Soltero y millonario - Victoria Pade - E-Book

Soltero y millonario E-Book

VICTORIA PADE

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

De las revistas de sociedad… ¡directo a sus brazos! El empresario Joshua Cantrell pensó que el último lugar donde alguien intentaría encontrarlo sería en el diminuto pueblo de Northbridge, Montana. Joshua esperaba poder visitar de incógnito el campus universitario de su hermana; no podía permitir que los medios de comunicación se enteraran de que ella estudiaba allí. Necesitaba una historia que le sirviera de tapadera y la necesitaba rapidamente. La consejera de la universidad Cassie Walker estuvo a punto de echarse a reír; nadie podría creer que un bombón rico y famoso como Joshua Cantrell pudiera tener nada que ver con una chica normal y corriente como ella. Pero ahora que había empezado a hacerse pasar por su novia, Cassie sabía que iba directa hacia el desengaño... a menos que pudiera deslumbrar con sus encantos al soltero más deseado del país…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 237

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2006 Victoria Pade

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Soltero y millonario, n.º 1704- junio 2018

Título original: Celebrity Bachelor

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-9188-172-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Cassie, necesito que me ayudes en un tema un poco especial.

A Cassie Walker la habían llamado a casa para que se presentara de inmediato en el despacho del decano de la universidad de Northbridge. Eran las ocho de la tarde de un domingo y todo el asunto había despertado su curiosidad.

—Muy bien —respondió con poca seguridad.

—Quiero que sepas que hablo en nombre del alcalde McCullum y en el mío propio, porque es de su interés y del interés de todo Northbridge.

—Ya —repuso ella esperando a que el decano se explicase mejor.

—¿Conoces a Alyssa Johansen?

La Universidad de Northbridge era privada y estaba ubicada en la ciudad del mismo nombre, en el estado de Montana. Sólo había doscientos treinta y siete alumnos matriculados allí. Cassie había sido tutora académica y coordinadora de los consejeros de las residencias durante cuatro años, desde que terminara sus estudios de postgrado. Conocía a todos los estudiantes, al menos de vista.

—Alyssa Johansen —repitió mientras reflexionaba—. Sí, éste es su primer año y no es de Northbridge.

Si recordaba a la joven de dieciocho años era exactamente porque no era de allí. Recibían a muy pocos estudiantes de fuera de Montana.

—He hablado con ella en un par de ocasiones durante este semestre, pero no puedo decir que la conozca demasiado. Sólo han pasado tres semanas desde el comienzo de curso. Lo único que sé es que se comporta bien y no ha supuesto ningún problema en la residencia.

No tenía ni idea de qué le iba a pedir el decano. Alyssa era una joven bella y vivaz, con una preciosa melena oscura.

—Su verdadero nombre no es Alyssa Johansen —le dijo entonces el decano Reynolds como si estuviera revelándole un secreto de estado.

—¿Quién es, entonces?

—Se llama Alyssa Cantrell —repuso el decano poniendo énfasis en el apellido.

—Alyssa Cantrell —repitió ella sorprendida—. ¿Como Joshua Cantrell?

—Sí —le confirmó Reynolds.

Todo el mundo sabía quién era Joshua Cantrell. Era imposible no hacerlo. Aparecía continuamente en las portadas de las revistas y en los periódicos. Era el Rockefeller de las zapatillas deportivas. Así lo llamaba la prensa.

—Alyssa se matriculó como Alyssa Johansen para mantener su intimidad y experimentar la vida universitaria como cualquier otra chica de su edad —le explicó el decano—. Muy pocos conocemos su verdadera identidad. Es la hermana pequeña de Joshua Cantrell. Se llevan bastantes años. Él la crió. La prensa los persigue constantemente.

El decano se quedó callado unos instantes para añadir dramatismo a su discurso.

—Hemos conseguido mantener alejados a los fotógrafos de momento. Es muy importante para ella y su hermano que no se sepa que está aquí. Pero, como sabes, mañana empieza la semana de los padres. Muchos familiares de los estudiantes llegarán hoy mismo.

—Sí, lo sé.

—Habíamos pensado en pedirle a Kirk Samson que hiciera lo que al final te voy a pedir a ti. Después de todo, él se encarga de la recaudación de fondos para la universidad. Pero, esta misma tarde y mientras cortaba las ramas de unos árboles en su jardín, se cayó de la escalera y se ha hecho daño en la espalda. Han tenido que llevarlo a urgencias. Le han hecho una radiografía y su mujer nos llamó hace sólo una hora para comentarnos que está tomando analgésicos y relajantes musculares. No podrá trabajar durante al menos una semana.

—Vaya, ¡cuánto lo siento!

—Así que tenemos que ponerte al corriente deprisa.

—¿Sobre qué?

—Como te he dicho, es importante que Alyssa tenga una vida universitaria lo más normal posible. Su hermano estará aquí esta semana, en vez de sus padres. Están muy unidos. Está intentando despistar a la prensa y, de momento, lo ha conseguido, pero necesito que tú le enseñes las instalaciones. Quiero que seas su acompañante personal.

Aquello le sonó a Cassie un poco mal y el decano, que también debió de darse cuenta de ello, se apresuró a explicarse mejor.

—Lo que necesitamos es que seas la representante de esta universidad. No puede ser un alto cargo de la misma, como el presidente del consejo o yo mismo. Creemos que eso atraería la curiosidad sobre él y acabaría arruinando lo que está haciendo para conseguir que la prensa no lo encuentre. Pero queremos que alguien esté con él casi todo el tiempo, haciendo de guía privada en el campus y en la ciudad. Queremos que se sienta como en casa, cómodo y que vea que es parte de la familia de Northbridge.

—Pero sabes que acabo de mudarme —repuso ella—. Todas mis cosas están en cajas. Tengo que comprarme muebles e instalarme. Pensaba invertir cada minuto libre a esa tarea.

—Ya sé que estás muy ocupada —le dijo el decano—. Pero no es tan importante si desempaquetas esta semana o la próxima, ¿verdad? Lo crucial ahora mismo es que Joshua Cantrell tenga un trato personal para que obtenga una buena impresión de la universidad y la ciudad.

—No sé —repuso Cassie de mala gana.

No le hacía ninguna gracia tener que hacer aquello. Y no era sólo por la mudanza.

—Te necesitamos —insistió él—. Tú eres de aquí y representas este sitio mejor que nadie. Eres como nosotros. Sin brillos ni destellos. Eres exactamente la persona que debería representarnos.

No entendía muy bien lo que había querido decir con lo de brillos y destellos. Pero estaba segura de que no lo tenía. Era algo que tenía muy claro y que le había costado muy caro.

Creía que era verdad. Cualquiera podía ver que era una mujer sencilla y llana. Eso hacía que le incomodara aún más tener que tratar con alguien como Joshua Cantrell, que personificaba todo lo contrario. Además, el decano pretendía que lo impresionara, pero no se veía capaz.

—Creo que deberías pedírselo a otra persona —le dijo—. Estoy segura de que os decepcionaría…

—Necesitamos a alguien agradable y que conozca muy bien este sitio. Una persona hospitalaria.

Eso significaba que iba a tener que acompañar a alguien famoso. Un hombre muy atractivo, experimentado y rico. Sabía que se sentiría muy incómoda con él. Ese hombre no haría más que recordarle continuamente lo sencillas y poco atractivas que eran ella y su vida.

El decano debió de darse cuenta de que ella iba a seguir resistiéndose.

—En serio, Cassie, estamos en un buen aprieto. Estoy seguro de que eres la persona más indicada para este trabajo. Eres la tutora de su hermana, así que no parecerá extraño que vayas con él. Eres discreta y modesta…

El decano acababa de recordarle otra de sus cualidades, para desdicha de Cassie. Creía que era lo más opuesto a Joshua Cantrell que podía haber encontrado.

—Y te lo pido como un favor personal. Por favor, Cassie —añadió el decano.

Él había movido cielo y tierra para conseguirle ayudas y becas para que pudiera completar sus estudios de postgrado y su máster. Sabía que Cassie provenía de una familia que no podía sufragar sus estudios. Tenía mucho que agradecerle y ahora no podía a negarse a ayudarlo.

—Bueno, supongo que puedo enseñarle este sitio —consintió de mala gana.

—Muy bien —repuso el decano satisfecho—. ¿Podrías empezar ahora mismo? Joshua Cantrell está en la sala de profesores con su hermana y quiero presentártelo. Quiero que lo acompañes hasta la cabaña del anterior rector. La hemos reformado y limpiado para que pueda hospedarse allí.

—¿Quieres presentármelo ahora mismo? —preguntó ella alarmada.

Nunca salía de casa tal y como iba en ese instante, pero se había pasado todo el fin de semana haciendo la mudanza. Cuando el decano la llamó con urgencia, le dijo que antes tenía que cambiarse, pero él le había dicho que sabía lo de la mudanza y que no se preocupara por su presencia. Así que hizo lo que le pedía.

Los vaqueros tenían un roto a la altura de la rodilla. Llevaba también una camiseta amarilla y unas zapatillas de deporte que no eran de la marca de Cantrell. Su melena corta castaña estaba recogida en una cola de caballo y no llevaba nada de maquillaje.

No estaba vestida como para conocer a nadie, y menos aún a un pez gordo como Joshua Cantrell. Pero parecía que no le iba a quedar más remedio.

—Cantrell y su hermana están solos en la sala de profesores y ya los he tenido esperando durante demasiado tiempo. Tengo que acudir después a la casa del alcalde para asistir a una cena que ha organizado con algunas personalidades de Billings.

—Ah…

El decano se levantó y se acercó a donde estaba ella. Los dos salieron del despacho. Cuando quiso darse cuenta de lo que pasaba, iba ya escaleras arriba hasta las otras oficinas.

—Sólo queremos que a Cantrell le guste este sitio, la universidad y todos los ciudadanos de Northbridge —le comentó él mientras andaban—. Queremos que se deje llevar por el encanto de esta ciudad. Eso es todo lo que el alcalde y yo queremos conseguir.

Cassie no podía hablar. Asintió sin palabras. Estaban ya frente a la puerta de la sala de profesores.

Se vio reflejada en la puerta de cristal e hizo una mueca de desagrado.

Esperaba que Joshua Cantrell le echara un vistazo y pensara que era una chica de provincias, pero pensó que con ese aspecto creería que era una pueblerina. Su autoestima estaba por los suelos.

El decano Reynolds debió de darse cuenta de lo mal que se encontraba.

—No te preocupes. Lo harás fenomenal.

Ni siquiera pudo sonreír. Su experiencia le decía que no lo iba a hacer bien.

Pero no quería pensar en ello porque en ese instante el decano abrió la puerta y ya no había vuelta atrás.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Lo primero que vio de Joshua Cantrell fue la parte de atrás. Él y su hermana estaban frente a la ventana, al otro lado de la sala de profesores.

La chica que Cassie había conocido como Alyssa Johansen y que ahora sabía que se apellidaba Cantrell estaba señalando algo a su hermano. No debieron de oír al decano llamar a la puerta, porque ninguno de los dos se giró.

Por muy buena que fuera la vista desde la ventana, Cassie supo que no podía ser mejor que la que tenía ella en ese instante. Su ancha espalda, enfundada en una chaqueta de cuero, sus estrechas caderas, apretado trasero y largas piernas conformaban un paisaje que no iba a poder olvidar fácilmente.

El decano carraspeó para llamar su atención. Esa vez lo oyeron y se giraron.

No había pensado que ver a Joshua Cantrell fuera a impactarle tanto como lo hizo. Se quedó parada y no podía quitarle la vista de encima.

Durante los últimos meses, todas las fotos que había visto de él en la prensa mostraban a un Joshua Cantrell con el pelo largo y barba. Parecía más un leñador que un miembro de la alta sociedad. Mientras subía a la sala de profesores, se había imaginado que se encontraría con un hombre con aspecto de troglodita, pero lo que tenía delante en ese instante era todo lo contrario. Se había cortado su pelo negro y estaba afeitado.

—Siento interrumpirlos —dijo el decano disculpándose—. Joshua Cantrell, quería presentarle a Cassie Walker.

—Perdonen mi aspecto —añadió ella de inmediato—. No suelo ir vestida así cuando trabajo en el campus, pero me he pasado todo el día transportando cajas hasta mi nueva casa y estaba haciéndolo cuando me llamó el decano para que viniera. No me comentó por teléfono lo que pasaba y…

Se detuvo en mitad de la frase. No sabía qué le pasaba. Estaba tan nerviosa que se había puesto a hablar sin más, a dar explicaciones que nadie necesitaba.

Estaba delante del hombre más guapo que había visto en su vida y se sentía fatal por el estado de su pelo y su ropa. Él era todo un adonis y ella parecía una indigente.

Era perfecto, no había nada en su rostro que lo afeara. Tenía una barbilla cuadrada y una mandíbula prominente. Sus labios eran gruesos y sensuales. Y una nariz recta y muy masculina. Pero lo que más le llamó la atención fueron sus ojos, de un gris plateado y cristalino.

Joshua Cantrell miró al decano después de escuchar la explicación de Cassie.

—¿Hizo que dejara lo que estaba haciendo un domingo por la tarde sólo para venir y conocerme?

—No, no pasa nada —intervino ella—. No me importó. Lo que ocurre es que no tenía ni idea de que iba a tener que conocer a alguien como usted… —añadió empeorando aún más las cosas—. No sabía que iba a conocer a nadie nuevo —se corrigió—. De haberlo sabido me habría cambiado.

—Estás bien —dijo Alyssa—. Como nosotros.

Cassie se dio cuenta entonces de que era cierto. Alyssa llevaba vaqueros y una camiseta. Y su hermano una camisa verde bajo la chaqueta de cuero.

—Es verdad, está bien —confirmó Cantrell.

La miró con una sonrisa que podía conseguir que a cualquiera se le acelerara el corazón.

—Bueno, sea como sea. Encantada de conocerlo, señor Cantrell.

—Lo mismo digo. Pero, por favor, llámame Joshua.

—Y yo soy Cassie.

—Cassie es tutora de los estudiantes de primer año —le comentó Alyssa a su hermano—. Me ayudó a cambiar la horrible asignatura de Química por una de Biología.

El decano decidió entonces explicar la situación.

—Cassie está además dispuesta a ser vuestra guía particular durante la semana de los padres. Se le da bien no atraer atención.

—Sí, soy como un buzón de correos. Ordinario, normal y corriente. Nadie le presta atención —repuso ella en voz baja.

No le había gustado nada el comentario del decano. Ya le había dolido que la definiera antes como sencilla, discreta, modesta y sin brillo.

Cantrell había oído su comentario y le agradeció que no dijera nada al respecto. Frunció el ceño y su gesto le decía que no estaba de acuerdo. Eso hizo que se sintiera algo mejor.

—Bueno, esta semana tenemos que pasar desapercibidos —le dijo Joshua—. Si puedes conseguirlo, Alyssa y yo te estaremos eternamente agradecidos.

—Bueno, tu nombre y fotografía están en todas las publicaciones. Así que no prometo nada, pero lo intentaré —le dijo ella.

—Eso me sirve.

—Ahora, si estás listo, Cassie os acompañará hasta la casa donde se hospedará estos días. Hemos pensado que sería el lugar más adecuado.

—Muy bien —repuso Cantrell.

El decano se acercó a la puerta y todos lo siguieron. Mientras bajaban las escaleras, aprovechó para comentarle a Joshua Cantrell lo contentos que estaban todos con su presencia en el campus. Alyssa y Cassie bajaban detrás de ellos.

Cuando llegaron afuera, Reynolds agradeció a Cantrell de nuevo su presencia y le aseguró que Cassie cuidaría bien de él. Después se despidió de todos.

—Yo también debería volver a la residencia —les dijo Alyssa—. Mañana tengo un control de literatura y aún no me he terminado de leer el libro. ¿Te importa? —le preguntó a su hermano.

—Claro que no. Yo he estado conduciendo todo el día y estoy deseando darme una ducha caliente e irme a la cama.

Alyssa se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla a su hermano.

—Gracias por venir esta semana. Y por todo lo que has tenido que hacer para conseguir estar aquí.

—Claro —repuso Cantrell como si no le hubiera costado trabajo.

Era obvio que se sentía conmovido por el beso y la gratitud de su hermana. Estaba bien saber que el poderoso hombre de negocios tuviera una debilidad.

La joven se despidió también de Alyssa y fue hasta el edificio de la residencia.

Y así se quedó a solas con Joshua Cantrell y bajo los viejos olmos del campus.

—Hoyuelos. Tienes hoyuelos.

—¿Qué? —le dijo Cassie atónita al ver que ella era ahora la que acaparaba la atención de aquel hombre.

—Tienes hoyuelos, te salen cuando sonríes.

No se había dado cuenta de que estaba sonriendo, se imaginó que sucedió al ver a los dos hermanos despidiéndose.

No quería dejarle ver cuánto le afectaba su presencia y decidió contestarle como si lo que acababa de comentarle fuera una novedad para ella.

—¿En serio? ¿Hoyuelos? Vaya, me pregunto de dónde habrán salido.

Él le siguió la corriente sin perder el paso.

—Sí, uno en cada mejilla. Nunca había visto un buzón con hoyuelos.

Cassie hizo una mueca al escucharlo. Intentó ignorar la energía magnética que salía de ese hombre y el hecho de que no se sentía inmune a él. Decidió no seguirle el juego y le señaló con la mano la dirección en la que debían caminar.

—El decano lo ha arreglado para que pueda quedarse en la cabaña del antiguo rector —le dijo—. Es por aquí.

Pero Joshua Cantrell iba a darle otra sorpresa más.

—¿Debería dejar mi moto en el aparcamiento de este edificio o hay sitio para ella al lado de la cabaña?

—¿Moto? —repitió ella creyendo que no había oído bien.

—Sí, he venido en moto. Está allí, en el aparcamiento.

Cassie miró hacia donde él le señalaba y vio una Harley Davidson negra aparcada allí.

A pesar de su camiseta, vaqueros y chaqueta de cuero, nunca se le habría ocurrido pensar que no habría ido hasta allí en coche.

—¿En moto? ¿Has venido hasta aquí en moto y solo?

—Iba a venir con todo un cortejo de coches, como el presidente, pero me pareció que no me ayudaría a pasar desapercibido —bromeó él.

—Lo pregunto porque es un viaje muy largo desde Billings.

—Lo es. Por eso estoy deseando darme una ducha y descansar.

Cassie no entendía qué le pasaba esa noche. Le costaba pensar con lógica y claridad. Tenía que centrarse.

Intentó recordar por qué estaban hablando de su medio de transporte y se acordó de pronto de lo que le había preguntado. Quería saber si era seguro dejar allí su Harley durante la noche.

—La cabaña del rector está al otro lado del campus, así que podrías dejar la moto al lado si eso es lo que quieres. Pero, esté donde esté, no le pasará nada. La última vez que alguien robó un coche en Northbridge fue hace quince años. Y eso fue más un error que un robo de verdad. Ephram McCain tenía setenta y nueve años entonces y se confundió porque su furgoneta era azul metálica, igual que la de Skipper Thompson. Ephram se metió en la furgoneta y se fue sin darse cuenta del error que…

—¿Sin llaves?

—Casi todo el mundo dejaba las llaves puestas en el contacto. Al menos hasta que sucedió lo que te estoy contando. El caso es que Ephram se llevó a casa la furgoneta y Skipper denunció el robo a la policía. Como te he dicho, fue sólo un error y nunca se presentaron cargos ni nada parecido. Pero si quieres llevar tu moto hasta…

—No, está bien —repuso Cantrell riendo—. Supongo que Ephram McCain ya no estará merodeando por aquí después de quince años, ¿no?

—La verdad es que sigue vivo. Pero, a sus noventa y cuatro años, ya ha dejado de conducir.

Cantrell rió con ganas al escucharla.

—Bueno, dime dónde está la cabaña, por favor.

Cassie hizo lo que le pedía y se dirigieron hacia allí por un camino de ladrillo. A ambos lados iban dejando los verdes y exuberantes jardines del campus. Para llenar los silencios, fue comentándole algunos de los edificios y sitios que pasaban.

—Ese edificio que hay detrás del de administración es donde están casi todas las aulas. ¿Lo ves? Es parecido al de administración pero más grande —le dijo—. Todo esto era propiedad de la familia Nicholas. Cuando los padres murieron, los hijos ya se habían ido todos de Northbridge y establecido en otros lugares, así que la familia decidió ceder toda la propiedad a la ciudad para construir una universidad y que los chicos de esta ciudad no tuvieran que irse a estudiar a otra parte. La casa principal de la familia es la que ahora se usa como residencia…

—Esa vieja mansión de piedra —intervino él—. Los chicos en la parte este, las chicas en el alta oeste. Con comedor, salones y salas de recreo comunes y los dormitorios por separado.

—Veo que leíste el folleto —repuso Cassie—. Una de las hijas de los Nicholas se quedó viuda con tres hijos siendo joven. Los padres construyeron este edificio para tenerla cerca —le dijo señalando la casa a la que se acercaban—. Y aquí vivió hasta que volvió a casarse. Ahora es nuestra biblioteca. La cabaña del rector solía ser la casa donde vivía el matrimonio que se encargaba de las labores domésticas en la mansión de los Nicholas. Desde entonces, sólo un rector ha vivido en ella, el primero. Estaba completamente entregado a su labor en la universidad y no llegó a casarse. Así que dejaron que se quedara allí una vez jubilado y allí murió.

—¿Murió en la cabaña? —inquirió él.

En la manera de preguntarlo, le pareció que estaba sonriendo, pero a Cassie le faltó valor para mirarlo y comprobarlo por sí misma.

—No, se murió en uno de los bancos del jardín. Al parecer, había salido a pasear como hacía cada día, pero se sintió cansado de repente y tuvo que sentarse. Sufrió un infarto y nadie se dio cuenta. Estuvo allí sentado dos horas y todos pensaban que se había quedado dormido. Creo que era algo que solía hacer, andar un poco y echarse una siesta en algún banco.

—¿Cuántos años tenía este?

—Noventa y siete.

—La gente vive mucho en este pueblo.

—Sí, así es. El caso es que la cabaña se quedó después pequeña para el actual rector y su familia. Además, ellos ya tenían su propia casa. Así es como se quedó vacante. Pero el decano me ha dicho que lo han arreglado y limpiado para que estés cómodo.

—Estás llena de historias, ¿verdad?

—Lo siento. Ya sé que son aburridas —repuso ella.

No tuvo que pensarse la respuesta. Era algo que le salía automáticamente. Era lo que Brandon siempre le decía.

—Yo no he dicho que fueran aburridas —la corrigió él.

Pero el caso era que tampoco le había dicho que le hubieran gustado.

Llegaron entonces frente a la cabaña del rector. La casa apareció entre los árboles y al otro lado de una línea de arbustos.

—¡Vaya! Es una cabaña de verdad —exclamó él—. Parece algo sacado de un cuento de los hermanos Grimm.

Cassie se dio cuenta de que era cierto. La cabaña era una pequeña casa de estilo Tudor, con un tejado puntiagudo del que sobresalían vigas de madera. Y la puerta de entrada, más grande de lo normal, se remataba en redondo en la parte superior, como las de los cuentos infantiles.

—Casi estoy esperando a que salgan corriendo de ella unos cuantos elfos, de ésos que hacen galletas en los cuentos —le dijo Cantrell mientras Cassie sacaba la llave de debajo del felpudo para abrir.

No le extrañó que bromeara. Se imaginó que todo aquello debía de ser cómico y muy pintoresco para alguien como él.

—No creo que las reformas incluyeran un grupo de elfos para recibirte hoy. Lo siento.

Se echó a un lado para que él pudiera entrar, pero él le hizo un gesto para que lo precediera. A pesar de que acababa de mofarse de su pueblo, Cassie no pudo evitar darle algún punto extra por sus buenos modales.

Entró en la cabaña. Estaba deseando terminar con toda la situación para poder irse a casa y no tener que ver a ese hombre hasta que llevara puesto algo más presentable.

Él la siguió y Cassie dejó la llave sobre la mesa que había en la entrada.

—No hay mucho que explicar. Casi todo está aquí, en esta habitación —le dijo mientras hacía un barrido de la estancia con su mano.

Algunos armarios, un fregadero, un pequeño frigorífico y un hornillo ocupaban la pared izquierda de la cabaña. Había después un sofá, un sillón, una lámpara de pie y un televisor. Al extremo opuesto, una cama de matrimonio, una mesita de noche y una cómoda.

Habían pintado las paredes para la ocasión y todo estaba muy limpio. El sofá tenía una nueva funda y la cama un nuevo edredón.

—El baño está allí —dijo señalando una puerta al lado del dormitorio—. Tiene una antigua bañera con patas y todo lo necesario. No es lujoso, pero todo funciona.

Estaba a punto de preguntarle si había traído equipaje cuando vio dos maletas de piel a los pies de la cama.

—Veo que alguien trajo ya tu equipaje —le dijo.

—Pedí que me las enviaran de antemano Me alegra ver que han llegado bien.

Cassie se acercó entonces al frigorífico y miró dentro.

—Esto está lleno de cosas.

Miró en el armario que había sobre la nueva cafetera.

—Y aquí tienes café y filtros. También cereales para el desayuno. Hay fruta en un cuenco en la encimera. No veo galletas por ninguna parte. Ni de las que hacen los elfos ni de las otras —añadió ella con sarcasmo.

Él se rió.

—¡Qué pena! Me encantan las galletas.

Cassie levantó entonces los ojos y vio que le sonreía amablemente. Estaba claro que no tenía ni idea de que lo que le había dicho le había molestado. Se imaginó que era culpa suya. Siempre se ponía a la defensiva cuando alguien criticaba su ciudad natal. Eso le recordó su pasado y otro hombre. Decidió deshacerse de su resentimiento y mejorar un poco su tono.

—¿Crees que puedes necesitar algo más?

Él negó con la cabeza.

—No, parece muy cómodo. Tengo mi móvil, así que no importa que no haya teléfono. Y supongo que puedo conseguir galletas en algún otro sitio.

Se imaginó que le bastaría con chasquear con los dedos para que el decano u otra persona apareciera en su puerta con galletas recién hechas, pero no le dijo nada. Simplemente, le sonrió.

—Tienes unos hoyuelos perfectos —le dijo inclinando la cabeza a un lado.

Cassie se quedó sin palabras. No sabía a qué estaba jugando él. A lo mejor era el tipo de hombre que tenía que seducir a todas las mujeres con las que trataba, como una especie de reto personal. Creía que ésa podía ser la única razón para que estuviera coqueteando con ella. Si era eso lo que estaba haciendo…

—Mañana…

—Alyssa sólo tiene una clase mañana —la interrumpió él—. Así que vamos a pasar todo el día juntos. No tendrás que cuidar de este potencial donante en vez de… ¿Cómo se llamaba? Curt o Kirby. ¡No! Kirk. Eso es. Ése es el tipo que iba cuidar de mí esta noche. Ya me contó nada más conocerlo que era el encargado de la recaudación de fondos para la universidad.

Le sorprendió que lo supiera, pero no intentó negarlo.

—Se llama Kirk Samson. Se hizo daño estar tarde en la espalda y va a estar toda la semana de baja.

—Ya veo. Por eso te llamaron esta tarde con urgencia y sin advertirte que para lo que necesitaban a la tutora de mi hermana era para conseguir una buena bolsa de dinero de un donante.

Cassie hizo una mueca de desagrado.

—No pasa nada. Estoy acostumbrado. Pero hagámoslo de otra manera. Ya sé de antemano lo que los altos cargos de las instituciones quieren de mí, así que no necesitas pedirme nada ni hacerme la pelota. Será mejor que dejemos eso de lado, ¿de acuerdo?

—Claro.

—Lo que de verdad me interesa es llegar a conocer este campus, la ciudad y la gente con la que mi hermana va a tratar durante los próximos cuatro años. Así que, si he de ser sincero, desde que te vi comprendí que ha sido un golpe de suerte para mí que el tal Kirk se hiciera daño en la espalda…

—No creo que él piense igual.