Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
En esta obra, el militar Tomás de Iriarte se embarca en la ardua tarea de escribir la historia de la revolución por la independencia en América del Sur. Esta crónica abarca desde 1818 hasta 1825, un periodo de unos ocho años en el que se enfrentaron los partidarios de la república y los ejércitos de la madre patria. El libro, publicado en 1858, está dedicado a los jóvenes de la nueva república, para que no olvidasen los nombres de sus héroes y los esfuerzos que se llevaron a cabo para conseguir la libertad.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 231
Veröffentlichungsjahr: 2021
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Tomás de Iriarte
Saga
Glorias argentinas y recuerdos históricos
Copyright © 1858, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726685916
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
No hemos llegado todavía a la época en que pueda escribirse la historia de nuestra revolución con libertad y sin reticencias, sobre los hechos y las personas. Nuestros nietos la redactarán con más imparcialidad y perfección recogiendo de las memorias que encuentren publicadas, de los archivos y de las tradiciones orales, los materiales que han de servir para confeccionarla.
Esta tarea, aun para ellos mismos, será bien difícil y delicada; y hará prueba de discernimiento el historiador que tenga buena elección y no se deje seducir por la pasión y el espíritu de partido y de localidad que, mas o menos, ha de desfigurar en los escritos contemporáneos el cuadro de los acontecimientos, y el retrato de nuestros prohombres de la era revolucionaria, juzgándolos por los efectos sin conocimiento de las causas.
Mr. Guizot, autoridad bien respetable, dice textualmente en el tomo 1° de sus interesantes memorias: "La mayor parte de las "Memorias" se publican demasiado temprano o demasiado tarde. Demasiado temprano, son indiscretas o insignificantes; se dice lo que todavía convendría callar, o bien se calla lo que sería curioso y útil decir. Demasiado tarde, las memorias han perdido mucho de su oportunidad y de su interés; los contemporáneos no están presentes para aprovechar las verdades que revelar y para gozar en su narración un placer casi personal".
Si en los "Recuerdos Históricos" que doy a la luz publica no se encuentran las bellezas del mérito artístico, estoy al menos seguro que las reminiscencias de nuestras glorias y de la época de nuestros heroicos esfuerzos por la emancipación colonial, excitarán en los corazones generosos un noble sentimiento de admiración y de orgullo nacional por esa lucha de gigantes que, en los anales de este país, ha de inmortalizar algún día el nombre Argentino, trasmitiendo a las mas remotas generaciones el valor de nuestros guerreros, la labor y abnegación de nuestros estadistas, el civismo y constancia de nuestros compatriotas, y los magnánimos sacrificios de todos los argentinos por la causa de la independencia y de la regeneración social.
He leído, visto y vivido lo bastante para haber aprendido a juzgar los hombres y las cosas y como escribo en el invierno de la vida, cuando languidecen las pasiones bajo el peso abrumador de los años, cuando las ilusiones de la edad poética y febriciente desaparecen para hacer lugar a la prosaica realidad, me lisonjea que se han de aceptar estos "Recuerdos Históricos"' como el producto sazonado por la experiencia y la conciencia íntima de los hombres y las cosas, narrados sin otro ulterior interés ni propósito que el de ofrecer en sus páginas un tributo de amor a la patria argentina, ostentando en ellos con verdad y sin afectación, el valor y las glorias de sus hijos en la lucha por la emancipación. Y para que en los tiempos que han de venir, cuando en las largas veladas de la estación borrascosa los padres lean a sus hijos los anales de una época como la nuestra, tan fecunda en grandes hechos, magnificados por el transcurso del tiempo como se magnifican las sombras cuando el sol va a terminar su carrera diurna en el ocaso, los latidos de sus tiernos corazones acelerándose con la memoria escrita de los tiempos hazañosos de sus antepasados y dejando en sus almas impresiones indelebles, les sirva de estímulo el mas poderoso para imitarlos; y para elevar su espíritu a la alta esfera de los penosos pero meritorios sacrificios que impone la patria, con la creencia no infundada de que sus mayores, por sus heroicas y arrojadas empresas, en nada fueron inferiores a los hombres ilustres vaciados en el molde de Plutarco, de una era que se pierde en la oscuridad de los tiempos y cuya historia apenas conserva la apariencia de la verdad.
Y si tan solo ofrezco a mis jóvenes compatriotas este escaso tributo, pequeño fragmento de mis estudios históricos, y por las razones que he citado, apoyadas en una reconocida autoridad; me es grato asegurarles que en los hechos que voy a narrar han de encontrar la mas estricta y severa imparcialidad, que están escritos sin pasión, con verdad en fin y, sobre todo, depurados del innoble y corrosivo espíritu de partido que todo lo altera y desfigura.
La época de esta publicación es bien oportuna, por cierto: la república está actualmente fraccionada aunque temporariamente, y comprendo que para la nueva generación -a la que especialmente dedico los "Recuerdos" de este interesante período de nuestra historia contemporánea- debe ser un gran estímulo a la suspirada reconstrucción de nuestra nacionalidad, la memoria de los esfuerzos y de las glorias comunes a las dos porciones en que ahora se encuentra dividida la patria de los primeros próceres de nuestra gloriosa revolución, y de los que sellaron con su sangre la independencia de la República Argentina, una e indivisible condición forzosa de un porvenir de grandeza y prosperidad.
T. IRIARTE
La revolución de las Provincias Unidas del Río de la Plata contaba un período de ocho años, y después de alternados sucesos de triunfos y reveses en la guerra de emancipación y en la intestina que las devoraba, la situación de la República era bien deplorable.
El poder español dominaba en el Alto Perú, que nuestras tropas evacuaron después de la desastrosa jornada de Sipe Sipe.
En la Banda Oriental el caudillo D. José Artigas después de haber negado obediencia al gobierno central de la república, y segregado de hecho la provincia de Montevideo de las demás de la Unión, se había visto forzado a ceder el puesto a un ejército portugués y brasilero que, bajo el especioso pretexto de evitar que la anarquía contaminase las provincias limítrofes brasileras, pero en realidad con la mira ulterior de consumar la conquista, invadió la Banda Oriental por orden de su gobierno.
Su fuerza era imponente por el número y la disciplina; estaba mandada por generales y jefes experimentados, y compuesta en su mayor parte de oficiales y soldados aguerridos en las campañas de la península española contra los ejércitos franceses.
En Chile tremolaba el pabellón republicano después de la batalla decisiva de Chacabuco, ganada a los españoles por el ilustre general San Martín a la cabeza de un ejército argentino organizado en Mendoza, que escaló los Andes con admirable intrepidez. Pero una formidable expedición se preparaba en Lima por el Virrey Pezuela para invadir aquel Estado, y no era fácil presagiar de qué lado se inclinaría la victoria. Si los españoles vencían, la causa de la independencia estaba expuesta, si no a zozobrar, al menos a prolongar una contienda sangrienta cuyos efectos destructores gravitaban ya grandemente sobre un vasto teatro. En algunas provincias de la Unión se había enarbolado muy alto el estandarte de la rebelión por caudillos en su mayor parte de origen oscuro, que reconocían o acataban a Artigas como jefe supremo de una confederación nominal. La palabra Federación, instintiva en todos los pueblos, se oyó por primera vez en ambas márgenes del Plata y en todo el ámbito de la república; y desde entonces fue el grito de guerra que concitaba a la anarquía y a la guerra civil. Era el nombre prestigioso, aunque no comprendido, del que, como de un talismán fascinador, se servían los jefes demagogos y los aspirantes al poder para sublevar las masas, y hacerlas servir de instrumento a sus miras de ambición personal, a sus conatos antisociales.
Pero entiéndase bien que el régimen federal, modificación la mas perfecta del sistema representativo, bajo cuya égida tanto ha prosperado y engrandecídose la república modelo de los Estados Unidos del norte, jamás entró en sus cabezas; por que esa palabra tan muy empleada, lo único que representaba era el caudillaje, la concentración mas absoluta del poder; y la última expresión del régimen ultra-unitario, cual la empleó Rosas con idéntico propósito; y que, bien que representase una idea, se hacia servir para fines diametralmente opuestos. Era, por último, una palabra como otra cualquiera para provocar a la revuelta y a la guerra intestina; y la más santa que hubieran adoptado, la habrían hecho servir al mismo objeto, como ha acontecido siempre en las guerras sociales y de religión. Los ejércitos republicanos en sus lides con la España, aunque no siempre vencedores, se cubrieron constantemente de gloria.
Abrióse la nueva era bajo los mejores auspicios, el triunfo obtenido en Suipachadesde los primeros pasos marciales; porque fue de inmensa trascendencia saludar con una victoria la aurora de la revolución. Y si la fortuna no nos fue propicia en Huaqui, Vilcapugio Ayohuma, Sipe-Sipe, y Cancha Rayada, los guerreros argentinos repararon con usura tan grandes reveses, en los campos de Las Piedras, Tucumán Cerrito, San Lorenzo, Salta, Florida, murallas de Montevideo, Chacabuco y la mas espléndida de todas las batallas, Maipú, ciñeron sus sienes con los laureles inmarcesibles de la victoria, legando a las páginas de la historia un timbre de gloria inmortal; y a los contemporáneos un precedente del mas feliz augurio, puesto que dieron auténtico testimonio del denuedo y capacidad bélica de la nueva nación en la continuación de la guerra en que seguía empeñada; y como consecuencia inmediata su éxito probable.
En esas memorables jornadas los Generales D. Antonio Ortiz de Ocampo, D. Juan José Viamonte, D. Juan Martín de Pueyrredón, D. Martín Rodríguez, D. Antonio Balcarce, D. Manuel Belgrano, D. José Rondeau, D. José de San Martín, D. Carlos Alvear, D. Miguel Soler, D. Juan Antonio Arenales, D. Juan Gregorio de Las Heras, D. Juan R. Balcarce, D. Eustoquio Díaz Vélez y D. Hilarión de la Quintana, ilustraron sus nombres adquiriendo títulos gloriosos a ser inscriptos en las páginas imperecederas de la historia de la revolución.
Aunque de rango más subalterno, otros muchos jefes cuyos nombres serían por su número demasiado prolijo mencionar, se distinguieron con altos hechos de valor. Basta a nuestro propósito referirnos a los más expectables por ser su acción de más consecuencia, en razón de sus elevadas y trascendentales funciones como generales en jefe.
Incumbe al historiador llenar con letras de oro el vacío que se encuentre en estos "Recuerdos" en los que tan solo nos proponemos hacer una rápida reseña de las cosas y personas más expectables.
Merece especial noticia uno de los mas importantes hechos de armas de la época, por el poderoso é inmediato influjo que tuvo en la rendición de la plaza de Montevideo. Una escuadrilla organizada con buques mercantes armados a la ligera en Buenos Aires surcó las aguas del Plata con admiración y hasta desconfianza de los espectadores, para ir a medir sus débiles fuerzas con la prepotente escuadra española compuesta de bajeles de guerra bien artillados, y mandada por oficiales inteligentes y facultativos de la marina real.
Montevideo, el baluarte de la España en el Río de la Plata, era inexpugnable en tanto que estas fuerzas navales conservasen el dominio de las aguas, y socorriesen la plaza sin impedimento alguno, a la sazón bloqueada por tierra; y su defensa por los enemigos de duración indefinida, puesto que se encontraba abastecida de víveres por su escuadra, y con sobradas municiones de guerra para prolongarla, mientras no se estrechase el asedio con un sitio formal y en regla, lo que ofrecía, y había ofrecido desde el primer bloqueo terrestre en 1812, dificultades casi insuperables.
La empresa era de las más atrevidas y arriesgadas, y el estilo muy dudoso. Se habían agotado las arcas del tesoro público para subvenir a los ingentes gastos que demandaba la creación de una escuadrilla improvisada, amén de las atenciones del ejército del Perú y las interiores. Pero la elección del jefe que había de dirigirla y mandarla fue de las más acertadas, porque con solo su arrojo supo vencer tamaños inconvenientes.
El intrépido marino Don Guillermo Brown, natural de Irlanda, en un combate naval con la escuadra enemiga, en las aguas y casi a la vista de Montevideo, obtuvo la más decisiva victoria capturando muchas embarcaciones españolas; y las que pudieron salvar del conflicto, buscaron su seguridad bajo los fuegos de las baterías que guardan el puerto. Este contraste hizo desesperada la situación de los defensores de la plaza asediada, porque quedó bloqueada por mar y tierra.
Un mes después el ejército bloqueador a las órdenes del distinguido general Alvear, clavó sus estandartes vencedores en las almenas de Montevideo.
Se verá mas tarde, en la guerra del Brasil, al mismo Almirante Brown, hacer prodigios de valor incomparable luchando contra las fuerzas navales del Imperio, diez veces más fuertes que los mal dotados cascos mercantes, donde el osado Almirante tremoló su insignia casi siempre vencedora.
No es esta la ocasión de referir sus heroicas proezas,
En la guerra fratricida, los soldados de la legalidad lucharon con destino adverso en una serie de contratiempos. Así que, en largos periodos, el jefe supremo del Estado medía un radio de acción tan limitado, que exceptuando las tres provincias de Cuyo, donde sus delegados eran respetados; la del Tucumán, cuartel general del ejército denominado del Perú a las órdenes del esclarecido y benemérito patriota general Belgrano, y la de Buenos Aires, asiento y residencia de la administración central, las restantes se habían declarado en disidencia mas o menos pronunciada; y puede decirse con verdad que eran conservando algunas el aparente y fingido pudor de las formas enteramente independientes de hecho.
Este estado peligroso, convulso, y por lo mismo precario, había no precisamente relajado los resortes del patriotismo; pero si, y muy sensiblemente, amortiguado el espíritu público que al principio de la revolución, en su mas alto grado de entusiasmo y civismo, había obrado prodigios.
Tal era el cuadro de la situación, poco lisonjera por cierto, al concluir el octavo año de la revolución en las Provincias unidas del Río de la Plata. Ni uno solo de los gobiernos extranjeros había hasta entonces reconocido la independencia proclamada por el Congreso de Tucumán; y agregaremos para hacer resaltar el colorido sombrío que hemos bosquejado, que se temía con razón que el gobierno de la España hiciese un grande esfuerzo para reconquistar la antigua colonia, enviando al efecto una poderosa expedición de fuerza armada. Se preparaban en Cádiz extraordinarios elementos bélicos para lanzarlos sobre el Río de la Plata.
Es fácil, pues, comprender cuales habrían sido las consecuencias de un triunfo del ejército español en Chile, de que tamaño los conflictos en que estos países se habrían visto envueltos. Pero la victoria quiso coronar los heroicos esfuerzos de nuestros valientes en los para siempre memorables campos de Maipú, triunfo el más completo en la guerra de la revolución, y allí se salvó el honor de las armas americanas, y los defensores de la independencia asumieron una actitud preponderante.
Ese mismo ejército vencedor, continuando su noble rol de libertador de los estados hermanos, invadió mas tarde el Perú y coadyuvó muy eficazmente a la definitiva expulsión del poder español del suelo americano.
Esta breve reseña es un antecedente necesario para facilitar el conocimiento de la situación política y militar de las Provincias Unidas del Río de la Plata, en la época en que la Banda Oriental fue invadida por las fuerzas de su Majestad Fidelísima al mando del teniente general Carlos Federico Lecor, Barón de la Laguna.
No entra en nuestro plan la narración de los antecedentes -en su origen- que condujeron al gabinete de San Cristóbal a lanzarse desaforadamente en la empresa de la conquista con manifiesta violación de la ley de las naciones: la historia de la época exhibirá algún día los pretextos dolosos, las rastreras intrigas y los sucesos que la prepararon, poniendo en relación este escandaloso salteo con las exageradas e injustas pretensiones que el gabinete de Lisboa no cesó de alimentar y debatir con el de Madrid desde el descubrimiento de estos países en el siglo XVI; que fueron objeto de continuas guerras y transacciones diplomáticas, y que pusieron en transparencia la desmesurada e insaciable ambición de la casa de Braganza, y sus conatos hasta hoy día no extinguidos, de adquisición clandestina -faltando a la fe de los tratados- de un territorio que estos mismos habían demarcado como perteneciente a la corona de Castilla; y en ese gran libro en que siempre se consignan las lecciones mas prácticas y provechosas para los pueblos y para los gobiernos, se encontrarán también registradas las maquinaciones y las intrigas promovidas por la princesa Da. Carlota -después reina de Portugal- durante el cautiverio de su hermano el Rey D. Fernando VII, para realizar el sueño dorado de una dinastía tan adversa y codiciosa de los bienes ajenos, como poco escrupulosa en la observancia del respeto que es debido a los derechos bien adquiridos.
Basta para nuestro propósito hacer mención de las ocurrencias más notables desde la ocupación en 1816, que es el punto de partida. Es decir, acopiar noticias para que la historia las coordine algún día. Y aunque nos proponemos conservar el orden cronológico de los acontecimientos, no debe esperarse encontrar en estos "Recuerdos Históricos" la relación detallada y continua de ellos.
Poseemos abundantes materiales para marchar mucho mas adelante por la senda que empezamos a recorrer, y si suspendemos la carrera limitándola a un pequeño espacio, se encontrarán nuestros motivos en la Advertencia Preliminar que precede: ella nos releva de la necesidad de reproducirlos en este lugar.
Hemos creído muy conducente introducirnos por medio de esta explicación para que sea bien comprendido el plan que nos proponemos, y para evitar que nuestros lectores sufran la pena de esperanza engañada. No es, pues, la historia la que van a leer; y nada encontrarán que no corresponda al honroso pero modesto título que encabeza esta obra.
La historia, por otro lado, es una especialidad literaria, un trabajo ímprobo de muy difícil ejecución que requiere profundos conocimientos y grandes dotes, y para escribirla con hábil gravedad y altura se necesita ser un sabio -un Tácito-.
Hemos sido contemporáneos, testigos presenciales, y actores mas ó menos activos en algunas de las escenas que vamos a describir, y por esta circunstancia especial, nos atrevemos a esperar que ha de considerársenos suficientemente instruidos y autorizados, y con favorable presunción de veracidad.
I. Vista retrospectiva a la Banda Oriental. - Dominación portuguesa - El General Lecor: su retrato - II. Otra vista retrospectiva al Alto Perú. - Expedición de La Madrid: asalto malogrado de Chuquisaca. - III. Batalla de Maipú - Rendición de Talcahuano.- “Memoria” de D. Tomas Guido.
Cuando en 1816 las tropas portuguesas invadieron con fuerzas considerables el territorio oriental del Río de la Plata, el caudillo D. José Artigas a la cabeza de los habitantes armados les opuso toda la resistencia de que era capaz; y aunque el país detestaba la dominación extranjera, todos los esfuerzos que hizo para rechazarla no produjeron mas que la sangre derramada en combates desiguales, y la desolación de la tierra devastada ya por la guerra de que había sido teatro desde el principio de la revolución, y muy principalmente por la intestina que sobrevino, a consecuencia del estandarte de rebelión enarbolado por Artigas.
Medirse con tropas aguerridas y disciplinadas era una empresa superior a la capacidad del jefe oriental, cuyos conocimientos militares se limitaban a los muy necesarios a un jefe de partidarios que hace la guerra para defender su país natal con tropas irregulares y colecticias, sin jefes ni oficiales de suficiente instrucción. Se dieron algunos combates, y en ellos a pesar de su natural ardimiento, los patriotas orientales tuvieron casi siempre la peor parte. La resistencia a los invasores los recomienda y hace acreedores a la estimación pública, pero para realizar su noble intento eran exiguos los medios disponibles; y esta deficiencia realza más su mérito y acrisolado amor patrio.
El Cabildo de Montevideo abrió las puertas de esta plaza y puerto importantes al general portugués mediante una estipulación de deberes recíprocos. La Colonia del Sacramento fue también ocupada y guarnecida militarmente por las tropas invasoras, que establecieron acantonamientos en los puntos más considerables y estratégicos de la provincia. De modo que la conquista quedó consumada; porque las fuerzas orientales bajo el mando y dirección de Artigas no podían extender sus hostilidades a otro sistema o plan de resistencia que el de la guerra de recursos, a favor de las simpatías de todos los habitantes y del conocimiento práctico de las localidades; con cuyos medios tan solo conseguían incomodar a los enemigos, pero no disputarles eficazmente el dominio de la tierra de la que eran señores merced a su preponderancia numérica, incrementada con la calidad y pericia militar de sus jefes, oficiales y soldados que, sin disputa, eran lo mas selecto del ejército portugués.
Tal era la situación respectiva de agresores y agredidos cuando la victoria de Maipú, obtenida por el ejército argentino en el territorio de Chile sobre el ejército español, puso término a su dominación en aquella república; y cambió la faz política y militar de los pueblos que luchaban después de ocho años consecutivos por conquistar su independencia, despertando, en los que todavía estaban sometidos, el deseo y la esperanza bien fundada de trozar sus cadenas.
El eco de aquel triunfo tan completo y grandioso repercutió hasta la margen del Yaguarón y el general en jefe Lecor penetrado como estaba que la provincia oriental simpatizaba con los hermanos de occidente, soportando de mal grado la dominación extranjera, debió alarmarse por el triunfo de las armas argentinas, porque aproximando el momento de la definitiva emancipación de la metrópoli, era muy razonable esperar que para complementar un evento tan trascendente, mas tarde mas temprano, atravesarían el Uruguay para reconquistar la provincia usurpada, parte integrante entonces del territorio de la Unión.
Es evidente que el Barón de la Laguna se preocupó; y en el orden estaba que la fuerte impresión recibida fuese desagradable en extremo, porque la terminación de la guerra con la España traía aparejado el cese de una de las garantías de la posesión tranquila y no disputada de la margen izquierda del Río de la Plata, y de las tierras que baña del mismo lado su afluente el Uruguay.
Todos los que en la época a que nos referimos tuvieron relación inmediata con el general Lecor, han de recordar sus continuas y prolijas investigaciones sobre el ejército de los Andes, su fuerza, su calidad y composición; y que no cesaba de indagar de cuantos lo rodeaban, y podían satisfacer sus cuestiones sobre el carácter, las aptitudes, los antecedentes del general San Martín, y sus miras probables sobre la Banda Oriental. No disimulaba sus aprehensiones, y por algún tiempo y hasta tanto que los preparativos bélicos en Chile y en Buenos Aires revelaron la proyectada expedición al Perú, fue el tópico favorito de las conversaciones del general portugués con los hijos del país que lo frecuentaban, todo cuanto tenía relación con el general San Martín y el ejército a sus órdenes. Era su pesadilla.
Esta inquietud era natural y se explica por sí misma. Ella se renovó y subió de punto con la ocupación de Lima por el ejército Libertador; y después, cuando el general Bolívar -el hombre prestigioso de la América del Sur- asumió el mando de los ejércitos republicanos combinados, y la dirección de la guerra de la independencia, Bolívar reemplazó a San Martín en las prolijas investigaciones del barón de la Laguna.
No era este, en verdad, un hombre vaciado en el molde común, pero es igualmente cierto que no se distinguía por calidades relevantes, expresión del genio. Su aspecto y su carácter revelaban la escuela y profesión del soldado envejecido en los campos; pero ni se entienda por esto que careciese de urbanidad y cortesanía: al contrario, era afable y complaciente, sin derogar de su dignidad con cuantos cultivaban su trato; y unía a un talante severo la compostura del hombre culto avezado a la alta sociedad. Hombre de mundo, su espíritu conciliador fue un resorte eficaz que constantemente puso en juego para consolidar su conquista; y si porque los orientales no podían soportar el yugo extranjero, el general Lecor no fue el ídolo del pueblo, tampoco puede aseverarse que alimentasen contra él sentimientos de odio y reprobación personal. Si mas tarde la presa se le escapó de las manos, no se podría con justicia hacerle un cargo de incapacidad, porque los acontecimientos se agolparon con fracaso y rapidez, y todo el saber humano no habría podido dominarlo. En fin, y para concluir el retrato del general Lecor, en que insensiblemente nos hemos empeñado, daremos la ultima pincelada: era frío por carácter y absolutista por hábito profesional, bajo una monarquía ilimitada: no había en su dilatada carrera conocido otro sistema que el de la obediencia pasiva, y lo creía el único conveniente; pero los estímulos de su corazón eran nobles y desapasionados.
Necesario es desviarnos por un momento del orden cronológico de los acontecimientos, porque para no perder la hilación y conservar la unidad del conjunto, es de absoluta necesidad fijar una mirada retrospectiva sobre la situación del Alto Perú, y de nuestras provincias del norte después de la desgraciada tornada de Sipe - Sipe. Los restos del ejército argentino se retiraron del Alto Perú y se acuartelaron en las provincias de Salta y Tucumán: y los españoles quedaron en posesión de aquel país, sin otra atención interior que las continuas aunque no eficaces hostilidades, con que continuaban molestándolos las partidas llamadas republiquetas compuestas en su mayor parte de indígenas, y mandadas algunas de ellas por jefes de línea: las que a favor de las fragosidades del terreno eran inextinguibles, a pesar de su debilidad relativa. Para interceptar convoyes y comunicaciones aquellas partidas sostenían con los destacamentos del ejército español continuas y sangrientas refriegas, cuyos resultados muchas veces se reducían a los hombres perdidos de una y otra parte; pero que en otras ocasiones reportaban ventajas reales. Acreditaban siempre de un modo práctico y el más auténtico la decidida aversión del país a la dominación extraña, y contribuían a conservar latente este sentimiento patrio.
Después de Sipe - Sipe, el general fue reemplazado en el mando del ejército, denominado del Perú, por el general Belgrano, y este fijó su cuartel general en Tucumán, dedicándose con asidua contracción a reorganizarlo; estableciendo al efecto la mas severa disciplina e incesante instrucción.
Era el general Belgrano un patriota a toda prueba, verdadero modelo de virtudes republicanas y de una probidad proverbial; el dictado mas adecuado para caracterizarlo seria el de Catón argentino, pero sin la estoica austeridad del romano. Se vio forzado a permanecer estacionario, porque toda la atención y recursos del gobierno central se dedicaban exclusivamente a la formación del ejército que el general San Martín organizaba en Mendoza para escalar los altos Andes.
El ejército español después de su triunfo avanzó al sur, pero no pasó de Humahuaca; y por último se acantonó en Santiago de Cotagaita y sus inmediaciones: de una y otra parte cesaron las operaciones activas.