Historia de Merlín - Anónimo - E-Book

Historia de Merlín E-Book

Anónimo

0,0

Beschreibung

En el siglo XIII, posiblemente siguiendo el fragmentario texto versificado del clérigo Robert de Boron, uno o varios autores redactaron la Historia de Merlín. Su versión reunía diversos motivos de la tradición folclórica e historiográfica y desdibujaba el carácter religioso que De Boron había conferido al mítico mago. Esta edición en castellano ofrece una visión íntegra de la historia del célebre Merlín, nigromante de origen demoniaco, capaz de adivinar el pasado y el futuro y de cambiar su propia apariencia. Sabio y fiel consejero del rey Arturo y sus caballeros, Merlín se vio arrastrado a un trágico destino al quedar prisionero de las artes mágicas reveladas por él mismo a su joven y hermosa amada, Viviane. La presente traducción ha sido realizada a partir de un manuscrito fechado en 1316 que aparece recogido en el monumental trabajo compilatorio de todo el ciclo artúrico que O. H. Sommer publicó en 1908. Con el objetivo de hacer más accesible esta obra al público actual, Carlos Alvar ha prescindido en esta versión de los hechos marginales pero sin dejar ninguna aventura incompleta, haciendo así que la lectura resulte más placentera. El extenso epílogo sobre los orígenes y el desarrollo cultural del personaje literario de Merlín que completa este volumen ha sido cuidadosamente preparado por Carlos García Gual.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 831

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Índice

Cubierta

Portadilla

Introducción

Bibliografía

HISTORIA DE MERLÍN

I

II

III

IV

V

VI

VII

VIII

IX

X

XI

XII

XIII

XIV

XV

XVI

XVII

XVIII

XIX

XX

XXI

XXII

XXIII

XXIV

XXV

XXVI

XXVII

XXVIII

XXIX

XXX

XXXI

XXXII

XXXIII

XXXIV

XXXV

XXXVI

XXXVII

XXXVIII

XXXIX

XL

XLI

XLII

XLIII

XLIV

Tabla de concordancias

Epílogo

Notas

Créditos

Introducción

CARLOS ALVAR

Merlín el mago, mezcla de profeta y de salvaje criado en los bosques, al margen de toda sociedad, es fruto, al parecer, de la imaginación de Geoffrey de Monmouth, que alude a él en la Historia Regum Britanniae (ca. 1135); posiblemente, este autor se basó en leyendas locales y en algunos datos tomados del cronista Nennius: antes de Geoffrey, ningún autor se ocupa del extraño personaje o, al menos, ninguno le dedica especial atención; por lo tanto, hay que aceptar que el imaginativo historiador es padre de muchos de los rasgos que caracterizarán al mago artúrico.

Así, Geoffrey es el primero que habla del origen extraño de Merlín, hijo de un demonio y una mujer (célibe, según Geoffrey), nacido en la ciudad de Camarthen, topónimo que en galés es Caermyrddin, «Fortaleza de Myrddin».

No es la única ocasión en que Geoffrey de Monmouth se ocupa de este personaje; las posibilidades que ve en él le llevan a redactar una Vita Merlini (ca. 1150), en la que el protagonista se nos presenta —igual que en algunos textos galeses— como un profeta que vivía en el siglo VI al norte de Bretaña, al que se adscriben de forma ficticia no pocos poemas mánticos o adivinatorios escritos en gaélico, que posiblemente no son anteriores a la obra de Geoffrey, pero que se hacen eco de tradiciones del siglo X, o quizá más antiguas todavía, vinculadas con el tema del Homo sylvester y que se encuentran ampliamente difundidas por las Islas Británicas. Así lo hace pensar el hecho de que en la Historia Britonum de Nennius (escrita en el siglo IX) ya se recoja una leyenda en la que figura Merlín como protagonista: Guorthigirnus (Vortigern) fracasa en los sucesivos intentos de construir una torre; será el «niño sin padre» quien descubra que por debajo de la tierra hay un estanque con dos dragones, que al moverse hacen caer la construcción.

Merlín el mago, tutor de Arturo. Tapiz, 1490, Historisches Museum, Basilea.

La doncella del perro de caza,Historia de Merlín, de Robert de Boron. B. N. Ms. Fr. 95, fol. 343 v.º, siglo XIII.

Foto: Bibliothèque Nationale, París.

Estamos ya ante los orígenes de las hazañas adivinatorias de Merlín, pero también puede que nos encontremos con un intento de explicar el topónimo que da nombre al mago; el ejercicio es bien conocido entre los hombres medievales y tiene un modelo insuperable y de gran riqueza en las Etymologiae de san Isidoro. También es posible que este episodio —que se sitúa al comienzo de la Vita Merlini, como primera aparición pública del mago-adivino— haya dado pie a una serie de interpretaciones alegóricas, para lo cual bastaba con cargar de nuevo significado la torre y los dos dragones.

Otras leyendas antiguas, reflejadas en algunos textos como el Affallennau, del Libro Negro de Carmarthen, convierten a Myrddin en un pobre loco que habita los bosques de Caledonia...

Geoffrey de Monmouth enriquece los datos de la tradición folclórica o historiográfica recurriendo a elementos de origen clásico, como atestigua el episodio en que ayuda a Uterpandragón a tomar el aspecto del duque de Cornualles para entrar en la fortaleza de Tintagel y gozar de Igerne, engendrando de este modo al futuro rey Arturo. Evidentemente, nos encontramos con una situación paralela a la del origen de Heracles, cuando Zeus tomó el aspecto de Anfitrión para poder acostarse con Alcmena; y algo semejante se relata en el Libre dels feyts acerca del origen de Jaime I, aunque es posible que en este caso haya que pensar en un reflejo de la literatura artúrica.

Por lo demás, Geoffrey de Monmouth incorpora a la Historia Regum Britanniae una lista de profecías atribuidas a Merlín, que a partir de este momento se convierte en profeta y adivino plenamente aceptado por el cristianismo.

Las Prophetiae Merlini se difundieron al parecer en torno a 1130, cuando Geoffrey aún se encontraba atareado con la redacción de la Historia Regum Britanniae, a la que más tarde se incorporarían, como acabo de decir. La alegoría profética construida por Geoffrey establece un paralelismo más o menos claro entre ciertos animales, símbolos de determinadas virtudes o cualidades, y algunos personajes históricos: así, por ejemplo, Arturo es el jabalí de Cornualles; pero, en general, las profecías resultan ininteligibles, como era de prever.

Al gusano germánico lo exaltará el lobo de mar y lo acompañarán las selvas de África. La religión será destruida por segunda vez y cambiarán las sedes de los primados (...). Lloverá sangre y una espantosa hambre afligirá a la humanidad. Gemirá el dragón rojo ante estos sucesos, pero, después de tanto infortunio, recuperará su vigor...

Un santo rey equipará una flota, y será considerado el duodécimo en la corte de los bienaventurados. Una lastimosa desolación se enseñoreará del reino, y las eras de las cosechas se tornarán bosques impenetrables. Resurgirá de nuevo el dragón blanco, e invitará a la Hija de Germania. Nuestros campos se llenarán de semilla extranjera y el dragón rojo languidecerá en un extremo del estanque...

De esta forma, las palabras de Merlín también necesitaron de intérpretes, por lo menos hasta el siglo XVI, en que gozaban de fama, según el testimonio de Rabelais. Después caerían poco a poco en el olvido.

Llama la atención que en la Vita Merlini, extenso poema en hexámetros, compuesto hacia 1150, la personalidad del protagonista difiera notablemente de la que se nos presentó en la Historia Regum Britanniae: en esta obra, Geoffrey había adaptado el nombre de Myrddin, latinizándolo, a la figura del joven profeta que confunde a los magos de Vortigern. En la Vita, Merlín vive mucho tiempo después: cuando combatía en Cumbria en el año 575, el protagonista enloqueció y fue a vivir en los bosques, donde desarrolló su actividad profética.

Es posible, como han puesto de relieve numerosos estudiosos —desde Paul Zumthor hasta Carlos García Gual—, que entre los dos Merlines haya sustanciales diferencias de origen, que se reflejan en las incongruencias de los textos, algunas de ellas tan importantes como las que afectan a la cronología del protagonista. Habría que buscar la clave en el Itinerarium Cambriae del cronista galés Giraldus Cambrensis (ca. 1220), que alude a dos personajes con el mismo nombre: el primero, «llamado Ambrosius, que profetizó en el tiempo del rey Vortigern», y que habría de identificar, por tanto, con el adivino que aparece en la Historia de Geoffrey de Monmouth; el otro Merlín nació en Escocia y fue llamado Celedonius, por el bosque Celedonio en el cual profetizaba, y también lo llamaron Silvestre, porque una vez que estaba en pleno combate descubrió en el cielo un terrible monstruo y desde ese momento se volvió loco y, tomando asilo en un bosque, vivió vida silvestre hasta su muerte. Este Merlín vivió en los tiempos del rey Arturo, y se cuenta de él que profetizó más completa y claramente que el otro.

Escena de la Historia de Merlín.

Ms. Fr. del siglo XIV, Biblioteca del Arsenal.

Escena de la Historia de Merlín.

Ms. Fr. del siglo XIV, Biblioteca del Arsenal.

Así pues, el Merlín que va a llegar a través de la tradición artúrica será una fusión de los dos personajes citados por Giraldus Cambrensis, una mezcla de adivino y mago, conocedor del pasado, del presente y del futuro, de lo oculto y lo visible, pero capaz también de transportar las piedras de Stonehenge a cientos de millas de distancia mediante sus conocimientos de artes mágicas.

En cuanto al tema del Homo sylvester, se repite con insistencia desde que Orfeo, desesperado por la segunda pérdida de Eurídice, se retiró del mundo para vivir y cantar sus penas entre las fieras salvajes. Pero el bosque constituye también un lugar habitual de toda narración folclórica, sea de remotos orígenes clásicos o no. Vladimir Propp se ha ocupado de este aspecto de forma detallada y con la agudeza que le caracteriza; así, en Las raíces históricas del cuento podemos leer que el bosque es siempre «densísimo, oscuro, misterioso, un poco convencional, no del todo verosímil». Por este camino llegaríamos a los ritos de iniciación, constantemente asociados al bosque en los cuentos folclóricos, y por tanto estaríamos dirigiéndonos hacia determinadas concepciones del Más Allá: «El camino para el otro mundo pasa por el bosque».

En las novelas artúricas, los héroes nacen y se crían en el bosque (Perceval, Galván, etc.) y a él regresan cuando fracasan en las aventuras, en busca de refugio, o cuando enloquecen. Para el hombre medieval, es el lugar de las potencias más terribles: no hay normas, y en él se puede producir todo tipo de prodigios y, a veces, dará la recompensa por tantos esfuerzos. Pero el bosque es, ante todo, soledad e infinitud. Nadie iría a vivir allí, a no ser que estuviera loco, del mismo modo que solo los locos o los elegidos se atreven a ir al mundo de los muertos: Lanzarote, Tristán, Yvaín, Amadís, Don Quijote y otros muchos caballeros, profundamente enamorados y víctimas del amor, encuentran en su sentimiento la fuerza suficiente para poder vivir en el bosque, ajenos a las normas sociales...

Poco a poco se van formando los aspectos esenciales de la personalidad de Merlín. Sin embargo, una figura tan sobresaliente como es la de este mago-adivino queda temporalmente eclipsada en las obras de Chrétien de Troyes, durante la segunda mitad del siglo XII. La razón que se suele aducir para esta momentánea desaparición es que el arte narrativo de Chrétien se basa en el «suspense», y que, por tanto, la presencia de adivinos y profetas podría causarle problemas desde el punto de vista literario. Será necesario esperar a los primeros años del siglo XIII para volver a encontrar a Merlín, aunque el silencio lo ha transformado de modo significativo: para Geoffrey de Monmouth era el profeta de la esperanza bretona, mientras que ahora se ha convertido en el profeta del Grial. El personaje toma nuevos derroteros.

Posiblemente, la metamorfosis se deba a Robert de Boron, autor de una trilogía (Joseph d’Arimathie, Merlin, Perceval) que se ha conservado de forma fragmentaria. En el planteamiento de este autor, Merlín se convierte en el transmisor de las promesas divinas y en el único capaz de hacer que los designios de Dios se cumplan de la forma en que los tiene pensados: el reino de Arturo muestra así algunos puntos de contacto con la concepción del mundo que se recoge en el Antiguo Testamento; la llegada del Grial, con la redención de los escogidos, constituía una clara trasposición de la venida del Mesías.

Para entonces, Merlín es un personaje artúrico y casi nadie recuerda ya al adivino que vivió en la época de Vortigern, y, a la vez, la caballería se ha convertido en algo digno, con una alta meta: los caballeros eran, en definitiva, los llamados a la mística contemplación del Grial; solo algunos serían los escogidos. Al menos, así ocurre en la literatura; en la realidad, la caballería había entrado en una profunda crisis y socialmente había perdido casi todo su prestigio.

El interés cristianizador de Robert de Boron queda bien de manifiesto; por si fuera poco, a este autor no le bastaba con santificar el Grial o instituir la Mesa Redonda en recuerdo de la Santa Cena: la parte que se ha conservado de su obra presenta abundantes materiales moralizantes e innumerables sermones; por eso, no tiene nada de particular que Merlín se convierta en un mago cristiano a pesar de que los demonios lo engendraron con la idea de hacer de él un Anticristo.

Hemos podido ver a lo largo de estas páginas que Merlín es considerado, desde 1130 aproximadamente, el profeta y el adivino de la Materia de Bretaña. Basta fijarse en los textos conservados —aunque sea sin demasiada atención y de forma tan rápida como nosotros hemos hecho— para apreciar a grandes rasgos las transformaciones más elementales de su figura. Pero hay otros aspectos que no se pueden captar de forma tan simple, ni aprehender en un contacto tan somero.

Las profecías de Merlín constituyen en gran medida el hilo conductor o, si preferimos, el marco de la historia de Bretaña, ya que establecen los mitos más representativos de los acontecimientos que han de ocurrir. Desde el punto de vista de la narración, las profecías forman un conjunto básico para la coherencia del relato, ya que marcan el presente y el futuro que, necesariamente, tiene que ocurrir. Esta relación sufre importantes alteraciones —como es evidente— a partir del momento en que la figura del profeta desaparece o pasa a un segundo plano y la coherencia narrativa tiene que buscar otras formas de expresión.

En distintas obras del siglo XII (de Thomas, Giraldus Cambrensis, etc.), se alude a Bleheris, personaje que se identifica con el Blaise del Merlin de la Vulgata. Su función no es otra que la de anotar las profecías del protagonista y, después, dejar constancia de los hechos ocurridos. Gracias a este fiel escriba se conocen con todos los detalles los sucesos de los tiempos de Vortigern y de la juventud del rey Arturo.

De esta forma, Merlín y sus profecías se convierten no solo en base de los hechos, sino también de la narración, ya que esta se muestra como fundamentalmente histórica y, por tanto, sería la representación de lo ocurrido.

Pero de nuevo estos planteamientos van a sufrir alteraciones poco después de que Robert de Boron escribiera su trilogía, pues en la Historia de Lanzarote del Lago (Lancelot en prose) Merlín pierde el relevante papel que había desempeñado hasta el momento: por una parte, la cristianización de los temas que había provocado Robert de Boron hace que el mago-adivino quede relegado por su origen diabólico, que evidentemente le impide cualquier aproximación al Santo Grial. Por otra parte, el mago y adivino —ya de provecta edad— se enamora de la Doncella o Dama del Lago, transmitiéndole todo su saber y siendo víctima de sus propios encantamientos. El final recuerda no poco el Lai d’Aristote de Henri d’Andeli, en el que el maestro de Alejandro Magno permite que una doncella, de la que se había enamorado, cabalgue sobre él como si fuera un palafrén: Amor omnia vincit, diría Ovidio, y lo recordarán no pocos novelistas de la Edad Media. Pero no es eso lo que nos interesa ahora.

La Dama del Lago se llama Viviana o Niniana, y será la tutora de Lanzarote hasta que sea armado caballero. Incluso en algún texto tardío, como la Vita di Merlino, publicada en Venecia en 1480, y que es una versión libre de la segunda parte de la trilogía de Robert de Boron, esta misma Dama ocupa el lugar de Blaise, anotando y recordando las profecías del mago. Es harto posible que los conocimientos de Merlín pasaran a Viviana y que de esta forma el papel femenino supere al masculino. Era el signo de los tiempos. Así, la Dama del Lago une su nombre al de otra maga-adivina artúrica, Morgana, dando origen a una nueva tradición.

La desaparición de Merlín plantea un problema desde el punto de vista de la técnica literaria de las novelas artúricas. No hace mucho veíamos que la coherencia narrativa de estos relatos queda encomendada en gran medida a la relación que se establece entre las profecías, los hechos ocurridos y la narración de esos hechos para que los copie un escribano (Blaise, Bleheris, etc.). Pues bien, en la Historia de Lanzarote del Lago, en la que ha desaparecido prácticamente la figura de Merlín, las profecías y predicciones, que no podían desaparecer, quedan encomendadas a profetas o adivinos ocasionales, esporádicos, que son ermitaños de santa vida, caballeros viejos retirados al ascetismo o monjes blancos; junto a ellos, inscripciones, letreros y pruebas milagrosas de las que se vale Dios para dar a conocer su pensamiento. Merlín es sustituido por todo tipo de visiones, de signos premonitorios, de sueños simbólicos. En cualquier caso, los designios divinos siempre podrán conocerse y la alta aventura del Grial podrá ser llevada a término. De nuevo, el arte narrativo se impone: gracias al escalonamiento con que se van desarrollando estos elementos, el drama final adquiere matices cada vez más intensos y, también, más sombríos.

He dicho al comienzo de estas páginas que Geoffrey de Monmouth parece haber sido el creador de la figura de Merlín, personaje al que dedica una Vita y unas Prophetiae, sin contar las frecuentes alusiones de la Historia Regum Britanniae. La obra de Geoffrey fue elaborada a principios del siglo XIII por Robert de Boron, que escribió un Merlin en verso, del que solo se ha conservado un fragmento de medio millar de versos, mientras que han llegado a nosotros casi cincuenta manuscritos con una prosificación de la misma obra, realizada durante el siglo XIII.

Los manuscritos de la versión en prosa parecen responder a dos redacciones muy diferentes: una, directamente vinculada a la trilogía de Robert de Boron, ocupando el puesto central entre el Livres de Joseph y el Perceval, se suele determinar Suite du Merlin o Huth-Merlin; la otra fue elaborada para poder ser incluida en el ciclo de la Vulgata artúrica.

La traducción que ahora publico pertenece a un texto de esta segunda familia (el ms. Add 10292 de la Bristish Library, fechado en 1316) y fue publicado por O. H. Sommer en su monumental The Vulgate Version of the Arthurian Romances, vol. II, Washington 1908. Hay que advertir que no se trata del mejor manuscrito del grupo, pues, como ha puesto de relieve A. Micha, retoca frecuentemente la versión original, comete incongruencias y, a veces, se distancia de los demás manuscritos; no obstante estos defectos, es el único representante de la familia publicado en su totalidad, y a ello se debe nuestra elección.

El texto que presentamos se articula sobre dos núcleos esenciales: el enfrentamiento de la nobleza levantisca y rebelde contra el joven Arturo, al que no considera heredero del trono, y la guerra contra los invasores sajones. Los personajes principales son Merlín, Arturo y Galván, y la obra se convierte en una crónica de la juventud de los protagonistas, que después desempeñarán papeles de gran relevancia en la Historia de Lanzarote.

Pero no todo es de carácter histórico o pseudo-histórico. A lo largo de los tres años y medio que duran los hechos relatados, ocurren episodios de índole diversa y que en algunos casos quedan profundamente marcados por la personalidad de Merlín: engaños descubiertos, fantasías extraordinarias, enigmáticas carcajadas. Y, siempre, la presencia del amor, que conduce al matrimonio de Arturo y Ginebra, y que conduce, también, al encierro y desaparición final de Merlín.

Esta versión abreviada se ha hecho respetando varios criterios: en primer lugar, hemos utilizado como hilo conductor las hazañas de Merlín, prescindiendo de muchos hechos marginales; por otra parte, hemos evitado dejar aventuras incompletas, con la idea de que la lectura resulte cómoda y la comprensión no se vea alterada; finalmente, los pasajes eliminados han sido resumidos para facilitar el camino al lector, que, de este modo, podrá seguir la acción sin detenerse en las prolijas descripciones de batallas.

Bibliografía

Textos

Merlin d’après le ms. Huth, G. Paris y J. Ulrich (eds.), 2 vols., París 1886.

L’Estoire de Merlin, O. H. Sommer (ed.) (vol. II de The Vulgate Version of the Arthurian Romances), Washington 1908.

Faral, E. (ed.),La legende arthurienne, vols. II y III, París 1969.

Geoffrey de Monmouth, Historia de los reyes de Britania, traducción de Luis Alberto de Cuenca, Madrid 1984.

—, Vida de Merlín, traducción de Lois Pérez Castro, prólogo de Carlos García Gual, Madrid 1984.

Historia de Lanzarote del Lago, traducción de Carlos Alvar, 7 vols.:

1. La Reina del Gran Sufrimiento, Madrid 1987.

2. El Libro de Galahot, Madrid 1987.

3. El Valle sin retorno, Madrid 1988.

4. El Libro de Meleagant, Madrid 1988.

5. El Libro de Agravaín, Madrid 1988.

6. El Bosque Perdido, Madrid 1988.

7. La locura de Lanzarote, Madrid 1988.

Estudios

Alvar, C.,Breve diccionario artúrico, Madrid 1997.

Bogdanow, F., «The Suite du Merlin and the Post-Vulgate Roman du Graal», vid. Loomis, Arthurian Literature..., págs. 325 y ss.

Bruce, J. D.,The Evolution of Arthurian Romances, 2 vols., Gotinga 1923.

Fox, M. B., «Merlin in the Arthurian prosa cycle», en ArthurianaII (1930), págs. 20-29.

Frappier, J., «Le cycle de la Vulgate (Lancelot en prose et LancelotGraal)», en Grundriss der romanischen Literaturen des Mittelalters, vol. IV/1, Heidelberg 1978, págs. 536-589.

García Gual, C.,Primeras novelas europeas, 2.ª ed., Madrid 1988.

Gutiérrez, S.,Merlín y su historia, Madrid 1999.

Loomis, R. S. (ed.),Arthurian Literature in the Middle Ages. A collaborative History, Oxford 1959.

Micha, A.,Étude sur le «Merlin», de Robert de Boron, roman du XIIIe siècle, Ginebra 1980.

—, «L’Estoire de Merlin», en Grundriss der romanischen Literaturen des Mittelalters, vol. IV/1, Heidelberg 1978, págs. 590-600.

—, «Les manuscrits du Merlin en prose de R. de Boron», en Romania 78 (1957), págs. 78-94 y 145-174.

—, «The Vulgate Merlin», vid. Loomis, Arthurian Literature..., págs. 319 y ss.

Zumthor, P.,Merlin, le prophète, Lausana 1943.

HISTORIA DE MERLÍN

I

Cuenta la historia que el demonio se enfadó mucho con la visita de Nuestro Señor al infierno, cuando sacó de allí a Adán y a Eva, y a cuantos quiso. Al verlo, los diablos habían sentido un gran miedo y se habían quedado admirados; reunidos, se decían: «¿Quién es este que puede más que nosotros, de forma que no hay nada que le impida hacer lo que desea? Nunca pensamos que pudiera nacer de mujer ningún hombre que se nos escapara y que no fuera nuestro, y este nos maltrata. ¿Cómo ha nacido que no hallamos en él ningún pecado, al contrario de lo que ocurre en todos los demás hombres?».

A estas palabras contestaba otro diciendo: «Este nos dará la muerte, pues pensamos que valdrá más que nosotros. Acordaos de que los profetas dijeron que el Hijo de Dios vendría a la tierra a salvar a los pecadores, descendientes de Adán y Eva, y que se llevaría a cuantos quisiera. Nosotros fuimos a atormentar a los que así hablaban y los maltratamos más que a nadie; aunque hacían como si no les molestara en absoluto el daño que les causábamos, y consolaban a los demás pecadores diciéndoles que vendría a la tierra quien los liberaría. Así lo decían los profetas, y ahora lo tenemos entre nosotros y nos ha quitado lo que habíamos conseguido, sin que nadie tuviera derecho a reclamarlo, y nos ha privado de todos los demás sin que sepamos cómo lo ha hecho. ¿No sabes que hace que los laven con agua en su nombre? Lo hacen en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, con lo que tendríamos que estar seguros de haberlos perdido, y no podemos hacer nada contra ellos si no se acercan a nosotros por sus obras: de tal modo ha reducido nuestro poder que nos lo ha quitado completamente; es más, ha dejado ministros suyos en la tierra, para que los salven aunque hagan obras de las nuestras, si desean arrepentirse y abandonarnos, haciendo lo que sus maestros les ordenen. Los hemos perdido sin remedio. Les ha dado un buen alimento espiritual el que ha venido a la tierra a salvar a los hombres, naciendo de mujer y padeciendo los tormentos del mundo, sin que lo supiéramos, sin pecados de hombre ni de mujer: lo descubrimos y lo hemos tentado de todas las maneras que hemos podido; después de probarlo sin encontrar en él la menor muestra de pecado, se entregó a la muerte para salvar al hombre: mucho debe amarlos quien sufre tan gran pena para quedarse con ellos, quitándonoslos. Y nosotros deberíamos esforzarnos mucho para evitarlo, y que no se nos prive de nada que sea nuestro en legítimo derecho; debemos ingeniárnoslas para obligarles a hacer obras de las nuestras, de forma que no se puedan arrepentir, ni hablar con los que les perdonarían».

Todos están de acuerdo, y dicen a la vez: «Lo perderemos todo, ya que puede perdonar los pecados hasta el momento mismo de la muerte del hombre, poniéndolo de su parte; aunque hagan lo que queramos, los perderemos si se arrepienten, nos quedaremos sin nada».

Después de hablar un rato, afirman: «Los que nos han causado mayor daño han sido quienes anunciaron su llegada a la tierra; son ellos los que nos han hecho el gran mal. Cuanto más lo anunciaban, más los atormentábamos, de forma que parece que se apresuró a venir en su ayuda, para socorrerlos de los tormentos que les dábamos. ¿Cómo podríamos hacer para conseguir un hombre que hablara, explicara nuestras razones, nuestras hazañas y nuestros asuntos, y que tuviera el poder como nosotros lo tenemos de conocer las cosas ocurridas, dichas y pasadas? Si consiguiéramos un hombre que pudiera hacerlo y que supiera esas cosas, y que a la vez viviera en la tierra con los otros hombres, podría ayudarnos a engañar a los hombres, igual que los profetas nos engañaron a nosotros, haciéndonos creer que estaban de nuestra parte y nos advertían de cosas que jamás pensamos que pudieran llegar a ocurrir. Un hombre así diría las cosas que serían hechas y dichas cerca y lejos, con lo que los demás hombres le creerían sin dificultad. Si se consiguiera, sería un logro muy ventajoso».

Toma la palabra otro diablo, y dice: «Yo no puedo concebir ni engendrar en mujer; de no ser así, lo haría, pues conozco a una mujer que hace siempre lo que yo deseo; entre nosotros —continúa—, hay quien puede tomar apariencia humana y vivir con una mujer, pero debe hacerlo lo más secretamente posible: de esa forma podrán engendrar un hombre capaz de enseñarles a todos los demás».

Muy necios son los diablos al pensar que Nuestro Señor ignora sus propósitos. El diablo se propuso así engendrar a un hombre con sus conocimientos y su juicio, para engañar a Jesucristo hombre: es fácil apreciar la maldad y doblez del diablo.

Después de esta reunión, los demonios se marcharon, decididos a obrar según lo acordado. El que había dicho que tenía bajo su poder a una mujer, no tardó en ir a donde estaba; se presentó a ella tan pronto como pudo, y la mujer lo recibió de muy buen grado, dándole sus bienes y todo lo que tenía y dispuesta a hacer lo que el Enemigo le pidiera. Esta mujer era la esposa de un hombre muy rico, que tenía mucho ganado y otras muchas riquezas; tenían tres hijas y un hijo. El diablo no se descuidó, sino que fue a los campos, decidido a engañar al hombre, porque le había preguntado a su mujer cómo lo podría hacer, y esta le había contestado que no lo lograría de ninguna manera, a no ser que lo afligiera, «y si le quitas alguna cosa suya, se pondrá triste». El diablo fue a los campos en los que estaba el ganado, y causó la muerte a una gran parte de sus animales. Cuando los pastores vieron que estos se morían en medio del campo, se sorprendieron mucho, y acudieron a contarle a su señor la gran mortandad que había caído sobre sus animales. Al oír tal cosa, el buen hombre se preguntó admirado por qué morían, y también se lo preguntó a sus pastores, por si sabían algo; le respondieron que no.

Así quedó la cosa aquel día, y cuando el diablo lo vio afligido y triste por algo de tan poca importancia, le pareció que podría causarle un gran daño, entristeciéndolo más, para poder dominarlo mejor. Volvió al ganado y a diez hermosos caballos que tenía, y se lo mató todo de una sola vez. Al ver lo mal que le iba todo, se abatió y pronunció unas palabras insensatas, que su tristeza le empujó a decir, pues dio lo que tenía y lo que le quedaba al diablo. Este se puso muy contento al saber que le había hecho semejante regalo y se esforzó en causarle mayores daños, de forma que no le quedó al buen hombre ningún animal vivo, y su tristeza fue mayor aún, abandonó la compañía de las gentes y nada le interesaba.

Cuando el diablo vio que lo había privado de la compañía de la gente, estuvo seguro de que haría en todo su voluntad. Luego, fue a la cama en la que dormía su hijo, que era muy hermoso, y se lo estranguló, de modo que por la mañana lo encontraron muerto. Al ver que también había perdido a su hijo, el padre se desesperó y maldijo su fe. En ese momento, el diablo —que no podía quitarle nada más— se alegró mucho. Hizo que la mujer, por la que había ganado todo esto, se subiera a un arca en la bodega, que colocara una cuerda en el techo, que se la atara al cuello y que, después, se tirara del arca, ahorcándose y quedando colgada y estrangulada. Fue hallada en tal situación el día siguiente por la mañana. Cuando el buen hombre se enteró de que también había perdido a su mujer, además de haberse quedado sin hijo, tuvo tan gran dolor que le sobrevino una enfermedad que le causó la muerte.

Es así como obra el diablo con los que quiere dominar. Luego, se puso muy contento y empezó a meditar de qué manera engañaría a las tres hijas que habían quedado. Había un muchacho que hacía lo que él deseaba. Lo llevó en presencia de las jóvenes y empezó a tratar con una de ellas, dándole tantas vueltas con sus hechos y sus dichos que acabó seduciéndola, con gran alegría del diablo, que no se preocupa en ocultar sus victorias: al contrario quiere que se vean bien para mayor afrenta. Hizo que se supiera lo ocurrido gracias a su intervención, y fueron varios los que se enteraron. En aquel tiempo era costumbre que la mujer que era sorprendida en adulterio fuera entregada a todos hasta que se hiciera justicia con ella. Y como el diablo siempre quiere afrentar a los suyos, dio a conocer este asunto, el muchacho huyó y la mujer fue apresada y llevada ante los jueces, que la juzgaron con gran compasión por el afecto que tenían a su padre.

«He aquí un hecho digno de admiración —decían los jueces—, en poco tiempo el padre de esta joven ha tenido innumerables desgracias, pues no hace mucho que era uno de los hombres más ricos de esta tierra, y ahora lo ha perdido todo.» Así hablaban, y deciden enterrarla durante la noche, viva, para vergüenza de sus amigos. Tal es el comportamiento del diablo con quienes consienten su voluntad.

Había en aquella tierra un buen confesor, hombre de santa vida, que oyó contar lo ocurrido. Fue a ver a las dos hermanas, que eran la mayor y la más pequeña, para consolarlas. Les preguntó cómo había ocurrido lo de su padre, su madre, su hermano y su hermana. Le responden que no sabían; «pensamos que Dios nos odia y permite que padezcamos estos tormentos».

—No tenéis razón —les contesta el santo hombre—, y os equivocáis. Dios no odia a nadie; al contrario, siente mucho que los pecadores se odien. Tened por seguro que todo ha ocurrido por obra del diablo. ¿Estáis seguras de que vuestra hermana, a la que habéis perdido de forma tan vil, había cometido la falta de la que le acusaron?

—No sabemos nada.

—Guardaos de las malas obras que llevan a los pecadores a mal fin.

El santo hombre les da muchos consejos y recomendaciones. La hermana menor quería que fuera quemado y convertido en cenizas, mientras que a la mayor le agradó mucho lo que les había dicho el confesor. Luego, el santo hombre le enseña la fe y las virtudes de Jesucristo. La doncella se esforzó con atención y gran interés en retener lo que le enseñaba: «Si creéis —le decía— lo que os voy a enseñar y a decir, obtendréis gran provecho. Seréis mi hija y mi amiga en Dios; si seguís mis consejos, nada os angustiará, y os sacaré de vuestras preocupaciones con la ayuda de Nuestro Señor. No desmayéis, pues Dios os guiará con buenos consejos, si lo seguís. Venid a verme con frecuencia; no estaré lejos de aquí».

De esta forma aconsejaba el santo hombre a las dos hermanas, conduciéndolas al buen camino. Ellas creyeron al confesor por las buenas palabras que les decía.

Cuando el diablo se enteró, lo sintió mucho, y temió perderlas. Pensó cómo hacerlas caer. Había cerca de allí una mujer que muchas veces había hecho su voluntad y obrado como él deseaba. El Enemigo se dirigió a aquella mujer y la envió a la hermana menor, pues no se atrevía a hablar con la mayor, que tenía un comportamiento muy humilde. Se retiró con la menor y habló con ella a solas, preguntándole muchas cosas de su vida y de su forma de ser.

—¿Qué vida —le preguntó— lleva ahora vuestra hermana? ¿Está contenta o triste?

—Mi hermana —le contesta— está siempre tan pensativa por las desgracias que nos han ocurrido, que no muestra buena cara a nadie, ni a mí ni a ningún otro. Un santo hombre que se pasa el día hablando con ella de Dios la ha cambiado y la ha hecho de los suyos, de forma que no hace nada más que lo que este quiere.

—En mala hora —exclama la mujer— fue engendrado vuestro hermoso cuerpo, que nunca tendrá alegría mientras sigáis a su lado. ¡Ay, Dios, si supierais las alegrías de otras mujeres, os apreciaríais poco! Tenemos tal gozo cuando estamos con nuestros amigos, que, aunque solo tuviéramos un mendrugo de pan, estaríamos más a gusto que vos con todas las riquezas del mundo. Dios, ¿de qué vale la alegría de una mujer si no está acompañada por un hombre? Mi hermosa amiga, lo digo por vos, que nunca tendréis ni sabréis lo que es la compañía de un hombre; y os diré por qué: vuestra hermana es mayor que vos; tendrá esa alegría antes que vos y, luego, le importaréis poco. De esa forma perderéis la ocasión de gozar de vuestro hermoso cuerpo, que en mala hora fue.

Cuando la muchacha oye lo que la mujer le dice, le contesta:

—¿Cómo me voy a atrever a hacer lo que decís, si mi otra hermana fue condenada a muerte por lo mismo?

—Vuestra hermana lo hizo de forma alocada. Si me hacéis caso, no podréis ser acusada y podréis gozar de vuestro cuerpo.

—No sé cómo, y no me atrevo a hablar más del asunto.

Cuando el diablo oyó estas palabras, se puso muy contento y estuvo seguro de que podría hacer con ella según su voluntad. Se llevó a la mujer. Después de que la mujer se marchara, la doncella se quedó pensativa; por la noche contempló su propio cuerpo cuando fue a acostarse. «Ciertamente —se dijo—, tiene razón esa buena mujer, al decir que estoy desperdiciada». Por la mañana, apenas se levantó, no se olvidó de todo el asunto, pues el demonio la tenía bien cogida; envió en busca de la mujer, a la que le dijo nada más llegar:

—Teníais razón al decirme que poco le importo a mi hermana.

—Bien lo sé, y aún le importaríais menos si tuviera su gozo. No hemos sido hechas para otra cosa, sino para tener deleite de los hombres.

—Me gustaría mucho tenerlo, pero temo que me condenen a muerte.

—Os condenarían si lo hicierais de forma tan alocada como vuestra hermana. Os enseñaré de qué modo tenéis que hacerlo para que no os pase nada.

—Decídmelo, creeré vuestro consejo.

—Os entregaréis a todos los hombres y abandonaréis toda tristeza; diréis que no podéis seguir con vuestra hermana, y así podréis hacer vuestra voluntad con respecto a vuestro hermoso cuerpo; la justicia no se atreverá a acusaros de nada y quedaréis fuera de cualquier peligro. Después de haber vivido durante algún tiempo en tal vida, habrá algún hombre de gran valía que se pondría muy contento si pudiera teneros, por vuestras muchas riquezas. De este modo disfrutaréis del gozo de este mundo.

La joven acepta todo lo que la mujer le dice, y afirma que lo hará así. Y así lo hizo, pues dejó a su hermana y entregó su cuerpo a todos los hombres, por el consejo de la mujer, con gran alegría del diablo. Cuando su hermana se enteró de la conducta que llevaba, fue a ver al santo hombre que le mostraba el recto camino; estaba muy triste y sentía gran pesar por haber perdido de aquel modo a su hermana. Cuando el confesor vio el gran duelo que hacía, sintió una honda compasión, y le dijo:

—Santíguate y encomiéndate a Dios, pues te encuentro muy atemorizada.

—Tengo motivos, porque he perdido a mi hermana.

A continuación le cuenta lo que sabía del asunto, y le dijo que se había entregado a todos los hombres. Cuando el santo hombre lo oyó, se quedó espantado, y le dijo a la joven:

—El diablo aún está alrededor de vosotras, y no cejará hasta que os haya hecho caer, si Dios no os guarda.

—Señor —le pregunta—, ¿cómo puedo evitarlo? No hay cosa en el mundo a la que le tema tanto como a que me haga caer.

—Si me crees —le contesta el santo hombre—, no conseguirá sus propósitos.

—Haré lo que me digáis.

—¿Acaso no crees en el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo, que los tres son una misma cosa en Dios y en la Trinidad? ¿No crees que Nuestro Señor vino a la tierra a salvar a los pecadores que quisieran creer en el bautismo y en los demás sacramentos de la Santa Iglesia y de los ministros que dejó en la tierra para salvar en su nombre a los creyentes, dirigiéndolos por el buen camino?

—Creo en todo, tal como me lo habéis enseñado, y que Dios me guarde de ser engañada por el diablo.

—Si de verdad lo crees como dices, ni el diablo, ni el Enemigo podrán causarte ningún daño; te pido y te ruego por todas las cosas que te guardes de caer en la tristeza, que es el mejor albergue para el diablo: por eso debes guardarte de cometer faltas y debes superar las dificultades que te sobrevendrán, cuando estés triste, mi dulce amiga, acude a mí y cuéntamelo todo tal como te ocurra; reconócete culpable ante Nuestro Señor, ante todos los santos y las santas y ante todas las criaturas que creen en Dios, y cada vez que te acuestes y que te levantes, santíguate con el signo de la cruz en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y en el nombre de la Cruz en la que padeció muerte por proteger a los pecadores de la muerte en el infierno, frente al diablo.

»Si lo haces así —continuó el santo hombre—, no tendrás que preocuparte por el Enemigo. Procura que haya claridad en el sitio en donde te acuestes.

De esta forma adoctrina el santo hombre a la doncella, que siente gran miedo de que el diablo la haga caer. Después, regresa a su casa, mostrando gran humildad ante su Creador y ante los pobres de aquella tierra. Los hombres más virtuosos y las mejores mujeres van a verla, y le dicen:

—Por mi fe, bella amiga, ciertamente debéis estar espantada por el tormento que os ha llegado con vuestro padre, vuestra madre, vuestras hermanas y vuestro hermano, que murió así. Seguid ahora los buenos consejos y poned en ellos el corazón, pues sois mujer muy rica y tenéis buena herencia: cualquiera que pudiera casarse con vos se tendría por contento.

—Que Nuestro Señor me mantenga tal como a Él le parezca que debe ser y según considere que lo necesito.

La doncella se mantuvo así durante dos años o más, sin que el diablo la pudiera hacer caer en todo ese tiempo y sin que consiguiera que realizara ninguna mala obra, muy a pesar suyo, que sabía que no podría vencerla si antes no le hacía olvidar las enseñanzas del santo hombre y si no lograba que se entristeciera, pues no tenía ninguna intención de cometer la menor falta.

Ocurrió entonces que un sábado por la tarde entró su hermana en la casa en la que ella estaba, para tentarla y ver si podría hacerla caer. Permaneció allí hasta bien entrada la noche, en compañía de numerosos muchachos que entraron con ella en la casa. Al verla, su hermana se enfadó mucho, y le dijo:

—Buena hermana, si queréis llevar esa vida, no debéis venir por aquí, pues seré objeto de censuras que no necesito.

Cuando la otra oyó estas palabras y que por ella sería censurada, se encolerizó y le habló como quien tenía dentro de sí al diablo, amenazó a su hermana y le dijo que el santo hombre la amaba con loco amor y que si la gente se llegaba a enterar, sería quemada. Al escuchar la diablura que le dice su hermana, se encolerizó más aún y le ordenó que abandonara la casa. La hermana le respondió que era tanto del padre de una como de la otra, y que no se marcharía. Como no quería irse, la cogió por los hombros para echarla fuera; la otra se defendió, y los muchachos que habían ido con ella, le ayudaron y golpearon dolorosamente a su hermana, que cuando pudo escapar se encerró a solas en una habitación, se acostó completamente vestida y lloró con amargura. El diablo, apenas la vio sola y afligida, se puso muy contento y se dijo que todo iba mejor; aprovechó para hacer que la joven se acordara continuamente de la muerte de su padre, de su madre, de sus hermanas y de su hermano: no cesa de llorar, de lamentarse con dolor y con gran tristeza, y en medio de ese dolor se quedó dormida.

Cuando el diablo comprobó que había olvidado todo lo que el santo hombre le había dicho, no dudó de que ya estaba lejos de la custodia de su maestro, «ahora podremos poner en ella a nuestro hombre». Este diablo tenía el poder de concebir y de yacer con mujer. Lo preparó todo y se acostó con ella carnalmente mientras estaba dormida, y concibió. Al punto, se despertó la doncella y, acordándose del santo hombre, hizo la señal de la cruz, a la vez que decía: «Señora Santa María, ¿qué es lo que me ha ocurrido? Me encuentro peor que cuando me acosté. Gloriosa Madre de Dios, suplicadle a vuestro querido Hijo que guarde mi alma y que proteja mi cuerpo de cualquier tormento y del poder del Enemigo».

A continuación se levanta y busca al que le había hecho aquello, pensando poder encontrarlo; corre a la puerta de la habitación, pero está cerrada; busca por todas partes en vano: entonces se da cuenta de que ha sido engañada por el Enemigo; se lamenta e invoca con gran dulzura a Nuestro Señor, rogándole que no permita su deshonra. Pasó la noche y llegó el día. Tan pronto como amaneció, el diablo se llevó a la mujer que le había ayudado a hacer esto, que para eso la había hecho ir. Cuando su hermana y los muchachos se marcharon, la hermana salió muy triste de la habitación, llamó a un servidor y le dijo que hiciera venir a dos mujeres, con las que se puso en camino en cuanto llegaron, fue a su confesor, que al verla le dice:

—Te encuentras en una situación grave, pues te veo muy preocupada.

—Señor, me ha ocurrido algo que nunca le ha sucedido a ninguna mujer más que a mí, y vengo a vos para que me deis consejo, pues me habéis dicho muchas veces que nadie puede cometer un pecado, por grande que sea, que si se confiesa arrepentido y si cumple la penitencia que le impone el confesor, no le sea perdonado. Señor —continúa—, he pecado y he sido sorprendida por el Enemigo.

A continuación le cuenta cómo había ido su hermana a la casa y cómo se enfadó con ella, fue golpeada por los muchachos y cómo se encerró afligida en la habitación, atrancando la puerta tras ella; y que por la tristeza y la aflicción se olvidó de hacer la señal de la cruz, «y no me acordé de ninguna de vuestras enseñanzas; cuando me desperté, me encontré deshonrada y desvirgada, aunque la puerta de mi habitación seguía tan bien cerrada como yo la había dejado, y no encontré a nadie por allí, de modo que no sé quién me lo hizo. Señor, así he sido engañada y os pido misericordia; mi cuerpo está atormentado, pero rogad que mi alma no se pierda».

—Estás llena de diablos —le contesta, tras escucharla con atención—, y los diablos viven en ti. ¿Cómo puedo confesarte y ponerte penitencia por lo que me dices? No ha habido mujer que pierda su honra sin saber quién se lo ha hecho, o al menos, sin ver al hombre que se lo hacía. ¿Pretendes hacerme creer que te ha ocurrido eso?

—Que Dios me guarde de tormento, como que es verdad cuanto os he dicho.

—Si es tal como dices, lo podrás comprobar por ti misma. Has cometido un grave pecado al desobedecerme; por eso, te voy a poner como penitencia que el resto de tu vida no comas los viernes más que una sola vez; y por lo que dices de la lujuria (en lo que no te creo en absoluto), también te pondré una penitencia para toda tu vida, pues así tengo que hacerlo, si es que quieres aceptarla.

—Señor, no me mandaréis nada que yo no me esfuerce en hacerlo todo lo posible.

—Que Dios te lo permita. Dices que vienes en busca del consejo de la Santa Iglesia y por la misericordia de Jesucristo, que nos rescató pagando un rescate tan alto como fue su preciosa sangre y su propia muerte es confesión auténtica, arrepentimiento sencillo, con la decisión firme del corazón y del cuerpo.

—Tal como lo habéis dicho, lo haré con mucho gusto, si Dios quiere.

—Pienso que, si es cierto lo que me has contado, no tendrás que preocuparte.

—Así me guarde Dios de muerte vil y de castigos, como que es todo verdad.

—Me has prometido cumplir la penitencia, mantener tu arrepentimiento y abandonar el pecado.

—Así es, señor.

—Entonces, abandonarás toda lujuria: te la prohíbo completamente, salvo la que sobreviene entre sueños, que nadie puede evitarla. Tú verás si podrás hacerlo.

—Sí, muy bien; si me aseguráis que no me condenaré, no volverá a ocurrirme.

—Te defenderé ante Dios, según los mandamientos que nos hizo al colocarnos en la tierra.

La joven acepta la penitencia que le pone el santo hombre y llora con profundo arrepentimiento. El confesor le hace la señal de la cruz y la bendice, volviéndola al buen camino lo mejor que puede por amor a Jesucristo; mientras, piensa cómo puede ser verdad lo que la muchacha le ha contado, hasta que concluye que ha sido engañada por el diablo: la llama y la lleva a donde está el agua bendita, y le hace que beba en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y luego se la echa por encima, diciéndole:

—No te olvides de mis mandamientos; siempre que me necesites, ven a verme.

A continuación, la santigua y la encomienda a Dios. La joven toma el camino y regresa a su casa; llevó una vida muy santa y de gran sencillez.

Cuando el diablo vio que se había quedado sin ella y que no podía enterarse de lo que hacía, como si no hubiera existido nunca, se encolerizó porque la había perdido. Y así quedaron las cosas hasta que la semilla que llevaba dentro no pudo ocultarse durante más tiempo, y engordó tanto que las demás mujeres se dieron cuenta: la miraban por los lados y le preguntaban si estaba encinta y quién era el que la había embarazado.

—Así me libere Dios —contestaba— de esta carga con alegría, que no lo sé de forma cierta.

—¿Os lo han hecho tantos hombres que no sabéis quién fue?

—Que Dios no me permita que dé a luz nunca si a sabiendas hice algo para encontrarme en esta situación.

—Buena amiga —le dicen santiguándose al oírla—, eso no puede ser, y nunca le ocurrió tal cosa a nadie. Quizá queréis al que os lo hizo más que a vos misma, y lo queréis encubrir; será una gran desgracia para vos, pues en cuanto lo sepan los jueces, tendréis que morir.

Al oír que moriría, sintió un gran temor y les contestó al punto:

—Que Dios salve mi alma: no vi nunca, ni conocí, al que me lo hizo.

Las demás mujeres se marchan, dejándola por loca y diciéndole:

—En mala hora se hizo vuestra bella casa y su tierra, y su hermosa construcción: todo está perdido.

Al oír estas palabras, sintió un gran miedo y acudió a su confesor, al que le contó lo que las mujeres le habían dicho. El santo hombre la vio embarazada de un niño vivo y se quedó sorprendido:

—Buena hermana —le dijo—, ¿habéis cumplido en todo momento la penitencia que os puse?

—Sí, señor; en nada falté.

—¿Y solo os ocurrió eso una vez?

La joven le responde que así era. El confesor estaba admirado y pone por escrito la hora y la noche en que ocurrió todo, tal como ella le había contado, diciéndole que esté tranquila, «y cuando nazca el heredero que lleváis, sabré si me habéis mentido. Creo en Dios que si es como me habéis dicho, no tendréis que preocuparos por la muerte; pero deberíais tener pavor, porque cuando lo sepan los jueces, os prenderán para quedarse con vuestros grandes edificios y vuestra buena tierra, diciendo que harán justicia con vos. Si os prenden, hacédmelo saber y acudiré a consolaros y a ayudaros, si puedo, y también lo hará Dios, que estará a vuestro lado, si sois tal como decís. Volveos a vuestra casa y estad tranquila; llevad una vida santa, pues la vida santa ayuda a tener un buen final».

De este modo regresa a su casa aquella noche, comportándose con gran sencillez hasta que los jueces llegaron a su tierra: al enterarse del asunto, enviaron a buscarla, la prendieron y se la llevaron. Al ser arrestada, avisó al santo hombre que le había aconsejado; este acudió tan deprisa como pudo en cuanto se enteró; apenas había llegado, lo llamaron, pues la doncella ya estaba ante los jueces. Les explica lo que le había dicho la muchacha, que pensaba no haber yacido con ningún hombre.

—¿Creéis —le preguntan los jueces— que es posible que una mujer se quede embarazada o conciba un hijo sin haberse acostado con un hombre?

—No os voy a decir todo lo que sé —les contesta el santo hombre—, pero si me creyerais no haríais justicia con ella mientras esté embarazada, pues no es justo ni razonable, ya que el hijo no ha merecido la muerte porque no ha cometido ningún pecado, y no tiene nada que ver con los pecados de su madre.

—Haremos lo que nos aconsejéis.

—Si queréis seguir mi consejo, metedla y guardadla en una torre, en la que no podrá cometer locuras; que haya con ella dos mujeres, para que la ayuden a dar a luz cuando llegue el momento, y tampoco podrán salir. De esa forma las encerraréis hasta que tenga el hijo y hasta que este pueda comer por sí mismo y pueda pedir sus bienes. Si pensáis de otro modo, haced lo que os parezca; ese es mi consejo: si deseáis hacerlo de forma distinta, yo no puedo evitarlo ni impedíroslo.

—Nos parece —le contestaron los jueces— que tenéis razón en lo que habéis dicho.

Lo hicieron todo tal como les había recomendado el santo hombre; la encerraron en una casa muy fuerte de piedra, ordenaron que tapiaran todas las puertas y le dieron como compañía a dos mujeres, las más sabias de cuantas encontraron de este oficio. En la parte de arriba dejaron una ventana, por la que podrían meter todo lo que necesitaran.

Cuando el santo confesor lo vio, le habló a la joven por la ventana, y le dijo:

—Apenas nazca tu hijo, hazlo bautizar en cuanto puedas; si te sacan para juzgarte, envía por mí.

De esta forma se quedó durante algún tiempo en la torre; los jueces le hacían llegar todo lo que necesitaba y se lo llevaban; permaneció allí hasta que tuvo el hijo, tal como Dios quiso. Al nacer, el niño adquirió —y así tenía que ser— el poder, los conocimientos y el ingenio de un diablo, pues de tal había sido concebido; pero todo fue en vano, pues Nuestro Señor había rescatado con su muerte a todo el que se arrepintiera verdaderamente, y el diablo había hecho caer a la muchacha mediante engaño, con astucia, mientras dormía; esta se dio cuenta de inmediato y pidió misericordia y luego se entregó a la merced y a los mandamientos de Nuestro Señor Dios y de la Santa Iglesia. Por todo ello, Dios no quiso que el diablo perdiera su esfuerzo, al contrario, quiso que el niño tuviera todo lo que le correspondía: le toleró que tuviera el arte de saber las cosas hechas, dichas y ocurridas; Nuestro Señor, que todo lo conoce y sabe, no quiso que le perjudicara el pecado de su madre, pues se había arrepentido y había reconocido sus pecados, los había lavado con la confesión y estaba afligida en su corazón; además, Nuestro Señor sabía que lo ocurrido no había sido porque ella así lo deseara, y no era esa su voluntad; por otra parte, la virtud del bautismo, que recibió en la fuente, también evitó cualquier daño del hijo: le permitió que conociera y supiera las cosas que iban a ocurrir. Por este motivo sabía los hechos, los dichos y todo lo que ha ocurrido, pues obtuvo tal poder del Enemigo; pero además, Nuestro Señor quiso que supiera las cosas que van a ocurrir, frente a todo lo que sabía por la otra parte: así podrá inclinarse hacia donde prefiera; si quiere, podrá devolverle al diablo su tributo o a Nuestro Señor, lo suyo.

De este modo nació; cuando las mujeres lo recibieron, sintieron un gran miedo, pues era más peludo y tenía más vello que ningún niño de los que habían visto; se lo mostraron a su madre, que al verlo se santiguó, diciendo:

—Este niño me da mucho miedo.

—Nosotras tenemos tanto miedo —responden las otras mujeres—, que apenas podemos sujetarlo.

—Llevadlo abajo —les dice— y ordenad que sea bautizado.

—¿Cómo queréis que se llame?

—Igual que mi padre.

Entonces, lo metieron en un cesto y lo bajaron con una cuerda. Ordenan que sea bautizado y que le pongan el nombre de su abuelo materno, que se llamaba Merlín. Así lo hicieron y por su abuelo se llamó Merlín. Luego, se lo volvieron a entregar a la madre para que lo criara, pues ninguna otra mujer se atrevería a criarlo ni a amamantarlo. La madre lo hizo hasta que tuvo nueve meses. Las mujeres que estaban con ella le repetían continuamente que estaban admiradas por lo peludo que era el niño, y porque a pesar de que solo tenía nueve meses parecía que tuviera dos años o más. Cuando el niño alcanzó los dieciocho meses, las dos mujeres le dijeron a la madre:

—Señora, tenemos que salir de aquí, pues parece que ya hemos estado bastante.

—Tan pronto como os vayáis vosotras, me ajusticiarán.

—No podemos hacer otra cosa, porque no nos vamos a quedar aquí para siempre.

Ella se echa a llorar y les pide piedad por Dios, que se queden durante algún tiempo más; las dos mujeres se retiran a una ventana, mientras que la madre sujeta a su hijo en brazos y, sentada, llora amargamente, diciendo:

—Dulce hijo, por vos recibiré la muerte, sin haberla merecido, pues nadie conoce la verdad y no soy creída.

Así le hablaba la madre al hijo y le decía que en mala hora le había permitido Dios que naciera; mientras lloraba y se lamentaba a Nuestro Señor, el niño la miraba y sonreía, hasta que empezó a decir:

—No morirás por nada que haya ocurrido por mí.

Cuando la madre lo oyó, le falló el corazón, se quedó espantada, se le cayeron los brazos y el niño fue a parar al suelo, gritando. Las mujeres, que estaban asomadas a la ventana, acudieron rápidamente, pensando que quería matarlo; al llegar a su lado le preguntaron:

—¿Por qué se os ha caído vuestro hijo? Pensamos que habéis querido matarlo.

—En ningún momento he pensado tal cosa; se me cayó porque me ha dicho algo extraordinario: me fallaron el corazón y los brazos, y por eso se me cayó.

—¿Qué os ha dicho?

—Que no recibiré la muerte por él.

—Aún dirá algo más —le responden espantadas.

Lo toman en brazos y empiezan a hablarle, esperando que dijera algo, pero el niño no hizo el menor gesto, ni dijo una sola palabra, hasta que al cabo de un rato les dijo la madre a las dos mujeres:

—Amenazadme diciéndome que seré quemada por haber tenido un hijo; yo lo tendré en brazos y oiréis si quiere hablar.

Entonces lo coge la madre, deseosa de que hablara ante las mujeres, y empezó a llorar y a gritar.

—Será gran lástima —le decían las dos mujeres— que vuestro hermoso cuerpo sea quemado por esta criatura. Habría sido mucho mejor que no hubiera nacido.

—Mentís —les contesta el niño—, y eso lo decís porque mi madre os ha dicho que lo hagáis.

Al oírlo hablar, se quedaron sorprendidas y exclamaron:

—Este no es niño, sino diablo, que sabe lo que hemos hablado.

Entonces se pusieron a preguntarle cosas y a hablarle, pero el niño solo les contestó:

—Dejad en paz a mi madre, pues estáis locas y sois más pecadoras que ella.

Al oír tales palabras, se sorprendieron más aún, y dijeron que tal maravilla no podía permanecer oculta, «les diremos a las gentes de ahí abajo que habla». Fueron a la ventana y llamaron a las gentes, contándoles lo que habían oído. Entonces les contestaron que ya era hora de hacer justicia con la mujer: mandaron escribir cartas y las enviaron por todas partes en busca de los jueces, para que estuvieran allí en el plazo de cuarenta días. Después de mandar las cartas, cuando la madre supo el día de su martirio, tuvo miedo y avisó al santo hombre que la confesaba. Pasaron los días, hasta que solo faltaba una semana para que cumpliera el plazo en que debía ser quemada. El niño bajó de la torre y vio a su madre, que estaba llorando; se echó a reír y a mostrar una gran alegría.

—Poco piensas en que tu madre —le dijeron las dos mujeres— llora porque en esta semana será quemada por ti: maldita sea la hora en que naciste, si Dios no la quiso, pues tendrá que soportar el martirio por vos.

—Dulce madre —contestó el niño—, mienten, pues no habrá nadie que se atreva a acercarse a vos mientras yo viva y nadie se atreverá a condenaros a muerte, más que Dios.

Cuando lo oyeron la madre y las mujeres, se pusieron muy contentas, y dijeron: «Este niño, que es capaz de decir tales cosas, será muy sabio».

De este modo transcurrieron los días hasta que llegó el término fijado. Sacaron a las mujeres de la torre, y la mujer salió con su hijo en brazos. Los jueces hablaron a solas con las dos mujeres y les preguntaron si era cierto que el niño hablaba así. Ellas les cuentan todo lo que le habían oído decir, y los jueces quedan profundamente sorprendidos y deciden enterarse de lo que oculta su madre: vuelven a ella para preguntarle todo. Pero mientras tanto llegó el confesor de la joven.

Uno de los jueces ya le había dicho a la madre de Merlín:

—Preparaos, pues vais a tener que sufrir el tormento.

—Señor —le contesta—, si no os desagrada, me gustaría hablar a solas con el santo hombre.

Le dieron permiso para que lo hiciera, y los dos entraron en una habitación, mientras que el niño quedó fuera, hablando con mucha gente. La madre está con el confesor y habla con él piadosamente, entre sollozos.

—¿Es verdad —le pregunta el santo hombre— que tu hijo habla tal como se dice?

—Sí, señor.

A continuación le cuenta todo lo que le había oído decir y el confesor, tras escucharla con atención, le contesta que todo ello es signo de que ocurrirá algún hecho extraordinario. Luego, salieron y fueron a donde estaban los jueces. La doncella llevaba puesta solo la camisa, e iba cubierta con un manto; se encuentra a su hijo fuera de la habitación, lo toma en brazos y se presenta a los jueces, que al verla le preguntaron:

—¿Quién es el padre de este niño? No nos lo ocultéis.

—Ya sé —les responde— que puedo ser condenada a muerte; pero que Dios no tenga compasión, ni piedad de mi alma si vi o conocí a su padre, o si alguna vez me entregué a un hombre como para concebir de él un hijo.

—No creemos que eso pueda ser verdad; les preguntaremos a otras mujeres si puede ocurrir lo que nos das a entender, pues nunca se oyó semejante maravilla.

Los jueces se retiran y llaman a varias mujeres, de las muchas que estaban presentes; uno de ellos toma la palabra para preguntar:

—Damas que aquí estáis, ¿os ha ocurrido alguna vez, a vosotras o a cualquier otra mujer de la que hayáis oído hablar, el concebir y tener un hijo sin haber estado con hombre?

—Ninguna mujer puede tener hijos, ni quedar encinta sin ayuntamiento carnal con hombre.

Tras oír estas palabras, los jueces volvieron con la madre de Merlín, a la que le contaron lo que les habían dicho las otras mujeres, y le comunicaron que debían hacer justicia, pues no les parecía razonable ni justo lo que ella les había dado a entender.