Galería de celebridades argentinas - Pola Oloixarac - E-Book

Galería de celebridades argentinas E-Book

Pola Oloixarac

0,0
7,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

"Una retratista filosa y valiente capaz de llevarnos hasta el límite y más allá para desnudar a nuestros políticos y reducirlos a risa o a espanto".  Jorge Fernández Díaz "Pola Oloixarac recurre al exigente género del retrato para hacer pasar a la dirigencia argentina por el scanner de su imaginación literaria. Desnuda así un núcleo de la política que el análisis convencional suele eludir o negar: las emociones, lo subliminal, el borde. Lo hace con el sentido del humor que se merecen figuras que casi nunca logran convertirse en admirables".  Carlos Pagni "Pola Oloixarac es una agent provocateur de la biografía política. Y su libertad para pintar con agudeza y lisergia los personajes del drama del poder hace de sus textos una fuente de revelaciones que pueden ser hilarantes, sagaces o impiadosas, pero siempre recortadas por el filo de lo veraz".  Cristina Pérez "La prosa de Pola Oloixarac es el gran acontecimiento de la nueva narrativa argentina".  Ricardo Piglia

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 211

Veröffentlichungsjahr: 2023

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Pola Oloixarac

Galería de celebridades argentinas

Diseño de colección: Enric Jardí Soler

Diseño de portada: Osvaldo Gallese

Ilustración de portada: Andrés Álvez

Referencias: “Cristina, escritora”, El País, 14/6/19; “Kicillof, el líder sexy que raptó la educación”, La Nación, 13/6/21; “Lady Flor en el balcón”, Perfil, 24/4/20; “Santiago Cafiero, galán tóxico de sangre azul”, La Nación, 18/10/20; “Victoria Donda, el hada del feminismo estatal”, La Nación, 10/1/21; “Juan Grabois, ‘Rebelde Way’ de la clase ociosa”, La Nación, 1/11/20; “Alberto Fernández: el telonero empujado a salir a escena”, Clarín, 26/10/19; “Alberto ‘Golosa Paz’ o la decadencia del goce peronista”, La Nación, 5/9/21; “Ginés González García: chamán de la cuarentena más larga del mundo”, La Nación, 6/12/20; “El Estado maternal o la doble destrucción de la educación”, La Nación, 11/4/21; “Giorgio tenía razón”, Perfil, 26/6/20; “Correr y coger”, 12/6/20; “Alberto conducción”, Perfil, 1/5/20; “Los payasos y la muerte”, Perfil, 21/8/20; “Tapate la boca”, Perfil, 17/4/20; “Alberto cosplay y Cristina dentata”, Perfil, 28/8/20; “Falopa libre”, Perfil, 17/7/20; “Alberto y el PEN-e”, Perfil, 19/6/20; “Horacio Rodríguez Larreta: el cyborg y el teorema de la rubia”, La Nación, 16/10/2022; “Javier Milei, un bulleado para el desierto argentino”, La Nación, 7/11/21; “El talentoso Sr. Trotta, trabajador esencial de la ignorancia”, en La Nación, 16/11/20; “El embrujo nacional”, La Nación, 19/12/22; “Dedos troskos”, Perfil, 22/12/18.

© Libros del Zorzal, SL., 2023

© Pola Oloixarac

c/o Casanovas & Lynch Literary Agency S.L.

<www.delzorzal.com>

España

ISBN 978-84-19496-75-1

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa de la editorial o de los titulares de los derechos.

Índice

Introducción | 6

El pro, una familia ensamblada | 9

Sergio Massa, tema del traidor y del héroe | 13

Bienvenida, Cris | 16

Patricia Bullrich. “Kali”, la abuela y el fusil | 19

Javier Milei: Casta y castidad | 28

Martín Lousteau, Patrick Bateman porteño | 41

Máximo, el príncipe infante | 49

Mauricio Macri, lector de Rudyard Kipling | 53

Daniel Scioli, el miembro fantasma | 58

María Eugenia Vidal, mamá de tres soles | 64

El embrujo nacional | 71

Cristina, escritora | 74

Santiago Cafiero, galán tóxico de sangre azul | 78

Axel Kicillof, el líder sexy que raptó la educación | 81

Lady Flor en el balcón | 86

Horacio Rodríguez Larreta: el cyborgy el teorema de la rubia | 88

Javier Milei, un bulleado para el desierto argentino | 93

Los dedos troskos de Juliana Awada | 98

Victoria Donda, el hada del feminismo estatal | 100

Juan Grabois, “Rebelde Way” de la clase ociosa | 105

Alberto: el telonero a escena | 109

Alberto “Golosa Paz” o la decadencia del goce peronista | 115

El último closet de Horacio Rodríguez Larreta | 119

Orgullo mal (al año siguiente) | 121

Héroes de la cuarentena | 123

Agradecimientos | 150

Introducción

En 1847, durante su exilio en Uruguay, Bartolomé Mitre publicó la primera Galería de celebridades argentinas. Biografías de los personajes más notables del Río de la Plata. Esa Galería iniciática fue el primer panteón que tuvieron nuestros héroes patrios; ahí, por ejemplo, Mitre llama a Mariano Moreno “el Miguel Ángel de la Revolución de Mayo”. El libro abre con la biografía de Manuel Belgrano de Mitre, y no es sino Domingo F. Sarmiento quien escribe la de San Martín. Rivadavia corre por cuenta de Juan María Gutiérrez, Pedro Lacasa se ocupa del General Lavalle, y Tomás Guido del Almirante Brown. En el prólogo, Gutiérrez comenta: “es necesario colocarlos en dignos pedestales, a fin de que la juventud los venere”. Los retratados se muestran agradecidos con Mitre, que se posiciona como el historiador más reconocido del siglo xix.

¿Por qué los primeros políticos argentinos son “celebridades”? ¿Y por qué este primer podio es una “galería”, como un paseo a través de frescos florentinos? En la celebridad estaba la excelencia, y Mitre se disponía a ordenar un primer canon, a inaugurar un relato que se ofreciera al debate nacional. Para formar una nación era necesario el ejército, un himno, una revolución, pero también una biblioteca: Argentina necesitaba cantar la gloria de sus héroes, y Mitre encaró esa tarea con un criterio romántico, liberal y marcadamente anti Juan Manuel de Rosas, que por esa época controlaba Buenos Aires con el látigo sangriento de la Mazorca.

Como escritora de novelas, mi trabajo es volver de carne y hueso los personajes que imagino; pero escribir sobre política es hacer exactamente lo contrario. Los personajes ya caminan, hablan, respiran; todos podemos verlos.De hecho, quieren que los miremos, que pensemos en ellos: hacen todo para ser vistos, a tal punto que resaltan cuando se esconden. Utilizan técnicas depuradas para causar impacto y crear efectos. Buscan alojarse en nuestras mentes y desde ese acampe influir y direccionar nuestras emociones, afectos y creencias. Su despliegue es a expensas de los ciudadanos, que ven sus maniobras palaciegas desdoblarse con parsimonia, mientras las ciudades y los campos se prenden fuego.

Muchos de estos artículos han aparecido en La Nación, y otros en Clarín, en El País de España y en Perfil, donde comencé a escribir sobre política de manera más o menos sistemática. Este libro se organiza de adelante hacia atrás. En la primera parte se encuentran mis ensayos inéditos, luego hay una serie de retratos y hacia el final, en la sección “Héroes de la cuarentena”, revisito el tiempo de la Argentina pandémica, una época en la que el Estado violó derechos y libertades, y que mantuvo a niños y jóvenes sin poder acceder a las escuelas durante un año y medio.

Los políticos buscan ser los guionistas de películas donde nos seducen y se vuelven históricos, inolvidables. Cortejan la mirada, pero no soportan cuando los incorporamos a un relato que no sea el que dominan. Puedo pasar días organizando discursos, mirando archivos, hasta que finalmente encuentro la forma que se oculta. Leo los detalles de sus poses y busco ahondar en su precisión psicológica, a la manera de mis ídolos del siglo xix (Flaubert, Stendhal, Henry James, las hermanas Brontë o Jane Austen). Por eso, estos textos están movidos por el placer de la escritura, que es mi manera de someterme a Clío, la musa griega de la Historia.

Mi tragedia privada, que no puede ni debe importarle a nadie, es que mi verdadera musa sea todo lo contrario de Clío: me gusta que mis textos se mezclen con el tumulto y el fragor de las trincheras. No persigo el reconocimiento de los retratados, que a veces llaman a mis editores de La Nación, el diario que fundó el mismo Mitre, para quejarse de mis retratos exquisitos. Me encanta que esto ocurra. La escritura es como la patria, necesita bibliotecas pero encuentra su contorno en la batalla. Cuando publiqué una pequeña biografía de Santiago Cafiero recibí las invectivas –la conmoción fascinada– del ministro de Defensa y del de Trabajo; y hasta el presidente sintió la necesidad de arbitrar, en Twitter, que lo que yo hacía no era periodismo. (Ellos, sin duda, deben conocer mejor que nadie las tretas de la narración y sus disfraces). Quizás tenían razón: nunca intenté hacer más que literatura, que siempre es más real y verídica que la supuesta realidad de las crónicas periodísticas y los discursos partidarios.

Espero que disfruten. Con un beso,

Pola

El pro, una familia ensamblada

Horacio Rodríguez Larreta sufrió un imprevisto: se enamoró. A él, que programa cada instante de su vida con disciplina aeróbica, que tiene planeado cada almuerzo de los próximos tres meses, le pasó algo fuera de agenda. Se enamoró, sin vuelta atrás. Como si se hubiera conectado vía bluetooth con otro dispositivo, del que ya no se puede desconectar.

Lo hizo de una manera tan desprolija, tan excesivamente humana, que aún paga las consecuencias. Parece el argumento de una comedia romántica, sólo que hasta ahora es puro drama. Su ex, Bárbara Diez, una mujer espléndida y de alta alcurnia como él, es experta en organizar bodas inolvidables: es la weddingplanner que eligen los ricos y famosos. Pero esta vez, ante este amor, no va a planificar una fiesta: se va a encargar de destruirla. Y lo va a hacer con la misma espectacularidad que pone en sus eventos. Su despecho por Horacio la hace perder el control en Instagram. Como una adolescente herida, merodea sigilosa los posteos de su ex y de su novia, y no duda en lanzarse al barro de los trolls que comentan. Si alguien insulta a Horacio o a su pareja actual, lo interpreta como una palabra de apoyo a ella; les dice GRACIAS, con mayúsculas. Desbanca a Wanda Nara en el arte del escándalo mediático: necesita maximizar el daño al ex.

Horacio presentó su primer spot de campaña: un cruce de caminos en Santa Cruz, la provincia que controlan los Kirchner desde hace treinta años. Desde allá, nos explica que la grieta no nos ayudó, que él viene a cerrarla. El árido, desértico paraje es un lugar menos hostil que el living de su excasa. Las intervenciones de Bárbara revelan una dimensión que, con el peso de la campaña, excede la complejidad del desencuentro amoroso. Señala algo de la constitución profunda del alcalde, un defecto de fábrica: Horacio tal vez sea una máquina, pero por lo visto es un aparato incapaz de ensamblar. Si es tan componedor, ¿cómo no puede ensamblar su nueva familia?

Los conflictos en la ciudad acompañan este problema. Larreta es un político en gestión: cada día es un examen en el que tiene que sacarse Diez. Buenos Aires está paralizada diariamente por piquetes y acampes; el segundo de Horacio, Felipe Miguel, explicó que no pueden mandar a la Policía a desalojarlos porque hay mujeres y niños. Otra vez, la familia se interpone en el orden deseado por Horacio. Los piquetes son como carpas llenas de Bárbaras, donde la familia es un escudo y un arma que pide a gritos su cabeza.

Mientras los hijos de la aristocracia se destrozan entre sí, los descendientes de inmigrantes del pro gestionan sus familias ensambladas con estudiada armonía. Macri es un príncipe en estas lides: su pasado playboy cuenta un spectator’s sport que el público disfruta, y para el momento en que define su perfil político, su esquema familiar ofrece un canon sólido del chic familiar moderno. Su ensamble con Juliana Awada fluye: el ex de Juliana es habitué de los asados, mientras el matriarcado de los Awada se acopla a la felicidad de Instagram. Su primo, Jorge Macri, intenta copiar su manual de estilo. Se casó por todo lo alto con la blonda periodista Belén Ludueña, en una boda poblada de estrellas; elevaba el perfil, asociándose al pequeño Hollywood local.

Jorge es el primo pobre de Mauricio. La saga de los Macri tiene algo de una versión argentina de El Padrino, de Francis Ford Coppola. Como Franco, Don Corleone es un inmigrante que quiere ganar prestigio, dejando atrás cierto tipo de negocios en los que persisten sus aliados. Quiere dejar atrás cierta fama de los negocios familiares, y el dinero es un medio para lograr otra cosa: quiere conquistar los dones simbólicos. El calabrés se casa con la paquetísima Alicia Blanco Villegas, de alta estirpe terrateniente venida a menos. Mauricio es criado entre campos y casas familiares; cuando llega a la opinión pública lo hace como príncipe, el padre es el que se encargó de la parte turbia, a él le queda el arte de saber heredar y procurar el sueño paterno, la conquista de los emblemas del país. Mauricio es como Michael Corleone, el hijo astuto que emprende la carrera política, que busca hacerse uno con la cultura donde ya no es un inmigrante, sino parte esencial del país. Primero Boca Juniors, luego la ciudad de Buenos Aires, hasta llegar a conducir la nación.

Antonio, hermano de Franco, quedó del lado de la querencia italiana. Cuando llegan a Buenos Aires, Franco tiene 17 y Antonio 13, y Franco es avasallador, según Jorge, Antonio no quería trabajar tanto, quería tener tiempo para dedicarle a la comunidad italiana. Mauricio y Jorge crecen algo distantes, no comparten los mismos círculos sociales. Lanzado a la política, Jorge es una especie de Joe Pesci: ambicioso, todavía tiene que hacer propias sus conquistas personales.

Los descendientes italianos conducen la orquesta familiar a la perfección; no por modernos o progresistas, sino porque llevan el orden patriarcal del sur de Italia nel sangue. El criollo la tiene más difícil. Horacio Rodríguez Larreta y Leloir, en cuya prosapia convive la sangre mezclada de las familias agropecuarias argentinas (los Leloir, los Unzué, los Sáenz Valiente, etc.), no imaginó que Bárbara, una de sus pares, encarnaría una visión de la barbarie. Para él, las separaciones deben ser algo profundamente traumático: cuando tenía ocho años, su madre abandonó a su padre, un terremoto emocional para el niño Horacio.

María Cristina Díaz Alberdi se había casado muy joven con Horacio padre (se llamaba exactamente igual a él). Horacio père era un gentleman como los de 1880: activo en política (forma parte del desarrollismo de Frondizi), es un asaz coleccionista de arte y de mujeres. Como a su marido, a María Cristina también le encanta el arte, y frecuenta los círculos bohemios de Buenos Aires. En algún momento se enamora de Emilio Alfaro, un actor bon vivant que era un poco el centro de la movida de teatro porteña. María Cristina no sólo deja a Horacio, sino que se casa con su nuevo amor, con quien tiene una hija. Divorciarse ya era raro, pero hacerlo y tener hijos con un nuevo marido era una anomalía absoluta. Dicen que Horacio quedó abrumado por este episodio, que fue absolutamente formador de su personalidad. Las emociones eran algo imposible, inmanejable; la única forma de superar el pantano atroz de las relaciones humanas era volverse un maestro del cálculo, una computadora. Fue entonces, a sus ocho años, cuando decidió que sería presidente.

Ahora vuelve a enfrentar la pesadilla de la separación; Horacio es ahora su mamá, la que abandona el hogar, la que separa lo que Dios unió, como le tira Bárbara en Instagram. Intenta racionalizarlo: el mayor problema no es que el conflicto exista, sino que no pueda capitalizarlo políticamente. Horacio se ve siempre en la necesidad de estar demostrando su humanidad: por su clase, por su élan robotique, y también porque es una característica de pro. Quizás, a su pesar, consiguió la humanidad que buscaba; mientras trata de apagar el incendio de la ex y de los piquetes, Horacio es, al fin, un laburante más.

Sergio Massa, tema del traidor y del héroe

“La acción transcurre en un país oprimido y tenaz”, comienza el cuento de Borges que se titula “Tema del traidor y del héroe”. Narra la historia de Fergus Kilpatrick, un conspirador que murió en la víspera de la revolución que había soñado. Ordenando sus papeles, el historiador encuentra cosas extrañas: encuentra repeticiones que “imitan una secreta forma del tiempo”, escenas que parecen combinar hechos pasados. El historiador acaba de dar con una fake news, una noticia fabricada: se da cuenta de que el cronista que cantó la gloria de Kirkpatrick mezcló partes de Macbeth y Julio César, de Shakespeare, dos clásicos famosísimos del complot y la traición.

Porque Kirkpatrick, el venerado, el más sutil de los conspiradores, era en realidad el traidor oculto (el que secretamente desbarataba la revolución; siempre algo pasaba y se cancelaba). Entonces, diseñan un plan: nadie sabrá que Kirkpatrick es un traidor. Lo ultimarán en la víspera de la revolución: su nombre no será mancha, servirá para la gloria del movimiento. En el teatro, una bala cruza el pecho del traidor y del héroe, que son la misma persona. El tema principal del cuento parece ser la paradoja (ser traidor y héroe a la vez), pero es la manipulación de la historia que hacen los cronistas, y los líderes, para narrar sus mitos.

Borges no imaginó que existiría un peronismo borgiano, que imitaría también una “secreta forma del tiempo”. Que basta el paso del tiempo para que los traidores se conviertan en héroes. Que la historia todo lo apelmaza, y que la extrema pericia de Sergio Tomás para manejar a la prensa, y que no lo estorben, se parece a los trabajos de ese historiador, que alterna pasajes de Macbeth y Julio César para contar la gloria de Kirkpatrick, traidor y héroe. Sergio Tomás, traidor espectacular del kirchnerismo, se emplaza en ser su héroe y la prensa, solícita, lo cubre de gloria inventada.

El kirchnerismo llega exhausto al fin de su cuarto mandato, disfrazado de facciones en pugna. Massa renueva la promesa de Alberto, el otro traidor que fue un héroe por un período breve. Para Cristina, la promoción de los conspiradores que pidieron su cabeza es una situación win-win o, como le gusta decir a ella en anglosajón, “wine-wine”. Si Massa logra maniobrar la carcasa averiada de la economía argentina, evitando una hiperinflación y un estallido social, Cristina se regodeará en haber sido quien lo invistió, la dueña del instrumento. Si a Massa, en cambio, le va mal, Cristina tendrá la felicidad de haberlo destruido, de haberlo elevado para después verlo estallar en pedazos. Su fracaso será vendido como el triunfo de la rama de izquierda del partido, donde ella todavía es reina absoluta.

La diferencia es que Sergio no soñó ninguna revolución. Sólo se ha amoldado, como las masitas de plastilina que vienen en distintos colores, a los requerimientos del poder. Desde hace tiempo, los derechos de los trabajadores y la “justicia social” ya no son los temas del peronismo; son parte de las églogas heredadas, repetidas hasta el infinito en teatros despoblados. Sergio se dedica a complacer a los sin voz: los empresarios amigos que mantienen el país cerrado a las importaciones para poder extraer el máximo tributo. La prensa canta la gloria de que las computadoras sean un 80% más caras; las cuentas se acomodan, hay “satisfacción empresarial”. Ante su incapacidad para hacer políticas sociales para transformar la realidad, sólo queda la lucha por tareas discursivas: por los derechos humanos, el feminismo, las infancias trans, etc.

El karma de Cristina es tener que cargar con sus vencidos, a los que va promoviendo a medida que el humor social ante el caos avanza y Argentina se hunde. El infierno debe ser eso, tener que convivir con los vencidos, que siguen dando vueltas. Por suerte, ella los vuelve útiles a la revolución imaginaria, que nunca tiene lugar.

Bienvenida, Cris

En su última exposición como Presidente, durante la apertura de sesiones del Congreso, Alberto le ofrece una botella de agua a Cristina, que está sentada a su lado. Ella ni lo mira. Su gesto adusto, su desagrado, ha sido una constante de los años que llevan gobernando juntos. Ya no lo disimula. No puede ni rozarlo con la vista, ni intercambiar una cordialidad mínima. Un detalle: Alberto le tiende la botella, pero ella tiene el vaso lleno de agua.

Alberto sabe lo que estos gestos producen. Sabe que su vice, toma un agua especial, sabe que se la trae un asistente (Evian, según internet) y que ella no consume los mismos alimentos que los demás, como corresponde a una reina que se sabe amenazada. El resultado es automático: Alberto hace ese gesto y todo el periodismo lee una misma escena. Lo ven sumiso y needy, ven que intenta congraciarse con su vice, que sigue buscando la aprobación de la condenada. Ven que Cristina lo maltrata cuando él sólo busca complacerla. Las redes sociales sintetizan esta seguidilla de desprecios con el sintagma Alberto conchita. Ese era el apodo que le habían puesto las mujeres de su casa a Rodolfo Barreda, el dentista de La Plata que terminó asesinándolas. Alberto busca esta escena, pero no por masoquismo: quiere que pensemos que ella maltrata. Que lo veamos hacer todo por entenderse con ella, y fracasar.

El maestro uruguayo Juan Carlos Onetti escribió un cuento espeluznante: “Bienvenido, Bob”. Lo narra un hombre, cuyo nombre no conocemos; a través de su voz, nos enteramos del odio profundo que siente por Bob. Cuando la historia comienza, Bob es un joven rubio y carismático, con ínfulas de artista, que disfruta lanzando grandes discursos sobre el mundo. El narrador sabe que Bob lo desprecia. Lo desprecia con amigos, en silencio, al paso, con la ironía leve que se deja a los que ni existen. El narrador toma nota de estos desprecios, se los guarda. Bob es el hermano de Inés, la mujer que le gusta.

Una noche, Bob le clava la estocada: le dice que él no puede casarse con su Inés. “Usted no se va a casar con ella porque usted es viejo y ella es joven. No sé si usted tiene treinta o cuarenta años, no importa. Pero usted es un hombre hecho, es decir deshecho, como todos los hombres a su edad cuando no son extraordinarios”, le dice Bob. En efecto, cuando vuelve a ver a Inés ya no es la misma Inés, la siente distante, la posibilidad del amor ya está cancelada; Bob le dijo algo, sin duda, pero él nunca supo qué fue.

Pasan los años; un día, unos amigos nuevos se lo presentan en un bar. Ya no es Bob, ahora es Roberto. “Cuando volví a verlo, cuando iniciamos esta segunda amistad que espero no terminará ya nunca, dejé de pensar en toda forma de ataque. Quedó resuelto que no le hablaría jamás de Inés ni del pasado y que, en silencio, yo mantendría todo aquello viviente dentro de mí. (...) Mi odio se conservará cálido y nuevo mientras pueda seguir viviendo y escuchando a Roberto; nadie sabe de mi venganza, pero la vivo, gozosa y enfurecida, día a día.” Nada lo hace más feliz que mirar de cerca la miseria en que se ha convertido la vida de Roberto, la destrucción total del Bob “dueño del futuro y del mundo”. “Hablo con él, sonrío, fumo, tomo café”. Su venganza es estar lo más cerca posible, mimarlo: lo hace viajar cada vez que puede a su pasado glorioso, hace que Roberto vuelva a ser Bob aunque sea por un rato, lo eleva, para después gozar viéndolo hundirse. “No sé si nunca en el pasado he dado la bienvenida a Inés con tanta alegría y amor como diariamente le doy la bienvenida a Bob al tenebroso y maloliente mundo de los adultos. Es todavía un recién llegado y de vez en cuando sufre sus crisis de nostalgia. Lo he visto lloroso y borracho, insultándose y jurando el inminente regreso a los días de Bob. Puedo asegurar que entonces mi corazón desborda de amor y se hace sensible y cariñoso como el de una madre. En el fondo sé que no se irá nunca porque no tiene sitio donde ir.” Acompañarlo en su miseria, con su odio intacto, secreto y cercano, es una felicidad que no se compara con nada, que lo llena de ternura.

Toda esa cadena de desprecios no fue en vano; Alberto ha aprendido a disfrutarlos. Lo fortalecen. Le gusta cuando dicen que ella lo detesta. Ama que nadie pueda anticipar sus movimientos, que nadie pueda leer su hoja de ruta. Verlos equivocarse y permanecer escondido a plena luz, como si estuviera en la oscuridad, porque lo mueve otra lógica. Después de todo, ya hace unos años había prometido terminar con el kirchnerismo, así como dejó caer hablando con Roberto Navarro cuando, en teoría, no lo estaban filmando. Todo en Alberto es un libro y su contralibro, lo que implica que siempre está siendo consecuente con alguna posición. El kirchnerismo ya lo quemó, no tiene más uso para él: entonces él no tiene más uso para el kirchnerismo. Se ata al timón y acompaña el magnífico hundimiento con la sonrisa de un componedor, de quien quiso y no pudo. Despliega su superpoder, la desconexión con la realidad, para llevarse a Cristina al fondo del mar. Tal vez lo vean como a un nuevo Duhalde, piensa, piloto de una tormenta llamada CFK. Cree que el peronismo (el verdadero, el futuro, que es el pasado) se lo agradecerá.

Patricia Bullrich. “Kali”, la abuela y el fusil

Patricia Bullrich es una descendiente directa del Mayflower criollo: entre sus antepasados se encuentra el brigadier general don Juan Martín de Pueyrredón, primer director supremo de las Provincias Unidas del Plata. Su árbol genealógico la emparenta con prácticamente todos los grandes apellidos del patriciado argentino. Su nombre completo –Patricia Bullrich Luro Pueyrredón– es una conjunción de calles que no llegan a cortarse, sino que arman un mapa amplio por donde corre su sangre patricia, que se extiende hasta Honorio Pueyrredón, los Anchorena, los Lynch, los Livingston y que la vuelve prima de todas las familias argentinas tradicionalmente vinculadas al campo, la curia, y el Ejército. Su antepasado Pueyrredón jugó un rol muy importante en la formación del Ejército de los Andes de José de San Martín. La Argentina todavía no existía como tal, se estaba gestando, pero la sangre de Patricia ya fungía vínculos amistosos con el Ejército; de hecho, lo que conocemos como Argentina es la consecuencia de esa Armada primigenia que haría posible la futura nación.

“Pato” Bullrich es una rareza: una princesa argentina que en su juventud militó en Montoneros. Como señala el Nobel V.S. Naipaul en sus ensayos argentinos, las “orgas” revolucionarias bullían de “chicos bien”, de hijos de familias “paquetas” como el “Che” Guevara Lynch y el padre Carlos Mujica. Naipaul leía la lucha armada en Argentina como una insurrección de jóvenes acomodados contra la generación tan poco cool de sus padres, una teoría que podría explicar la palpable desconexión de Montoneros, que vio en la Argentina de pleno empleo con 4% de pobres el escenario perfecto para levantar las armas. El paso de Patricia por Montoneros está documentado en Galimberti, la monumental biografía escrita por Marcelo Larraquy. La actual presidente del pro