Inocencia salvaje - Sara Craven - E-Book
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Inocencia salvaje E-Book

Sara Craven

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Beschreibung

Marin Wade, que estaba a punto de perder su empleo, se alojaba en casa de su hermanastra, Lynne, cuando el jefe de ésta, Jake Radley-Smith, se presentó sin aviso. Como Lynne no estaba y él necesitaba una acompañante para esa noche, insistió en que ella lo acompañara. Marin no tuvo más remedio que aceptar, pero la farsa se convirtió en algo más cuando Diana, la ex novia de Jake, se empeñó en que la pareja asistiera a una fiesta en su casa de campo el fin de semana siguiente.Obligada a fingir ser novia de Jake durante la fiesta de Diana, empezó a tener dificultades para distinguir entre ficción y realidad…

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Seitenzahl: 186

Veröffentlichungsjahr: 2010

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Sara Craven. Todos los derechos reservados. INOCENCIA SALVAJE, N.º 2033 - octubre 2010 Título original: His Untamed Innocent Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres. Publicada en español en 2010

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9187-5 Editor responsable: Luis Pugni E-pub x Publidisa

Capítulo 1

ARIN Wade alzó la esponja, la apretó y dejó que el agua maravillosamente fragante cayera sobre sus hombros y sobre sus pechos.

Según decían, la muerte y los impuestos eran las dos únicas cosas seguras de la vida; pero Marin pensó que había una más, algo que tampoco fallaba nunca: el teléfono sonaba en cuanto alguien se metía en un baño caliente. Como estaba sonando en ese momento.

Pero afortunadamente, esta vez no tendría que salir del agua a toda prisa y alcanzar una toalla, porque no era su teléfono.

Cabía la posibilidad de que fuera Lynne y quisiera saber si todo iba bien; pero de ser así, dejaría un mensaje en el contestador. Y más tarde, cuando Marin se hubiera bañado y hubiera comido, le devolvería la llamada y volvería a darle las gracias a su hermanastra por haberle dado asilo temporal en su casa sin hacer demasiadas preguntas.

Sin embargo, Marin estaba absolutamente segura de que, cuando Lynne regresara el domingo por la noche, querría saber por qué había perdido el trabajo de sus sueños. Su hermanastra le sacaba tres años, y como sus padres se habían jubilado y ahora vivían en un chalet de Portugal, se había tomado muy en serio su papel de hermana mayor. Pero no le preocupaba la perspectiva de tener que darle explicaciones.

En cuanto se librara del cansancio y del caos de las últimas veinticuatro horas, podría pensar con claridad y afrontar el fin de semana como una oportunidad excelente para empezar a hacer planes y ser positiva.

Por supuesto, tendría que esperar hasta el lunes para averiguar si todavía tenía un empleo en la agencia o si la amenaza de su ya ex jefa había dado sus frutos; pero en cualquiera de los dos casos, podría empezar a buscar un sitio para vivir. Aunque se sentía muy cómoda en la casa de su hermanastra, necesitaba retomar su camino y recuperar su independencia tan pronto como fuera posible.

Miró a su alrededor y se volvió a quedar extasiada con la belleza del lugar. El cuarto de baño, cuyas paredes de azulejo azul la hacían sentir como si estuviera en un mar cálido y lejano, era tan elegante como el salón, el comedor, la cocina con los aparatos más modernos del mercado y los dos dormitorios, decorados con muy buen gusto.

Una vez más, se preguntó cómo era posible que Lynne se pudiera permitir tanto lujo.

Su hermanastra era la secretaria personal de Jake Radley-Smith, el director de una de las empresas financieras con más éxito de Gran Bretaña. Marin sabía que ganaba un buen sueldo, pero también sabía que no era tan elevado como para poder alquilar una casa como aquélla en un barrio tan exclusivo.

Si no hubiera tenido la seguridad de que Lynne estaba profundamente enamorada de Mike, con quien había viajado a Kent para presentarle a sus padres, Marin habría sospechado que su trabajo incluía labores mucho más personales que las normales en una secretaria y que aquel piso era una especie de recompensa por los servicios prestados.

Cerró los ojos, apoyó la cabeza en el borde de la bañera y dejó de pensar en Lynne para pasar a su propia y desastrosa vida.

Había cometido un error tremendo al alquilar el piso que tenía en propiedad, porque ahora no podía romper el contrato y se había quedado temporalmente en la calle. Pero en su momento, cuando le ofrecieron la posibilidad de marcharse a trabajar seis meses con Adela Mason, la famosa escritora de novelas románticas, le pareció la mejor de las soluciones.

Aún recordaba la conversación que había mantenido con Wendy Ingram, su jefa.

–Su secretaria se ha marchado porque van a operar a su madre, que está muy enferma, y tendrá que cuidarla después –le dijo Wendy–. La señora Mason hace el trabajo de investigación en Londres y luego escribe las novelas en su casa del sudoeste de Francia... Necesita a alguien que sustituya a su secretaria y le han recomendado nuestra empresa. Pero según parece, es muy exigente.

–Adela Mason –repitió Marin, con ojos brillantes–. No me lo puedo creer. Es una escritora magnífica... he leído todas sus novelas.

–Por eso le he sugerido tu nombre. Me pareces demasiado joven para ese puesto, pero le ofrecí a Naomi y a Lorna y las ha rechazado a las dos porque dice que quiere a una chica simpática –le explicó Wendy con ironía–. De todas formas, no te entusiasmes demasiado.

Seguro que te hartarás de su novela mucho antes de que la termine... Adela Mason escribe a mano, en un papel especial y con un tipo exclusivo de bolígrafo.

Wendy la miró y añadió:

–Me temo que tendrás que pasar los borradores al ordenador; y digo los borradores, en plural, porque no me extrañaría que termine con diez versiones distintas. Además, también tendrás que hacer de cocinera y hasta de chófer. Quiere una chica para todo, pero se ha vuelto a casar hace poco tiempo y supongo que te librarás de llevarle a la cama el chocolate caliente que siempre se toma antes de dormir.

–Con tal de trabajar con Adela Mason, sería capaz de recoger yo misma los granos de cacao –aseguró Marin, alborozada–. Eso no es un problema.

–Pero pasar la entrevista podría serlo... –le advirtió.

Aquella misma noche, Adela Mason apareció en un programa de televisión con su cabello negro recogido en una coleta sobria y un vestido rojo que potenciaba todos los encantos de su envidiable figura. Como siempre, se mostró encantadora y tan brillante como modesta; pero en su sonrisa y en su forma de moverse, se notaba que en el fondo era muy arrogante y que se creía mejor que los demás.

Marin se preocupó inmediatamente, aunque no le dio importancia. A fin de cuentas, sólo iba a ser su secretaria. Si pasaba la prueba de la entrevista.

Y para su sorpresa, la pasó.

–Pareces más inteligente y tienes más carácter que las otras candidatas –declaró Mason mientras jugueteaba con su anillo de diamantes–. Con la primera, tuve la impresión de que no había leído un libro en toda su vida; y con la segunda... bueno, digamos que era poco idónea.

La escritora miró a Marin y contempló su figura esbelta, su cabello de color castaño claro, su piel pálida y su expresión tranquila.

Después, asintió y dijo:

–Si tus habilidades están a la altura, creo que lo harás muy bien.

Marin no tuvo ocasión de contestar, porque Adela Mason siguió hablando.

–La semana que viene tengo intención de marcharme a Evrier sur Tarn. Espero que estés disponible para viajar conmigo. Betsy se encargó de organizarlo todo antes de marcharse a hacer de Florence Nightingale; pero si surge algún problema, tendrás que afrontarlo y solucionarlo tú.

Marin no hizo caso del comentario sarcástico sobre su predecesora; se limitó a asentir y a comentar que era perfectamente capaz de solucionar cualquier problema que se presentara. Jamás habría imaginado que, menos de un mes después, sería su futuro el que estuviera en entredicho.

Todavía estaba pensando en ello cuando el teléfono volvió a sonar.

Antes de marcharse, Lynne le había asegurado que sus amigos y conocidos estaban avisados y que no la molestarían con llamadas telefónicas, pero era evidente que su hermanastra se había olvidado de avisar a alguien.

–Por favor, deje su mensaje después de la señal –sonó la voz del contestador.

Marin echó más agua caliente y más sales en la bañera. A continuación, se hundió hasta el cuello y pensó que Lynne llevaba una vida social muy activa. Ella habría dado cualquier cosa por tener amigos que la invitaran constantemente a ir al cine, a salir a cenar o a tomar una copa en algún club.

Y habría dado cualquier cosa por tener a alguien como Mike.

Sobre todo, por tener a alguien como Mike. Porque a sus veinte años de edad, Marin aún no había mantenido una relación más o menos seria.

Sin embargo, eso no significaba que su vida amorosa fuera aburrida. Desde que estaba en Londres, había salido con varios hombres; generalmente, en citas dobles con amigas del trabajo y sus parejas. De vez en cuando, alguno le pedía que se volvieran a ver; pero ninguno le había interesado lo suficiente.

Además, Marin era tímida y reconocía sus limitaciones a la hora de coquetear y resultar interesante en una conversación. Se sentía incómoda en las situaciones íntimas y nunca llegaba demasiado lejos; no tenía nada en contra de las relaciones sexuales informales, pero sus miedos se interponían en el camino y los hombres se daban cuenta al final y se marchaban con otras chicas.

–¿Crees que soy un bicho raro? –le preguntó en cierta ocasión a Lynne.

Su hermanastra se echó a reír.

–No, por supuesto que no. Cada uno es como es, cariño; uno de estos días te enamorarás locamente de alguien y te dejarás llevar... Deja de castigarte a ti misma por eso.

Al recordar su consejo, sonrió. Lynne siempre la trataba bien; era agradable y extrovertida como su padre, Derek Fanshawe, quien seis años antes había conocido a Barbara, la madre de Marin, y se había enamorado de ella.

Barbara se había quedado viuda cuando su marido, Clive Wade, falleció de un infarto. Clive había sido un hombre cariñoso y tranquilo, un abogado especializado en divorcios cuya muerte dejó devastada a su esposa y, naturalmente, también a Marin.

Mientras pensaba en su padre, se dijo que al menos las había dejado en una buena situación económica. Clive Wade había sido un gran profesional y un inversor muy inteligente.

Tres años después de su fallecimiento, una amiga de Barbara la convenció para que la acompañara a un crucero de lujo por los fiordos noruegos. La casualidad quiso que Derek Fanshawe compartiera mesa con ellas en el comedor; y cuando el crucero terminó, Barbara se dio cuenta de que le iba a extrañar mucho más de lo que había imaginado.

Al principio, Marin rechazó la relación amorosa de Barbara porque le parecía una especie de traición a la memoria de su padre. Sin embargo, Derek se mostró tan comprensivo con ella que terminó por ganarse su afecto y su respeto.

En cuanto a Lynne, Marin se sentía muy afortunada porque había ganado una hermanastra y una amiga.

Justo entonces, el teléfono volvió a sonar.

Marin gimió, se puso en pie, alcanzó una toalla y se la enrolló alrededor del cuerpo. A continuación, se sacudió el cabello, se lo peinó un poco con los dedos y salió del cuarto de baño, descalza, en dirección al salón.

Cuando llegó a la mesita del teléfono, pulsó la tecla del contestador. Era la voz de un desconocido.

–Lynne, llámame. Es urgente.

Había un segundo y un tercer mensaje, obviamente de la misma persona, pero sólo había dejado un suspiro de exasperación.

Marin pensó que no volvería a llamar y se dio la vuelta con intención de volver a la bañera, pero se quedó en el sitio. En ese mismo momento, la puerta de la casa se abrió y oyó pasos de hombre en el pasillo.

Asustada, miró a su alrededor en busca de algún objeto con el que defenderse.

–Por Dios, Lynne... ¿es que estás sorda?

El hombre que apareció en la entrada del salón se quedó tan atónito como Marin. La miró con sus ojos azules, tan fríos como los de un oso polar, y declaró:

–¿Quién diablos eres tú? ¿Qué estás haciendo aquí?

–Yo podría preguntarte lo mismo –respondió ella.

La voz de Marin sonó ligeramente temblorosa porque ya había adivinado la identidad del desconocido. No podía ser otro que el jefe de Lynne, Jake Radley-Smith.

–No juegues conmigo, cariño –le aconsejó él, estudiándola con detenimiento–. Limítate a responder a mis preguntas o no tendré más remedio que llamar a la policía. ¿Cómo has entrado en la casa?

–Con la llave. Ésta es la casa de mi hermana.

–¿De tu hermana? –repitió él, sorprendido–. Lynne no tiene hermana. Es hija única.

–Bueno, en realidad no es mi hermana, sino mi hermanastra –se explicó–. Su padre se casó con mi madre hace unos años.

–Ah, sí, lo había olvidado –dijo lentamente–. Pero eso no explica que Lynne te haya dejado sola en su casa... aunque podemos dejar ese asunto para después. ¿Dónde se ha metido? Necesito hablar con ella.

–No está aquí; se ha marchado a Kent a pasar el fin de semana. Me comentó que te lo había dicho...

Jake miró a su alrededor con fastidio.

–Oh, maldita sea. Quería verla antes de que se marchara.

A Marin no le sorprendió. De hecho, Lynne le había confesado que se marchaba tan deprisa para evitar que su jefe apareciera con algún asunto supuestamente urgente y le estropeara el fin de semana. Por lo visto, Jake Radley era un obseso del trabajo y esperaba que todo el mundo estuviera a su disposición las veinticuatro horas del día.

–Me temo que no va a ser posible –dijo Marin–. Pero volverá el lunes.

–Eso no me sirve de nada. No resuelve el problema que tengo esta noche –declaró él, de mala manera.

–Supongo que mi hermanastra debería haberse quedado aquí por si la necesitabas –contraatacó ella, con tono igualmente desabrido–. Pero resulta que Lynne tiene su propia vida... y desde mi punto de vista, ir a Kent para conocer a los padres del hombre con quien se va a casar es mucho más importante que quedarse en casa ante la remota posibilidad de que requieras de sus servicios.

Jake Radley tardó unos segundos en reaccionar.

–Buen discurso... –dijo al fin–. Por cierto, ¿con quién tengo el gusto de hablar?

–Con Marin Wade. Y dado que Lynne no se encuentra en casa, te agradecería que te marcharas y me dejaras en paz.

–Estoy seguro de que me lo agradecerías –ironizó él–, pero yo no acepto órdenes de nadie.

Él la miró con intensidad y ella sintió un nudo en la garganta. Era la primera vez que Marin lo veía en persona; hasta entonces sólo lo había visto en las fotografías de los periódicos, que no le hacían justicia.

Sin ser guapo en un sentido clásico del término, Jake Radley-Smith era un hombre extraordinariamente atractivo. Tenía una mirada penetrante, que parecía adivinar los pensamientos de la otra persona, y una boca tan sensual que Marin decidió dejar de mirarla al instante.

–No estás en posición de echarme de esta casa –continuó él–. Además, por si no lo recuerdas, sólo llevas una toalla de baño... y se caería al suelo si empezáramos a forcejear.

Marin pensó que tenía razón. Se encontraba en clara desventaja. Ella estaba prácticamente desnuda y él iba vestido de los pies a la cabeza; llevaba un traje gris, muy formal, con una camisa blanca y una corbata de color rojo.

–¿Qué has querido decir con eso de que no estoy en posición de echarte? –preguntó Marin, nerviosa.

–Que el piso de Lynne es de mi empresa. Concretamente, mío –respondió–. Lo usamos para los clientes extranjeros que prefieren no alojarse en hoteles... Lynne está aquí de prestado. ¿Es que no te lo ha dicho?

Marin sacudió la cabeza.

–No hubo mucho tiempo para explicaciones. Mi hermanastra no supo que tenía intención de visitarla hasta que la llamé desde el aeropuerto y le dije que no tenía donde quedarme.

Él frunció el ceño.

–¿Por qué? –preguntó–. ¿Estás de vacaciones y te han robado el dinero? ¿Es eso?

–No, en absoluto. Yo estaba trabajando en Francia, pero las cosas se complicaron de repente. Y no puedo ir a mi piso porque lo alquilé y no estará libre hasta dentro de unos meses.

–Comprendo... así que te has quedado sin trabajo, sin casa y sin dinero.

Marin le lanzó una mirada llena de orgullo y dijo, con sarcasmo:

–Gracias por recordármelo.

–Se me ocurre que podríamos llegar a un acuerdo. ¿Cuánto me cobrarías por pasar esta noche conmigo?

Marin malinterpretó la pregunta y se sintió ofendida.

–¿Qué significa eso de pasar la noche contigo?

–Obviamente, no se trata de lo que has pensado –respondió él, conteniendo la risa con dificultad–. Aunque debo admitir que estás francamente interesante con esa toallita... que, por cierto, se ha bajado un poco.

Marin se ruborizó y se subió la toalla a toda prisa.

–Te voy a hacer una oferta que te puede interesar, Marin –continuó–. Esta noche tengo que ir una fiesta, pero la chica que me iba a acompañar se ha acatarrado y no puede ir. Quería hablar con tu hermanastra para que viniera conmigo... Lynne me debe muchos favores y no quiero presentarme solo. ¿Estarías dispuesta a sustituirla?

–¿Me estás tomando el pelo? –preguntó, atónita.

–¿Ésa es tu respuesta? –dijo él, con ironía–. Veo que tu elocuencia de antes ha desaparecido...

–Pero mi sentido del humor sigue estando donde estaba –se defendió–. No, no iría contigo a esa fiesta ni aunque mi vida dependiera de ello.

–Puede que tu vida no dependa de ello, pero piensa en tu situación económica. Sólo tendrías que estar un par de horas conmigo... y te llevarías varios cientos de libras esterlinas.

Marin pensó que el dinero le vendría muy bien, pero dudó de todas formas.

–Yo no pertenezco a tu mundo –declaró–. Además, socializar se me da bastante mal y no sé comportarme en las fiestas. Será mejor que gastes tu dinero con otra.

–Está bien, te lo diré de otro modo... si es preciso, estoy dispuesto a hacer la vista gorda con Lynne y a olvidar que presta mi casa, sin mi permiso, a personas desamparadas. Hasta es posible que te deje quedarte.

Como Marin no dijo nada, él añadió: –Bueno, ¿qué te parece? ¿Por qué no te pones un vestido negro y me acompañas a la fiesta de esta noche?

–Porque no tengo ningún vestido negro –respondió, molesta–. Además, estoy segura de que encontrarás otra candidata en tu agenda.

Marin sabía que Jake tenía una agenda llena de nombres de admiradoras y amantes. Lo sabía porque Lynne se lo había contado entre risas en cierta ocasión. Y cuando le preguntó si había intentado algo con ella, su hermanastra se encogió de hombros y respondió: «Una vez, al principio. Pero ni yo soy su tipo ni él es el mío... por eso trabajamos juntos tan bien».

–Es un poco tarde para andar llamando a mis contactos –observó Jake–. Así que deja de discutir conmigo, sé una buena chica y vístete de negro, de blanco o de rosa, de lo que quieras. Si no encuentras nada adecuado, ponte algo de Lynne. Por lo que veo, sois más o menos de la misma talla.

Marin se habría sentido mucho mejor si él no la hubiera estado mirando de ese modo, como si no llevara la toalla alrededor del cuerpo.

–Pero si lo prefieres –continuó él–, podemos quedarnos en casa, relajarnos un poco y sacar una botella de champán del frigorífico. Me gustaría saber más cosas de ti... Y esa opción tiene la ventaja de que ni siquiera tendrías que vestirte. De hecho, podrías quedarte con la toalla si hacemos algunos ajustes que, naturalmente, estarían sujetos a negociación. Tal vez pueda convencerte para que la próxima vez te la bajes un poco... o no la lleves encima. ¿Y bien? ¿Qué prefieres?

Marin apretó los dientes. Además de estar ruborizada, los latidos de su corazón se habían acelerado.

–Prefiero acompañarte a esa maldita fiesta –contestó.

Jake sonrió.

–Una decisión sabia, cariño. Te esperaré aquí, como un buen chico, mientras tú te vistes. Pero si necesitas que te ayude, pégame un grito...

–Te lo pegaré. En cuanto se me ocurra un insulto lo suficientemente grosero para ti.

Marin se giró, sin soltar la toalla en ningún momen to, y salió de la habitación con tanta dignidad como pudo.

Capítulo 3

EBO sacármelo de la cabeza –murmuró Marin. Se miró en el espejo y pensó que, a pesar de los cosméticos de Lynne, tenía un aspecto vulgar. Nadie creería, ni por un momento, que Jake Radley-Smith la pudiera haber elegido como acompañante femenina.

Pero al menos se había puesto su vestido preferido, una prenda de seda verde, color aceituna, que le llegaba a las rodillas. Afortunadamente, era lo último que había metido en la maleta cuando se marchó de Francia y no estaba arrugado.

Una vez más, consideró la posibilidad de escabullirse; sin embargo, tendría que pasar por delante del salón y él se daría cuenta.

Se sentía acechada, como si Jake fuera una pantera negra y ella, su presa. Tenía la sensación de que acercarse a Jake podía ser mucho más peligroso que todo lo que le había sucedido hasta entonces.

Suspiró, desesperada, y pensó que necesitaba el dinero y un lugar donde alojarse. Además, la idea de asistir a la fiesta no le preocupaba tanto. Pediría una copa, se retirará a alguna esquina y se volvería invisible hasta que llegara la hora de marcharse.

Aún se estaba mirando al espejo cuando llamaron a la puerta del dormitorio.

–¿Vas a tardar mucho más?

–No, ya estoy preparada...