Felicidad robada - Amor esquivo - Victoria Pade - E-Book
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Felicidad robada - Amor esquivo E-Book

VICTORIA PADE

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Beschreibung

Felicidad robada Victoria Pade Marti Grayson tenía reservado un futuro de cuento de hadas, pero una terrible tragedia le arrebató la oportunidad de ser feliz. En su soledad, Marti encontró consuelo entre los brazos de un encantador forastero que no esperaba volver a ver. De pronto, embarazada y sola, regresó a su ciudad natal con la idea de tener al niño ella sola… hasta que el forastero apareció inesperadamente en su puerta. Amor esquivo RaeAnne Thayne La Navidad era una época dura para Jenna Wheeler, viuda con cuatro hijos. Aunque había tenido que vender parte del rancho de la familia para conseguir llegar a fin de mes, estaba decidida a transformar las vacaciones en pura magia, pero para ello tenía que encontrar un trabajo. Quizás el hombre a quien le había vendido el rancho pudiera ofrecérselo: el guapo Carson McRaven, un hombre que detestaba a los niños.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 432 - abril 2021

© 2009 Victoria Pade

Felicidad robada

Título original: A Baby for the Bachelor

© 2008 RaeAnne Thayne

Amor esquivo

Título original: The Cowboy’s Christmas Miracle

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2009

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1375-414-7

Índice

 

Felicidad robada

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

 

Amor esquivo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

 

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Capítulo 1

 

 

 

 

 

DESPIERTA, Marti. Creo que estamos cerca, y necesito que me indiques el camino.

Marti Grayson abrió los ojos cuando oyó la voz de su hermano y se incorporó en el asiento del coche.

—Siento no haber sido buena compañía.

—Y que lo digas —respondió Ry en tono afable—. Te quedaste dormida a dos kilómetros de Missoula y desde entonces has estado fuera de combate.

—Últimamente me pasa mucho. Dicen que es normal, por las hormonas del embarazo y todo eso —respondió ella antes de fijarse en la carretera—. ¿Ésta es la carretera de Northbridge?

—Eso es lo que decía el cartel. Pero dímelo tú, que has estado aquí antes.

—Una noche, hace tres semanas. Llegué tarde, y me marché el martes por la mañana.

Pero cuando Ry avanzó por Main Street, Marti reconoció que era la misma adonde ella había llegado y de donde había salido.

—Gira a la derecha en South Street —le instruyó—. La casa de la abuela es la última antes de que la calle termine en una tierra de labranza.

A mediados de abril, su anciana abuela se había escapado del cuidado de su enfermera y sorprendido a todos marchándose a Northbridge. Theresa Hobbs Grayson había nacido y se había criado allí en Northbridge. Los tres nietos que se preocupaban de que su abuela, una persona algo inestable a nivel emocional, tuviera a alguien que cuidara de ella, no se habían enterado de la existencia de Northbridge hasta hacía bien poco. Pero como Theresa estaba empeñada en quedarse allí, sus nietos, Marti, Ry y el tercer mellizo, Wyatt, habían decidido complacerla.

Wyatt había sido el primero en ir a Northbridge, después de que encontraran a Theresa en la vieja casa abandonada.

Habían planeado turnarse para pasar temporadas con Theresa; pero cuando Marti había llegado para relevar a Wyatt, éste había decidido que no quería marcharse. Se había enamorado de la asistente social que se ocupaba de Theresa, y la pareja estaba a punto de casarse.

De modo que Marti había regresado rápidamente a Missoula a la central de Home Max, la cadena de almacenes de ferretería y electrodomésticos propiedad de los Grayson, para ocupar el puesto de Wyatt. Por eso sólo había visto Northbridge de pasada.

Wyatt estaba a punto de casarse con Neily Pratt, y por eso Marti y Ry habían viajado juntos a Northbridge. Ry siguió sus indicaciones, y poco después apareció una casa en la distancia.

—¿Es ésa? —preguntó Ry.

—Sí, ésa es —le confirmó Marti.

—Es mucho más grande de lo que pensaba —comentó Ry al contemplar la majestuosa casa de piedra de dos plantas.

—Te lo dije —dijo Marti—. Por dentro es enorme, pero aún no está acondicionada para vivir.

—¿Quién es ése? —dijo Ry cuando estaban más cerca—. Ése no es Wyatt.

Un amplio porche cubierto rodeaba toda la casa. Cerca de una de las esquinas de la veranda había un hombre colgando un banco de madera de unas cadenas.

Estaba de espaldas a ellos, pero Marti se fijó en su espalda ancha y fuerte. El hombre iba con vaqueros y llevaba una camiseta blanca tan pegada que le ceñía sus hombros musculosos y el torso en forma de uve.

—Ése debe de ser el tipo que Wyatt ha contratado para que se haga cargo de la obra de la casa —dijo Marti mientras disfrutada contemplando su cintura estrecha, su trasero prieto y sus muslos largos y fuertes—. ¿No se llamaba Noah Perry? —continuó Marti—. No tuve oportunidad de conocerlo cuando vine. Reconstruir y renovar esta casa no es empresa pequeña, y como la boda es este fin de semana, Wyatt me comentó que tenían prisa por dejar al menos la planta baja un poco presentable. Dijo que este tal Perry está echando un montón de horas.

—Desde aquí se ve bien.

Desde luego que se veía bien, pensó Marti, antes de darse cuenta de que su hermano se refería a la casa, y no al trasero del constructor. Desvió la mirada para centrarse un poco en la conversación.

—Aún no puedo creer que vaya a casarse otra vez —dijo Ry.

Pero dejar de mirarlo no fue suficiente para quitárselo de la cabeza; porque durante una décima de segundo había pensado que Ry estaba hablando de él. Pero enseguida cayó en la cuenta de que en realidad se refería a Wyatt.

—¿Te va a sentar muy mal esta boda? —le preguntó Ry mirándola de soslayo.

—No, estoy bien —le aseguró Marti, agradeciendo su preocupación—. He tomado esta importante decisión de seguir adelante, y eso es lo que voy a seguir haciendo. Wyatt va a empezar de nuevo, y yo también.

—Vaya, y yo que pensaba que ibas a tener un bebé —bromeó Ry mientras detenía el vehículo en el camino de entrada a la casa.

Apagó el motor, y Marti se estiró. Había sido un trayecto largo y cansado, y llevaba todo el camino sentada en la misma postura. Al estirarse sintió un ligero mareo. Por el momento, los síntomas del embarazo eran una fatiga extrema, visitas más frecuentes al cuarto de baño, náuseas de vez en cuando y algún que otro mareo.

Marti se sintió mejor después de respirar hondo un par de veces; entonces abrió la puerta del último juguete de Ry, mientras su hermano salía y daba la vuelta al vehículo.

El deportivo era tan bajo que Marti tuvo que agacharse un poco para salir antes de poder ponerse de pie y agitar la mano para saludar a Wyatt, que en ese momento salía a recibirlos.

De repente Marti empezó a marearse otra vez, pero fue más fuerte que el mareo del coche.

Todo empezó a darle vueltas, y Marti sintió náuseas y se tambaleó antes de desplomarse en el suelo, como un globo que se deshinchara.

Oyó las voces asustadas de sus hermanos, e inmediatamente quiso asegurarles que no era nada. Pero aparte de negar con la cabeza, no tuvo fuerzas para más.

Debía respirar hondo… respirar hondo… Se le pasaría…

Sus hermanos se acercaron inmediatamente para ocuparse de ella; pero sus voces sonaron muy lejanas, y sólo pudo agachar la cabeza con la esperanza de que se le pasara el mareo.

Entonces oyó la voz de otro hombre, una voz vagamente conocida, aunque Marti no supo identificarla en ese momento. El otro sugirió que llamaran a una ambulancia.

—¡No! —consiguió hacerse oír, mientras intentaba no vomitar el almuerzo.

—¡Mary Pat!

Ése fue Wyatt, que llamaba a la mujer que cuidaba de su abuela. Mary Pat debía de haber estado cerca, porque al momento la enfermera se arrodilló a su lado y le tomó el pulso.

—No es más que un simple mareo… —susurró Marti al notarse algo mejor—. Estoy bien, de verdad.

—A lo mejor lo de la inseminación artificial no ha sido tan buena idea —comentó Ry, totalmente fuera de tono—. No sé si el embarazo te está sentando muy bien.

—Ry… —le reprendió Wyatt—. Podrías callarte, ¿no?

—Sólo estaba diciendo…

—No hace falta decirlo. Sobre todo aquí fuera en el patio.

Delante de un extraño, pensaba Marti mientras hacía lo posible para recuperarse un poco.

Tragó saliva con fuerza, cerró los ojos un momento y aspiró hondo un par de veces.

—Estoy bien, estoy bien; se me va a pasar el mareo…

Entonces abrió los ojos y miró a su otro hermano, agradecida de que hubiera tenido el sentido común de reprocharle a Ry su indiscreción.

—Hola, Wyatt —dijo Marti con una sonrisa en los labios, como si no pasara nada.

—Hola, Marti —respondió Wyatt con cara de susto, aunque en tono sereno y comprensivo.

Marti miró a su hermano y a la cuidadora de su abuela.

—Hola, Mary Pat. ¿Podrías decirles a estos hombres que no pasa nada?

—Creo que Marti está bien —confirmó la enfermera—. ¿Quieres intentar levantarte, o nos sentamos un momento?

—Creo que es mejor que intente entrar en casa.

Habría preferido quedarse donde estaba si todos, incluido el apuesto forastero, no la miraran fijamente.

Pero sólo consiguieron que Marti se sintiera más cortada.

—Chicos, no soy una inválida, ¿sabéis?

De todos modos sus hermanos la ayudaron a ponerse de pie.

Fue entonces cuando Marti se fijó en el desconocido, el mismo que había estado colgando el banco en el porche; el que había bajado corriendo a auxiliarla.

—Éste es Noah Perry —dijo Wyatt—. Noah, éstos son mis hermanos, Ry y Marti.

Marti volvió a tragar saliva.

—Marti y yo nos conocimos en una Expo de Ferretería a finales de marzo.

Aunque Marti había esperado estar equivocada y que no fuera él, comprobó con horror que no se había equivocado.

—Es verdad —confirmó Marti en tono quedo, sin saber qué hacer ni qué decir, notando que empezaba a marearse otra vez.

Aunque de espaldas no le había reconocido, de frente no hacían falta presentaciones. Recordaba perfectamente aquel cabello castaño y ondulado, aquella nariz aguileña, aquellos labios sensuales y aquellos ojos marrón oscuro. Hacía seis semanas que no dejaba de pensar en él.

—Será mejor que entres en casa, tienes mala cara —le dijo Mary Pat mientras le agarraba del brazo—. Ven conmigo. Te daré un poco de agua y un dulce.

Como no sabía qué más decir, Marti se fue con Mary Pat pero no dejó de pensar en el hombre que había creído que no volvería a ver.

El padre de su futuro bebé.

 

 

Una hora después del emocionante encuentro con los Grayson, Noah Perry volvió a casa aquel viernes por la tarde con planes para arrancar el rodapié del salón y posiblemente empezar a pintar las paredes.

Antes de hacer nada de eso, sacó unas zanahorias y una botella de cerveza muy fría de la nevera y fue al porche trasero para disfrutar del cálido día de mediados de mayo y de paso saludar a Dilly.

La burrita de tres años se acercó a la barandilla del porche en cuanto vio a Noah.

—Ya sabes lo que tengo para ti, ¿verdad? —dijo Noah mientras le daba una de las zanahorias.

Tenía dos más, pero en lugar de dárselas a la burrita enseguida, se las guardó en el bolsillo y se apoyó en el poste que sujetaba el tejadillo del porche. Entonces se tomó la cerveza con aire pensativo, maravillándose de nuevo por el fortuito encuentro de esa tarde con Marti, y de que ella fuera Marti Grayson…

En la Expo no se habían dicho sus apellidos. Sabía que trabajaba en Home Max porque la había visto en las cajas y en la zona de espera; pero al verla con tantos empleados más de la conocida cadena de tiendas, la había tomado por una más. Ella no le había dicho que fuera uno de los dueños de las tiendas.

Y en las tres semanas que llevaba trabajando para los Grayson, nadie había mencionado a Marti. Cuando había hablado con Wyatt, o en las contadas ocasiones que había conversado con Theresa, se había mencionado a la hermana, o a la nieta, pero nunca habían dado un nombre; y él no había caído.

Lo que sí se le había pasado por la cabeza había sido preguntarle a Wyatt por la chica que trabajaba en Home-Max; sólo que no había terminado de decidirse.

Lo cierto era que no había dejado de pensar en ella en las últimas seis semanas. ¿Y quién no? Marti Grayson era un auténtico bombón. Tenía el pelo largo y rubio, matizado con mechones como rayos de sol, y la piel más suave y perfecta que había visto en su vida… o más bien tocado. Sus ojos eran del mismo azul plateado de su último coche, y sus labios los más rojos y carnosos que había besado en su vida. Marti tenía un cuerpo bien formado, turgente y redondeado en los sitios adecuados, y esbelto en los demás; aparte de un par de piernas largas y esbeltas, aunque no fuera demasiado alta.

Así que, cosa lógica, le había resultado muy difícil no pensar en ella; e incluso había soñado con ella un par de veces.

Sin embargo, Noah no había querido preguntar por una empleada de Home Max llamada Marti porque había estado dudando de cómo acabaría si averiguaba su nombre completo y dónde localizarla. Ella le había dicho que trabajaba y vivía en Missoula. Él vivía y trabajaba en Northbridge; y Missoula estaba al otro lado del estado. Y un ligue de una noche en una feria de maquinaria no era una base demasiado sólida para iniciar nada. Le había dado la impresión de que la única intención de Marti había sido vivir una aventura de una noche del modo más anónimo posible. El detalle de marcharse por la mañana sin despertarlo y sin dejarle ni siquiera una nota no podría haber sido más indicativo.

¡Pero qué noche!

La Expo había sido su oportunidad para salir un fin de semana y ponerse al día con los nuevos productos que había en el mercado en herramientas y maquinaria de construcción, que pudieran facilitarle su trabajo. Pero en ningún momento había ido en busca de algo más; desde luego no había ido allí a ligar.

Tenía que reconocer que se había fijado en Marti en más de una ocasión. ¡Cómo no hacerlo, siendo tan impresionante como era! Habían charlado de algunos temas de trabajo de pasada, junto a los expositores de Home Max. Luego habían charlado un poco más cuando él había ido al salón de exposición de la tienda; y tenía que reconocer que entonces le había picado un poco la curiosidad. Pero ella había estado muy ocupada, y él a su vez interesado en un montón de cosas que había en la convención, y por eso no había pasado nada.

Finalmente, la última noche de la exposición, se habían encontrado en la cafetería del recinto. Al verla, él la había saludado con la cabeza, a lo que ella había respondido del mismo modo. Entonces él le había dicho hola y ella también. Y como estaban solos en la cafetería, aparte de los camareros, Noah la había invitado a su mesa a cenar con él, y ella había aceptado.

Se habían tomado unos sándwiches mientras charlaban sobre la exposición, y a pesar de estar hablando de trabajo, había habido cierto coqueteo entre los dos. Cuando habían terminado de cenar, Noah no había tenido ganas de despedirse de ella; por eso le había preguntado si le apetecía tomar algo con él en el bar del hotel.

Ella había vacilado, dándole a entender que quería rechazarlo y no sabía cómo. Pero justo cuando él había pensado que ella le iba a decir que no, ella había aceptado su invitación.

Cuando habían llegado al bar del hotel, había un grupo de música en vivo; como no habían podido charlar habían terminado bailando y bebiendo; bebiendo bastante. De modo que cuando el bar había cerrado, a ninguno de los dos le había importado ya que apenas se conocieran. Él se había sentido a gusto en su compañía, y la chica era una monada. Se habían divertido muchísimo, y un beso juguetón en el ascensor había sido suficiente para que ella accediera a acompañarlo hasta su dormitorio al llegar a su piso.

El beso de buenas noches a la puerta había dado paso a un montón de besos más; un montón de besos que les habían llevado hasta la cama, donde habían continuado besándose…

Noah le dio a Dilly otra zanahoria.

—Si quieres que te diga la verdad —le dijo a la burra—, me gustaría acordarme mejor de lo que pasó, porque casi ni me acuerdo. Me refiero a los detalles, ya me entiendes; es que estaba bastante borracho…

Los dos lo habían estado.

Tan borracho que cuando él le había dicho que no tenía preservativos, habían decidido arriesgarse…

Hasta ese momento, Noah se había olvidado totalmente de aquel detalle. Pero de pronto pensó en algo; algo que le dejó helado. Él no había utilizado nada… y seis semanas después aparecía ella, embarazada…

—¡Ay, Dios mío! —exclamó con tanta fuerza que la burra sacudió las orejas.

¡Marti estaba embarazada! Le dio tantas vueltas al asunto que empezó a marearse del nerviosismo, se le quedó la garganta seca y empezó a sudar.

Su hermano había dicho que había sido por inseminación artificial, y a lo mejor incluso era cierto…

Pero por mucho que quisiera creerlo, le resultaba poco probable. No era lógico que hubiera pasado la noche con él sin utilizar protección, y que luego se hubiera hecho una inseminación artificial. A Noah le costaba creerlo.

¿Claro que, y si en la feria hubiera estado ya embarazada? A lo mejor por esa razón no le había importado no utilizar preservativo.

Era una posibilidad, se decía Noah mientras volvía a respirar algo más aliviado.

—Tal vez no sea mío —dijo en voz alta.

Pero la burra se había apartado un poco de él, como si pensara que su amo se hubiera vuelto loco.

Claro que, pensándolo bien, Marti había estado tan bebida como él; y de haber estado ya embarazada, no habría tocado el alcohol…

—¡Ay, Dios mío! —volvió a exclamar.

Marti Grayson no era sólo un bello y nebuloso recuerdo de una noche de pasión en la habitación de un hotel durante una feria de herramientas y maquinaria; Marti era una persona de carne y hueso, con hermanos y una abuela y quién sabía quién más a quien poner cara diciendo que había ido a un banco de semen, en lugar de reconocer que se había quedado embarazada después de pasar una noche de pasión en brazos de un extraño.

Pero si él era el padre de su hijo, ¿por qué ella no le había buscado para decírselo?

—¿Le dije que era de Northbridge? —le preguntó a Dilly, como si la burra entendiera.

Lo cierto era que no lo recordaba. Y si sólo le había dicho que era de una pequeña localidad al sur de Montana, y teniendo en cuenta que ella no sabía su apellido, seguramente no habría podido encontrarlo, en el supuesto de que lo hubiera buscado. A lo mejor el destino los había vuelto a juntar.

Se le ocurrió que a lo mejor ella no había querido que él supiera que iba a tener un hijo de él, y por eso no se había molestado en buscarlo.

La mera idea le revolvió un poco el estómago. Pero si Marti Grayson pensaba que tenía derecho a no darle opción de elegir, no podía haberse equivocado más.

La burra percibió su rabia y retrocedió unos pasos más.

—No pasa nada Dilly, no eres tú —dijo para consolar al animal, mientras la consolaba dándole la tercera zanahoria.

La burra avanzó con cautela, sin apartar sus grandes ojos negros de Noah, acercándose lo suficiente para atrapar la zanahoria con los labios y los dientes.

—A lo mejor no es mío —volvió a decir Noah, intentando calmarse un poco—, pero voy a hacer lo posible para averiguarlo.

Porque si el bebé era suyo, tendría que hacer algo al respecto.

Algo para que la historia no se repitiera…

Capítulo 2

 

 

 

 

 

ESA misma noche, cuando Marti oyó que Theresa cerraba la puerta de su habitación, se volvió hacia Wyatt.

—¿Cómo está?

—¿La abuela? —Wyatt se encogió de hombros—. Ni mejor ni peor. Ayer pasó mala noche. Últimamente tiene pesadillas a menudo, y siempre son las mismas; ella dice que llora por ella, que no deja de llorar, y que tiene que recuperarlo.

—Y por eso pensamos que no se refiere a la tierra —comentó Ry.

Desde que Theresa se había escapado a Northbridge, Wyatt había estado investigando el pasado de su abuela allí. De momento se había enterado de que los padres de Theresa habían fallecido cuando ella era adolescente, y que Theresa había heredado la casa y muchos acres de terreno en el corazón de Northbridge. Como su único pariente vivo entonces era una tía que había estado enferma y no había podido acogerla en esa época, tras la muerte de sus padres, Theresa había pasado once meses de huésped en casa del dueño del aserradero local, un hombre llamado Hector Tyson, y su mujer, Gloria.

En esos once meses apenas había tenido contacto con ninguno de sus amigos, y al final, tres meses antes de cumplir dieciocho años, se había marchado definitivamente de Northbridge para irse a vivir a Missoula con su tía. Antes de marcharse, Theresa le había vendido a Hector Tyson su tierra por la cuarta parte de su valor. Hector Tyson se había hecho rico y había dividido la tierra en parcelas, las cuales había ido vendiendo, además de vender también todos los materiales para construir las casas que en el presente ocupaban dichas parcelas.

Cuando hacía tres semanas habían encontrado por fin a Theresa en la casa donde la mujer se había criado, ella estaba pidiendo que le devolvieran lo que le habían quitado. En un principio Wyatt había pensado que se refería a la tierra. Pero Theresa había empezado a tener pesadillas, que según ella no tenían nada que ver con la tierra perdida; y por eso sus nietos habían empezado a preguntarse de qué otra cosa podría tratarse. Solamente se les ocurrió pensar que su abuela hubiera podido tener un hijo de Hector Tyson.

—Por eso sabemos ya que no es la tierra lo que quiere que Hector le devuelva —Wyatt repitió lo que había dicho Ry.

—Entonces podría ser un bebé —dijo Marti, resumiendo lo que todos habían hablado por teléfono recientemente—. ¿Todavía no le has preguntado a ella si fue eso lo que le arrebataron?

Wyatt negó con la cabeza.

—No me parecía buena idea. Últimamente está pasando una mala racha; está llorosa, triste y desorientada. La memoria empieza a fallarle; la semana pasada se olvidó de quién era Mary Pat. Hoy, sabiendo que veníais vosotros dos, es el primer día bueno que ha tenido desde las pesadillas.

—¿Y aún no has hablado con el tal Hector Tyson? —preguntó Ry.

—Lleva todo este tiempo ausente del pueblo, pero tengo entendido que regresa el lunes; así que vas a tener que hacerlo tú, Marti. Ry vuelve a Missoula justo después de la boda para hacerse cargo del negocio allí, y yo estaré de luna de miel. ¿Crees que vas a poder tú sola?

Marti sabía que el mareo de esa tarde les tenía preocupados pensando que no podría, pero ella no estaba dispuesta a echarse atrás.

—Por supuesto que puedo yo sola —dijo ella, como si la ocurrencia fuera ridícula—. Y Ry —dijo, volviendo al tema de su abuela—, tú tienes una cita con los abogados para saber si legalmente hay posibilidad de que se le restituya el valor de la tierra, ¿no?

—Eso es —respondió Ry.

—Luego, tú y yo podremos partir de ahí, mientras Wyatt está tumbado en la playa —concluyó.

Sus hermanos se miraron, y aunque no hubieran sido mellizos, Marti habría adivinado lo que pensaban.

—Dejadlo ya —dijo en tono firme.

—¿Dejar el qué?

—De miraros como si pensarais que no voy a poder. Porque estoy bien, que lo sepáis. Es cierto que la muerte de Jack fue un golpe muy duro para mí; y comprendo que la idea de tener un hijo yo sola sea un poco alocada. Pero, creedme, estoy bien.

—Pues esta tarde cuando te he visto sentada en el suelo no me ha parecido que estuvieras tan bien —dijo Ry, a quien le gustaba hablar claro.

—Un mareo no es algo tan raro. A veces vomito si en el desayuno me viene algún olor fuerte; es algo muy normal cuando estás embarazada; sobre todo al principio.

Pensó que Wyatt sabría eso, ya que su primera esposa había estado embarazada cuando un accidente doméstico la había matado a ella y a su bebé. Pero no dijo nada.

—He ido al médico, y estoy sana como una manzana; el bebé también está bien. El hecho de querer tener un hijo es señal de que estoy mejor y quiero seguir adelante; de que estoy empezando a olvidar la muerte de Jack.

—A Wyatt le costó dos años después de la muerte de Mikayla ceder a sus sentimientos por Neily —dijo Ry, claramente preocupado—. Sólo han pasado nueve meses desde que murió Jack…

—Nueve y medio —corrigió Marti.

—De acuerdo, nueve meses y medio desde que perdiste para siempre al hombre de quien estabas enamorada desde que erais niños —insistió Ry—. El amor de tu vida, Marti. El hombre que todos veíamos como tu otra mitad. ¿Vamos, si estuvieras en nuestra piel, no te preocuparía que el dolor te hubiera afectado tu capacidad para razonar?

—Entiendo que os parezca así —respondió Marti con calma—; que creáis que me he vuelto un poco loca. Pero os aseguro que nada más lejos. A pesar de los mareos y demás calamidades del embarazo, me siento bien y animada. Desde que murió Jack no me había sentido tan bien, y sólo lo veo como algo positivo; así que es así como voy a seguir viéndolo. Y si tenéis dudas…

—Nos las callamos —recomendó Wyatt.

—Iba a deciros que tratarais de superarlas; pero eso que dices también está bien —añadió Marti—. Y de lo de quedarme en Northbridge una temporada para estar con la abuela y para ver el nuevo solar que Wyatt ha encontrado para construir la nueva tienda, soy tan capaz de hacerlo ahora como antes de quedarme embarazada; mis facultades no han mermado en absoluto. ¡Y se acabó la discusión!

Los dos hermanos siguieron allí sentados, con caras largas y gestos tensos; no parecían muy convencidos.

—Agradezco vuestro interés; pero no me he vuelto loca. El destino ha querido que tenga un bebé ahora; con Jack o sin él —dijo ella, que quería zanjar el tema de una vez—. Cierto, es triste que no sea el bebé de Jack, que él no esté aquí para formar la familia que siempre quisimos formar —aspiró hondo para no emocionarse demasiado—. Pero eso no significa que este nuevo camino que he tomado sea el equivocado. Sólo es distinto.

Y como no podría haber añadido nada más sin echarse a llorar, Marti se levantó y se excusó diciendo que estaba cansada y que se iba a la cama.

Había llegado al pie de las escaleras cuando oyó que Wyatt le decía a Ry:

—Te lo dije, desde la feria está distinta.

Marti hizo como si no lo hubiera oído y subió las escaleras de madera, que crujían bajo su peso, manteniendo el tipo hasta que cerró la puerta de su dormitorio.

La primera planta ya empezaba a verse un poco mejor; y Marti había decidido que después de la boda instalaría su dormitorio en la leonera de la planta baja. Pero hasta entonces se quedaría en el que había sido el dormitorio de su abuela cuando era niña, donde aún no se había hecho ningún arreglo. Aunque la habitación estaba limpia, el dosel de la cama estaba raído, el escritorio, que hacía juego con una coqueta, completamente arañado, y un espejo de pedestal rajado en una esquina.

Marti se acercó a la cama y se desplomó sobre el mullido colchón, olvidándose de la fachada que llevaba dos días presentándoles a sus hermanos; precisamente desde que se había inventado la historia de la inseminación artificial. Y cuando el destino la había lanzado de nuevo a Noah Perry en su camino, Marti había tenido que seguir disimulando.

—¿Es que no hay nadie más a quien fastidiar? —dijo a las fuerzas invisibles de la naturaleza que tal vez movieran los hilos de su vida en los últimos nueve meses.

Independientemente de la imagen que quisiera dar ante los demás, en el fondo, estaba destrozada. Había rezado para no tener que volver a vivir nada tan doloroso como la muerte de su prometido; pero las últimas semanas le habían demostrado que todo era posible.

¡Embarazada! ¡Para una locura que cometía en su vida… bien podría haberse librado!

Ella no había planeado irse a Denver aquel fin de semana de marzo y acostarse con un extraño. Se había ofrecido voluntaria para ir con el puesto de ferretería y maquinaria que Max Home llevaba a la exposición sólo para cambiar de aires unos días y olvidar los recuerdos constantes de Jack, que la sorprendían mirara donde mirara y fuera donde fuera. Quería descansar de las continuas muestras de cariño y lástima por parte de sus amistades y su familia; huir de la embarazosa posición de ser casi una viuda, pero sin serlo.

Su único deseo había sido pasar unos días sin que nadie se mostrara solícito con ella, sin que nadie estuviera pendiente de ella. Unos días sin tener que asegurarle a todo el mundo que se encontraba bien; unos días para estar con gente que ni la conocía a ella ni a Jack, ni lo que había pasado.

Y eso era exactamente lo que había encontrado: los tres días que había durado la feria se había sentido libre, como si le hubieran quitado un enorme peso de encima. Le había resultado más fácil soportar los momentos de angustia sin el mimo y la preocupación de los demás.

Entonces cayó en la cuenta de que el dolor había pasado de ser una constante a sorprenderla sólo de vez en cuando. Estaba pasando lo que Wyatt le había comentado, porque le había pasado también a él: los momentos de tranquilidad, los momentos en los que se sentía con fuerzas para seguir adelante, duraban cada vez más; afortunadamente, los momentos en los que el dolor la paralizaba eran cada vez menos frecuentes.

Y tenía que reconocer que ir a la Expo la había ayudado… Y también conocer a Noah Perry.

Se lo había encontrado en varias ocasiones en esos tres días. Entonces ni siquiera sabía su nombre; hasta esa noche que habían cenado juntos en la cafetería, sólo había sido una cara más en medio de miles de caras que pasaban por el puesto de Home Max o visitaban los expositores.

Y sin embargo allí estaba, embarazada de él. La idea la superó de nuevo, y Marti se quedó quieta en la cama, con los pies aún en el suelo y medio tumbada de lado.

Tenía su cara grabada en la mente. Era un hombre muy guapo; precisamente por eso se había fijado en él entre las cientos de personas que habían acudido a la feria.

Noah poseía una belleza agreste, un rostro de facciones bien definidas, de pómulos altos, nariz aguileña y mandíbula fuerte y prominente.

Pero lo que más le había llamado la atención había sido el pelo y los ojos. Tenía un pelo precioso, negro y ondulado; y aunque a ella nunca le había gustado que Jack lo llevara tan largo, a Noah le sentaba muy bien.

Y cómo olvidar el color de sus ojos, que eran del mismo color que el chocolate amargo; unos ojos brillantes y penetrantes, de mirada paciente. Ojos iluminados por la inteligencia, ojos que parecían ver más allá.

Ya había pensado que, si su hijo nacía con los ojos y el pelo de su padre, sería un bebé precioso…

Pero ella no se le había tirado encima y le había dicho «tómame, soy tuya» sólo porque fuera guapo; había sido una mezcla de cosas, incluidas dos o tres copas de más y una debilidad aparente por aquel chico tan apuesto de la feria.

Él se había comportado con normalidad, había sido gracioso con ella; y Marti se había sentido a gusto. Además, le había alegrado ser capaz de coquetear con alguien que no fuera Jack. Por eso, antes de volver a la realidad de Missoula, se había permitido el lujo de ir un poco más lejos, y se había sentado a comer un sándwich con él.

Y se lo había pasado tan bien con Noah que se había sentido un poco culpable por Jack, como si le hubiera sido infiel.

Pero como su hermano Ry, Jack siempre había sido una persona positiva, una persona a quien le gustaba disfrutar de la vida. Después de la muerte de la esposa de Wyatt, había dicho una y otra vez que los vivos tenían que seguir viviendo. Incluso había dicho que, si alguna vez le ocurría algo, quería que Marti volviera a vivir y no perdiera el tiempo llorándole.

Por supuesto, era mucho más fácil decirlo que hacerlo.

A lo mejor no habría pasado nada si esa noche no hubiera estado bebida; pero cuando el chico más guapo de la Expo la había invitado al bar del hotel a tomar algo, y ella había dudado entre si debía o no ir, las palabras de Jack la habían empujado a aceptar.

Así que había ido con él al hotel a tomar una copa y a pasar un rato agradable. Pero cuando terminó la música y el bar cerró, Marti no había querido que la noche terminara.

Eso era lo último que recordaba con claridad; el resto era un recuerdo difuso: los besos, su dormitorio, la cama, cuando se habían desnudado… Se había dejado llevar por el placer, por lo que había deseado en ese momento…

Al día siguiente había amanecido soleado. Sin los efectos del alcohol, Marti se había sentido mal por lo que había hecho; por eso se había vestido a toda prisa y se había marchado sin despertarlo.

No le había contado a nadie lo de esa noche en Denver. A medida que habían trascurrido las semanas, Marti lo contemplaba más como un episodio que la había ayudado a dar un paso más para olvidarse del dolor por la muerte de Jack. Poco a poco empezó a comprender que finalmente sería capaz de superar la gran pérdida y seguir viviendo sin él.

Luego había tenido la primera falta. En principio había pensado que era un simple retraso y que llegaría en cualquier momento; cuando había muerto Jack, se le había retrasado el periodo del disgusto.

Después de dos semanas de retraso, había ido a la farmacia para comprar un test de embarazo. Cuando le había dado positivo, había ido corriendo al médico con la esperanza de que fuera una falsa alarma.

Cuando el médico le había confirmado su estado, Marti había experimentado una mezcla de pánico y angustia. Pero cuando se había calmado un poco y lo había pensado, la idea de tener un hijo se le antojó como la prueba más real de que la vida seguía, de que tenía que dejar atrás el pasado y seguir adelante. Y por eso había decidido tener el bebé y no enfrentarse a su destino. Pensó en lo que podía hacer para buscar al hombre con quien se había acostado. No sabía nada de él, salvo que era constructor y del sudeste de Montana. Había pensado en hablar con la recepción del hotel para que le dieran su nombre y dirección. ¿Pero para qué?

No necesitaba ayuda económica. No tenía ni idea de quién era él en realidad ni de cuál podría ser su pasado, o si tenía o no familia. Tampoco sabía si acabaría metiendo la pata si se le ocurría buscarlo, ni de cómo respondería él. De modo que le había parecido mejor dejar las cosas como estaban, considerar que el niño era sólo suyo y tenerlo y criarlo sola; mejor que contárselo al guapo de la feria.

Así que había inventado la historia de la inseminación artificial. Y aunque no fuera cierta, se sentía a gusto con el mensaje que trasmitía: que había recuperado las riendas de su vida y estaba dispuesta a seguir adelante, aunque fuera de un modo tan poco convencional. Además, después de contárselo a sus hermanos y a algunas amistades como algo que había deseado y por lo que había luchado, casi había empezado a creérselo.

Pero cuando había visto al chico guapo esa tarde en el patio de la casa de su abuela… la verdad, ya no se sentía tranquila.

Se tumbó de espaldas, abrió los brazos y soltó un sentido gemido.

—¿Qué voy a hacer ahora? —se dijo en el silencio del cuarto.

No había respuesta adecuada.

Sabía que el hecho de volver a ver a Noah lo cambiaba todo; porque iba a tener que pensar qué hacer a partir de ese momento.

—Pero ahora no; mañana.

En ese momento estaba cansada, y sabía que sería mejor pensarlo al día siguiente, cuando hubiera descansado toda la noche.

¿Quién sabía? A lo mejor al día siguiente se levantaría más animada.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

EL sábado fue un día de locura, con los preparativos de última hora para la boda del domingo por la noche. Tuvieron que cambiar los muebles de sitio, decorar la casa, llevar comida, flores, mesas y sillas. Tenían el ensayo, la cena, y la presentación de la hermana y los cinco hermanos de Neily y sus respectivas esposas y novias a la familia de Wyatt.

Noah no trabajó ese sábado; y aunque él no formaba parte del cortejo nupcial, y por ello no lo habían incluido ni en el ensayo ni en la cena posterior, Marti pasó todo el sábado pensando en él. Sin embargo, no llegó a ninguna conclusión distinta a la del viernes; sólo que necesitaba investigar un poco antes de decidir qué hacer.

El domingo por la tarde, los invitados empezaron a llegar alrededor de las siete para asistir a la ceremonia.

Marti se había recogido el pelo, se había maquillado y se había puesto un vestido minifalda de color negro. Entonces se acercó a la ventana de su dormitorio del primer piso a esperar a que llegara Noah. Estaba muy nerviosa, y aspiró hondo varias veces, con el estómago encogido sólo de pensar en volver a verlo.

Noah llegó temprano porque era el encargado de llevar a su abuelo, que era el antiguo reverendo del pueblo y el que celebraría la ceremonia, ya que el otro reverendo estaba fuera de vacaciones. Mientras Noah ayudaba al anciano a llegar hasta la casa, Marti aprovechó para mirar bien al padre de su futuro bebé.

En la Expo, Noah había ido de sport, y ese viernes, cuando lo había vuelto a ver, iba vestido con ropa de trabajo. Para esa ocasión, Noah llevaba un traje azul marino, camisa azul intenso y corbata de un tono más oscuro. El traje le sentaba a la perfección, de tal modo que parecía el modelo de un anuncio de moda.

Como las otras veces, llevaba el pelo medio despeinado, compensando la sobriedad y elegancia de del traje de chaqueta. Estaba tan guapo que Marti no pudo quitarle la vista de encima.

Sin embargo, esa noche sólo quería averiguar más cosas de él. Era lo único que tenía claro después de dos noches sin dormir y un día entre medias sin dejar de darle vueltas al asunto. Iba a tomarse las cosas paso a paso, esperando poder llevarlo mejor así y llegar a la conclusión más razonable e inteligente para todos.

Cuando llegó el momento de la ceremonia, fue Ry quien convenció a Theresa, que sufría de agorafobia, para que bajara por la escalera de atrás a la cocina con Mary Pat, desde donde podría ver a Neily y a Wyatt dándose el sí, sin ver ni ser vista por ninguno de los invitados.

Como Wyatt quería que Marti y Ry fueran sus padrinos, como él decía, Neily a su vez había escogido a su hermana Mara y a su hermano mayor Cam para compensar. Marti, que estaba de pie junto a sus hermanos y de espaldas a la concurrencia, se preguntó si Noah Perry la estaría mirando como ella lo había mirado a él cuando había llegado con su abuelo. Sólo de pensarlo se le hizo un nudo en el estómago.

Su abuelo ofició una ceremonia sobria y elegante que sólo duró veinte minutos, y cuando terminó, Mary Pat subió a Theresa a su cuarto y empezó el banquete.

A partir de entonces Marti ya no tuvo ni ojos ni oídos para nadie salvo para Noah Perry, que la miraba discretamente mientras felicitaba a los novios.

Pero Noah no se le acercó, sino que se limitó a vigilarla, mientras la música empezaba a sonar y los invitados a mezclarse. E incluso cuando ella le sorprendió mirándola, él no intentó disimular; continuó mirándola y estudiándola, hasta que ella fingió que algo le llamaba la atención.

Pensó en acercarse y hablar con él, pero decidió ir a ver si su abuela estaba tranquila y a tranquilizarse de paso ella también.

La comida era un bufé, y cuando finalmente regresó Marti, la mayoría de los invitados estaban sentados comiendo. Sólo quedaban unos cuantos en la fila para servirse, y vio que Noah era el último.

Marti pensó que tal vez fuera ésa la mejor ocasión para hablar con él. Podría ponerse detrás de él, llenar el plato y saludarlo, aunque fuera con retraso, como había hecho con el resto de los invitados esa tarde. Y así, haciéndose la encontradiza, a lo mejor acabarían sentándose a comer juntos. Lo que ella quería era charlar de cualquier cosa para intentar averiguar más cosas de él antes de reconocer que el bebé era suyo.

¿Entonces, por qué de pronto se le habían paralizado las piernas? Estaba claro… ¡Tenía muchísimo miedo!

A lo mejor él no quería enterarse de lo del bebé. Marti se dijo que de haber sentido curiosidad se habría pasado por casa de su abuela a hablar con ella; incluso podría haberse acercado a ella después de la ceremonia.

También podría ser que fuera un poco torpe y ni siquiera se le hubiera ocurrido que el bebé fuera suyo. A lo mejor Noah Perry se había tragado también la historia de la inseminación artificial. En ese caso, tal vez ella podría seguir como había planeado, aunque sus caminos se hubieran vuelto a cruzar…

Pero cuando Noah llegó al final de la mesa, se dio la vuelta y se dirigió hacia ella nada más verla.

Marti pensó en dar media vuelta y refugiarse en el dormitorio de la abuela, y de hacer como si no lo hubiera visto.

En ese momento Noah la miró fijamente con sus preciosos ojos de mirada intensa. Pero Marti no salió huyendo, sino que aspiró hondo y se dispuso a actuar con naturalidad. Incluso consiguió sonreír un poco, aunque un repentino temblor de labios desbarató su sonrisa.

—Me he servido suficiente comida para los dos —dijo Noah cuando se acercó a ella, alzando ligeramente el plato—. Se me ocurrió que podríamos compartir.

Entonces, sin previo aviso, Noah se acercó a ella y le habló al oído, para que nadie más pudiera oírle:

—Si pudimos compartir una noche en Denver, creo que podríamos compartir un plato de comida, ¿no te parece?

Marti se estremeció de pánico sólo de pensar en lo de Denver.

—Es que no tengo mucha hambre…

—Siéntate conmigo de todos modos —respondió él, sin darle otra salida.

Marti dedujo que él sospechaba. Sin embargo, bien mirado, era una conversación que tenía pendiente, y afortunadamente Noah acababa de darle pie.

—¿Quieres sentarte en las escaleras? —le sugirió ella en tono vacilante.

—Claro —respondió Noah.

Como la mayoría de los invitados estaba en el salón, en la entrada había mucho menos ruido. Marti se dirigió a la escalera grande que subía al segundo piso y se sentó en el tercer escalón, y se pegó a la pared para que Noah pudiera sentarse también.

Noah se sentó de lado y apoyó la espalda contra el poste de la escalera. Entonces dejó el plato en el espacio que quedaba entre los dos. Le pasó uno de los dos tenedores que había llevado y una servilleta.

—He servido un poco de todo porque no sabía lo que te gusta —dijo él, mientras pinchaba con el tenedor una patata con mantequilla.

Mientras comía, volvió a observarla como llevaba haciendo toda la tarde; como si tratara de recordar.

Marti fingió entretenerse con el pedazo de tomate de la brocheta.

—¿Qué tal te encuentras hoy? —le preguntó él.

—Bien —respondió ella rápidamente—. Lo de ayer no fue más que un mareo. Pasé muchas horas en el coche sentada en la misma postura, y creo que me levanté muy deprisa…

Ésa era toda la información que debía darle, por eso cerró la boca antes de continuar.

—Hoy estoy bien —añadió, antes de meterse un tomate en la boca.

Noah continuó observándola, aunque ella ya se había callado.

—Así que estás embarazada, ¿no? —continuó Noah en tono conversacional.

Sospechaba claramente.

—Sí, estoy embarazada —confirmó entre mordisco y mordisco, como si fuera una bobada; pero no pensaba decir más, así que cambió de tema—. Así que Northbridge, ¿no?

Él esbozó una sonrisa de medio lado, dando a entender que se había percatado de su juego. A Marti le dio la impresión de que él le dejaría llevar las riendas de la conversación, de que no iba a presionarla. Y no lo hizo, sino que se limitó a responder a su pregunta.

—Sí, nacido y criado en Northbridge.

—Eso no me lo contaste en Denver. ¿No dijiste que eras de un pueblo pequeño al sudeste de Montana?

—Creo que sí. No pensé que lo conocerías. ¿Lo conocías?

—No había oído hablar de Northbridge hasta que la abuela no se vino aquí.

Noah miró hacia el piso superior.

—¿No has conseguido que baje esta noche?

—Se quedó en la cocina durante la ceremonia; ni siquiera Ry pudo convencerla para que hiciera más. Y si hay alguien capaz de convencerla de algo, es Ry. Dice que no puede ver a nadie aquí, que está demasiado avergonzada, y que nosotros no entendemos lo que eso significa.

Noah asintió y comió un poco de jamón, pasándole de nuevo la pelota.

Marti sabía que el tema de su abuela era un tema de conversación seguro, pero también que no le estaba sacando nada de la información personal que necesitaba. De modo que no continuó por ahí.

—¿El reverendo es tu abuelo?

—Sí —confirmó Noah—. Para bien o para mal.

—¿Por qué para bien o para mal?

—Es un hueso duro de roer; tan duro que hasta los de la familia le llamamos reverendo. No es ni compasivo, ni comprensivo, ni tolerante.

Marti se preguntó si se lo estaría diciendo por algo. Le molestaba pensar que pudiera implicar que le hacía falta ser tolerante, comprensivo y compasivo.

Pero también decidió que no le iría nada bien enfadarse, de modo que no comentó nada.

—¿Sólo has traído a tu abuelo esta noche?

—¿Y a quién más iba a traer? —preguntó Noah.

Marti se encogió de hombros.

—No sé, a lo mejor a tu esposa…

Noah sonrió, como dándole a entender que entendía su jugada; pero ella sólo pudo pensar en aquella sonrisa deslumbrante de dientes rectos y blancos, en el hoyuelo de cada mejilla. Su sonrisa le trasformaba, de tal modo Noah pasaba de guapo a impresionante. Marti se sintió más conmovida por esa sonrisa de lo que se había sentido nunca, ni siquiera con la sonrisa de Jack.

—¿Ahora me preguntas si estoy casado? —dijo él, cada vez más sonriente.

Ella sonrió algo avergonzada.

—Que yo sepa, tú tampoco me lo preguntaste —lo acusó ella.

—¿Lo estás?

—No. ¿Y tú?

—No —respondió él.

Marti sintió cierto alivio.

—¿Y no tienes novia, o pareja? —le preguntó.

—No. ¿Y tú?

Marti negó con la cabeza, mientras se metía un pedazo de pan en la boca. Entonces, Marti decidió indagar un poco más.

—¿Y tienes hijos?

Levantó la vista del plato y la miró a los ojos.

—No, tampoco tengo hijos —respondió él en tono grave.

A Marti le pareció que contenía una leve interrogación; aunque bien podría habérselo imaginado.

—Tengo un hermano y dos hermanas, por si te interesa saberlo, y tres primos; están sentados los tres junto a la chimenea —añadió, señalando el extremo opuesto de la sala donde había un grupo de personas sentadas a una de las mesas plegables.

—Allí están todos salvo mi hermana Kate. Está fuera, y no ha podido venir. Y mis padres, mi tía y mi tío ahora viven en Billings.

Se inclinó hacia ella para continuar en tono más confidencial.

—Yo también tengo una abuela a la que todos acabamos de conocer; se llama Celeste. Es un personaje famoso. Provocó un enorme escándalo cuando dejó al reverendo para largarse con un ladrón de bancos. ¿Ves una señora grande que está con Mara, la hermana de Neily? Ésa es mi abuela Celeste, y ésta es la primera vez en muchos años que el reverendo y ella han coincidido en un evento social. Así que, si de pronto se arma la gorda entre ellos esta noche, ya estás avisada.

Marti no pudo evitar sonreír; entonces se acordó de que Noah le había parecido una persona con mucho sentido del humor.

—Caramba, todas las familias tienen algún secreto en su pasado. Parece que no hay nada mejor que sacarlo todo a la luz.

—Yo soy un libro abierto —aseguró él mientras pinchaba un trozo de lechuga—. Pregúntame lo que quieras.

Marti partió otro pedazo de pan porque era lo único que no le sentaba mal al estómago. Los nervios le quitaban a uno el apetito. Charlando con Noah resultaba fácil recordar por qué le había parecido tan atractivo en Denver; pero seguía sin decidir lo que iba a hacer con respecto a él, y eso le ponía nerviosa.

—¿Te llevas bien con tu familia? —le preguntó ella, aprovechando su invitación a hacerle cualquier pregunta.

—La mayoría están ahí… ¿Qué más quieres? —bromeó.

—Conozco a gente que aparentemente se lleva bien con su familia, pero que en realidad no es así. Sólo porque viváis cerca…

—No sólo vivo cerca de ellos; me caen bien. Arriesgaría mi vida por cualquiera de ellos, y ellos harían lo mismo por mí —dijo con firmeza; entonces la miró fijamente—. La familia es muy importante para mí, Marti; muy importante.

Vaya…

Marti percibió el trasfondo en sus palabras y en su tono de voz, pero no estaba segura de estar preparada, en el caso de poder sincerarse con él. No sabía si debía contárselo, o de lo que ocurriría si lo hacía.

De pronto sintió deseos de dejarle muy claro que era su bebé; sólo suyo…

Pero antes de que Noah encontrara el modo de preguntárselo, su abuelo salió del salón y avanzó hacia ellos, golpeando en el suelo con su bastón de madera para que lo atendieran.

—¡Noah! —dijo el reverendo con voz estentórea, a pesar de su huesuda apariencia.

Noah miró a Marti un instante, antes de volverse hacia su abuelo.

—Reverendo —respondió, claramente fastidiado por la interrupción.

El hombre parecía ajeno a su fastidio.

—Estoy cansado. Llévame a casa.

—¿Puedes esperar un momento?

—¡No! —gritó el anciano—. ¡Me quiero ir ya!

Noah suspiró, sabiendo que el reverendo se saldría con la suya de todos modos.

—De acuerdo.

Noah se levantó y fue a buscar el abrigo de su abuelo que colgaba de un perchero del vestíbulo y le ayudó a ponérselo.

Marti observó sus manos fuertes y recordó las caricias sensuales de Noah.

Pero no era el momento de pensar en eso. Se dijo que debería alegrarse de que la aparición del reverendo le hubiera dado la oportunidad de poder reflexionar un poco más sobre su dilema.

Entonces se levantó para despedir a los dos hombres a la puerta.

—Gracias por una maravillosa ceremonia, reverendo —dijo educadamente al anciano, a pesar de la rudeza del hombre.

Él respondió con un gruñido entre dientes, mientras Noah abría la puerta para dejarle salir.

Noah no le siguió de inmediato, como Marti había pensado que haría, sino que se detuvo un momento a mirarla con sus ojos oscuros de mirada penetrante.

Entonces, en voz baja para que nadie más le oyera, Noah le preguntó:

—¿Es mío?

Marti sintió un pánico que le atenazó la garganta, mientras se le pasaban mil cosas por la cabeza.

Pero la única que se destacaba entre todas era que aunque no supiera mucho de aquel hombre, no era ningún estúpido.

—¿Lo es, Marti? ¿Es mío el bebé? —reiteró él, cuando su abuelo volvió a exigirle que lo llevara a casa.

Ojalá todo saliera bien, pensaba Marti.

—Sí —susurró ella, sin saber si estaba haciendo bien o no.

Noah bajó la vista un instante al vientre, antes de mirarla a los ojos de nuevo.

Entonces asintió levemente, antes de darse la vuelta y salir de la casa, detrás de su abuelo.

Capítulo 4

 

 

 

 

 

NOAH no apareció el lunes a trabajar. Tampoco llamó, ni envió ningún mensaje para decir que no fuera a ir. Tampoco respondió al mensaje que Wyatt le dejó en el buzón de voz cuando le llamó para preguntarle dónde estaba, antes de marchase con su esposa de luna de miel.

—No pasa nada. Yo me ocupo de ello. No es la primera vez que trato con constructores —les aseguró Marti a sus dos hermanos, para que Ry pudiera ponerse en camino a Missoula, también.

¿Pero se sentía así en el fondo?

Marti estaba aún más angustiada que antes; y no sabía por qué. ¿Y si Noah se hubiera asustado por lo del bebé? A lo mejor no quería volver a saber nada de ella ni de su embarazo, ni del niño cuando naciera. Pensó que antes de llegar allí no había tenido intención alguna de hacerle partícipe de ello, de modo que debería darle lo mismo que él se hubiera enterado al final. Todo seguía igual. El bebé seguía siendo suyo; ella quería tenerlo, criarlo, educarlo y quererlo; y si él no quería tener nada que ver, no pasaba nada.

Ningún problema; seguramente sería incluso mejor.

Sin embargo se sentía confusa cuando pensaba que él hubiera podido desaparecer por esa razón; y llegado el lunes por la tarde, sintió la necesidad de dejarlo todo y disfrutar de un momento de soledad.

Así que subió a su dormitorio, sintiendo sobre sus hombros el peso de todo lo que había averiguado en Northbridge. Se preguntó si sería capaz de hacer todo lo que le había asegurado a sus hermanos que podría hacer: tratar de aclarar el interrogante que rodeaba a Theresa, organizar la apertura de una nueva tienda de Home Max en la pequeña población de Northbridge y estar pendiente de la obra a cargo de Noah; a cargo del constructor que la había dejado embarazada y que de pronto desaparecía…

Cerró la puerta mientras se repetía que no importaba que Noah hubiera desaparecido. Al menos nadie más sabía que él era el padre de su hijo.

Y si se había ido a la cama la noche antes pensando en sus ojos y en su sonrisa cálida y pausada como una tarde de verano, por lo menos ya estaba segura de lo que le había pasado esa noche con Noah en Denver, aunque nada de eso tuviera relación con el presente.

Pero Noah no era Jack; éste se habría alegrado infinitamente de tener un bebé, se habría maravillado cada minuto de su embarazo y jamás la habría dejado colgada. Marti no debía olvidarse de eso.

Sin embargo ese día todo se le estaba haciendo todo muy cuesta arriba; y a pesar de la fachada de confianza e invulnerabilidad que había mostrado delante de sus hermanos, nada más lejos de lo que sentía en ese momento.

En ese momento sonó el teléfono, y Marti aguantó la respiración, aunque por otra parte le fastidiara ponerse nerviosa sólo de pensar que pudiera ser su sexy constructor.

Entonces se oyó la voz de Mary Pat.

—Marti, es para ti. Es Noah.

En ese momento los nubarrones se apartaron para dar paso a la luz del sol.

—Me llamará para decirme que no quiere saber nada del bebé —murmuró entre dientes.

Pero si ése era el caso, cuanto antes se enfrentara a la realidad, antes trataría de superar aquel nuevo giro del destino.

—Ahora bajo —le gritó a Mary Pat, mientras se apartaba de la puerta del dormitorio para salir.

Mientras bajaba las escaleras para contestar la llamada, se sintió esperanzada, aunque trató de ignorarlo de inmediato.

El corazón le decía que, tras su encanto y su bullente sensualidad, Noah era un buen tipo.

 

 

Marti llegó a la cafetería antes de la hora en que había quedado con Noah. Para eso la había llamado esa tarde; para pedirle que quedaran a tomar un café esa noche. No se había disculpado por no ir a trabajar, ni había dicho nada del bebé. En un tono muy serio, le había dicho que quería verla; y ella había accedido

No había podido cenar porque tenía el estómago encogido de los nervios; pero sí que se había dado otra ducha, se había lavado el pelo cuidadosamente y se había vestido con unos pantalones de lino marrones y un suéter beis. Se había recogido unos mechones del pelo con un clip y se había dejado el resto suelto, se había dado un poco de máscara de pestañas, un poco de colorete y finalmente se había pintado los labios para rematar el efecto. Después había tomado prestado el todoterreno de Wyatt para ir hasta Main Street, donde había quedado con Noah en un pequeño local que servía bebidas frías y calientes y canapés variados.

Allí estaba, intentando prepararse para lo que fuera que le deparara el destino; temiéndose lo peor.

No tuvo que esperar mucho, porque Noah llegó cinco minutos después de hacerlo ella. Marti estaba sentada de espaldas a la pared en una mesa de la esquina, y vio llegar a Noah por las lunas que formaban la fachada del local.

Al verlo le dio la impresión de que se había vestido cuidadosamente para la ocasión. Llevaba unos vaqueros oscuros y un suéter color tabaco sobre una camiseta blanca de cuello a caja. Se le notaba que se había afeitado un poco antes de salir.

Sin embargo, por muy guapo que estuviera, si había ido allí esa noche para decirle lo que ella se temía, era un imbécil.

Noah la vio nada más entrar en el local, y enseguida se acercó a ella.

—Hola —saludó con una sonrisa tensa e impersonal que dejó entrever su recelo.

—Hola —respondió ella en el mismo tono.

—Gracias por venir.

Marti asintió.

—¿Qué quieres tomar? —le preguntó mientras echaba una mirada hacia el mostrador—. ¿Puedes tomar café? Aunque no sé si te gusta el café.

Ni siquiera se conocían, pensaba Marti.