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¿Y si se predicara la ciencia igual que se predica la religión? Así comienza una tertulia a la que asisten varios hombres juiciosos e instruidos. En «Los literatos en cuaresma» Tomás de Iriarte plantea una discusión, no sin buenas dosis de crítica y sarcasmo, sobre los temas centrales de la Ilustración: la secularización de la sociedad o la reforma de la cultura y la educación.
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Seitenzahl: 93
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Tomás de Iriarte
Saga
Los literatos en cuaresma
Copyright © 1930, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726685862
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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A la tertulia de un caballero aficionado a las Letras, y versado en ellas más queregularmente, asistían varios ingenios de esta corte, entre los cuales, si bien se contaban ciertos aprendices de literatura y maestros de pedantería, no faltaban algunos sujetos verdaderamente instruídos y juiciosos. Una noche en que casi todos se habían congregado, no sé cómo se proporcionó el asunto de la conversación, que el amo de casa logrando oportunidad para proponer una idea que de muchos días tenía meditada, habló a los circunstantes en estos o en otros equivalentes términos, que, dichos por su boca, agradaron generalmente a causa de cierta gracia y naturalidad que eran propias de su estilo: “Dudo, amigos míos, si habrán Vms, hecho alguna vez la observación siguiente. Después de la virtud, pienso que lo mejorcito que en este mundo tenemos es la ciencia; y parece descuido bien extraño que habiendo púlpitos para exhortar a la una, no haya predicadores que nos alienten a la otra. Yo quisiera que así como en el orbe cristiano se convoca en los templos, y aun en las plazas, a oir sermones para corrección de los vicios, se convocase el orbe literario en academias u otros parajes públicos o privados, a escuchar pláticas sobre asuntos de erudición, en que lo dulce de los atractivos de la retórica templase lo amargo de las verdades y desengaños críticos. Tendiendo ahora mismo la vista por las personas que se dignan de honrar este congreso, desde luego estoy viendo cinco o seis, que en los domingos de esta próxima Cuaresma pudieran darnos en esta sala una recreación honesta, provechosa y de buena invención. Todos discurren medios de divertirse en el Carnaval; pero nadie piensa en reservar algún entretenimiento para después del Miércoles de Ceniza. Bueno fuera que cuando los demás hubiesen dado fin a sus pasatiempos, empezásemos nosotros los nuestros con mayor utilidad del próximo y deseara yo, señores...” Suspendió a esta sazón su arenga; y, aunque ninguno de los concurrentes le contestó tan al pronto, advirtió en el modo de mirarse silenciosamente unos a otros que había sido admitida con agrado su proposición. No se engañó en este discurso, porque apenas pronunció uno de la tertulia las palabras ¡bien pensado! cuando, en medio del repentino palmoteo, se oyeron casi a un mismo tiempo mezclados los vivas españoles con los víctores latinos y los bravos italianos; y aun hubo algún afectado escolástico que con un oprime, pronunciado enfáticamente, echó el sello al universal aplauso. “No se pierda tiempo, dijo un individuo de los más graves de la tertulia. La Cuaresma se acerca. Elíjanse cuanto antes los asuntos; nómbrense los predicadores”. “Vamos despacio, replicó el dueño de la casa, que todavía no me han dejado Vms. proponerles la segunda parte de mi proyecto. Yo he discurrido que para dar mayor autoridad a unos sermones que, por predicarlos gente moza, pueden acaso ser menos escuchados, y para conservar al propio tiempo en nuestro púlpito profano una ilusión algo semejante a la del teatro, hayan de disfrazarse los predicadores conforme a una instrucción que para ello traigo aquí apuntada, tomando los trajes de seis varones eruditos de seis distintas naciones. Atiendan Vms. al plan que he dispuesto”:
Predicará el griego Teofrasto, natural de Eresio, en la provincia de Beocia, de edad de 106 años. El asunto de la oración será demostrar cuánto perjudica el adelantamiento de las Letras y de todo lo útil la oposición de los murmuradores a todo lo nuevo. El texto será este: Murmurador hay que no sólo habla mal de sus amigos y domésticos, sino también de los mismos difuntos ( 1 ). Son palabras del propio Teofrasto al fin del último capítulo de sus Caracteres.
Predicará el latino Marco Tulio Cicerón, natural de Arpiño, en el reino de Nápoles, de edad de 63 años. Tratará de los Estudios de la niñez, tomando por tema aquellas palabras de su oración a favor de M. Celio: Haec igitur est tua disciplina? Sic tu instituís adolescentes? Ob hanc causam tibi hunc puerum parens commedavit & tradidit ( 2 ), “¿Es ésta tu enseñanza? ¿Así instruyes a los jóvenes? ¿Para esto te entregó y encomendó este niño su padre?”
Predicará sobre puntos de teatro el español Miguel de Cervantes Saavedra, naturad le Alcalá de Henares, de edad de 66 años, y le servirá de tema aquella cláusula del capítulo XLVIII del primer tomo de su Don Quijote: Habiendo de ser la Comedia espejo de la vida humana, ejemplo de las costumbres e imagen de la verdad, las que ahora se representan son espejos de disparates, ejemplos de necedades e imágnes de lascivia.
Predicará el francés Nicolás Boileau Despréaux, natural de París, de edad de 74 años, sobre las obligaciones y dificultades del oficio poeta, fundándose en estos versos de su segunda sátira:
Maudit soit le premier dont la veme insensée
dans les bornes d’un vers renferma sa pensée;
et donnant à ses mots une étroite prision,
voulut avec la rime enchaíner la raison.
“Maldito sea el primero cuya Musa insensata redujo su pensamiento a los límites de un verso, y dando a sus palabras una estrecha cárcel, quiso eslabonar la razón con el consonante.”
Predicará sobre las parcialidades de los críticos el inglés Alejandro Pope, natural de Londres, de edad de 55 años, y tomará por texto los versos 394 y 395 de su Ensayo sobre la crítica:
Some foreign writers, some our own despise
the Ancients only, or the Moderns prize.
“Unos hay que desprecian los autores extraños y otros que desprecian a los nuestros: unos que sólo estiman a los antiguos y otros que sólo estiman a los modernos.”
Dará fin a la Cuaresma con una plática entre filosófica y moral el italiano Torcuato Tasso, natural de Sorrento, en el reino de Nápoles, de edad de 50 años; y exponiendo las desdichas a que nace sujeto el linaje humano, probará que el único remedio de ellas es la sociedad, el trato y la decente buena harmonía entre ambos sexos. El tema será la sentencia que él mismo escribió en su Tragedia de Turismundo ( 3 ):
La nostra umanitade è cuasi un giogo
gravoso che Natura e’l Ciel impone,
a cui la donna, o l’uom disgiuuto e scevro
per sostegno non basta.
“Nuestra humanidad casi es un yugo gravoso, que la Naturalesza y el Cielo nos imponen; y ni la mujer ni el hombre son bastantes a llevar este yugo, si viven desunidos.”
Así concluyó nuestro erudito la lectura de su plan, y prosiguió diciendo: “Aunque mi intención es que los predicadores se disfracen bajo la apariencia de estos seis grandes hombres, imitándoles en el traje, y aun en el estilo, no por eso se ha de pretender con el mismo rigor que en la representación de un drama que cada orador hable aquí en todo y por todo como el sujeto cuyo nombre toma y de cuya presencia exterior se reviste; pues se incurriría entonces en la impropiedad de que unos autores antiguos tratasen de los asuntos que actualmente ocurren en nuestra nación y se explicasen en nuestro idioma castellano. Bastará para nuestro propósito que los seis predicadores hablen de las materias del día, como hablarían, si ahora resucitasen, los seis escritores Teofrasto, Cicerón, Cervantes, Boileau, Pope y el Tasso”. Todos casi a una voz respondieron que no se les haría reparable inverosimilitud alguna de esta especie, con tal que se llevase a efecto la extraña tentativa; y aprobando los inteligentes el plan, quedaron nombrados con votos unánimes por predicadores cuadragesimales cinco sujetos de los más hábiles del concurso, reservando para el Presidente de la tertulia el desempeño del sexto y último sermón. Distribuyéronse los asuntos según los genios de los oradores, cuyos verdaderos nombres no ha permitido su modestia que se publiquen en esta fidedigna relación; bien que para distinguirlos, nos tomaremos la licencia de confirmarlos de la siguiente manera. Al primero, que predicó contra la Murmuración, llamaremos don Severo; al segundo, que peroró sobre Estudios, don Patricio; al tercero, que trató de Comedias, don Silverio (aunque parezca pulla); al cuarto encargado de declamar acerca de la Poesía, don Facundo; al quinto, que habló sobre las Parcialidades de los críticos, don Justo; y al amo de la casa, que había de moralizar a favor del Trato y humanidad de ambos sexos, don Bonifacio. Todos convinieron en que las pláticas fuesen cortas para molestar menos al auditorio, y se hiciese en ella justicia según todo el rigor de la crítica, pero sin nombrar persona alguna.
Tomadas estas acertadas providencias para el logro de tan útil pensamiento, empezó a verificarse en la noche del primer domingo de Cuaresma. Congregóse la tertulia ocmpleta; y el gran número de oyentes que atrajo la fama, apenas cabía en el espacioso salón. A las puertas de él se veía fijado un cartel que en letras mayúsculas decía: HOY PREDICA TEOSOFRATO, y debajo el texto griego en que se fundaba la oración. La novedad de semejante espectáculo tenía suspensos los ánimos y las lenguas; de suerte que acomodados ya los circunstantes en sillas y bancos, sólo se oyó por largo rato el sordo chispear de las bujías. Salió, en fin, a pasos mesurados y encaminóse a la Cátedra, colocada en la testera de la pieza, un personaje en hábito de filósofo griego con una larga, cana y ensortijada barba. Subió, terció la clámide o capa; saludó con una inclinación de cabeza al auditorio; y acompañando sus palabras con pausados ademanes, propios de su avanzada edad y del respetable carácter de un discípulo de Aristóteles, prorrumpió en un discurso del tenor siguiente:
Kαὶ ἄλλα πλειςα περἰ των φιλων ϰαἰ oεἰϰείων ϰαϰὰ εἰπείν, ϰαἰ ϰερὶ των τετελευτεϰóπων ϰαϰως λεγειν.
“Murmurador hay que no sólo habla mal de sus amigos y domésticos, sino también de los mismos difuntos.” (Díjelo yo así en el último capítulo de mis Caracteres.)