Regalo de boda - Un auténtico seductor - Victoria Pade - E-Book

Regalo de boda - Un auténtico seductor E-Book

VICTORIA PADE

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Beschreibung

Regalo de Boda Victoria Pade Kit McIntyre había abandonado a más de uno en el altar, pero ahora nada le impediría celebrar el gran día de su mejor amiga. Afortunadamente, ser la dama de honor tenía beneficios extra… como pasar mucho tiempo con el padrino, Ad Walker. Aunque había prometido mantenerse alejado de las mujeres, a Ad empezaba a resultarle imposible no dejarse llevar por su revolucionada libido cada vez que estaba con Kit. A pesar de los rumores que afirmaban que Kit sentía verdadero pavor a casarse, Ad no dejaba de imaginarla caminando hacia el altar… donde él la estaría esperando. Un auténtico seductor RaeAnne Thayne Seth Dalton era un reconocido rompecorazones. Sin embargo, Jenny Boyer veía la ternura que había en sus ojos cuando miraba a sus hijos… y a ella. No podía creer que todo fuera un juego. La madre divorciada acababa de llegar al pueblo para convertirse en directora del colegio y sabía que debía hacerse respetar. Así que lo último que debía hacer era caer en los brazos del mayor seductor de Cold Creek. Pero cada vez que Seth se acercaba a ella, Jenny sentía que estaba a punto de dejarse llevar como lo habían hecho muchas otras antes que ella.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 402 - Mayo 2019

 

© 2004 Victoria Pade

Regalo de boda

Título original: Wedding Willies

 

© 2006 RaeAnne Thayne

Un auténtico seductor

Título original: Dalton’s Undoing

Publicadas originalmente por Silhouette® Books

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2007

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788413079745

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Regalo de boda

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Un auténtico seductor

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ERAN casi las nueve y media de la noche del sábado cuando el autobús de Kit MacIntyre llegó a Northbridge, Montana. Ella salió la última y el conductor le llevó el equipaje hasta la estación.

—Paso la noche aquí y por la mañana hago el viaje de vuelta —le explicó él.

La estación era pequeña, no había nadie en los bancos y ya estaba cerrada la ventanilla del despacho de billetes. La mujer que estaba a cargo del lugar saludó al conductor por su nombre y sonrió a Kit.

—¿Has quedado aquí con alguien, cariño? —le preguntó la señora cuando se fue el conductor.

—Se suponía que tenía que esperarme una amiga —contestó Kit mirando a su alrededor.

—¿Quién es tu amiga?

No le extrañó la pregunta. Su amiga le había comentado que en ese pueblo todos se conocían.

—Kira Wentworth.

—Entonces habrás venido a la boda del sábado —comentó la mujer.

—Soy la dama de honor —repuso Kit—. Y también me encargo de hacer el pastel de boda.

—¡Claro! He oído hablar de ti. Mi sobrina se casó en Colorado y no quería otra tarta que no fuese de las tuyas, Tartas Kit. En cuanto Kira me dijo quién haría la suya, reconocí el nombre.

—Ésa soy yo.

—Genial, estoy deseando probar de nuevo tus tartas. Se me hace la boca agua…

—Me alegro de que le gustara.

—Pero no he visto esta tarde a Kira —dijo la mujer cambiando de tema—. ¿Sabía ella a qué hora llegaba el autobús?

Kit le dijo que sí.

—Tengo que cerrar la estación —explicó la señora mirando el reloj de pared—. He de darle las pastillas a mi Henry. Pero no hace frío, a lo mejor puedes esperar en el banco de afuera.

Sabía que Kira era de fiar, así que se imaginó que llegaría en cualquier momento.

—¿Puedo usar antes el lavabo?

—Por supuesto. Voy a llamar a Henry y decirle que voy para allá enseguida.

Kit le dio las gracias y fue hasta el lavabo. Era pequeño y olía a desinfectante. Se aseó un poco y comprobó su aspecto, estaba a punto de conocer al prometido de Kira y quería estar bien.

Había sido un día muy largo. Había tenido que terminar cuatro tartas de boda antes de ir a casa, terminar de hacer la maleta y correr al aeropuerto.

Se dio un poco de colorete en su pálida tez. El rimel de las pestañas permanecía intacto desde esa mañana, sólo tuvo que limpiarse unas manchitas debajo de sus ojos azul violeta. Se puso pintalabios de nuevo y se soltó el pelo, que le cayó, a modo de despeinada cascada de rizos, por debajo de los hombros. Sus rizos eran naturales y completamente indomables. Siempre había soñado con tener el pelo liso y llevarlo cortado a tazón, pero con sus rizos, habría parecido más un payaso que otra cosa.

El color sí que le gustaba. Era de un castaño rojizo muy cálido.

Guardó su neceser y salió del lavabo.

—Aún no ha llegado Kira —le informó la señora.

—No pasa nada, la esperaré fuera y así usted puede cerrar e irse.

Salieron juntas de la estación. Kit llevaba esta vez su propio equipaje y una gran bolsa con sus utensilios de cocina. Afuera, vio una gasolinera al otro lado de la calle, tenía una cabina de teléfonos desde podría llamar a Kira si no llegaba. Se sentó en el banco mientras la mujer cerraba la puerta de la estación.

—Si Kira y Cutty estuvieran en la vieja casa aún, podrías ir andando desde aquí, pero la nueva está bastante lejos, sobre todo con el equipaje que traes. Bueno, seguro que Kira llega en cualquier momento, no sé por qué estará tardando tanto.

—Estaré bien aquí —repuso Kit calmando a la mujer para que se fuera tranquila.

—Bueno, entonces buenas noches.

—Buenas noches —respondió ella.

Era una preciosa noche de agosto. Cálida sin llegar a ser desagradable y nada de viento. Pero, aun así, estaba deseando que llegara su amiga. Había tanto silencio a su alrededor que era casi espeluznante. No se veía a nadie por ninguna parte.

Tenía que reconocer que el pueblo parecía muy bonito. La estación y la gasolinera estaban una frente a la otra al final de la calle Mayor, que parecía ser la entrada al centro de la ciudad. Desde donde estaba, no podía ver toda la calle, pero lo que veía eran edificios no muy altos de ladrillo, antiguos y pintorescos. Le recordaban tanto a los viejos tiempos que no le hubiera extrañado ver pasar un carruaje tirado por caballos.

Las farolas, altas y de hierro forjado, iluminaban las aceras, más anchas de lo habitual, que estaban adornadas por jardineras con flores.

Todo parecía muy bonito, pero hubiera preferido disfrutarlo con Kira, cualquier tarde paseando por allí. En ese momento sólo quería que llegase su amiga.

Estaba a punto de cruzar hasta la gasolinera para llamarla cuando algo de movimiento al final de la calle Mayor la distrajo. Parecía un hombre que acababa de salir de uno de los edificios. Estaba demasiado lejos para distinguir el tipo de establecimiento del que había salido. Iba en su dirección. Kit esperaba verlo entrar en uno de los coches aparcados en la calle, pero el hombre siguió andando en su dirección. Se imaginó que torcería por la misma calle por donde se había ido la encargada de la estación. Se puso algo nerviosa cuando vio que no lo hacía e intentó recordar que Kira le había dicho que Northbridge era un sitio tranquilo y seguro, ella lo sabía de buena fuente, ya que se iba a casar con un policía de allí. De lo único que se tenía que ocupar era de las multas de tráfico, algún altercado doméstico y de los estudiantes universitarios que bebían antes de cumplir la edad reglamentaria. Recordó todo eso y, aun así, se sintió mal.

Al fin y al cabo, era de noche y estaba sola. No sabía si alguien podría escuchar sus gritos pidiendo ayuda si la necesitaba. El hombre no sólo siguió yendo en su dirección sino que, cuando estaba a una manzana de ella la miró, sonrió y saludó con la mano.

Kit sabía que no era el prometido de su amiga, Kira le había mandado una foto de los dos juntos con las gemelas de él, unas niñas de diecinueve meses.

Sabía que el hombre que se le acercaba era alguien distinto. No parecía malintencionado, aunque era muy grande. Y se dijo que sólo porque alguien fuera realmente apuesto no quería decir que no pudiera ser un peligro para ella.

Pero ese hombre era más que apuesto, era tremendamente atractivo. Muy atractivo.

Sus piernas, largas y musculosas, seguían acercándolo a ella. Tenía una cintura estrecha y anchos hombros, pelo castaño y una cara que podía hacer anuncios televisivos. Pómulos marcados, frente ancha y cuadrada, nariz delgada y recta y unos labios acordes con el resto del atractivo rostro. Cuando se acercó más y le sonrió, dos profundas arrugas se marcaron en sus mejillas, dándole un aire encantador y travieso.

—¿Eres Kit? —le preguntó cuando llegó a un par de metros de ella.

—Sí —contestó ella algo insegura.

No sabía si estaba más asustada porque un extraño la hablaba en medio de una calle desierta u obnubilada por su extrema belleza.

Dejó la mano sobre su pecho, enfundado en un polo rojo que destacaba sus músculos, y se presentó.

—Soy Ad, Ad Walker, amigo de Cutty —explicó con su profunda voz de barítono.

Lo cierto era que había oído hablar de él. Kira le había hablado del mejor amigo de su novio. Además, había sido precisamente un artículo en el periódico sobre los dos hombres lo que había hecho en un principio que Kira decidiese ir a Northbridge en busca de su hermana. En el reportaje se hablaba del valor de Cutty y de Ad Walker, que habían entrado en una casa en llamas para salvar a la familia que estaba aún en su interior. Los dos habían resultado heridos, Cutty con un tobillo roto y Ad quedando inconsciente por un golpe.

Kit pensó que no parecía haber sufrido daños permanentes, ya que en ese momento parecía sano como un roble.

—Kira me habló de ti. Soy Kit, Kit MacIntyre —contestó ella después de un momento.

Se sintió tonta al instante por presentarse, estaba claro que él sabía de quién se trataba. Después, para empeorar las cosas, le alargó la mano para saludarlo con gran rotundidad, como si estuviera en una entrevista de trabajo.

Ad Walker sonrió y aceptó su mano.

—Encantado de conocerte —le dijo tomando su mano unos segundos.

Kit se sintió decepcionada cuando él le soltó la mano, lo que no dejó de sorprenderla.

—Mel, una de las gemelas, se ha caído y golpeado la cabeza —le explicó Ad—. Cutty y Kira han tenido que llevarla a que le pongan puntos y me pidieron que te viniera a buscar.

—¿Está bien la niña?

—Sí, sólo fue un corte. No sé si Kira te lo ha contado o no, pero vas a quedarte conmigo. Lo que quiero decir es que tengo dos apartamentos encima de mi restaurante. Vivo en uno de ellos y el otro se lo alquilo a los estudiantes de la universidad local durante el curso. Está vacío durante estos meses de verano y, como la casa de Cutty y Kira está siendo remodelada, pensamos en que lo mejor era que usaras el apartamento vacío. Además, así te resultará más cómodo trabajar, puedes usar los hornos del restaurante para hacer el pastel de boda.

Kira ya le había contado todo eso, pero le gustaba tanto cómo sonaba la voz de Ad que no le importó escucharlo de nuevo.

—Espero que no sea una molestia para ti —le dijo ella.

—En absoluto. Los apartamentos son completamente independientes, ni siquiera me enteraré de que estás allí. Ni yo podré molestarte.

Kit pensó que aunque los apartamentos estuvieran separados, ella no podría olvidarse que ese hombre estaba en la puerta de al lado. Pero eso no se lo dijo.

Lo que sí se recordó era que se había decidido a tomarse una tregua con los hombres. Había resuelto no tener ninguna relación por un tiempo, después de los dos grandes fracasos sentimentales que había sufrido y de los que se consideraba responsable.

Ad Walker tomó la maleta de su mano.

—Mi casa está en esta misma calle, un poco más arriba. Pensé que podríamos ir para allá, conseguir que te sientas como en casa. Luego podrás comer algo mientras esperamos a que vuelvan Cutty y Kira con el bebé. ¿Qué te parece?

—Me parece fenomenal —repuso ella tomando su bolsa de utensilios—. He traído mis propios cacharros para la tarta. No estaba segura de si ibas a tener lo necesario en el restaurante.

—Los hornos serán lo único que podrás usar, el resto no te servirá de mucho. La comida que sirvo se centra sobre todo en hamburguesas, bocadillos, sopas, carnes, barbacoa y esas cosas. Los únicos postres que sirvo los compro congelados a mi distribuidor.

—¡Dios mío! —contestó ella con una mueca.

Él rió con ganas.

—La verdad es que me da vergüenza admitírselo a alguien que se dedica a hacer tartas.

—Podría enseñarte algunas recetas sencillas que no son difíciles, pero saben mejor que esas tartas prefabricadas, congeladas, hechas al por mayor y cargadas de conservantes y colorantes.

Él la miró sonriente.

—¿De verdad harías eso? ¿Cederme un par de tus mundialmente famosas recetas?

—Bueno, quizás no las mundialmente famosas —bromeó ella—. Pero creo que podrás convencerme para que te enseñe otras como agradecimiento a acogerme en tu casa.

—Trato hecho.

Ya habían llegado al restaurante, se llamaba Adz. El frente estaba formado por grandes ventanales con cortinas verdes para dar privacidad a los que comían dentro. La entrada estaba metida en un hueco y Ad se adelantó para abrirle la puerta y dejar que pasara delante.

Estaba decorado como un pub inglés, con las paredes cubiertas de madera, luz tenue y mesas alineadas a los largo de las paredes. Podía haber estado perfectamente en Inglaterra o Irlanda.

La barra, de madera labrada, tenía un pasamanos de bronce y un espejo en el centro.

—Me gusta —le dijo ella.

—Gracias. A mí también.

Él la indicó dónde ir y pasaron al lado de gente comiendo y bebiendo. Abrió las puertas batientes al fondo del local y entraron en la cocina. Estaba muy limpia, por lo demás, se parecía a todas las cocinas de restaurantes. Con fregaderos, hornos, encimeras y distintas zonas de trabajo en una isleta central de acero inoxidable. Los trabajadores no les prestaron atención, estaban muy ocupados. Atravesaron la sala y salieron por la parte de atrás a un callejón más agradable de lo que cabía esperar. El pavimento era de adoquines, las casas estaban pintadas y había bellas farolas en las paredes.

—Estamos ahí arriba —le dijo él señalando una escalera de madera en la pared del restaurante que llegaba hasta un amplio rellano con dos puertas.

Ad abrió la primera puerta y le dio a Kit la llave que acababa de usar, después encendió la luz y se apartó para que ella pasara primero.

Kit entró y se encontró con un pequeño apartamento. Había una cama y un armario a un lado y una pequeña cocina al otro. También había un sofá, un sillón, una mesa y un televisor.

—Está muy poco amueblado —se disculpó Ad.

Después le señaló las dos puertas al otro lado del estudio.

—La de la izquierda es un armario, la de la derecha el baño. He cambiado la cama esta mañana y te he dejado toallas limpias en el baño. Hay algo de comida en el frigorífico, lo esencial. No hay cafetera, pero cualquier cosa que quieras comer o beber no tienes más que pedirlo al restaurante.

Era verdad que el estudio era parco en decoración, pero estaba limpio y ordenado. Todo parecía muy cómodo y nuevo.

—No espero que tengas que darme de comer durante toda mi estancia aquí, pero gracias. El apartamento es perfecto, me gusta —le aseguró ella.

Ad colocó la maleta sobre la cama y ella dejó la bolsa en la cocina. A la vez, se giraron para mirarse y fue cuando Kit pudo observar mejor sus ojos. Eran impresionantes, de un verde azulado. No pudo evitar quedarse un segundo perdida en ellos, hasta que su voz la despertó.

—¿Quieres que te deje sola un momento o prefieres que bajemos para que puedas comer algo?

—La verdad es que no he comido en todo el día y estoy muerta de hambre. Creo que voy a aceptar tu invitación y bajar a cenar.

Él sonrió como si hubiera estado esperando esa respuesta.

—Genial, vamos.

Esta vez él salió antes para que ella pudiera cerrar la puerta.

—Te recomiendo el pescado con patatas fritas. Están especialmente bien esta noche —le aconsejó él mientras bajaban—. Pero puedes tomar lo que te apetezca.

—El pescado suena fenomenal. Y un té helado si tenéis.

Pasaron de nuevo por la cocina y Ad le dijo al cocinero que preparara el pescado. Después la llevó hasta el comedor, donde sirvió dos vasos de té helado de una jarra que tenía tras la barra. Con la cabeza le señaló una mesa libre en un rincón de la sala.

—Sentémonos allí.

—No quiero que creas que tienes que acompañarme, si tienes algo que hacer… —le dijo Kit.

—No tengo nada que hacer —le aseguró él—. A no ser que prefieras estar sola…

—No —contestó ella demasiado deprisa—. Pero no quiero ser una carga.

—No eres ninguna carga. Me gusta hacer esto.

Le encantó oírlo, le gustó más de lo que debería, pero intentó ignorar sus sentimientos mientras se sentaban.

Se acomodaron, ella tomó un sorbo de té y trató de encontrar un tema del que hablar con un hombre al que acababa de conocer y al que parecía no poder dejar de mirar. Pero se imaginó que cualquier mujer cuerda y sana se quedaría como ella admirando la belleza de ese hombre. Un rostro perfecto al que acompañaba un cuerpo de impresión.

Y fue ese cuerpo robusto el que le recordó el incidente del periódico.

—Oí que tú y Cutty salvasteis a una familia de una casa en llamas… ¿Cómo estás?

—Así es. Ya estoy bien, me cayó una viga encima, pero tengo la cabeza dura.

—No lo bastante como para librarte de estar dos días en el hospital.

—Sí, pero ya estoy bien. Gracias por interesarte.

—Kira me dijo que a Cutty le quitaron la escayola del tobillo hace una semana y que también está bien —comentó ella intentando que la conversación no decayera.

—Así es. Y la casa ha sido reparada, la familia ha vuelto a vivir en ella y hasta el rabo chamuscado del perro está como nuevo. Es como si nunca hubiese pasado.

—Sí, excepto que por culpa de ese incidente ya no tengo a mi mejor amiga como vecina —le dijo ella mientras la camarera traída su comida—. Y, por supuesto, te culpo a ti de todo ello.

—¿A mí? ¿Por qué? ¿Qué he hecho?

—Hablaste con Kira sobre Cutty y eso fue definitivo en su decisión de seguir adelante con su relación.

—Ya —repuso él sonriendo y percatándose de que Kit sólo le tomaba el pelo—. ¿Qué tal está la comida?

—Es el mejor pescado con patatas que he probado en mi vida —contestó con honestidad—. Pero no creas que paga por robarme a mi mejor amiga.

—¿No compensa un poco la pérdida?

Se preguntó si estaba coqueteando con ella o era sólo su imaginación. Quizás ella también lo estuviera haciendo de manera inconsciente. No estaba segura, pero estaba disfrutando con su compañía y las bromas.

—Compensa un poquito —le contestó por fin.

—Bueno, según he oído, tú también tuviste algo que ver con todo esto cuando llegó el momento de tomar una decisión. Kira me dijo que le abriste los ojos e hiciste que reflexionara, por lo que volvió de nuevo a Northbridge con Cutty.

—Fue ya tarde cuando yo intervine, sólo tuve que dejarme llevar por los acontecimientos. Así que sigo culpándote a ti de todo —repuso ella.

Quizás entonces sí que estaba flirteando.

«¡Déjalo ya!», se dijo a sí misma.

—Supongo que tendré que pensar en la forma de compensarte por ello —repuso Ad con un tono cargado de intención.

Kit le siguió el juego.

—No sé si podrás.

—Me encantan los retos —repuso él sosteniéndole la mirada.

Y ella se quedó de nuevo obnubilada mirando sus ojos, ignorando todo lo que sucedía a su alrededor. Tanto que ni siquiera se dio cuenta de que Kira y Cutty acababan de llegar.

—Eh… ¿Interrumpimos algo?

Ad pareció tan sorprendido como ella al ver a sus amigos al lado.

—¡Kira! —exclamó Kit echándose a los brazos de su amiga.

—Siento muchísimo no haberte podido ir a esperar al autobús. Tú vienes hasta Montana y yo ni siquiera voy a esperarte… Pero es que Mel se dio contra la esquina de la chimenea y se hizo un corte en la frente. Tuvimos que llevarla al hospital para que le pusieran puntos.

—Ya lo sé, me lo contó Ad.

Pero Kira siguió hablando.

—No podía dejarla. Estaba asustada y disgustada. Además odia ir al médico, imagínate la escena. Después decidimos llevarla a casa, acostar a las niñas y llamar a la canguro antes de venir.

—Lo entiendo perfectamente. Lo primero son las pequeñas. De verdad, no pasa nada.

Ad, que se había levantado al mismo tiempo que Kit, ya había traído dos sillas de otra mesa para los recién llegados.

—¿Qué queréis tomar? —les preguntó—. ¿Algo de comer? ¿De beber?

—Yo tomaré una cerveza —contestó Cutty.

—Yo, nada —dijo Kira—. Sólo quiero que Kit conozca a Cutty.

Mientras Ad iba por la cerveza, Kira presentó a su mejor amiga y a su prometido. Minutos después, estaban los cuatro sentados alrededor de la mesa y, fuera lo que fuera la electricidad que había pasado entre Ad y ella, desapareció con la presencia de los otros dos.

Pero, a pesar de lo contenta que estaba de ver a su amiga y de por fin conocer al hombre que hacía feliz a Kira, no pudo evitar sentir algo de pesar en su interior.

Un pesar que tenía mucho que ver con Ad Walker y con lo que Kira y Cutty habían interrumpido con su presencia.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

DESPUÉS de una noche pasada dando vueltas en la cama, Ad se levantó muy temprano el domingo por la mañana y se dispuso a preparar un gran desayuno. Mientras lo hacía, no dejaba de mirar desde la ventana sobre el fregadero, la que le daba una buena vista del callejón y del rellano de la escalera que compartía con Kit.

Si se había pasado toda la noche dando vueltas no había sido porque, simplemente, no pudiera dormir. Tampoco se había despertado en cuanto amaneció porque fuera lo que le gustaba hacer. El desayuno que estaba preparando, el doble de lo que podía comer, no era porque estuviera muy hambriento. Y si miraba por la ventana, no era porque estuviera preocupado por el tiempo.

Kit MacIntyre. Ella era la causa de todo ello.

Había dormido mal porque no había sido capaz de quitársela de la cabeza. Y los sueños que había tenido con ella lo habían despertado antes de que sonara el despertador.

Estaba preparando el doble de lo acostumbrado de desayuno para poder tener una excusa e invitarla. Y lo hacía deprisa y sin dejar de vigilar la ventana porque no quería que ella bajara al restaurante antes de que pudiera invitarla a desayunar en su casa.

Sabía que se estaba equivocando, que no estaba actuando de forma lógica ni inteligente, pero parecía no poder evitarlo.

Además, se convenció de que no todos los días se conocía a alguien con quien se hubiera llevado tan bien desde el principio como ocurrió con ella. Se había sentido muy cómodo con Kit y, a no ser que estuviera muy equivocado, ella parecía haber estado también muy relajada con él.

No había sido difícil charlar con ella desde el principio, incluso habían llegado a bromear. El tiempo que pasaron juntos fue muy agradable, divertido. Tan simple como eso.

Pero, simple o no, era algo que hacía mucho que no le pasaba.

Le resultaba fácil hablar con otras mujeres a las que conocía y con las que también solía bromear. Pero la noche anterior, había habido algo distinto con Kit, se trataba de una dinámica diferente, de un elemento añadido al cóctel.

Había habido atracción.

Tenía que admitir que se sentía atraído por ella, a pesar de que le hubiera gustado que no fuera así. Se había jurado, después de lo que le pasó con Linda, no involucrarse con nadie de fuera del pueblo.

No era un concepto muy complicado, sino bastante lógico. No quería comenzar nada con una mujer que tuviera su vida fuera de Northbridge. Y menos aún con una que tenía su propia empresa en otra ciudad.

«Entonces, ¿qué se supone que estoy haciendo?», pensó mientras seguía preparando los huevos revueltos.

Volvió mirar por la ventana hacia el otro apartamento. Ese gesto fue suficiente para traerla de nuevo a su cabeza, aunque ella no estuviera a la vista.

Era algo que le había ocurrido desde que salió del restaurante la noche anterior. Cada detalle de Kit volvía continuamente a su cabeza, a pesar de que él no quisiera pensar en ella ni sentir lo que ella estaba resucitando en su interior. De la nada, surgía de repente su imagen, en vívidos colores. Y no podía evitarlo, sobre todo cuando ella le gustaba tanto.

No entendía qué le estaba pasando.

Normalmente le gustaban otro tipo de mujeres, las típicas surferas rubias y de piel bronceada con piernas interminables, chicas atléticas e interesadas en los deportes al aire libre.

Ella no era así.

Kit tenía un pelo castaño y rizado que parecía indomable. Y su piel era suave, fina y de alabastro. Tan blanca que parecía no haber tomado nunca el sol. Sus piernas no eran muy largas. No podían serlo cuando su talla total no era la de una chica muy alta, todo lo contrario.

Pero, aun así, era perfecta.

Nunca en su vida había visto a alguien con unos rasgos tan finos y delicados. Tenía altos pómulos, una nariz fina y casi esculpida en la cara. Los labios eran rosados, gruesos y perfectos. Y sus ojos estaban entre el azul y el violeta.

Sí, intentó recordarlos mejor y decidió que sus ojos eran violetas. Del color de las flores preferidas de su madre. Tenía unos ojos entre azul y violeta que estaban enmarcados por espesas pestañas negras…

Ad no pudo evitar suspirar.

También tenía un cuerpo estupendo. Pequeño pero perfecto, con un pecho que había atraído sus ojos y sus pensamientos más de una vez y un trasero que parecía poder abarcar divinamente con sus manos…

Sí, estaba claro que le gustaba mucho su aspecto.

«Pero vive en Denver, tiene un negocio allí y sólo se va a quedar en el pueblo hasta después de la boda», se recordó.

Ese recordatorio se suponía que tenía que ser un antídoto que consiguiera que no pensara más en ella como lo hacía.

Pero todo lo que pudo hacer fue reflexionar sobre esa semana. No tenía ni idea de cómo iba a poder sobrevivir teniéndola tan cerca, ni más ni menos que viviendo en el apartamento de al lado.

—Estás complicándote la vida —se dijo entre dientes.

Complicándosela como ya lo había hecho en el pasado. Algo por lo que había jurado no volver a pasar.

Sabía que lo más inteligente era comerse él solo el desayuno que acababa de preparar e intentar no ver a Kit más que lo necesario mientras ella estuviese en Northbridge. Lo más difícil sería engañar a su cerebro para que dejara de pensar en ella como lo hacía, continuamente habitando su cabeza.

Estaba claro que eso era lo que tenía que hacer.

Pero justo en ese instante oyó la puerta del apartamento de al lado abrirse y cerrarse.

¿Hizo lo que tenía que hacer? ¿Ignorarlo y sentirse afortunado por no haberla visto ese día nada más amanecer?

No, no lo hizo.

Dejó todo lo que estaba haciendo y corrió a la puerta antes de que su conciencia le dijera que se estaba metiendo en un lío.

—¡Vaya! Me has asustado —le dijo Kit llevándose la mano al pecho.

—Lo siento —se disculpó él.

Ella llevaba unos pantalones blancos muy cortos que hizo que se pensara dos veces lo de que no tenía las piernas largas. Los acompañaba con una camiseta roja sin mangas que le quedaba lo suficientemente ajustada como para que él se quedara parado un momento. Su pelo, suelto y sobre los hombros, le daba un aspecto encantador.

Estaba preciosa, más que preciosa.

Tanto que tardó un instante en recordar lo que tenía que decirle.

—Quería hablar contigo antes de que bajaras al restaurante a desayunar —le explicó—. Pensé que quizás te gustaría compartir el mío.

—Vaya, que oferta tan apetecible —le dijo ella—. Pero Kira me llamó hace un rato para decirme que iba a venir a recogerme antes de lo que teníamos planeado. Voy ahora a verla. Pero muchas gracias, de todas formas.

Se acababa de dar cuenta de que le gustaba hasta el sonido de su voz, que encontraba de lo más sexy y suave.

—De nada —repuso él como si no le importara que sus planes acabaran de irse a pique.

—¿Cierra hoy más temprano el restaurante? Como es domingo…

—Así es, a las ocho.

—Estaba pensando que como cierras más temprano sería un buen día para hacer el bizcocho de la tarta en el horno. De todas formas, siempre lo hago con tiempo y lo congelo. Y como la cocina estará libre esta noche…

—Esta noche es un buen momento —aseguró Ad—. No había pensado en ello, pero tienes razón, con el restaurante cerrado podrás trabajar mucho mejor.

Ella dudó un segundo antes de hablarle.

—También pensaba que, si no es mucha molestia y no tienes otros planes, estaría bien que pudieras ir a echarme una mano.

—¿Quieres que haga de ayudante de la chef?

—No, pero podrías decirme dónde están todos los recipientes y utensilios, cómo funciona la batidora, cuánto tarda el horno en precalentarse, ese tipo de cosas. No conozco los entresijos de tu cocina.

—Claro, no hay problema, te podré ayudar.

—¿No tienes otros planes?

—Iba a cuadrar las cuentas del fin de semana, pero eso puede esperar.

—¿No te importa?

—No.

—Genial, entonces te veo esta noche después de las ocho.

—Aquí estaré.

«Eres imposible, Walker. Imposible», se insultó a sí mismo.

Kit comenzó a ir hacia las escaleras y él no tuvo más remedio que seguirla con la mirada, con los ojos clavados en la suave curva bajo los bolsillos de los breves pantaloncitos. Desde allí su mirada se deslizó hacia los muslos, fuertes gemelos y delicados tobillos. Llevaba unas sandalias en los pies que dejaban a la vista sus uñas pintadas.

—Bueno, que tengas un buen día hasta entonces —le dijo ella empezando a bajar.

—Tú también —repuso él con una voz más ronca de lo normal.

«Denver. Vive en Denver. Recuerda a Linda…», se dijo Ad.

Pero no sirvió de nada.

Ad iba a esperar con ansiedad a que llegasen las ocho de la noche.

 

 

De pie frente al restaurante, Kit se sintió más ridícula que nunca. No se sentía así desde sus tiempos en el instituto.

No entendía cómo había decidido ponerse esos pantalones.

Los había comprado sin pensar y sin probárselos. Cuando había llegado a casa y se los había puesto se dio cuenta de que nunca iba a llevarlos en público. Eran unos pantalones demasiado cortos.

Pero habían sido baratos y no tuvo tiempo de devolverlos, así que los había metido en la maleta cuando se preparaba para ir a Northbridge. Había pensado dárselos a la joven niñera de Kira y Cutty.

Sin embargo, esa mañana había decidido ponérselos y se estaba sintiendo muy tonta con ellos puestos. Sobre todo por lo que le había llevado a tomar esa decisión.

Había traído consigo ropa de sobra y toda bonita y cómoda, pero cuando había abierto el armario esa mañana, todo le pareció ordinario, normal y aburrido.

La ropa no había cambiado, era ella la que estaba distinta, bajo la influencia de alguna sustancia. Y no había tomado nada raro esa mañana. Estaba bajo la influencia de su nuevo vecino, Ad Walker.

Por supuesto, él no tenía ni idea del efecto que estaba teniendo en ella. Aun así, había influido esa mañana en la ropa que iba a ponerse. Fue con él en mente cuando se decidió por esos pantalones. Deseaba con todas sus fuerzas que se le salieran los ojos de las órbitas al verla.

Y le sentaba fatal haber hecho eso.

Había disfrutado con la reacción conseguida, hasta le gustó que la voz de Ad se volviera ronca de repente, pero no entendía por qué estaba haciendo algo así. Estaba segura de que no quería iniciar nada con él y no debería importarle que él se fijara en ella.

Pensó que sólo era un tipo más, el mejor amigo del prometido de su mejor amiga. Iban a estar juntos en una boda. Se verían a ratos durante esa semana durante la preparación de la ceremonia y después seguirían sus vidas por separado.

Eso lo tenía claro, así que no sabía por qué le era tan importante y crucial que él se fijara en ella, incluso que se sintiera atraído por lo que veía.

Y ésa no era la única pregunta que se hacía, había muchas otras llenando continuamente su cabeza.

Por ejemplo, tampoco entendía por qué no había podido dejar de pensar en él desde que lo conociera la noche anterior. O por qué se había ido a la cama pensando dónde estaría su cama, si estaría durmiendo al otro lado de la pared y qué llevaría puesto. O por qué él había sido lo primero en lo que había pensado al despertarse esa mañana.

Estaba claro que era un hombre atractivo, tan atractivo que estaba haciéndole olvidar todos sus buenos propósitos, todas las decisiones que había tomado últimamente.

Decidió que no volvería a dejar que nada igual volviese a ocurrir. En cuanto llegara a casa de Kira le pediría algo prestado, se quitaría los pantalones y desharía para siempre de ellos. Y se aseguraría de tener todo, incluido Ad Walker, en perspectiva.

Sólo iba a estar en Northbridge esa semana. Y Ad Walker no era más que otro miembro del cortejo de boda. Alguien con quien tenía que ser agradable y cordial, pero nada más.

Así que tendría que olvidarse de su mirada aguamarina, su esculpida barbilla y de su cuerpo impresionante, grande y musculoso.

Le temblaban las rodillas sólo de imaginárselo en su cabeza, pero tenía que ignorar esos sentimientos. Y también que su pulso se acelerara sólo pensando en que esa noche iban a pasar algún tiempo juntos.

Sabía que en la cocina podría mirarle de vez en cuando su fabuloso trasero, oír su voz, su risa. Intentaría hacerle sonreír, para poder ver los hoyuelos que se le formaban a ambos lados de la cara.

Pensó que quizás debería quedarse con esos pantalones puestos…

«¡No! ¡No! ¡No!», se dijo en silencio cuando se dio cuenta de hacia dónde iban de nuevo sus pensamientos.

Tenía que dejar de hacer eso, dejar de fantasear y soñar despierta con Ad Walker. Tenía que concentrarse en la boda, en Kira. Tenía que recordar que había decidido pasar de los hombres durante un tiempo, sin que tuviera que hacerla cambiar de opinión que el hombre en cuestión fuera extremadamente atractivo, carismático, sexy o interesante. Había tenido buenas razones para pasar de los miembros del género masculino un tiempo y tenía que aferrarse a ellas.

Claro que le iba a ser muy difícil teniendo a un hombre como Ad Walker delante de sus narices toda la semana.

Justo en ese momento llegó el coche de Kira. A Kit le faltó tiempo para meterse dentro del vehículo.

—Necesito que me prestes unos pantalones cortos algo más conservadores. O unos vaqueros —le dijo a su amiga a modo de saludo.

—Muy bien… —repuso Kira algo confusa.

—Es la primera vez que me pongo éstos y no me gustan.

—Son bastante cortos. Pero puedo esperarte mientras subes a cambiarte, no tenemos prisa.

Puede que no tuvieran prisa, pero no quería arriesgarse a encontrarse con él de nuevo si subía a su apartamento. Además, entonces tendría que explicarle lo que estaba haciendo y él podría darse cuenta de que había perdido la cabeza. Por culpa suya.

Pero no quería darle explicaciones a Kira.

—No me apetece tener que volver a atravesar el restaurante. Será mejor que me ponga algo tuyo y veremos si tu canguro quiere éstos. También necesito una goma para recogerme el pelo en una coleta, no debería habérmelo dejado suelto. Me va a volver loca.

—Muy bien —repitió Kira—. ¿Estás bien?

Lo que Kit había dicho o su nerviosismo habían conseguido preocupar a su amiga.

—Estoy bien, pero me siento incómoda vestida así.

Pensó que estaba incómoda con esa ropa y con Ad Walker viviendo a pocos metros de ella.

—Muy bien —dijo Kira por tercera vez.

Pero por fin encendió el motor y las dos se alejaron de allí y Kit de Ad Walker.

Por desgracia para ella, la distancia física no parecía estar quitándolo de su mente y del hecho de que esa noche iban a verse de nuevo. Le entusiasmaba la idea, algo que sabía que no debería estar sintiendo.

En otras circunstancias, le contaría a Kira todo lo que estaba pasando. Hablarían de ello, se reirían y ella conseguiría sentirse mejor. Estaba segura de que su amiga la ayudaría a ver las cosas desde otro punto de vista, lo que conseguiría que Kit entendiera lo que pasaba y a lo mejor así acabaría por dejar de pensar en él.

Pero, a pesar de pasarse todo el día juntas, Kit no tuvo la oportunidad de hablar con su mejor amiga a solas.

Durante los diez minutos de trayecto hasta la nueva casa de Kira y Cutty, su amiga le explicó todas las cosas que tenían que hacer ese día y en esa última semana antes de la boda. Cuando llegaron a la casa, Kit se sorprendió al ver el bullicio y actividad frenética que había en ella.

Cutty estaba allí cuidando de las niñas. Tenían diecinueve meses y eran muy movidas. Querían tocarlo todo. Había fontaneros arreglando uno de los baños y una mujer mayor, llamada Betty, que iba a ayudar a Kira y Kit haciendo pequeños paquetitos de frutos secos y golosinas para poner en cada plato durante el banquete.

Betty había sido la asistenta y canguro que había trabajado para Cutty antes de que apareciera Kira en su vida. Al principio no se había llevado bien con ella, pero ahora que iban a casarse la estaba ayudando mucho con la casa y las niñas y las dos mujeres habían terminado haciéndose amigas.

Había tanta gente allí y tanto que hacer, que Kit no encontró ni un minuto para contarle a su amiga que estaba teniendo problemas para mantener a Ad Walker fuera de su mente.

Antes de que se diera cuenta, se le pasó el día. Kira la llevó de vuelta al restaurante mientras le contaba lo que tenían que hacer al día siguiente, sin darle a su amiga la oportunidad de desahogarse.

Kit se quedó al pie de la escalera, pensando que estaba sola.

Se iba a enfrentar a una noche haciendo bizcochos en la cocina de Ad Walker y con el propio y delicioso Ad Walker a su lado.

Subió hasta su apartamento y entró sin ver al hombre que, a pesar de haber pasado un día completo muy ocupada, había estado siempre en su mente.

Cerró la puerta tras ella, pensando que quizás se estaba imaginando cosas y exagerando cómo era en realidad. Lo cierto era que había pasado muy poco tiempo con él. Además, lo había conocido después de un día entero viajando y cuando estaba muy cansada. Quizás eso hubiera exagerado la imagen que se había hecho de él. Haciéndolo parecer mejor de lo que de verdad era.

Y a partir de esa primera impresión, su imaginación había seguido trabajando, exagerando todo. Y, como resultado, le parecía que Ad Walker era más fantástico de lo que era en realidad.

Claro que tenía que reconocer que también había tenido un aspecto increíble esa mañana, cuando lo había visto en el rellano durante un par de minutos.

Pero ahora que había descansado, quería comprobar con sus propios ojos que él era un tipo como cualquier otro, que no tenía nada de especial. Eso haría que se curara de lo que le había infectado desde que llegara a Northbridge.

Estaba convencida de que iba a ocurrir así y eso le dio fuerzas para prepararse para verlo de nuevo.

Kira le había prestado unos bermudas, pero decidió que era mejor que sus piernas estuvieran completamente cubiertas. Así que se cambió y se puso unos vaqueros largos.

Su bata blanca de cocinar le cubría la camiseta roja y parte del pantalón. Se iba a sentir mucho más segura así, con una prenda nada sexy encima.

Se dejó el pelo recogido con la goma que le había dado Kira. Lo único que hizo para mejorar su aspecto, pensando que no haría ningún daño, fue aplicarse de nuevo rímel y pintalabios.

Cuando terminó, tomó su bolsa con todos lo cacharros, utensilios y algunos ingredientes y bajó las escaleras.

«Sólo es un tipo como cualquier otro. No tiene nada de especial. Sólo es un chico normal», se repitió mientras bajaba cada escalón.

Un chico normal que seguramente saldría huyendo despavorido si conociera la historia sentimental de Kit.

Colocó la mano en la puerta de la cocina que daba al callejón y respiró profundamente.

Abrió la puerta y, en cuanto entró, lo buscó con la mirada, a pesar de todas sus buenas intenciones. Tampoco pudo evitar sentirse decepcionada al comprobar que la cocina estaba vacía. Ni la posterior felicidad al verlo aparecer por las puertas batientes que conectaban la cocina con el comedor del restaurante.

—Ahí estás —le dijo él a modo de saludo—. Estaba empezando a pensar que te habías olvidado de mí.

«Ojalá pudiera», pensó ella.

—Quería asegurarme de que todos los clientes y el personal se hubieran ido ya antes de venir e invadir su territorio —mintió ella.

La verdad era que había tardado porque le había costado calmarse y concentrarse en lo que tenía que hacer allí en vez de en él.

No tuvo más que mirarlo una vez para que su teoría de que él sólo era un tipo normal quedase en el olvido. Era guapísimo, más que eso.

Llevaba puesto vaqueros y una camiseta polo verde oscura, con el nombre del restaurante bordado sobre un bolsillo. Las dos prendas le quedaban perfectas, acentuando sus anchos hombros y torso, su cintura y cadera estrechas y sus firmes muslos.

Además, parecía estar recién afeitado y olía fenomenal. Un aroma limpio y fresco que era tentador, seductor y…

¡Y ella tenía que dejar de fantasear con él!

—¿Te apetece tomar un vaso de té helado o limonada mientras trabajamos? —ofreció Ad.

—Una limonada, por favor —aceptó Kit pensando en que tendría que echarse la fría bebida por la cabeza para conseguir enfriar sus pensamientos.

Kit sirvió dos vasos y ella se entretuvo haciendo alguna otra cosa, tenía que moverse y dejar de mirarlo con la boca abierta.

Fue hasta la isleta central de acero inoxidable, puso la bolsa encima y comenzó a sacar cosas.

—He traído harina, azúcar, licor y vainilla, porque son especiales y difíciles de conseguir. Kira encargó al supermercado local que le trajeran el tipo de mantequilla europea que uso. Ella me dijo también que tú me dejarías huevos.

—Sí, creo que puedo prescindir de unos cuantos —le confirmó él—. Y cualquier otra cosa que puedas necesitar.

—No voy a necesitar nada más. Bueno, frambuesas y nata, pero eso será más tarde. Ya lo compraré cuando lo necesite. ¡Ah! ¡El chocolate! —dijo Kit tomando un paquete del fondo de la bolsa—. También he traído mi propio chocolate, blanco y semiamargo. Es también de un tipo especial.

Ad trajo los vasos de limonada hasta la isleta central y le entregó uno a Kit.

—¿Frambuesas y chocolate? Veo que no estás haciendo una tarta normal y corriente.

Kit tomó un sorbo del refresco, mirando por encima del borde del vaso al suculento hombre que tenía frente a sus ojos.

—Voy a hacer una tarta de chocolate negro que voy a cubrir con un licor de frambuesas —le explicó ella—. Después, en cada piso de la tarta, pondré una capa de crema de chocolate y otra de puré de frambuesas. Todo irá cubierto con la cobertura de chocolate negro y decorado con la de chocolate blanco.

—¡Madre mía! Será mejor que lo hagas grande, no solemos ver tartas tan exquisitas como ésa por aquí y te aseguro que todo el mundo querrá repetir.

—Será una tarta de cuatro pisos, con otras cinco tartas más pequeñas alrededor del piso inferior, como si fueran satélites.

Ad contó los moldes que traía Kit para todos los bizcochos que tenían que hacer.

—Sí, nueve moldes. Parece que tenemos mucho trabajo por delante. Úsame como mejor te convenga —le dijo él.

Kit rió y trató de no pensar en los otros usos, no relacionados con la repostería, que se le vinieron a la cabeza.

Le dijo que untara mantequilla y espolvoreara harina en el interior de todos los moldes. Ésa era su labor, junto con cortar y colocar en el fondo de cada uno, un pedazo de papel encerado.

Mientras él hacía lo que se le había encargado, Kit comenzó a separar la clara de las yemas y a preparar la mezcla para los bizcochos.

La batidora hacía demasiado ruido para que pudieran hablar, todo lo que se decían eran sobre todo instrucciones de Kit a Ad. Ella pensó que le hubiera gustado poder mantener una conversación con él, de esa forma le habría resultado más fácil controlarse y dejar de lanzarle alguna mirada de vez en cuando. No pudo evitar fijarse en lo expertas que eran las manos de Ad y lo ágiles que eran sus largos dedos. Y tampoco en las arrugas que se le forman en la frente cuando fruncía el ceño al concentrarse en algo. O en su trasero cuando se le cayeron las tijeras y tuvo que agacharse a recogerlas.

Cuando metieron las tartas en el horno, Kit y Ad trabajaron juntos para limpiarlo todo. Al terminar, no les quedó otra cosa que hacer que esperar.

—¿Por qué no nos sentamos en el restaurante, que hace menos calor? —sugirió él.

Dejaron las puertas abiertas para que Kit pudiera oír el reloj del horno y se llevaron consigo más limonada.

Todas las sillas estaban encima de las mesas, pero Ad bajó dos para que pudieran sentarse. Sin pensar en lo que hacía, Kit se quitó la bata de cocinar, igual que hacía siempre cuando terminaba de trabajar.

No recordó hasta un segundo después que esa bata no sólo la protegía de salpicaduras sino que también la llevaba para cubrir su ceñida camiseta roja.

Pero era demasiado tarde para volver a ponérsela e hizo como que no se dio cuenta de que los ojos de Ad se deslizaron instantáneamente hasta su escote durante unos segundos. Gesto que le encantó.

—Bueno, parece que se te da bien trabajar en la cocina de un restaurante —dijo él después de que se sentaran.

—Eso espero, mi primer trabajo fue preparando pizzas en el bar de mi tío Mackie. Era el hermano de mi madre. Tenía un pequeño local en el barrio, al lado de la casa donde me crié.

Ad sonrió, debió de gustarle lo que acababa de oír.

—¿Hacías pizzas? —preguntó con incredulidad.

—Podía tirar la masa en el aire, recogerla, darle vueltas y todo eso —presumió ella riendo.

—Me gustaría verlo alguna vez —comentó él levantando una ceja y dándole a la frase un tono casi lascivo.

—Ya me imagino que te gustaría —contestó ella.

—¿Fue eso lo que hizo que te interesaras por la repostería?

—Siempre, desde pequeña, me gustó hacer galletas. Pero lo cierto es que fueron las pizzas las que me encandilaron, me encantaba trabajar con la masa, adoraba el olor de la levadura y el poder hacer que unos cuantos ingredientes muy simples se convirtieran en algo delicioso.

Ahora fue ella la que estaba dándole un giro sensual a sus palabras y se esforzó por cambiarlo.

—El caso es que empecé a experimentar. Añadí azúcar a la masa para hacer rollos de canela. Después pasé a los bizcochos, el pan, tartas, galletas más complicadas. Más tarde a los pasteles y tartaletas de frutas. Cuando terminé el instituto ya sabía que quería ir a la escuela de cocina para ser una chef de repostería.

—¿Y seguiste trabajando en el bar de tu tío todo el tiempo?

—Sí, incluso después de terminar en la escuela. Él me dejó una parte de su cocina para que pudiera experimentar. Era el mejor sitio para mí recién licenciada de la escuela.

—Entonces, ¿cuándo dejaste el restaurante de tu tío?

—Cuando quise poner mi propia pastelería. Durante dos años había estado ahorrando como una hormiguita, hasta que tuve lo suficiente para alquilar la tienda próxima al restaurante y comprar los hornos y todo lo necesario.

—¿Aún trabajas desde allí?

—No —respondió ella tomando otro sorbo de limonada—. Estuve allí unos años. Pero el negocio fue creciendo y necesitaba más espacio. Me di cuenta de que lo que mejor vendía eran las tartas, así que pasé de tener una pastelería con bollos, pan y otras cosas a Tartas Kit.

—Ya, he oído que te va fenomenal. Es difícil de creer que puedes ganarte la vida sólo vendiendo tartas nupciales.

Kit se rió.

—También hago otro tipo de tartas. Para fiestas, jubilaciones, graduaciones, fiestas para celebrar la llegada de un bebé o una boda próxima, etc. Pero sí, casi todo lo que vendo es para bodas. La tarta de Kira y Cutty es parte de mi regalo de bodas, pero te sorprendería lo que cobro por ellas. Esperemos que las bodas no se pasen de moda —añadió ella consiguiendo que él sonriera y le mostrara sus hoyuelos.

Sonó el reloj del horno y Kit se levantó y fue hacia la cocina. No esperaba que Ad la siguiera, pero lo hizo. Parecía interesarle cómo sabía ella que los bizcochos estaban listos.

Ella le mostró cómo usar un palillo para introducirlo en la tarta y comprobar si estaba hecha, esperaba que siguiera adelante con su promesa de hacer él mismo alguna tarta.

Las tartas estaban listas, pero ella le explicó que no se podían sacar de los moldes hasta que pasaran diez minutos. Después tendrían que dejar que se enfriaran del todo antes de envolverlas y meterlas en el congelador.

Cuando pasaron los diez minutos, Kit le dio la vuelta a las tartas y les quitó el papel encerado que se había quedado pegado a ellas. Entre los dos, fregaron los moldes y volvieron de nuevo al restaurante.

—Si te estás aburriendo o tienes algo más que hacer, puedo encargarme de lo que queda por hacer —le dijo Kit.

—No me estoy aburriendo y no se me ocurre nada que me apetezca más hacer que lo que estoy haciendo.

A Kit le encantó oírlo y decidió intentar saber más de él.

—Muy bien. ¿Y qué me cuentas de ti? —preguntó después de tomar más limonada—. ¿Cómo te metiste en el negocio de la hostelería?

—Empecé ocupándome de las mesas en este mismo local —dijo él mirando alrededor—. Cuando tenía diez años.

—¿Diez? ¿No eras demasiado joven? Unos seis años demasiado joven, diría yo.

—Mi padre era mecánico y cuando yo tenía diez años un coche en el que estaba trabajando le cayó encima. Murió y…

—¡Vaya! Lo siento muchísimo —dijo Kit.

—Hace mucho tiempo de eso. Pero mi madre tenía problemas para mantener un trabajo durante mucho tiempo. Se quedó con cinco niños que criar y una compensación económica irrisoria de la compañía de seguros. Se puso a trabajar en la tintorería, pero no nos llegaba y yo, con mi cabeza de un niño de diez años, pensé que podía ayudar.

Kit se imaginó a Ad de niño, un niño con el peso de la responsabilidad, y sintió pena por él, pero también admiración por el coraje que había demostrado a tan tierna edad.

—¿Cómo es que te contrataron siendo sólo un niño?

—Bingham Murphy, al que llamaban Bing, era el propietario del local entonces y también se encargaba de entrenar al equipo de béisbol local. Siempre estaba diciéndonos que necesitaba a alguien que lo ayudara a barrer el suelo, a sacar la basura o algo así, a cambio de algo de dinero para comprar una bicicleta o lo que quisiéramos. No se puede decir que me contratara, realmente era como si me diese una paga por hacer algunas tareas. Pero cuando le conté a Bing lo que había pasado en casa, me encargó que me ocupara yo en exclusiva de esas funciones.

—¿Trabajabas cada día? ¿Después del colegio o sólo los fines de semana?

—Después del colegio o después del entrenamiento de béisbol. Y también los fines de semana. Barría el suelo y la acera. Lavaba los cristales. Sacaba la basura. Llevaba pedidos a las mesas. Servía agua a los clientes, cosas así.

—¿Y Bing te pagaba por todo eso?

—Eso es. Y otros clientes, que nos conocían y sabían lo que le había pasado a mi padre, también querían ayudarme sin que pareciera que me daban limosna, así que me daban propinas. Y conseguía bastante dinero.

—Para un niño de diez años…

—¡Eh! Acabé siendo el propietario del sitio —bromeó él como si lo hubiera conseguido con las ganancias de su infancia.

—¿Cómo ocurrió?

—Permaneciendo aquí y con cabezonería. Pasé de chico para todo a hacer el resto de las tareas, tomar órdenes en las mesas, atender el bar, cocinar… Mientras estudiaba empresariales en la universidad local, Bing ya se había retirado y yo me encargaba de todo. Después me ofreció venderme el sitio y yo le fui pagando poco a poco, hasta hacerme con la propiedad de todo, el edificio y el negocio. Hace dos años hice reformas para conseguir tenerlo como me gusta. Ahora sí que siento que es mío.

—Así que encontraste tu carrera en la vida con sólo diez años… —resumió Kit.

—Ésa es la verdad. Siempre me ha gustado estar aquí. Me gusta el trabajo y el hacerlo de cara al público, poder hablar con la gente. Me sentí en casa desde el principio.

—Lo entiendo. Yo me sentía igual en el local de mi tío. Era un trabajo duro, pero agradable.

Tan agradable como era estar sentada allí con él, hablando con Ad y teniendo una excusa para no dejar de mirarlo, para fijarse en todos los detalles de su rostro, en cómo, por ejemplo, el color de sus ojos pasaba de aguamarina a turquesa oscuro según expresaba sus emociones.

Pero Kit sabía que no era inteligente dejarse obnubilar por él de esa manera, el caso era que le resultaba muy complicado no hacerlo.

Tuvo que levantarse y tomar su vaso para separarse físicamente de él.

—Supongo que las tartas estarán ya lo bastante frías.

Ad también se levantó y la siguió hasta la cocina.

La ayudó a envolver los bizcochos en plástico, sellarlos en bolsas y meterlos en el congelador.

Después, Kit recogió todas sus cosas, Ad apagó las luces y salieron al callejón para cerrar la puerta con llave.

Mientras subían las escaleras, Kit se sentía fatal por no tener ya una excusa para estar con él, pero sabía que tenía que ser así. Que su relación era sólo superficial y temporal, que no era el inicio de nada más. Aunque no podía evitar sentir que era el inicio de algo.

—¿Te ha dicho Kira que mañana por la tarde tenemos que ir a probarnos los trajes para la boda? —le preguntó Ad cuando llegaron al rellano donde estaban las dos puertas.

—Sí —le confirmó ella intentando no inhalar demasiado profundamente el aroma de su embriagadora y masculina colonia.

—El sastre está a un par de manzanas de aquí, ¿te apetece que vayamos juntos, dando un paseo? —sugirió él.

La idea le gustaba más de lo que quería admitir.

—Vale —repuso ella fingiendo indiferencia.

—He pensado que quizás después podríamos cenar aquí, con Kira y Cutty. Como tienen a Betty para que se ocupe de las niñas, les vendrá bien salir un poco y relajarse. Esta semana, entre la boda y la remodelación de su casa, está siendo muy estresante para ellos.

—Creo que es una idea excelente.

—Voy a llamar a Cutty ahora mismo para quedar —dijo él señalando su puerta.

—Buena idea.

Pero no lo hizo, sino que se quedó mirándola.

—¿Qué tal estás en el apartamento? ¿Tienes todo lo que necesitas? ¿Qué tal la cama? ¿Es demasiado dura o demasiado blanda?

—Todo bien. Tengo todo lo que necesito y la cama es perfecta —repuso ella.

«Aunque no puedo dormir bien sabiendo que tú estás al otro lado», pensó Kit.

—Entonces, ¿estás cómoda?

—Sí.