Jesucristo es el Señor - Samuel Pagán - E-Book

Jesucristo es el Señor E-Book

Samuel Pagán

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El enfoque y esfuerzo fundamental del libro está orientado a descubrir cómo la teología en torno a Jesús de Nazaret tomó un giro extraordinario luego de la experiencia de la resurrección. Una vez se difundió la noticia de que la muerte de Jesús no había finalizado con las expectativas mesiánicas de sus seguidores, la resurrección de Cristo toma dimensión nueva. Este libro explora la cristología del Nuevo Testamento. Y esa vertiente teológica analiza la figura de Cristo, según se revela en los evangelios canónicos, la literatura epistolar y en las revelaciones apocalípticas y visiones de Juan. Esa tradición cristológica en torno a Jesús se revela inclusive al finalizar el canon del Nuevo Testamento. El vidente Juan, al comenzar la redacción de la revelación divina, afirma de manera categórica la importancia de la revelación de Jesucristo. Nuestro estudio en torno a Jesucristo el Señor explorará el desarrollo de la teología referente al Cristo de Dios, desde la resurrección hasta las revelaciones de Juan en el Apocalipsis. Además, estudiaremos los títulos cristológicos, los himnos de las iglesias primitivas y varias reflexiones pastorales que se incorporan en las cartas del apóstol Pablo y sus seguidores. La finalidad es identificar y analizar el contenido teológico de esa gran declaración de fe para explorar sus implicaciones contemporáneas. El libro Jesucristo es el Señor, Cristología del Nuevo Testamento, de Samuel Pagán intenta identificar, analizar y explicar las afirmaciones teológicas neotestamentarias en torno a la vida y las acciones del Jesús de los evangelios canónicos, que nos permiten comprender la importante profesión de fe que declara sin inhibición que "Jesucristo es el Señor".

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JESUCRISTO

ES EL

SEÑOR

Cristología delNuevo Testamento

Samuel Pagán

Editorial CLIE

C/ Ferrocarril, 8

08232 VILADECAVALLS

(Barcelona) ESPAÑA

E-mail: [email protected]

http://www.clie.es

© 2022 por Samuel Pagán

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917 021 970 / 932 720 447)».

El texto bíblico ha sido tomado de la versión Santa Biblia, NUEVA VERSIÓN INTERNACIONAL® NVI® © 1999, 2015 por Biblica, Inc.®, Inc.® Usado con permiso

© 2022 por Editorial CLIE. Todos los derechos reservados.

Jesucristo es el Señor

ISBN: 978-84-18204-94-4

eISBN: 978-84-19055-39-2

Teología cristiana

Cristología

El Dr. Samuel Pagán, ministro ordenado de la Iglesia Cristiana (Discípulos de Cristo), es un reconocido y apreciado biblista puertorriqueño, que ha publicado más de 60 libros y cientos de artículos en torno a temas exegéticos, teológicos, educativos, literarios y pastorales. Además, ha trabajado en la edición y preparación de 5 Biblias de estudio y colaborado en decenas de proyectos de traducción de la Biblia en América Latina, Europa, África, y en el Oriente Medio.

Entre las obras exegéticas y teológicas más conocidas de Samuel, están sus libros sobre Jesús de Nazaret, el rey David, la Biblia hebrea y los Salmos. También ha publicado varios libros y artículos sobre diversos aspectos teológicos y ministeriales en Don Quijote de La Mancha; ha editado varias revistas de educación cristiana transformadora; y escribe regularmente sobre temas religiosos, educativos y sociales en diversos periódicos en EUA y AL.

En su trayectoria ministerial, Dr. Pagán ha enseñado y predicado en cientos de países y ciudades alrededor del mundo, ha sido profesor de Biblia, decano académico y presidente de seminarios y universidades en Puerto Rico, Estados Unidos, Europa e Israel, y en la actualidad, es decano de programas hispanos en el Centro de Estudios Bíblicos de Jerusalén. Y como profesor de Biblia y decano del Centro, organiza y auspicia anualmente viajes educativos y transformadores a las tierras bíblicas para miles de peregrinos de habla castellana del mundo.

Posee los siguientes grados académicos: Bachillerato en Ingeniería Química de la Universidad de Puerto Rico-Mayagüez, Maestría en Divinidad del Seminario Evangélico de Puerto Rico, Maestría en Teología del Seminario Teológico Princeton, Doctorado en Literatura Hebrea del Seminario Teológico Judío, y Doctorado en Sagrada Teología del Centro para la Educación Teológica de Florida; además, ha hecho estudios post-doctorales en lingüística y antropología en la Universidad de Texas y en geografía bíblica en Tantur, el Centro Avanzado para la Educación Teológica en Jerusalén.

Samuel está casado con la Dra. Nohemí C. Pagán; tienen dos hijos, Samuel (casado con Yasmín), Luis Daniel (casado con Ileana), tres nietos (Samuel Andrés, Ian Gabriel y Mateo Alejandro), y una nieta (Natallie Isabel). Viven alternadamente en Jerusalén y Clermont, Florida.

Dedicatoria

A mis colegas, amigos y amigas, estudiantes y administradores del Jerusalem Center for Biblical Studies, particularmente a James Rigdway. Estoy muy agradecido por el apoyo grato y generoso que han dado a mis programas de peregrinaciones, educación e investigación.

Muchas gracias, muchas veces…

Índice

Prólogo por Justo L. González

Prefacio

Jesucristo es el Señor

La cristología del Nuevo Testamento

Fe en la resurrección

Gratitudes y más gratitudes

Soneto al Cristo crucificado

Capítulo 1: Jesús de Nazaret

Las cosas ciertísimas sobre Jesús

De la oralidad a la literatura

Los evangelios canónicos

Otras fuentes neotestamentarias

Los padres apostólicos

Fuentes literarias judías en torno a Jesús

Fuentes literarias romanas

Fuentes helenísticas y musulmanas

Capítulo 2: Cristología del Reino

El tema del Reino

En el Reino, Dios es rey

El Reino en la historia y la escatología

El Reino y Dios

El Reino, las parábolas y la cristología

Capítulo 3: Milagros y cristología

Cristología, enseñanzas y milagros

Los milagros en los Evangelios

Enfermedades y sanidades

Milagros de Jesús de Nazaret

Sanidades y cristología

Capítulo 4: La resurrección de Cristo

Las noticias de la resurrección

La desaparición del cuerpo de Jesús

Las apariciones del Cristo resucitado

La ascensión de Jesús al cielo

Capítulo 5: Títulos cristológicos

Nombres, títulos y teología

El Mesías y el Cristo

Expectativas mesiánicas en el primer siglo d.C.

El Señor

Hijo de Dios

Hijo del hombre

Hijo de David

Sumo Sacerdote

El Segundo Adán

El Verbo o la Palabra

Otras designaciones mesiánicas

Capítulo 6: Los grandes “Yo soy”

El clamor humano y la respuesta divina

Los grandes “Yo soy” en el Evangelio de Juan

Yo soy el pan de vida

Yo soy la luz del mundo

Yo soy la puerta de las ovejas

Yo soy el buen pastor

Yo soy la resurrección y la vida

Yo soy el camino, la verdad y la vida

Yo soy la vid verdadera

Otros “Yo soy” de Jesús en el Nuevo Testamento

Capítulo 7: Himnos cristológicos

Himnos y poemas cristológicos

Magnificat

Benedictus

Cántico angelical

Nunc Dimittis

Dios lo exaltó hasta lo sumo

En el principio era el Verbo

La supremacía de Cristo

Descripciones cristológicas e himnos en el Apocalipsis

Capítulo 8: Las cristologías pastorales

Nada nos puede separar del amor de Dios

Adán y Cristo: el pecado y la gracia

Si vivimos, para el Señor vivimos

La iglesia es el cuerpo de Cristo

La resurrección de Cristo

Capítulo 9: Cristologías apocalípticas

Cristologías apocalípticas

La revelación de Jesucristo

Nombres y títulos cristológicos

Afirmaciones cristológicas adicionales en el Apocalipsis

Capítulo 10: Cristologías post-canónicas y contemporáneas

Concilios ecuménicos

La Reforma Protestante

Cristologías contextuales y contemporáneas

El Reino en parábolas

El Reino de Dios o de los cielos

Reino, cristología y contextualización

Bibliografía selecta

Prólogo

Con su acostumbrada gentileza, el doctor Samuel Pagán me ofrece el honor de escribir un prólogo a su último libro – que bien puede ser uno de los mejores. El tema que Pagán aborda es de suma importancia, ya que se trata de uno de los vínculos más sólidos y visitados entre las Escrituras de Israel y la predicación y misión cristianas. Los pasajes acerca del Siervo sufriente se leen repetidamente en nuestras iglesias, particularmente en tiempos de Cuaresma y Semana Santa. Ese contexto hace que generalmente se subrayen ante todo los sufrimientos del siervo a que se refiere Isaías, y su paralelismo con los sufrimientos de Jesús. Pero hay también otro punto de contacto importante entre Isaías y Jesús, y este es el pasaje que Jesús lee en la sinagoga de Nazaret, según el capítulo cuatro de Lucas – pasaje que marca el comienzo del ministerio público de Jesús y que Pagán acertadamente toma como una especie de programa para ese ministerio y para la iglesia de hoy. Esa conexión es importante, pues de ese modo se subraya no solamente el sufrimiento del siervo, sino también otras dimensiones de su misión, como bien indica Pagán en el último capítulo de su libro.

Al escribir un prólogo, existe siempre la tentación de resumir lo que el autor dice. En este caso, la tentación es fuerte, pues mucho de lo que Pagán dice merece ser repetido y subrayado. Pero no quiero robarles a los lectores el disfrute del libro mismo, sino que lo dejo en sus manos para que poco a poco, según vayan leyendo el libro, vayan descubriendo dimensiones de este siervo sufriente a quien se refiere Isaías y que Jesús encarna. Más bien, trataré de relacionar algo de lo que Pagán dice en este libro, y de lo que Isaías dice acerca del Siervo sufriente, con los orígenes de la predicación cristiana, y con lo que esos orígenes nos dicen acerca de la interpretación de las Escrituras de Israel.

Cuando los cristianos hoy leen los pasajes del Siervo sufriente, frecuentemente se plantean la pregunta de si el pasaje de Isaías se refiere a Jesús o si se trata más bien de algún personaje contemporáneo con el profeta mismo. Si algún erudito bíblico nos señala la posibilidad de que Isaías esté hablando acerca de algo que acontecía en sus días, y de alguien que sufría sin merecerlo en tiempos del profeta mismo, hay creyentes que le tildan de hereje, porque supuestamente no cree en las “profecías” de Isaías.

Tales juicios yerran por dos razones: En primer lugar, yerran porque limitan el término “profecía” a lo que predice el futuro. Ciertamente, los profetas de Israel hablaron acerca del futuro que Dios guardaba en sus secretos designios. Pero lo que les hacía profetas no era el hablar del futuro, sino más bien el hablar en nombre de Dios, el tener palabra de Dios, unas veces sobre el futuro, otras sobre el presente, y otras sobre el pasado. El verdadero profeta bíblico y cristiano no es quien predice el futuro como lo hace un supuesto vidente ante una bola de cristal o con unas cartas de baraja. Pensar que tal es la tarea del profeta bíblico parece rebajarle a nivel de uno de esos supuestos videntes que embaucan a los crédulos. La verdadera tarea del profeta bíblico es llevarle al pueblo el mensaje divino. Ciertamente, este mensaje puede incluir anuncios o advertencias acerca del futuro. Pero también frecuentemente incluye dirección para el presente, así como interpretación del pasado y de su significado para la vida presente del pueblo.

En segundo lugar, pensar que al interpretar los pasajes acerca del siervo sufriente hay que escoger entre Jesús y algún personaje de tiempos de Isaías conlleva el error de olvidar el modo en que los primeros cristianos entendían las Escrituras de Israel. En esas Escrituras, aquellos cristianos no veían solamente palabras que anunciaban el futuro, sino también hechos que apuntaban hacia Jesús. Esto lo dijo claramente aquel cristiano de nombre Justino, que pronto moriría como mártir, cuando todavía el Nuevo testamento estaba en proceso de formación. En lo que se presenta como un diálogo entre Justino y un rabino judío, Justino declara que: “Algunas veces el Espíritu Santo hacía que tuvieran lugar cosas que eran figuras o sombras [tipos] del futuro, y otras daba palabras en las que se anunciaba lo que sucedería, a veces hasta usando verbos en tiempos presente o pasado, cuando se referían al futuro. Quien no entienda esto no podrá entender correctamente lo que dicen los profetas” (Diálogo con Trifón, 114.1). Una visión semejante se encuentra en Colosenses 2.17 donde, refiriéndose a las antiguas leyes de Israel acerca de la comida, la bebida y los días de fiesta, de luna nueva y de sábado, se nos dice que “todo esto es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo”. La sombra no es un engaño, sino que refleja una realidad. Si alguien se acerca a nuestra puerta, frecuentemente vemos su sombra antes que su persona. Al interpretar las Escrituras de Israel, los antiguos cristianos afirmaban su realidad; pero al mismo tiempo insistían en que apuntaban hacia una realidad aún mayor, de manera semejante a como la sombra anuncia a quien viene. Así, comentando sobre el Evangelio de Juan, San Agustín dice: “Todo lo que la Ley manda respecto al culto al Señor era sombra de lo que vendría después. ¿Qué era esto? Lo que se cumplió en Cristo. Así dice el Apóstol: “todas las promesas de Dios son en él” [2 Co 1.20]. Y en otro sitio dice que todo lo que les sucedió [a los antiguo Hebreos] se escribió como figura para nosotros, para cuando llegara la plenitud del tiempo [1 Co 10.11].” Agustín, Sobre el Evangelio de Juan, 28.9.

En una palabra, cuando los antiguos cristianos leían las Escrituras de Israel, no buscaban en ellas solamente palabras que pudieran aplicarse como tales a Jesucristo, sino que también buscaban en ellas señal de los patrones que Dios sigue en sus acciones, y que culminarán en Jesucristo.

Esto era importante para aquellos cristianos, pues había quien se burlaba de las Escrituras de Israel diciendo que las leyes dietéticas, el descanso sabatino y otros mandatos parecidos no tenían importancia ni sentido. Como resultado de tales opiniones, hubo creyentes que llegaron a la conclusión de que las Escrituras de Israel no eran palabra del Dios que se encarnó en Jesucristo, sino de algún otro. Frente a esto, la iglesia decía que aquellas leyes antiguas eran anuncio, figura o sombra de lo que acontecería en Jesucristo – y después en la iglesia misma. Esto les llevaba a declarar, por una parte, que no se debía confundir la sombra con la realidad, y que por tanto tenía razón la Epístola a los Colosenses al declarar que no se debía obligar a los creyentes a guardar las leyes dietéticas o las del sábado. Tales leyes eran como la sombra que anunciaba a quien habría de venir – como cuando veo una sombra a la puerta de mi casa, y sé que alguien está por llegar. Pero esto también quería decir, por otra parte, que no se debía pensar que la sombra era la última palabra. La sombra tiene valor porque nos anuncia a quien viene, y en cierto modo nos ofrece su silueta. Pero el haber visto la sombra no es razón para rechazar la realidad, sino todo lo contrario.

Llevados por estos principios, aquellos antiguos cristianos seguían un método de interpretación bíblica en el que veían en algunas palabras anuncio claro de lo que acontecería con Jesús y después con la iglesia, pero también veían en otras la narración de hechos, o la institución de prácticas que eran como sombras que anunciaban a Jesucristo.

La visión que llevaba a este método de interpretación era la de un Dios que es fiel a sí mismo y a sus promesas; fe en un Dios que actúa siguiendo ciertos patrones, tipos o figuras – razón por la que frecuentemente tal interpretación se llama “tipológica”.

En tal proceder, aquellos antiguos cristianos estaban siguiendo lo que era ya un patrón bíblico desde largo tiempo antes de Cristo. Los autores bíblicos que escribieron en tiempos del exilio y trataron acerca de él y de la promesa de un regreso a la tierra veían en la historia del éxodo un patrón que Dios repetiría en sus tiempos. (Véase, por ejemplo, Is 43:16-10.) Siglos después, cuando otros hebreos se veían oprimidos por el gobierno de Siria, tomaron no ya solamente la historia del éxodo, sino también la del exilio, como modo de entender la situación en que se encontraban. Esto se cuenta en la historia de los Macabeos, cuando la difícil situación llamaba al desespero, pero Judas Macabeo le anuncia al pueblo que el Dios del éxodo todavía reina y les salvará (1 Mac 4:8-11). En el Nuevo testamento, cuando se nos dice que Juan es “una voz que clama en el desierto”, no se nos está diciendo – como frecuentemente se piensa – que nadie le oirá, o que sus palabras sean en vano, sino que se está diciendo más bien que, como el profeta antaño anunció camino en el desierto hacia el futuro que Dios le tenía prometido a Israel, ahora este nuevo profeta, Juan, anuncia la redención que Dios promete. El ser “voz que clama en el desierto”, en lugar de referirse a una supuesta futilidad de sus esfuerzos, hace de Juan heredero y continuador de la obra de los antiguos profetas de Israel.

Por otra parte, tal interpretación tipológica tiene la ventaja de que no agota el sentido de las Escrituras limitándolo a un solo acontecimiento o un solo momento. Si, como algunos piensan, Isaías 53 es solamente una profecía anunciando a Jesús, esto quiere decir que por siglos cuando los hebreos leían este pasaje no tenían la más mínima idea de lo que quería decir. ¿No eran las palabras de Isaías también palabra de Dios para ellos? Y también quiere decir que cuando hoy leemos ese pasaje debemos aplicarlo únicamente a Jesús, y no ver lo que bien puede querer decir para la obediencia cristiana.

La importancia del libro que ahora presentamos está precisamente en eso: en que los pasajes acerca del siervo sufriente no tratan únicamente acerca de Jesús. Tratan más bien de un patrón en las acciones de Dios que encuentra su punto culminante en Jesús, pero que también ha de servirnos hoy para ver el modo en que Dios actúa en nuestro sufrimiento y en nuestra debilidad. Esto se ve particularmente en el último capítulo del libro, en que el autor relaciona el ministerio de Jesús tal como se describe con palabras de Isaías en Lucas 4, no solamente con el siervo sufriente de la antigüedad y con Jesús, sino también con la iglesia y con los creyentes de hoy. Por esa razón es que con mis felicitaciones al autor y mi recomendación al lector o lectora, me complace presentar este libro al público creyentes de hoy. ¡Dios te bendiga y te guarde, apreciable lector o lectora!

Justo L. González

Decatur, GA.

Junio, 2021

Prefacio

La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús,

quien, siendo por naturaleza Dios,

no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse.

Por el contrario, se rebajó voluntariamente,

tomando la naturaleza de siervo

y haciéndose semejante a los seres humanos.

Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo

y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!

Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo

y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre,

para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla

en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra,

y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor,

para gloria de Dios Padre.

Filipenses 2.5-11

Jesucristo es el Señor

Los libros sobre Jesús de Nazaret, Jesucristo, el Señor Jesús, Cristo Jesús o simplemente Cristo, no son pocos. Las bibliotecas y librerías están llenas de publicaciones que exploran la vida, la obra y el significado de las enseñanzas y los milagros del famoso rabino galileo. Ese extenso caudal literario sobre el personaje que dividió la historia en dos revela que, tanto en las comunidades eclesiásticas como en las académicas, hay deseos sinceros de comprender su pensamiento, analizar sus actividades y explorar las repercusiones de sus doctrinas y su sabiduría.

Las metodologías que exploran el tema de Jesús son variadas. En algunas ocasiones el objetivo es evaluar sus enseñanzas, según se presentan en los evangelios canónicos, para descubrir los alcances contemporáneos de su programa educativo y transformador. Hay autores, además, que desean encontrar al llamado Jesús histórico, pues intentan separar al personaje que vivió en Nazaret del Cristo de la fe de los creyentes y las iglesias. Inclusive, se publican estudios para analizar algún componente específico de sus enseñanzas y actividades –p.ej., sus mensajes, oraciones, parábolas, sanidades y milagros–. La bibliografía en torno a Jesús de Nazaret es extensa e intensa y nos permite estudiar de manera sistemática al fundador del cristianismo y sus valores éticos, morales y espirituales, desde las más variadas perspectivas teológicas y metodológicas.

El libro que el lector o la lectora tiene en sus manos intenta identificar, analizar y explicar las afirmaciones teológicas neotestamentarias en torno a la vida y las acciones del Jesús de los evangelios canónicos, que nos permiten comprende la importante profesión de fe que declara sin inhibición que “Jesucristo es el Señor”. Es esa gran afirmación teológica la que nos ocupa y la que exploramos en esta nueva publicación. Nos interesa estudiar el señorío de Jesús el Mesías, que ciertamente para las iglesias y los creyentes es, sin lugar a duda, el Cristo y Ungido de Dios.

Hemos analizado la persona y las actividades de Jesús desde varios ángulos en otros libros. Y en esas publicaciones hemos explorado su vida y sus enseñanzas, sus parábolas y sus milagros. En esa ocasión, sin embargo, nuestro esfuerzo fundamental está orientado a descubrir cómo la teología en torno a Jesús de Nazaret tomó un giro extraordinario luego de la experiencia de la resurrección. Una vez se difundió la noticia de que la muerte de Jesús no había finalizado con las expectativas mesiánicas de sus seguidores, la resurrección de Cristo toma dimensión nueva.

La cristología del Nuevo Testamento

Este libro explora la cristología del Nuevo Testamento. Y esa vertiente teológica analiza la figura de Cristo, según se revela en los evangelios canónicos, la literatura epistolar y en las revelaciones apocalípticas y visiones de Juan.

El apóstol Pablo describió de forma dramática esa gran declaración cristológica, pues enseña a la comunidad cristiana que se reunía en la ciudad de Filipos que el propósito fundamental de su predicación y enseñanzas es declarar que Jesucristo es el Señor para la gloria de Dios. Además, al llamado apóstol de los gentiles comunica el mensaje transformador del evangelio para que todas las personas, independientemente de la cultura, el idioma o la tradición religiosa, reconozcan esa gran revelación divina.

Esa tradición cristológica en torno a Jesús se revela inclusive al finalizar el canon del Nuevo Testamento. El vidente Juan, al comenzar la redacción de la revelación divina, afirma de manera categórica la importancia de la revelación de Jesucristo. Y en ese contexto la declaración que Jesucristo es el Señor toma forma de afirmación profética, pues presenta lo que va a suceder:

Esta es la revelación de Jesucristo,

que Dios le dio para mostrar a sus siervos

lo que sin demora tiene que suceder.

Apocalipsis 1.1

En ese mismo espíritu de afirmación espiritual y descubrimiento teológico, el reconocimiento de que Jesucristo es el Señor sobrepasó los límites de las comunidades apostólicas del primer siglo y llegó a las próximas generaciones de creyentes, iglesias y teólogos. Esas reflexiones profundas sobre el señorío de Jesucristo prosiguen en el período de los padres apostólicos (c.100-150 d.C.), se manifiestan en el Credo de los Apóstoles y están presentes en diversos concilios de las iglesias, como el de Nicea (325 d.C.) y Calcedonia (451 d.C.). Y esos análisis cristológicos han seguido vivos en la historia de las iglesias hasta nuestros días.

Fe en la resurrección

Fundamentados en esa gran seguridad y esperanza, las iglesias incipientes, con sus pastores, evangelistas, maestros, profetas y apóstoles, comenzaron a recordar y reinterpretar las enseñanzas de Jesús, ya no solo desde las perspectivas iniciales históricas en los contextos de la Galilea o Jerusalén, sino desde una dimensión nueva y extraordinaria de la fe en la resurrección.

Esas reflexiones teológicas con el tiempo fueron creciendo y edificando a los creyentes. El apóstol Pablo, al desarrollar este tema, dice con seguridad a los creyentes de Corinto, y de forma directa y clara:

Y si Cristo no ha resucitado,

la fe de ustedes es ilusoria

y todavía están en sus pecados.

1 Corintios 15.17

Es decir, para el sabio apóstol la resurrección de Cristo es la piedra angular de la fe y es el fundamento de la esperanza cristiana. Y esa gran afirmación de fe fue la base del desarrollo de sus experiencias misioneras y de sus enseñanzas pastorales y teológicas.

Nuestro estudio en torno a Jesucristo el Señor explorará el desarrollo de la teología referente al Cristo de Dios, desde la resurrección hasta las revelaciones de Juan en el Apocalipsis. Además, estudiaremos los títulos cristológicos, los himnos de las iglesias primitivas y varias reflexiones pastorales que se incorporan en las cartas del apóstol Pablo y sus seguidores. La finalidad es identificar y analizar el contenido teológico de esa gran declaración de fe para explorar sus implicaciones contemporáneas.

Gratitudes y más gratitudes

Como siempre, al escribir tengo una deuda profunda de gratitud tanto con mis colegas de la academia como con mis compañeros pastores y pastoras. A todas esas personas que han leído mis escritos y escuchado mis conferencias sobre estos temas cristológicos, y que me han hecho recomendaciones inteligentes, sobrias y sabias, va mi expresión sincera de gratitud.

Especialmente agradezco a los estudiantes que peregrinan anualmente conmigo las tierras bíblicas. Con sus preguntas y comentarios me ayudan a expandir mis comprensiones teológicas y me permiten descubrir nuevas dimensiones de fe. En efecto, esos diálogos nos permiten explorar nuevos senderos para la contextualización y el disfrute de las enseñanzas de Jesucristo, pues es el Señor de la iglesia, los creyentes, la historia, la naturaleza y el cosmos.

Y a Nohemí, mi esposa y editora, va una gratitud especial, pues escucha atentamente mis reflexiones y siempre lee con detenimiento y criticidad mis escritos, para posteriormente darme sus sugerencias para mejorar mis ideas y redacción.

Soneto al Cristo crucificado

Como este libro presupone explícitamente la resurrección de Cristo, solo la poesía puede describir de forma adecuada la amplitud, profundidad y belleza intrínseca de nuestra gran afirmación teológica. Y para culminar este prefacio, les invito a disfrutar el libro y también a reflexionar en este poema clásico, que pone de manifiesto las implicaciones de nuestra gran afirmación: Jesucristo es el Señor.

No me mueve, mi Dios, para quererte

el Cielo que me tienes prometido

ni me mueve el Infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor. Muéveme el verte

clavado en una cruz y escarnecido;

muéveme el ver tu cuerpo tan herido,

muévanme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor y en tal manera,

que, aunque no hubiera Cielo, yo te amara,

y, aunque no hubiera Infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,

pues, aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera.

Poema anónimo, S. XVI

01

Jesús de Nazaret

Puesto que ya muchos han tratado de poner en orden

la historia de las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas,

tal como nos lo enseñaron

los que desde el principio lo vieron con sus ojos,

y fueron ministros de la palabra,

me ha parecido también a mí,

después de haber investigado con diligencia

todas las cosas desde su origen,

escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo,

para que conozcas bien la verdad de las cosas

en las cuales has sido instruido.

Lucas 1.1-4

Las cosas ciertísimas sobre Jesús

La resurrección de Cristo marcó indeleblemente la vida de los seguidores íntimos de Jesús de Nazaret. Ese evento, que desde la perspectiva teológica identifica el punto culminante del ministerio del joven rabino galileo, desde el ángulo histórico se convirtió en la experiencia que transformó las vidas y convicciones de los discípulos del Señor.

Para esa comunidad inicial de creyentes, las noticias de la resurrección se constituyeron en el fundamento teológico para que sus seguidores decidieran obedecer el mandato misionero de Jesús, de predicar el evangelio a la humanidad, hasta lo último de la tierra (Hch 1.8). Y de acuerdo con Lucas, como esas noticias eran ciertísimas (Lc 1.1), había que investigar y evaluar la información disponible para transmitirla a las próximas generaciones a través de la historia.

Esa importante información referente a la vida y obra de Jesús de Nazaret comenzó a transmitirse en la comunidad a viva voz. Los primeros testimonios públicos en torno al Señor fueron de naturaleza oral. Luego de las noticias de la desaparición del cuerpo del crucificado, y referente a las afirmaciones posteriores de que habían visto a Jesús vivo nuevamente en varios lugares, comenzaron a diseminarse en Jerusalén y Galilea las narraciones sobre la resurrección de Cristo. Esas declaraciones se iniciaron entre sus colaboradores más íntimos y cercanos, como las mujeres que fueron a ungir el cuerpo de Jesús, y luego siguieron entre sus discípulos y seguidores, hasta llegar al resto de la comunidad.

La información referente al arresto, la tortura, el proceso judicial y la muerte de Jesús se transmitían en toda la ciudad de Jerusalén, cuando, repentinamente, comenzaron a diseminarse nuevas noticias en torno a los sucesos. En la misma ciudad donde se llevaron a efecto los acontecimientos trágicos, se comentaba de forma insistente, que el joven rabino galileo había resucitado y que su cuerpo había desaparecido, aunque estaba muy bien protegido por las autoridades romanas. ¡Y de pronto, las noticias de ese evento extraordinario e inaudito llegaron a los diversos sectores de la sociedad! ¡Hasta las autoridades religiosas judías y los oficiales del imperio romano!

Respecto a los procesos de transmisión de la información en la antigüedad, es importante señalar lo siguiente: en la época de Jesús, quizá solo un diez por ciento de la población sabía leer y escribir. La información de importancia para la comunidad se transmitía por vía oral, sin necesariamente proceder con su redacción definitiva y a su fijación literaria. No debe entenderse, sin embargo, que las transmisiones de toda esa valiosa información se llevaba a efecto de forma imprecisa, irresponsable, improvisada, inadecuada o impropia. Todo lo contrario, esas transmisiones orales se llevan a cabo con efectividad, pues era una de las manifestaciones más importantes de la memoria colectiva y de los recuerdos significativos de la comunidad. Y aunque los eventos se explican, transmiten y exponen de diversas formas y con énfasis variados, el contenido básico y fundamental de las narraciones se retiene, mantiene y afirma.

Esas transmisiones orales eran, a la vez, fijas y flexibles, pues mantenían estable el corazón de lo que se deseaba transmitir. Presentaban el contenido informativo de varias maneras, para responder adecuadamente a los diferentes públicos y contextos a los cuales llegaban los relatos. Esos recuentos orales, en sí mismos, significan que la información comunicada es lo suficientemente valiosa e importante como para ser recogida, guardada, preservada, afirmada y transmitida en los recuerdos significativos de la comunidad, para evitar su pérdida y para disminuir las posibilidades de confusión o ambigüedad en sus significados y comprensión con el paso del tiempo.

La importancia histórica y teológica de esos testimonios orales, en torno a las memorias de los hechos que rodearon la vida de Jesús, no debe ser subestimada ni ignorada. Jesús de Nazaret vivió en una época de oralidad y memorizaciones, en la cual la educación fundamental, la memoria colectiva y los valores culturales se transmitían de persona a persona, de familia a familia, de generación en generación, de comunidad en comunidad, de pueblo en pueblo, de nación a nación.

Los recuentos orales jugaban un papel protagónico en ese tipo de sociedad, pues incentivaban la memorización de piezas literarias de importancia. Por ejemplo, en la cultura helénica, los niños y las niñas, desde la temprana edad de los siete años, memorizaban las obras de Homero; y en el judaísmo, los discípulos se enorgullecían en citar las palabras básicas, recitar los mensajes significativos y repetir los discursos importantes de sus maestros, los rabinos.

Referente a la vida privada y las actividades públicas de Jesús, esos testimonios orales cobraron significación nueva, luego de las afirmaciones en torno a su resurrección. Después de esa tan singular declaración teológica y extraordinaria experiencia histórica, tanto en Jerusalén como en la Galilea, los seguidores del joven rabino comenzaron a reflexionar referente a lo que recordaban de las palabras y los hechos de su maestro.

En medio de esos círculos íntimos de creyentes, las diversas tradiciones orales y memorias colectivas en torno a Jesús, se fueron forjando y organizando, de manera paulatina pero continua, hasta que se fijaron, en primer lugar de manera oral y luego de forma escrita, algunos bloques informativos en torno a lo que había dicho y hecho el rabino galileo. Además, esos grupos de creyentes iniciales comenzaron a reflexionar sobre al significado de sus acciones y las implicaciones de sus enseñanzas, y también, referente a su extraordinaria naturaleza humana y mesiánica.

Y entre esas tradiciones orales que pasaron a formar parte de las primeras expresiones literarias, antes de la redacción posterior de los evangelios canónicos, se pueden identificar, entre otras, las siguientes: Narraciones en torno al nacimiento, recuentos de sanidades y milagros, enseñanzas en sermones y parábolas, dichos de importancia teológica y práctica, y también relatos con relación a la pasión, muerte y resurrección. Esos bloques literarios se transmitieron en las diferentes comunidades cristianas, y se convirtieron, posteriormente, en el fundamento literario que formó el núcleo de los evangelios sinópticos de Marcos, Lucas y Mateo, y posteriormente el Evangelio de Juan.

El deseo básico y la intensión fundamental de esas primeras comunidades cristianas y de esos creyentes iniciales, era afirmar que Jesús era el Enviado y Ungido de Dios, el Cristo esperado que tenía el poder y la autoridad sobre la vida y la muerte, y que ciertamente era el portavoz de una nueva palabra divina de esperanza y restauración para el pueblo.

Esos grupos de creyentes en Cristo, vivían, por lo menos, entre dos polos ingratos de cautiverio y desesperanza: en medio de las más intensas presiones, opresiones y angustias sociopolíticas y económicas del imperio romano, que ocupaba Palestina de forma inmisericorde y cruel; y, además, que estaba inmerso en una serie interminable de leyes, interpretaciones legales y regulaciones religiosas, con implicaciones personales y colectivas, que impedían la manifestación saludable, pertinente y grata de una espiritualidad redentora y sobria, transformadora y sana, liberadora y grata.

No estaban interesados, en efecto, esos grupos de creyentes iniciales, en articular una visión débil de Jesús, repleta de recuerdos nostálgicos e insanidad, ni tampoco de proponer una afirmación de su mensaje con resentimientos, amarguras y dolor. El propósito firme y definido de esas comunidades de fe primitivas, era poner claramente de relieve que Dios se había manifestado de una forma novel en la historia a la humanidad, a través de la figura del predicador y rabino galileo, que anunció, con vehemencia, sabiduría y autoridad, la revelación maravillosa de Dios, y también el advenimiento de su extraordinario reino. La finalidad de esos grupos iniciales de creyentes en Cristo, era celebrar la manifestación divina en Jesús de Nazaret, el rabino y predicador galileo, que enfrentó a las autoridades políticas y religiosas de su época, con autoridad, valor y seguridad, en el nombre del Señor, en la tradición de los antiguos profetas de Israel.

De la oralidad a la literatura

Luego de la muerte de Jesús y la resurrección de Cristo, posiblemente entre los años 30 y 50 de la era cristiana, comienzan a desarrollarse y expandirse las reflexiones orales en torno a la vida, obra y dichos del Señor, en algunas de las ciudades más importantes del imperio romano. Entre esas ciudades de la región se encuentran, posiblemente, Jerusalén, Antioquía, Damasco y Roma. Además, las noticias de lo que había sucedido con Jesús habían llegado a regiones más distantes de Jerusalén, y a las comunidades rurales de Judea, Samaria, Galilea, Fenicia, Siria, Chipre y hasta el Asia Menor.

Es muy probable que en ese período inicial, las reflexiones orales entre los creyentes produjeran alguna literatura, que posteriormente se utilizaría en los cultos y en los procesos educativos de las iglesias incipientes, como por ejemplo, el extraordinario himno al Cristo humillado y exaltado que se incluyó en la Epístola a los filipenses (2.6-11), y la importante afirmación teológica referente a la muerte de Jesús y su resurrección que se incorporó en la Primera epístola a los Corintios (15.3-5).

Luego de ese período inicial de oralidad y alguna transmisión literaria, comienzan a redactarse varias colecciones en torno a algunos aspectos destacados del ministerio de Jesús, luego del año 50. Y entre esos documentos, quizá se pueden incluir algunas narraciones en torno a los milagros del Señor (p.ej., Mc 6; Mt 8—9) y varias enseñanzas mediante el extraordinario recurso imaginativo de las parábolas (p.ej., Mc 4; Mt 13).

Ese mismo período importante de transición, por los años 50, es testigo de las transformaciones graduales de los recuentos orales en torno a las actividades del Señor, hasta llegar a su fijación en las narraciones literarias. De este momento histórico, posiblemente, es que provienen la redacción de los dichos de Jesús que se incluyen en los evangelios.

Los evangelios canónicos

Las tradiciones orales que se generaron luego de la pasión de Jesús, y de los recuentos que surgen posteriormente a las transformaciones de esas narraciones a su fijación escrita, dieron paso a la redacción de los cuatro evangelios canónicos, luego de los años sesenta y a principios de los setenta. El orden cronológico de esta literatura parece ser el siguiente: Marcos, Mateo, Lucas y Juan, aunque algunos estudiosos y especialistas del tema indican que el evangelio de Lucas pudo haber tenido una redacción previa al de Mateo.

El propósito fundamental de los evangelios sinópticos, es presentar, desde la perspectiva de la fe, las palabras y los actos más importantes y significativos de Jesús, que servirían de instrumento educativo, litúrgico y evangelizador en las primeras comunidades cristianas. No eran biografías académicas, distantes y desapasionadas de alguna figura distinguida o prominente de la antigüedad. Representaban, por el contrario, las afirmaciones básicas y fundamentales de la fe de los líderes del nuevo movimiento religioso que se gestaba alrededor de la figura del rabino de Nazaret.

De singular importancia respecto a estos evangelios es que articulan y transmiten la vida y obra de Jesús en un determinado orden, que comienzan con los relatos del nacimiento (p.ej., Mateo y Lucas) y finalizan con las narraciones de su muerte y resurrección. El propósito definido y claro de los evangelios es poner de manifiesto la naturaleza, las actividades, los milagros, las enseñanzas y las implicaciones teológicas, éticas, morales y espirituales de las actividades de este singular predicador galileo.

Desde los años setenta, hasta posiblemente finales del primer siglo de la era cristiana, y de manera paulatina, se redactan esos cuatro evangelios canónicos que representan una forma literaria novel en la antigüedad, pues incorporan las antiguas tradiciones orales y las primeras manifestaciones literarias en torno a Jesús, en una especie de historia continua. Estos cuatro evangelios canónicos son, a la vez, similares y distintos, pues aunque presentan las actividades y los discursos del mismo personaje, cada uno tiene su propia identidad teológica, comprensión histórica y singularidad literaria, pues se escriben para audiencias diferentes y para responder a necesidades variadas.

Los evangelios son una especie de memoria de sus seguidores, que articulan la identidad biológica, social, cultural y religiosa de Jesús, además de reflexionar sobre el sentido renovador, el significado transformacional y las implicaciones restauradoras de sus dichos y hechos. El fundamento de esta importante literatura cristiana es la figura histórica de un joven maestro judío que procedía de Nazaret, en Galilea, y que sus palabras, actividades y muerte habían dejado una huella indeleble e imborrable en quienes lo conocieron, y también entre las personas que escuchaban el recuento de esas actividades y mensajes a través de los años.

Lejos de ser una serie de fantasías literarias o relatos novelescos sobre Jesús, los evangelios son esencialmente narraciones teológicas que presentan la identidad integral y amplia de un personaje histórico y concreto de gran significación histórica y espiritual, para quienes los redactaron y también para los creyentes en su mensaje y los seguidores de sus enseñanzas. Y esa firme intención teológica y claro propósito educativo, en ningún momento se disimula, subestima, enmudece o esconde en las narraciones evangélicas (p.ej., Lc 1.1-4; Jn 20.31).

En efecto, las fuentes literarias fundamentales, básicas e indispensables para el estudio efectivo, sobrio y sabio, y para la comprensión adecuada de nuestro personaje, Jesús de Nazaret, son las siguientes: fuentes antiguas de dichos de Jesús, los cuatro evangelios canónicos (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), y el evangelio gnóstico de Tomás que, aunque es posterior, guardó algunos de los dichos antiguos de Jesús. Ese cuerpo literario se convertirá en el material literario primario en el estudio de la figura histórica de Jesús y para la comprensión de sus actividades en un singular contexto geográfico, religioso, político e histórico en las antiguas regiones de Judea, Samaria y Galilea.

Desde muy temprano en la historia, en el siglo 2 d.C., las tradiciones cristianas relacionaron estos evangelios canónicos con varios personajes importantes de la cristiandad incipiente. Dos de estos evangelios se relacionan con discípulos directos de Jesús (p.ej., Mateo y Juan), y los otros dos se asocian con líderes destacados de las primeras comunidades cristianas y protagonistas indiscutibles de las primeras manifestaciones de la fe: el Evangelio de Marcos con Pedro, y el de Lucas con el apóstol Pablo. De esta forma se le brindaba a esos cuatro evangelios canónicos no solo un sentido de antigüedad y firmeza histórica, sino que se ponía de relieve la autenticidad teológica.

Los primeros tres evangelios (Mateo, Marcos y Lucas), a diferencia del cuarto (Juan), se denominan como sinópticos. Esa descripción es una manera de afirmar y destacar que se disponen generalmente en formas literarias similares y en temas paralelos, con un orden parecido, aunque con frecuencia esas similitudes se manifiestan también en los detalles de los relatos.

El Evangelio de Marcos, por ejemplo, pone de manifiesto una innovación literaria y teológica de grandes repercusiones para la cultura de Occidente: representa, posiblemente, la primera vez que se redacta un tipo de itinerario de la vida y la obra de Jesús de Nazaret, desde los relatos de su predecesor profético, Juan el Bautista, hasta las afirmaciones de su resurrección a las mujeres que llegaron a la tumba y la descubrieron vacía. Y es en este evangelio que se indica claramente, que este tipo de obra en torno al fundador del cristianismo se debe denominar «evangelio» (Mc 1.1).

Lucas, por su parte, escribe una obra en dos volúmenes, con una audiencia griega en mente, que incluye, no solo el evangelio de Cristo, como Marcos y Mateo, sino que presenta una narración de las actividades de algunos discípulos y líderes cristianos, luego de la pasión y posterior a las afirmaciones en torno a la resurrección (Hechos de los apóstoles). Para Lucas, el evangelio de Jesús tenía implicaciones para el mundo conocido, pues lleva su narración desde los relatos del nacimiento, hasta la llegada del evangelio, con el apóstol Pablo, a Roma, la capital del imperio. Lucas toma materiales no solo de Marcos sino de otras fuentes antiguas, y añade algunas informaciones que no se incluyen en el resto de los evangelios.

Juan no sigue el estilo literario ni las prioridades teológicas de los tres evangelios previos, y desarrolla su propia presentación del Señor. La lectura de este evangelio pone de manifiesto su gran carga teológica, y revela que Jesús viajó a Jerusalén en diversas ocasiones con motivo de varias fiestas judías. De singular importancia en este evangelio es la prioridad que tiene el episodio de la cena de la Pascua final del Señor con sus discípulos, que ocupa casi una cuarta parte de todo el evangelio (Jn 13—17).

Aunque el tono principal de las narraciones de Juan es teológico, se pueden descubrir datos históricos de gran significación para la comprensión adecuada de Jesús, particularmente las informaciones que provienen de las narraciones de la pasión. Como Marcos, Juan comienza su evangelio con la figura egregia y significativa de Juan el Bautista, y al igual que Mateo y Lucas, culmina su obra con las apariciones extraordinarias del Cristo resucitado.

De importancia capital en el Evangelio de Juan es el comienzo mismo de su obra, pues brinda una serie especial de detalles teológicos que posteriormente elaborará en sus reflexiones. Se trata de un himno maravilloso al Cristo eterno de Dios, que es, en efecto, el Verbo divino encarnado. Este poema magistral, dedicado a la Palabra que se humanizó, pone claramente de manifiesto el poder del amor divino y la virtud de la misericordia de Dios que se manifiesta de forma clara, firme, extraordinaria y libre en medio de la humanidad (Jn 1.1-5).

En el principio ya existía el Verbo,

y el Verbo estaba con Dios,

y el Verbo era Dios.

Él estaba con Dios en el principio.

Por medio de él todas las cosas fueron creadas;

sin él, nada de lo creado llegó a existir.

En él estaba la vida,

y la vida era la luz de la humanidad.

Esta luz resplandece en las tinieblas,

y las tinieblas no han podido extinguirla.

Otras fuentes neotestamentarias

En nuestra evaluación de la cristología, se pueden identificar, aparte de los evangelios canónicos, en el resto del Nuevo Testamento, una serie de palabras dispersas y mensajes de Jesús, que contribuyen positivamente en nuestra comprensión del famoso predicador y maestro galileo. Esas palabras y enseñanzas revelan el entendimiento que tenían en torno a Jesús las primeras comunidades cristianas, y de esta forma se amplía el aprecio de nuestra figura protagónica.

Posiblemente, una de las palabras más conocidas y famosas de Jesús, fuera de los evangelios canónicos, es la que se incluye en el discurso del apóstol Pablo a los líderes de la iglesia en Éfeso: Hay más dicha en dar que en recibir (Hch 20.35). Esa importante afirmación ética, pone en evidencia clara que podemos encontrar algunas palabras y enseñanzas de Jesús en otros libros neotestamentarios que no sean los evangelios.

En las cartas paulinas, por ejemplo, aunque no se incluye ninguna cita directa de Jesús, se alude de forma explícita al mensaje del Señor en torno al tema del divorcio, que se presenta en el Evangelio de Marcos (10.6-9,11-12). La directriz es firme y clara: Las personas no deben separarse de sus cónyuges; sin embargo, si tuvieran que hacerlo, deben intentar primeramente la reconciliación y no deben volverse a casar (1 Co 7.10-11).

Otra referencia a los mensajes de Jesús en la literatura paulina es la instrucción referente a que los misioneros cristianos: Deben vivir de lo que generan en sus trabajos (véase Mc 10.10 y Lc 10.7; cf. 1 Co 9.14). Además, en esa misma primera carta a la comunidad de creyentes que se reunían en la ciudad de Corinto (11.23-25), el apóstol Pablo hace referencia, con algunas variaciones, a las palabras que Jesús pronunció con motivo de la última cena en Jerusalén con sus discípulos, poco antes de su encarcelamiento, tortura, muerte y resurrección (Lc 22.19-20; Mt 26.26-29; Mc 14.22-25). También en la primera epístola a la iglesia que estaba ubicada en Tesalónica (1 Ts 4.15-17), el apóstol o sus discípulos atribuyen a las instrucciones y enseñanzas del Señor las declaraciones en referencia a la resurrección de los muertos al final de la historia, en los tiempos escatológicos, cuando el Señor mismo venga en gloria a encontrarse con su comunidad de fieles.

De singular importancia teológica e histórica son las enseñanzas paulinas que se incluyen al final de la Primera carta a los corintios (1 Co 15.3-8). Se trata de un tipo de resumen de la muerte de Jesús y de las apariciones posteriores de Cristo, en las que se identifican a varias personas que vieron vivo al Resucitado, es decir, que fueron testigos oculares de estos eventos tan significativos para los creyentes. Por ejemplo, Cefas o Pedro, los Doce, quinientos hermanos al mismo tiempo, Santiago, y finalmente a Pablo mismo. Este es un pasaje de gran importancia para nuestro estudio y análisis, pues se identifican personas concretas y específicas como testigos presenciales del evento de la resurrección.

En otros pasajes del Nuevo Testamento, particularmente en las cartas paulinas, la Epístola de Santiago y la Primera carta de Pedro, aparecen algunas alusiones y referencias directas e indirectas a diversas palabras de Jesús. Aunque no se dice explícitamente que provienen del Señor, tenemos noticias de estas enseñanzas en las narraciones que aparecen en los evangelios canónicos. A modo de ejemplo, identificamos las siguientes: el llamado a amar al prójimo (véase Ro 13.9; Gl 5.14; Stg 2.8; cf. Mt 22.39; Mc 12.31; Lc 10.27); la exhortación a la oración confiada y segura (véase Stg 1.6; cf. Mc 11.24); el reclamo a no juzgar a los demás, para evitar ser juzgados de la misma forma (véase Stg 4.12; cf. Mt 7.1; Lc 6.37); el mensaje de las virtudes y los valores del sufrimiento por causa de la justicia (véase 1 P 3.14; cf. Mt 5.10); y la importancia de las buenas obras en la vida de los creyentes (véase 1 P 2.12; cf. Mt 5.16).

Los padres apostólicos

Los escritos cristianos no canónicos que proceden de los años finales del primer siglo y de la mitad inicial del segundo, se identifican como los documentos de los padres apostólicos. Estos escritos, en ocasiones, contienen algunos episodios y varias palabras y mensajes de Jesús, que les llegaron de alguna tradición oral antigua o por medio de varios documentos que no son en la actualidad necesariamente conocidos. Aunque el número de los casos no es mucho, ponen claramente de manifiesto que todavía a mediados del siglo segundo de la era cristiana, circulaban entre los creyentes y en las comunidades de fe, varias tradiciones orales, a la par de las literarias.

Un buen ejemplo de estos documentos se conoce como la Didajé, o Enseñanza de los apóstoles