Guía de los "Grundrisse" de Marx - David Harvey - E-Book

Guía de los "Grundrisse" de Marx E-Book

David Harvey

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"Los Grundrisse, o Líneas fundamentales de la crítica de la economía política, constituyen un texto fundamental para el estudio del capitalismo en cuanto sistema socioeconómico. La aspiración que albergaba Marx al redactarlos era, en sus propias palabras, la de revelar «el desarrollo exacto del concepto de capital [...], concepto fundamental de la economía moderna, de la misma forma que el capital mismo [...] es la base de la sociedad burguesa». Compuestos por borradores y extensas anotaciones, fechables en el bienio 1857-1858, los Grundrisse pueden resultar intimidantes. En esta Guía, David Harvey consagra su consumada habilidad pedagógica a releerlos en términos accesibles. El resultado es un aporte asombroso a la comprensión teórica de cómo funciona el capital. «Después de toda una vida consagrada a su estudio e interpretación, David Harvey ha acabado por regresar a donde realmente comenzó la crítica de la economía política de Marx, en los famosos Grundrisse. Harvey compara esta Guía con acompañar al lector en una larga caminata, señalando los accidentes del terreno, las encrucijadas del camino y los peligros que se ciernen a lo largo del mismo. Así que pónganse las botas, rellenen la cantimplora y únanse a Harvey en su deslumbrante aventura de dar vida al libro "más interesante y difícil" de Marx».  Brett CHRISTOPHERS"

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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Akal / Cuestiones de antagonismo / 131

David Harvey

Guía de los «Grundrisse» de Marx

Traducción: Antonio J. Antón Fernández

Los Grundrisse, o Líneas fundamentales de la crítica de la economía política, constituyen un texto fundamental para el estudio del capitalismo en cuanto sistema socioeconómico. La aspiración que albergaba Marx al redactarlos era, en sus propias palabras, la de revelar «el desarrollo exacto del concepto de capital […], concepto fundamental de la economía moderna, de la misma forma que el capital mismo […] es la base de la sociedad burguesa».

Compuestos por borradores y extensas anotaciones, fechables en el bienio 1857-1858, los Grundrisse pueden resultar intimidantes. En esta guía, David Harvey consagra su consumada habilidad pedagógica a releerlos en términos accesibles. El resultado es un aporte asombroso a la comprensión teórica de cómo funciona el capital.

«Después de toda una vida consagrada a su estudio e interpretación, David Harvey ha acabado por regresar a donde realmente comenzó la crítica de la economía política de Marx, en los famosos Grundrisse. Harvey compara esta Guía con acompañar al lector en una larga caminata, señalando los accidentes del terreno, las encrucijadas del camino y los peligros que se ciernen a lo largo del mismo. Así que pónganse las botas, rellenen la cantimplora y únanse a Harvey en su deslumbrante aventura de dar vida al libro “más interesante y difícil” de Marx».

Brett Christophers

David Harvey es Distinguished Professor de Antropología y Geografía en el Graduate Center y director de investigación del Center for Place, Culture and Politics, ambos de la City University of New York (CUNY). Harvey es uno de los teóricos sociales más importantes de nuestro tiempo y el geógrafo académico más citado del mundo. Autor de una prolífica obra, es asimismo una de las máximas autoridades en Marx y su obra.

«David Harvey ha provocado una revolución en su campo y ha inspirado a una generación de intelectuales radicales».

Naomi Klein

«David Harvey es una inspiración para mí y para las personas que desean desesperadamente un orden mundial justo. Él es uno de los pensadores más perspicaces e inteligentes que tiene el movimiento progresista».

Owen Jones

Diseño interior y cubierta

RAG

Queda prohibida la reproducción, plagio, distribución, comunicación pública o cualquier otro modo de explotación –total o parcial, directa o indirecta– de esta obra sin la autorización de los titulares de los derechos de propiedad intelectual o sus cesionarios. La infracción de los derechos acreditados de los titulares o cesionarios puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (artículos 270 y siguientes del Código Penal).

Ninguna parte de este libro puede utilizarse o reproducirse de cualquier manera posible con el fin de entrenar o documentar tecnologías o sistemas de inteligencia artificial.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

A Companion to Marx’s Grundrisse

© David Harvey, 2023

© Ediciones Akal, S. A., 2025

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

[email protected]

www.akal.com

facebook.com/EdicionesAkal

@AkalEditor

@ediciones_akal

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ISBN: 978-84-460-5750-5

Introducción del autor

Esta Guía de los Grundrisse de Marx es otra contribución a lo que he llamado, en retrospectiva, «El Proyecto Marx». Digo «en retrospectiva» porque cuando dirijo mi vista atrás compruebo que he estado involucrado en este proyecto durante muchos años. No comenzó con un propósito o diseño consciente: simplemente se fue desarrollando solo. Sin embargo, el impulso que anima el proyecto, y que comenzó hace unas dos décadas, ha permanecido claro y constante. Sentía una necesidad apremiante de comunicar, de la manera más clara y sencilla posible, lo que Marx había descubierto en su crítica de la economía política clásica. También quería explorar las ideas y conclusiones que surgían de esa labor, ver si eran provechosas y si podrían arrojar luz sobre las fuentes de los problemas y peligros económicos, sociales, ecológicos y políticos que estaban cada vez más presentes en todo el mundo. Sentía que los escritos de Marx eran especialmente relevantes para comprender por qué el capital no sólo no lograba satisfacer las necesidades humanas, sino que también era totalmente incapaz de sortear los peligros de la degradación ambiental. Las obras de Marx ayudaban a explicar por qué a largo plazo el capital estaba destinado a fracasar en ambos aspectos.

La mayoría de las personas, cuando se enfrentan a las voluminosas obras de Marx de crítica de la economía política, las encuentran difíciles, intimidantes y desconcertantes. Como resultado, han surgido diversas interpretaciones de su obra, tanto de académicos como de activistas, conjurando lo que parecen facciones o incluso verdaderas escuelas de pensamiento, en torno a cuál es la línea correcta para dilucidar las contribuciones teóricas de Marx. Los partidos políticos de izquierda (en particular los de tendencia comunista) a menudo han elaborado interpretaciones destacables pero algo rígidas, acordes a su situación política y a sus estrategias y programas. Marx, siendo la figura controvertida que es, también se ha granjeado insultos y difamaciones por parte de sus oponentes. Abundan las tergiversaciones deliberadas y las representaciones falsas, junto con otros intentos más sofisticados y sutiles de socavar sus puntos de vista. Todo esto crea expectativas y un clima de suspicacia y prejuicios que hace virtualmente imposible una lectura sencilla y despejada de cualquiera de sus textos.

Mi objetivo era y es abrir una puerta al pensamiento de Marx, e invitar a la mayor cantidad posible de personas a atravesarla y a observar los textos más de cerca, de forma que saquen sus propias conclusiones. No tengo ningún interés en tratar de imponer a nadie mis propias y particulares interpretaciones. Por eso en inglés titulo mis libros sobre Marx companions en lugar de guides[1]. Desde luego, no puedo desbrozar un nuevo camino hacia la comprensión del pensamiento de Marx sin recurrir a mi propia experiencia, y sin tener en cuenta mis intereses teóricos; de hecho estos son apoyos cruciales en mi labor de interpretación. El hecho de que mi principal interés haya sido la urbanización y el desarrollo geográfico desigual, a diversas escalas, afecta claramente al modo en que evalúo los textos de Marx. Sin embargo, me imagino acompañando al lector en una larga caminata en la que señalo este y aquel aspecto particular aquí y allá, recurriendo a mi larga experiencia de trabajo con el texto; y destaco momentos que fueron reveladores para mí, relacionando ideas, siempre que es posible, sin dejar de preguntarme qué es lo que usted, lectora o lector, podría hacer con todo esto. Durante los últimos cincuenta años, dar clases sobre Marx ha llevado aparejada la increíble suerte de enseñarlo a todo tipo de grupos y públicos diferentes. He aprendido enormemente de las muy divergentes formas en que las personas pueden dar sentido a lo que Marx está diciendo. Por supuesto, esto no es sino un elogio de la rica complejidad de los textos; que puedan hablar tan directamente a personas tan diferentes que viven en situaciones tan radicalmente dispares y provienen de tradiciones culturales e intelectuales tan radicalmente diversas.

Los Grundrisse son, con diferencia, el libro de Marx más interesante y el más difícil de abordar. Se trata de un conjunto de notas que Marx escribía frenéticamente para sí mismo, en una época bastante frenética. A lo largo de su vida, Marx empleó diferentes modos de escritura en función de su público, que pueden clasificarse en cuatro tipos. En primer lugar, estaba el estilo de escritura adoptado en su labor periodística, en sus comentarios de actualidad y en su correspondencia. Es sencillo y coloquial, incluso cuando entra en cuestiones difíciles, y muestra cierta elegancia conceptual. Algunos de sus escritos más serios sobre economía política estaban listos para ser publicados, como el libro I de El Capital. En ellos se cuida mucho de utilizar un lenguaje que su público pueda entender. Ese público era la parte alfabetizada de la clase obrera, que era una minoría autodidacta y bastante sofisticada. Siendo autodidacta es poco probable que estuviera sujeta a los lugares comunes de la disciplina propia de la educación formal. Así, aunque El Capital pueda parecernos un libro difícil, un poco por encima de la capacidad de comprensión del estudiante promedio que sigue una educación formal, esto no sería necesariamente cierto para los artesanos autodidactas sobre los que Marx quería tener influencia, principalmente en Gran Bretaña y Francia, pero también en Estados Unidos y más allá. Mi propia esperanza al desarrollar mi Proyecto Marx ha sido reformular el lenguaje de Marx de una manera más accesible para el público estudiantil contemporáneo, junto con los autodidactas (sí, todavía existen) en los sindicatos y los movimientos sociales. El tercer tipo de escritura de Marx es más experimental. Está concebida como un viaje de descubrimiento, en el que Marx a veces desarrolla un argumento desplegando conceptos nuevos e incluso indescifrables para quien esté dispuesto a seguirle. Esto es característico de los manuscritos a partir de los cuales Engels armó los libros II y III de El Capital. El cuarto tipo de escritura es aquel en el cual Marx escribe exclusivamente para sí mismo, utilizando todas las herramientas e ideas que tiene en la cabeza, dispuesto a dar rienda suelta al flujo de su propia conciencia, a identificar posibilidades y potenciales interrelaciones que podrán o no resultar importantes en sus estudios más meditados. Este último es el estilo predominante de los Grundrisse, y es lo que hace que trabajar con este texto sea tan apasionante, frustrante, imaginativo y, a veces, tediosamente repetitivo. Marx, en resumen, se limita a hablar consigo mismo. No basta con entender su lenguaje (un lenguaje propio muy característico). También es importante entender el modo en que piensa, que es, por decirlo suavemente, algo escurridizo. Con todo, esta es la forma de escritura que predomina en los Grundrisse.

Una de las cosas que hace que leer e interpretar los Grundrisse sea tan difícil es determinar si Marx está planteando su propio marco conceptual y sus propias interpretaciones o, simplemente, informando de las interpretaciones de otros. Por ejemplo, al comienzo mismo de la introducción, Marx afirma: «El punto de partida, naturalmente, está constituido por los individuos que producen en sociedad, es decir, por la producción de los individuos socialmente determinada». Podemos entender que aquí él, Marx, se propone empezar por ese punto de partida; o que Marx afirma que, puesto que es por ahí por donde suele empezar la economía política burguesa, entonces ese punto es por donde está obligado a iniciar su propia exploración crítica. El resultado, a menudo, es una fusión de ambas cosas. Puede acabar diciendo que la producción individual socialmente determinada es un punto de partida acertado y pertinente, siempre que interpretemos al «individuo» de una manera diferente a la economía política burguesa. Sin embargo haré el siguiente inciso, a saber: que Marx empieza El Capital con la mercancía, o sea, algo que claramente hizo por decisión propia.

Marx no cree que los economistas políticos burgueses fueran idiotas, mentirosos o meros apologistas. Algunos de ellos pueden haberlo sido, pero ciertamente no lo fueron Adam Smith ni Ricardo, ni muchos otros pensadores (como James Steuart, William Petty, Sismondi, Quesnay e incluso, en ocasiones, Thomas Mal­thus) que los precedieron o sucedieron. Marx consideraba que la mayoría de economistas políticos burgueses eran escritores y científicos que buscaban desesperadamente entender los confusos y enormemente complejos cambios políticos y económicos que ocurrían a su alrededor. Le proporcionaron a Marx la materia prima para sus propias interpretaciones y, aunque sólo fuera por esa razón, les guardaba respeto. Pero hay muchos «asuntos pendientes» en los Grundrisse (así como en la obra de Marx en general) en cuanto a lo que es propio e idiosincrático de Marx y lo que extrajo de la economía política burguesa de la época. Esto es muy cierto, por ejemplo, con respecto al concepto de valor en Marx, que, hasta el día de hoy, no ha podido ser definido de una forma universalmente satisfactoria.

Marx, en los Grundrisse, no es siempre coherente consigo mismo; a veces cambia de aparato conceptual a mitad de camino. El significado de los conceptos clave evoluciona a medida que discurre el texto. A menudo no está seguro de hacia dónde se dirige exactamente. El resultado es un análisis un tanto desordenado, complejo pero abierto y, por momentos, incisivo. Pero, a fin de cuentas, el capital es un sistema económico un tanto desordenado y complejo, y los Grund­risse, a menudo por casualidad, reflejan de vez en cuando esta complejidad, de formas bastante sorprendentes.

No obstante, hay diferentes formas de leer este texto. Una lectura muy atenta, profunda y sistemática llevaría mucho tiempo. Es fácil pasar una semana peleándose con el significado de apenas unas pocas páginas. Otras lecturas adoptan un ángulo particular sobre el pensamiento de Marx. Por ejemplo, los filósofos pueden leerlo buscando cómo Marx se apropia de Hegel o Spinoza, mientras que la apropiación que hace de Adam Smith, David Ricardo y los ricardianos socialistas es lo que suele atraer a los economistas. A menudo Marx construye sus argumentos en oposición a Proudhon y a los socialistas franceses. No encuentro ese tipo de comentarios particularmente esclarecedores o interesantes. Por esta razón, en mi lectura tiendo a dar poca importancia al debate con Proudhon. Además, no estoy equipado, por intelecto o temperamento, para lidiar con la complejidad de la influencia hegeliana y las extensas exploraciones filosóficas del lenguaje y método de Marx. Aprecio el trabajo realizado por otros sobre estos temas, pero las personas interesadas en tales aportaciones deberán buscar en otra parte.

En este texto Marx no sólo buscaba asimilar a Ricardo y Hegel. También estaba inmerso, me parece, en una lucha titánica por emanciparse de las limitaciones que imponían las categorías del análisis ricardiano, y liberarse de la jaula de las fórmulas hegelianas. Aquí me concentro, por consiguiente, en lo que Marx define como su misión central en los Grundrisse. Esto lo afirma de la siguiente manera: «El desarrollo exacto del concepto de capital es necesario, ya que él es el concepto fundamental de la economía moderna, de la misma forma que el capital mismo […] es la base de la sociedad burguesa. De la comprensión rigurosa del presupuesto fundamental de la relación [del capital] tiene que resultar todas las contradicciones de la sociedad burguesa, así como también el límite en el cual la relación obliga a pasar por encima de sí misma» (p. 237 [de la edición castellana; véase infra, nota 3 al final de esta introducción]). Mi lectura de los Grundrisse pivotará alrededor de esta problemática.

A Marx no sólo le preocupaba entender el concepto de capital y su funcionamiento en el mundo del puro pensamiento. También le preocupaba abordar el capital tal y como este operaba en la práctica, y ver cómo sus leyes abstractas de movimiento, aunque estuvieran plagadas de contradicciones, no sólo producían crisis económicas (como la de 1857-1858), sino que también dictaban las condiciones laborales y de vida para la gran masa de población del mundo capitalista de la época.

El capital, por supuesto, todavía está con nosotros, y el desarrollo de sus leyes internas de movimiento, junto con todas sus contradicciones internas, es omnipresente, aunque lleve ropajes nuevos y se practique a una escala mucho más amplia. Una dosis de los reveladores descubrimientos de Marx puede, por lo tanto, arrojar mucha luz sobre nuestro mundo capitalista contemporáneo, aun cuando reconozcamos que este mundo está en constante cambio y en algunos aspectos es muy diferente del que habitó Marx. Sin embargo, también hay razones para pensar que los principales elementos de la concepción teórica de Marx son más relevantes ahora que nunca. En la época en que Marx escribía su obra, el capital industrial (en contraposición al capital comercial) dominaba sólo un pequeño rincón del mundo: Gran Bretaña, Europa occidental y la costa este de los Estados Unidos. Pero el tipo de condiciones de fábrica que Marx describe en El Capital, en el capítulo dedicado a «la jornada laboral», se pueden encontrar ahora en Bangladesh, China, Turquía, Brasil, India, Guatemala y Sudáfrica (por nombrar sólo algunos lugares). Además, el capital ha «aumentado de escala» hasta llegar a los límites planetarios, y si bien esta ampliación exige ajustes teóricos, en lugar de rebajar las contradicciones a las que es propenso el capital como sistema económico, las profundiza. Por otra parte, la complejidad de las formaciones de clase y de las relaciones de clase en el escenario mundial hace que la aplicación de algunas de las teorías de Marx, como veremos, sea problemática.

Sin embargo, la investigación aparentemente caótica de Marx en los Grund­risse tiene una estructura. Es importante tenerla en cuenta al estudiar el texto: Marx se propone investigar la formación y el funcionamiento del capital como «una totalidad». Este aspecto del enfoque de Marx ha sido en gran medida ignorado por los comentaristas contemporáneos. Sospecho que el giro hacia Foucault y el postestructuralismo, que censura los discursos totalizadores y, por lo tanto, cualquier evocación del concepto de totalidad, es en parte culpable. También puede deberse a que se consideró que los intentos anteriores de utilizar el concepto de totalidad (por ejemplo, Lukács) eran inadecuados y llevaban a confusión. Pero el concepto de totalidad de Hegel remite a una entidad cerrada, autocontenida y autosuficiente, y fue este concepto de totalidad el que resultó ser tan inadecuado (correctamente, en mi opinión). Marx busca emanciparse de esta concepción hegeliana. La totalidad de Marx es abierta, evoluciona y se autorreplica, desde luego; pero no es autosuficiente en ningún sentido, dadas sus contradicciones internas y su relación metabólica tanto con la naturaleza como con los logros históricos acumulados por las culturas humanas. Marx describe el capital como una totalidad «orgánica» y lo trata como un ecosistema complejo en un incesante proceso de conformación histórica. Pero Marx limita la mayor parte de sus investigaciones a la totalidad del capital, y no a todo lo demás. Aunque el capital pueda ser la fuerza motriz, el proceso fundacional dentro de la sociedad burguesa, no dice todo lo que debe decirse sobre el capitalismo como formación social. La teoría del capital como modo de producción es una cosa. La teoría del capitalismo como formación social es otra muy distinta. En los Grundrisse, Marx se centra principalmente en la primera, aunque algunos de sus comentarios apunten claramente a la segunda.

En este punto es relevante la analogía del ecosistema. De la misma manera que los investigadores pueden conceptualizar y aislar para su estudio ecosistemas enteros, como la selva tropical, la tundra, los humedales o incluso ecosistemas urbanos, considerándolos totalidades (cada totalidad se compondría de múltiples especies en relación o competencia entre sí, entretejidas por flujos de energía, incluyendo los que emanan del exterior), Marx busca aislar para su estudio el ecosistema del capital (con sus complejas e intrincadas divisiones del trabajo, la competencia, las especializaciones de funciones, las formas de distribución y los flujos de dinero).

Esta totalidad del capital es, en ciertos aspectos, como un cuerpo humano (aunque esta analogía puede resultar engañosa si se lleva demasiado lejos). Marx, en un momento dado, utiliza exactamente esta analogía para explicar la importancia del diferencial en los tiempos de rotación. «En el cuerpo humano, como en el capital, las diferentes partes no se cambian en la reproducción en los mismos espacios de tiempo; la sangre se renueva más rápidamente que los músculos, los músculos más rápidamente que los huesos, que desde este punto de vista pueden ser considerados como el capital fijo del cuerpo humano» (558). El cuerpo humano hace circular la sangre por el corazón y el oxígeno por los pulmones, absorbe energía a través del sistema digestivo y el estómago, libera los residuos a través del hígado y los riñones, mientras que la coordinación se ejerce por medio del cerebro y el sistema nervioso central. Cada uno de estos procesos de circulación es autónomo e independiente (y es objeto de un tipo de conocimiento especializado, en forma de cardiología, neurología, urología, etc.), pero está subsumido dentro de la lógica de la totalidad de un cuerpo humano como sistema en funcionamiento. No tiene sentido asignar una estructura jerárquica de importancia o causalidad a las interacciones e interrelaciones entre todos estos diferentes procesos de circulación. El fracaso de cualquiera de ellos amenaza la vida y la existencia de la totalidad.

En los Grundrisse, Marx descompone el capital en diferentes procesos de circulación. Comienza con el estudio de la circulación monetaria. No todo el dinero es capital. El capital es dinero que circula de una forma particular. Pero la circulación monetaria tiene que estudiarse como algo autónomo e independiente, que desempeña todo tipo de funciones sociales distintas de las requeridas en el flujo de dinero como capital. El dinero se convierte en capital dinerario al encontrarse con la capacidad de trabajo y comprarla. Esto desencadena un análisis del proceso de circulación de la capacidad de trabajo (Figura 1). El capital (valor) fluye: 1) a través de los diferentes momentos de compra de mercancías (fuerza de trabajo y medios de producción), 2) un proceso de trabajo que produce plusvalía o plusvalor, 3) su realización a través de la venta en el mercado, 4) la distribución y 5) su reinversión. Esto forma un proceso propio de circulación del capital en general (véase la Figura 2 infra). El flujo de capital puede separarse a lo largo de dos caminos diferenciados: el del capital circulante (con una rotación de base anual) y el del capital fijo a largo plazo (por ejemplo, la maquinaria), junto con los flujos hacia el fondo de consumo (por ejemplo, la vivienda, véase la Figura 3 infra, cap. IX). La formación de capital fijo y de fondo de consumo a largo plazo adquieren un carácter y una importancia especiales. Ambos se cruzan con la circulación del capital que devenga interés, que los apoya y coordina. En los Grundrisse esta conexión sólo se menciona ocasionalmente, aunque generalmente se incorpore en los diversos planes que Marx trazará para guiarse en sus investigaciones futuras. La circulación del capital que devenga interés se aborda en detalle, por supuesto, en el libro III de El Capital. Hay otros procesos de circulación que podrían incorporarse, pero Marx los deja de lado en los Grundrisse, y aparecen solamente en los diversos planes que anota, con la vista en investigaciones ulteriores. Falta claramente la circulación de los ingresos estatales a través de los impuestos y las inversiones públicas, excepto por un breve comentario sobre la construcción de carreteras.

Figura 1. La circulación de la capacidad de trabajo

La totalidad del capital no está dada ni predefinida. No se trata de un tipo ideal que espera a ser revelado o descubierto; no está fijado y determinado con respecto a su alcance en el espacio y el tiempo. Aunque no quepa duda de que la idea de totalidad deriva de Hegel, Marx la reelabora y la revoluciona (como hace con casi todo lo que toma de Hegel). Para Marx, la totalidad es una red de prácticas y relaciones sociales históricamente específicas, que se construyen y evolucionan con el tiempo a través de la acción humana. Esta red está en un constante proceso de crecimiento y transformación (perpetuamente «en su devenir», en palabras de Marx) incluso cuando exhibe ciertas tendencias hacia la permanencia. El énfasis, sin embargo, está en la fluidez de los procesos que la sostienen y la crean. Pero la cristalización de varias características dentro de la totalidad puede guiar, inhibir, aprisionar o exacerbar los procesos que históricamente la constituyen. Esta cristalización puede, de vez en cuando, volverse completamente esclerótica. Parece entonces como si la humanidad se hubiera encerrado en su propia red de relaciones sociales (de clase), de acuerdos institucionales (por ejemplo, las leyes) e interacciones sociales. Se encuentra en una constante lucha por romper los vínculos y barreras que ella misma ha creado. Esta es la contradicción fundamental dentro del modo de producción capitalista.

Los Grundrisse están estructurados como una investigación sobre los diferentes procesos de circulación que producen y sustentan al capital como totalidad. Tenemos:

1. La circulación de mercancías a través del intercambio

2. La circulación del dinero como dinero

3. La circulación de la capacidad de trabajo (Figura 1)

4. La circulación del dinero como capital (Figura 2)

5. La circulación del capital fijo (Figura 3, cap. IX)

6. La circulación del capital que devenga interés (no se estudia pero se menciona en los Grundrisse)

Podrían incorporarse a este marco otros procesos de circulación, como la circulación del capital financiero o bancario, y la circulación de los ingresos estatales. Vale la pena señalar que en el libro II de El Capital predomina el estudio de diferentes sistemas circulatorios, comenzando por la circulación del dinero, de mercancías y de capital productivo, y la circulación de las tres formas dentro del capital entendido como un todo. Más adelante, en ese mismo libro, Marx examina la circulación del capital fijo y estudia las jornadas de trabajo y los tiempos de rotación, con más capítulos sobre la circulación del capital variable y la plusvalía o plusvalor; culminando en un modelo de las relaciones de circulación entre el capital y el trabajo, en los llamados esquemas de reproducción. Los Grundrisse son un esclarecedor borrador de gran parte de todo ello.

El carácter limitado de la totalidad (tanto estructural como geográficamente) lo impone el investigador, hasta cierto punto, arbitrariamente, incluso cuando existen fuertes condiciones concretas que a nivel lógico sustenten una definición específica de esa delimitación. Si continuamos con la analogía del cuerpo humano, hay poderosas razones para tratarlo como una totalidad funcional en sí misma para los fines de la investigación, del diagnóstico y de los análisis médicos. Pero las condiciones sociales generales en las que ese cuerpo opera no pueden ignorarse en ningún examen de las condiciones de salud en la sociedad. Por poner un ejemplo: aunque una causa de muerte pueda ser muy específica desde el punto de vista médico, el contexto del abuso de sustancias y adicciones a opioides, la alienación y anomia social y todas las razones económicas y sociales que subyacen a estos fenómenos son de gran importancia para comprender las tendencias en materia de morbilidad. Aunque Marx aísle el capital (lo que él llama «estructura interna» del sistema social) para concentrar su atención en la producción, el consumo, la realización y la distribución del valor, reconoce claramente que hay una totalidad mucho más amplia dentro de la cual existe esa totalidad, discrecionalmente abstraída, llamada «capital». De este modo, en la Figura 2 vemos la relación metabólica con la naturaleza y la construcción de una segunda naturaleza a través de la urbanización, junto con la producción de espacio y de relaciones espaciales en la medida en que estas son contextualmente significativas para el modelo más estrechamente definido y limitado de circulación del capital. Lo mismo puede decirse de la relación del capital con el conocimiento humano, las relaciones sociales, la cultura y la tradición en las poblaciones existentes, con las condiciones de la reproducción social y con la constante configuración y remodelación de las necesidades, deseos y apetencias que se expresan a través de las diversas expresiones del consumismo humano. Lo que Marx va a analizar es la totalidad del capital dentro de la totalidad, mucho más amplia, del capitalismo. Su razón para hacer esto es que considera que el capital es el motor económico, la central eléctrica fundamental, la fuente de las fuerzas abstractas a las que, queramos o no, todos estamos hasta cierto punto forzados y ligados.

Una advertencia sobre el método de investigación de Marx. De cara a su tema de estudio, se sitúa de una manera muy específica. Lo más habitual es que interprete lo que está mirando de una forma pura, libre de cualquier contaminación de influencias externas (como las que acabamos de describir) o complicaciones específicas. En el capítulo sobre el dinero, por ejemplo, desarrolla su análisis como si la circulación del capital dinerario no tuviera ningún papel. A lo largo del texto suele señalar cuestiones que abordará más adelante, o asuntos que, en ese punto del análisis, aún no estamos preparados para valorar adecuadamente. Esto hace que gran parte de lo que dice dependa del contexto, en lugar de ser definitivo. Marx reconoce que muchas de sus «suposiciones fijas se volverán fluidas en el desarrollo del análisis. Pero únicamente por el hecho de que son fijadas en el comienzo, es posible el desarrollo, sin confundirlo todo» (695). Este no es un problema que nos resulte desconocido: ¿cómo capturar el proceso, el movimiento y el flujo con categorías que no pueden ser otra cosa que fijas? Con frecuencia veo citas de Marx presentadas como si fueran juicios finales, cuando deberían serlo como afirmaciones contingentes. Esto no significa que el objeto de la investigación sea inútil. Todo lo contrario. Pero hay que identificar con atención los supuestos y las condiciones contextuales a partir de los cuales Marx organiza su labor teórica.

Figura 2. La circulación del capital en general

La teoría que elabora, en general, tiene por contexto el funcionamiento del capital en eso que el propio Marx reconocía que era su «pequeño rincón del mundo». Durante la mayor parte de su vida intelectual activa, sintió, con razón o sin ella, que el estudio del capitalismo industrial británico estaba mostrando al resto del mundo una imagen probable de su propio futuro. Es aquí donde se coloca Marx cuando analiza los materiales reunidos en los Grundrisse. Pero hacia el final de su vida comenzó a plantearse si este supuesto previo estaba justificado. El contexto importa. Y al igual que admitió que las tesis del Manifiesto Comunista, escrito en 1848, merecían ser reexaminadas y tal vez reescritas cuando se reeditó en 1872 (en la que resultó ser su versión más influyente), también tuvo que reconocer que el «devenir» del capital podría presentar un aspecto muy diferente si se lo observaba desde el punto de vista del desarrollo del capitalismo en Rusia o en otros lugares. Un estudio reciente de Marcello Musto sobre los últimos años de Marx arroja mucha luz sobre algunas de estas cuestiones[2]. De este modo, la cuestión de si nuestro propio futuro puede verse reflejado ya en China es una versión contemporánea interesante de esta cuestión, y por supuesto puede debatirse. Todos trabajamos a partir de contextos incluso cuando buscamos ideas teóricas que puedan trascender esos contextos. Marx no es una excepción.

Pero luego hay pasajes en los Grundrisse en los que Marx ignora toda precaución y restricción contextual y especula, a veces descabelladamente, sobre la verdadera esencia y cualidades del capital como poder trascendente. Sus ideas son brillantes, dramáticas y a menudo asombrosas por sus implicaciones. Constituyen, como una vez me dijo un estudiante, las joyas que con tanto lustre brillan en medio del lodo; perlas de un análisis que demasiado a menudo resulta ampuloso. Encontrar y jugar con estas joyas de incisiva lucidez es lo que hace que el estudio de los Grundrisse sea tan extraordinario y valioso, y diría incluso que divertido.

Por último, deseo dedicar este libro a mi muy apolítico padre. Esto probablemente parezca extraño viniendo de alguien que tiene ochenta y cinco años de edad, pero ahora veo que no podría haber hecho este trabajo sin su ayuda e influencia. Mi padre trabajaba en el astillero naval de Chatham, en Inglaterra, y durante la Segunda Guerra Mundial tuvo que asumir cada vez más responsabilidades en la gestión de las reparaciones y reacondicionamiento de emergencia de los buques de guerra dañados. Por lo que sé, desempeñó esta tarea de forma excelente. Pero en 1950, cuando tenía cincuenta y tres años, el Almirantazgo, en su infinita sabiduría, determinó que, para continuar haciendo lo que había estado haciendo durante los siete años anteriores, debía pasar por un concurso abierto de cualificación en ingeniería de construcción naval. Hablamos de una persona que había dejado la escuela a los trece años para entrar de aprendiz. Durante dos años, después de volver a casa del trabajo y cenar, se retiraba al salón y estudiaba los textos de ingeniería durante dos o tres horas, todos los días (excepto los fines de semana). Tuvo que aprender cálculo, por ejemplo. Aprobó los exámenes estatales con nota y fue ratificado en su puesto de trabajo. Mi padre y yo no nos llevábamos bien (por razones que no hacen al caso). Lo que yo sentía es que nunca aprobaba mi conducta. Pero ahora me doy cuenta de lo importante que ha sido para mí ganarme su aprobación emulando lo que hizo en sus estudios, y cómo se aplicaba en ellos, en esa época en la que yo tenía quince años. Por eso nunca he tenido miedo de emprender proyectos a largo plazo. De hecho, los valoro y los busco. La perseverancia y la dedicación dan sus frutos. Escribir esta guía para los Grundrisse ha sido así. Durante el confinamiento del Covid-19, cuando me retiraba a algún rincón durante un par de horas, casi todos los días, decidido a trabajar con mi texto y mi ordenador en este proyecto, a menudo tenía en mente esa imagen de mi padre. Aunque no tengo ni idea de lo que pensaría del contenido, espero que reconozca y valore mi esfuerzo. Me ha llevado mucho tiempo poder decirlo, pero: «¡Gracias, papá!».

La edición de los Grundrisse a la que haré referencia es Karl Marx, Grundrisse: Foundations of the Critique of Political Economy (Rough Draft), en la traducción de Martin Nicolaus (Londres, Penguin Classics en asociación con New Left Review, 1973, y reimpreso en 1993)[3]. Nótese que las frases en cursiva reflejan el texto original de Marx de los Grundrisse salvo que se indique lo contrario. También estoy profundamente en deuda con Martin Nicolaus por sus heroicos esfuerzos vertiendo un texto extremadamente difícil de traducir.

[1] Aunque ambos términos tengan correlatos válidos en castellano como pueden ser «guía» o «manual», es inevitable perder el matiz al que alude Harvey y que distinguiría a guide de companion, esto es: el último sería un libro de referencia complementario o vademécum de consulta que, efectivamente, no tendría por qué imponer una única interpretación o recorrido de lectura. [Nota del T.]

[2] Marcello Musto, The Last Years of Karl Marx: An Intellectual Biography, trad. ing. de Patrick Camiller, Stanford, Stanford University Press, 2020 [ed. cast.: Karl Marx, 1881-1883. El último viaje del Moro, trad. de Agustín Santella, México, Siglo XXI Editores, 2020; nueva traducción disponible, ligeramente ampliada: Los últimos años de Karl Marx, 1881-1883. Una biografía intelectual, trad. de Juan Rabasseda Gascón y Teófilo de Lozoya, Madrid, Debate, 2025].

[3]La traducción en español que tomamos como referencia es la de Javier Pérez Royo, publicada en esta misma colección («Cuestiones de antagonismo», n.o 128): Líneas fundamentales de la crítica de la economía política («Grundrisse»), Madrid, Akal, 2024, XLII + 1.041 pp. A las páginas de dicha edición –y no a la de Penguin– remite, pues, en todo el libro, la foliación entre paréntesis. Para otras ediciones disponibles tanto en español (singularmente, la traducción de Pedro Scaron en Siglo XXI Editores, cuyos tres tomos aparecieron entre 1971 y 1976 bajo el título de Elementos fundamentales de la crítica de la economía política) como en otros idiomas, véase infra el «Apéndice de la edición española. Correspondencias entre las principales ediciones de los Grund­risse». [Nota editorial].

I

Introducción de Marx

(páginas 5-31)

Lo que aquí se presenta como «Introducción» a los Grundrisse es, de hecho, un texto separado y anterior que sólo se conecta vagamente con el cuerpo principal de los manuscritos. Según el comentario de Martin Nicolaus, el editor y traductor al inglés del texto (pp. 53-55 de la edición inglesa citada), Marx pudo tener serias reservas sobre la forma de presentación de la «Introducción», y está bastante claro que los materiales tienen un vínculo bastante tenue con la parte principal de la obra, aunque ayuden a enmarcar e interpretar el texto principal de formas que son importantes, cuando no fundamentales. La «Introducción» nos ayuda a entender cómo Marx se estaba posicionando frente a la economía política clásica, objeto de su crítica. Sus divergencias también pudieron derivar del hecho de que todavía no se había liberado lo suficiente de los postulados de la economía política clásica como para dar forma a unos puntos de vista propios e independientes. De la misma manera que interrumpe el flujo de su argumentación en el cuerpo principal de los Grundrisse con la observación de que sus fórmulas y conceptualizaciones necesitan una revisión porque son demasiado idealistas, y por consiguiente hegelianas (69), también puede haber sentido que esta introducción era demasiado ricardiana. Los Grundrisse son, en muchos sentidos, la aceptación por parte de Marx del pensamiento tanto de Hegel como de Ricardo. La «Introducción», tal como yo la veo, refleja el pensamiento de Marx en cierta etapa hacia su «conversión» definitiva en feroz crítico del capital.

La «Introducción» tiene cuatro partes. Comienza con un breve comentario crítico sobre el papel del individuo en la teoría liberal. La segunda parte, con mucho la más destacada y ardua, trata de la «producción en general» y las relaciones internas entre producción, distribución, consumo e intercambio dentro de lo que él llama la «totalidad» del capital. La tercera parte plantea una breve discusión sobre el método de la economía política. Las dos últimas páginas abren una larga lista de cuestiones a considerar, que culmina con algunas observaciones interesantes sobre la relación entre el pensamiento y las formas artísticas antiguas y modernas.

La crítica del individualismo liberal

Marx anuncia que su enfoque inicial será la «producción material». El punto de partida son los «individuos que producen en sociedad, es decir, por la producción de los individuos socialmente determinada» (5). Esto plantea de inmediato la pregunta de cómo llegaron a desempeñar los individuos un papel tan crucial en la configuración de lo que es el capital. Marx descarta «las imaginaciones carentes de fantasía de las Robinsonadas del siglo XVIII» antes de pasar a examinar la explicación de Rousseau en El contrato social, «que pone en conexión y relación mediante el contrato a sujetos independientes por naturaleza».

Esta problemática de cómo entender el papel del individuo en relación con la sociedad en general, y en particular con la propiedad privada y la iniciativa empresarial en condiciones de competencia, se repite a lo largo de los Grundrisse. Volveremos a ella con frecuencia. Aquí, Marx comienza con una crítica que se hace mucho más explícita en el libro I de El Capital[1]. Allí, Marx ridiculiza la forma en que tantos economistas políticos del siglo XVIII basaron su teorización en el imaginario del hombre económico racional (homo economicus) tal como se describe en la historia de naufragio y supervivencia que narra Daniel Defoe en la novela Robinson Crusoe (publicada en 1719).

Defoe hizo que pareciera que cualquier individuo racional, cuando se ve arrojado a una situación cercana a la que encontraría en la naturaleza, organizaría «naturalmente» su vida productiva según los principios de la contabilidad de partida doble. Crusoe, habiendo «salvado del naufragio reloj, libro mayor, tinta y pluma […] inmediatamente comenzó, como buen inglés, a llevar la contabilidad de sí mismo», como se relata en el libro I de El Capital[2]. No es la primera vez que veremos al capital y al individuo presentados como productos de la naturaleza, cuando para Marx son productos sociales e históricos.

La importancia de Robinson Crusoe como texto no radicaba solamente en que dio a los economistas políticos burgueses una base imaginaria para su labor teórica, sino en que fue un relato enormemente popular, consumido por los pueblos alfabetizados de todas partes (¡yo lo leí de niño!). Dio apoyo popular a la caracterización del cálculo económico y de la acción empresarial como algo natural, al mismo tiempo que la introducción del personaje de Viernes naturalizó y aprobó el paternalismo colonial y la importancia de las distinciones raciales. El camino a seguir consistía en unir los cerebros de los habitantes blancos de las regiones templadas a la fuerza bruta de los habitantes negros de los trópicos. Sin embargo, durante mucho tiempo he pensado que los economistas políticos burgueses se equivocaron de novela de Defoe. Si hubieran utilizado Moll Flanders, habrían encontrado un personaje cuya vida claramente se nos muestra como la impredecible historia del capital mercantil en circulación perpetua. Flanders, que es una encantadora ladrona, seductora y mentirosa, oscila entre la riqueza y la prisión de morosos, entre Gran Bretaña y Virginia, todo el tiempo especulando con sus propios deseos y los de los demás. Un punto culminante del relato es cuando Flanders, al borde de la indigencia, hace un último esfuerzo para salvar sus finanzas alquilando un caballo y un carruaje, una gran cantidad de joyas caras y ropa de moda para asistir a un baile en una casa de campo, donde seduce a un joven aristócrata, con tanto éxito que se casan esa misma noche. Al despertar en la posada local a la mañana siguiente, descubren que ninguno de los dos tiene un solo penique a su nombre; una vez disipada la sorpresa inicial, ambos ven la ironía de la situación y se separan en buenos términos. Se trata de una maravillosa exposición de la frívola vacuidad con la que muy a menudo opera el capital mercantil, incluyendo el juego constante con los caprichosos deseos humanos. Esto contrasta con el solemne e impasible intento de Robinson Crusoe, que pretende reconstruir las condiciones del capital industrial desde el aislamiento de su isla, protegido de cualquier disciplina de mercado, al margen de su libro de contabilidad. (Por cierto, la novela de Defoe El capitán Singleton puede aportarnos mucha información sobre la piratería, la globalización y la acumulación primitiva en África y el océano Índico, mientras que su Diario del año de la peste es una lectura interesante para reflexionar sobre el año del Covid-19).

La economía política del siglo XVIII buscaba naturalizar al empresario individual. Rousseau, en El Contrato social, respaldó esta visión. Se considera que el «buen salvaje» o el individuo social, dotado de derechos inalienables (a veces interpretados como otorgados por Dios) sostenidos por la propiedad privada, puede considerarse la base «natural» sobre la cual deben construirse las instituciones y la teoría de la economía política. La libertad del individuo soberano se coloca en los cimientos de la teoría liberal. Pero para Rousseau, esa libertad peligrosa y potencialmente rebelde está severamente limitada por el contrato social. Marx le da la vuelta a esto. «En esta sociedad de la libre competencia el individuo se presenta desprendido de los lazos naturales, etc., que lo convertían en épocas históricas anteriores en un elemento accesorio de un conglomerado humano limitado, determinado» (5). La originaria unidad «natural» (si alguna vez hubo alguna) no era el individuo sino el grupo de parentesco, el clan, la tribu o alguna otra forma de organización colectiva en la que estuviera vigente un contrato tácito (y más adelante entrará en detalles sobre tales formas; véanse las páginas 375-412). Según el planteamiento de Marx, hizo falta un cierto tipo de sociedad de intercambio de mercado para «disolver» las formas colectivas y crear una situación en la que el individuo pudiera actuar como empresario y reclamar para sí los derechos soberanos de la propiedad privada. El individuo y el individualismo, por tanto, son subproductos del surgimiento de un cierto tipo de sociedad basada en el intercambio de mercado monetizado, la propiedad privada y la acumulación de capital. Esto tiene su relevancia política. El pensamiento político popular de derechas (especialmente en EEUU) se basa hoy en las sacrosantas cualidades de la libertad política e individual, entendidas como derechos absolutos naturales u otorgados por Dios, que no pueden ser anulados por el Estado ni por ninguna otra forma de poder colectivo (no hay nada vinculante en ningún contrato social). Por consiguiente, el marxismo, o cualquier línea de pensamiento socialista derivada de Marx, se percibe como el enemigo mortal de la libertad individual. La respuesta de Marx consiste en plantear dos preguntas. Si el capital surgió como consecuencia «natural» de esos derechos individuales inalienables, ¿por qué vivimos en una sociedad caracterizada por la esclavitud asalariada, el empobrecimiento de las masas populares y la resignación ante una cotidiana violación total de esos supuestos derechos «inalienables» por parte del capital (particularmente durante el desempeño laboral)? En segundo lugar, si como dice Marx en el libro III de El Capital el reino de la verdadera libertad sólo puede comenzar cuando se deja atrás el reino de la necesidad (o esa situación en la cual, como dijo el presidente Roosevelt, «los menesterosos no son libres»), ¿entonces por qué quienes proclaman tan alto su creencia en la libertad individual se resisten tan ferozmente a todo intento colectivo de construir un mundo en el que se erradique la necesidad que limita esa libertad? Esta segunda cuestión encierra una paradoja más específica, a saber, que el capital, mediante su intensa búsqueda de nuevas tecnologías, desarrolla las fuerzas productivas necesarias para abolir el reino de la necesidad, mientras niega ávidamente un uso de esas mismas fuerzas que permita crear un mundo de igualdad y bienestar universal. Esta negativa a extender a todos el reino de las libertades humanas, aun cuando los medios para hacerlo estén al alcance de la mano, es una mancha en la historia humana. Marx apoya de todo corazón el esfuerzo de ampliar a todos el reino de la libertad política e individual, pero insiste en que aún están por llegar las condiciones en las que estas virtudes puedan florecer. Es pura ficción y fantasía (al estilo de Robinson Crusoe) afirmar que la libertad del individuo soberano existía ya en la creación.

Marx comenta solamente ciertos aspectos de toda esta argumentación en la «Introducción». Escribe, por ejemplo, que «Sólo en el siglo XVIII, en la “sociedad civil”, las diferentes formas de la conexión social se le enfrentan al individuo como un simple medio para sus fines privados, como una necesidad externa. Pero la época que engendra este punto de vista, el del individuo aislado, es precisamente la época de las relaciones sociales más desarrolladas hasta el momento (y desde este punto de vista, generales). El ser humano es, en el sentido más literal del término, un [animal político], no sólo un animal social, sino además un animal que sólo se puede aislar en sociedad» (6). Marx confirma así la opinión de que la individualización que hace posible la actividad empresarial es un producto social e histórico y no un atributo de algún orden natural imaginario.

La producción en general

Al estudiar los Grundrisse, es útil e importante cotejar todos aquellos pasajes en los que Marx se retrotrae a las condiciones que son necesarias para ampliar la libertad política y la libertad individual. Aquí, sin embargo, Marx rápidamente desplaza su foco de atención hacia la producción. Señala, en contra del relato de Crusoe, que «la producción del individuo aislado al margen de la sociedad […] es algo tan absurdo como el desarrollo del lenguaje sin individuos que vivan juntos y hablen entre sí» (6). Pero siempre que «se habla, por lo tanto, de producción, se habla siempre de la producción en un estadio determinado de desarrollo social» (6). En los Grundrisse, la «producción burguesa moderna» será el foco principal de atención. Pero también es importante reconocer que «todas las épocas de la producción tienen ciertas características en común, determinaciones comunes». Necesitamos evaluar qué tienen en común todas estas diferentes sociedades (6). De este modo, Marx propone considerar la «producción en general» como una «abstracción con sentido, en la medida en que subraya realmente lo común, lo fija y nos evita, en consecuencia, la repetición».

Este término, «abstracción con sentido» o abstracción racional, junto con el de «abstracción concreta», requiere una aclaración. Para Marx, el concepto de mercancía es una abstracción concreta. Observamos innumerables intercambios materiales que implican la compra y venta de todo tipo de productos particulares. No podemos dar cuenta del infinito número y variedad de estas transacciones materiales, por lo que las reunimos todas y las consideramos como ejemplos del intercambio de mercancías. Esta es la abstracción concreta. A continuación, construimos una teoría económica sobre esa base. La base es material (concreta), pero el concepto es abstracto. Otro nivel de abstracción –la abstracción racional– surge al examinar el contenido teórico del intercambio de mercancías. El valor, por ejemplo, es una abstracción racional. Surge del estudio del intercambio de mercancías como una abstracción concreta. La única respuesta racional a la pregunta de Marx sobre qué hace que mercancías diferentes sean conmensurables es que todas deben tener algo en común, a saber: todas son productos del trabajo humano. La inferencia de que el valor debe ser una manifestación del trabajo social humano es una abstracción racional. Así es como Marx pone en práctica su técnica materialista histórica. Este enfoque está omnipresente en los Grundrisse. En última instancia también ayuda a explicar la afirmación de Marx de que, dentro de un modo de producción capitalista, todos estamos concretamente «gobernados por abstracciones» (por ejemplo, los movimientos de la tasa de interés o de ganancia).

En el caso de la producción en general, el «elemento común obtenido y aislado mediante la comparación, es a su vez algo múltiplemente articulado que se dispersa en diferentes determinaciones. Algunas de ellas pertenecen a todas las épocas, otras son comunes sólo a algunas» (6-7). Una vez más, es útil entender la técnica de Marx en este caso. Todas las formas de producción se relacionan, por ejemplo, con la tierra; pero el papel y el significado de la tierra varía (como veremos más adelante) de una situación o modo de producción a otro. Lo que se deriva de esto es que cualquier transformación macroeconómica en el modo de producción, por ejemplo, del feudalismo al capitalismo, implicará un cambio radical en el papel y el significado de, por ejemplo, la propiedad y el uso de la tierra. Además, «si no existe ninguna producción en general, tampoco existe ninguna producción general. La producción es siempre una rama particular de la producción –por ejemplo, agricultura, cría de ganado, manufactura, etc.–, o es una totalidad» (7). También se produce a través de «un cierto cuerpo social, un sujeto social» (como el trabajador) «que actúa en una totalidad de ramas de producción más o menos amplia». Los temas que, por consiguiente, habría que elaborar, son: «Producción en general. Ramas de la producción particulares. Totalidad de la producción» (7).

Es aquí donde Marx nos presenta, por primera vez, el concepto de una totalidad. Este es un concepto vital a lo largo de todos los Grundrisse. A menudo Marx enmarca su pensamiento en términos de la «totalidad» y sus «momentos». Pero los teóricos burgueses (como Adam Smith) típicamente plantean su objeto de análisis (el estudio de los momentos de producción, consumo, distribución e intercambio mercantil) simplificando los «momentos esenciales de toda producción» hasta obtener «vulgares tautologías» (8). Este es el corazón de la crítica de Marx a la economía política clásica: reduce los procesos vibrantes y fecundos, incluso de la vida económica burguesa, a las cualidades caducas y sin vida de la conjunción de factores estáticos de producción. A esto se añade el hecho de que «ciertas disposiciones raciales, ciertos climas, ciertas condiciones naturales, como la proximidad al mar, la fertilidad del suelo, etc., son más favorables para la producción que otras». Esas condiciones contingentes se reducen a otra tautología, a saber, «la tautología de que la riqueza es creada de forma tanto más fácil cuanto mayor sea el grado en que existen subjetiva y objetivamente sus elementos» (8).

Más tarde Marx intentará liberar a la economía política de todas esas formulaciones tautológicas (que siguen dominando en la economía hasta el día de hoy) mediante una cuidadosa aplicación de la dialéctica y una versión de la filosofía basada en procesos. Pero aquí le interesa más mostrar que la verdadera preocupación y objetivo de los economistas es «presentar la producción –véase, por ejemplo, Mill–, a diferencia de la distribución, como encuadrada en leyes naturales, eternas, independientes de la historia, con ocasión de lo cual son introducidas subrepticiamente relaciones burguesas como si se tratara de leyes naturales incontestables de la sociedad en abstracto» (8). Esta es una forma mucho más perniciosa de naturalizar la producción burguesa que las descaradas maniobras que son las Robinsonadas. Sin embargo, se reconoce que la sociedad puede «ser considerablemente más arbitraria» en lo que respecta a la distribución. El socialismo distributivo (del tipo milliano o ricardiano) es perfectamente factible bajo esta formulación, pero la socialización de la producción es imposible porque es parte del orden natural regido por la ley natural. Este «desgarro» de «la relación real» entre producción y distribución es, para Marx, totalmente inadmisible. Pero esto es lo que hace el capital.

«Toda producción es apropiación de la naturaleza por parte del individuo dentro de y mediante una forma de sociedad determinada» (9). Esta breve mención de la «apropiación de la naturaleza» presagia una preocupación que atraviesa todos los Grundrisse, y que busca comprender lo que Marx más tarde llama «la relación metabólica con la naturaleza». Pero aquí se pasa por alto esta cuestión para exponer la forma en que «es una tautología decir que la propiedad (la apropiación) es una condición [previa] de la producción», aunque es «risible» que se dé «un salto de esto a una forma determinada de la propiedad» como puede ser la «propiedad privada». Las formas comunales de propiedad han sido mucho más frecuentes a lo largo de la historia humana. Esto es, «toda forma de producción engendra sus propias relaciones jurídicas, su propia forma de gobierno, etc.» (9). En resumen, «hay determinaciones comunes a todos los estadios de la producción, que pueden ser fijadas como generales por el pensamiento; pero las llamadas condiciones generales de toda producción no son más que esos momentos abstractos, con los que no es posible comprender ningún estadio histórico, real, de la producción» (10). Entonces, ¿cómo podemos captar la naturaleza del capital como una totalidad?

En los Grundrisse, Marx intentará responder a esta pregunta gradualmente. Su método comienza por las abstracciones concretas básicas, reconstruye las abstracciones racionales que surgen dentro de un modo de producción dado (como la teoría del valor) y gradualmente va conformando una imagen de la totalidad en movimiento y formación. Esta imagen comenzará a tomar forma hacia el final del análisis. Marx se abstiene escrupulosamente de ir más allá del punto en que se encuentra en cada momento de este proceso de definición de las reglas de funcionamiento dentro de la totalidad teórica en formación. Una y otra vez nos dice sobre algún tema (por ejemplo, el sistema crediticio o la circulación del capital fijo) que «esto todavía no es pertinente aquí» o «abordaremos esto más tarde», incluso aunque nos resulte claro que está buscando un marco para estudiar la totalidad del capital en toda su plenitud. En varias ocasiones, sin embargo, abandona todas las restricciones y propone un plan para el estudio de la totalidad. Cada plan es diferente. No tenemos forma de saber cuál habría seguido si hubiera tenido tiempo suficiente para llevar a término cualquiera de ellos.

Sin embargo, propongo dar la vuelta al enfoque general de Marx. Presento una imagen del marco que Marx completó, más o menos, en sus estudios de economía política del capital (Figura 2 supra, «Introducción del autor»). Esta imagen de los flujos de capital traza una cartografía inicial, y, por lo tanto, una manera de ubicarnos a medida que avancemos en el texto. Al leer a Marx siempre tendremos el problema de «los árboles que no nos dejan ver el bosque». El mapa representa la totalidad del capital (el bosque) y luego proporciona un marco en el que entender cómo representa Marx las interrelaciones entre sus momentos (los árboles). El capital se define como valor en movimiento, y es a través de este movimiento como todos los momentos se vinculan entre sí. El diagrama es un mapa de los flujos de valor primarios dentro de la totalidad.

En la base del diagrama, vemos el capital dinerario (o capital-dinero), que es dinero que se usa como capital. Lo que se presupone ahí es que la forma del dinero está bien establecida y ya se está usando para hacer circular mercancías, para medir el valor, etc. No todo el dinero es capital, pero el capital no puede existir sin adoptar en algún momento la forma de dinero. En el siguiente paso, los capitalistas utilizan su dinero para comprar mercancías de valor equivalente en el mercado. Hay dos tipos de mercancías: los medios de producción de todo tipo (como la maquinaria y las materias primas) y la fuerza de trabajo (la capacidad de trabajo). Esto sugiere que los mercados de trabajo y de mercancías también están bien establecidos. Como propietarios de los medios de producción y de la fuerza de trabajo, en el siguiente y tercer paso los capitalistas conjugan estos dos factores de la producción en un proceso de trabajo bajo su mando, con el fin de crear una nueva mercancía. El capital organiza este proceso de trabajo para preservar el valor de la fuerza de trabajo y el valor de los medios de producción (creando así una mercancía equivalente al valor monetario original) al tiempo que añade un plusvalor. Este es el momento de la producción. El plusvalor se deriva del trabajo realizado por el trabajador más allá del tiempo necesario para reproducir el valor de su propia fuerza de trabajo. El plusvalor se solidifica o cristaliza inicialmente dentro del valor de la nueva mercancía. En el siguiente paso, esa mercancía se lleva al mercado, donde su valor se realiza y se monetiza a través de la venta. El capitalista, dice Marx en el libro I de El Capital, «se queda estupefacto» porque el dinero recibido es mayor que el dinero que desembolsó inicialmente. El plusvalor se realiza como beneficio monetario. Este es el momento de la realización. Una vez que está en manos de sus usuarios, la mercancía desaparece en el acto físico del consumo, o se recicla en el proceso de producción cuando otros productores la compran como medio de producción.

Pero hay muchos que reclaman el valor monetario reproducido y obtenido en la producción. Parte del dinero pasa a manos de los trabajadores, en forma de salarios. Otra parte se la queda el Estado en forma de impuestos (aunque Marx sorprendentemente dice muy poco sobre esta cuestión). Otra parte va a los banqueros, que pueden haber prestado parte del dinero al principio. El resto va para los comerciantes especializados en la venta de esas mercancías, y para los terratenientes, que cobran una renta por el uso de la tierra (o a cambio del acceso a las materias primas incorporadas en ella). Finalmente, el remanente es para los productores capitalistas, que pusieron en marcha toda la circulación productiva. Tomando todo ello en conjunto, este es el momento de la distribución.

Pero ¿qué hacen todos estos participantes con el dinero que reciben? Una buena parte se destina a sostener su consumo, que constituye gran parte de la demanda para comprar mercancías en el mercado (consumo final). Otra parte vuelve en forma de capital dinerario, para lo que Marx llama «consumo productivo» (reinversión). Antes de llevar a cabo esa reinversión, los bancos y las instituciones financieras suelen reunir el dinero excedente y destinan gran parte de él a desempeñar nuevamente la función de capital dinerario. Esto inicia la circulación de capital que devenga interés. Y así el ciclo comienza de nuevo, aunque esta vez con una división entre el capital dinerario simple y el capital que devenga interés, que se ha prestado a los empresarios para poner en marcha el ciclo o mantenerlo funcionando sin fricciones (por ejemplo en tiempos de crisis). Pero como el plusvalor y la ganancia son características clave, el ciclo se convierte en una espiral de crecimiento interminable (acumulación) a través de la circulación y producción de capital. La forma espiral pasa a dominar el proceso.