Juana de Arco - Régine Pernoud - E-Book

Juana de Arco E-Book

Régine Pernoud

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Beschreibung

Durante la fase final de la Guerra de los Cien Años, que enfrentó a los reinos de Francia e Inglaterra entre los años 1337 y 1453, probablemente no exista ningún personaje sobre el que estemos mejor y más documentados que sobre Juana de Arco. Esta breve biografía está compuesta casi en su totalidad por testimonios de la época. Permite precisar los marcos personales, políticos, militares, jurídicos, religiosos y literarios en los que se sitúa el personaje, de la mano de una medievalista mundialmente reconocida.

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RÉGINE PERNOUD

JUANA DE ARCO

Breve biografía

EDICIONES RIALP

MADRID

Título original: Petite vie de Jeanne d'Arc

© 2017 Groupe Elidia, Éditions Artège.

© 2024 de la versión española realizada por Miguel Martín

by EDICIONES RIALP, S. A.,

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

Preimpresión: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-6664-8

ISBN (edición digital): 978-84-321-6665-5

ISNI: 0000 0001 0725 313X

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

ÍNDICE

Prólogo

1. En mi país me llamaban Jeannette

2. Y cuando vine a Francia me llamaron Jeanne

3. Llevadme a Orleans, os mostraré el signo para el que he sido enviada

4. Vos seréis lugarteniente del Rey de los Cielos que es rey de Francia

5. Un año, apenas más

6. Toda luz no viene solo por vos

7. Jesús

8. Esta niña cándida y este jefe triunfante

Navegación estructural

Cubierta

Portada

Créditos

Índice

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Notas

Prólogo

Juana de Arco, todos conocemos su historia. Es tan conocida que se tiende a creer que se sabe todo sobre ella antes de haberla estudiado; ¿no basta con haber leído en el colegio algún manual elemental para estar informado?

Además, se han escrito sobre ella muchas obras, y apenas pasa un año sin que aparezca alguna más. No hay más que elegir. Con tal de que se elija bien.

Porque, precisamente, la historia de Juana, en su simplicidad, plantea a cuantos la evocan una multitud de preguntas. Cuando, para el Centre Jeanne-d’Arc de Orleans, creamos el programa destinado a digitalizarla, nos dimos cuenta de que para tratar el conjunto de las preguntas que podían plantearse, tendríamos que prever no solo el marco personal —orígenes, familia, ascendencia, etc.—, sino también el marco político: las circunstancias de su llegada; el marco militar, puesto que ella emprendió combates; el marco jurídico, pues fue juzgada; religioso, pues se trataba de un tribunal de la Inquisición; literario, pues su irrupción en la Historia ha suscitado una multitud de poemas, crónicas, piezas de teatro y películas; eso, sin hablar de las obras de erudición y de historia propiamente dichas.

Todo para una carrera que discurre en dos años. Dos años. Dos años en un periodo caracterizado por lo que se llama la guerra de los Cien Años…

Aún quedará lo que escapa a la informática: la emoción ante esta muchachita que obtiene a los diecisiete años victorias decisivas, que cambian la faz de Europa, y muere quemada viva a los diecinueve años. La extrañeza también de una vocación que rechaza obstinadamente atribuirse a ella misma cualquier gloria o mérito, sino que todo lo refiere a Dios. Y ahí no hay respuesta posible, salvo la que conduce a un infinito siempre presente en la libertad humana.

Lo que sigue siendo sorprendente es el número de autores, y de obras, que a propósito de Juana de Arco se dedican a hipótesis y suposiciones, todas más o menos gratuitas, y vuelven la espalda a la Historia. Pues sin duda no hay un personaje, en todo caso del siglo xv, sobre el que estemos mejor y más abundantemente documentados. Ella ha asombrado a sus contemporáneos tanto como nos asombra a nosotros, de ahí las crónicas, memorias, cartas que hablan de ella. Sobre todo, al juzgarla, Pierre Cauchon y los demás universitarios que colaboran con el invasor no sospechaban que nos preparaban el documento más destacado de Historia: el texto del proceso de condena (1431), con sus preguntas y las respuestas de Juana, proporcionando sobre su persona un testimonio tanto más convincente por cuanto fue preparado por sus adversarios, decididos a conducirla a la hoguera. Luego, dieciocho años más tarde, cuando el rey de Francia Charles VII consigue expulsar al enemigo de Rouen, comienza otro proceso, llamado «de rehabilitación»: se interroga a todos los que han conocido a la heroína para saber si su condena como herética estaba o no justificada; unos 115 testigos declaran, cuentan sus recuerdos, dicen lo que saben de ella: magnífica fuente que nos da en directo la impresión que ella producía.

Ahí está la Historia, en los documentos contemporáneos, no en los cerebritos de novelistas que, incapaces de inventar personajes de suficiente estatura —no todo el mundo se llama Balzac, o Dumas—, pegan la etiqueta Juana de Arco sobre el pobre maniquí que ellos han imaginado.

Esta breve biografía de Juana de Arco que presentamos estará compuesta en casi su totalidad por los testimonios del tiempo, a los que será fácil dirigirse si se desea comprobarlos. Toca a cada lector, puesto ante la Historia, hacerse una idea personal de esta muchacha sublime y singular en sentido propio. [En adelante, la llamaremos Jeanne d’Arc, su nombre original].

1. En mi país me llamaban Jeannette

El pueblo donde nació Jeanne d’Arc, Domrémy se sitúa en las “marcas de Lorena”, es decir, en la frontera del Barrois, y de esta provincia de Lorena entonces casi independiente, lo que motivará el apodo de “Jeanne la bonne Lorraine” en el famoso poema de François Villon. Las fronteras, en verdad, siguen aún un poco indecisas en la época en que nació Jeanne, es decir, muy probablemente el año 1411 o quizá 1412, según la tradición, en la noche de Epifanía, el 6 de enero. En su interrogatorio en Rouen, Jeanne, después de haber declarado que dirá bajo juramento todo lo que concierne a su padre y su madre, los nombrará así: «Mi padre se llamaba Jacques d’Arc y mi madre Isabelle». Luego, en el curso del proceso que se llama siempre «de rehabilitación», varios testigos interrogados en Domrémy atestiguarán también sus orígenes, su nacimiento, su bautismo. Entre otros, el que había sido su padrino, Jean Moreau, un labrador (campesino) de Greux, pueblo muy cercano de Domrémy, donde se encuentra la iglesia principal que reúne las dos parroquias: «Jeannette […] ha sido bautizada en la iglesia de Saint-Rémy, parroquia de este lugar. Su padre se llamaba Jacques d’Arc y su madre Isabellette, en vida campesinos en Domrémy […]. Eran buenos y fieles católicos y buenos labradores, de buena reputación y honesta conversación […]. Yo fui uno de los padrinos de Jeanne».

La gente de Domrémy fue así interrogada en el mes de enero de 1456 sobre la heroína, célebre ya entonces en todo el mundo conocido. Ellos la vieron crecer y vivieron a su lado durante dieciséis o diecisiete años, la mayor parte de la existencia de “Jeannette”, muerta a los diecinueve años. ¿Era peleona? ¿Un «marimacho»? ¿De una vivacidad inquietante?

Decepción. Para la gente de Domrémy, Jeannette era «como las demás». «Trabajaba con gusto, vigilaba la comida del ganado, se ocupaba alegremente de los animales, de la casa de su padre, hilaba y realizaba los trabajos de la casa», declara uno de sus compañeros de infancia, Colin, hijo de Jean Colin. «Hasta el momento en que dejó la casa de su padre, iba al arado y guardaba a veces los animales en los campos y hacía labores de mujer, hilar y todo lo demás», dijo su padrino ya citado. «La casa de mi padre estaba casi contigua a la de Jeannette —cuenta su amiga Marguerite, llamada Mengette—. Y yo conocía a “Jeannette la Pucelle”, pues a menudo hilaba en su compañía y hacía con ella las demás labores de la casa, día y noche». Otra amiga, bien conocida por los poemas de Péguy, Hauviette, precisa: «Jeane era buena, sencilla y dulce muchacha. Iba a menudo a la iglesia y a los lugares santos […]. Se ocupaba como lo hacen las demás jóvenes, hacía las labores de la casa e hilaba, y a veces, como yo he visto, guardaba los rebaños de su padre». Un rasgo destacado por todos: «Jeanne iba con gusto a la iglesia y frecuentaba los lugares santos». Es lo que dice también uno de sus compañeros, Michel Lebuin. Y con él, todos confirman su piedad: «Jeanne era de buena conducta, devota, paciente, iba con gusto a la iglesia, a gusto se confesaba; daba limosna a los pobres cuando podía».

Al hilo de las evocaciones, una palabra vuelve constantemente: volontiers (con gusto). «Ella trabajaba volontiers, se ocupaba volontiers de los animales, iba a menudo y volontiers a la iglesia y a los lugares santos, daba volontiers y por amor de Dios lo que tenía… Volontiers. Volontiers». Esto indica un dinamismo, una jovialidad que parece, en efecto, caracterizando a Juana a través de toda su existencia.

En cuanto al papel desempeñado en los acontecimientos que afligieron entonces a todo el país, también nos llega un eco. Hasta estas regiones fronterizas se sienten, de hecho, la división entre Armañacs y Burguiñons. Estos últimos se han puesto, siguiendo a su duque, del lado del ocupante: porque Francia era entonces un país conquistado, desde Normandía hasta el Loira, desde esta fecha de 1415 —Juana tenía entonces tres años— que fue la del desastre de Azincourt. El rey de Inglaterra, Henri V, volviendo a la política de su padre —el cual había destronado y hecho morir al último descendiente legítimo de los Plantagenets, Richard II—, deseaba conseguir en Francia sus propias victorias para consolidar su trono, aprovechándose para eso del desconcierto de un país cuyo soberano, Charles VI, se había vuelto loco, lo que suscitaba a su alrededor toda suerte de ambiciones y rivalidades. Quienes enfrentaron a los duques de Borgoña y a los príncipes de Orleans habían producido ya un asesinato, el del príncipe Luis de Orleans, hermano del rey, caído el 23 de noviembre de 1407 bajo el puñal de los asesinos pagados por su primo Juan sin Miedo. Cuando la invasión, este se había puesto del lado inglés, mientras que los partidarios de la casa de Francia se agrupaban bajo la etiqueta de Armañacs, nombre del suegro de Charles, hijo de Luis de Orleans. Este término de Armañacs subraya por otra parte la fidelidad y el apoyo constante que la Francia del Midi (del sur), permaneciendo fiel a la dinastía legítima, se enfrentará a los invasores.

Y si nadie en Domrémy podía imaginar que estas luchas sangrientas iban a ser protagonizadas por “Jeannette”, al menos se sentían en estas regiones lejanas los contragolpes de la guerra: los de Domrémy en general habían adoptado el partido del rey de Francia, mientras que en el pueblo cercano de Maxey los campesinos se sentían «Borgoñones», lo que prueba que hasta en las más pequeñas aldeas la división entre franceses era profunda. Así nacían las disputas de las que se volvía «a veces muy herido y sangrando».

Por lo demás, no faltan los episodios guerreros. La misma Jeanne —con catorce o quince años, pues esto pasa en 1428— será arrastrada en el éxodo de la gente de Domrémy y del cercano pueblo de Greux hacia la ciudad fortificada más próxima, la de Neufchâteau. Allí acude todo el mundo, bestias y gente, con gran prisa, pues se ha sabido que la poderosa fortaleza de Vaucouleurs, cuyo capitán, Robert de Baudricourt, está por el rey de Francia, va a ser asediada por el gobernador de Champagne, a sueldo del duque de Borgoña, Antoine de Vergy. «Todos los habitantes de Domrémy huyeron —dice un testigo, el cura de la parroquia vecina, llamado Dominique Jacob—, hombres de armas llegaron a Neufchâteau y entre ellos Jeannette venía también, con su padre y su madre, y siempre en su compañía».

Eso, en el tranquilo paisaje de la «Meuse endormeuse» (el Mosa durmiente), cuya calma no se altera más que por los retozos de la juventud del país, en la primavera por ejemplo, cuando la nieve ya no cae y los árboles reverdecen; es así como en el cuarto domingo de Cuaresma en que se canta «Laetare Jerusalem», al acercarse las fiestas pascuales, muchachas y muchachos van a bailar y cantar cerca del árbol que se llama «el Árbol de las Damas» o «Árbol de las Hadas», llevan panes y nueces para comer bajo el árbol y van a beber a una fuente, la fuente de Rains, cuya agua se dice que aporta la salud. Fiesta tradicional de orígenes que se remontan a un lejano folklore.

Pues parece que, en estas inocentes distracciones, Jeannette, a pesar de ese entusiasmo personal que la lleva a hacerlo todo «volontiers», solo toma parte lo menos posible. «He cantado más que bailado», dice después en una evocación llena de frescura y de poesía de las distracciones primaverales de su país.

El caso es que, en esta infancia «como las demás», algo pasó que ella misma cuenta con toda sencillez: «Cuando llegué a la edad de unos trece años, tuve una voz de Dios para ayudar a gobernarme. Y la primera vez me dio mucho miedo. Y vino esta voz, en el tiempo de verano, en el huerto de mi padre alrededor del mediodía […]. Oí la voz desde el lado derecho, hacia la iglesia. Y raramente la entendí sin claridad. Esta claridad viene del mismo lado del que se oye la voz. Hay por lo común una gran claridad […]. Después de haber oído tres veces esta voz, he comprendido que era la voz de un ángel […]. Me ha enseñado a portarme bien, a frecuentar la iglesia. Me ha dicho que era preciso que yo, Jeanne, fuese a Francia…». A las preguntas que se le hacen, ella responde luego: «La primera vez dudé mucho si era san Miguel quien venía a mí, y esta primera vez tuve mucho miedo. Y lo he visto luego varias veces antes de saber que era san Miguel… Antes que nada me decía que fuese buena hija y que Dios me ayudaría, y entre otras cosas, me ha dicho que fuese en socorro del rey de Francia… Y el ángel me decía la pena en que estaba el reino de Francia».

«Alrededor de trece años», dice ella, evocando esta llamada. La primera visión debió aparecérsele en 1424 o 1425. La mantendrá en secreto, sin hablar con nadie, hasta 1428, cuando, no aguantando más, irá a ver en Vaucouleurs al capitán Robert de Baudricourt, el cual defiende obstinadamente su fortaleza en nombre del rey de Francia.

Y Jeanne añade que, justo después de haber oído la voz, «prometió conservar su virginidad tanto tiempo como quisiera Dios». Respuesta espontánea a la llamada de Dios: permanecerá virgen, autónoma, sin depender en cuanto a su persona más que del mismo Dios. Es la respuesta, a través de los tiempos, de la virgen consagrada, desde la primitiva Iglesia, cuando Inés, Cecilia, Anastasia preferirán exponerse al hierro del verdugo o a los dientes de las fieras en el circo antes que traicionar la completa entrega de su persona hecha a Dios, por quien son llamadas.

En el entorno de Jeanne, alguien ha tenido el sentimiento de su singular destino: su padre. «Mi madre me dijo muchas veces, declara ella, que mi padre le había dicho que había soñado que yo, Jeanne, su hija, me iría con gentes de armas […]. Y he oído decir a mi madre que mi padre decía a mis hermanos: “Verdaderamente, si hubiese sabido esta cosa que temo a propósito de mi hija, preferiría que vosotros la ahogaseis. Y si no lo hicieseis la ahogaría yo mismo”». Sueño premonitorio que Jacques d’Arc apenas podía interpretar de otra manera que en el peor de los sentidos: su hija Jeanne iba a ser una de esas muchachas que siguen a los ejércitos. Así que padre y madre han debido quedar satisfechos al saber que a su Jeannette la pedían en matrimonio. Por un pretendiente muy pronto furioso al verse rechazado ante el oficial de Toul, que pretendía que ella le había prometido esponsales, cosa que en la época era considerada como un verdadero compromiso. Episodio pasajero que no dejó mucha huella en el espíritu de Jeanne: «Fue él quien me hizo citar, y allí he jurado ante el juez decir la verdad. Y finalmente, él declaró que yo no había prometido nada a este hombre».

Jeanne es una muchacha como las demás, capaz de inspirar amor, pero decidida, por su parte, a no darse a nadie. La llamada que ha oído la consagra únicamente al servicio de Dios.

2. Y cuando vine a Francia me llamaron Jeanne

El tiempo de las pruebas llegó. Jeannette se convertirá en Jeanne, y para nosotros Jeanne d’Arc. Sus contemporáneos, subrayémoslo, no la llamarán más que «Jeanne la Pucelle» (la virgen).