Un millonario inconformista - Margaret Way - E-Book

Un millonario inconformista E-Book

Margaret Way

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Beschreibung

La heredera y el juerguista Clio Templeton había amado a Josh Hart desde que tenía nueve años, cuando él impidió que su prima se ahogara. Nunca había olvidado el tacto de su mejilla bajo los labios cuando lo recompensó con un beso. Años después, Josh seguía sintiendo un escalofrío en la mejilla cada vez que recordaba aquel beso. Clio era la única mujer que había visto el valor del chico malo de la ciudad. Pero Josh no podía arriesgarse a que las sombras de su pasado apagaran la luz del dulce corazón de Clio…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Margaret Way, Pty. Ltd. Todos los derechos reservados.

UN MILLONARIO INCONFORMISTA, N.º 2441 - enero 2012

Título original: Australia’s Maverick Millionaire

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-412-5

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

PRÓLOGO

En la actualidad

CLIO estaba teniendo una vez más el sueño que la perseguía desde hacía años. Una parte de ella estaba atrapada por las imágenes mientras la otra trataba de liberarse. Por fin despertó empapada en sudor y las piernas enredadas en las sábanas, que apartó de una patada para poder darse la vuelta y tratar de recuperar el aliento. El corazón le latía tan deprisa y con tal fuerza que le retumbaba en los oídos. Habían pasado catorce años desde que su prima Ellie había caído de cabeza a la laguna Paradise en su cochecito de bebé, pero el recuerdo era tan nítido como si hubiese sucedido el día anterior. El inconsciente funcionaba de un modo misterioso; el suyo había almacenado aquel suceso que había estado a punto de convertirse en una tragedia, de manera que pudiera aparecer en su memoria con frecuencia. A veces pensaba que el recuerdo nunca desaparecería de su mente: el terror de aquel día, la sensación de incredulidad ante el hecho de que pudiera ocurrir algo así, pero sobre todo el pánico paralizador. Su tía Lisa, que ahora era madre de tres adolescentes guapas y brillantes entre las que se encontraba Ellie, por supuesto, de vez cuando aún se sentía culpable y se recriminaba lo sucedido. A menudo decía que jamás podría perdonarse el despiste momentáneo que la había llevado a no poner el freno al carrito de Ellie.

De no haber sido por Josh Hart, habría ocurrido un terrible desastre, pero el chico malo de la ciudad, que paradójicamente aquel día parecía un ángel de pelo dorado, lo había evitado. La trágica historia de Josh Hart había hecho que muchos sintieran compasión por él y pasaran por alto sus numerosas faltas, que sucedían casi a diario. Según se decía, su madre había muerto a causa de una sobredosis cuando él tenía cinco años y nadie conocía la identidad de su padre.

Una vez huérfano, Joshua había pasado de una casa de adopción a otra hasta que había llegado a la ciudad menos de un año antes del accidente de Ellie y allí vivía con una pariente lejana de su madre, una amable viuda de sesenta años que pronto había renunciado a la idea de poder controlarlo. Durante la mayor parte del tiempo, Josh se había comportado como un salvaje; robando de las tiendas todo aquello que le atraía, desobedeciendo a las autoridades y tomando prestados coches de lujo. No había nada que no supiera sobre mecánica o sobre las cerraduras de dichos coches, a los que, curiosamente, nunca les había ocasionado ningún desperfecto. Una vez se había montado a una lancha motora aparcada en el embarcadero de Moon Bay y la había devuelto media hora más tarde después de darse un paseo. En medio de todo eso, había conseguido asistir al colegio una media de dos días por semana y había demostrado ser más inteligente que todos los demás niños juntos. Y, aquel día, a los trece años de edad, Josh Hart había demostrado su verdadera naturaleza cuando le había salvado la vida a Elle sin pararse a pensar por un momento en su propia seguridad. Había demostrado poseer una increíble valentía.

Ya entonces había conseguido fascinar y asustar a Clio.

Y nada había cambiado desde aquel momento.

Aún seguía fascinándola y asustándola. Sólo que ahora era un empresario respetado y admirado, licenciado con matrícula de honor en Derecho, como se podía ver en el diploma que colgaba en la pared de su despacho, gracias al abuelo de Clio, que lo había hecho posible.

En el pasado

El día había empezado de maravilla. Era el comienzo de las largas vacaciones de Navidad y la humedad, conocida con el nombre de troppo time, estaba a punto de llegar al lugar. Pero la llegada del monzón había coincidido también con un auténtico paraíso. La naturaleza había desplegado toda su gloria y su extravagancia. El paisaje tropical había estallado en una lluvia de flores y dulces aromas que lo habían invadido todo. El color jazmín de las clavelinas inundaba el lugar, los tuliperos estaban plagados de flores naranjas y la cassia desplegaba sus capullos amarillos. Era como verse atrapado en un hechizo.

Fue la tía Lisa la que decidió que irían de picnic.

–¿Qué te parece la laguna Paradise?

–¿Dónde si no?

La tía Lisa había elegido el lugar más hermoso y fresco de los alrededores, una frondosa reserva con un profundo lago color esmeralda cubierto de nenúfares tropicales que había plantado su familia, experta en nenúfares y en otros tipos de plantas tropicales, como la campanilla, con sus flores azules o la preferida de su difunta abuela, el astra con forma de estrella, que se levantaba tanto por encima del agua, que podía verse de lejos. Daba gloria ver incluso el muro de piedra, cubierto de buganvilla.

Salieron en el coche de la tía Lisa y no sintieron la más mínima aprensión cuando uno de los personajes de la ciudad llamado Snowy, conocido por su afición a la bebida, afirmó haber visto un cocodrilo en la laguna hacía algunas semanas.

–Cuidado con él –les había advertido Snowy–. Es bastante grande. Debe de medir unos seis metros.

Eso había provocado algunas carcajadas porque la mayoría de la gente pensaba que lo que había visto Snowy sería seguramente un tronco, aunque debían tener en cuenta la advertencia. Al fin y al cabo se encontraban en zona de cocodrilos, como lo era cualquier lugar al norte del Trópico de Capricornio.

La gente convivía con los cocodrilos. El truco estaba en no adentrarse nunca en su territorio porque el cocodrilo australiano de agua salada era uno de los reptiles más grandes del mundo. Los cocodrilos agarraban todo aquello que se acercara al agua, ya fuera una persona o un animal, incluso búfalos, perros o caballos. Pero lo cierto era que hacía más de una década que nadie había visto uno en la laguna Paradise, cuando un japonés borracho había decidido darse un baño nocturno a pesar de los carteles que advertían del peligro en distintos idiomas, incluyendo el japonés. De nada había servido que su acompañante, igualmente borracho, le gritase que no hiciera locuras. El cocodrilo había aprovechado la oportunidad de inmediato y, antes de matarlo, había jugado un poco con su cuerpo.

La tragedia había conmocionado a la pequeña ciudad. A pesar de ser una especie protegida, el cocodrilo había muerto de un disparo y se había sondeado la laguna por si quedaba algún otro ejemplar, tras lo cual el lugar había quedado más tranquilo. Todo el mundo sabía que la temporada de lluvias era también el momento de cría de los cocodrilos. La hembra, bastante más pequeña que el macho, ponía entre cuarenta y sesenta huevos a las orillas de ríos, lagos y lagunas. En los últimos años no había habido ningún tipo de accidente ni se habían visto huevos o crías entre los juncos. Aun así, siempre había vigilancia porque se sabía que los cocodrilos podían aparecer en cualquier momento en busca de un nuevo hogar.

Por eso nadie se bañaba en la laguna. Estaba terminantemente prohibido y, aunque no lo hubiera estado, ningún habitante de la zona habría sido tan insensato de hacerlo. Al margen de eso, la laguna Paradise era un lugar muy popular para ir de picnic, pues había un parque infantil para los más pequeños, zona de barbacoas y senderos para caminar o montar en bicicleta. Los menores de doce años siempre debían estar acompañados por algún adulto, aunque ya desde bebés sabían el peligro que entrañaba acercarse a la orilla del agua. Hasta los niños más pequeños sabían que los cocodrilos se comían a las personas.

Pero no había ningún problema porque ellas estaban con la tía Lisa. Iban Lisa, la pequeña Ellie, Clio y su mejor amiga, Tulip, que también tenía nueve años y estaba en su clase del colegio. Hasta ese momento, Clio había tenido una infancia maravillosa siendo la única hija de Lyle y Allegra Templeton, que la adoraban. Los Templeton eran la familia más rica de todo el norte de Australia. Su abuelo, Leo Templeton, había heredado una fortuna de varios millones, pues su padre y su abuelo se habían hecho ricos con las ovejas y el ganado en general. Pero Leo había llevado el negocio hasta cotas aún mayores gracias a la diversificación. Ahora la familia tenía distintas empresas, todas ellas de gran éxito. Los padres de Clio era la pareja joven más popular de la ciudad y, según su abuelo, ella era la joya de la corona de los Templeton.

–¡No hay otra niña como tú! –solía decirle.

Aunque, por supuesto, no era para nada objetivo. Pero lo cierto era que todo el mundo la quería y Clio tenía la sensación de que lo habrían hecho aunque no se hubiese apellidado Templeton.

Disfrutaron plácidamente de la comida que había preparado la tía Lisa. Después, mientras Tulip y Clio descansaban tumbadas en la hierba y hablaban de sus cosas y Lisa leía un libro, la pequeña Ellie, de dieciocho meses, miraba con adoración a su madre desde su cochecito.

Antes de volver a casa decidieron dar un paseo por el parque para admirar el vistoso plumaje de los loros. En cierto momento sonó el teléfono móvil de Lisa. Clio y Tulip siguieron andando mientras ella se dio media vuelta para hablar.

Fue entonces cuando ocurrió.

El cochecito se salió del camino con la pequeña Ellie dentro; nadie había pisado el freno, por lo que no tardó en tomar velocidad hacia el agua. Por desgracia no había ningún árbol que hubiera podido detenerlo y en pocos segundos cubrió la considerable distancia que las separaba de la laguna.

Al darse cuenta, la tía Lisa tiró el teléfono al suelo y echó a correr con un grito de horror que, según dijeron algunos después, se oyó más de medio kilómetro de allí. Tulip se desmayó de inmediato y Clio se quedó paralizada mientras pensaba que, en cuando pudiera moverse, tendría que lanzarse al agua para salvar a su prima. Era una cuestión de vida o muerte.

Pero justo en ese instante apareció de la nada un muchacho alto y atlético que se movía con la rapidez y la agilidad de un felino. Atravesó la pequeña pradera de césped y se lanzó al agua sin dudarlo ni un instante.

Varias personas se habían acercado ya sin saber qué ocurría, pero dispuestas a ayudar en lo que fuese necesario. Todo el mundo conocía a Lisa y a la pequeña Ellie. ¿Dónde estaba Ella? Enseguida descubrieron la respuesta. Se oyeron varias exclamaciones de alegría cuando apareció el cabello dorado de Josh en la superficie del agua y, en su brazo, Ellie.

«Gracias, gracias, Dios mío. Gracias, Josh».

Clio echó a correr con la intención de lanzarse al agua para ayudar a Josh, pero él le gritó para que no lo hiciera y ella se echó a correr, avergonzada.

Una mujer que estaba por allí y que dijo ser enfermera se hizo cargo de Ellie inmediatamente. Después de examinarla y devolvérsela a su horrorizada madre, la enfermera atendió a Tulip, que ya había vuelto en sí, pero estaba muy pálida. Dos hombres estaban sacando a Josh del agua, aunque era evidente que podría haber salido él solo. En ese momento se oyó el grito de una mujer mayor que hizo que todos se dieran cuenta de inmediato del peligro que se acercaba a toda velocidad desde el otro extremo de la laguna, con los ojos clavado en su posible presa. El cocodrilo no era ni mucho menos tan grande como había dicho Snowy, probablemente era una hembra, pero podría haberse hecho con el muchacho y con la pequeña sin el menor problema.

Josh Hall se dejó caer sobre la hierba, jadeando, y extendió los brazos de piel dorada por el sol. Clio nunca había intercambiado con él más de dos palabras, sin embargo no dudó ni un momento en arrodillarse junto a él.

–¿Sabías que estaba ahí el cocodrilo? –le preguntó sin atreverse a tocarle el brazo.

–No seas tonta, niña –se volvió a mirarla, clavando sus ojos azules en ella–. Por aquí siempre hay cocodrilos. Ya os lo advirtió Snowy, pero fuisteis demasiado orgullosas para hacerle caso –añadió con tono de adulto. Por mucho que se empeñara en ser brusco con ella, Clio sabía que no serviría de nada.

–Pero el ayuntamiento había examinado la zona –protestó Clio.

–Pues es evidente que no lo hicieron bien –le dijo ella con unos ojos tan brillantes que la quemaban.

–La que has salvado es mi prima Ellie.

–Ya lo sé –respondió Josh sin rodeos.

Tanta hostilidad la hizo sonrojarse. ¿Acaso la odiaba?

–Tú eres Clio Templeton, ¿verdad? –dijo de pronto, de manera inesperada–. La princesa del lugar.

El sarcasmo con que lo dijo no impidió que Clio le mostrara la gratitud que sentía hacia él.

–Y tú eres un héroe –se limitó a decir y luego, con gran osadía, se inclinó para darle un beso en la mejilla–. Nunca olvidaré lo que has hecho.

El muchacho la miró con recelo y con algo más que Clio no supo identificar.

–Claro que lo olvidarás.

–¡No es cierto! –Clio se puso en pie, con la furia que podía sentir una niña de nueve años, con su melena color azabache y sus enormes ojos oscuros llenos de admiración–. Josh Hart, sé que mucho de lo que dicen de ti es verdad, pero eres muy valiente. Estoy muy orgullosa de conocerte.

Él se echó a reír.

–Calla, princesa –dijo y se puso en pie–. Te llaman.

Clio tuvo la sensación de que estuvieran cayendo relámpagos a su alrededor.

Lo que no sabía entonces era que sentiría lo mismo siempre que lo viera.

CAPÍTULO 1

¿CUÁNDO había empezado a enamorarse? Se preguntó Josh mientras conducía en medio de una noche clara y estrellada.

Quizá a los trece años cuando una bella muchacha con el pelo largo y negro como de gitana y unos enormes ojos oscuros se había inclinado a darle un beso en la mejilla. ¿O cuando había tenido que tragar saliva para eliminar un nudo de emoción que apenas recordaba haber sentido antes? Nadie aparte de su madre lo había besado nunca, ni le había hecho emocionarse. Pero aquel día inolvidable, Clio Templeton lo había sacado de su largo vacío emocional. Y eso lo había transformado. Le había servido como compensación por todas las privaciones a las que se había visto sometido. Con sólo nueve años, Clio Templeton había atravesado una coraza tan gruesa y fuerte que Josh había creído que nadie podría romper jamás. Pero entonces ella había acercado su boca de labios rosados y le había rozado la mejilla.

Clio Templeton, la única persona en el mundo que se había acercado a él durante los terribles años que habían seguido a la muerte de su madre. Josh seguía sin creer que la sobredosis de su madre hubiera sido intencionada. Ella lo había querido mucho. Y él a ella también. Habían estado los dos solos y unidos contra el mundo. Josh no tenía la menor idea de quién era su padre, pero sin duda era un hombre cruel. Quizá él se convirtiera en el mismo tipo de persona. Desde luego físicamente debía de parecerse a él, porque su madre, Carol, había tenido el pelo oscuro, los ojos castaños y poca estatura. Ella nunca le había confesado el nombre de su padre, pero Josh sabía que aquel hombre había destrozado sus sueños y luego su vida, dejándolo a él huérfano y desolado.

Ésa era la historia de su vida. Su madre había muerto y él había quedado con vida, pero sin la menor oportunidad de llevar una existencia normal. Desde los cinco años se había visto obligado a enfrentarse a la dura realidad. A la incomprensión más absoluta, al dolor, a la soledad y al aislamiento. Incluso le habían cambiado el nombre por uno procedente de la Biblia porque el que le había puesto su nombre sonaba demasiado extranjero. Con el paso de los años había empezado a sentir rabia y no lo había ocultado, estaba a la vista de todos.

Al crecer, su cuerpo se había llenado de sólidos músculos y había alcanzado una altura formidable, tan formidable como su cuerpo. En aquella época debía de haber parecido un joven león huido del zoo. Había llegado a la conclusión de que ése era el plan que Dios tenía para él. ¿Pasar la vida en la cárcel? En realidad ya no creía en Dios, ¿por qué habría de hacerlo? Había pasado de una casa a otra, incluso había estado detenido en un centro de menores; había visto de todo, cosas demasiado horribles como para hablar de ellas.

Había tenido que superar el pasado, pero había supuesto un esfuerzo tan inmenso que se había convertido en una persona muy dura, se había separado de los demás. Sabía que mucha gente de la ciudad se apartaba de él, no comprendían todo por lo que había pasado y, aunque lo hubieran sabido, seguramente no lo habrían creído. Porque tenían una vida muy fácil. La pequeña ciudad tropical de Templeton era tan hermosa y próspera como cualquier otra de la Tierra Prometida.

Cuando llegó a la mansión de los Templeton, había ya muchos coches de lujo aparcados en la entrada, el más caro de todos era el de Jimmy Crowley. Dios, Crowley tenía sólo un año más que él. Aquel coche le habría ido mejor a su abuelo, el viejo, feo y poderoso patriarca. Pero Jimmy parecía estar esforzándose mucho en demostrar que también él podía convertirse en un hombre importante. Entre otras cosas, Jimmy y su familia se habían convencido de que Clio Templeton sería para Jimmy. ¿Con quién querría estar si no con la muchacha más guapa del mundo? Desde luego, Josh estaba de acuerdo.

Al bajar de su Porsche gris metalizado, se dejó envolver por las fragancias del verano que transportaba el aire: adelfa, gardenia, franchipán y jazmín. Se descubrió respirando hondo para empaparse de todos aquellos aromas. En aquellos jardines estaban prácticamente todas las flores y plantas tropicales que existían. Había espacio de sobra. La mansión de los Templeton ocupaba ocho hectáreas del terreno más caro del lugar y el esplendor de los jardines era conocido en todo el estado. De vez en cuando los abrían al público. La madre de Leo había mandado construir un enorme lago artificial donde nunca tendrían que preocuparse por los cocodrilos, adornado por una impresionante cascada que caía sobre grandes rocas. Nadie pensaría que era artificial con tanta vegetación.

Josh miró hacia la casa. El enorme tamaño de la residencia resultaba casi absurdo, sabiendo que sólo dos personas, Leo y su abuela, la habitaban en la actualidad. La esposa de Leo, Margaret, había muerto unos diez años antes. El ama de llaves de siempre, Meg Palmer, y su esposo Tom, mano derecha de Leo, tenían su propia casa dentro de la finca.

A Leo le gustaba mucho recibir visitas y dar fiestas. Pronto llegaría la gran fiesta anual de Navidad de los Templeton. Claro que para Josh la Navidad no tenía el menor significado, pues no tenía nadie con quien compartirla. Por supuesto, había habido algunas mujeres en su vida; el sexo le ayudaba a liberar tensiones, pero nunca había sentido nada importante por ninguna de ellas. No había conocido a ninguna mujer a la que quisiese dejar entrar en su vida diaria; nadie podría derretir su corazón, ni soportar su estado de ánimo, tranquilo pero peligroso. A veces pensaba que no tendría más elección que quedarse solo para siempre. Sabía que era más que posible que fuera así.

A la fiesta de aquella noche estaban invitados cien de los habitantes más ricos e influyentes de la ciudad, con el propósito de reunir fondos para comprar maquinaria y material médicos de neonatología, que no era nada barato. En realidad los Templeton habían aportado la mayor parte del dinero con el que se financiaba el prestigioso hospital de la ciudad. Leo le había insistido mucho para que asistiera a la fiesta. De haber sido cualquier otra persona, Josh habría declinado la invitación. Excepto si se lo hubiese pedido la maravillosa Clio.

Claro que Clio jamás lo habría invitado porque Josh y ella mantenían siempre una distancia prudencial. Josh había recibido el mensaje. Clio era la princesa del lugar y él era pobre; por eso nunca habían dejado que entre ellos surgiera ningún tipo de amistad, aunque Josh la veía a menudo cuando visitaba a Leo. Últimamente ya no iba con tanta frecuencia. Ahora era millonario. El negocio inmobiliario daba más dinero que ningún otro, a excepción de la minería, pero Josh también había invertido en eso. La región norte del país estaba viviendo un verdadero boom inmobiliario del que Josh estaba sacando el máximo provecho: compraba edificios en ruinas y los convertía en modernos apartamentos o en oficinas.

Leo le había financiado al principio, pero Josh le había devuelto todo el dinero con intereses. Leo Templeton lo había ayudado a tener una vida mejor y sabía que le debía mucho por ello. Leo había aparecido poco después del accidente de la pequeña Ellie para crear un fideicomiso, con lo que se había convertido en una especie de tutor para Josh. Sin embargo la nieta de Leo era una criatura demasiado especial como para dejarse influir por el sórdido pasado de Josh. Fuera cual fuera la naturaleza del sentimiento que había dejado en ambos el incidente de la laguna, los dos lo habían enterrado de tal modo que quizá nunca volviera a aflorar.

Clio vivía con su abuelo desde que su padre, Lyle Templeton, había vuelto a casarse hacía unos años. Su madre había muerto en un terrible accidente mientras navegaba y su yate había chocado contra otro en medio del mar. Clio tenía diecisiete años en aquel momento y había quedado destrozada por la tragedia. Su madre y ella siempre habían estado muy unidas.