Una dulce seducción - Solo suya - De otro mundo - Margaret Way - E-Book

Una dulce seducción - Solo suya - De otro mundo E-Book

Margaret Way

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Beschreibung

Ómnibus Jazmín 555 Una dulce seducción Margaret Way El ranchero Ashe McKinnon había descubierto a alguien que no había sido invitado a la boda de su prima... ¡La examante del novio! Actuando con discreción para evitar el escándalo, Ashe convenció a la guapísima Christy Parker para que se hiciera pasar por su acompañante. Pronto Christy se enamoró de su apuesto salvador, pero él le había dejado muy claro que solo se casaría por conveniencia... Solo suya Phyllis Halldorson Aquel sexy y experimentado caballero estaba definitivamente fuera del alcance de una simple maestra de Primaria como Eve Costopolous. Gray Flint era el padre de una de sus alumnas, pero le inspiraba fantasías que nada tenían que ver con el trabajo. ¿Podría aquella dulce virgen llevar al altar a un soltero empedernido como él? De otro mundo Carla Cassidy El detective Kevin Cartwright encontró a Phoebe Jones, uno de los cuatro hermanos que debía localizar. Había alguien más tras los pasos de la bella doctora y del valioso collar que era la respuesta a todas las incógnitas de su pasado. Poco después Kevin y ella estaban haciéndose pasar por amantes y viajando en busca de la verdad, pero el modo en el que Phoebe reaccionaba ante aquellos besos impostados era todo menos fingido.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 555 - noviembre 2022

© 2002 Margaret Way, Pty., Ltd.

Una dulce seducción

Título original: Strategy for Marriage

© 1999 Phyllis Halldorson

Solo suya

Título original: A Man Worth Marrying

© 2002 Harlequin Books S.A.

De otro mundo

Título original: More Than Meets the Eye

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2003

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-1105-995-4

Índice

Créditos

Índice

Una dulce seducción

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Epílogo

Solo suya

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

De otro mundo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

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Capítulo 1

Enlace Deakin-McKinnon

Mansión de Riverside Brisbane, Queensland

Ashe, cariño, ¿quién es esa chica, la rubia con ese vestido verde tan exquisito? –le preguntó Mercedes, la mujer de su tío y madre de la novia, con un codazo en las costillas.

–¿Quieres decir la señorita Miss Universo? –respondió él con sarcasmo–. Yo me estaba preguntando lo mismo.

De hecho, había comenzado a preocuparse porque estaba prestándole demasiada atención. Lo sorprendía la atracción sexual tan grande que ejercía sobre él. Sobre todo, porque él se había convertido en un verdadero cínico con respecto a la belleza de las mujeres y a su habilidad para embelesar a los hombres. Las mujeres hermosas del estilo de aquella rubia le recordaban demasiado a su madre. La madre a la que había odiado desde que los abandonó a su padre y a él cuando tan solo tenía diez años.

–Parece ser que no la conoce nadie de nuestra parte –le susurró Mercedes, verdaderamente preocupada mientras jugueteaba con su collar de perlas australianas, las mejores del mundo–. Quiero decir, nadie a quien haya preguntado. ¡Por Dios Santo! No sé por qué me preocupo tanto –añadió con una risita forzada–. No es que no se esté portando a la perfección, pero parece que nuestro querido Josh la conoce, aunque no se haya acercado a ella. ¿Te importaría enterarte de quién es?

En realidad, ya lo había pensado. Por una razón: «nuestro querido Josh» era el novio y una antigua novia podía aguarles la fiesta.

–No te preocupes, Mercedes –le aseguró con una sonrisa– Déjamelo a mí.

Tenía mucho cariño a su tía Mercedes y a su prima Callista, que estaba preciosa en el día de su boda. Era una pena que su flamante esposo, Josh Deakin, no le cayera tan bien. Ese hombre tenía todo el aspecto de un cazafortunas y, en una ocasión, había estado apunto de decírselo; pero a su tía Mercedes parecía encantarle y su prima estaba colada por él. Así que no habría servido de nada. Según le habían dicho, aquella boda era como de un cuento de hadas y ¿quién creía en hadas? Desde luego, él no; aunque tenía que admitir que la señorita Miss Universo se parecía bastante a una.

El tono agudo de Mercedes lo sacó de su ensoñación.

–Todo va a salir a la perfección –dijo como si algo pudiera suceder–. Lo último que necesitamos es… –miró hacia la rubia sin acabar la frase.

–No te preocupes. Ya te he dicho que yo me encargo de todo –la tranquilizó él, con la esperanza de que no fuera demasiado tarde. Si Deakin pensaba que Callista y Mercedes no tenían a nadie que cuidara de ellas, estaba muy equivocado.

–Dependo demasiado de ti, Ashe –le dijo su tía con cariño–. Espero no ser una carga muy grande.

–Somos una familia, tía –le aseguró él a la ligera, aunque, en realidad, consideraba a la familia muy importante.

Él era el jefe de su clan porque su familia más inmediata se había marchado. Su madre, con su amante. Y su padre y su tío Sholto, el marido de Mercedes, habían muerto en un accidente de avión hacía cinco años. Así que, aunque aún no tenía los treinta años, se había convertido en el cabeza de familia, el cabeza del imperio McKinnon y el albacea de la herencia familiar.

Mercedes se fue a saludar a los invitados sin que él le hubiera dicho que todos sus instintos se habían puesto alerta desde que la vio colarse; no quería darle un disgusto si podía evitarlo.

En la puerta de la mansión había dos porteros que recogían las invitaciones; pero aquella mujer no la había presentado. La vio aparecer por un pasillo y, desde entonces, no le había quitado los ojos de encima. Al llegar a la altura de los porteros, la había visto representar una pequeña actuación. Había hecho como que buscaba en su cartera e, inmediatamente, había levantado el brazo, como saludando a alguien, con una preciosa sonrisa en la cara. De manera inmediata, los porteros la habían dejado pasar: las mujeres como ella siempre eran «alguien». Cualquiera podía verlo.

Tal y como había sospechado, no se dirigió hacia nadie en particular. Nadie estaba esperándola. Y allí estaba, en la mitad de la habitación, con la araña del techo bañándola de luz y haciéndola brillar de manera espectacular

Era rubia y las sandalias de tacón de aguja que llevaba la hacían más alta de lo que ya era. El vestido quitaba el aliento. Era de seda verde y tenía un escote palabra de honor que dejaba al descubierto unos perfectos hombros redondeados y marcaba a la perfección la curvatura de sus senos. La falda, adornada con pequeñas piedras brillantes, era corta y mostraba sus largas y esbeltas piernas. Desde luego, era un vestido que solo podía llevar una mujer joven, con una figura perfecta y con mucha seguridad en sí misma. Llevaba un recogido en lo alto de la cabeza del que caía una cascada rubia que le llegaba por la mitad de la espalda. Su tez era sedosa, con las mejillas sonrosadas y un hoyuelo en la barbilla. Aun en la distancia, podía ver el brillo de sus ojos verdes cristalinos.

Dio un paso hacia donde ella estaba y sintió que la atracción aumentaba.

Parecía nerviosa e, inexplicablemente para una belleza como ella, estaba sola. ¿Quién era exactamente? ¿A qué había ido allí? Él creía conocer a todas las amigas de Callista; de hecho, ya lo habían intentado emparejar con alguna de ellas en más de una ocasión, pero a ella no la había visto nunca.

Tampoco había estado en la iglesia. Si hubiera estado, la habría visto. Pero había aparecido en la casa. ¡Interesante! Afortunadamente para ella, no se trataba de una cena formal en torno a una mesa, sino de un espléndido bufé que se había servido bajo unas marquesinas en el jardín. Según le había contado la tía Mercedes, solo la mesa de los postres medía treinta metros de longitud. No había escatimado ni un céntimo en el gran día de su hija única.

Y ahora se les había colado una aguafiestas. Aunque fuera una belleza que cortaba la respiración.

Se rio de sí mismo al pensar en los efectos que le causaba. En su vida cargada de acción, no tenía tiempo para una mujer que podía convertir a un hombre en su esclavo. Estaba demasiado ocupado. Tenía demasiadas cosas que hacer. Y ella significaba problemas. Sin embargo, conocía a Josh Deakin, su primo desde hacía pocas horas. Probablemente, era una antigua novia dispuesta a causar problemas.

¡De ninguna manera!

Sintió que tenía que sacar a la señorita Miss Universo de la casa de manera inmediata.

Christy, con los nervios de punta pero demasiado enfadada para cejar en su intento, entró por la puerta principal de la mansión de dos plantas de los McKinnon. Era una falta de etiqueta colarse en una boda, pero su ex novio, Josh, después de convencerla de que la amaba, se merecía un buen susto. No tenía la menor intención de molestar a la novia, la heredera McKinnon. Probablemente, era tan joven y crédula como ella. Después de todo, Josh era todo un encanto, aunque solo fuera en apariencias. La única diferencia entre ella y la novia eran unos quince millones de dólares, eso por no mencionar la fortuna que la chica podría heredar de su madre. Josh, mientras cortejaba a su heredera, había continuado su ardoroso noviazgo con ella. ¿Cuántas veces le había dicho que la amaba? ¿Cuántas veces le habría hablado de matrimonio? ¡Incluso se había llegado a plantear en serio comprometerse con él! Seis meses juntos. Muy divertidos; aunque bastante superficiales. Todo acabó cuando por casualidad se encontró a Josh besando a otra mujer en los juzgados. La joven resultó ser Callista McKinnon, la actual señora Deakin.

Mercedes McKinnon era cliente del bufete para el que trabajaba Josh como abogado. Un día se presentó en las oficinas con su preciosa hija, Callista. Josh era especialmente bueno con las clientas, así que su jefe le concedió el caso. Ese mismo día, debió darse cuenta de la oportunidad que se le acababa de presentar. Era un joven muy ambicioso al que le importaban mucho el dinero y la posición social. Christy nunca había llegado a conocer aquel lado de Josh. Aunque, a decir verdad, apenas conocía ningún lado. Porque él era un verdadero farsante. Un traidor y un actor genial. Lo peor fue cuando le habló de su plan para casarse con Callista, ¡se lo contó como si le hubiera tocado la lotería! Una lotería que los dos podían compartir, según él. Ella habría preferido morirse antes que aceptar semejante ardid.

A medio camino del vestíbulo, un lugar perfecto repleto de antigüedades y flores, se dio cuenta de que la estaban observando. Ella sabía que solía atraer la atención, pero la mirada que tenía clavada no era precisamente de admiración. Más bien, parecía que la estuvieran inspeccionando. Tenía los nervios tan en tensión que tuvo que levantar los ojos para ver de dónde provenía aquel magnetismo.

Delante de ella, se encontró con un hombre de profundos ojos negros.

Ashe McKinnon.

No le costó nada reconocerlo. Aunque en persona era mucho más atractivo y arrogante que en las revistas.

Después de que Josh le hablara de sus planes para casarse con una del clan de los McKinnon, ella se había interesado por la familia. Y no le resultó difícil encontrar cosas sobre ellos.

Eran toda una dinastía en Australia. Reyes del ganado provenientes de los tiempos coloniales que habían generado una gran riqueza. Había visto fotografías de la mansión, un lugar magnífico. También lo había visto a él en diferentes acontecimientos: funciones benéficas, jugando al polo… Lo habría reconocido en cualquier parte. De hecho, al verlo sintió algo muy extraño. No parecía un hombre amable, todo lo contrario. Desde luego, no parecía el tipo de persona que fuera a permitir que alguien se colara en la boda de su prima.

Christy se movió lentamente. Lo único que quería era tener la oportunidad, aunque fuera muy breve, de darle a Josh el susto de su vida. Lo único que pretendía era saludarlo con la mano; después, se marcharía a casa tan contenta… tan contenta como era posible después de que la hubiera humillado de aquella manera. Pero no había escrito ningún papel para Ashe McKinnon en aquella función. Un terrible error. Tenía el presentimiento de que se dirigiría hacia ella enseguida. Entró en el salón, impresionada por la decoración y las magnificas obras de arte que colgaban de las paredes.

–¿Una amiga del novio? –preguntó una voz atractiva detrás de ella.

Se giró sobre sus tacones de aguja para comprobar, aliviada, que se trataba de un joven de pelo rojo que la miraba con la admiración a la que estaba acostumbrada.

Estaba a salvo por un momento. Solo pretendía quedarse hasta que lograra su pequeña venganza y Ashe McKinnon, el barón del ganado, podía irse al diablo.

Ashe comprobó que no le costaba nada relacionarse. No con aquella imagen tan espectacular. La observó a través de la puerta de cristal que daba al solárium, sorprendido por su tenacidad. Vio a todos los solteros de la fiesta acercarse a ella y aquello lo molestó bastante. No podía creérselo, pero le apetecía decirle a Jake Reid, un joven al que conocía de toda la vida, que le quitara las manos de encima. Tenía los músculos en tensión. Algo poco frecuente en él.

El solárium se había convertido en una pista de baile para la ocasión. Esperó su momento, sin apartar los ojos de ella. Pasado un rato, se disculpó con el grupo con el que estaba y se dirigió hacia donde estaba bailando.

–Disculpa –le dijo a su amigo, Tim Westbury–, realmente, tengo que hablar con tu pareja.

–Bueno, Ashe, lo estábamos pasando muy bien…

Durante un momento, pareció que Tim no se iba a marchar, pero entonces, debió de ver algo en su expresión.

–Ya me he dado cuenta. Adiós.

–Hasta luego, Christy –dijo Tim antes de que lo agarrara su novia.

–Bonita fiesta –dijo Ashe.

Al rodearla con un brazo e inhalar su fragancia, un extraño placer le recorrió el cuerpo.

–Muy bonita –asintió ella, mirando hacia otro lado.

–La ceremonia también fue preciosa.

–Se me llenaron los ojos de lágrimas.

–¿De verdad? Estoy seguro de que no estuviste en la iglesia. Por cierto, soy Ashe McKinnon, el primo de la novia.

Ella entrecerró los ojos.

–No os parecéis en nada.

Era difícil no estar impresionada con aquel hombre. Físicamente, por lo menos ¿Cómo describirlo? Imponente. Un poco serio. Aunque del tipo que volvía loca a las mujeres. Pero no a ella. Ella ya se había dado cuenta de que era demasiado duro para su gusto; aunque, con aquel frac, tenía un aspecto fantástico.

Tim le había dicho que había sido el padrino por ser el cabeza de familia. Desde luego, le pegaba. Solo por su altura, ya sobresalía de los demás; debía de medir más de un metro noventa. Ella, a pesar de su metro setenta, se sentía pequeña a su lado. Era delgado, pero también fuerte. Podía sentirlo en el brazo que la rodeaba.

Christy siguió con su inspección. Estaba muy moreno, aunque no parecía del tipo de hombre que se pasara mucho tiempo en la playa. Tenía el pelo negro como el ébano y un poco ondulado. Si se lo dejara crecer un poco, seguro que le salían rizos. Sus ojos eran azules como el océano, realmente preciosos. Aunque ella no podía ver en su interior, parecían estar atravesándola.

No era un hombre amable. O un hombre que hiciera a una mujer sentirse segura. Más bien parecía bastante peligroso, por lo que tendría que tratarlo con cuidado. Entre ellos había demasiada tensión.

–Me muero por saber cómo te llamas –dijo él con sarcasmo.

–Solo tenías que preguntarlo. Soy Christine Parker. Mis amigos me llaman Christy.

Su respuesta sonó dulce y amable. Pura música. Otro as que se sacaba de la manga.

–Entonces, yo te llamaré Christine. ¿Te puedo preguntar si eres amiga del novio? –preguntó deslizando la mano por su espalda.

–¿Por qué me habrá sonado eso a un reto?

–No lo sé. Quizá porque eres del tipo de mujer que los va buscando.

–No pretendo hacer nada.

–Me alegro –dijo él mirándola con sarcasmo–, porque yo no puedo permitir que le estropees el día a mi prima.

–No tengo la menor intención de hacer algo así –protestó ella.

–Pero quieres molestar a Deakin.

–Ahora parece como si no te importara mucho –era un placer retarlo. Sentía cierto peligro al estar al lado de aquel hombre y, al mismo tiempo, algo más le estaba sucediendo, pero no sabía qué.

–Lo único que me preocupa es que esta fiesta salga a la perfección –le dijo advirtiéndole–. Me debo a mi tía y a mi prima.

–¿De verdad? –de repente, sintió la necesidad de mostrase mordaz–. Por tu aspecto nadie habría dicho que fueras tan sentimental.

–Tómatelo con calma, Christine.

Su conversación era bastante acalorada. Christy se dio cuenta de que, aparte de la tensión, había algo muy sensual entre ellos. Se preguntó cómo sería posible cuando todavía lloraba el abandono de Josh. A pesar de todo, sentía el calor de sus dedos a través del vestido, igual que si le estuviera tocando directamente la piel.

–Vamos –dijo él con brusquedad.

Los pezones de ella, que le rozaban el pecho mientras bailaban, lo estaban torturando.

–¿Adónde? –preguntó ella levantando la cabeza, sorprendida. La expresión de él era indescifrable.

–Al jardín –sugirió cortante–. Deakin no ha apartado los ojos de ti desde que empezamos a bailar. A pesar de que tiene a la novia colgada del brazo.

–No me había dado cuenta –dijo ella, deseando que Josh la hubiera visto. Callista parecía un encanto y se merecía ser feliz. Pero el instinto le decía que no sería por mucho tiempo. No con Josh. No era un buen tipo.

A pesar de todo, Christy deseaba que todo hubiera sido diferente. Que Josh hubiera sido un hombre distinto al que en realidad era.

–¿Lo conocías muy bien? –preguntó Ashe empezando a mostrar desprecio.

–No creo que de verdad te interese.

–Inténtalo.

–Es parte del pasado.

Necesitaba alejarse de aquel hombre. Respirar aire puro.

–Eso espero –dijo él, levantándole la cara con una mano y clavándole la mirada

–¿Qué es lo que quieres? ¿Triturarme? –preguntó ella, envidiando su fuerza masculina.

De manera instantánea, él aflojó la mano. ¿Qué era lo que quería de ella? Agarrarla y llevársela de allí. Hacerle el amor hasta que se olvidara de la existencia de Deakin.

¿Y ella? ¿Por qué sentía tanta atracción por un hombre así, tan diferente de Josh? Su magnetismo era tan poderoso que atravesaba su dolor.

–¿Vas a decirme exactamente el motivo de tu presencia en este lugar? Estoy seguro de que no tienes invitación.

–La perdí –dijo ella–. Se voló.

Por el rabillo del ojo seguía viendo a Josh y a su mujer y sintió una punzada de dolor.

–Bésame –le ordenó antes de ponerse a llorar.

Él la meneó un poco.

–¿Quieres darle celos? Mírame.

Pensaba besarla antes de que acabara la noche. De hecho, nunca había deseado tanto besar a una mujer. A aquella preciosa criatura que estaba colada por otro hombre. Un hombre al que su prima estaba cariñosamente abrazada.

–Eres una tonta –murmuró Ashe agachando la cabeza sobre ella–. Nunca lo volverás a tener para ti. Nunca.

–Yo no lo quiero –lo dijo de verdad; pero no iba a superar la decepción en una noche–. ¿Nos vamos fuera?

–¿Por qué no? Ya hemos despertado la curiosidad de todos.

Pero no iba a ser posible. Callista llamó a su primo desde el otro extremo de la habitación.

–¡Ashe!

Nadie le había dicho quién era aquella hermosura rubia con el vestido verde. A los ojos de Callista era adorable y extravagante. ¡Qué vestido! Ella nunca se hubiera atrevido a llevar algo así. ¿Y qué estaba haciendo Ashe con ella? Los dos parecían estar perdidamente enamorados, como si nada más en el mundo importara.

Josh estaba al lado de Callista; pero le hubiera gustado estar en cualquier otro lugar.

–Tengo la garganta seca de tanto hablar. Voy a buscar una bebida. ¿Quieres algo, cariño?

Callista le dedicó una sonrisa embelesada.

–¡Por favor, Josh! Espera a conocer a la nueva novia de Ashe. Estoy un poco sorprendida, pero la verdad es que Ashe está lleno de sorpresas.

–No sé…

Realmente tenía la boca seca y el corazón le latía a toda velocidad. Christy siempre se había comportado como toda una dama; pero él sabía muy bien lo que una mujer enfadada podía hacer.

–Por favor, cariño, hazlo por mí –le pidió Callista, agarrándolo de la mano.

–No puedo hacerlo –le dijo Christy a Ashe mientras cruzaban la habitación.

–Sí puedes. Yo te acompañaré –la agarró de la mano y la sujetó con firmeza.

–¿Quién se supone que soy?

–Deberías haberlo pesado antes –respondió él con dureza–. Digamos que eres mi secreto mejor guardado.

–¿Quieres decir que estoy aquí por ti? –dijo ella atónita.

–¿Se te ocurre algo mejor? No voy a arriesgarme a que le hagas daño a Callista. ¿Crees que podrías sonreír?

–Por supuesto que puedo sonreír. No hace falta que seas tan arrogante –respondió ella llena de orgullo–. ¿Cuál es el plan?

–Improvisaremos –le dijo él con una sonrisa de lo más sexy.

Aquello le devolvió la adrenalina.

¡Vaya! Josh parecía tan asustado como un conejo.

Callista miraba del uno al otro sin saber lo que estaba sucediendo. Al acercarse, Christy se dio cuenta de que Callista era mayor de lo que aparentaba; debía de estar más cerca de la treintena que de la veintena. Probablemente, podría tener acceso a su herencia cuando cumpliera los treinta y era evidente que Josh no podía esperar.

–Estas adorable, Callista –le dijo su primo con tranquilidad–. Espero verte siempre así de radiante –añadió mientras deslizaba un brazo por la cintura de Christy y la atraía hacia él–. Quiero que conozcas a mi amiga Christy Parker. No estaba en la lista de invitados porque no sabía que volvería tan pronto de Los Ángeles.

Josh se dio cuenta de que se había escapado de un terrible peligro y se metió de lleno en su papel de novio.

–Creo que ya nos conocemos –le dijo a Christy, de manera imperdonable–. Trabajas en Whitelaw Promotions, ¿verdad?

Era el momento de hundirlo. De darle lo que se merecía. Pero, en lugar de eso, asintió con frialdad.

–Sí, me parece que también te conozco.

Josh se preparó para un ataque, pero este no llegó.

–¿Cómo está Zack? –le preguntó él con un tono de lo más agradable con referencia al jefe de Christy, el director de la empresa de relaciones públicas donde trabajaba.

–Bien –respondió ella sin poder adoptar un tono casual. Estaba demasiado enfadada–. Ha sido una boda preciosa, Callista –dijo volviéndose hacia la novia–. Te deseo que seas muy feliz –sorprendentemente, había conseguido decirlo.

–Muchas gracias… Christy… –consiguió decir la chica–. ¿Cuándo os conocisteis Ashe y tú?

–Bueno…

–Es una larga historia –intervino Ashe, consciente del torbellino interior de Christy.

–Una historia que seguro que merece la pena escuchar –dijo Josh sin apartar los ojos de Christy.

–Pero ella no te la va a contar –dijo Ashe con la voz cargada de sarcasmo–. Nos vamos, sé que estáis deseando estar a solas.

–Dios mío –murmuró Christy de manera inaudible mientras se alejaban–. Normalmente no bebo, pero creo que ahora me sentaría bien una copa.

–Lo has hecho muy bien –la felicitó él–. Aunque a mí me quedó claro que te apetecía darle una bofetada.

–¿Y a ti no?

–Solo me frenó el hecho de que Callista sea mi prima y esta sea su boda.

Christy tembló. Josh no era rival para ese barón del ganado. Él no disponía de esa especie de masculinidad invencible, de hecho, consideraba a Josh bastante «blando».

–Ahora debo irme –dijo ella.

–Creo que debería ser yo el que te echara de aquí –bromeó él, disgustado al ver a aquella bruja hermosa tan amargada.

–No pertenezco a este lugar.

–Estoy completamente de acuerdo contigo; pero ahora no vas a ir a ninguna parte. Todavía no. Vamos –la tomó del brazo, haciéndola su prisionera.

Mientras la llevaba hacia el bufé, algunos periodistas aparecieron en su camino. Las cámaras se dispararon captando a la pareja.

–¿Qué champán quieres? ¿Moët o Bollinger?

–¿No habría resultado más económico comprar champán australiano? –preguntó ella mientras tomaba un canapé de caviar ruso.

–Mercedes opina que nuestro champán carece de la sutileza francesa.

De manera inevitable, algunos invitados se acercaron a hablar con Ashe. Ninguno de aquellos archimillonarios la conocía a ella, pero eso era normal; aparte de alguna función benéfica, ella no solía moverse en su mundo. Aunque todas las personas que le presentaron la miraron con ojos aprobadores, ella deseaba largarse corriendo.

Y el momento, por fin, llegó.

–Ashe, cariño, ¿por qué eres tan cruel conmigo?

Christy no esperó ni un segundo. Se alejó de ellos por el césped, manteniéndose alejada de las habitaciones principales, y se dirigió hacia el este.

–¡Christy! –exclamó Josh mirándola de arriba abajo.

–Lo siento. No quiero hablar contigo –dijo ella con los dientes apretados.

–Cálmate, cariño –le suplicó él–. Dios, pensé que ese maldito ganadero te había succionado.

–Vendrá a buscarme en un minuto.

–A mí no me engañas. No lo conoces de nada.

–Estamos a punto de comprometernos –respondió ella para hacerle daño.

–No me lo creo.

–Pues créetelo. Es irónico, ¿verdad? Yo diría que tiene muchos más millones que tu esposa y su madre juntas.

–Es mentira –dijo él con la voz cargada de celos–. Estás resentida conmigo…

–Lárgate de aquí –dijo ella con disgusto, deseando perderlo de vista.

–Tenemos que hablar, Christy. ¿Nos vemos luego?

–¿Luego? Se supone que estarás de luna de miel.

–Ojalá fuera contigo –admitió él con un tono que mostraba arrepentimiento.

–¡Vete al infierno!

–¿Por qué me haces esto? –gruño él–. Te amo y sé que tú me amas a mí. Nada cambiará eso –elevó una mano hacia ella pero ella lo apartó de un manotazo.

En aquel instante, la figura alta de Ashe McKinnon apareció en la puerta.

–Esta debe de ser la mayor estupidez que hayas cometido jamás, Deakin. Aléjate de él –dijo con los dientes apretados a Christy.

–¿No se te ha cruzado por tu arrogante cabeza que eso es exactamente lo que deseo hacer?

–Te dije que te quedaras conmigo –le recordó él, sin apartar los ojos de él.

–¿Y tú pensabas que te iba a obedecer? ¿Qué tipo de mujer crees que soy?

–Una idiota, para empezar –le dijo él cortante–. Ven aquí conmigo y tú, Deakin, lárgate de aquí. Tu tonteo con otras mujeres ha terminado hoy. Si escucho una sola palabra…

–Voy a ser el mejor marido del mundo –respondió él con la convicción de un estafador profesional.

–Será mejor que así sea –asintió Ashe con los dientes apretados.

–Yo quiero a Callista y la única culpable de todo esto es Christy.

–Lárgate de aquí –respondió Ashe con los puños apretados–. Eres verdadera basura.

Josh giró sobre sus talones y salió de la habitación.

Por fin llegó el momento de que la feliz pareja abandonara la recepción. Iban a pasar la noche en uno de los hoteles más lujosos de la ciudad antes de partir de luna de miel a Tailandia. Los invitados se reunieron junto a la puerta para despedirse de ellos.

Callista estaba preciosa con el vestido que se había puesto para el viaje. Se giró para tirar el ramo y, sorprendentemente, lo envió muy alto.

Christy no hizo ningún gesto por atraparlo, simplemente no le parecía lo más apropiado. El ramillete descendió con gracia, girando sobre sí mismo, con los lazos de seda rosa al viento. Las amigas de la novia, con las manos en alto, corrieron para alcanzarlo. Cada una de ellas, decidida a conseguir aquel maravilloso presagio.

–¡Yo soy la siguiente! –exclamaban las chicas al unísono con las caras iluminadas por la emoción y la diversión.

–Yo, yo. Para mí.

Pero la vida está llena de sorpresas y de sucesos imprevistos. El ramo de Callista cayó con una suave fragancia sobre las manos de Christy.

Vio los músculos de la mandíbula de Ashe McKinnon endurecerse de manera cínica antes de que dos invitadas la abrazaran y la besaran para felicitarla.

–¡Muy afortunada! –exclamaron mientras lanzaban miradas a Ashe, pensando que había cazado al tipo más imponente de la fiesta.

¿Y por qué no? Ashe no se había separado de ella en ningún momento. Mercedes lo había reprendido por intentar engañarla. Todos parecían pensar que ella era su nueva novia. Una ironía que no pasó desapercibida para ninguno de los dos.

Y así fue como Christy y Ashe McKinnon abandonaron la fiesta juntos.

Christy, con la sensación de que cada vez se estaba metiendo en aguas más profundas.

Capítulo 2

La limusina apareció de la nada. Algunas ventajas tenía que tener ser tan rico. Christy se sentó en el asiento de atrás y, un rato después, Ashe McKinnon se unió a ella.

En el silencio que siguió, Christy miró por la ventana, cansada de tantas emociones.

–Qué tonto soy –dijo él con ironía–. He olvidado dónde vives.

Ella lo estudió con seriedad. Estaba bastante deprimida; sin embargo, él era el que la había salvado de aquella situación tan difícil.

Le dio la dirección y permaneció un rato en silencio.

–Me siento muy avergonzada –dijo después de un rato–. En serio.

–Quizá deberían encerrarte en la cárcel –dijo él burlón.

–¿No lo dirás en serio? ¿Verdad? –se giró para mirarlo.

¿Qué hacía ella con aquel hombre?

–Eso de colarte en las fiestas… ¿es una forma de vida?

–No podía soportar ver a Josh casado con otra.

–Tienes que continuar con tu vida –le dijo él, pensando que cada vez la encontraba más deseable.

–No quiero pensar en nada durante, al menos, un par de días. Creo que he bebido demasiado champán –se disculpó ella.

–Eso es lo normal. Por eso he alquilado yo la limusina. No podía conducir.

–Debería habérmelo pensado mejor, antes de colarme así en la fiesta –dijo Christy taciturna.

–Estoy completamente de acuerdo–asintió él con un tono de censura.

–Me imagino que tú nunca has cometido un error.

–Todavía me hablo con todas mis ex novias.

–Estoy segura de que lo pasaron mal –contestó Christy; aunque estaba segura de que nunca les habría mentido. Si algo estaba claro era su franqueza–. A algunas mujeres les gusta la emoción y los peligros; debe de hacerlas sentirse más vivas. Seguro que tú eres un hombre peligroso.

–Tendrías que conocerme un poco mejor –dijo él mientras la rodeaba con un brazo. El deseo que sentía le estaba haciendo perder el control. De repente, ella parecía muy vulnerable y él quería consolarla.

Christy apoyó la cabeza sobre su hombro.

–No eres mi guardián.

–Por esta noche, sí –dijo él apartando un mechón de su mejilla–. A decir verdad, me preocupa que vayas detrás de ellos.

Ella se enderezó con un gesto de desesperación.

–Ya he aprendido la lección.

–Eso espero –dijo él, aunque no sonaba muy convencido–. Tu ex novio y mi prima acaban de casarse.

–Y yo les deseo lo mejor –exclamó ella un poco aturdida. Estaba tan alterada que no sabía muy bien lo que sentía–. Hay una cosa que tengo muy clara: nunca me casaría con un hombre como tú.

–Espero que no estuvieras esperando que te lo pidiera –dijo él burlón.

¿Quién diablos se pensaba que era? ¿Una diosa?

–Lo último que deseo en este mundo es casarme –dijo ella con gravedad–. Los matrimonios no suelen funcionar. Conozco un montón de parejas que se han separado.

–¿Sin contarte a Josh y a ti? –dijo él irónico.

–Me viene una palabra a la boca, pero me voy a callar –dijo exasperada.

¿Es que no veía lo dolida que estaba?

–Me parece muy bien –bromeó él–. No me gustan las chicas que dicen tacos. Además, yo tampoco estoy muy a favor del matrimonio. Creo que es algo que los hombres hacen para tener herederos.

–¡Qué cosa más horrible acabas de decir!

Él se quedó un rato en silencio.

No solo las mujeres son traicionadas. Hay muchas madres y esposas que se han marchado de sus casas. Las mujeres no tienen ningún problema para romperle el corazón a un hombre.

Christy se sorprendió por la vehemencia que escuchó en sus palabras.

–Pareces un misógino.

–A veces creo que lo soy –reconoció él con una sonrisa torcida–. Quizá sea como consecuencia de mi pasado. Pero volviendo a ti, seguro que serías más infeliz si te quedaras solterona.

–Por favor, no utilices ese termino –protestó ella–. Soy una feminista empedernida y lo detesto. Me ponen enferma todos los términos que los hombres utilizan para clasificar a las mujeres. Después de todo, nosotras no os necesitamos. Si acaso para un revolcón ocasional.

Para su total sorpresa, dada la tensión que reinaba entre ellos, él estalló en carcajadas. Era un sonido muy atractivo. Había algunas cosas en él que encontraba realmente atractivas. Desesperada, sin saber qué hacer en presencia de aquel hombre, cerró los ojos. Él era demasiado para ella. En unas horas había pasado de ser una mujer despechada a ser la nueva novia del barón del ganado.

Aunque solo fuera una representación.

Gracias a Dios.

–Despierta, despierta –le dijo la voz seductora de un hombre al oído.

–¿Qué…? ¿No me digas que me he quedado dormida? –dijo ella sintiéndose desorientada.

–Seguro que sí. No dijiste nada cuando te besé…

–No me has besado –dijo ella convencida de que si la hubiera besado se habría dado cuenta.

–No –respondió él–. Solo me imaginé que te besaba.

Ella se quedó en silencio.

Como por arte de magia, estaban en la puerta de su piso.

Ashe salió a hablar con el chófer. ¿Qué estarían tramando?

Mientras la acompañaba a la puerta, el coche arrancó, dio la vuelta y desapareció en la distancia.

Christy se quedó atónita.

–No recuerdo haberte invitado a entrar –dijo ella, sintiendo algo parecido al miedo.

–Querida Christy. Es lo normal en estas circunstancias. Necesitas que alguien cuide de ti.

–Desde luego, no tú. De eso no me cabe la menor duda.

–Está bien –respondió él con tranquilidad–. Hay un montón de mujeres que están peleandose por estar conmigo.

–Les suele pasar a los hombres con tanto dinero.

–¡Vaya! Eso ha sido muy duro –dijo él intentando defenderse–. Vamos, Christy, por mucho que te lo merecieras, has tenido un mal día.

La agarró de la mano y ella, sintiéndose derrotada, se dejó llevar.

–Bueno, si quieres pasar un momento, no me importa. Yo estoy deseando quitarme este vestido.

Le recordaba demasiado a la boda. Al tiempo perdido. Al fracaso.

Él la miró y después apartó los ojos. Christy había sido la sensación de la noche.

–¿No crees que estás siendo un poco directa? –se burló él.

Ella apenas lo escuchó.

–No puedo aguantarlo más. Nunca volveré a enamorarme. Encerraré mi corazón en alguna parte y nunca volveré a confiar en nadie.

–Deja de compadecerte –dijo él–. Eres joven y hermosa y hay muy buenos tipos por ahí. La próxima vez, intenta juzgar un poco mejor. Creo que mi prima Callista pasó más tiempo eligiendo el vestido que al novio.

Mientras que Josh había elegido sin dudar a la joven con más dinero.

Mientras subían en el ascensor no se dijeron ni una palabra.

Él tenía un aspecto estupendo, pensó ella con admiración. Josh nunca habría tenido nada que hacer a su lado. No es que Ashe McKinnon fuera del tipo de hombre del que se podía enamorar, se dijo para sí misma. Tenía todo el aspecto de ser un hombre duro; además de que no creía en el matrimonio. Seguro que era del tipo de hombre que a su futura esposa le hacía firmar un contrato antes de la boda.

Aunque, pensándoselo bien, eso era de sentido común.

Christy le limpió el confeti que tenía en el hombro, pensado que probablemente tenía el mismo aspecto con unos vaqueros, una camisa vieja y las botas de montar. En una escala del uno al diez, ella le daría un once.

–¿Cuál es el veredicto?

–¿Qué? –preguntó ella atónita mientras salían del ascensor.

–Me sorprende que no te hayas fijado en mi diente de oro.

–¿Tienes un diente de oro? –preguntó horrorizada.

–No. Pero si lo hubiera tenido, seguro que lo habrías visto. ¿Sueles mirar a los hombres de esa manera?

–No seas engreído. Sé que tienes un aspecto espléndido; pero estaba intentando ver más allá.

–Dame las llaves –dijo él tomando el llavero.

Ella entró la primera en su apartamento de un dormitorio. Era precioso. Necesitaría toda la vida para pagarlo, pero no le importaba.

–Siéntate. Voy a quitarme este vestido. No tardaré ni un minuto.

–Tómate el tiempo que quieras. ¿Te importa si me quito la corbata?

–No.

Sus miradas se encontraron y ella tuvo la sensación de que se quedaba sin respiración.

–No voy a volver en camisón, si eso es en lo que estás pensando. Después, pienso quemar este vestido.

–Yo pensaba que lo ibas a llevar siempre. Por cierto, me gusta tu apartamento. ¿Lo has decorado tú?

–Sí. Incluso he pintado las paredes. Ahora que lo pienso, Josh siempre tenía alguna excusa para evitar el trabajo duro.

–¿Llamas trabajo duro a pintar las paredes?

Josh, Josh, Josh. Tenía que dejar de pensar en él.

–Cuando acabé estaba exhausta.

Cuando se quedó solo, Ashe se paseó por el salón hacia unas puertas de cristal que daban a un balcón. Salió al exterior para ver las vistas; o lo que la gente de la ciudad llamaba «vistas». Él nunca podría vivir allí, pensó por millonésima vez. Pero aquello estaba my bien para lo que era: el piso de una chica con éxito.

Se preguntó, sintiendo una furia repentina, si Deakin habría vivido con ella. Si habría dormido allí con ella. Si habría desayunado con ella. Esperaba que no.

La decoración era totalmente femenina, pero un hombre podría sentirse cómodo. Tenía muy buen gusto y sensibilidad; a pesar de lo triste que estaba, había llenado la habitación de flores. Eso le gustó. Igual que le gustó el tipo de libros que leía. Si viera la biblioteca que él había heredado, le encantaría. Todo estaba muy limpio y ordenado; seguro que sería una buena esposa, pensó sin poder evitarlo.

Por fin, se quitó la corbata y la dejó sobre una mesa baja donde había una foto de ella con una pareja de mediana edad. La mujer se parecía mucho a ella, podría haber pasado por su hermana, pero seguro que era su madre. El hombre también era muy atractivo, duro y con carácter. Por alguna razón, pensó que podían ser gente rural. Quizá tenían una finca. La tierra le daba a la gente carácter, lo sabía por experiencia propia.

Se sentó en un sillón a esperarla. Estaba empezando a preguntarse qué diablos estaba haciendo allí. No era un hombre acostumbrado a dejarse arrastrar por los encantos de una mujer. Pero ella era tan bella… y hablaba y se movía tan bien.

La deseaba. Aquella idea lo sorprendió. Acababa de conocerla, en las peores circunstancias, y, aun así, la deseaba. Se suponía que era por su forma de vivir la vida. Siempre estaba tomando decisiones de último minuto. Grandes decisiones. Nunca descansaba, no se lo podía permitir. Pero aquello era una locura. ¿Cómo podía querer estar con una mujer que estaba llorando por otro hombre? ¿Un hombre al que ya detestaba? Sabía mejor que nadie lo que le pasaba al hombre que se permitía enamorarse perdidamente. Era como entregar el alma. Su madre había engañado a su padre y él no se podía quitar aquella traición de la cabeza.

–¿Qué te pasa? –le preguntó Christy cuando volvió, al ver su expresión sombría.

–Nada –respondió él borrando todos los recuerdos–. Acércate un poco más que te vea mejor. ¿No has cambiado de opinión? ¿No te has puesto un camisón? –habló con ligereza, intentando acallar el deseo que sentía.

–Eres un desconocido –respondió ella con la misma frialdad.

Se había puesto lo primero que había encontrado: una camiseta y unos vaqueros.

–¿Quieres un café?

–Café, la mejor cura. ¿No tendrías, por casualidad, whisky?

La expresión de ella se congeló al recordar.

–Josh se llevó todo el alcohol y yo no soy muy bebedora. Si embargo, tengo una botella de Tía María. Va muy bien con el café.

–Que sea un Tía María –dijo él, molesto porque Josh siempre tuviera que salir en la conversación–. ¿Quieres que te eche una mano con el café?

–No hace falta. De todas maneras, no cabrías. ¿Cuánto mides, exactamente?

–Un metro noventa y dos. ¿Son estos tus padres? –preguntó señalando la fotografía.

–Sí. Los echo mucho de menos.

–¿A qué se dedican?

–Tienen una finca de pastoreo en Victoria. Les encanta vivir en el campo.

–¿Eres hija única?

–Sí. Mi madre tuvo un montón de problemas conmigo y eso acabó con sus sueños de una familia numerosa. Pero nunca me malcriaron, si lo preguntas por eso.

–Así que eres una chica de campo.

–¿Ganaré un punto por eso?

–Por supuesto. Cuando yo me case mi mujer tendrá que saber lo que es vivir en el campo.

–Lo dices muy serio –comentó ella.

–Es un requisito imprescindible –confesó él, pero sin abrirle el corazón. No le dijo que a su madre le encantaban las fiestas; era una chica de ciudad, en todos los aspectos. De hecho, la última mujer con la que su padre debería haberse casado. Cuando él se casara, no dejaría que el amor interviniera en el acuerdo.

Ella volvió con una taza de café y una copita de licor.

–¿Qué vas a tomar tú?

–Una aspirina –confesó sin disimular.

–Ve y sírvete un café. Con un montón de leche.

–Tú mandas –dijo ella volviendo a la cocina–. Seguro que das órdenes hasta en sueños.

–Por supuesto. Soy el jefe, es mi trabajo. ¿Y ahora qué, Christy? –preguntó él, sin apartar los ojos de ella.

–¿A qué te refieres? –preguntó ella, sentándose enfrente de él.

–A los planes para el futuro. Tendrás que olvidarte de Deakin para siempre.

–Está claro que no me conoces bien –no sabía por qué motivo, pero necesitaba caerle bien.

–Bueno, no me dirás que lo que has hecho es muy normal…

–Sigue insistiendo –ironizó ella.

–Tengo que hacerlo. Tengo debilidad por mi prima.

–Es una chica muy afortunada –dijo ella con un suspiro.

Su boca se torció y a él le entraron ganas de besarla con fuerza.

–Si te portas bien tu príncipe azul vendrá algún día.

–¿Mi príncipe azul? –dijo ella distante–. ¿Cuándo se convierte un hombre en un príncipe azul? No tengo ganas de conocer a ninguno y menos de casarme.

–Ya veo. Creo que te entiendo. De hecho, a mí también me da miedo el matrimonio.

–¿Cómo es posible? No pareces del tipo de hombre que tenga miedos.

–He visto a demasiados hombres perder el juicio por una mujer –dijo él con cinismo.

–Pero eso no solo se puede aplicar a los hombres. Ahora mismo siento que el amor es solo una palabra. Y que, desde luego, poco duradera. Aunque para mis padres ha sido diferente; pero eso es otra historia.

–¿Qué me dices de los matrimonios de conveniencia? –dijo él irónico–. Hay un montón de casos.

–No me dirás en serio que estás considerando casarte con una mujer que no te ame.

–Una a la que yo tampoco ame. No tengo tiempo para cortejos. Además, se puede aprender a querer. Y, por supuesto, la confianza y el respeto mutuo son imprescindibles.

–¿Algo más?

–Bueno, sería ideal si fuera guapa, simpática y le gustaran los niños, si fuera elegante y capaz de compartir el negocio McKinnon. No quiero ningún trofeo, quiero una mujer.

–Y, por supuesto, no querrás que te sea infiel.

Sus ojos se volvieron de hielo.

–¿Por qué has dicho eso?

–He tocado una fibra sensible? Desde luego, me estás mirando como si no se pudiera confiar en mí.

–Las mujeres tan hermosas como tú quizá no sean las esposas más seguras –respondió él.

–¿De verdad? –preguntó ella poniéndose roja–. Ya veo que odias a las mujeres.

–No; pero estoy completamente en contra del divorcio.

Christy se levantó, sintiéndose incómoda.

–¿Quieres más café?

–No. ¿No irás a llorar, verdad? Llevas toda la noche muy sensible.

–No, no voy a llorar –respondió ella con fiereza–. No entiendo a los hombres. Tú podrías tener a la mujer que quisieras. Aquella dama de honor de tu prima. ¿Sabías que está locamente enamorada de ti? ¿Te diste cuenta de la otra docena de chicas decepcionadas porque me llevaste toda la noche del brazo? ¿Es posible que bajo tu apariencia de tipo duro seas un corderillo al que asustan las mujeres?

Él la miró con frialdad.

–No me puedo creer que pienses eso. Simplemente es que exijo demasiado.

En aquel momento sonó el teléfono. La atmósfera entre ellos estaba tan cargada que los dos dieron un respingo. ¿Quién podía ser a aquellas horas? Pensó en sus padres y corrió hacia el aparato.

–¿Diga?

Después de un breve silencio, se escuchó la voz de un hombre murmurando.

–Christy, soy yo.

A Christy le dio un vuelco el corazón y se sintió enfermar. No se lo podía creer.

–Por favor no me cuelgues –pidió él.

–Tienes que estar de guasa.

–¿Quién es? –preguntó Ashe a su lado–. ¿Deakin?

Ella colgó el auricular de manera inmediata.

–No seas ridículo. Se habían equivocado de número.

Pero el teléfono volvió a sonar y antes de que ella pudiera reaccionar, él agarró el auricular.

–McKinnon al habla, ¿dígame?

A ella le entraron ganas de echarse a reír. Lo último que Josh hubiera esperado era encontrarse a Ashe en su apartamento.

Colgó el teléfono. Obviamente lo había asustado.

–¿Se supone que están en su luna de miel y él se dedica a llamarte? Me pone los pelos de punta.

–Bueno esto ya ha pasado más veces –respondió ella tomando prestado su cinismo–. Hombres casados que llaman a sus amantes. Lo que no me gusta es la impresión que tienes de mí.

–Pues explícate mejor –le dijo él, retándola.

–¿Para qué si ya me has juzgado y condenado? Pero quiero que sepas que no tonteo con hombres casados. Por lo que a mí respecta, no existen.

–Bonitas palabras.

–Ha sido un día muy duro. Quiero irme a la cama.

–Quizá debería quedarme por si decides llamar a Deakin.

–No me puedo creer que seas tan cruel –murmuró ella–. No es que me importe. Después de esta noche no volveré a verte.

Él se dio cuenta de que deseaba que eso no fuera así.

–Eso no nos lo creemos ninguno de los dos.

Lo dijo con una voz conmovedora, con la ironía a la que estaba acostumbrada y algo más que no pudo identificar. Fuera lo que fuera, la hizo temblar.

–Te llamaré mañana.

–¿Para qué? –preguntó ella, incrédula, intentando descifrar su mirada.

–Iremos a alguna parte. No tengo que volver a la finca hasta el fin de semana que viene –dijo sorprendiéndose a sí mismo por aquella mentira–. Necesitas algo que te haga olvidar las penas. Aunque sigo sin creerme que pudieras querer a Deakin.

–Pensé que lo quería –dijo Christy, sintiendo horrorizada que las lágrimas empezaban a inundarle los ojos–. Ni siquiera puedo confiar en mi corazón.

No podía llorar delante de aquel hombre.

El mostró una sonrisa torcida.

–Tú no eres la primera persona a la que le pasa –dijo él–. A veces pienso que enamorarse es algo necesario; aunque creo que lo mejor sería que utilizáramos la cabeza.

–Me temo que no soy tan fría.

Él sintió que el deseo era el atractivo más poderoso. De hecho, lo había arrastrado hacia ella esa noche.

–No, tu piel es como leche tibia –le aseguró, levantándole la barbilla con un dedo para mirarse en sus profundos ojos verdes–. Por si acaso vas a estar toda la noche despierta, pensando en lo horrorosa que es la vida y en cuánto amas a Deakin, te voy a dar otra cosa en la que pensar.

La rodeó por la cintura con el otro brazo y la atrajo hacia él. Tomó su labios con gentileza, saboreándolos y, después, los besó con más ardor, abriéndole los labios como pétalos para encontrar el suave néctar del interior.

Era el beso perfecto de un verdadero experto. Un beso que la mantendría despierta durante horas, con el corazón exaltado.

Lo sintió por todo el cuerpo. En la cara, la garganta, el pecho, los muslos. Unas chispas eléctricas le recorrieron las extremidades, iniciando un fuego que se deslizó hacia el centro de su cuerpo y hacia otras partes más íntimas. Era un beso que nunca antes había experimentado.

Cuando él se separó, ella pudo oír su respiración entrecortada y temió que él oyera sus pequeños gemidos involuntarios. Estaba temblando. ¿Qué había sucedido allí? No tenía ni idea y tampoco encontraba las fuerzas para preguntárselo a él; le había robado la respiración.

Él le agarró ambas manos y permaneció en silencio mientras los dos se tranquilizaban.

–Creo que he tenido éxito –dijo después de un rato–. No creo que esto te vuelva a hacer creer en la vida, pero, al menos, te habrá removido un poco.

Ella lo miró a los ojos.

–Yo no lo he buscado.

Él volvió a mirarla con aquella mirada irónica.

–Quién sabe, quizá haya sido el destino.

Ella apartó la vista.

–Por lo menos, tengo que agradecerte que hayas evitado que hiciera el idiota en la fiesta.

A ella le corrió una lágrima por la mejilla. Ashe la recogió con un dedo y se la llevó a la boca.

–Ya está. Se acabó. Ni una lágrima más por Deakin. Promételo.

–Te lo prometo –repitió ella sumisa.

–Así está mejor. Te llamaré mañana sobre las diez. Iremos a comer a alguna parte, ¿quieres?

¿Quién podía discutir con aquel hombre?

No le quedaba más remedio que aceptar.

Capítulo 3

Por la mañana, a Christy le llevó algún tiempo poderse mirar a la cara.

A esa misma hora el día anterior, ni siquiera conocía a Ashe McKinnon. A esa misma hora el día anterior, se consideraba una mujer digna de lástima, que había sido traicionada por el hombre al que amaba, o que creía que amaba, y había estado dispuesta a fastidiarle la boda.

¿Y ahora?

No lo tenía nada claro. Parecía que al mismo tiempo que lloraba la traición de Josh estaba sintiéndose verdaderamente atraída por otro hombre. ¿Era aquello normal? ¿O era que cualquier mujer sucumbiría ante tal hombre?

Todavía estaba dándole vueltas a la cabeza cuando sonó el teléfono.

–¿Qué tal la boda? –le preguntó su amiga Montana, directa al grano–. ¿Le diste un buen susto? ¿Te echaron? No he visto nada en los periódicos sensacionalistas al respecto; solo hablan de la novia y de sus invitados podridos de dinero.

–¿De verdad lo quieres saber? –preguntó Christy.

Una hora antes de ir a la boda, había llamado a su amiga para contárselo todo. Y tal y como era esta, la había animado a hacerlo.

–¿Por qué crees que te estoy llamando?

Christy le contó a su amiga todos los detalles, desde la decoración de las mesas hasta lo que Josh le había dicho. También le explicó cómo Ashe McKinnon la había salvado.

–¡Ashe McKinnon! Siempre he soñado con conocer a alguien con ese nombre. ¡Qué suerte tienes! Si no te quisiera tanto, te odiaría por ser tan hermosa y por no engordar nunca.

–Bueno, ¿quieres que te siga contando o no?

–Sigue, sigue –la animó Montana.

–No me creas tan afortunada. Todo lo hizo por su prima, no por mí; le tiene mucho cariño.

–¡No me lo creo! –replicó la chica–. Eres el tipo de mujer que vuelve locos a los hombres. Por tu parte, creo que sobrestimaste a Josh.

–Probablemente tengas razón. No creo que pensara comprometerse conmigo –señaló Christy con un gesto amargo–. En cuanto apareció una chica con dinero, me dejó plantada.

–Me cayó mal desde el primer momento que lo vi –le explicó Montana–. Tuve que hacer un gran esfuerzo para que no te dieras cuenta.

–Pues lo hiciste muy bien –dijo Christy medio en broma.

–¡Qué remedio! Estabas convencida de que estabas enamorada de él. ¿Qué hubiera logrado con decirte nada? Menos mal que todo ha acabado. Ahora puedes empezar de nuevo. Con ese Ashe, por ejemplo…

–No, gracias. Es demasiado peligroso.

–Apuesto a que está como un tren. ¿Crees que me tentaría tener algo con él?

–Seguro. A mí me tentaría si no acabara de tener una experiencia tan nefasta.

–Es una pena que todo acabara tan mal, pero seguro que hay algo fantástico esperándote. ¿Te acuerdas de lo que te decía cuando estábamos en la universidad? Sigo pensando que acabarás siendo alguien importante.

–Eso lo dices porque eres mi amiga.

–¿Qué tal es el barón del ganado en la cama? –preguntó con una risotada.

–No lo sé, pero seguro que tiene que ser fabuloso –contestó Christy.

–Tienes que haberte enamorado perdidamente de él, Christy.

–Es difícil enamorarse de un hombre cuando te acaban de romper el corazón. Aunque, al final, me he dado cuenta de que Josh no merecía la pena. Aunque todavía tengo que recuperar mi maltrecho orgullo.

–¿Vas a volver a ver al barón?

–Bueno, en realidad, hemos quedado para salir hoy –le confió Christy– Estoy esperando su llamada.

–¡No me digas! Te lo dije. Bueno, te dejo no vaya a ser que te llame. Llámame esta noche.

–De acuerdo –se despidió Christy con un beso.

La llamada de Ashe McKinnon llegó cuando Christy estaba en la ducha. Salió corriendo, envolviéndose en una toalla, para ir a contestar el teléfono.

–¿Qué tal estás hoy? –preguntó él con amabilidad.

Christy tenía una imagen de él muy vívida.

–Estoy bien –respondió consciente de los efectos que su atractiva voz ejercía sobre ella.

Para ella, las voces eran muy importantes. En ese caso, se correspondía exactamente con el aspecto físico. Era fascinante, profunda, vibrante, un poco tensa…

–¿Has decidido adónde te gustaría ir?

–¿Esto lo haces para tenerme vigilada?

–Quizá. Pero también me gustaría disfrutar de tu compañía. ¿Te apetece ir a la playa? Donde yo vivo no podemos disfrutar de las aguas azules del pacífico; estamos rodeados por miles de kilómetros de tierra roja.

–Sí, la playa está bien –respondió ella con entusiasmo–. Josh y yo… –después se paró en seco, disgustada consigo misma por la indiscreción.

–¿De verdad crees que me interesa? –preguntó él molesto.

–Perdona. Estaba hablando sin pensar. Necesito un poco de tiempo para recobrarme, para que se cierren todas las heridas.

–Querida Christy, Josh se acaba de casar con otra persona –señaló él–. Como ya te he dicho antes, será mejor que lo olvides. Recuerda que me lo prometiste.

–No vas a dejar que me olvide.

–Ya hablaremos de eso más tarde. Mi prima Nicole y su marido, Brendan, tienen una casa en la playa de Noosa. ¿Te acuerdas de ellos? Te los presenté en la boda.

Christy pensó en toda la gente a la que había conocido. Normalmente recordaba muy bien las caras.

–Creo que sí, aunque ayer no fue mi mejor día.

–Bueno, ellos sí se acuerdan de ti. Nicole tiene la impresión de que me has robado el corazón.

–¿No se ha dado cuenta de que solo estás preocupado por Callista? Creo que me acuerdo de ellos. ¿No era Brendan arquitecto? Solo hablamos un rato, pero me cayeron muy bien. Me pareció que Nicole tenía una mirada muy triste.

Ashe se quedó en silencio un instante.

–Veo que eres muy observadora, Christy. A principios de año, perdió el bebé que estaban esperando. Hubo complicaciones durante el parto y el niño solo vivió un par de días.

–¡Qué triste! Lo siento muchísimo.

–Eso sí que es una verdadera desgracia. Lo tuyo con Josh no es más que un orgullo malherido. Verás qué pronto te repones. Por cierto, Nicole nos ha invitado a comer. Si te da vergüenza o no te apetece, podemos ir a otra parte.

–No soy una persona vergonzosa –le aseguró ella.

Él se acordó de la forma en la que había respondido a su beso. La caricia y el contacto de su boca.

–Ya lo sé. La vergüenza es incompatible con tanta belleza.

–Por no hablar de la inteligencia. Te recuerdo que tengo un buen cargo en una empresa de reconocido prestigio.

–¡Ah, sí! Whitelaw Promotions.

–¡Vaya! Tienes buena memoria.

–Sí. ¿Comemos con Nicole y Brendan? Creo que te lo pasarás bien. Tienen dos niños: Christopher, de cuatro años, y Katey, de seis. Yo soy el padrino de la niña.

–El niño se llama como yo.

–Un nombre precioso –dijo él con un tono que a ella le dio un escalofrío–. Llévate un biquini, nos daremos un baño.

La casa de la playa de los Boyd estaba en una colina y tenía unas magníficas vistas.

–¡Qué lugar tan hermoso! –señaló Christy, mirando la casa desde la carretera. Llevaban una hora en el coche y estaban a punto de llegar.

–Brendan la diseñó –le comentó Ashe.

–Es enorme –comentó Christy, pensando que debía de haber costado una fortuna y ¡eso que era una segunda vivienda!

–El ala oeste es solo para invitados o para cuando la familia va de visita. El padre de Nic es diplomático. Su madre, Caroline, es hermana de mi padre. Tenía otras dos hermanas: Zoe, que me visita de vez en cuando, y la pequeña, que murió a los dieciséis años al caerse de un caballo.

–¡Qué terrible!

Él asintió con la cabeza.

–Mis abuelos nunca lo superaron. Por lo menos, no vivieron lo suficiente para ver morir a sus dos únicos hijos: mi padre y su hermano, el padre de Callista. Se estrellaron en una avioneta debido a un fallo mecánico. El aparato, simplemente, se desplomó.

Christy sintió el impulso de tomarle la mano, pero se contuvo.

–Parece que la vida ha sido bastante cruel con tu familia.

–En algunos aspectos, así es.

–¿Y tu madre? ¿Vive en la hacienda contigo? –le preguntó ella, girándose hacia él. Tenía un perfil perfecto.

–Mi madre me abandonó cuando yo tenía diez años –respondió él, dejándola atónita.

Lo dijo sin mostrar ninguna expresión en el rostro, pero Christy no pudo seguir mirándolo.