Felipe II y El Escorial - Teófilo Viñas Román - E-Book

Felipe II y El Escorial E-Book

Teófilo Viñas Román

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Se han escrito miles de páginas sobre Felipe II y su largo poder en buena parte de la Europa del siglo XVI. También sobre su monumento más querido, El Escorial, declarado Patrimonio de la Humanidad. ¿Por qué el rey ordenó su construcción, y quiso que sus restos permanecieran ante el tabernáculo de esa basílica? Según el autor, que vive en el mismo monasterio desde hace décadas, estas preguntas constituyen la clave de comprensión de este monumento. Si el visitante pretende no solo conocer el arte que allí se muestra, sino entender su origen y sus razones, estas páginas le ayudarán a acompañar al monarca en momentos cruciales de su reinado y a asomarse a sus sentimientos en una etapa clave de la historia de Occidente.

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Seitenzahl: 207

Veröffentlichungsjahr: 2023

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TEÓFILO VIÑAS ROMÁN

FELIPE II Y EL ESCORIAL

La fe de un monarca controvertido

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2023 byTeófilo Viñas Román

© 2023 by EDICIONES RIALP, S. A.

Manuel Uribe, 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6412-5

ISBN (edición digital): 978-84-321-6413-2

ISBN (edición bajo demanda): 978-84-321-6414-9

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

PRÓLOGO

PRESENTACIÓN

I. ¿POR QUÉ SE FUNDA EL MONASTERIO?

Carta de fundación

El Codicilo de Carlos V

Otros motivos y fines

II. LA FÁBRICA DE FELIPE II

El Monasterio de El Escorial y el rey Felipe II

Inicio de la visita

Feliz hallazgo del lugar para la construcción del Monasterio

La primera piedra del edificio

Dimensiones y partes del Monasterio

III. EL REY FELIPE II

Retrato de su personalidad

Felipe II y el “homo scurialensis”

El rey Felipe II en sus últimos meses de vida

Día 12 de septiembre de 1598

IV. EL MONASTERIO DE SAN LORENZO EL REAL DE EL ESCORIAL

En el vestíbulo de la entrada principal

El Monasterio de El Escorial habla sobre sí mismo

Un agradecido recuerdo que muestra las grandezas del Monasterio

V. UNA VISITA HISTÓRICO-ARTÍSTICA

Las cuatro fachadas del Monasterio

Ante la fachada de la Basílica

El Recinto Monástico

El Patio de los Evangelistas y las Salas Capitulares

La Antesacristía y la Sacristía

La Escalera Principal y el Claustro Alto

VI. LOS MORADORES DEL MONASTERIO

Gozos, sufrimientos y extinción de la Comunidad Jerónima

Otros moradores del monasterio

Los Agustinos Filipinos de Valladolid

Real Colegio de Alfonso XII y Real Colegio de Estudios Superiores de María Cristina

VII. LA REAL BASÍLICA

El interior de la basílica

La capilla mayor. El retablo y el tabernáculo

Los Entierros o Enterramientos Reales de la capilla mayor

Enterramientos reales de la Capilla Mayor

VIII. CONFESIÓN DE LA FE CATÓLICA

La presencia real de Cristo en la Eucaristía

Momentos eucarísticos vividos intensamente por Felipe II

La Sagrada Forma de la Sacristía

IX. LAS RELIQUIAS DE LOS SANTOS

Testimonio de san Agustín y otros testimonios anteriores y posteriores

El mayor Relicario de la Iglesia católica

Última traída de reliquias

X. LAS SAGRADAS IMÁGENES

Decreto del Concilio Tridentino

La Santísima Virgen María, san Lorenzo y san Jerónimo

Los numerosos cuadros-retablo de santos y santas de la basílica

XI. ÚLTIMO VIAJE DE FELIPE II AL MONASTERIO

«Durmió en el Señor»

La biblioteca principal. Libros importantes que pueblan sus estanterías

La Sala, las estanterías y las pinturas al fresco

La Biblioteca alta o de Manuscritos

EPÍLOGO

Los agustinos custodios del Real Monasterio de El Escorial

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Índice

Comenzar a leer

Notas

PRÓLOGO

DONDE ALGUNOS SOLAMENTE ven un culto desproporcionado a la Eucaristía y a los Santos en la religiosidad de Felipe II, Teófilo Viñas Román ha encontrado un amor apasionado.

Un amor que el monarca canalizó a través de la participación asidua en la celebración de la misa y en la adoración eucarística, así como en el acopio y cuidado de reliquias. Lo trasladó igualmente al embellecimiento de la basílica de El Escorial, soberbia depositaria de esculturas y cuadros de renombrados artistas, «centro axial de todo el edificio». Argumento capital en el libro es que el amor con que Felipe II vivió estos tres ámbitos de la fe y de la religiosidad —Eucaristía, reliquias e imágenes sagradas— encaja, sin forzar, en las directrices doctrinales y pastorales surgidas en Trento. Tres amores a los que Viñas Román incorpora, si bien desde otra perspectiva, la Regia Laurentina, la biblioteca que el rey puso en marcha.

Las páginas transcurren al ritmo de reflexiones hilvanadas por quien conoce bien la historia del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial y, por si eso no bastara, vive en él. Viñas Román lo recorre llevando al lector con una mano mientras pone la otra en la de José de Sigüenza. Este último —monje jerónimo, también en su día morador del complejo escurialense y testigo de su construcción— dio a la imprenta una descripción que desde comienzos del siglo xvii es recurso imprescindible en la materia. El autor sabe manejarla con tino para condimentar su texto.

Este libro, por tanto, no contiene únicamente un estudio monográfico sobre una de las facetas más llamativas de la poliédrica personalidad de Felipe II. No pocos de sus contenidos, en efecto, aprovechan mucho al visitante inquieto con lo estético y lo histórico, de por sí valioso. El mismo Viñas Román remata su original recorrido concluyendo que «ha tenido más de espiritual que de artístico, más de contemplación amorosa que de curiosa visión turística». En una treintena larga de páginas que alumbró en 2014, nuestro autor anticipó mucho de cuanto completa ahora1.

De allí retoma, entre otros, el asunto de la terminología que más conviene a los archiconocidos grupos escultóricos donde Carlos V y Felipe II —y sus respectivas acompañantes— aparecen de rodillas, ubicados a sendos lados del retablo mayor de la basílica. Lo hace, no tanto para ensalzar su innegable valor artístico, cuanto para seguir apuntalando el argumentario en favor de su identidad como auténticos enterramientos, no como cenotafios conmemorativos. Este equívoco, filtrado a través de algunas publicaciones desde la década de 1970, continúa reapareciendo con frecuencia más que tolerable para el puntilloso quehacer investigativo característico de Viñas Román. Que estos dos conjuntos de esculturas orantes sean enterramientos a todos los efectos se torna significativamente relevante para capturar la esencia del amor de Felipe II a la Eucaristía. Por ello, leemos que «la actitud y el gesto de sus rostros, tanto de Felipe II como de su padre Carlos V y, por supuesto, de las restantes figuras, hay que interpretarlos sencillamente como manifestación de su fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía», dogma católico que —como se sabe— fue insistentemente cuestionado durante los reinados de ambos monarcas por luteranos y otros.

Redactada con el estilo desenvuelto y emotivo tan propio de Viñas Román, la obra comparte con los catorce libros que la preceden y con un centenar de artículos la preocupación por respaldar documentalmente afirmaciones y razonamientos, exponiéndolos de manera ordenada en torno a un eje conceptual2: la vivencia de la práctica religiosa de Felipe II en El Escorial, casa y corte para él durante años, y en una época tan revulsiva para las Iglesias como fueron las primeras décadas de recepción del concilio ecuménico habido en Trento en plena madurez del monarca.

Poner las cosas en su sitio es tarea que padres y maestros enseñan en casa y en la escuela. Para el historiador, es ejercicio de honestidad académica, que Viñas Román aplica aquí con el apasionamiento que le caracteriza.

P. JAIME SEPULCRE SAMPER, OSA

Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial

PRESENTACIÓN

EN 2014 SE CUMPLÍAN LOS 450 años de la Primera Piedra del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial; con ello se me ofrecía la oportunidad para salir al paso de una falsa interpretación del significado de los Grupos Orantes que están ubicados en el presbiterio, a uno y otro lado de la Capilla Mayor de la Basílica. Y es que, en algunas guías turísticas, en publicaciones patrocinadas por el Patrimonio Nacional y en otras editoriales se aplicaba el término cenotafio para definir a los citados grupos. Por otra parte, en más de una ocasión, al pasar cerca de algún grupo de turistas he oído decir al guía, dirigiéndose a quienes le acompañaban: «Aquellos dos conjuntos escultóricos que ustedes están viendo a ambos lados del presbiterio son los cenotafios del emperador Carlos V y del rey Felipe II», sus respectivas esposas y otros miembros de sus familias.

No es realmente así. Un cenotafio es un monumento funerario que se dedica a una o más personas en agradecimiento por lo mucho y bueno que hicieron en vida, y cuyos restos no reposan bajo tal monumento; eso, precisamente, es lo que significa el término griego kenotaphos (sepulcro vacío). No se puede aplicar aquí dicho término puesto que, apenas unos pocos metros bajo cada Grupo, se encuentran los sepulcros con los restos de Carlos V, Felipe II y sus respectivas esposas y, un poco más atrás, los de otros miembros de ambas familias reales. Adelanto su interpretación: de rodillas y en actitud orante, estrechamente unidas a sus cercanos restos, las imágenes estarían prolongando su última confesión de fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía: «¡Señor! —estarían diciendo— nosotros creemos que estás realmente presente en la Sagrada Hostia que se guarda, expuesta, en el Tabernáculo».

Me dirijo así a quienes se empeñan en considerar cenotafios a los entierros, enterramientos reales o grupos orantes, pues expresan erróneamente lo que significa dicho término, puesto que, bajo ambos Grupos, existen unos sepulcros que “no están lejos”, “ni están vacíos”, pues contienen los restos de los dos matrimonios representados: el emperador Carlos V y su esposa, la emperatriz Isabel, y el rey Felipe II y su cuarta esposa, Ana.

Pensar de ese modo arrebataría a Felipe II y a Carlos V, su padre, lo que ambos buscaron expresar en sus imágenes: un gesto de fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, como respuesta a quienes lo consideraban un mero símbolo y, en consecuencia, destruían sagrarios y profanaban las formas consagradas, maltratando a quienes defendieran la Eucaristía, las reliquias o las imágenes. Por ese motivo, los tres objetos constituyeron las tres grandes pasiones de Felipe II.

Hace unos cincuenta años comenzó a usarse la palabra “cenotafio” en algunas publicaciones auspiciadas por el Patrimonio Nacional. Precisamente, con motivo de la celebración de los 450 años de la colocación de la Primera Piedra del Monasterio, me atreví a denunciar el error1. Custodios que somos los agustinos del edificio, y encargados del culto y de hacer llegar los valores religiosos y artísticos que ofrece el Real Monasterio de El Escorial a quienes nos lo requieran, ahí está el rico mensaje de fe que brota de cada piedra y, muy especialmente, de los grupos orantes.

Estos valores podrían considerarse entre los motivos inspiradores de la fundación del monasterio. Véase, en efecto, lo que nos dice Antonio Cervera de la Torre en relación a la construcción de edificios religiosos, y concretamente del monasterio que el mismo rey pensaba fundar:

Como consta de su fundación, quando los enemigos de Iesu Christo, en menosprecio de la Iglesia Católica, y de las santas reliquias, las abrasavan y assolavan los templos y las iglesias, menospreciavan las imágenes, destruyan los altares, quitaban las Alabanças Divinas y el culto santo del Sacramento del altar, entonces dize el buen Rey y Señor (Felipe II) con el profeta David: Aora, Señor, es tiempo de fabricaros templos, levantar altares, consagrar aras, pintar imágenes, venerar reliquias, y hacer sagrarios para honrar vuestros santos sacramentos… Adornava los templos, a unos con retablos, a otros con rexas de hierro, a otros con ricos ternos y lámparas2.

En este pasaje quedan indicadas “las tres grandes pasiones” de Felipe II, que quiso dejar bien patentes en la basílica del monasterio que pensaba fundar: la Eucaristía, semi-expuesta en el tabernáculo del retablo, las reliquias de los Santos en los dos relicarios ubicados en el testero oriental de cada nave lateral de la basílica y las santas imágenes —esculturas y pinturas—, dentro y fuera del templo. Casualmente, al mismo tiempo que el rey iniciaba su construcción, se clausuraba un Concilio en Trento que había condenado expresamente a quienes profanaban la Eucaristía, quemaban las reliquias de los santos y destruían o retiraban las santas imágenes de todas las iglesias.

Desde el primer momento, se había decidido que la basílica fuese un lugar en que se tributase un culto especial a la Eucaristía, no sólo con la celebración de la misa sino con la adoración de las formas consagradas en una perenne semi-exposición en el Tabernáculo que presidiría el retablo de la Capilla Mayor.

Quería Felipe II, además, que el templo albergase el relicario más grande del mundo (llegó a almacenar 7420 reliquias). Y en cuanto a las imágenes sagradas, ahí están las quince esculturas de bronce dorado a fuego, los ocho cuadros del retablo y los cuarenta óleos que presiden otros tantos altares del templo. A todo ello hay que añadir las numerosas obras pictóricas que adornan muchas de las estancias y claustros del monasterio.

Finalmente, cabría hablar de una cuarta pasión; la Biblioteca. De hecho, Felipe II no podía concebir un monasterio sin una “librería”. El lugar escogido para su ubicación nos habla ya de su importancia y de su preeminencia: en el centro mismo de la fachada principal y sobre el zaguán de entrada del edificio; precisamente, una prueba de amor por parte del rey fue el regalo de su propia biblioteca, con sus cuatro mil volúmenes. Amigo visitante, si ya estás en el umbral de la entrada al monasterio, un cartel, a tu derecha, te dirá justamente que estás bajo esa Biblioteca, indicándote la subida a ella. Comprobarás que, después de la basílica, se trata de una de las salas más importantes del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Se hablará de ella en su debido lugar.

Vaya, en todo caso, una breve referencia inicial: además de la ciencia que se almacena en sus volúmenes, la Biblioteca Real guarda también numerosas joyas de un valor incalculable. El hecho de que, para entrar en el monasterio, tengamos que cruzar bajo ese valiosísimo depósito ordenado de libros que se alza sobre nuestras cabezas, invita a tomar conciencia de que sólo llegaremos a entender lo que es este monasterio cuando conozcamos bien las numerosas joyas bibliográficas que se guardan en sus estantes. Basta citar el Códice Emilianense, el CódiceAlbeldelse, las Cantigas de Santa María, el Libro de Oro, el Devocionario de Isabel la Católica, el Breviario del emperador Carlos V, y los Manuscritosoriginales de santa Teresa de Jesús…

Desde mi celda, Claustro Principal Alto, n.º 14

I. ¿POR QUÉ SE FUNDA EL MONASTERIO?

LOS MOTIVOS PRINCIPALES de la fundación figuran en dos importantes documentos: la Carta de fundación, labrada por el propio Felipe II, y el Codicilo del emperador Carlos V.

CARTA DE FUNDACIÓN

Reconosciendo los muchos y grandes beneficios que de Dios Nuestro Señor habemos rescebido y cada día rescebimos y cuanto Él ha sido servido de encaminar y guiar los nuestros hechos, e los nuestros negocios a su santo servicio, e de sostener y mantener estos nuestros Reinos en su sancta Fe y Religión, y en paz y en justicia, entendiendo con esto cuánto sea delante de Dios pía y agradable obra y grato testimonio de los dichos beneficios, el edificar y fundar iglesias y monasterios donde su sancto nombre se bendice y alaba y su sancta Fee con la doctrina y exemplo de los religiosos siervos de Dios se conserva y aumente, y para que ansimismo se ruegue e interceda Dios Nuestro Señor por Nos e por los Reyes nuestros antecesores y subcesores e por el bien de nuestras ánimas e la conservación de nuestro Estado Real, teniendo ansimismo fin e consideración a que el Emperador y Rey, mi señor e padre, después que renunció en mí estos sus reinos…

En el codicilo que últimamente hizo nos cometió y remitió lo que tocaba a su sepultura, y al lugar y parte donde su cuerpo y el de la Emperatriz y Reina, mi señora y madre, habían ser puestos y colocados, siendo justa cosa y decente que sus cuerpos sean muy honorablemente sepultados e por sus ánimas se hagan e digan continuas oraciones, sacrificios conmemoraciones e memorias, e porque otrosí Nos habemos determinado cuando Dios Nuestro Señor fuese servido de Nos llevar para Sí que nuestro cuerpo sea sepultado en la mesma parte y lugar…

Por las cuales consideraciones fundamos y edificamos el Monasterio de Sanct Lorenzo el Real cerca de la villa del Escorial… E demás de esto: habemos acordado instituir y fundar que se enseñen y lean las Artes y Sancta Teología…Todas las cuales obras esperamos en Dios sean para su sancto servicio e de que se conseguirá e resultará mucho fructo e beneficio al pueblo cristiano y a nuestras ánimas y de los dichos Reyes, nuestros antecesores y subcesores1.

EL CODICILO DE CARLOS V

Por lo que respecta al Codicilo labrado por Carlos V, hay que añadir que, dictado dos semanas antes de su muerte, acaecida el día 9 de septiembre de 1558, tras recordar que había manifestado en su Testamento la voluntad de ser enterrado en Granada junto a su esposa, la emperatriz Isabel, el emperador manifestaba en este documento su deseo de ser enterrado en el monasterio de Yuste. O que, en todo caso, su hijo Felipe II «haga y ordene sobre ello lo que le parecerá, con tanto que de cualquier manera que sea, el cuerpo de la Emperatriz y el mío estén juntos conforme a lo que ambos acordamos en su vida»2.

Lo que sí se puede afirmar ya es que, en virtud de esta disposición, una de las finalidades de la fundación del monasterio era que en él se hiciese un panteón no sólo para el que iba a ser su fundador, el rey Felipe II, sino también para sus padres.

Carlos V, detalle del grupo escultórico (Pompeyo Leoni). © Antonio Iturbe Saíz

OTROS MOTIVOS Y FINES

A pesar de la claridad con que el fundador habló e hizo realidad este justo y nobilísimo proyecto, durante más de cuatro siglos ha habido un empeño en buscar “otros motivos y fines” que justificaran otras interpretaciones, más caprichosas que objetivas, que eliminaran o redujeran las intenciones religiosas que son, juntamente con la primera, las más importantes y definitivas. En este sentido, entre las numerosas obras consultadas, una de las más logradas es la de Cornelia von der Osten Sacken; ella se ha adentrado con acierto en la dimensión religiosa y cultural, de tal modo que los investigadores más exigentes no dudan en tener muy en cuenta sus juicios.

El capítulo II de su obra, titulado “El Escorial como lugar de protección y defensa de los contenidos de la fe y de las formas de culto católico atacados por el protestantismo”, ofrece una interpretación basada en un sencillísimo análisis de los hechos, tal como los ven sus protagonistas. El primero y más importante es el propio rey Felipe II, para quien el edificio que pretende construir tendrá como fin, junto con la construcción del panteón familiar, «la alabanza a Dios y la conservación y propaganda de su santa fe a través de la enseñanza y el ejemplo piadoso de los monjes, como siervos de Dios». «Esto —subraya Cornelia Osten Sacken— no sólo significa la formación de combatientes al servicio de Dios y encaminada a una propaganda fide orientada al exterior, sino igualmente a la conservación y la exaltación de los contenidos tradicionales de la fe de la Iglesia Católica»3.

Nos encontramos, incluso, con otras motivaciones que, a primera vista, no encajarían en la visión religiosa que ella (Cornelia) tenía del rey; en todo caso, no hay duda alguna de que pueden entrar como fines secundarios. Un ejemplo es la victoria sobre los franceses en San Quintín, que aparece como uno de los motivos de la fundación del monasterio. Véase, sin embargo, que el motivo propiamente es un agradecimiento por lo que el rey considera un “don de Dios”, obtenido por intercesión del santo mártir, Lorenzo, del que Felipe II ya era devoto desde mucho antes. El pasaje figura en una carta dirigida por Felipe II al padre general de la Orden de los Jerónimos, a quienes quería entregar la custodia del monasterio que iba a construir; en ella le expone su proyecto y le pide ya su aceptación:

Reverendo y devoto padre General: Sabed que en reconocimiento de la victoria que Nuestro Señor fue servido de darme el día de San Lorenzo del año pasado de mil y quinientos y cincuenta y siete, tengo determinado de edificar y dotar un Monasterio, adonde se hagan continuas gracias por ella y sacrificios y oraciones por las ánimas del Emperador y Emperatriz mis señores padres (que hayan santa gloria) y la mía; y porque le plega por su misericordia guiar y enderezar todas mis cosas como haya de ser más servido, y los Reinos y Estados que me ha encomendado mejor gobernados; y dar el dicho Monasterio, cuya vocación ha de ser San Lorenzo, a la Orden del señor san Jerónimo, a quien siempre he tenido particular devoción.

Y por la confianza que hemos tenido de vuestra persona os hemos querido encargar y encomendar que en este Capítulo General de la dicha Orden, que ahora se ha de celebrar, propongáis esta mi intención, y roguéis de mi parte al dicho Capítulo huelgue de recibir en vuestra Orden al dicho Monasterio… Dios mediante, y lo dotaré decentemente; y tenéis cuidado de avisarme de la diligencia que hiciereis y de lo que el Capítulo determinare o proveyere, o vos en persona vernéis a hacerlo, que en ello nos ternemos de vos por bien servido. De Madrid, a dieciséis de abril de mil quinientos y sesenta y uno4.

Aunque Felipe II no tenía todavía una imagen clara del monasterio, cuya construcción se iniciaría dos años más tarde, el edificio debía responder plenamente a lo que le dice ahora en la carta al Padre General de la Orden de San Jerónimo. La circunstancia de que la iniciativa de su construcción se deba a una promesa de agradecimiento y alabanza a Dios por la victoria obtenida en San Quintín el día 10 de agosto, fiesta de san Lorenzo, se podría considerar como un motivo más para dedicárselo al Santo, del cual había sido y era especialmente devoto.

Por lo mismo, ni siquiera habría que extrañarse de que pudieran concurrir otros motivos para que Felipe II llevase a cabo la fundación. Al fin, en la mente del rey bullían estas ideas sobre lo que debía ser el monasterio: templo, casa de oración, defensa de la fe católica, panteón y palacio; y todo ello tuvo cumplida respuesta en el edificio que hasta el día de hoy ha cumplido algo más de cuatro siglos y medio. A este propósito, nos dirá Agustín Bustamante García:

Por su profundo carácter cristiano, tanto en su origen como en su finalidad, lo que ya queda expresado claramente en la Carta de Fundación y Datación de 1567, El Escorial no sólo es la Octava, sino la Única Maravilla, pues tiene un fin santo. San Lorenzo el Real ha de ser un lugar de permanente alabanza a Dios; por supuesto, el Dios católico; lo que le convierte en un baluarte contra el protestantismo: por respeto a la tradición, por el retorno a las costumbres primitivas, por el apoyo a la vida monástica, por el fasto del rito, por la veneración de las reliquias, a los Santos y a las imágenes, por el acatamiento sin reservas a los decretos del Concilio de Trento… La Octava Maravilla, al convertirse en única, se metamorfoseaba, no en el templo de Salomón, sino en el Castillo de la Fe contra la Herejía5.

El P. José de Sigüenza.

II. LA FÁBRICA DE FELIPE II6

Felipe II, detalle del grupo escultórico (Pompeyo Leoni). © Antonio Iturbe Saíz

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