Lealtad P.H. Te quiero esférico - Pablo Barrena García - E-Book

Lealtad P.H. Te quiero esférico E-Book

Pablo Barrena García

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Beschreibung

Galo saboreó las mieles del éxito en su etapa como portero de fútbol y llegó a convertirse en una leyenda. Pero no fue capaz de trasladar esa gloria deportiva a su vida personal y ahora se encuentra sin amigos, trabajando de conserje en el club que le vio triunfar y abandonado por su mujer. Galo quiere hacer todo lo posible por ayudar a su hijo a encontrar trabajo y de esa manera ayudar a sus nietos. A través de tres conversaciones con personajes distintos y estructurada como si de un partido de fútbol se tratara, Galo calienta, disputa la primera y la segunda parte y hasta los minutos añadidos. Con la única diferencia de que el encuentro no transcurre en ningún estadio, sino en el mundo real.

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Seitenzahl: 303

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Pablo Barrena García

Lealtad P.H. Te quiero esférico

 

Saga

Lealtad P.H. Te quiero esférico

 

Copyright © 2019, 2021 Pablo Barrena García and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726927047

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Presentación y calentamiento.

No se puede aguantar más de esto. Lo saco a escena, montaré asuntos y temores.

Anochece. Luz de farola sobre portería de fútbol pintada de color blanco. Un hombre alto está sentado en una banqueta junto a un poste, desde el que se extienden rollos de papel higiénico hasta el otro poste. Viste camiseta azul, pantalón negro de chándal y calzado deportivo rojo.

A dos manos el hombre se frota la cabeza pelada. Con el índice de la derecha palpa después el parche que cubre el ojo izquierdo y seguido se restriega el otro ojo.

Comienza el espectáculo, escuchen y vean, decía el bisabuelo cuando mi padre y mi madre empezaban una bronca. Yo, callado junto a él, rabiaba y sufría con los gritos. Poco sabía hacer, poco podía hacer para librarme del tormento.

El humor de la farola ilumina mi rostro y alumbra la cueva.

Cabeceo, me despabilo, no miro más allá de mi nariz.

Debo decir que me he recostado un rato contra el poste. Yo tan pálido como la madera y la red. Antes de adormilarme, comí un huevo duro, bocado de merienda-cena, y tomé un par de tragos del beborcio que me preparé dónde está el vaso. En mi paladar y mi garganta hay barro, están resecos como estopa.

Con el follón montado, él salía del salón guiñándome un ojo para que le acompañase, ¿qué hacían los animales? Señalaba con el dedo la habitación de ellos y trotábamos por el pasillo, pasando ante la cocina, el baño y su cuarto. Y entrábamos en el mío, a bailar como apaches alrededor del fuerte de plástico, o me contaba historias en la cama. Una vez de esas, en ocaso claro como el de hoy, estábamos de pie ante mi ventana. Mostró su lengua larga de payaso y, con voz gangosa, dijo: Mira este billete, fíjate bien, es lo único necesario para sostenerse uno en el mundo. Y dijo: Guardo la sin hueso, que se la come el gato; y con esas nos fuimos riendo al huerto, junto a la cuadra, a ver a las estrellas de agosto, no recuerdo si hablamos ahí o no. De aquello me quedó muy grabado lo de la lengua. En sueños veo en el cielo un billete enorme entre los colmillos de una culebra gigante. Y de golpe aparecen multitud de ojos contemplándolo.

El vaso está bajo la banqueta, las botellas en el coche.

Mis pensamientos se alternan y saltan, mi memoria salta en el tiempo. Un alboroto. Soy lioso en lo superficial y caótico en lo más hondo.

Pasé con la furgoneta por el súper, cerca de mi casa, y compré los rollos. Vine, entré en la zona deportiva y dejé el coche delante de los vestuarios, junto a este campo. Saqué los rollos de la trasera y los puse en hilera entre los postes, los ves, eh, sin arrugar mi vestimenta recién planchada por mí.

Un estudio junto al estadio, papá.

Que se sepa: me he afeitado para venir. Qué suave está la piel.

Alzo la vista. El campo de entrenar resulta más largo con las claridades del crepúsculo. El terreno está en hondonada, con gradas a los lados, y allá de la otra portería el campo se abre al lejano horizonte.

Puedo decir también que, en este anochecer, comienza lo anterior al primer tiempo.

Mogollón de balones fantasmas vienen disparados a la portería. ¿Yagun?

A unos los detienen mis manazas. Dedos como garras atrapan a otros.

Los nudillos despejan al resto lejos del área.

¿Descansará mi madre?

De repente me vino un sentimiento de pena, por qué, de qué, para qué…

El dolor está en ti al nacer, así va la cosa. Lo entiendes, o no.

Si el cielo se ve despejado, en azul marino desvaído, ¿puedo decir libremente que estamos entre las tinieblas y la luz?

Mi conciencia no es libre, no.

Menudo incoherente soy, pero me soporto y me aguanto.

Muere el sol, y sueño con mi diosa. Besa mis dos parejas de labios, pedía ella, clueca. Olía con placer el aroma ahumado ciprés de su colonia. Oía voces de cabras y el vuelo susurrante del buitre, je, que acechaba por arriba del roble. Yo lloraba en seco alguna noche de las que estaba con ella en la cama, porque tras entrenar no tenía deseo. Cuando nos juntábamos las parejas los compañeros decían que en esas a ellos les entraban muchas ganas. La pelirroja se reclinaba, con la almohada en el regazo, y hundía la mirada furibunda en mi paquete.

Una disculpa mejor de mi falta ante ella era que, siendo como es el calendario de la liga, teníamos partidos fuera y entonces no dormía en casa, de modo que luego, de vuelta, me justificaba con que se descontrolaban mis apetitos sexuales, por tanto...

¡Yagun! Esta palabra suena en mis adentros.

Hilachas cobrizas del vientre lanudo de una cabra, dijo. Si llueve no da leche, dijo. La espalda restalla de sudor cuando torturas la tierra; eres un cabrito loco, nieto.

Tenía un olfato de zorro, su nariz sorbía la esencia de las tomateras, los pimientos, las moras, las flores, las patatas, los surcos. El aroma de la persona, me decía, te descubre cómo siente, qué busca. El olor nos da el mapa de los sentimientos y del ser bueno o malo o mezcla, entérate Galo, y de las emociones, del sano y del enfermo, pero en general se ha perdido el sentido del olfato, qué fatal, qué fatal.

Yo no huelo como él, ni sé qué es oler más allá de lo normal. Estoy perdido, claro.

De repente, la muerte le tomó la medida, no se le oía. Miraba a no sé dónde, al vacío. Sus orejas de soplillo seguían el ruido de herraduras. Era el mulo entrando en la cuadra. El último estertor del bisabuelo detuvo el latido de su piel rojiza, a la sombra del roble frente al sol de la tarde en la pradera del monte.

Las ovejas y cabras sostenían el silencio.

Yo soñé ahí con mi madre, arropado por mi madre.

Me sentía como un niño malcriado cuando él me atizaba un golpe bruto.

Yo no paraba de enredar, era un salvaje, no quería parar, me moría y me muero si lo hago. Siempre he pasado de un hacer a otro. Y no quiero parar aunque si sé cómo parar, ¡que te den! Lo agradable y lo desagradable valen igual. Lo inquietante es que poco importa, o sí, y los del club me engañan o yo me engaño, yyo de lo nefasto recibido no devuelvo ni pizca, soy una bestia.

¡Ah! Parar un penalty es lo más grandioso.

Se intensifica el foco de luz, mostrando nítidamente la portería y el entorno.

Ves, pilas de rollos de papel higiénico color rosa colocadas de poste a poste.

Lo digo porque desde lejos pueden parecer huevos de avestruz amontonados bajo el larguero, o polluelos de flamenco componiendo castillos, que yo los contemplaría con gusto, sonriendo.

Qué misterioso me resulta ahora el mundo, hasta el terreno deportivo me resulta sobrenatural. Me sobrecoge, sin ser rencoroso, que conste.

Escalofríos: se acerca una tormenta eléctrica, como en días atrás.

Siento lo de afuera como lo de adentro. En el campo de juego se mastica lo que la portería digiere o devuelve, una boca. El fútbol es de rara función, es complemento completo del juego de vivir. No hay más. Hay alguien por aquel lado, o no.

A ver, que se vean los monigotes, y cómo los hago con los rollos que voy marcando.

Me lo jodió me señalo el ojo tuerto la puntera de la bota de Paris, David, el muy hijo de puta. Mi propio defensa central destrozó mi profesión.

El primero lo paré. Uno fuera del área disparó el cuero, un tiro seco, limpio, directo al poste derecho, al rincón alto de la red. Vuelo, lo paro, me siento como un rey, plenamente concentrado. Escapaba del borde de un precipicio. Cuando esperas el tiro estás en algo que no sabes qué es que viene la bola y te vas a un lado de la línea y lo cazas. Es cierto, es seguro, lo sabes, conoces al delantero o no. Si falla es desazón para él, o no. Un fallo es un desastre, para mí intragable, y para él qué se yo. Si te tiran penalty, vuelas sobre línea de meta como si resbalases en el hielo y no pudieses controlarte. Fluyes con reflejos de un borracho al borde del abismo, sin sentir cómo vas. Por suerte o por reflejos o por lo que sea, vaya la bola por abajo o por alto, al final atinas, la coges al vuelo o la despejas. Es que a veces te salvas.

Es de tontos, es de listos, es agradable lograrlo, digan lo que digan.

El segundo no lo paré, vino de un disparo raso al pie del palo. Va tu defensa, cuando te lanzas a por el balón, enfilado a gol, y va y te mete la punta de la bota en el ojo. Un aguijón te pincha el globo, matándolo. Más de un año duró el funeral.

¿Estoy enfadado? ¿Ellos me hacen daño? ¡No pude soportarlo! Estaba hundido, tenía ciego el ojo vivo me rasco tras la oreja; un desasosiego horroroso. En horas muertas, enfermo, en profunda desesperación, el ojo buscaba algo fijo. Se me hacía insoportable mi vida, mi familia. También el club, el himno, los jugadores, los socios, una masa sin unidad real. Durante mucho tiempo, sentí encima un vacío pesado. Posesión, zona de influencia, de ataque, pases, recuperación, parar…, eran palabras huecas. La angustia me invadía. Meses y meses.

Desde no sé qué hecho, no sé qué hacer. No sé qué hacer. Qué barullo mental. Soy débil, no sé en quién ni dónde apoyarme cómo duele. Gira mi cuerpo en el aire.

Para mí el orbe es resbaladizo, soy Perro. Soy animal, vivo el momento, sirvo al momento y por eso soy perro fiel al amo, ¿no?

Perro. Quién sabe de dónde me vino el apodo.

Brilla sucia la hierba artificial, roña de plástico, con las farolas allá lejos.

¿Quedan lejos si no las encienden?

Es una verdad y una mentira cada luz de una farola, siempre hay sombras.

Se pone de pie, tieso. Con el dedo índice toca un rollo. Camina rígido hasta el otro poste, mira al cielo y luego al frente.

Qué: ¿me vigilan ahí fuera o qué? ¿Hay gente o no la hay? Oigo pasos, hasta me llega el respirar de alguien sano, será un jugador, ¿a qué viene, desde la oscuridad? Silencio de sepulcro. Perro al acecho y Toro en guardia, definitivo.

Suenan voces dentro de mí, digo cosas que alguien podría decir con su voz, exactamente igual. Como si viviese en mi cabeza, o habla en mí una conciencia desconocida.

¡Me cago en la leche, hostias! Es que la tía odia a los críos, no puede con Casildo ni con su hermana, hasta le carga la propia hija, ¡joder, qué leche de Ignacia!

Se dobla hacia delante, saca del bolsillo un sello de marcar. Sin cambiar la postura, escucha el andar de alguien que no se ve: clac, clac, clac. Ya erguido, con una mano en el cráneo, camina hasta la banqueta. Al sentarse, aprieta los puños contra el pecho.

Puede ser mi jodido chaval. Hablo en alto, por si las moscas.

- Mira lo que hago con estos rollos, ¡lo que cuestan, madre de la canalla! ¿Por qué cuestan tanto, mucho, muchísimo? ¡Cuánto cuestan los rollos, cojones! ¿Te lo has pensado? ¡Qué tremendo es el gasto de los ricos y de los pobres para solo limpiarse el culo! Mira, son muñecos de papel, sin ser despiadado.

Marca con el sello cada el rollo que coge, y va formando una figura. La hace con dos columnas unidas más un rollo como cabeza sobre tres de hombros, suelto el papel de los exteriores, como brazos caídos.

Oh, sí, viene alguien, en esta hora incierta, ¿un jugador, o quién? Ruidoso es su avanzar por el césped de concertinas, desde la otra puerta. ¿Ella? No. ¡Qué pinta tendrá! ¿Viene de las pistas de tenis?

Las paredes de la cueva oyen para sí, la red recoge voces, una tontería digo, la más grande que se ha dicho jamás, me dirán. La fantasía gana con la imaginación. Pueden pasar por ser estupendas, las fantasías. Me lo digo sin que me lo diga el que venga, y en qué parará esto, siendo yo un animal, pero ni león ni zorro ni ganso ni liebre. Perro bocazas que aúlla a la luna nueva aún recién lavada.

Llega él hasta el punto de penalty, pero no me mira o no me ha visto.

Pone a sus pies un balón que llevaba a la espalda bajo el polo blanco.

Yo no podía verlo.

- ¡Eh, tú, chaval! ¿Vas a disparar? ¿Escondías la bola para sorprenderme? ¿No me ves, no ves montañas de rollos de papel tapando la portería? Aseos planta noble. No irás a tirar, so imbécil, con bambas de tenis! No me la vas a dar con trucos o regateos.

- ¿Soy un aficionado acaso, viejo?, ¡Ponete en razón, no te vale, no soy un menor! Vengo a saludarte, a rendir homenaje a tu arte de cancerbero, gran veterano, no te alarmes, ante ti tienes al nuevo delantero centro, el fenómeno que siempre esperasteis, Perro, tuerto, y me traen para ganar la liga, las copas de…Voy a tirar contra los muñecos que has preparado, un jueguito, es como jugar a los bolos, ¿los tumbaré como a un castillo de naipes?

Me mira retador burlón el ojo. Le miro mordiéndome el labio.

- Pero ¿qué dices? Vete fuera de escena, sal del escenario.

- ¿Qué escenario ni qué escena? Tú estás defendiendo el arco bajo las estrellas y yo soy el que golpea balón para hacer goles, sin fallar, nunca fallo, y menos un penal.

- Ya entiendo, es una diversión, una broma, una alegría contra la tristeza. Esto parece un funeral, quiero decir los rollos de papel y las figuras de fantoche. Qué pasa si soy un fantasma bajo el larguero y entre las columnas del templo.

- Estás muy extraño, un demente pareces, no puedo creérmelo, estás ido, y qué carajo, ¡un fantasma!, si llevas calzado color rojo. Con lo buen meta que fuiste, uno de los grandes, pero tu cabeza se alborotó con el desgraciado suceso.

- Tenía médula de tigre, de león. Bajo los palos me movía como un perro sarnoso.

- No digas eso como ausente, no me río de ti, no estás alunado, sino que hablas como dormido, alíviate ya, te lo facilito sin problemas.

- Eres muy amable, me das confianza, gracias. Mira, hace un rato, tuve un sueño bien raro, que me vuelve... Antes me había acordado de cuando pasé lo del ojo. Comí algo, me quedé traspuesto y me vino el sueño, una vez más. Raro, bien raro.

- Un sueño ajeno es para uno un cuento desconocido, así que sácalo.

- El sueño se me repite, desde entonces. Se basa en una verdad. De convaleciente, yo dormía mucho, pero mucho, atrapado por algo que no me dejaba despertar. Pero un día, de improviso, soñé con un salón, entre oscuro y claro, de una profundidad sin fin.

- ¿Me cuentas el sueño de ahora o el de aquellos momentos?

- El de ahora, pero continúa el de hace veinte o más años. Mis sueños volvían y volvían al salón. Pero una vez contemplé algo que tenía que haber visto antes. Eran las enormes columnas. Olían a aceite, ¿no huelen así las de las grandes mezquitas?

- Tranquilo viejo, ni idea sobre el aroma de esos lugares, pueden que les echen esencias; pero al asunto, mantén la tensión relajado, sigue con el sueño.

- Eran bonitas de verdad a la vez que terribles porque sostenían una masa grandiosa, opaca y transparente. En los sueños de atrás no existía el techo, y en este… Rechazaba la visión, me parecía una locura. Y me atraía, a pesar de la sensación de desamparo. Me provocaba una fuerte resistencia tanto como me seducía. Así estoy aún en mis sueños

- Me dejas flojo, no recuerdo un sueño tan lindo, tan especial, tan indescifrable.

- De esa imagen pasé sin más a mi cueva, ¡visión completa, clara!, y me fui curando de mí no sé qué. Empecé a mejorar, parche al hueco, ausencia de mi familia. Y el ojo con luz regresó reconciliado al orden de los mandamases futboleros, gaseosos. Fue entonces cuando me dejó la pelirroja, con el niño.

Se rasca la tripa. El otro sigue sin moverse.

- No entro en pedirte más del sueño, ya has contado lo que tenías que contar, lo que no sé, y perdona la curiosidad: te llamaban Perro, ¿te llaman?, y eras como esos perritos que cabecean sin parar en trasera y bandeja del coche, pero sé que a veces eras como un toro, porque embestías duro a quienes peleaban contigo por la pelota; fuera a media altura, por alto, por bajo, ¡qué embestidas! Y acabo esto, he visto tus genialidades, me han pasado partidos del equipo en lo que llaman Sala de Trofeos, y eras un talento, convocado para la selección juvenil, imbatido en cientos de minutos, ochenta por ciento de eficiencia, líder de la plantilla cuando os clasificasteis para la liga de campeones, y especialista en parar un penal, y dos si hacía falta en el mismo combate.

- Deja, no repases mis hazañas, a medio camino… me remueve tanto me espanta.

-Ah, ya veo, qué cara infecta has puesto; sí, tú en aquellas tenías carisma, siempre con tu peculiar vestimenta deportiva, verde oscuro, eras un ídolo.

- Lo pasado, pasado está. Me gusta parar bolas, aún me gusta, y que entonces embistiendo descontrolaba a los delanteros contrarios. Era más Perro cuando me disparaban un directo o un penalty o lo que me tiraran de improviso, o no, fuera y dentro del área. No te acerques, le enseño las palmas, prefiero tenerte donde estás, como una sombra, y no me jodas con más comentarios feos.

- Vale, solo los pertinentes. Un tío grande, cazando balones, constante en el acecho; como un pajarraco ávido de insectos voladores, tenías reflejos de epiléptico. Te tiraste al pie, no a la pelota, no podía entrar ¡jamás! en el arco estando por medio el defensa, y pareció un suicidio, pero es cierto: qué zapatillazo se mandó el golerito hacia el portal.

- ¡Qué dices, gilipollas! Intentas confundirme, aposta me acusas, otra vez. No te acerques que te endiño una hostia en los piños, por provocar.

- Lo que oyes, no amenaces en vano, que perdiste el ojo pero pudiste perder la vida; no me calientes, matón, no te falto. Fue de esas veces que eras un toro, metida la cabeza entre los hombros y a por ello en la melé, pero no llegabas a la pelota, ni Tarzán con liana hubiera podido, así que tú me dirás… No amenaces... la pelota no iba a entrar…

Una abeja asciende por un cauce del viento. Me toco la nariz Me largo de aquí o qué.

Llamo, no contesta. Me mira con miles de ojos,¡qué detalle!

Un segundo infernal. Mi vista de un ojo va como un cohete al vuelo amarillo, estallando en mis oídos las vibrantes alas, guitarra eléctrica. Ejemplo colonizador de la naturaleza, dijo uno. Tira de mí el bicho zumbón, zumba en mis entrañas. Me perfora el zumbido de sus alas. Me injerto aterrado en su cabeza chata. Me ata. Me cala su ser hasta la médula, se mete al fondo de mi nefasto fondo.

- Tú sí que estás loco, eres un tarado, cabrón. Te lo han contado los gilipollas o te lo imaginas, ¿eres hijo de adivinadora canalla o qué? Ah, mi bailarina pelirroja.

- Di lo que quieras, pero suspendiste frente al percance, como debes saber, aunque sea muy adentro de tu sesera. Insensato, alucinas, no me ves bien, no sabes comprenderme aunque soy tan tú como yo mismo soy; ¿qué tomas? Veo un vaso con mejunje turbio junto al smart, ¡pócima excitante imagino! ¿No me viste con mi piba, poco tiempo atrás, antes del presente descanso vacacional, me presentaron a la prensa, rodeado por el jefe, sus socios del club, el equipo entero, entrenas y demás personal, en la tribuna, y luego solo, en la cancha, ante la hinchada? ¿Tienes un bajón, te caes a plomo en la hierba al recordarlo y rechazarlo por no haber sido uno entre ellos?

- Joder, caramba, lo has visto, sin más agarro el vaso y toco sin cogerlo el móvil, ja. Más vale borracho conocido que alcohólico anónimo, ja.

Me da la espina que la charla va para largo. Me atormenta. No sé si me conviene, pero sigo hablando, aunque me hunda y maree el tipo este, porque ¿me ha de servir…?:

- Es una viuda negra, llevo un rato largo buscándolo sin buscarlo, puede ser. Para llamar a mi hijo, a ver si viene a echarme una mano. ¡Tú, y la linda chica de pelo color zanahoria yo con la mía! ¡Eras tú, joder! Ya me acuerdo. Estaba hablando con un jardinero del club, no me fijé bien.

Posa violento el vaso en el suelo. El vaso se tambalea. El joven se le acerca un poco.

¿Se ha esfumado el balón que él traía o qué?

- ¿Con los rollos estás, qué trabajo es este, tan esforzado?, no me hagas reír, me entran ganas de preguntarte si tenías claridad mental siendo guardián del arco cuando el compa te dio el zapatazo en el ojo en medio de una montonera de antología, o viajabas por el cosmos, para no pensar en más cosas. Ah, por curiosidad, tú, sin practicar ni enseñar fútbol desde…, y ¿qué oficio tienes, quieres tener, te fuerzan a tener?

- Montador, no me chinches.

Contengo la respiración, no sea que me enfurezca más, qué gilipollas.

Me absorbe un desagüe oportuno, el monitor del equipo infantil. ¡O no!, control, batalla, a por ellos, a matar, liquidarlos, nos dirigía con mano dura. Seriedad cariñosa de él, que se sepa, eh, obrera aérea perdedora.

- ¿Qué montas?

- Bolas de hierro, como las tuyas, mamonazo; no tienes idea o te burlas. Qué chocarrero me estás. Te picas, ¿por qué vienes picado a verme?

- Metes horas de conserje por el día y ¿metes más ahora, hasta el amanecer, hasta cuándo? Desde cuándo te explotas a tope, piensa que para morir solo hace falta estar vivo, y tú, el famoso arquero imbatible, qué quieres demostrar al mundo. Cómo sois los metas, tan especiales, bah, que en cuanto al equipo le falta la tenencia de la pelota estáis expectantes y temerosos.

Se esconde la abeja, su zumbido se pierde, me escondo, huyo. ¿Por qué? Loco, para que no te vean. La abeja, una pedrada a mi entendimiento de las cosas: va a un sitio, a un sitio. Por dónde pilla su sitio. Humo para espantarlas. Humo, manojo de pajas humeantes al aire de la colmena. Un chillido de dolor suena en el cielo, Galo. Han perdido su sitio, qué tremenda amenaza sufren las diosas de los campos.

- Ya ves, para de y paro de... Soy autónomo desde entonces, después de que ella se largara con el dinero y mi chico, y trabajo tanto como quiero. Ella, que sepas, fue mi primera novia, mi mujer, sabes, igual o más guapa que tu pareja. Yo no sabía, quise tenerla virgen hasta la boda, ya sabes, una imbecilidad machista.

La abeja pica el botoncito de mamá, bajo la higuera. Lamo, veneno y miel en mi lengua, miel y veneno en el ardor del estío. Placer enloquecedor: ¡qué vértigo, hijo, qué vértigo tan cálido, tan suave, tan acariciador, sigue, hijo, sigue, haz gárgaras en mi pecho, tu calorcillo, mójame con tu boca el pezón!

- Los metas, dime, cómo lo vivías tú, que será distinto en cada caso, como los muchos que yo he conocido en mi periplo, ya desde bastante tiempo. Los conocí extraordinarios, en el portal y en correrías, y los que no hay modo de soportar ni con grapa, por demás tal nos sucede a los jugadores de campo, unos necios y otros vivos y otros ambiguos.

- Los porteros somos distintos a los demás jugadores. Te formas con mentalidad distinta. Lo que sientes es una emoción distinta. El gusto que te da hacer una parada difícil es maravilloso, es importante. Eso no te lo da meter un gol, no. Por tanto hay celos y envidias por medio entre unos y otros, aunque no se hable de ello. El del arco manda a su modo y es mucho lo que manda y jode, que si que jode. Punto al punto

- Pero a los jugadores nos preparan para componer una máquina de fabricar dinero. La realidad, no te engañes, ni fuiste distinto ni fuiste especial, fuiste uno igual a tantos. Un porro más, la tele te roba la imagen, tu ser, ingenuo antes, ingenuo ahora, manso como un cordero con disfraz de perro; te dejaste que te dejasen la bolsa en blanco, y de improviso haces de vigilante nocturno para tener unos euros más cuando te jubiles, ¿para eso trabajas aún esta noche o qué?, te explotas hasta dañarte, y sin amigos de ninguna clase, ni uno que se te conozca. Mal vas con el jefe, podría darte otro empleo menos… ¡Qué pasó con lo que ganaste! ¡Se lo llevó la ex, lo gastó! ¡Allá tú! Desde que perdiste el ojo estás perdido, qué mal te han tratado, por la misericordia del diablo, cuánto ingrato, cuánto pendejo.

- ¡Quieto parao! Vamos al punto. Hagamos paces, insisto. No queda que pasar para eso, y no me calientes con chuminadas. Gracias a él pude aguantar, me envió a su casa de la costa, hice allí la cura del vaso orbitario, hasta cicatrizar. Y cicatrizar después la pesadilla de soportar la ausencia de mi mujer y mi hijo. Y me acogió allí, lo hizo con afecto, era yo un alma en pena, y luego me salvó la ocupación que me dio como entrenador infantil, ¡entiendes! Después fue lo de después, y la vida cambia, y no puedes poner puertas al campo. Aguanto como puedo, sabes. No te muevas, estatua.

Portero seguro entre los postes y nervioso si es delante de ellos, frente a los rivales goleadores. Volar, una gran parada, la mirada tensa y fija.

La gloria del amor por el fútbol en el momento de gozar el balón. Parar un tiro difícil es algo bellísimo. Es una delicadeza suprema, no de compartir. Poco falta para que se me espante el corazón en el silencio de la visión.

- Si te dejó su casa, es buena acción; y tú no faltas ni un día a ver cómo está su mujer, esclerosis múltiple, diagnosticada justo cuando se cumplían veintitantos años de lo tuyo. Ni que la enfermedad fuera un castigo al marido, que no la atiende ni por orden de un almirante, ni antes ni ahora, pero la tiene que soportar el resto. La mujer, pobre, con los padres tan cabrones que tuvo, que a lo peor su mal procede de ellos, pues la mala leche, la envenenada leche, se pasa, se transmite transformada, por el río familiar.

- Él es para mí como un padre, sabes, y haré lo que me diga que haga y lo que no me diga pero yo crea que debo hacer sin molestarlo. Otra cosa es: ¿me sentiría bien sin atenderla? No. Sí, la cuido a ratos, sin estar él, y no puedo hacer más por ella, que lo haría, y no es cosa de pasarse, que enseguida murmuran. Me parece guapísima, como mi madre. ¿Te gusta este campo? ¿Y la ciudad?, porque vienes de la montaña, como yo.

- Menos montaña, son estribaciones de alta cordillera, como tu tierra, pero ten en cabeza que estoy jugando acá, y es igual el mundo para ambos, seguro piensas igual lo de que siempre los de los llanos golpean la pelota al infinito como fieras desatadas…; no, no seamos tan ciegos y tan metidos en lo que creemos que somos, comprende tú que va bien planear de arriba abajo mientras no cabe planear de abajo arriba pues si sucede el mundo se parte en dos por esta ecuación.

- ¿Cómo voy a comprender eso? Pero te digo: me ves en esta cueva, en el llano, pero yo me veo en el árbol al que trepaba para escapar de las cosas. Un roble viejo, y desde allí veía el peñasco, alto como una torre. A él también me gustaba escalarlo, por las grietas, tan hondas como las de la cara de mi padre. Lo recuerdo. Por ahí arriba subido tenía a la vista el pantano, y me quedaba largos ratos mirando el agua, por horas, por lo menos, lejos del lío de mis padres.

- ¿De tú padre, qué? Ya que lo mencionas, cuenta, no cuentas jamás algo de ellos, que yo me haya informado y me hayan dicho, lo cual indica que huyes de tu niñez.

- Escucha entonces, como si yo no fuera a repetirlo una vez más. La muerte llega cuando le da la gana, así me habló él, tumbado en la cama. Galo, hijo, mi pequeño, la de la guadaña está aquí conmigo, para llevarse mi aliento. Qué rabia me dio: le zarandeo enfadado, le grito. Se calla, suspira y al pronto me falla, no respira, goza su silencio solo, muy solo y muy aislado, sin aire en la boca. Le veo secarse tendido, pálido y lento se va. Se hunde en un abismo monótono, retrocede en la almohada su canosa cabeza. Me palpitan las sienes. Tiemblo de dolor y de frío. Me ahogo, grito y lloro con mi entero cuerpo. Los que mueren así son así, no se conmueven, dijo mamá. Y dijo: descansa, marido, hombre, queda la cama vacía y yo descanso libre. Luego regó las cebollas y yo la miraba desde la ventana abierta sin mirarla, mirándome la espalda mi padre sin vida. El día estaba tranquilo, cada cosa en su sitio. Había vencejos, revueltos entre ellos, y había nubes blancas en la cumbre del monte cuando ella pasó adentro para llamar al médico del pueblo. ¿Vale? Bueno, pues ahora tengo curiosidad por saber qué va a decirme el jefe. Sea lo que sea ni le compromete ni me compromete.

- ¿Qué le has pedido? Esperas pero él no vendrá, con tanto que has hecho por el club, desde tu principio en el primer equipo, en esas que eras de levantarlo si se ubicaba en los planos bajos, sí, carajo, era cosa de tu solidez de líder. Porque hasta lo defendiste cuando lo atacaron aquella vez que la prensa insidiosa quiso laminarlo y que, gracias a tu intuición, salvó la cara; y lo de que fuiste bravo y decidido cuando la vergüenza iba a ser grave, que fue que el club casi en bancarrota no podía levantar la cabeza si no era mediante la generosidad de los jugadores, sin cobrar durante meses, y tú…, tú diste ejemplo, tuviste un coraje increíble, convenciste de ello al entrenador nuevo, joven, engreído, egoísta y torpe con la suerte de cara, y luego, cuando la fea racha pasó, se te confíó y contigo mejoró hasta ser lo que fue, un gran entrena…

- Bueno…, deja, deja, cosas pasadas. No le he pedido algo concreto. Para mi hijo, Julio, un curro, es de lo que se trata. Quiero eso, sabes. Siempre he estado en el club, no quise irme jamás. No me cedieron, no me vendieron, ni cuando lo pasé endemoniado con la lesión de menisco, que por suerte me operaron justo antes del verano. La temporada siguiente, aún sin recuperarme bien, sin estar en plena forma, no estuve fino, pero, gracias al jefe, no temí…, que si no…. Porque nos mandaba aquel jodido coordinador deportivo italiano del Norte, un tío radical, ojos grises de matarife nazi, que no te dejaba en paz ni el vestuario ni en el campo y parecía vigilarnos día y noche. Quiso traspasarme a un equipo inglés, pero se opuso el presidente, enfrentándose al director general, al propio entrenador y a otros mandamases de la dirección. Colaboré, sin proponérmelo, en que acabase la misteriosa presencia del dinero italiano en el club. Ahora espero que venga y le pediré que ayude a mi hijo.

Hemos de ser compasivos, Galo, nieto, mejor es hacer bien: más misericordia que mal. Pero ¡por qué te pegabas con mamá!

- Una especie de súplica yace en tu agradecimiento, y…, aquello fue muy comentado por allá y por acá, la mafia deportiva puso… Mal te veo, pelotudo, esperando sin esperanza, pues él no va a ponerse en tu pellejo, ni pensar siquiera el porqué le pides encontraros, es como un general: muertos siempre hay en la guerra, y se trata de no mirar no pensar no ponerse en el lugar del otro, de nadie, por más que hable de empatía, comprensión, no señor, no estás en su idea del club más que para lo que estás, y da las gracias que al menos tienes algo, que pudiera ser que hasta eso acabe pronto.

- Pero qué dices, no te entiendo.

El gris del cielo se hace más oscuro. Me siento muy cabreado.

- Puedes soñar días y noches lo que esperas de él, sea como sea, sea como fuere. ¿Qué como sé esto?, no arrugues los labios, no los aprietes, pues porque se lee en su rostro y por lo que me han contado, he intuido, he visto y he leído. Además, a él solo le interesa el poder, el manejo del club, lo más, no te engañes, que es como esos tiburones de las finanzas, lo aprenden de joven y se vician.

- No puedo seguir lo que me dices, háblame claro. ¿Una especie de coartada?

- Tú lo sabes, pero no quieres saberlo, pues leíste novela negra, lo cual te debió noticiar sobre manejos de cualquier clase, los que hacen los amigos del dinero, y te sirvió para no sentirte como la mierda. Fuiste autodidacta, cuánto te dio por leer variado material en una época, sumaste por ello muchos conocimientos, ¿y vienes a sentirte perdedor, porque te duele la falta de una garrocha para saltar al más saber? Y es sin motivo bien fundamentado. Escucha: yo diría que te duele porque no estuviste nunca en el cauce de los que hacen estudios superiores y los ejercen tan satisfechos… ¡eh! Pero repasa a algunos directivos del club y entrenadores con grandes títulos, pero de mirada estrecha, sin imaginación, ni intuición ni curiosidad, que presos de la vanidad del poder tienen oxidada la máquina de pensar ni cabe que lo hagan pues ya se sienten, como necios, satisfechos orondos de sus títulos, limitados saberes y parcas tareas.

- Me cuentas cosas que por una cara me gustan y por otra me dañan, y con motivo, sí, porque no tengo buena formación, tengo la que tengo, y no te alcanzo.

- Es tu suerte, aunque no lo parezca, quizá te salvaste de caer en la estupidez de tantos entre los muy preparados, porque no eres lo que declaras, de algún modo no, lo de ser un frágil, sino, según lo veo, el poseedor de una libertad clara, aunque se ajuste a tus limitados recuerdos. Podemos creer que él y otros son engreídos, avaros, codiciosos; y no, no, es más hondo, más determinante, y aún más en los clubs deportivos, donde muchos de los licenciados y doctores aparentan conectar bien con empleados y subalternos, y en realidad son amantes del poder, el poder sin más les llena los poros, sin ser sensibles ante el personal muchos de ellos. Comprende lo que es el conjunto directivo del club, una banda de prepotentes cuyo saber del futbol vivo se reduce a que dieron una vez patadas a un balón, pero yo me los descubrí planos ansiosos de poder, y en contraste, en la proyección de partidos históricos he visto lo grande que llegaste a ser, a lo que tú, como otros buenos jugadores humildes, quitabas importancia.

- Por qué se la iba a dar.

- No, no, maldita sea, no me captas, lo que al cabo te quiero explicar, aunque lo sabes en tu interior, es lo que no saben muchos jugadores, y es que creemos ser los más productivos de los trabajadores, nos sentimos actores imprescindibles en un negocio de miles de millones, y lo somos, por supuesto, pero percátate de que lo somos en un negro, negro sentido común, corriente. En un sentido más verdadero y profundo representamos algo sustancial, crucial, insuperable para el orden del sistema, pues, y lo sabes, servimos de muy alto modelo, de muy alto ejemplo moral a la población, siendo imagen engañosa del rendimiento de la sociedad trabajadora.

- Me embarullas con esa visión, me cuentas algo difícil de entender.

- Es demoledor, sí. Somos el sueño de amos y jefes al competir con los propios y ajenos, en rivalidad constante, con pugna tenaz en la cancha y en los vestuarios, lo vivimos como algo fundamental porque es corta nuestra vida deportiva; es que somos la clase de trabajador que anhelan los amos, somos un ejemplo social diabólico, por los sacos de oro que acarreamos, haciendo soñar al socio y al hincha.

Habla de sueños ajenos empotrados en las vidas cortas de los futbolistas. Mi sueño es el reverso de mi vida y mi vida es el reverso de mi sueño. La realidad cambia a cada instante y cada instante es real. No va a ser distinto para la gente.

- Yo veo sin ver, lo que me dices.