Un capricho de la fortuna - Victoria Pade - E-Book
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Un capricho de la fortuna E-Book

VICTORIA PADE

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Beschreibung

¿Serían los juguetes de la fortuna? Los familiares de Flint Fortune estaban intentando ejercer de casamenteros, pero el vaquero errante estaba decidido a seguir siendo libre. Sí, claro, Jessie Hunt-Myers era una belleza, pero también era viuda y madre de cuatro hijos… en absoluto la pareja ideal para un soltero empedernido. Aun así, no pudo evitar fijarse en que su despampanante físico iba acompañado de un cálido y enorme corazón. Jessie estaba de acuerdo en que no podían ser la pareja perfecta… y decidió seguir a Flint en su argucia: citas fingidas que harían que sus entrometidos familiares los dejaran tranquilos. Sin embargo, la química entre ellos era de todo menos forzada y fingida.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

UN CAPRICHO DE LA FORTUNA, Nº 66 - junio 2012

Título original: Fortune Found

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0196-7

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

ES él! ¡Es él! ¡Es Fint, mami!

El anuncio provino de Adam, el emocionado hijo de tres años de Jessica Hunt-Myers, cuando corrió al cuarto de baño, asomó la cabeza y volvió a salir.

—Deja que adivine —le dijo Jessica a su hermana, no sin cierta desconfianza—. Esa llamada de hace un momento era de Flint Fortune diciendo que venía de camino. Por eso no me has dejado que lijara los rodapiés, me has metido corriendo en el cuarto de baño y me has hecho esta repentina transformación.

Jessie estaba de pie con la cadera sobre la encimera del lavabo, frente a su hermana Kelsey. Kelsey sostenía una brocha y estaba aplicándole polvos en la cara, igual que cuando habían jugado de pequeñas con el maquillaje de su madre.

—Todo esto son cosas nuevas que quería que probaras porque creía que te gustaría. Y esa horquilla queda mejor en tu pelo que en el mío —dijo inocentemente.

Jessie puso los ojos en blanco, sin creerse ese gesto inocente ni por un momento.

—Kelsey… —gruñó—. Primero intentas liarme con un tipo que te gusta a ti… el mismo chico con el que has terminado… ¿y ahora intentas que me líe con su hermano?

Kelsey se encogió de hombros.

—El primero me lo quedé para mí, así que me parecía justo encontrarte a alguien para compensarte —bromeó.

El «primero» había sido Cooper Fortune y, después de un intento fallido de unir a Jessie y a Coop, Kelsey había sucumbido a la atracción por ese hombre. Ahora estaban prometidos, criando a Anthony, el hijo de seis meses de Cooper, y se habían mudado a una casa al lado de la de Jessie.

La casa necesitaba una reforma completa, que era la razón por la que Jessie y Adam, el más pequeño de los cuatro hijos, estaban allí ese sábado por la tarde. Jessie estaba ayudándola.

La reforma era, además, la razón por la que el hermano de Cooper, Flint, pasaría una larga temporada en la habitación de invitados de Kelsey y Coop. Una larga temporada que, al parecer, estaba a punto de comenzar.

—No necesito… ni quiero… que me líes con nadie —dijo.

—Han pasado dos años desde que Pete murió, Jess —dijo Kelsey con delicadeza.

—Dos años, once días y tres horas.

Kelsey sacudió la cabeza con tristeza.

—Y necesitas más cosas en tu vida para distraerte y no seguir contando los días. Las horas.

—¿Más en mi vida? —preguntó Jessie con una carcajada—. Tengo cuatro hijos, Kelsey. Mamá y papá se jubilaron para mudarse a vivir conmigo y echarme una mano porque tengo demasiadas cosas en mi vida…

—Tus hijos crecerán, mamá y papá decidirán viajar o irse a una urbanización para personas mayores como ya han dicho, y después, ¿dónde estarás tú? Sola. Estarás sola.

—Con un baño para mí sola, una casa que se mantenga limpia durante cinco minutos y la posibilidad de no volver a quedarme nunca sin galletas… —dijo Jessie con un tono de ensoñación.

—Sola —repitió Kelsey.

—Ella tiene siete años, Braden y Bethany tienen cuatro y Adam solamente tres. Pasará mucho, mucho, tiempo hasta que tenga que preocuparme por eso.

—Pero, ¿no quieres volver a tener a alguien contigo? —insistió Kelsey—. Pete habría querido…

—¡Oh, no vayas por ahí! Odio cuando la gente dice lo que Pete habría querido.

—De acuerdo, pero él no habría querido que acabaras sola y vieja —insistió.

—No estoy preparada. Y cuando lo esté, pasará sin que tú estés buscándome un hombre.

—No he estado buscándote un hombre. Solo creo que a veces el destino presenta oportunidades y sé que sin un empujoncito, no verás lo que tienes delante. Aunque es muy difícil no ver a Flint… ¿o es que no te has fijado en lo bueno que está?

—¿Te estás arrepintiendo de algo? —bromeó Jessie para distraerla, aunque no le funcionó.

—¡No! Estoy tan enamorada de Coop que quiero lo mismo para ti. Y he aprendido de primera mano que los hombres Fortune merecen la pena y quiero que tengas un hombre que merezca la pena. Como lo era Pete.

—No puedes saber con seguridad que Flint Fortune sea un hombre que merezca la pena solo basándote en su hermano. Apenas lo conoces.

Ese miembro en particular de la afamada familia Fortune de Texas no vivía en el pequeño pueblo de Red Rock, al igual que muchos otros Fortune, y por eso era como un extraño tanto para Kelsey como para Jessie. Un extraño que había llegado a la ciudad ante la sospecha de que un bebé abandonado pudiera ser su hijo, aunque finalmente se había probado que era hijo de Coop. El hecho de que Flint Fortune ahora tendiera a ayudar a su hermano y a pasar algo de tiempo con el resto de la familia a la que no parecía estar muy unido, no significaba que fuera menos extraño para Kelsey o Jessie.

—De acuerdo, tal vez no sé mucho de él —admitió Kelsey—, pero sé que es el hermano de Cooper y que es un tipo que está buenísimo, buenísimo…

—«Buenísimo» no es suficiente para describirlo —persistió Jessie.

Y fue lo único que Jessie no pudo discutirle porque era la pura verdad. Había conocido a Flint en la fiesta que Lily Fortune había celebrado en el rancho Double Crown para presentar al bebé Anthony a todo el clan. Y aunque tal vez no se había quedado prendada al instante de él, como le había pasado a su hijo pequeño, sí que no había podido pasar por alto lo increíblemente atractivo que era.

—Y no importa todo lo bueno que esté —le dijo a su hermana—, porque no estoy en el mercado para ningún hombre.

Porque no tenía la más mínima esperanza de que un hombre pudiera querer estar con una viuda con cuatro hijos pequeños. ¿Qué pasaría si se daba el capricho de estar con un hombre y luego este la rechazaba por sus cuatro hijos? Eso era algo por lo que no quería pasar, ni por ella, ni por sus niños. Además, el rechazo también equivalía al sentimiento de pérdida, y no quería que ni sus hijos ni ella tuvieran que sufrir la pérdida de otro hombre en sus vidas.

—Adam ya lo tiene en un pedestal —le dijo Kelsey, como para tentarla.

—Pues Flint no es para tanto. No es más que un hombre en un mundo lleno de hombres que no tengo ni el tiempo ni ganas de conocer.

—Mírate —le dijo Kelsey, agarrándola por los hombros y acercándola al espejo—. Estás fantástica. No esperes a que te salgan arrugas y todo se te empiece a caer y a colgar…

—Muchas gracias por ofrecerme esa imagen de mi futuro.

Jessie frunció el ceño y giró la cabeza para poder ver mejor cómo le caía su melena color tierra por la espalda.

—Me la ponga como me la ponga, esta horquilla me hace daño y no la quiero —dijo quitándosela y sacudiéndose el pelo para que cayera libremente sobre los hombros.

—Pero el colorete te queda bien, ¿verdad? Es un poco brillante.

Jessie se analizó la cara fijamente en el espejo, preguntándose si su piel ligeramente clara, sus marrones ojos o su tal vez demasiado recta y fina nariz, de verdad estaban lo suficientemente bien como para atraer a otro hombre…

Pero prefirió dejar de lado ese pensamiento y centrarse únicamente en juzgar el colorete.

—Sí, es bonito —porque sí que acentuaba sus altos pómulos y le daba un saludable brillo a su rostro.

—Ahora, métete la camiseta por dentro de los vaqueros para que se te vea el trasero.

—Kelsey…

—Vamos, esos no son tus mejores vaqueros, pero tienes un buen trasero y con estos no se te ve bien del todo —comenzó a meterle la camiseta por dentro.

—¿Puedes parar? —protestó Jessie.

—¡No! Ya es pésimo que lleves una camiseta vieja y grande con un logo, así que al menos métetela por dentro.

—¡Mis disculpas! Los niños me la regalaron por el Día de la Madre y me gusta —dijo mirando la parte delantera donde se veía a sus cuatro hijos sobre las palabras: La mejor mamá del mundo.

—Lo sé, yo los ayudé a elegirla, pero se suponía que era para que durmieras con ella, no para que te la pusieras fuera de casa.

—No puedo hacer eso. Los niños podrían pensar que no me siento orgullosa de tenerla.

Ahora fue Kelsey la que puso los ojos en blanco.

—Por lo menos, métetela por dentro y sal a saludar a Flint.

—No creo que tenga elección.

Pero sí que tenía elección con lo de la camiseta y, aunque se aseguró de que solo lo hacía para no parecer una paleta, lo hizo.

—¿Contenta? —le preguntó a su hermana, como si lo hubiera hecho únicamente para que Kelsey la dejara en paz.

Sin embargo, mientras se había colocado la camiseta, Kelsey había sacado un cepillo y estaba dándoselo.

—Ahora, pásate esto por el pelo y prueba este pintalabios…

—¡Nada de pintalabios! —pero agarró el cepillo y se lo pasó por el pelo para estar algo presentable, no para impresionar a Flint ni a ningún hombre.

Y por la misma razón, justo antes de salir del baño detrás de Kelsey, se miró una última vez al espejo…

Y lamentó no haberse puesto unos vaqueros que fueran menos anchos y una camiseta que no hubiera sido tan gigante que solo pudiera utilizarse como pijama.

Pero todo eso lo pensó porque, en general, no le gustaba que nadie la viera con ese aspecto; no tenía nada que ver con Flint Fortune.

De verdad que no.

—¿Lo ves, mamá? Te había richo que era Fint.

—Sí, ya veo que es «Flint» —le respondió Jessie, corrigiendo su pronunciación, antes de centrar la atención en el recién llegado y después de que Kelsey lo hubiera recibido con un abrazo.

—Hola, Flint —dijo Jessie saludando al hombre cuya presencia parecía llenar el salón; un metro ochenta de pura masculinidad.

—Hola. Jessie, ¿verdad? ¿Eres la hermana de Kelsey?

—Sí, es mi hermana —le confirmó Kelsey con gran entusiasmo.

Pero para Jessie, la pregunta había indicado que no le había causado demasiada impresión la primera vez que se habían visto. Él, por el contrario, estaba tan atractivo como lo recordaba de la fiesta.

A diferencia de su querido difunto marido, Flint Fortune poseía una abrumadora belleza de piel morena. Tenía los ojos y el pelo castaños, como los de Pete, pero con unos tonos más intensos, chocolate, y sus ojos eran mucho más oscuros y con reflejos dorados. Unos ojos penetrantes y poco vistos que le daban misterio a aquel hombre.

Aunque no sabía por qué estaba fijándose en esas cosas. Todo era culpa de Kelsey, por haberle metido en la cabeza lo buenísimo que estaba ese hombre.

Pero, efectivamente, era imposible negar que era guapísimo. ¡Más que guapísimo! Sobre esos especiales ojos tenía unas cejas rectas y una frente que eran el lienzo perfecto para lucir su aparentemente sedoso cabello. Su nariz era recta y con una forma bonita, sus labios provocativos, y tenía un hoyuelo en el centro de su angulosa mandíbula.

Si a eso se le añadía un rostro increíble y unos anchos hombros, que apenas podían contenerse dentro de la camisa vaquera que llevaba con las mangas enrolladas, dejando ver unos musculosos antebrazos y unas sexys muñecas, unas caderas estrechas y unas piernas fuertes y largas que le hacían justicia al par de vaqueros que llevaba, no había duda de que era un hombre impresionantemente guapo.

Pero eso no cambiaba nada.

—¡Fint tene botas de vaquero como las mías! —anunció Adam—. Las mías están en casa. ¡Quero ir a por ellas!

—Ahora mismo no puedes —le dijo Jessie.

—¡Pero quero ponémelas!

—No puedes ponerte botas vaqueras con pantalones cortos. Puedes ponértelas otro día cuando haga menos calor —le dijo a su hijo, que volvió a mirar a Flint.

—¿Tendré los pies tan gandes como Fint?

Sin saber por qué, eso le hizo a Jessie imaginárselo descalzo y prefirió no seguir por ese camino.

—Lo siento —murmuró Jessie tirando de Adam, que se había agarrado a la pierna de Flint para comparar su pie con el de él—. Esto debe de ser alguna fase nueva. Nunca se ha… encariñado tanto con alguien.

—Me gusta —dijo Adam—. Quero hacer lo que hace él.

—Parece que Adam ha decidido que eres su modelo a seguir, Flint —dijo Kelsey mirando a Jessie de soslayo y haciendo que esta elevara los ojos al cielo una vez más—. Coop está trabajando en el sótano. Jess, ¿por qué no lleváis a Flint arriba y le enseñáis su habitación mientras yo aviso a mi otro Fortune favorito y le digo que su hermano por fin ha vuelto?

Jessie le lanzó a su hermana una mirada con la que quiso decir: «Me las pagarás por esto», pero ya que no podía negarse sin resultar grosera, accedió y mirando el rostro de modelo de Flint, dijo:

—La que será la habitación de invitados está aquí abajo, pero ahora mismo está llena de botes de pintura y herramientas, así que Kelsey ha pensado que te quedes en la otra habitación que tienen arriba.

—Te la enseño —se ofreció Adam, soltándose de la mano de su madre y corriendo hacia las escaleras.

—Supongo que tendremos que seguir a nuestro guía —dijo Flint con una sexy media sonrisa.

—Si no, es capaz de subirte a rastras —aseguró Jessie.

Flint sonrió y recogió su maleta del suelo.

—Tú primero.

Si su hermana no hubiera señalado el hecho de que no llevaba sus vaqueros más favorecedores, Jessie estaba segura de que jamás se habría parado a pensar en qué aspecto tendría su trasero, ni en que Flint Fortune la seguía por las escaleras.

Ahora era más consciente de dónde posaría él sus ojos mientras subían y qué pensaría de esa zona de su cuerpo, contando con que le interesara… lo cual no era probable. Pero si le interesaba, ¿podría decir que no tenía un mal trasero a pesar de sus pantalones bombachos?

Pero esos no eran los pensamientos que le gustaría estar teniendo y, intentando eludirlos, subió corriendo las escaleras.

Adam estaba esperándolos en el rellano.

En cuanto Flint llegó, el niño le dijo:

—Ahí —y salió corriendo hacia el dormitorio contiguo a la habitación donde Anthony estaba echándose la siesta.

Jessie y Flint siguieron al niño hasta el pequeño dormitorio que aún tenían que decorar, pero que contenía lo necesario: una cama doble, una mesilla con lámpara y una cómoda sobre la que había una vieja televisión.

—¡Nosotros vivimos ahí! —anunció Adam emocionado.

Estaba junto a una de las dos ventanas de la habitación y señalando a la casa de al lado.

—Ah, sí, Coop me lo ha dicho.

Jessie agradeció el gesto de Flint, que dejó la maleta en el suelo y se acercó al niño, mostrándole toda su atención.

—¿La ves? —preguntó Adam cuando Flint llegó allí—. Es la ventana de mi mamá. Pueres verla cuando se pone el pijama.

Fue un comentario inocente, así que no había nada de lo que avergonzarse, pero aun así, Jessie sintió calor en las mejillas. Posiblemente porque estaba imaginándose la escena. O, posiblemente, porque parecía que Flint también, ya que esbozó una pícara sonrisa.

—Por eso echamos las cortinas cuando nos desvestimos, Adam —le aleccionó Jessie—. Para que nadie pueda vernos poniéndonos el pijama.

—Pero podríais saluraros poque esa es tu habitación, mami, ¡puedo vela!

—Sí, es mi habitación.

—Y nos saludaremos. Todas las noches —le aseguró Flint, apenas conteniendo la sonrisa.

—Oh, seguro —añadió Jessie como si ella también pudiera bromear con el tema cuando, en realidad, por dentro se sentía como una tonta y enamoradiza colegiala.

—Y ahí están mis buelitos haciendo una babacoa y esos son Ella, Banden y Bethany jubando con la manguera, puedes velos a todos.

—Sí que puedo.

—Si los abuelos están cocinando, será mejor que vayamos a casa —dijo Jessie aprovechando para salir de allí.

—¿Puede venir Fint?

—La tía Kelsey tiene otros planes para la cena de Flint de esta noche.

—¿Puero venir después de la cena? —preguntó el pequeño.

—Después de la cena tienes que bañarte, así que no. Volverás a ver a Flint pronto.

—Por lo que tengo entendido, esta semana todos vamos a trabajar en la casa, así que seguro que nos vemos mucho, colega.

El niño dejó escapar un exagerado suspiro y accedió a regañadientes.

—Vaaaale.

—Venga, vamos —dijo Jessie antes de que el niño cambiara de opinión.

—Ah, Adam, mañana me pondré deportivas como las tuyas, así que no te preocupes por las botas de vaquero.

Jessie se rió ante el comentario y contestó:

—Gracias, eso me ahorrará una pelea mañana por la mañana.

—Me lo imaginaba —respondió Flint con una cautivadora sonrisa.

Lo suficientemente cautivadora como para que Jessie se quedara mirándola, mirando esos únicos ojos, y se olvidara de todo lo demás.

Pero entonces, Adam comenzó a tirar de ella hacia abajo, devolviéndola a la realidad, y poniéndose de puntillas le susurró:

—Me ha llamaro «colega». Así que somos amigos.

—Es verdad —le confirmó Jessie, agradeciendo que Flint hubiera tenido tanto en cuenta los sentimientos de su hijo y diciéndose que eso era lo único que veía en ese hombre.

Y lo único que estaba decidida a ver en él…

Capítulo 2

FLINT se despertó el lunes por la mañana con el ruido de voces de niños fuera, de un bebé quejándose sin cesar en la habitación contigua, de agua corriendo por algún sitio cerca y de un aspersor siseando en la distancia.

Definitivamente, no era la tranquilidad de su apartamento en los alrededores de Denver y quedó claro cuando la voz de su hermano Cooper llegó hasta él desde algún lugar cercano, recordándole que estaba en Texas. En Red Rock.

El lugar donde su madre había nacido y crecido. El lugar donde vivía un pedazo de su extensa familia. El lugar al que su madre los había llevado a sus hermanos y a él a visitar a sus familiares, para librarse de ellos mientras se iba de otra luna de miel o porque necesitaba sacarle dinero a alguien de su familia entre maridos, o trabajos o ciudades o cualquiera de las otras cosas en las que siempre andaba metida Cindy Fortune.

Abrió los ojos y reconoció la ordenada habitación de la casa a la que su hermano acababa de mudarse y donde él se estaba tomando un descanso de su trabajo para ayudar a reformarla y poder pasar algo de tiempo con Cooper, con su recién descubierto sobrino, con Kelsey, la prometida de su hermano y con Ross y Frannie, sus otros dos hermanos, que también vivían en Red Rock.

Además, pasaría algo de tiempo con algunos otros miembros de su extensa familia y lo cierto era que, para variar, ahora eso no le resultaba tan malo.

En los últimos cinco meses, la familia Fortune había vivido momentos difíciles que, por suerte, estaban empezando a solucionarse. Unos momentos llenos de preguntas que aún tenían que ser respondidas porque el actual cabeza de familia, el tío William, había sufrido una lesión cerebral en un accidente de coche y estaba sumido en la amnesia e incapaz de darle respuesta a esas preguntas. Pero sorprendentemente para él, en medio de toda esa locura, sus hermanos y él habían descubierto que no eran considerados las ovejas negras de la familia, tal y como siempre habían pensado, sino que eran muy valorados y apreciados por todos, a pesar de su madre y del modo en que los había criado. A pesar del hecho de que ninguno de ellos había tenido el éxito de sus primos.

De modo que, por una vez, Flint se alegraba de estar en Red Rock, incluso aunque todo ese ruido le hubiera costado su última media hora de sueño.

Y así, se incorporó y posó los pies en el suelo quedando frente a la ventana con vistas a la casa vecina. La casa que el pequeño Adam le había señalado el día anterior. La casa de Jessie. De ahí debían de provenir todas las voces.

En pro del decoro, Flint se puso los vaqueros del día anterior y una camiseta interior blanca antes de levantarse y acercarse a la ventana. Las cortinas estaban corridas, pero las apartó ligeramente con un dedo para ver mejor la casa. En efecto, un grupo de niños estaba correteando por el jardín donde parecía que estaban descargando las piezas de un parque de juegos. No era algo que le interesara mucho, pero aun así se quedó junto a la ventana mirando la que quedaba exactamente frente a la suya.

Las cortinas de Jessie estaban descorridas, aunque no lo habían estado la noche anterior, cuando él se había asomado para correr las suyas. Sin embargo, no había visto a la hermana de Kelsey ni por la noche, ni en ese momento.

No pudo evitar reírse al recordar lo que le había dicho el pequeño Adam y el hecho de que esas cortinas hubieran estado completamente corridas para asegurar que no pudiera ver a Jessie poniéndose el pijama; que ni siquiera pudiera saludarla.

¡Una pena!

No le habría importado echarle un vistazo a ese pequeño cuerpo con el generoso trasero que lo había seducido al subir las escaleras y unos firmes pechos ocultos bajo esa enorme camiseta. Y lo extraño era que tampoco le habría importado simplemente verla lanzándole un saludo, aunque eso era algo a lo que no le encontraba explicación.

¿Qué era? ¿Un colegial esperando poder ver a la chica de al lado? ¿Esperando que, simplemente, alzara la mano para saludarlo?

No se había sentido así desde que tenía trece años, porque lo cierto era que la noche anterior había estado junto a la ventana casi media hora esperando que apareciera. Y ahí estaba por la mañana… haciendo exactamente lo mismo.

«Es que merece la pena verla», se dijo como justificando lo estúpida que le parecía la situación.

Y no era que no hubiera visto y estado con mujeres que merecieran la pena, pero la hermana de Kelsey era mucho más que guapa. Mucho más…

Cuando la había visto el día anterior, inmediatamente había recordado cuándo la conoció: era la mujer de la fiesta de Lily a la que había mirado constantemente, incluso desde antes de que se la presentaran. Jessie. Y entonces, de pronto, el día anterior se la había encontrado otra vez, en el salón de la casa de su hermano.

Era un encanto. Una belleza, incluso con unos pantalones anchos y una camiseta que decía: La mejor mamá del mundo. Una belleza sencilla, natural y sin artificios. Una mujer que no parecía ser consciente de lo bella que era.

Tenía el cabello más sedoso que había visto en su vida, era castaño y brillante y caía sobre sus hombros y enmarcaba un rostro que ningún hombre podía ignorar. Su piel se veía luminosa, era una pura perfección interrumpida únicamente por un pequeño y adorable lunar justo debajo del rabillo del ojo izquierdo.

Y esos ojos grandes, redondos y marrón chocolate tenían una expresión de lo más dulce y suave. Eran unos ojos brillantes, como cubiertos de rocío, que hacían que le costara dejar de mirarlos… hasta que había deslizado la mirada hacia su recta, fina y bien formada nariz y esos exquisitos y carnosos labios rosados. Unos labios con la forma perfecta. Perfectos tanto si sonreía o hablaba como si no hacía nada con ellos. Perfectos para besar, aunque eso era algo que no había podido comprobar…

Se reprendió por los pensamientos que estaba teniendo y volvió a mirar hacia el jardín.

Cuatro niños.

¡Cuatro!

Era una madre, si bien bellísima, que había enviudado y esa era una situación de la que debía salir huyendo. Se alegraba de que sus tres hermanos estuvieran o bien casados o prometidos, ¿pero él? El matrimonio no entraba en sus planes.

Lo había probado una vez, y con una vez le había bastado. Le había bastado para confirmar lo que había visto del matrimonio de niño: su madre se había casado varias veces y sus relaciones siempre habían resultado complicadas y sus divorcios dolorosos; por todo ello, él nunca había creído que fuera algo recomendable.

Y, por si eso fuera poco, Jessie tenía cuatro hijos.

Él no era una persona que le gustaran los niños. De hecho, una de las peores noticias que había recibido en su vida había llegado el mes anterior cuando le habían comunicado que Anthony podría ser su hijo. De haber sido verdad, no habría sabido qué hacer y, por ello, el alivio que había experimentado al saber que era de Cooper no se había parecido a nada que hubiera sentido en su vida.

«No estoy hecho para ser padre», pensó recordando el comentario de Kelsey sobre cómo Adam lo había elegido como modelo a seguir. Él no tenía ni idea de cómo ser ni padre ni un modelo a seguir para nadie. ¿Cómo podía cuando su propio padre apenas se había relacionado con él y cuando ninguno de los otros novios o maridos de su madre se había quedado el tiempo suficiente como para ser un padre o un modelo a seguir?

Por otro lado, le gustaba la libertad. Le gustaba ir y venir según se le antojara. Estaba disfrutando de la vida y no quería que nada cambiara.

¿Y en lo que concernía a las mujeres? Nunca había tenido escasez de ellas y siempre había dejado claro que seguía una política de cero ataduras y cero compromisos, la cual implicaba que nada de niños ni de la responsabilidad que estos traían consigo. No quería tener que preocuparse porque esos niños terminaran sintiéndose como sus hermanos y él se habían sentido cada vez que otro hombre había entrado en la vida de su madre y, consecuentemente, en las suyas. Siempre que habían empezado a acostumbrarse a esos hombres, habían tenido que verlos salir por la puerta.

Era una sensación que no había querido provocarle nunca a un niño, y menos aún a cuatro a la vez.

De modo que Jessie no era para él. Por muy bella que fuera, con cuatro hijos que podían terminar sufriendo igual que él de pequeño, ella estaba estricta, completa y absolutamente fuera de sus límites. Por muy guapa que fuera… por muy dulces que fueran sus ojos… por muy apetecibles que pudieran ser sus labios o por mucho que hubiera deseado acariciarle las mejillas para descubrir si su piel era tan suave como parecía…

Y entonces, de pronto, ahí estaba ella, en el jardín con sus cuatro hijos. Y también, de pronto, fue como si los niños se difuminaran quedando en un segundo plano y solo la viera a ella, con su cabello resplandeciendo bajo el brillo del sol.

Ese día llevaba unos vaqueros ajustados con una camiseta de tirantes metida por dentro y, cuando se había agachado para ver la etiqueta de lo que les habían entregado, le había sido imposible no fijarse en su tan bien formado trasero. De hecho, sintió un cosquilleo en la mano ante el deseo de acariciarlo y, de pronto, lo de ser un buen modelo a seguir fue lo último que se le pasó por la cabeza. Lo único que le importaba era Jessie y el hecho de que en un rato llegaría a la casa para ayudar…

«¡Déjalo ya!», se ordenó asegurándose de que, de nuevo, estaba viéndolos a los cinco y viendo cómo los niños correteaban de un lado para otro.

«Tiene cuatro hijos», volvió a decirse con firmeza, decidido a grabarse esa frase en la mente para que nunca se le olvidara. Pero entonces, Jessie volvió a incorporarse, se giró, se metió las manos en los bolsillos traseros de los vaqueros y, en esa ocasión, fue la dulce curvatura de sus pechos lo que hizo que sus manos anhelaran una caricia.

Pero no importaba, se dijo, porque no era una mujer apropiada para él.

Y lo decía en serio. Si era necesario, se aferraría una y otra vez a los espantosos recuerdos de su infancia para no olvidar que no podía tener nada con ella. De ningún modo tendría una relación con la «mamá de al lado».

—Creo que no sé tu apellido, ¿o es Hunt, como el de Kelsey?