Fuego austral - El secreto de la niñera - Un milagro por Navidad - Margaret Way - E-Book

Fuego austral - El secreto de la niñera - Un milagro por Navidad E-Book

Margaret Way

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Beschreibung

Fuego austral Margaret Way Después de que un accidente de coche destrozara su carrera, Catrina Russell solo deseaba encontrar un lugar tranquilo donde recuperarse; por eso se apresuró a conseguir aquel empleo como ama de llaves en la granja Northern Queensland. Royce McQuillan jamás habría elegido a Carrie para aquel trabajo si no hubiera sido por la inmediata simpatía que había surgido entre su hija y ella. Lo que le resultaba más difícil de entender era lo que él mismo sentía por Carrie. El secreto de la niñera Grace Green Jordan adoraba a su hija y era incapaz de negarle nada; por eso cuando la niña le pidió que contratara a Felicity Fairfax para que fuera su niñera y viviera con ellos, él no pudo hacer otra cosa más que aceptar... ¡a pesar de todo el rencor que sentía hacia la familia Fairfax! Un milagro por Navidad DeAnna Talcott Gracias a su prestigio y a su increíble atractivo, Jared Gillette era la fantasía de cualquier mujer. Sin embargo, Nicki Holliday lo veía como el miserable protagonista de Cuento de Navidad. Con su alegría, Nicki llenó enseguida de sonrisas aquella gélida mansión. El duro Jared no tardó mucho tiempo en caer a los pies de la guapa niñera, pero haría falta un milagro para que aquel frío magnate empezara a creer en las maravillas del amor.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 551- julio 2022

 

© 2001 Margaret Way, Pty., Ltd.

Fuego austral

Título original: Master of Maramba

 

© 2002 Grace Green

El secreto de la niñera

Título original: The Nanny’s Secret

 

© 2002 DeAnna Talcott

Un milagro por Navidad

Título original: The Nanny and Her Scrooge

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2002

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-991-6

Índice

 

Créditos

Índice

Fuego austral

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

El secreto de la niñera

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Un milagro por Navidad

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NO VIO el coche hasta que lo tuvo casi encima. Era un enorme Jaguar de color platino, que era el color de moda aquel año. Unos segundos antes había observado la calle llena de árboles y el tráfico, en mitad del cual no conseguía encontrar un sitio para aparcar en la zona donde solía hacerlo siempre que iba a visitar a su tío, James Halliday, de la empresa Scholles & Associates, un bufete de abogados y asesores fiscales que trabajaban solo para los más ricos. Aquel barrio estaba lleno de oficinas de todo tipo, por eso no había ningún sitio para aparcar salvo el hueco que acababa de descubrir, en el que no cabrían dos coches y, desde luego, nunca un enorme Jaguar como el que en esos momentos desistía del empeño. Carrie sintió una malévola satisfacción al comprobar que tenía razón y que, efectivamente, el lugar iba a ser solo para ella.

Mientras cerraba su coche, observó con sorpresa que el otro conductor, un hombre de pelo negro como el carbón, volvía a intentar aparcar su enorme vehículo en el espacio que quedaba. Carrie siempre había pensado que los hombres eran muy obstinados, pero ese lo era por partida doble… Además, acababa de estar a punto de empotrar su coche contra el de ella. No sabía si echarse a reír o a llorar; desde que había tenido aquel accidente no había vuelto a ser capaz de controlar sus reacciones. Se había convertido en una auténtica desconocida, de repente era una mujer miedosa y vulnerable.

Al recuperarse del susto, comprobó admirada que aquel hombre había conseguido encajar el coche en ese hueco diminuto. A lo largo de los años, también había comprobado que incluso los hombres más estúpidos eran capaces de maniobrar de tal modo que conseguían aparcar hasta en los lugares más inverosímiles. Si se hubiera tratado de una mujer, no habría podido reprimir un sincero aplauso ante tal proeza.

Sin embargo lo que hizo fue mirar hacia otro lado con fingida indiferencia y, se disponía a alejarse, cuando cayó en la cuenta de que se había dejado las gafas de sol dentro del coche y había una luz cegadora, propia de la época primaveral en la que se encontraban. Era la estación de las flores, pero también de los exámenes, cosa que ella todavía recordaba perfectamente. Carrie se había graduado con matrícula de honor en el conservatorio de música y la habían aceptado en la prestigiosa Academia Julliard de Nueva York. Era una joven con un futuro prometedor.

Hasta el accidente.

Con un desagradable escalofrío, Carrie abrió la puerta del coche, alcanzó las gafas y volvió a cerrar con excesiva energía, impulsada quizá por la rabia y el dolor irracional que la invadían. Iba a necesitar toda una vida para digerir lo que le había ocurrido, para hacerse a la idea de que todas las puertas que una vez se habían abierto para ella estaban ahora cerradas para siempre.

Se dio la vuelta y vio a aquel hombre salir del coche sin dejar de mirarla fijamente, como si pudiera saber lo que ocurría en su cabeza o en su corazón. Era un tipo de ojos negros y piel bronceada; alto como una montaña e igualmente impresionante. Seguramente tenía bastante dinero, porque una presencia tan inquietante solo se conseguía cuando el atractivo iba acompañado de riqueza. Sus movimientos eran atléticos y tan elegantes como su indumentaria. Carrie no podía dejar de mirarlo y, por algún motivo, centró en él toda la rabia que tenía dentro de ella.

–¿Le ocurre algo?

Como todo lo demás, su voz era poderosa y autoritaria. Nada más oírlo se hizo a la idea de que seguramente era el presidente de una gran empresa, un hombre que se pasaba el día dando órdenes mientras los demás obedecían de inmediato. Pero ella no era uno de sus empleados, ella se jactaba de no doblegarse ante nadie; aunque al mismo tiempo no podía reprimir la sensación de que algo importante le estaba ocurriendo.

–Nada en absoluto –consiguió contestar con frialdad–. Solo estaba observando con admiración cómo ha encajado el coche en un lugar tan pequeño; la verdad es que habría jurado que no iba a poder.

–¿Por qué? No era tan difícil.

Carrie vio con nerviosismo cómo se acercaba a ella hasta envolverla en su poderoso aura, sin dejar de mirarla con aquellos ojos oscuros y, al mismo tiempo, enormemente luminosos. A pesar de ser una mujer bastante alta, no podía evitar sentirse como una diminuta muñeca comparada con él. Era consciente de que aquel hombre estaba observándola detenidamente, sin perderse ni el más mínimo detalle de su fisionomía, ni siquiera el pequeño lunar en forma de corazón que tenía sobre el pecho derecho.

–Me ha dado la sensación de que creía que iba a arrollarla.

–¿Solo porque he levantado las cejas? –replicó ella con indignación.

–Me ha parecido que se sobresaltaba. No se habrá asustado, ¿verdad?

–Claro que no.

–Me alegro, porque no ha corrido el más mínimo peligro. A lo mejor es que no le gustan los hombres al volante –añadió con suavidad. Ella se quedó pensando–. La mayoría aparcamos mejor que cualquier mujer. Por cierto, ha dejado la rueda de atrás encajada en la alcantarilla.

Carrie no le dio la satisfacción de volverse a comprobar lo que estaba diciendo.

–Reconozco que no soy la persona que mejor aparca del mundo.

–Eso es más que obvio –dijo él en tono algo burlón–. Pero le aseguro que no trataba de desafiarla.

–Ni siquiera se me había ocurrido que estuviera haciéndolo.

–Entonces confiese por qué se ha puesto tan nerviosa. Estamos en pleno día… Normalmente no hago que las mujeres se sientan tan inquietas.

–¿Está seguro? –le preguntó Carrie con ironía.

–Está claro que no me conoce –la miró con aquellos ojos negros llenos de un brillo que daba a entender que no estaba acostumbrado a que nadie le hablara de ese modo–. Mire –añadió cambiando de tema–, no hay nada de tráfico, pero ¿me permite que la escolte hasta el otro lado de la calle? –preguntó a punto de ponerle la mano en el brazo.

¿Debía permitir que la tocara?, pensó ella algo alarmada. Aquel hombre era demasiado dominante, tanto que le hacía sentir algo parecido al miedo.

–Debe de estar bromeando –dijo ella por fin, pero consiguió decirlo con dulzura en lugar de rechazarlo de lleno, como había sido su primer impulso.

–No, no estoy bromeando –tenía una boca preciosa y sensual, pero que también añadía firmeza a su rostro–. Va a acabar rompiéndose la blusa de tanto retorcerla.

Carrie se dio cuenta de que, en otro de sus gestos nerviosos, no había parado de enredar su mano en el dobladillo de la blusa.

–Está bien; si de verdad quiere saberlo, me pareció que se había acercado demasiado a mí con su coche.

–Debería hablar de eso con alguien.

–¿De qué? –preguntó sonrojada y ofendida.

–Me imagino que la palabra que lo describe es «fobia».

Estaba claro que había sido un error ponerse a hablar con él.

–¿Me está diciendo que tengo una fobia? –lo miró con la mayor agresividad posible–. ¿No cree que está excediéndose, teniendo en cuenta que no me conoce absolutamente de nada?

–Solo he dicho lo que pienso –contestó con total tranquilidad.

Aquello era demasiado. No podía dejar que un desconocido la tratara de ese modo. Carrie se dio media vuelta y su pelo color ámbar flotó en el aire unos segundos.

–Que tenga buen día –dijo dándole la espalda.

–Igualmente –contestó él mientras la observaba, maravillado por su forma de moverse y sus preciosas piernas. Entonces ella se volvió con orgullo para dejar claro que quería ser la que dijera la última palabra, lo que hizo que él esbozara una sonrisa.

–Espero que no tenga pensado dejar el coche ahí mucho tiempo, porque en realidad no está permitido aparcar; puede que pase por aquí algún agente y le ponga una multa. Además, si no mueve el coche, no sé cómo voy a sacar yo el mío, ya que me ha dejado totalmente encajonada.

–No estoy de acuerdo –contestó con una sonrisa que la dejó totalmente confundida–. Pero si me hace algo en el coche, no se preocupe. Déjeme su nombre y teléfono en el parabrisas y yo me encargaré de todo.

–Descuide que no le haré nada a su coche.

¿Cómo era posible que aquella situación le estuviera pareciendo divertida? pensó él confundido. Lo cierto era que no solía entablar conversaciones con mujeres a las que no conocía; además, aquella le resultaba extrañamente familiar. Con aquella cabellera rojiza que parecía prometer una personalidad igualmente ardiente… y la piel clara y los ojos marrones, casi rojizos también. Hacía siglos que no veía a nadie con tal magnetismo, y el caso era que estaba claro que no era más que una chiquilla, seguramente tendría unos diez años menos que él, que estaba a punto de cumplir los treinta y dos. Treinta y dos años, divorciado y con una niña a la que adoraba. Su gran problema era que Regina en realidad no era su hija, sino que había sido el resultado de una de las aventuras de Sharon. Le resultaba curioso pensar que, en solo unos segundos, aquella impetuosa mujer había alejado a Sharon de su mente por primera vez en mucho tiempo.

–¡Cuídese! –le dijo él una vez que ella ya estaba bastante lejos–. ¡Qué agresivas son las chicas de ciudad!

Carrie se dio media vuelta. A pesar de su determinación de seguir adelante sin pensar, no pudo evitar que le llamara la atención que la identificara como «chica de ciudad».

–¿Y usted de dónde ha salido? –no sabía de dónde demonios había sacado el valor para decir aquello, estaba claro que ese hombre era alguien importante.

–De muy lejos de aquí, pero puede que siga aquí cuando usted vuelva.

Carrie hizo un gesto con la mano como quitándole importancia a todo aquello y se alejó. Quizá estuviera siendo un poco maleducada con la única persona que había proporcionado algo de diversión a su monótona vida. Se quedó pensando en que a lo mejor seguía allí cuando ella volviera y eso la hizo sentir una mezcla de enfado e impaciencia.

 

 

La secretaria de James Halliday anunció la llegada de su jefe con extrema formalidad. A Carrie no le extrañó, porque lo cierto era que la señora Galbally siempre había sido increíblemente correcta, incluso ceremoniosa en sus maneras. Era una mujer que solía intimidar a la gente, pero su tío afirmaba que era sencillamente perfecta.

–¡Hola, preciosa! –exclamó su tío nada más verla. El hermano de la difunta madre de Carrie era tan atractivo y elegante como lo había sido esta, e igualmente cariñoso. La condujo a su enorme despacho con vistas al río; estaba decorado con finísimas piezas de porcelana china y con cuadros de marinas que denotaban la afición que Halliday tenía a la vela y al mar en general. Con solo ver aquella habitación se sabía que aquel era un hombre con éxito en los negocios; claro que no tanto como el padre de Carrie, que era el propietario de una empresa eléctrica.

Los dos hombres no se llevaban bien; eran demasiado diferentes en todo. Carrie los quería a los dos y de su tío y de su madre había heredado un profundo amor al arte que nada tenía que ver con los intereses de su padre, de Glenda, su madrastra, o de su hermanastra Melissa, que era tres años más joven que ella.

–¿Te apetece un café, cariño? –preguntó él observando a su sobrina con sincera preocupación. Carrie había sufrido un tremendo golpe que había dejado ciertas huellas en su aspecto; había perdido la chispa de su mirada. No obstante Halliday estaba seguro de que su sobrina disponía de la fortaleza necesaria para superar todo aquello y seguir adelante renovada.

–Sí, por favor –respondió ella dejándose caer sobre un cómodo sillón de cuero–. En casa ya nadie bebe café; Glenda ha convencido a papá de que no le conviene…, bueno, ni a él ni a nadie. Creo que debería marcharme de casa; aunque no vaya a irme a Nueva York, debería salir de allí. Sé que a papá no le va a hacer ninguna gracia, pero tampoco es que esté mucho en casa para saber cómo van las cosas.

–Es una verdadera pena que Melissa y tú no os llevéis bien.

–Es culpa de Glenda. Estoy segura de que Melissa no me odiaría tanto si su madre no hubiera despertado en ella esos celos y esa envidia.

–Sé que no te resulta nada fácil vivir con tu madrastra –comentó Halliday con comprensión, sin decir todo lo que pensaba sobre aquella mujer.

–Ella nunca me ha querido. Nunca le gustó que su marido tuviera una hija que además era la viva imagen de su madre. Te aseguro que sigue sintiendo celos de mi madre.

James asintió sin dudarlo.

–No puede evitarlo. Está claro que le da rabia que tengas tanto talento, y que además se te reconozca lo que vales con todos esos premios…

–Y que a Mel no le ocurra lo mismo… Bueno, ya no tiene por qué preocuparse –añadió Carrie con resignación.

–Cariño, tú sigues siendo una gran pianista –le aseguró James destrozado al recordar las horribles secuelas del accidente.

–La verdad es que no me consuela mucho. Cada vez que pienso en que el mismo día del accidente me habían dicho que me admitían en Julliard… A veces el destino es tremendamente cruel.

–Fue una tragedia, pero no puedes dejar que eso arruine tu vida, preciosa –le dijo James con ternura, pero también con firmeza–. Necesitas algo de tiempo para recuperarte y seguir adelante. Además, debes recordar que podría haber sido mucho más grave que un par de costillas y un dedo roto.

–Te juro que lo intento, Jamie, de verdad, pero es muy duro. Lo más curioso es que sé que papá lo siente por mí, pero al mismo tiempo creo que se siente aliviado, porque no quería que me fuese a Estados Unidos a estudiar. Lo único que quiere es que me quede aquí, me case y tenga hijos.

James no pudo evitar pensar que el padre de Carrie siempre quería demasiadas cosas. También había querido a su hermana, pero nunca había conseguido hacerla feliz; había reprimido su intenso espíritu, cosa que, afortunadamente, no había logrado hacer con Carrie.

–Tu padre tiene muchas cualidades, pero hay que reconocer que no sabe nada de música –comentó James sin dejar entrever lo que realmente pasaba por su cabeza.

–Tienes razón –asintió ella sonriendo–. La verdad es que nunca ha comprendido la música que yo toco… bueno, que tocaba, porque no he vuelto a tocar el piano desde el accidente.

–De eso hace ya casi un año.

–Necesito más tiempo. Jamie… No me gusta enseñar, me temo que lo que realmente me gusta es interpretar.

–No te preocupes, cariño, todavía eres muy joven. Veintidós años no son nada.

–Bueno, es edad suficiente para marcharse de casa –replicó Carrie–. Lo habría hecho antes, pero no quería herir a papá. Sin embargo, sé que no hay nada que hacer con Glenda, nunca voy a gustarle.

–No quiero ser injusto, pero mucho me temo que Melissa es bastante parecida a su madre –añadió James con pena–. Así que seguramente lleves razón y lo mejor sea que te vayas de allí. ¿Qué te gustaría hacer? Sabes que puedes venirte a vivir con Liz y conmigo, a nosotros nos encantaría. Ya que no tenemos hijos, sería una maravilla tenerte en casa.

–Sois un encanto. Liz ha sido como una madre para mí, cosa que jamás podré decir de Glenda…, pero creo que va siendo hora de que me establezca por mi cuenta. Sabes que tengo razón.

–Seguro que tu padre te compraría un piso, es un hombre muy rico.

–Puede ser, pero no voy a pedírselo. Me compré mi propio coche y alquilaré una casa yo sola.

James era tremendamente protector con su sobrina, por lo que no le hizo ninguna gracia oír aquellas palabras.

–También yo podría ayudarte. Por nada del mundo querría que tu padre pensara que estoy poniéndome en su contra, que pudiera añadir eso a… –tuvo que contenerse para no acabar la frase.

–¿A su lista de resentimientos? –completó Carrie con tristeza–. Muchas gracias, Jamie, pero puedo valerme por mí misma. Creo que voy a estudiar un doctorado; ya que parece que tendré que dedicarme a la enseñanza, mejor será que adquiera la formación adecuada. ¡Después de tantos años estudiando para ser concertista…!

–Pero ¿cómo vas a mantenerte? –le preguntó James preocupado–. Unas cuantas clases no dan dinero suficiente.

–Todavía tengo el dinero de la abuela –explicó ella refiriéndose a la herencia que había recibido tras la muerte de su abuela materna, la cual no había podido soportar la muerte de su única hija–. El problema es que ahora mismo necesito salir de aquí y tengo que encontrar un refugio, al menos durante un tiempo. Tengo que alejarme de todo lo que me recuerde a la música hasta que asimile lo ocurrido.

–Lo comprendo, preciosa –después de esas palabras se quedó pensativo unos segundos–. Me ha venido a la cabeza que uno de nuestros clientes, en realidad nuestro cliente más importante, está buscando alguien que cuide de su hija. No quiero decir con eso que ese sea el trabajo que te corresponda… –añadió rápidamente.

–¿Y por qué no?

–Cariño, tienes muchísimo talento, eres guapa y joven. Una mujer así no debería recluirse en el campo.

–¿En el campo? –preguntó Carrie sorprendida–. Explícame bien eso.

–Ahora siento haberlo mencionado –se disculpó James justo en el momento en el que alguien llamaba a la puerta. Una secretaria joven entró con el café y un montón de bizcochos.

–¡Cómo es posible que no engordes! –exclamó su sobrina riéndose–. No me creo que solo haciendo vela te mantengas tan en forma.

–Por cierto, este fin de semana voy a ir a navegar un poco, ¿te apetece venir conmigo?

–¡Sí, por favor! –respondió inmediatamente con entusiasmo. A Carrie le encantaba el mar y adoraba ir a navegar con su tío.

Una vez se hubieron sentado a tomar el café que había llevado la secretaria, Carrie reanudó la conversación donde la habían dejado.

–Supongo que ese empleo sería en una casa del interior del país.

–Yo no lo describiría como una casa, más bien es todo un reino –aclaró James–. Se trata de una familia de importantes ganaderos, poseen millones de hectáreas en toda Australia. Mi cliente es uno de los más relevantes propietarios del sector; y ya sabes que Queensland es un sitio muy importante para el comercio de ganado. Es una empresa muy grande y la base la tienen en el norte de Queensland, en una enorme finca.

–¿Y cómo se llama esa propiedad? –preguntó Carrie con repentina curiosidad.

–Maramba.

–Me suena haber oído ese nombre.

–Es probable –James hizo una pausa mientras escogía una pasta–. Royce sale mucho en los periódicos.

–¿Qué Royce? –preguntó ella impaciente–. Vamos, James, deja de hacerte el misterioso.

–Carrie, preciosa, no creo que ese empleo te convenga –le explicó su tío, arrepentido de haberlo mencionado.

–Al contrario, cada vez me parece más interesante.

–Tengo entendido que se trata de una niña un tanto difícil; todas las niñeras se marchan espantadas.

–¿Y qué es lo que hace ese pequeño diablo? –Carrie sabía mucho de pequeños diablos, ya que ella misma había sido uno.

–Ya sé qué estas pensando –dijo James soltando una carcajada–. Recuerdo cuando Glenda se quejaba de ti. Pero Royce no lo ve del mismo modo. Él echa la culpa a las niñeras.

–Ya entiendo. ¿Cómo se apellida ese Royce?

–McQuillan. Royce McQuillan… Es un tipo estupendo, una de las mejores personas que conozco. Tampoco él ha tenido una vida fácil. Perdió a sus padres hace algunos años en un horrible accidente de avión. Poco después se divorció de su mujer…

–¡Dios mío! –exclamó Carrie comprendiendo a la perfección todo el dolor que debía de haber sentido–. ¿Y la madre no se llevó a la niña? ¡Qué extraño!

–Parece ser que no quiso –explicó él con tristeza–. No conozco muy bien la historia, Royce no suele hablar del tema. Pero seguro que has oído hablar de ella, aunque es unos años mayor que tú, creo que tiene treinta o treinta y un años. Es una mujer con mucho estilo, pero con muy mal carácter. Sharon Rowlands, sale mucho en las revistas de sociedad.

–La verdad es que no tengo mucho tiempo para ver esas revistas. La niña debió de pasarlo muy mal cuando se separaron sus padres. ¿Cuántos años tiene?

–Seis, casi siete.

–O sea, que se casaron muy jóvenes… –especuló Carrie mientras hacía cálculos.

–Según dice Liz, su matrimonio se acordó cuando ellos todavía estaban en la cuna.

–Por eso tardaron tan poco en separarse.

–No –respondió James con sincera tristeza–. Se dice que Sharon se aburrió de que él tuviera tantas responsabilidades y compromisos.

–¿Tú la conoces?

–La he visto unas cuantas veces.

–¿Y qué te pareció?

–Un poco superficial, si he de serte sincero. Y Liz es de la misma opinión.

–Además, debe de tener el corazón de piedra para dejar así a su hija.

James se quedó unos segundos con la mirada perdida en la taza de café antes de continuar hablando.

–Odio decir esto, pero todo el mundo piensa que la niña interfería en las diversiones de Sharon. Yo creo que volverá a casarse pronto, aunque Liz opina que jamás podrá superar lo de Royce, y menos aún encontrar un hombre como él.

–Entonces puede que vuelvan a juntarse –afirmó Carrie con toda lógica–. Seguro que ellos no tienen los problemas económicos que tantas tensiones causan en otras parejas.

–No, pero el dinero no lo es todo –explicó James recordando todos los clientes ricos que tenía cuyos matrimonios habían acabado en divorcio–. Yo doy gracias a Dios cada día por lo que tengo con Liz.

Después de esto se quedaron unos segundos en silencio.

–Sabes que te quiero como a una hija –James comenzó a hablar con dulzura–. No me gustaría nada que te marcharas, y sé que antes tenías que hacerlo por tu carrera. Solo acordarme del momento en el que recibí aquella llamada… –tuvo que dejar de hablar al recordar el momento en el que se enteró del accidente de su sobrina.

–Lo sé, James –dijo Carrie con comprensión–. Y sé que podría haber sido mucho peor.

–Muchísimo peor, cariño. La muerte de mi hermana fue un golpe terrible; no podría soportar que te ocurriera algo a ti. Pero tengo la total seguridad de que te esperan un montón de cosas buenas en la vida. Aunque ahora te parezca imposible, sé que te va a ocurrir algo maravilloso.

–No, la verdad es que ahora mismo me resulta imposible imaginar algo maravilloso… Todo esto es muy duro para mí, Jamie.

–Lo sé, preciosa –le dijo él agarrándole la mano–. Liz y yo comprendemos lo que significa para ti haber perdido tu carrera.

–Bueno, de todos modos puede que nunca hubiera conseguido tener éxito como pianista –afirmó Carrie intentando ver las cosas desde otro punto de vista–. Hay muchos pianistas buenos por ahí. Tendría que tener algo muy diferente.

–¿Como tu talento? ¿Tu belleza? –sugirió James antes de darse cuenta de que todo eso ya no era necesario.

–Ahora ya de igual –por un momento acudió a su mente el momento del accidente y la horrible claridad con la que había visto lo que había sucedido nada más abrir los ojos en el hospital–. Necesito un trabajo, Jamie –dijo de pronto obligándose a cambiar de tema–. Y tú puedes ayudarme, ¿verdad?

–Tenía pensado pedirle a Galbally que se encargara de las entrevistas para el puesto de niñera de McQuillan –enseguida vio la mirada de súplica en los ojos de su sobrina–. No tengo tiempo, y a las mujeres se les dan mucho mejor estas cosas.

–¿Y no puedes recomendarme siquiera?

–A tu padre no le haría ninguna gracia.

–Pero a Glenda sí –interrumpió la joven en tono bromista.

–Me da miedo ponerte en una situación que te haga infeliz; además, estarías lejos de casa.

–¿Quieres decir más infeliz de lo que ya soy? Soy perfectamente capaz de cuidar de una niña pequeña, que puede que esté en un momento tan vulnerable como el mío. A lo mejor podemos ayudarnos la una a la otra.

–Royce estará aquí dentro de media hora.

–¿Te importa si espero?

James miró fijamente a su sobrina.

–Te lo has tomado en serio, ¿eh?

–Sí –afirmó sin dudarlo un segundo mientras, con gesto distraído, se tocaba el dedo meñique de la mano derecha, el que se había roto en el accidente–. No estaré del todo segura hasta que no vea al gran empresario con mis propios ojos, pero si a ti te cae tan bien, supongo que será un buen tipo.

–Lo es, aunque eso no significa que sea fácil tratar con él –puntualizó James con precaución–. Tiene treinta y pocos años, pero una presencia que a otros les cuesta años y años conseguir.

–Será el dinero… –intervino Carrie con dureza.

–Eso ayuda. Lo cierto es que ha cambiado bastante desde que se divorció. Le resulta mucho más difícil relajarse, pero ha construido una enorme barrera a su alrededor.

–Eso suena muy frío.

–Aunque no es nada desagradable, de hecho es encantador cuando quiere. El problema es que no se ríe con demasiada frecuencia.

–Me imagino que eso habrá hecho que esté a la defensiva con las mujeres.

–Con las guapas.

–¿Quieres decir que ahora busca a una fea?

–No, más bien alguien sencillo y amable.

–Entonces seré amable y sencilla –afirmó repentinamente segura de que ese trabajo era la solución a sus problemas.

Unos minutos después, Carrie estaba haciéndose cargo de la recepción del bufete para ayudar a Debra un momento cuando levantó la vista y empezó a notar cómo la sangre se le acumulaba en el rostro y le empezaban a latir las sienes.

–¡Hola! –saludó él con amabilidad nada más verla–. ¡Qué sorpresa!

–Sí…, sí es una sorpresa –dijo ella cuando recuperó la respiración–. ¿Puedo ayudarlo?

–Vengo a ver a su jefe.

«No puede ser. No puede ser.»

–¿Estaba citado con él?

–Claro –afirmó riéndose–. Debe de ser nueva aquí. Soy Royce McQuillan.

Carrie se quedó de piedra. Acababa de perder el empleo y, con él, el medio de marcharse de casa de su madrastra.

–La recepcionista estará aquí enseguida.

–No se preocupe, conozco el camino. El señor Halliday está esperándome.

–Entonces lo acompañaré yo –se ofreció ella justo en el momento en el que volvió Debra.

–Buenos días, señor McQuillan. ¿Qué tal está?

–Muy bien, gracias, Debra –respondió él con dulzura–. Esta señorita estaba a punto de acompañarme al despacho del señor Halliday.

–Gracias, Carrie. Carrie es…

–… una ayudante temporal –terminó de decir Carrie antes de que Debra desvelara su identidad; todavía no deseaba que McQuillan conociera su relación con James.

–¿Cuál es su trabajo aquí? –le preguntó él una vez se hubieron alejado de la recepción–. Es que su cara me resulta familiar, y no me refiero a nuestro encuentro de antes.

–No soy famosa, si es a eso a lo que se refiere –replicó ella con inesperada frialdad.

–¿Y eso le molesta? –le preguntó burlón desde su imponente altura.

–Ni mucho menos. Le aseguro que está muy equivocado.

–No lo creo.

–Debe pasarse mucho tiempo psicoanalizando a la gente –respondió Carrie con rabia.

–La verdad es que hasta ahora no había conocido a nadie que se comportara como usted.

–No comprendo…

–Se lo explicaré con suma sencillez. Es usted muy hostil.

–No creo que sea la primera vez que provoca ese comportamiento en alguien –las palabras salieron de su boca antes de que pudiera controlarlas.

–Hace un rato, en la calle, estaba asustada de mí, y ahora…

–Bueno, creo que ya se ha divertido suficiente.

–¿Es usted abogada de este bufete? No, es demasiado joven.

–No soy abogada –respondió con más suavidad–. No trabajo aquí.

–Pero sí que tiene alguna relación con James –hizo una pausa intentando averiguar quién era aquella mujer–. Sé que no tiene ninguna hija… ¡Ya lo tengo! Es usted su sobrina, la brillante pianista.

–Y usted es detective –respondió ella con sarcasmo–. Ni Poirot lo habría averiguado con tal rapidez.

–¿Por qué es usted tan ácida? –preguntó mirándola a los ojos–. Tengo entendido que tiene un futuro muy prometedor.

No tuvo que contestar porque justo en ese momento apareció James en la puerta de su despacho y se acercó a saludar a su cliente con una sincera sonrisa dibujada en el rostro.

–Veo que ya conoces a mi sobrina.

–Bueno, nadie nos ha presentado formalmente –mencionó Royce McQuillan.

Ambos se saludaron con formalidad y, en ese momento, Carrie fue consciente del modo en el que había estado comportándose y decidió dar mejor impresión a partir de entonces.

–Encantado, señorita Russell –dijo él sonriendo.

–Todo el mundo la llama Carrie –intervino su tío mientras entraban al despacho.

No tenía la menor idea de lo que estaba haciendo, debía admitir ante sí misma que jamás en su vida se había sentido como en ese momento solo por estar cerca de una persona. Entre ellos saltaban auténticas chispas y hasta James lo había percibido. Carrie intentó pensar que no era más que una sensación suya, provocada por la arrolladora presencia de Royce McQuillan.

 

 

Unos segundos más tarde, ya en el despacho de su tío, Carrie consiguió articular palabra.

–Encantada, señor McQuillan. Bueno, yo me voy a marchar.

James miró a su sobrina perplejo; algo importante debía de haber pasado para hacerla cambiar de opinión de un modo tan tajante.

–Pero, preciosa, yo pensé que…

Carrie miró a ambos hombres antes de que Halliday pudiera terminar de hablar.

–Adiós.

En lugar de volver a darle la mano para despedirse, se retiró el pelo de la cara con un suave movimiento de cabeza que hizo que su cabellera danzara unos segundos en el aire. Royce se quedó mirándola maravillado por sus movimientos; era preciosa, como su tío la había llamado, pero también era obvio que tenía un carácter a la altura de su belleza. También reparó en sus manos, delgadas y fuertes, manos de pianista.

–Pensé que se quedaría a comer con nosotros –dijo Royce para su propia sorpresa–. Los negocios de los que tengo que hablar con James no nos llevaran mucho tiempo.

–Claro, preciosa, ¿por qué no vienes con nosotros? –intervino su tío para intentar convencerla.

Por muy duro que le resultara admitirlo, lo cierto era que Carrie estaba deseando ir con ellos.

–Sois muy amables, pero…

–Sentaos los dos un momento por favor –dijo de pronto Halliday hablando a los dos jóvenes–. Estaba contándole a Carrie que necesitas una nueva niñera para Regina –explicó mirando a su sobrina.

–¿Ah, sí? –preguntó James sorprendido–. ¿No habrás pensado que a ella le puede interesar el trabajo?

Era hora de que Carrie interviniera en la conversación, pensó James, pero, por algún motivo, su sobrina ya no parecía estar tan convencida de estar interesada.

–Verá, es que últimamente he estado tan centrada en mi carrera que creo que lo que realmente necesito es un cambio radical.

Royce McQuillan la observó perplejo, considerando la posibilidad de que aquella mujer hubiera sufrido algún tipo de ataque que le hiciera plantearse todo aquello.

–No la imagino de niñera. ¿Qué sabe de ese tipo de trabajo?

–¡Nada! –exclamó con los ojos chispeantes–. Pero me encantan los niños.

–Lo importante es que sepa cómo manejarlos –matizó él mientras admiraba sus esbeltas piernas cubiertas por una falda veraniega y el escote blanquísimo que dejaba entrever su blusa. Tenía la piel inmaculada, como solían tenerla las pelirrojas.

Carrie aguantó su mirada sin inmutarse siquiera.

–¿Y quién le ha dicho que no sea capaz de hacerlo? –replicó ella, orgullosa–. Llevo años teniendo que tratar con niños, dándoles clases de música, ensayando con ellos…

–A Regina le gusta salirse con la suya –la interrumpió para proporcionarle ese nuevo dato–. No sé qué le habrá contado James, el caso es que su madre la dejó para que yo me hiciera cargo de ella. No es que la niña esté destrozada, pero obviamente es duro para ella.

Por supuesto que eso era algo perfectamente comprensible para Carrie.

–Yo también tuve que pasar casi toda mi infancia sin mi madre. Llevo toda la vida viviendo con mi madrastra.

–¿Y no se lleva bien con ella? –quiso saber McQuillan.

–Eso ahora no viene al caso –respondió ella con frialdad. No estaba dispuesta a dejarse intimidar por aquel tipo, por muy guapo que fuera. Estaba claro que no le estaba dando muy buena impresión y seguramente no la aceptara para el empleo–. Era solo una idea. Me imagino que me ha conmovido la historia de su hija, y creo que en este momento a mí también me vendría bien poder ayudar a alguien –era el único modo de ayudarse a sí misma y sobrevivir, pensó Carrie sin decirlo–. Pero estoy segura de que mi tío le encontrará alguien más adecuado muy pronto –añadió al tiempo que se ponía en pie–. Me temo que tengo que rechazar su amable invitación para comer, debo ver a alguien en el conservatorio esta misma tarde.

Royce también se levantó de la silla.

–Es una pena, me habría encantado poder conocerla mejor. James me ha hablado mucho de usted. Acabo de recordar dónde la había visto antes. ¿Te acuerdas de esa foto de una niña que tenías antes sobre tu mesa en un marco de plata? –le preguntó a Halliday.

–¡Claro, era Carrie! –afirmó James al recordarlo–. Se la llevó Liz porque le encanta esa foto.

–Debía de tener unos diez años –intervino ella sorprendida.

–Pues no ha cambiado nada.

–¡Claro que he cambiado! –«me estoy derrumbando. Necesito alejarme de este hombre», pensó Carrie cada vez más desesperada.

–Eres muy observador, Royce –dijo James consciente de la tensión que se palpaba en el ambiente.

–Es un rostro difícil de olvidar.

–Tienes razón –dijo sonriendo con cariño a su sobrina–. Carrie es la viva imagen de su madre, mi querida hermana Caroline. Con Carrie a mi lado es como si ella todavía siguiera aquí –diciendo eso le pasó la mano por la cintura a la joven.

–Te quiero, Jamie –murmuró Carrie a su oído–. Bueno, tengo que marcharme. Que disfruten de la comida.

–¿Quiere eso decir que ya no le interesa el trabajo? –preguntó McQuillan volviendo a mirarla con aquellos ojos cautivadores.

–No pensé que me aceptara.

–¿Acaso he dicho yo eso?

–De algún modo, sí, lo ha hecho.

–Siento mucho que haya tenido esa impresión, desde luego no era mi intención. Si de verdad le interesa, podemos tratar las condiciones con más tranquilidad, ya que ahora tiene que marcharse a toda prisa –era obvio que no se había creído la excusa.

–¿Cuándo vuelves a casa, Royce? –intervino Halliday, no del todo seguro de lo que estaba ocurriendo, aunque sí sabía que había algo raro.

–Mañana.

–Creo que quiere alguien muy diferente a mí –dijo Carrie, repentinamente ansiosa por salir de una situación que cada vez le parecía más peligrosa. De pronto tenía la sensación de que aquel hombre podía cambiarle la vida… y no precisamente a mejor. Aunque no se encontraba en plenitud de fuerzas, era perfectamente consciente de que, de todas las reacciones que le estaba provocando McQuillan, la más poderosa era de naturaleza sexual. Todo era demasiado complicado: él estaba divorciado y tenía una hija de la que hacerse cargo.

–Hasta luego, Jamie, dale un beso a Liz de mi parte.

–¿Vas a venir a navegar conmigo? –le preguntó su tío, perplejo por lo que estaba viendo en ella.

–Claro. Esperemos que nos haga buen tiempo –con gran esfuerzo, dirigió una mirada a McQuillan–. Estaba preguntándome si conseguiré sacar el coche de donde está aparcado.

–No sé si debería permitirle intentarlo –respondió él con tono provocador.

–¿Intentar qué? ¿De qué demonios estáis hablando? –intervino James.

–Es que el señor McQuillan y yo nos hemos visto antes; hemos aparcado los dos en el mismo sitio.

–Puedo bajar con usted si eso la preocupa –se ofreció Royce amablemente–. Incluso podría sacar su coche.

–No estaría mal –el accidente había hecho que Carrie perdiera gran parte de su seguridad al volante–. No me gustaría hacerle el menor arañazo a su coche.

–No es mío, es de un amigo.

–De todos modos, yo lo preferiría. Tengo muchas habilidades, pero aparcar no es una de ellas.

–No tardaré ni cinco minutos, James –dijo Royce al tiempo que rozaba levemente el brazo de Carrie; sin embargo, la reacción interior de ella fue tan fuerte como si la hubiera zarandeado con ímpetu.

–No hay ninguna prisa –aseguró Halliday contento de que la situación hubiese evolucionado de ese modo.

–¿De verdad está esperándola alguien? –le preguntó él una vez que estuvieron en la calle.

–¿Es que duda de mi palabra? –por alguna razón Carrie no podía dejar de utilizar un tono tremendamente provocador.

–Totalmente –Royce no pudo evitar preguntarse cómo sería besar aquella boca, aquellos sensuales labios, y después su cuello y la curva de sus pechos… No estaba nada bien estar pensando algo así de una mujer tan joven. Demasiado joven. Recordaba que James le había hablado de su fiesta de cumpleaños; cumplía veintiún años, pero bueno, eso debía de haber sido hacía más de un año–. Espere aquí –dijo tomando las llaves de su coche de entre sus manos y rozándole los dedos.

En pocos segundos el diminuto coche la esperaba ya fuera de donde había estado aparcado, y en perfecto estado.

–Ha sido usted muy amable.

–Ha sido un verdadero placer, señorita Russell. Me tiene realmente intrigado.

–¡Vamos! No soy tan importante como para provocar intriga –Carrie era consciente de que se adentraba en arenas movedizas.

–Entonces explíqueme por qué una mujer con tanto talento y tan guapa como usted quiere trabajar en un lugar tan retirado. Da la sensación de que quiere escapar de algo. Debe saber que allí estaría aislada la mayoría del tiempo.

–Lo sé –respondió mirándolo a los ojos fijamente.

–Entonces ¿por qué? ¿Es que ha roto con su novio? ¿O es que ha cambiado de opinión sobre su prometedora carrera?

Parecía que no podía escapar por más tiempo.

–Mi carrera está totalmente destrozada, señor McQuillan –anunció por fin con voz temblorosa–. Muchas gracias por sacar el coche, claro que si no hubiera aparcado el suyo tan cerca, no habría sido necesario.

La actitud de Royce cambió por completo.

–Espere –le pidió con dulzura.

–No –replicó ella tajantemente al tiempo que se metía en el coche y se alejaba de allí lo más rápido posible. No obstante, siguió viéndolo por el espejo retrovisor: se había quedado inmóvil en mitad de la acera observando cómo se alejaba. ¡Dios! Seguramente creía que estaba loca. No tenía ninguna cita en el conservatorio, pero tampoco soportaba la idea de volver a casa y encontrarse con Glenda. Esta había creído que estaba a punto de librarse de Carrie, pero el accidente lo había cambiado todo. Absolutamente todo.

Se le llenaron los ojos de lágrimas, pero luchó por controlarlas. De nada servía ya llorar. Como le había dicho Jamie, debía sobreponerse y seguir adelante con su vida.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

CUANDO volvió al despacho de James, Royce fue directamente al grano.

–Tu sobrina acaba de dejarme de piedra. Me ha dicho que su carrera está arruinada. ¿Qué ha ocurrido? No me habías dicho nada.

–Es cierto, debería habértelo contado –se disculpó Halliday inmediatamente–. Llevo más de un año sin apenas poder hablar de ello, igual que le ocurre a Carrie. Tuvo un accidente de coche el mismo día que le acababan de comunicar que la habían admitido en Julliard, en Nueva York. El accidente no fue demasiado serio; el coche de su amigo chocó con un taxi. Carrie se rompió dos costillas y se hizo algunos rasguños, pero la peor parte se la llevó el dedo meñique de la mano derecha. Aunque para la mayoría de las cosas está en perfectas condiciones, los médicos le dijeron que no podría seguir adelante con su carrera de concertista; no obstante sigue siendo una magnífica pianista. No sabría explicarte el golpe que ha supuesto para todos nosotros. Pero bueno, Carrie es muy valiente y seguirá luchando como lleva haciéndolo toda su vida.

–¿Te refieres a la relación con su madrastra? –preguntó Royce con intuición.

James asintió con tristeza, porque sabía que podía confiar en él.

–Mi hermana era tan bella como Carrie, era una mujer inolvidable. Murió en un estúpido accidente cuando mi sobrina tenía solo tres años: se cayó y se golpeó la cabeza. El padre de Carrie estuvo a punto de volverse loco; la verdad es que Jeff y yo nunca hemos sido muy buenos amigos, así que no fui capaz de ayudarlo. El caso es que comenzó a beber de forma descontrolada. Eso se acabó hace ya mucho tiempo, pero en su desesperación acabó casándose con Glenda, que por aquel entonces era su secretaria. Parece ser que ella llevaba toda la vida enamorada de él.

–Así que ella hizo todo lo posible para que las cosas ocurrieran de ese modo.

–Sí –admitió James–. Melissa nació poco tiempo después. Glenda nunca quiso a Carrie. Su padre la adora, pero lo cierto es que no consigue comprenderla, lo mismo que le ocurría con mi hermana. Glenda tiene mucho cuidado cuando Jeff está cerca. Pero desde mi punto de vista, nunca se ha preocupado lo más mínimo por Carrie, ni le ha dado el cariño que habría necesitado. Para complicar aún más las cosas, mi sobrina siempre ha sido la más inteligente y la más guapa de la familia; seguramente lo heredó de mi hermana.

–Así que la madrastra tiene celos del cariño que su marido le da a su hija y también del talento de Carrie.

–Me temo que eso es exactamente lo que ocurre. El problema es que Glenda le ha transmitido a Melissa ese sentimiento de competitividad, y siempre sale perdiendo frente a Carrie. Glenda nunca habría permitido que las dos niñas se hicieran amigas.

–¿Y el padre de Catrina no controló la situación?

James negó con la cabeza.

–Glenda es muy hábil y siempre ha hecho ver a los demás que se sentía tan orgullosa de Carrie como lo estaba Jeff. La verdad es que estaba emocionada ante la idea de que hubiera conseguido una plaza en Julliard, porque eso habría significado que tendría que vivir en Nueva York. Por desgracia eso ya no sucederá.

–Yo… no sabía nada de eso –murmuró Royce apesadumbrado.

–Había pensado contártelo, pero tú tenías tus propios problemas.

–Está claro que tu sobrina es muy infeliz.

–Pero está luchando por superarlo. Lleva más de un año sin tocar el piano.

–¿Y qué es lo que hace entonces? –preguntó él con rapidez–. ¿Da clases? Eso sería muy duro en su situación.

–Lo es. Llevaba años estudiando para convertirse en concertista, no para enseñar.

–No creo que le convenga el trabajo de niñera. Yo más bien pensaba en una persona tranquila a la que no le importara estar alejada de la vida social y los novios, pero ella tiene demasiadas cosas que la atormentan.

–Yo tampoco creo que ser niñera sea lo suyo, pero me ha dejado muy claro que lo que realmente desea ahora mismo es alejarse de todo esto. Al menos durante un tiempo.

–¿Cuánto tiempo? –preguntó Royce con la claridad que lo caracterizaba.

–Es imposible decirlo –la voz de James reflejaba su profunda preocupación–. Por ahora Carrie siente la rabia y el dolor como si el accidente hubiera ocurrido ayer. Lo que sí es verdad es que es una maravilla con los niños, al menos lo era antes de que todo se le viniera abajo. Tenía chispa y vitalidad. Es una pena que haya perdido gran parte de su confianza en sí misma.

–¿El accidente la ha vuelto miedosa?

–En ciertos aspectos, sí –matizó James–. Sin embargo, hoy me ha asegurado que está decidida a marcharse de casa; no sé qué tal se lo va a tomar su padre.

–Seguro que es la mejor solución –opinó Royce enseguida–. ¿Y dónde va a vivir?

–Donde ella decida, Liz y yo la ayudaremos en lo que nos pida. El problema va a ser el enfrentamiento con su padre, que siempre ha sido muy posesivo –James dejó entrever la antipatía que sentía por su cuñado–. Eligió la peor mujer para convertirse en madrastra de Carrie.

–Todo esto debe de ser horrible para ella.

Justo en ese momento Royce McQuillan tomó una decisión.

 

 

Carrie pasó una hora más vagando por los grandes almacenes sin comprar nada. Nada le llamaba la atención, lo único que deseaba era retrasar lo más posible el momento de volver a casa. Para ella resultaba muy difícil llevar toda la vida siendo la preferida de su padre, y que además este no hiciera el menor esfuerzo por ocultárselo a Melissa y a Glenda. La situación no hacía más que causarles dolor a todos ellos.

Desde que Carrie se había convertido en una mujer, Glenda la odiaba y no parecía sentir ninguna culpa al respecto. De hecho, desde que había quedado claro que no se marcharía a estudiar a Nueva York, su madrastra había mostrado sin ningún pudor la animadversión que sentía hacía ella. Es más, lo hacía con cierto triunfalismo, sabiendo que Carrie jamás se quejaría a su padre. Glenda era consciente de que su hijastra nunca había utilizado su privilegiada posición ante su padre para separarlo de ella. Sin embargo, ese hecho no le había granjeado su simpatía, eso era lo más cruel de todo.

 

 

Carrie llegó a la magnífica casa familiar, situada a orillas del río. Se trataba de una mansión colonial que Glenda se había encargado de decorar con un estilo abigarrado y ostentoso. El maravilloso piano que Jeff le había comprado a Carrie a los once años había sido relegado al estudio insonorizado que Glenda había hecho construir en el sótano; y lo cierto era que aquello había supuesto un verdadero alivio para Jeff, ya que, por mucho que quisiera a su hija, nunca había soportado escucharla practicar. No era precisamente un amante de la música. Carrie siempre se había preguntado cómo habrían acabado juntos sus padres siendo tan diferentes, y hacía tiempo había llegado a la conclusión de que su padre debía de ser un gran conquistador, porque no tenían casi nada en común.

En cambio con Glenda sí compartía bastantes aficiones y puntos de vista, aunque eso no le impedía reconocer lo maravillosos que habían sido los años que había pasado junto a su primera mujer. Carrie estaba convencida de que aquella repentina pérdida seguía atormentándolo. Sus mejores años de infancia se habían esfumado de pronto; unos años dorados de los que ella nunca había podido disfrutar. Seguramente su entrega al piano y su preocupación por triunfar en la música habían venido provocadas por una vida familiar que no le proporcionaba la estabilidad y el cariño que una niña necesitaba, y que normalmente recibía de su madre. La música le había permitido aislarse del rencor de su madrastra. Pero ahora tenía que enfrentarse a su padre y no a Glenda.

Entró a la casa sin hacer ruido, por la puerta de atrás y en dirección a su dormitorio. Estaba decidida a no dejarse llevar por la tristeza; al fin y al cabo, no estaba sola. Tenía a James y a Liz, y a todos sus amigos… El problema era que todos sus amigos eran músicos y sus carreras seguían adelante, mientras que la de ella se había detenido para siempre.

Había alguien en su dormitorio, se dio cuenta incluso antes de abrir la puerta. Melissa estaba de pie frente al espejo con uno de los vestidos de noche de Carrie en la mano. Era el vestido que se había puesto para su último concierto.

–Hola. ¿Qué haces? –la saludó intentando no mostrar la irritación que sentía. Melissa siempre le pedía cosas prestadas, a pesar de que ella tenía mucho de todo, cosas que Carrie jamás le pedía.

–No esperábamos que vinieras –respondió Mel–. Me gustaría ponerme esto el sábado, ¿me lo dejas?

Carrie hizo un esfuerzo por sonreír antes de contestar.

–No creo que te quede bien –dijo de modo razonable–. Es muy largo –Melissa era bastante más bajita que ella–. Además, a ti te queda mejor el rojo que el naranja. El rojo te queda muy bien, resalta tu color natural –Carrie se lo explicó en tono cariñoso, pero a su hermano no le sentó nada bien.

–¡Claro! Seguro que a ti te queda mucho mejor, como todo.

–No, a todos nos viene bien escoger los colores que más nos favorecen. No te pongas a la defensiva.

–Y tú no lo estás, ¿no? –replicó la más pequeña al tiempo que tiraba el vestido sobre la cama–. La reina del melodrama con su dedo roto. No sé quién te dijo que conseguirías ser concertista de piano, seguramente te habrías encontrado con muchos otros mejores que tú. Y más en Nueva York.

–No te preocupes porque ya no voy a ir. Y no me estoy quejando, así es que no te pongas en contra de mí.

–¿Por qué? ¿Vas a decírselo a papá? –le preguntó en tono beligerante.

Era una chiquilla morena y guapa, aunque algo gordita. Tenía tal brillo en los ojos que hizo desistir a Carrie.

–Está visto que no podemos hablar –dijo con tristeza–. Vamos, somos hermanas…

–¿Hermanas? –gritó Melissa con el rostro lleno de rabia y celos–. ¿Quiere eso decir que tenemos que querernos?

–Así es como suele ser en la mayoría de las familias –respondió Carrie dándole la espalda para guardar el vestido en el armario.

–Pero tú eres demasiado buena, demasiado inteligente para nosotros. Mamá dice que has arruinado nuestras vidas con tu presencia.

A pesar de que aquellas palabras le hacían un daño increíble, Carrie la miró con calma.

–¿Qué quieres que haga? ¿Quieres que grite yo también? No era más que una niña cuando murió mi madre, pero nunca he querido estropearle la vida a nadie. Deberías pensar cómo te habrías sentido tú en mi lugar.

–¡Vamos! ¡La bella y adorable Caroline!

–Que murió cuando tenía pocos años más que yo ahora –le recordó Carrie con tristeza–. Tenía toda la vida por delante.

–Pero ¿no crees que ha tenido más gloria estando muerta? –gritó Melissa al borde de la histeria–. Eso dice mamá.

–Pues debería explicar ciertas cosas –cada vez se sentía más furiosa.

–La odias, ¿verdad? Nos odias a las dos.

–Eso es muy injusto, Mel –dijo algo más tranquila poniéndole la mano en el brazo a su hermanastra–. Glenda no debería haberte dicho esas cosas tan horribles. Sabes que nunca nos hemos llevado bien, pero me dolería mucho perderte… Llevamos la misma sangre.

–¡Cómo te atreves! –gritó una voz desde la puerta. Allí estaba Glenda, impecablemente vestida y con los ojos llenos de furia–. Carrie, soy tu madrastra y llevo años cuidándote y dándote todo lo que has necesitado. ¡Eres una desagradecida! Estás intentando poner a Melissa en mi contra.

–Venga, mamá, no empieces –le suplicó su hija con lágrimas en los ojos.

–¡Mira cómo la has disgustado! –la acusó Glenda.

Carrie respiró hondo antes de responder.

–¿Por qué no lo dejas, Glenda? Ya lo estoy pasando bastante mal sin tu ayuda.

–¿Qué quieres…?, ¿ compasión?

–Más bien comprensión –corrigió Carrie escuetamente.

–¿Tan especial te crees? Cualquiera diría que eres la única que ha sufrido un revés. Yo también he tenido los míos.

–¡Tú nunca has tenido el talento de Carrie! –intervino Melissa de pronto.

Glenda se quedó lívida al oír las palabras de su hija.

–Perdona, Melissa, ¿acaso no llevas años quejándote de los aires que se da Carrie?

–Quizá sea porque estoy celosa. Yo nunca he tenido nada de lo que sentirme tan orgullosa, y daría cualquier cosa por tenerlo: por ser guapa, por parecerme un poco a ella, por ver los ojos de papá iluminarse con solo mirarme, por verlo orgulloso de mí… ¡Dios!

Melissa no pudo resistir más y rompió a llorar, pero cuando intentó salir de la habitación, su madre la agarró por las muñecas.

–Nunca te menosprecies de ese modo, cariño. Tu padre te adora.

–Sí, claro. Al lado de Carrie yo resulto patética. Ni siquiera conseguí entrar en la universidad; papá estaba tan decepcionado…

–Mel, por favor –Carrie estaba consternada por lo que estaba escuchando–. Ir a la universidad no es tan importante –aseguró con los ojos llenos de lágrimas ella también–. Ya encontrarás algo que te guste hacer.

–¿El qué? No sé hacer absolutamente nada. Soy una estúpida… Todos lo sabemos.

–Vamos, solo tienes que experimentar diferentes cosas –intentó hacer entrar en razón a su hermanastra–. Eres una cocinera estupenda. Podrías estudiar para ser chef.

–¡No quiero que mi hija se dedique a ir de restaurante en restaurante! –intervino Glenda, incapaz de negar que su hija fuera buena en la cocina.

–¿Por qué? –preguntó Melissa sorprendida.

–¡Vamos, cariño! Tu padre es rico, no tienes por qué trabajar en nada. Puedes ayudarme a mí.

–Carrie, ¿de verdad crees que podría convertirme en chef? –no hizo caso a las palabras de su madre y se volvió hacia Carrie con una incipiente sonrisa en el rostro.

–¡Por supuesto! No sé cómo no lo has pensado antes.

–Mira, Carrie –intervino de nuevo Glenda con renovada agresividad–, deja de meterle esas ideas en la cabeza.

–No es mala idea –interrumpió su hija.

–¡Dios mío! –Glenda miró a Carrie–. Escucha, no sé cómo lo vas a hacer ni qué le vas a decir a tu padre, pero quiero que te largues de aquí. Ya nos has amargado la vida suficientemente.

–¡Mamá, por favor!

–No te preocupes –respondió Carrie–. Será mejor para todos que me vaya.

–No de este modo –dijo Mel llorando–. Es horrible.

–Melissa, no te metas en esto –le advirtió Glenda tajantemente–. Las cosas no se arreglan solo porque te haya sugerido un empleo. Lleváis años peleando… Además, ¿no quieres que tu padre te preste atención? Lo hará si ella no está por aquí.

–Puede ser… –Melissa estaba confundida.

–No os preocupéis –intervino Carrie intentando encajar el golpe–. Hablaré con papá y me pondré a buscar un lugar donde vivir.

–Estoy segura de que tú también serás más feliz así –dijo Glenda con más suavidad–. Debes saber que he intentado con todas mis fuerzas… –la interrumpió el timbre de la puerta principal–. Debe de ser el florista. Melissa, deja a tu hermana y baja conmigo. Estoy segura de que Carrie tiene un montón de cosas en las que pensar.

Al quedarse a solas, Carrie fue consciente del dolor que sentía por dentro. Tenía la sensación de que iba a romperse en pedazos. Aun así, reprimió las lágrimas y decidió seguir luchando. En ese momento Melissa entró corriendo en la habitación con cara de sorpresa.

–Carrie, hay alguien que quiere verte. ¡Es el tipo más guapo que he visto en mi vida!

–¿Quién es? –preguntó enjugándose las lágrimas.

–Dice que se llama Royce McQuillan. Tiene una voz preciosa.

–¿Me estás tomando el pelo? –pero sabía que no estaba haciéndolo.

–Está en el salón hablando con mamá, que está encantada.

–Ahora mismo bajo –dijo dirigiéndose al baño.

–No hace falta que te cambies, estás perfecta.

 

 

–¡Aquí estás, cariño! –exclamó Glenda al verla aparecer, y lo hizo con la fingida dulzura que adoptaba en cuanto había alguien delante–. Tienes una visita.

Royce McQuillan se puso en pie, tan guapo e imponente como lo recordaba. La miró sonriendo de la forma más seductora.

–Me alegro de verte, Catrina. Es que estaba por esta zona.

–Es un detalle que hayas pasado por aquí –respondió Carrie encantada.

–Verás, mañana vuelvo a casa –comenzó a explicarle–. Se me ha ocurrido que podríamos cenar juntos esta noche. Si estás libre, claro.

–Estaré encantada de cenar contigo –aquello era una sorpresa maravillosa.

Royce se acercó a ella y le tomó la mano sin dejar de mirarla a los ojos.

–Entonces nos vemos esta noche.

–Estupendo. ¿A qué hora?

–¿Estarías lista a las siete? Sé que no te he avisado con mucho tiempo.

–Estaré preparada a las siete en punto –respondió sonriente.

–Ha sido un placer conocerla, señora Russell –dijo mirando a Glenda–. Y también a ti, Melissa. Catrina me había hablado de las dos. Siento irme tan deprisa, pero tengo que ver a alguien antes de regresar al hotel. Catrina, ¿te importa acompañarme hasta el coche? –Carrie asintió–. Bueno, estoy seguro de que volveremos a vernos –se despidió de las dos mujeres con toda corrección, mientras ellas lo miraban anonadadas.

 

 

Salieron de la casa en silencio y se dirigieron al coche, que estaba entre los macizos de flores del jardín.

–¿Has estado llorando? –le preguntó él.

–No –respondió intentando aparentar seguridad, pero su voz sonó temblorosa.

–Tu hermanastra no se parece nada a ti.

–Es lógico. Parece ser que yo soy la viva imagen de mi madre.

–Debía de ser preciosa.

–Sí –contestó Carrie como si el piropo no hubiera ido dirigido a ella.

–También puedo entender hasta qué punto te lo puede hacer pasar mal tu madrastra –añadió Royce apesadumbrado.

Carrie lo miró sorprendida, ya que Glenda había estado encantadora con él.

–¿Te ha dicho algo inconveniente?

–No, no. Es que me ha parecido adivinar algo en sus ojos… ¿Estás bien? –le preguntó después de una pausa.

–Perfectamente –decidió que era momento de ir al grano–. ¿Por qué has venido? ¿Por qué les has dado a entender a Glenda y a Melissa que éramos… amigos?

Royce la miró con aire pensativo antes de responder.

–Verás, Carrie, es difícil no sentir simpatía por ti. La verdad es que me consoló saber que no era yo el que te provocaba ese nerviosismo esta mañana.

–¿Jamie te ha contado algo de mi accidente? –le preguntó poniéndose a la defensiva.

–Sí, y ojalá me lo hubiera dicho antes. Nos hemos hecho muy amigos, pero te quiere tanto que le resultaba imposible hablar de tu dolor. Lo comprendo perfectamente.

–¿Ah, sí? –replicó, incrédula.

–¿Es que crees que nunca he querido a nadie? –era obvio que lo había herido.

–Lo siento; claro que no lo creo, sé que quieres a alguien.

–Eso está mejor –dijo él sonriendo de nuevo–. Estoy seguro de que vamos a llevarnos muy bien. Creo que podría ayudarte a salir de esta situación… Y tú a cambio podrías ayudarme con Regina.

–¿Estás diciendo que quieres contratarme? –Carrie se había quedado con la boca abierta.