Figuras del pensamiento - Michel Serres - E-Book

Figuras del pensamiento E-Book

Michel Serres

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Beschreibung

¿Pero quién es este zurdo que cojea? ¿Y si fuera el mismo Michel Serres? En este libro Michel Serres lleva a cabo el balance del trabajo de toda una vida. A sus 84 años escribe un libro sobre la invención y sobre el ingenio humano. Serres repasa en estas páginas las principales Figuras del pensamiento y nos muestra cómo han influido en su obra filósofos como Nietzsche o Sócrates. Michel Serres nos describe la forma en que ha creado sus libros desde los comienzos con Hermes, hasta su más reciente Pulgarcita, pasando por sus obras Atlas, el Tercero Instruido y el Parásito. A través de los personajes y los objetos propios de sus obras consiguen encarnar a las principales Figuras del pensamiento. En este libro, Michel Serres reflexiona sobre lo digital y lo humano, sobre sus límites y su esencia. Figuras del pensamiento es una síntesis antropológica, histórica y científica que busca hilos de conexión entre el presente y el futuro de la humanidad pero siempre desde las obras o el pensamiento de Michel Serres.

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Título original en francés: Le gaucher boiteux, de Michel Serres

© Éditions Le Pommier, 2015

© De la traducción: Alfonso Diez, 2015

Corrección: Marta Beltrán Bahón

De la imagen de cubierta: © Manuel Cohen, 2013

Diseño de cubierta: Juan Pablo Venditti

Primera edición: octubre 2015, Barcelona

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Editorial Gedisa, S.A.

Avenida del Tibidabo, 12 (3º)

08022 Barcelona, España

Tel. (+34) 93 253 09 04

Correo electrónico: [email protected]

http://www.gedisa.com

Preimpresión: Editor Service, S.L.

Diagonal 299, entresuelo 1ª

Tel. 93 457 50 65

08013 Barcelona

www.editorservice.net

eISBN: 978-84-9784-983-8

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o cualquier otro idioma.

Índice

Pensar, inventar

Tiempo

Las cosas del mundo

Cuatro reglas universales

Información, novedad

Seres vivos, ídolos, ideas

Figuras de flora y de fauna

Transformaciones

Los fetiches

Imitar o cambiarse

El ego de este cogito

Pensar construyéndose

Un árbol de conocimiento

¿Idea o figura?

Un ejemplo de este proceso: el volcán griego

Destellos de la belleza

El cuerpo inventivo

Las edades del cuerpo

La duración del pensamiento

La historia o el olvido

Emergencia de personajes anunciadores

Emergencia: descubrimiento

Emergencia: el agua convertida en vino

Emergencia: encarnación

Figuras y movimientos

Explosión de mil personajes

La filosofía produce personajes

El pastor conductor de multiplicidades fluctuantes

Multiplicidades

Primeras figuras suaves

Mensajeros

De vuelta al Gran Relato

Otros personajes

Doble peso de la figura

¿Apertura política?

Enviar o externalizar

Ángeles mensajeros

Ego nuevamente del nuevo cogito

Mis tres vueltas al mundo

Partidas

Máquinas simples y máquinas de fuego

Saint Denis decapitado

Pensar, inventar

Los personajes emergen al final del análisis

Cogito, cogitamus

Pensar, inventar, o sea producir

Interferencias

Retorno a los fetiches

El zurdo cojo

Sus desviaciones del equilibrio producen movimiento

El esquema correspondiente

La declinación

Modelo general

Los mejores modelos

Pensar o pesar

Nuestra debilidad esencial

Quiasma, rotura de simetría

Un elogio de la distracción

Ser en el mundo

Invención bajo X: cuerpo y alma

La red

Banalidades

El sexto sentido, la propiocepción

La más antigua de las metamorfosis

Sustancia y sustitución

Ahora, enviados

Serendipidad contra método

Ambo: variaciones en torno al punto vernal

La rama de los confluyentes

La confusión demostrada

Templo y tienda

Catedral

Un rodeo por México

El paso de la temporalidad

Novedades

Espacios y campos

Travesías

El fetiche atraviesa varias regiones

De la filosofía como travesía

Análisis trivial

Una ley de los tres estados

El enviador y el enviado

Dualidad de la decisión

De la marina al gobierno y a la teología

Navío y gobierno

El enviado, el extraviado o el golfo

Las preposiciones indexan las geodésicas de la Pantopía

Entre

La Tempestad de Giorgione

El espacio del pensamiento se sitúa entre

Carpaccio, Santa Conversación

Esto no es un decorado

Rivales de Goya

Espacio de comunicación: energía, topología

Primero, cosas

Dinero y cuasi-objetos

Utopía del estadio: el balón

Química de la catálisis

Seres vivos

Los humanos

Ciencias cognitivas primitivas

Para ver el saber

Invención de la piedra filosofal

Medio-lugar y medio

Anaximandro y el espacio indefinido

Las matemáticas

Física y química

Los vuelos habitados

El mensajero se convierte en el mensaje

Cuerpo

Da capo: una fábula al revés

Vacilación entre presencial y virtual

Anunciación, Visitación, bodas de Canaán

Religión

Serres

Serres

Topología abierta-cerrada de este espacio

Puertas, poros, collados, puentes, puertos

De amor y de odio

Habitar, todavía

El amor, de nuevo

Potencias

Preposiciones

¡Eureka!

Elogio de lo virtual

El cuadrado de los modos: de lo suave y de lo virtual

La virtud de lo virtual

Pequeño relato de la mano: cómo le advino lo suave

¿Cómo le adviene lo suave a la boca y al cuerpo?

No definir la vida

Dos personajes posibles

Revancha de lo virtual

La moraleja de la historia

El impotente

¿Qué es la literatura?

El retorno del Tercero Instruido

Capital

Los instrumentos de música capitalizan posibles

¿Qué es un artefacto?

Progreso: de una finalidad restringida a finalidades generalizadas

Avatares de los artefactos

Apertura de las finalidades

Resumen en tres estados

Lo posible como capital

Y he aquí el capital

La caverna que chorrea de luz

La noche de las luces y de las multiplicidades

De revoluciones por rotaciones a un universo en expansión

Materia y espejos

Elogio de lo actual

Fin de la Revolución industrial

Fin de las edades duras

Consecuencias culturales

Profesiones

De la libertad banal

Condiciones suaves del pensamiento

Paz

Anonimatos suaves

Omnes in unum: ciencias suaves y duras

Fábula del abeto y el arce globoso

Hermes y la paz

La distribución mata la concentración

Efectos sociopolíticos: el fin de la torre Eiffel

Las Pulgarcitas atropellan a los augustos

Individuos invisibles en masa

El precio del jefe

Espacios todavía

Variación formal sobre esta cuestión

Utopía

Sociología suave

Segunda inversión de este libro

Pérdida de puntos de referencia

Variación erudita sobre esta cuestión

Otro pastor: una ética individual

La invisibilidad para cada uno

De la moral al derecho: otra selva

Esto disolverá aquello

La fluidez

Vuelo de pájaros

Viejo elogio de los sólidos

Esto disolverá aquello

Dedicatoria

Proyecto de una filosofía de la historia

«El relámpago gobierna el Universo».

Heráclito

«El tiempo es un niño que se divierte jugando a los dados. Al niño, la realeza».

Heráclito

Pensar, inventar

Pensar quiere decir inventar. Todo lo demás —citas, notas a pie de página, índices, referencias, copiar y pegar, bibliografía de las fuentes, comentarios...— se puede considerar preparación, pero enseguida cae en la repetición, el plagio y la servidumbre. Imitar, de entrada, para formarse, no tiene nada de deshonroso, pues es preciso aprender. Luego, más vale olvidar esta férula, este formato, para, aliviado, innovar.

Pensar encuentra. Un pensador es un juglar, un trovador. Imitar repite y este reflejo vuelve. Descubrir no sucede a menudo. El pensamiento, lo escaso.

Tiempo

Las cosas del mundo

A medida que se aleja del Big Bang, el Gran Relato del Universo relata, precisamente, la aparición de fenómenos nuevos, raros, imprevisibles, como, al principio, las interacciones y la masa; el propio mundo empieza como un acontecimiento de una rareza incalculable. Luego no deja de estallar en contingencias inventivas. Y emergen cuerpos que aumentan de peso y cuya figura se torna compleja. En los inicios aparecen el hidrógeno, el helio, el carbono, el nitrógeno y el oxígeno, con propiedades diversas, y entre ellos se hallarán, más tarde, los principios de la vida. Hay sobreabundancia de estos elementos innovadores. En la hoguera de las galaxias y de las mil nubes dispares y ardientes nacen el hierro, el manganeso, el aluminio... Se despliega poco a poco la serie de los elementos. Siguiendo este Relato —y de acuerdo con la tabla de Mendeleïev, sin embargo periódica— no se pueden deducir de una ley simple las propiedades sucesivas de los cuerpos emergentes, ni la figura que adquieren, en cada caso, la disposición y el movimiento, a menudo estocástico, de las partículas. Cada uno es novedad, brota dibujando un esquema corpuscular inédito, sí, se bifurca bruscamente. Con verdaderos golpes de efecto, el Gran Relato cuenta estos fenómenos contingentes, apariciones de elementos, producciones de figuras: invenciones.

Más adelante, por alianza de estos cuerpos simples, millones de combinaciones harán surgir numerosas moléculas distintas, cuyas fórmulas configurarán una topología exquisita y fuertemente diferenciada: ADN-doble hélice o fulereno-carbón redondo. Emergentes, sus propiedades no son, tampoco, previsibles.

El Gran Relato sigue narrando entonces estas novedades, estas contingencias inesperadas, estas bifurcaciones inéditas, surgidas en y del Universo: masas, interacciones, cuerpos simples, moléculas, galaxias, estrellas, planetas... Una vez más, estalla en invenciones.

¿Qué es entonces, en lo que a nosotros se refiere, pensar? Pensar exige vivir y seguir estas apariciones, estos fenómenos, estas figuras, sumergirse osadamente en el movimiento que las suscita. En cuanto novedades, estos cuerpos simples, estos objetos celestes, estas moléculas de conformaciones deliciosamente plegadas, aparecen como síntesis. ¿Nosotros también pensamos así?

Otra imagen más antigua, usual desde Kant: el ejemplo de la Tierra, el Sol y su movimiento recíproco, ptolemaico o copernicano —no importa—, evoca ahora fenómenos demasiado estables para el lugar que ocupan, demasiado repetitivos en las rotaciones o demasiado recientes en la edad de los astros, dudo si decir demasiado fríos, para figurar de un modo preciso el conocimiento y el pensamiento, que no son, precisamente, sino emergencias infrecuentes y que brotan como llamaradas. ¿Y qué decir, en este caso, del narcisismo cuya jactancia exhibe el sujeto humano ocupando el lugar del Sol? ¡Paranoico, este Yo-Sol! ¿Y qué decir, recíprocamente, del desprecio que arroja a todo objeto del mundo al lugar y la función de un planeta, un satélite, más o menos enfriados? No. Sustituyamos esta imagen, estable, helada, de un orgullo infantil, por la formidable inventividad del Universo en expansión.

¿Yo pienso, luego yo lo imito? No, más bien me sumerjo en su Relato, cuyo poderoso dinamismo me muestra, paso a paso, cómo inventar.

Partamos, pues, de las cosas del mundo; helas aquí.

Cuatro reglas universales

Bacteria, seta, ballena, secoya: no conocemos ser viviente del que podamos decir que no emite información, no la recibe, no la almacena ni la trata. Cuatro reglas tan universales, que estaríamos tentados de pedirles a ellas la definición de la vida. Imposible, sin embargo, por los siguientes contraejemplos. Cristal, en efecto, roca, mar, planeta, estrella, galaxia: tampoco conocemos cosa inerte de la que podamos decir que no emite información, no la recibe, no la almacene ni la trate. Cuatro reglas universales tan uniformes que estaríamos tentados de pedirles la definición de toda cosa del mundo. Imposible, sin embargo, por los contraejemplos siguientes. Individuo, en efecto, familia, granja, pueblo, metrópolis, nación: no conocemos ningún humano, solo o en grupo, del que podamos decir que no emite información, no la recibe, no la almacena ni la trata.

Este libro quiere describir figuras del pensamiento y así va a hacerlo. Para llevarlo a cabo, atraviesa en primer lugar el Gran Relato de las cosas, de los seres vivos y de los hombres, luego las cuatro reglas de la información, definida ella misma por la escasez, reglas que sostienen su proyecto o justifican también sus desarrollos. Así nosotros, los humanos, no somos tan excepcionales. La información circula en y entre la totalidad de los existentes, universalmente.

Y ahora, ¿qué es pensar sino, como mínimo, efectuar estas cuatro operaciones: recibir, emitir, almacenar, tratar información? ¿Como todos los existentes? Ciertamente, no sabemos que pensamos como el mundo porque vivimos separados de él —en apariencia, sin duda— por un espesor temporal colosal, de cientos de miles o millones de años. Ciertamente, no sabemos que pensamos como los seres vivos porque vivimos separados de ellos por un espesor temporal colosal, de millones o miles de años.

Si pensar quiere decir inventar, ¿qué supone entonces? Emitir informaciones cada vez más escasas, cada vez más controladas en su emisión, cada vez más independientes de la recepción, el almacenamiento y el tratamiento, cada vez más distanciadas de su equilibrio, contingentes, ramificadas, zurdas, cojas. Y de nuevo, sumergirse en las bifurcaciones, las ramificaciones del Gran Relato o de la evolución.

«El relámpago gobierna el Universo»: el destello de Heráclito ilumina el timón cuya inclinación indica las direcciones sucesivas en las que avanza, en cada época, el Gran Relato. Así como el rayo se bifurca, saturado de información inventiva, ramificada, el pensamiento se inclina.

Información, novedad

Común a todo aquello que tiene la suerte de existir, esta información no tiene nada en común con lo que designamos con este nombre, aquello con que los canales de los medios de comunicación nos drogan a diario; esto último se reduce a menudo a repeticiones monótonas hasta la náusea —anuncios de cadáveres, catástrofes de poder y de muertes, mentiras conocidas, puesto que las guerras y violencias ocupan hoy en día el último lugar entre las causas de mortalidad mundial. Por el contrario, proporcional a la escasez, la información de la que hablo la define Léon Brillouin como inversa a la entropía, de acuerdo con una característica de las altas energías: neguentropía.

En el momento mismo en que culmina la revolución industrial, basada en la ciencia termodinámica, la era suave1 la sustituye por un concepto surgido de la misma ciencia, pero que contradice la entropía. Así como ésta, en efecto, reina sobre lo duro, la información equivale a lo que yo traduzco como suave. Por era suave entiendo una época en la que al fin se comprende que las cuatro reglas que acabo de enunciar rigen, y ello desde siempre, y sin duda para siempre, todo aquello que, contingente, tiene la escasa suerte de existir. Esta información circula en el mundo de las cosas y entre los seres vivos tanto como entre nosotros y, constituyendo el fondo del pensamiento, justifica las líneas precedentes, en las que el pensamiento trata de abrazar las novedades del Universo y de la evolución o adaptarse a ellas.

La información en el sentido de todos los días contradice en varias cosas, por tanto, a la información que acabo de mencionar: en ella la repetición se opone a la escasez, como lo idéntico a lo nuevo y la muerte a la vida. En el sentido de la teoría de la información, la de los media aporta entonces, las más de las veces, una información nula. Inversamente, pensar significa inventar: atrapar lo escaso, descubrir el secreto de lo que tiene una suerte inmensa e infrecuente, contingente, de existir o de nacer mañana —natura, la naturaleza, designa lo que va a nacer—. Tal secreto —¿el motor del Gran Relato?— permite comprender que inventar o descubrir exigen un mismo esfuerzo para un mismo resultado, ya que todo lo que existe, contingente, comporta para emerger una cantidad dada de escasez, es decir, de novedad.

Seres vivos, ídolos, ideas

Retomemos el Gran Relato en el tiempo. Desde el inicio de los seres vivos, más de diez mil millones de años más tarde, nada permitiría suponer que cierta molécula se duplicaría. Después, durante la evolución, cuando aparece una nueva especie, emerge de los azares de la mutación y de las constricciones del medio. La mutación supone otra lectura de un mensaje —¿una falta?—, como si el lector, zurdo, o el transcriptor, cojo, hubiera bizqueado un instante. Luego la selección elimina al mutante o acoge favorablemente la monstruosa promesa: ambas operaciones tratan bifurcaciones inesperadas. Comprendemos bastante bien cómo y por qué emerge una nueva especie, pero no podemos prever el tiempo ni la forma de su aparición, como tampoco la de los cuerpos simples y las moléculas de hace un momento. Contingente y nueva, monstruo promisorio y por lo tanto saturado de información, esta respuesta al entorno pronto creará, a su vez, otra respuesta debido a su presencia y sus actos; ese organismo imprevisto, digo, sintetiza por sí solo el conjunto de las respuestas parciales —y sus vínculos— requeridos para sobrevivir. No es que sea inanalizable, pero ¿qué análisis hubiera podido predecir su advenimiento, su acontecer, sus propiedades, rendimientos y capacidades? Tal especie nada, la otra repta, la nueva vuela.

Dicho de otra manera, la vida evolutiva opera mediante emergencias, mediante síntesis inesperadas. Como el Gran Relato, estalla en invenciones. Produce figuras. Esta última frase constituye casi una tautología, porque, para la etimología y para la lengua, el término figura expresa precisamente la fabricación, la producción venidera. Como el cosmos con su expansión, la evolución puede pasar por ser una fábrica de novedades. Así ella, como él, nos instruye. Voy a decir cómo.

Figuras de flora y de fauna

Figura sintética lograda de la adaptación al medio, cada especie, cada bestia, nos enseña su espacialidad: la víbora y el chimpancé escalan los árboles mejor que los mejores escaladores; buzo excepcional, el castor talla la madera de árbol como un carpintero sin par; oruga y tarántula tejen más fino y más sólido que diez tapiceros; cantemos las hazañas del gusano de seda; el roble resiste al frío y el junco se dobla bajo el viento... síntesis en sí misma, cada especie, cada planta o cada bestia se convierte en maestra en un mundo saturado de expertos, en una especie de universidad, y puede convertirse incluso en divinidad de un panteón de excelencia. Basta con seguir el gesto de las Metamorfosis para aprender, gracias a ellas, a cazar, a habitar, a adaptarse, sobrevivir, pensar... porque cada especie, cada bestia, cada planta puede convertirse entonces en un ídolo y, como veremos, en una idea.

Entre estas especies vivas, algunas, en efecto, nos permiten incluso captar el mundo y comprendernos a nosotros mismos. El oso, solitario, a menudo independiente de las jaurías, como aquellas en que los lobos, complacientes, crecen y se gobiernan, vaga, observa, parece retirarse para meditar; omnívoro, come miel e insectos, pescado, carne. Atento, admirativo, el cazador-recolector lo observa y, omnívoro como él, imita su conducta, meditando a su manera y concentrado en sí mismo. Ha referido su mundo también a los polos Ártico y Antártico y a las constelaciones de la Osa. ¿Por qué, igualmente, relacionamos el poder con el Louvre y la educación con los institutos? Porque, desde hace milenios, imitamos al lobo en sus prácticas de política y de pedagogía. La jauría enseña el Estado y la Escuela. Después de Tito Livio y el Panchatantra, los cuales a su vez sucedían a tradiciones no escritas, La Fontaine y Kipling siguen contándonoslo todavía.

Transformaciones

Basta con seguir, en efecto el gesto simple, vital, cósmico de las metamorfosis, breviario celeste, mundial, bestial, floral, universal y auténtico de ontología y de gnoseología, para entender cómo aprendimos a pensar. Por la perfección de su adaptación, las especies vivas y las cosas mismas empiezan nuestra crianza y perfeccionan nuestra adaptación; imitarlas exige que nos convirtamos en cada una de ellas.

Así, nadé a una edad de gobio entre torbellinos en los que, además, me convertía en río; me subí a los robles como una víbora; navegando a vela, me volví cormorán y, trepando las paredes de las montañas, araña; percibía, reaccionaba, corría como un zorro, entusiasta y veloz; envejeciendo, mucho tiempo inmóvil, medito como un haya, balanceándome en un falso ritmo por las turbulencias del viento, cabelludo y luego calvo, según las épocas, encantado con los ruiseñores y los pinzones. Comunes a todos, estos vientos y estas voces portan informaciones que permiten la invención, en fluctuantes variaciones, de mil figuras nuevas: elementos, constelaciones, plantas, bestias, ninfas, dioses, ídolos, ¿y sus dulces hermanas gemelas, las ideas? ¿Transformaciones, o mejor dicho, ramificaciones?

Los fetiches

Casi humanas, las figuras de cierto panteón enseñan entonces, a su vez, a pensar. Fundidos encadenados de la transformación, mil fetiches, egipcios u otros, medio animales, medio humanos, aseguran la transición. Se nos vuelve entonces más fácil, a nosotros, mujeres o varones, convertirnos en Artemisa que en osa, en Heracles que en león, en Ío que en ternera, en Prometeo que en buitre, en San Juan que en águila o en San Mateo que en buey. Inolvidables, las bestias y las plantas de las Fábulas revisten la misma doble naturaleza fetiche.

Sólo el gran sacerdote podía, algunos días, penetrar en el Sancta sanctorum, en el templo de Jerusalén. Allí presidía el Arca de la alianza, rodeada, como guardada, por dos querubines. El nombre de estos ángeles, no hebreo, evoca los momentos dolorosos del Éxodo en los países asirio-babilonios. Allí se accedía a los zigurats por escaleras que a su vez estaban guardadas por dos keroubs —donde podemos leer al primero de los querubines—, fetiches esculpidos con cuerpo de león, alas de águila y cabeza de viejo de larga barba. Lección: si quieres volverte sensato y sabio como este jefe final, si lo que quieres es pensar, empieza por el suelo que queda entre las cuatro patas de esta bestia cuadrúpeda y alza el vuelo aéreo de este volátil fluido. Dicho de otro modo, en lengua reciente: zambúllete en el impulso vital de la evolución, cuyo poderoso dinamismo inventó, cada vez, alguna de estas especies animales, hasta llegar al hombre. Así te alzarás hasta la cima del zigurat.

La misma escultura hecha de un fundido encadenado fetichista, la misma intuición, la misma rama bifurcante, el mismo recorrido temporal del conocimiento y de la invención volvemos a encontrarlos en los aztecas. En la plaza central de México yacen las ruinas de la pirámide donde, hace apenas cuatrocientos años, se leía, peldaño a peldaño, la gradación de los tiempos hacia la venida venidera de Quetzalcóatl, serpiente con plumas y rostro de viejo. ¿Estos precolombinos sabían, por lo tanto, antes que Darwin, que los pájaros salen de los reptiles y que Sapiens se jacta de culminar, al menos temporalmente, esta evolución? ¿Habían encaramado su descubrimiento en la cima, como corresponde, de una escalera de metamorfosis? ¿Comprendemos nosotros este reloj erigido, este cuenta-tiempo de los seres vivos, esta fulguración temporal de invención y de pensamiento? ¿Ascenderás tú de este modo a lo alto de la pirámide?

En resumen, estos fetiches son síntesis, ramificaciones, quimeras de doble naturaleza que reúnen en un cuerpo dispar, pero sobre todo en una única emanación temporal, en un relato breve con bifurcación, lo que parecía imposible de pensar conjuntamente. Así, mediante estos fetiches interpuestos, pasamos de las especies vivas, que en todas las cosas saben cómo hacer, a dioses, olímpicos u otros, poderosos e inmortales. Mediante un último cambio ínfimo, traducido casi con la misma palabra, Platón y los filósofos metamorfosearon, más tarde, estos ídolos, duros de mármol o de bronce, en ideas, suaves de abstracción.

Pienso, luego soy —en forma de rama— estos dos viejos, azteca y asirio, con cuerpos de bestias pre-angélicas, cuyos pies se apoyan en el suelo arrojado debajo... sobre el suelo, duro, sin duda, pero ya con la cabeza en lo suave...

Imitar o cambiarse

A lo largo de estas metamorfosis —e incluso durante la emergencia de los cuerpos brutos, surgidos anteriormente— el pensamiento se despertará. Menos imitando la conducta exterior de un modelo (tratar de nadar tan ágilmente como el castor, meditar como el oso, enseñar con tanta finura como un lobo, querer volar como el águila, brillar como una estrella)... que sumergiéndose en el Gran Relato, en el dinamismo universal y vital cuyo doble impulso, enérgico y vivaz, hace aparecer, al igual que un río aporta y dispone sus orillas de grava, esas figuras nuevas, cosas o cuerpos, helio o planeta, hace emerger especies imprevistas, lobos y castores, que nadan cómodamente o educan atentamente. Lo esencial es menos la natación que el castor o el beauvoir2 en sí mismo; mejor, la aparición, la especiación, el fenómeno del castor; mejor aún, el impulso que lo hace, bifurcando, aparecer bajo el sol, el surgimiento que lo lleva a extraerse de las aguas, la información misma que lanza esa contingencia. La fina pedagogía de la jauría importa, sin duda, pero no tanto como el lobo mismo en estado naciente, el individuo-lobo, el espécimen de su especie, su figura, su modo de aparecer, su proceso de producción, la fuerza infrecuente, el potencial que yace, como un torrente y sus rápidos, debajo de las especies y las promueve.

¿De dónde vienen, cómo y por qué estas figuras aparecen en el flujo emergiendo de él? He aquí el enorme trabajo del mundo y de su Gran Relato, he aquí mi trabajo, el de mi existencia y de mi pensamiento; he aquí la paciencia del tiempo en su empuje, he aquí mi paciencia de pensar; he aquí el río artista del Universo y de la vida, he aquí mi arte de pensar; recorro la metamorfosis de las formas, tomo su gesto informacional para inventar figuras, especies, pronto personajes, individuos y especímenes, finalmente ideas.

Imitar resultados, rendimientos de finura o de genio, sigue teniendo su utilidad; así progresamos, así actuamos como eficaces bestias miméticas, así hacemos funcionar nuestras neuronas espejo, así aprendemos... Pero al final de la formación y convertidos en adultos, sólo inventamos si nos sumergimos en la corriente de fondo que promueve y esculpe la figura sintética de la que estos rendimientos no son sino beneficios marginales; únicamente inventamos si nos sumergimos en el flujo mundial y vital de donde emergen, ramificadas, las novedades; sólo nadando, buceando hasta el fondo del Garona, con el vientre sobre la toba, para adivinar, en apnea, dónde se tuercen sus torbellinos, por qué sus alosas se alinean en bancos, cómo reptan lampreas y anguilas, para comprender qué potencia formidable empuja su corriente vivaz, qué poder global produce los cuerpos, las especies, los dioses del panteón, qué impulso transforma y dulcificará, poco a poco, los ídolos o personas para convertirlos en ideas. Pensar consiste en entrar en este potencial cósmico y este flujo viviente, en seguir esta duración cienmilenaria, habitar en ella, actuar con ella, adoptar su gesto de crear.

¿Quién es o qué es el sujeto del pensamiento? Sub-iectum, lo que es echado abajo, debajo de mí, debajo de todas las cosas; el suelo, la tierra bajo los pies del cuadrúpedo, el polvo bajo el vientre de la serpiente, la toba del lecho bajo el vientre del que se sumerge... bajo las conductas del cuerpo, bajo el Universo y su Gran Relato, bajo la evolución de la vida, flujos dinámicos productores de figuras. Para pensar me basta, sujeto, arrojarme debajo.

El ego de este cogito

Nunca aprendí a nadar, pero de niño vivía de y en el río, sus corrientes, sus crecidas y sus presas; pesado, convertido en piedra, mi cuerpo sabía cómo aparece la grava; turbulento, cómo se forman sus torbellinos; ligero, vivo y estremeciéndome, cómo nacen y se agitan carpas y gobios; y cómo, de las aguas, se alzan en sueños las sirenas anadiómenas, con senos de manatí y cola de pez. El Garona no fue para mí un río sino una persona, muchacha temible, amante adorada, compañera inevitable, madre, hija, hermana, amiga. Fetiche ramificado de doble valor, construido por mi natación, pero también dado: ¿por quién, de dónde mana esa corriente sin fin...? De niño, con la espalda doblada, también metí mis brazos en el surco negro y pegajoso para desenterrar las raíces y limpiarlas de piedras; todo ello dado, ciertamente, ¿pero creado a costa de qué sudores?

¿Cómo se convierten estas novedades vitales en fetiches animados, cómo estos ídolos, cómo estas personas, a su vez, se suavizarán formando de repente ideas? ¿En qué, en quién, mediante qué corriente voy a metamorfosearme yo para imitar este cambio?

Cuando pienso, me convierto en lo que pienso.

Pensar construyéndose

Los psicólogos de todas las escuelas derivan la construcción de la identidad personal de las relaciones parentales. Cierto. Vivir exclusivamente entre ciudades estériles y conocimientos limitados a las ciencias humanas y sociales los arrastran sin duda a esa extraña, a esa avara restricción. El Garona, sus torbellinos, sus crecidas y sus alosas, sus gravas y sus álamos, me construyeron a mí tanto como lo hizo mi madre; las golondrinas, las hayas, la siega y los ciruelos tanto como mi padre, agricultor y marino; la felicidad extática que me dieron, más tarde, la alta mar, la alta montaña, el desierto horizontal, fragmentos de planeta sin hombres, contribuyó tanto a mi desarrollo porque aprendía, al mismo tiempo, las ciencias, comprendía entre quién, desde cuándo vivía o qué flujo del mundo me había traído al mundo.

La construcción de la identidad no procede sólo del entorno humano sino también, quizás sobre todo, de las rocas, de las aguas, plantas y bestias incluidas. La existencia urbana, estéril, exclusivamente humana y política, limita hasta tal punto, que la inmensa mayoría de nuestros contemporáneos se empequeñece de un modo infantil, y esta regresión al claustro familiar pasa tanto por ser normal, que no dudamos en estrecharla más, hasta la pareja nuclear. Más aún, muchos sabios a quienes admiro trabajan, con toda la honradez del mundo, para demostrar, con la ayuda de trabajos precisamente documentados sobre algunos primos primates, una continuidad con lo humano que cualquier campesino, yo incluido, vive y conoce mediante una práctica diaria y milenaria en la que se sella, en tiempo real, entre él y sus bestias —lo he dicho a menudo—, una domesticación recíproca. Como yo, mis personajes, los que cito más adelante, salen ciertamente de su entorno, pero tanto del mundo y de los seres vivos como del linaje o del pueblo. Y sin duda, más aún.

Un árbol de conocimiento

En la ausencia invernal de hojas, el tronco del castaño se bifurca a la altura de la cabeza en siete u ocho ramas gruesas y desnudas, como una pata de dedos gigantes cuya palma se invagina en forma de cuna. En este hueco acogedor, siete u ocho diablillos han tomado aposento, cada uno estirado con la espalda apoyada en una rama oblicua, los pies reunidos en el centro de este candelabro de siete bifurcaciones. Azul, rojo, verde y amarillo, por las cazadoras y los vestidos, el ramillete de jóvenes cuerpos cubre en forma de abanico toda la ramificación. Instalados allí, charlan, se exclaman, chismorrean, parlotean, gesticulan, estallan en risas con un ruido casi musical. Admirado ante este cáliz floral de pétalos carnales, al pasar alzo mi pulgar para felicitar al grupo que, desde arriba, aprecia mi gesto y me responde con signos irónicos.

Ante mis ojos entonces, el tronco, lleno de nudos, cornudo, endurecido, leñoso, corteza y ramificaciones, todo el árbol y sus ramas se metamorfosean en esos cuerpos móviles de juventud y de agilidad, de colores y de canciones; convertidos en golondrinas, ruiseñores, currucas y pinzones, pían esas chicas y esos muchachos. Esta clase o catedral campestre construye el ego de estos adolescentes —he vivido como ellos— al menos tanto como la escuela frente al maestro, o en familia, con papá y mamá, o más bien contra ellos.

Pensamos, luego somos como troncos y ramas. Para pensar, conviértete en árbol. Bifúrcate a la izquierda, a la derecha, en abanico, no dejes nunca de desdoblar tus ramas en el gran espacio. Ramifica, multiplica tus ramillas, invade el volumen, por la cima y a lo ancho, capta la luz. La genealogía sólo inventa si se bifurca —así se habla de un árbol genealógico—. Perpetúa entonces la arborescencia tanto por abajo como por arriba, sigue lentamente la marcha negra de tus raíces subterráneas que saben proliferar a lo lejos, arroja audazmente el surgimiento vertical del tronco, despliega hacia el cielo, desde tu corona, las musculosas ramas planas, detalla un follaje que pueda cubrir la plaza del pueblo, emite la química exquisita de perfumes sutiles, trampa para las abejas, y de venenos asesinos contra orugas parásitas, canta con el viento cuyas turbulencias hacen vibrar las ramas cuya inmovilidad, entonces, se tuerce, acosa los nidos acogedores de los pájaros carpinteros y de los paros, de los que emanan diez canciones.

Sube desde los terrones hasta las notas.

¿Idea o figura?

He aquí la serie de esas figuras emergentes en metamorfosis constantes: azote y oxígeno, cuerpos simples y compuestos, guijarros y río, moléculas duplicadas, especies vivas, lobos, castores o hayas, querubines o fetiches, ídolos... ideas. Esta secuencia sigue un flujo potente que corre y se bifurca de lo inerte a lo viviente y de lo viviente a las imágenes, de cosas duras a los signos suaves.

Basta con olvidar el proceso, mundial, vital, primordial, religado —y por lo tanto, tomado al pie de la letra, religioso— de la metamorfosis, para creer que pensar concierne sólo a las neuronas del cerebro y únicamente al humano locuaz, para creer que las ideas no se siguen de los ídolos y éstas de todas las figuras que aparecen en el Gran Relato cósmico y cuyo impulso las hace nacer inertes o vivientes. Hay que olvidar el Universo, olvidar la vida, olvidar el cuerpo... creer que vivimos solos en el mundo, hacernos ajenos a los ciclos de las constelaciones, de las estaciones y de las especies, eliminar toda existencia distinta de la nuestra; no vivir más que en las ciudades, limitarse a las ciencias políticas y sociales, peor, tomarse por el Sol.

Mediante un largo proceso de suavización, las ideas abstractas sólo aparecen, pequeñas, en último lugar, a lo largo de una serie de figuras más nutricias que (todas ellas alegremente sobreabundantes) tienen una misma estructura de aparición imprevisible, de fenómeno emergente e inesperado por un flujo poderoso, de novedad, de invención, de producción, de innovación, es decir, de pensamiento.

Así, mediante esta secuencia de figuras, nos convertimos, conminándolas, en todos esos cuerpos y todas esas especies al mismo tiempo, todos fetiches y todos dioses, al menos virtualmente, al menos en potencia, al menos suavemente; así nos convertimos en totipotentes, incandescentes de pensamiento.

Un ejemplo de este proceso: el volcán griego

Lugar sísmico y peligroso, el golfo de Corinto está sembrado de pueblos engullidos; ante la isla de Santorini o Thera, una caldera todavía visible engulló —día de cólera aquél— toda la civilización minoica bajo sus fuegos, sus lavas y sus aguas amargas; como nuestros contemporáneos, los antiguos griegos vivían en una tierra sacudida de catástrofes telúricas. Pero no disponían de ninguna palabra para decir, designar, describir, ningún concepto para pensar, creemos, lo que nosotros llamamos un volcán. ¡Privados de concepto, esos desgraciados! Ciegos, inconscientes, ¿resignados?

No, porque parloteaban sobre inquietantes personajes cuya sombra poblaba lo que nosotros llamamos la mitología, Cíclopes, así llamados por tener un solo ojo en la órbita redonda en medio de la frente, habitantes de las cavernas sombrías y ocupados en cuidarse de los fuegos rugientes... Entre ellos, el llamado Polifemo, de acuerdo con su nombre, debía de hablar diversas lenguas. ¿Quién no ve ahí el cráter circular en la cima de una montaña, quién no escucha ahí la cámara llamada magmática, interna y subterránea, así como los truenos cuyos gruñidos preparan y acompañan la erupción? El pensamiento por conceptos, ¿ha seguido, progresivo, a estos actores de relatos animados? Que yo sepa, el término mismo de volcán proviene directamente del vocablo Vulcano, dios gemelo del griego Hefaistos, herrero enterrado en las entrañas del Etna, donde, entre hogueras infernales, cincelaba invenciones técnicas geniales, incluso robots. Feo, cojo, contrahecho, aquel artesano de la edad del hierro o del bronce se casó con Venus, diosa de la belleza. El uno extraía de su forja mil innovaciones sutiles; la otra, de cuerpo espléndido, emergió de las aguas. Sublime y creativa, esta pareja es perturbada por la intervención de Marte, dios de la guerra, amante brutal de la bella Afrodita. ¿Quién no admira ahí diez ideas decisivas, descriptivas, precisas, éticas también, sobre la naturaleza artística e inventiva de la tierra, tales como su hogar interno y sus mares, así como la musical marea, que modelan a voluntad, mediante olas y lavas, formas magníficas, tectónicas y vivas, con cuya violencia compite la barbarie humana? Nuestra física del globo, ¿lo dice mejor y llega tan lejos?

Para la filosofía y la geometría, es cierto, los antiguos griegos usaron conceptos, pero a falta de física matemática pensaban el mundo mediante personas. El panteón olímpico, ¿les servía de enciclopedia, de clasificación de los saberes? Y, pensándolo bien, nuestra noción abstracta de emergencia, ¿dice más sobre la invención que la frase poética de Bergson sobre el «brotar ininterrumpido de imprevisibles novedades»? Incluso, estos dos enunciados, ¿nos informan mejor sobre la misma cuestión que Afrodita desnuda saliendo de las olas, generación espontánea que, admirados, los griegos imaginaron y cuya belleza pintó Botticelli?

Destellos de la belleza

Bella, Antares con cabeza de Medusa, bello, el diamante incandescente, bello, el cedro desplegado en pisos inmobiliarios, bello, el tigre con su vestido que chorrea de resplandores coloreados... no tanto en razón de su materia nuclear, carbonosa o lígnea, de su forma elevada o salvaje, o de un juicio cualquiera pronunciado por un experto o por un necio, sino por el impulso cósmico y vital en el que una bifurcación inesperada hizo surgir a la luz del día esa figura, ese personaje de estrella, de árbol, de animación o de cristal. Los cuatro muestran su nacimiento explosivo, presentan su potencia, brillan con su furor... ocasiones o fenómenos cuyo surgimiento, como rompiendo un velo, adviene a los ojos del mundo: una corona de árbol en forma de pagoda, un ancho pecho bajo el pelaje negro y oro. La belleza de una mujer, en cuerpo y alma, la de una sonata o de una página, mana en un surgimiento semejante, en una misma insurrección, en esta erección, en esta resurrección. A golpes contingentes cuya irregularidad dibuja una interminable rampa de llamas de ángulos distintos, colores, brillo, distancia, intensidad, altura... el Relato del mundo inventa singularidades coruscantes —centelleo polícromo, diamante admirable, cedro del Líbano, tigre de Bengala...—, una frase. Belleza, sello del pensamiento.

Pregunta irónica al filósofo: la idea, el concepto de belleza, ¿alguna vez te han parecido bellos?

El cuerpo inventivo

No sólo el Gran Relato, no sólo la evolución producen novedades, cosas o especies duras, esas síntesis, esas figuras, fetiches e ídolos, la belleza fulminante de los seres y del mundo; no sólo, por metamorfosis, los recreamos nosotros en el sentido de hace un momento, sino que la existencia ordinaria del cuerpo, animal, vegetal o humano, produce sin cesar tales sumas, tales síntesis, tales figuras, tales emergentes novedades.

El menor gesto —andar, correr, saltar, lanzar, hablar...— integra, adiciona, sintetiza una multitud innumerable de datos bioquímicos, moleculares, tisulares, musculares, neuronales, cervicales, orgánicos, en suma condicionales, a partir de los cuales estos gestos emergen. Nuestro cuerpo produce, en tiempo real y sin que la conciencia los analice, multitud de estas síntesis continuas, tantas veces inesperadas, por no hablar de su gracia suave. En el aprendizaje profesional, el entrenamiento deportivo, la danza, la educación en general, la corte amorosa..., el cuerpo inventa mil figuras inesperadas —rodillo ventral, salto fosbury, el coqueto paso a dos, gesto de ternura...—, luego los imita y reproduce. La voluntad realiza síntesis que suceden a veces, incluso, en contra de condiciones analíticas previas al acto así decidido; mi cuerpo exige comida y reposo, tomo un camino lateral y sigo corriendo, trabajando, extenuándome. El cuerpo funciona como un sintetizador, a veces oblicuo. Sin estas sumas, sin estos cambios de dirección, ¿sobrevivirían los seres vivos?

La evolución produce figuras nuevas en un tiempo largo: cigarras o pinzones. La existencia ordinaria de los cuerpos produce otras, casi a cada minuto: portes, gestos, posturas y movimientos. Formadora también ella de figuras, de síntesis o de sumas inesperadas, la vida cognitiva, más suave, se deriva de todo ello. La ontogénesis prolonga e imita doblemente la filogénesis.

Pienso cuando mi cabeza alcanza a hacer lo que sabe hacer, sin cabeza, mi cuerpo; cuando mi cabeza inventa, así como mi cuerpo hace emerger a cada minuto nuevas figuras. Como si, en un relámpago, el propio cuerpo pudiera convertir un caos analítico en una forma, sus energías en información, el material en programa y lo duro en suave.

Las edades del cuerpo

Esto se calcula con exactitud. Las más de las veces creemos, y no nos equivocamos, que el cuerpo piensa de acuerdo con el tiempo que lo separa de su nacimiento individual —niño ingenuo, adolescente rebelde, adulto prevenido, viejo fatigado—, en suma, de acuerdo con su edad ontogenética. Sin duda. Pero piensa también —y creo yo que sobre todo— de acuerdo con su edad evolutiva, de la que sus órganos, su tejido y su cerebro conservan marcas ancestrales. Medimos, por ejemplo, las porciones que nuestro ADN tiene en común con tal o cual especie, a veces tal o cual virus; no vivimos tan lejos de las plantas y de las bestias como creemos; la metamorfosis no se produce, por lo tanto, tan difícilmente. El cuerpo piensa también de acuerdo con sus órganos, aparecidos poco a poco a largo de la evolución millonaria —algunos recientes, vecinos a veces de otros, más arcaicos, y entonces el bazar del cuerpo federa, hablo mediante imágenes, los ejes de los tobillos, la carretilla de las caderas, fémures y rodillas, con las máquinas de fuego de la fisiología y los ordenadores del córtex— y de acuerdo, finalmente, con sus elementos celulares, moléculas y átomos, estos por su parte originarios —hidrógeno y carbono, oxígeno y azote— de los comienzos del Universo, a millones de millones de años, por no hablar de los millones de bacterias y de virus que nos habitan y nos individualizan. No, el mundo no nos rodea, nos construye de parte a parte. Dejemos el término entorno, lo bastante narcisista como para ponernos en el centro de exterioridades.

El cuerpo resume un microcosmos, un sumario denso, local, casi milagroso, de la génesis cósmica; vive, si puedo decirlo así, como un flujo cosmogónico: ahora podemos evaluar al fin la potencia universal de esta figura gracias a las dataciones precisas del Gran Relato. Todo lo que precede, esta vida arrojada bajo el pensamiento surgido de la evolución y, todavía antes, de la emergencia de los elementos, luego de las especies, finalmente de los ídolos..., se resume en esta edad-suma de mis componentes corporales... que puede de este modo producir algo nuevo, exactamente como el Universo.

Pienso, luego soy movido por el Universo. Pienso, luego soy universal.

La duración del pensamiento

Que yo sea portador del tiempo del mundo, que átomos análogos a los míos compongan rocas, mares y ríos, que haya virus que, más numerosos que mis células, dibujan en cada uno de nosotros un paisaje que nos singulariza, que moléculas semejantes a las mías se asocien en avena, cedro, alosa o castor, que mis ojos, por ejemplo, se hayan formado en el fondo de mares glaucos de donde mi mirada surge, y en la cima vertiginosa del dosel arbóreo, donde otros primates, mis ancestros, saltaban en compañía de los volátiles, esto no reduce en nada mi esfuerzo de pensamiento a sueños ni a un retorno cualquiera a ontologías llamadas primitivas, sino que este esfuerzo, por el contrario, sigue fielmente lo que sabemos hoy en día con más precisión sobre la formación de los cuerpos. ¿Cómo podríamos pensar de otro modo sino por él, con él y en él, de acuerdo con la larga paciencia y la corriente de su duración? Así estamos en el mundo, por nuestros órganos, nuestros tejidos, nuestras células y nuestras moléculas, por este tiempo universal que llevamos en nosotros. Mediante cada uno de estos elementos correspondemos con todas las cosas y todos los seres del mundo.

De este modo el cuerpo se convierte en una buena vara de medir para la duración del pensamiento, cuyo flujo corre desde el Big Banghasta el Big Crunchemergiendo con las cosas; de la primera bacteria a la última llegada de las especies acompañando a los seres vivos; del pleistoceno, al menos, al antropoceno, de los cazadores-recolectores a Pulgarcita,3 asumiendo a los humanos.

La historia o el olvido

Al fin completada, esta duración milmillonaria muestra, como efecto de retorno, que nuestra historia, trufada de rivalidades, guerras, masacres, repetitiva búsqueda de un poder por parte de crueles marionetas, densa de violencia, saturada de ruido y de