pasa? —preguntó Jaime a Juanita.
Ella estaba pensando en cómo contarles lo que le preocupaba, pero no sabía cómo hacerlo. Así que comenzó con lo primero que se le vino a la mente, y soltó:
—Mi padre sólo cena tortilla francesa, nada más que tortilla francesa, y no se cansa de comer su plato favorito.
—Pues tu madre estará harta de batir huevos por las noches —comentó Jaime Pico.
Miró a Pasqua y se encogió de hombros, como queriendo decir: «¿Qué le pasa a esta chica? ¿Por qué nos cuenta lo que cena su padre?» Pasqua también puso cara de no entender nada.
—Que te crees tú eso —dijo molesta Juanita—. Mi madre trabaja en un laboratorio.
—¿Y qué tiene que ver su trabajo con que bata huevos? —intervino Pasqua Milton.
—Es que mi madre no hace las tortillas, se las hace él, así que ella no está harta de batir huevos, como dice Jaime —respondió Juanita.
Vio que Pasqua se tapaba la boca para contener la risa. Se sintió mal, no se controlaba, y le salió de dentro añadir:
—Además, mi madre se dedica a pelar huevos de piojo para...
Pero bueno, qué manera de meter la pata. Pero si no hacía falta hablar de eso.
—¡¿Qué has dicho?! —Jaime Pico puso cara de payaso incrédulo.
—¿Te he entendido bien? —preguntó Pasqua Milton—. ¿Nos estás tomando el pelo, o qué?
—Sí, sí, habéis oído bien.
«Adelante», se dijo Juanita.
—Mi madre pela huevos de piojo. En el laboratorio investigan la clase de pegamento que segregan esos parásitos.
—¿Los piojos segregan pegamento? —Jaime Pico deseaba saber más.
—Bueno, resulta que... —Juanita decidió hacer el papel de sabionda—, que el embrión del piojo sale del huevo dos días después de ser incubado y en seguida segrega un líquido que se pone duro como el cemento en cuanto le da el aire y...
—¡Uf, qué lista! —exclamó, medio en broma, Jaime Pico.
—A lo mejor los piojos son albañiles —saltó Pasqua Milton.
Los dos chicos se echaron a reír. Movían las manos como si pelasen algo delicadísimo y cada vez reían más fuerte, se partían de risa, se tronchaban.
Juanita no sabía qué hacer ni qué decir.
—No os creéis nada de lo que os he dicho —dijo con voz firme y mirando a sus amigos—. Pero os voy a contar una cosa más: mis padres fuman tanto que mi casa parece la mansión de las tinieblas, y nunca tienen catarros ni enfermedades, ni yo tampoco, ni Dorotea —Juanita les miró a los ojos—. ¿Y ahora qué? Seguro que me diréis que somos alienígenas o algo así.
—Tú te lo dices todo —respondió Jaime Pico.
—Sí, y como me lo digo todo, os confesaré que mis padres tienen conexión con los extraterrestres —Juanita Ventura resopló nada más decir eso—. Me tenéis que creer. Es la primera vez que lo explico. ¿Me juráis que no se lo vais a decir a nadie? ¿Me lo juráis?
Ellos afirmaron con la cabeza, sin entender muy bien la situación.
Juanita les contó más cosas a sus amigos. Dos días antes, de madrugada, se despertó al oír hablar a sus padres en la terraza. Se levantó y, medio dormida, miró por la ventana. Sus padres contemplaban un cielo repleto de estrellas. Su madre dijo algo sobre «los contactos con habitantes de otros planetas» y sobre la evolución de la especie humana, y su padre señaló un punto del cosmos y dijo:
—Sabes que, a pesar de los peligros que existen, vendrán pronto. Mentes privilegiadas como la de Dorotea pueden mejorar el mundo, y más si se ponen en contacto con nuestros hemanos de ahí arriba.
Después dejaron de mirar a las estrellas y estuvieron callados unos instantes. Juanita volvió a la cama. Lo último que les escuchó antes de dormirse es que debían ver a un argentino, «un amigo de los extraterrestres».
Esta vez los tres se pararon de golpe. Los chicos miraron intranquilos a Juanita. Lo que acababan de escuchar encajaba con la teoría de su amiga.
—A lo mejor lo que dice es verdad —dijo Pasqua rompiendo el silencio—. Recuerdo que hace mucho tiempo estábamos los tres con el videojuego de Star Trek, y Juanita dijo que le gustaría mucho hacer un viaje por el espacio.
—Es que es verdad —Juanita hizo una mueca de fastidio—. ¿Tú qué dices, Jaime?
—Para mí... —Jaime Pico se frotó los párpados sin quitarse las gafas—, para mí hay dos temas: uno, los extraterrestres, y no estoy seguro de nada sobre esas cosas, y dos, ¿me creo o no me creo lo que nos has contado? Prefiero creérmelo.
—¡Guau! —exclamó Pasqua.
Luego, con una sonrisa burlona, enderezó la espalda, sacó pecho y compuso el gesto para añadir:
—¡Te llamaremos amiga del espacio!
—¡Ni se te ocurra llamarme amiga del espacio! —exclamó Juanita.
¿Y si había ido demasiado lejos con sus confidencias? O lo que era peor, ¿y si en realidad todo tenía una explicación lógica y sencilla? A ver si la clase de quinto entera se iba a reír de ella. Lo mejor sería no continuar, pero...
Miró a la estrella de la tarde. Un relámpago iluminó el cielo y a continuación sonó un gran trueno. Los tres se quedaron quietos y mudos contemplando las nubes oscuras situadas debajo de la estrella.
—¿De dónde han salido esas nubes?
—preguntó Pasqua.
Juanita tuvo extraños pensamientos. Y sintió con agrado que de su corazón tiraba algo muy fuerte y muy sincero en dirección al cosmos. Y también le alegraba reconocer que había sentido esa misteriosa atracción desde pequeña.
No pudo contenerse, parecía que su cuerpo iba a estallar si no lo dejaba desahogarse. Y echó a correr de modo desenfrenado por el centro de la acera. La gente se retiraba para dejarla pasar.
Sus amigos no la siguieron.
Era la fiesta del colegio y por eso Juanita no tenía clase ese viernes. Pasó la mañana entretenida en hacer los deberes y ordenar sus cosas, y pensando constantemente en la cuestión que le preocupaba, sobre todo en los «contactos». Después de comer, sus padres se marcharon al trabajo, y su hermana se puso a ver la televisión al llegar del colegio, así que ella se encerró en su habitación toda la tarde.
Era casi de noche y seguía sentada ante la mesa de estudio. Bajo la lámpara, tenía abiertos dos libros: Fenómeno ovnisyVisitantes de las estrellas. Estaba leyendo unas líneas del segundo:
«Los ovnis han existido en todas las épocas, de forma que, seguramente, los extraterrestres se encuentran entre nosotros desde hace miles de años. Sin embargo, nadie puede atestiguar de dónde proceden.»
Entonces escuchó unos pasitos. Levantó la vista y dijo en voz baja:
—¡Qué casualidad!
Dorotea entró en la habitación. Arrastraba su perro de peluche. Se sentó sobre la cama, casi en la esquina. Llevaba puesto un pijama de color fucsia, e iba descalza. Comenzó a mordisquear el perro.
Juanita dejó la silla y se acomodó en el suelo, sentada sobre los talones, de cara a su hermana, que no la miró y siguió a lo suyo con el perro.
Tenía la cara redonda, con un lunar en cada mejilla, el pelo rubio casi blanco, un cutis de un color rosado suave, y los ojos de un azul pálido. Esos rasgos formaban un conjunto bonito, especial. ¿Era extraterrestre? Juanita reconocía lo guapa que era Dorotea, mientras que ella, con el pelo castaño y ojos de almendra, sólo era una más del montón.
«Mi hermana sale ganando siempre: además de ser la lista de la familia y la más guapa, desde que nació he tenido que cuidarla», pensó.