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Había creído que era la amante de un hombre casado… pero ahora sabía que en realidad era la esposa perfecta La compañera de piso de Taye Trafford se había marchado, dejándola en una incómoda situación. Necesitaba urgentemente alguien con quien vivir… y que la ayudara a pagar las facturas, por eso no tuvo otra alternativa que aceptar a Magnus Ashthorpe en cuanto apareció en la puerta de su casa. Magnus no se había mudado a casa de Taye porque necesitara un lugar donde vivir, sino porque creía que ella era la amante del marido de su hermana, que tanto dolor le había ocasionado a esta. Sin embargo, no tardó en darse cuenta de que Taye era una mujer amable, inocente y aparentemente incapaz de tener una aventura como la que le había roto el corazón a su hermana.
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Seitenzahl: 197
Veröffentlichungsjahr: 2013
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2005 Jessica Steele. Todos los derechos reservados.
LA ESPOSA MÁS ADECUADA, N.º 80 - marzo 2013
Título original: A Most Suitable Wife
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Este título fue publicado originalmente en español en 2006.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-2700-4
Editor responsable: Luis Pugni
Imagen de cubierta: IMAGERY MAJESTIC/DREAMSTIME.COM
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Taye entró en su apartamento y se paseó por el salón; le encantaban aquellos muebles modernos y la decoración. Le vino a la mente la pequeña habitación en la que había vivido los tres años anteriores y a la que de ninguna manera quería volver.
Estaba decidida a no dejar el apartamento a pesar de que, tras la marcha de Paula, el alquiler fuera mucho más cara de lo que ella podía permitirse.
Después de pensarlo detenidamente se había decidido a dar el primer paso para compartir piso: poner un anuncio. Estaba deseando que alguna persona lo viera y la llamara pronto.
Paula le había dejado el nombre y dirección de la agencia inmobiliaria pero, desafortunadamente, parecía que se había llevado el contrato de alquiler, con lo que la situación de Taye era un poco incierta. Había buscado el contrato por todas partes, pero no lo había encontrado y no estaba muy segura de cuál era su situación legal como inquilina.
El contrato estaba a nombre de Paula, quien le había asegurado que, mientras que el alquiler fuera pagado puntualmente, a la agencia inmobiliaria no le importaría quién viviera en la casa ni quién la pagara. Pero Taye no estaba completamente segura. Le habría gustado echarle un vistazo al contrato para ver si había alguna restricción que no permitiera subarrendar.
Había dudado entre acudir o no a la agencia a preguntar. Tenía el presentimiento de que si se acercaba a Wally, Warner y Quayle le iban a decir que existía una cláusula contra el subarrendamiento. Sabía que debía preguntarles, que debía decirles que Paula Neale había dejado la ciudad, pero tenía tanto miedo a que la obligaran a dejar el apartamento que no lo hizo. Quizá le preguntaran sobre su situación económica y si les enseñaba su nómina iba a resultar obvio que no podía pagar un alquiler tan alto ella sola.
Taye prefirió eludir el problema y seguir el consejo de Paula, quien al fin y al cabo tenía más experiencia y le había subarrendado una habitación a ella. Mientras el alquiler se pagase puntualmente, nadie se iba a molestar en averiguar quién vivía en la casa.
Además, si consideraba las dos opciones, pagar o irse, tenía claro que no quería marcharse del apartamento y volver a la vida que había dejado hacía tres meses.
Sólo le quedaba una salida: tenía que encontrar a alguien que pagara la mitad del alquiler. Compartiría la renta del mismo modo en que Paula la había compartido con ella.
Taye tenía la sensación de que no le convenía anunciarse en el periódico. Sabía, sin lugar a dudas, que todos los agentes inmobiliarios revisaban la columna de alquiler del periódico local. Lo que significaba… Un suave toque en la puerta interrumpió sus pensamientos. Se dirigió a abrirla pensando que sería uno de sus vecinos.
Taye pensaba que ya había conocido a todos los vecinos en el tiempo que llevaba viviendo en la casa, pero podía asegurar que era la primera vez que se encontraba con el hombre alto y moreno que estaba en aquel momento frente a ella.
–¿Cómo has entrado? –preguntó para poner fin a un silencio que se le estaba haciendo eterno. Aquel hombre la miraba con arrogancia. Mientras Taye esperaba una respuesta, pasó corriendo Rex Bagnall, quien vivía en el piso de arriba.
–Un día me voy a dejar la cabeza en casa –dijo, aclarando que se había olvidado algo. Aquello respondía la pregunta de Taye: ese hombre había entrado en el portal cuando Rex estaba saliendo.
–¿Has venido por el alquiler? –preguntó tras caer en la cuenta. El hombre la observó en silencio durante un rato, serio.
–Sí –contestó finalmente.
¡Qué pena! Taye había pensado en una mujer como compañera de piso. Tampoco le emocionaba mucho la expresión adusta del rostro de aquel hombre de unos treinta y tantos años. A pesar de que no estuviera interesada en alquilarle una habitación, tenía que mantener las formas.
–Has sido rápido –dijo tratando de ser amable–. Acabo de regresar de colgar el anuncio en la tienda de periódicos –en aquel momento, justo cuando Taye le iba a decir que su idea era compartir piso con una mujer, pasó de nuevo Rex Bagnall. Se calló porque no quería que nadie escuchara la conversación.
–Pasa –invitó al candidato fallido.
Entraron en el recibidor y de ahí fueron al salón. Había más luz y pudo comprobar que tenía unas espaldas anchas y vestía ropa informal pero cara. Él también la miró con más detalle, fijando su mirada por unos instantes en su cabello rubio platino.
–Yo… –titubeó–. Sé que el anuncio no lo decía, pero había pensado compartir con una mujer.
–¿Una mujer? –preguntó altivo.
–¿Has compartido piso antes con alguna mujer? –preguntó sintiendo que un leve calor ascendía por su cuello–. No es nada personal, pero... –estaba confusa y era evidente que él no le iba a echar un cable–. Quizás no sea lo más adecuado para ti.
–Quizás sea mejor que eche un vistazo al piso –se dignó a contestar tras mirarla durante unos segundos en silencio.
Parecía muy seguro de sí mismo y, cuando se quiso dar cuenta, le estaba enseñando a regañadientes el piso: salón, comedor, baño, cocina, office. Todo excepto su dormitorio.
–Ésa es mi habitación –dijo señalando a la puerta–. Y éste es el otro dormitorio.
–El de tu… inquilino.
–Eso es –contestó contenta de que dijera algo después de aquella inspección tan silenciosa.
Él entró en lo que había sido la habitación de Paula y la observó cuidadosamente. Taye lo dejó allí y se dirigió hacia el salón, pensando en cómo le iba a decir que ya lo llamaría. Le resultaría menos brusco que informarlo directamente de que no tenía ninguna oportunidad. Minutos después él acudió al salón; obviamente había estado imaginando cómo colocaría la habitación.
–Veo que tenéis un jardín –comentó mientras se acercaba a la ventana para asomarse.
–Es un jardín común. La inmobiliaria se encarga de que esté cuidado, pero no necesita mucho mantenimiento. Bueno…
–¿Cómo te llamas? –dijo interrumpiéndola–. No puedo ir por ahí llamándote señora de Winter.
Una sonrisa se dibujó en los labios de Taye. Desconfiaba de él, pero el comentario le había hecho gracia. Sin lugar a dudas se estaba refiriendo a la señora de Winter del libro Rebecca, escrito por Daphne du Maurier. Era un personaje que durante todo el libro mantenía oculto su nombre de pila.
–Taye. En realidad Tayce, pero me llaman Taye –contestó tratando de contener la risa frente a aquel rostro serio. Se sintió un poco tonta por el comentario y decidió no contarle que su hermano pequeño no había sido capaz de pronunciar su nombre correctamente y al final se había quedado con Taye–. Taye Trafford. ¿Y tú eres...?
–Magnus Ashthorpe.
–Bueno, Magnus…
–Me quedo –interrumpió él con decisión, pillándola por sorpresa.
–Oh. No creo que…
–Naturalmente hay asuntos que tendremos que discutir –afirmó tomando el mando de la conversación.
–¿Quieres un café? –preguntó ella tratando de ser civilizada. Un rato de charla no hacía mal a nadie.
–Solo y sin azúcar –ella se alegró de que aceptara y así poder escaparse un rato a la cocina.
De ninguna manera lo iba a aceptar como compañero de piso. De ninguna manera. Mientras preparaba las tazas pensó en que no se podía precipitar. ¿Qué iba a pasar si nadie más estaba interesado? El alquiler era bastante alto. Pero, ¿y si hubiera un montón de gente dispuesta a compartir el apartamento? No habían pasado ni diez minutos desde que había puesto el cartel cuando él había llegado a su casa.
–¡El café! –exclamó al entrar en el salón con la bandeja. La dejó sobre la mesa y lo invitó a tomar asiento. Se sentó frente a él para dejarle claro quién estaba entrevistando a quién–. ¿La habitación sería para ti? Quiero decir, ¿no estás casado? El anuncio era sólo para una persona. No me interesa un matrimonio.
El se quedó pasmado ante la pregunta y Taye se empezó a arrepentir de haberlo invitado a un café. Ya estaba deseando que se marchara.
–No estoy casado –aclaró.
Taye lo miró. Era bastante guapo. Era evidente que le interesaban más las aventuras que los compromisos a largo plazo.
–Este edificio es muy tranquilo –le advirtió–. No hacemos fiestas escandalosas.
Taye no sabía por qué se estaba molestando en contarle todo aquello, porque cada vez estaba más segura de que no lo quería como compañero de piso. Él la escuchaba sin decir nada, y tampoco había tocado el café. Taye no veía el momento de que se fuera.
–¿La renta no sería un problema para ti? Se paga trimestralmente y por adelantado –expuso. Por la ropa que llevaba se deducía que podía permitirse cosas caras, pero Taye necesitaba sacar algún tema de conversación–. El casero prefiere que se pague al final de cada trimestre para que coincida exactamente con sus pagos por el terreno. Es el dueño del edificio, pero no del solar en el que está construido.
–Creo que me las apañaré para conseguir pagar mi parte –afirmó tras observarla fríamente. A pesar de la ropa cara, parecía que tampoco estaba muy boyante. Ella también tenía ropa de buena calidad, pero no mucha.
–¿En qué trabajas? –preguntó justo cuando él tomó su taza de café, dejando ver una mancha de pintura en su dedo índice. Era el tipo de mancha que dejaba un cuadro cuando aún no estaba seco.
–Soy artista.
–Magnus Ashthorpe –murmuró para sí misma. Nunca había escuchado ese nombre, pero no quiso decirlo para no avergonzarlo ni herir sus sentimientos–. ¿Tienes éxito?
–Me las apaño –contestó modestamente.
–No podrías pintar aquí –repuso con rapidez, ya que era una excusa perfecta–. El casero…
–Puedo pintar en el ático en el que estoy viviendo ahora. Es también mi estudio –interrumpió Magnus.
–Ah. ¿Y dónde estás viviendo ahora exactamente? –preguntó Taye volviendo a la ofensiva.
–Comparto piso.
–¿Tienes alguna relación que se...? –aquella entrevista de negocios se estaba poniendo difícil, no sabía cómo terminar la frase. Supuso que él debía de estar dejando una relación, pero no quería interrogarlo.
Aquellos ojos grises continuaban examinándola, pero parecía que la dura expresión de sus facciones iba suavizándose cuanto más la miraba. Pero ese lado tierno se desvaneció al instante, justo cuando Magnus declaró fríamente que si estaba pensando que estaba atado en una relación de pareja, estaba equivocada.
–Nick Knight y yo hemos sido amigos desde hace años. Hemos estado viviendo un año juntos, pero ahora quiere vivir con su novia –dijo encogiéndose de hombros–. Yo no quiero hacer de carabina y Nick prefiere recuperar la habitación.
–Pero ¿seguirás trabajando en su ático? –él asintió y Taye se relajó. Aunque no tenía intención de compartir piso con él, se quedaba más tranquila sabiendo que podía usar aquel desván si tenía que abandonar ya la casa.
Se dio cuenta de que Magnus acababa de terminar el café y se levantó.
–No estoy segura… –dijo intentando ser delicada.
–Querrás recibir a otros candidatos, por supuesto –repuso interrumpiéndola con suavidad.
–El anuncio estará toda esta semana y el fin de semana que viene. Y además está el asunto de las referencias –añadió sin saber de dónde había sacado aquella idea. Magnus Ashthorpe tomó la libreta que había junto al teléfono, escribió algo con rapidez y le entregó el papel.
–Éste es el número de mi móvil. También he apuntado el teléfono de mi anterior casera, por si le quieres pedir referencias. Estoy seguro de que la señora Sturgess estará encantada de responder a tus preguntas.
Taye tomó el papel aun sabiendo que no lo iba a aceptar como compañero de piso.
–Te acompañaré a la puerta –dijo sonriendo. Estaba segura de que no lo volvería a ver. Se dieron la mano–. Hasta luego.
Cuando se marchó, cerró la puerta y se fue corriendo hacia el comedor. Se asomó a la ventana y lo vio salir del edificio. Estaba hablando por el móvil, así que no existía peligro de que la sorprendiera espiando. ¡Seguro que estaba hablando con su amigo Nick y le estaba diciendo que había encontrado piso!
Taye regresó al salón, sintiendo todavía el calor de la mano de Magnus en la suya. Le había encantado su tacto. Pero aun así sabía que no iba a telefonear a la señora Sturgess para pedirle referencias.
Se quedó en casa a propósito el sábado y el domingo, asomada a la ventana, a la espera de más personas interesadas. Pero no apareció nadie. Pensaba que existía una gran demanda de habitaciones de alquiler, pero aquella debía de ser demasiado cara.
Nunca antes había vivido en una casa con jardín y estaba encantada. Hacía tres años que se había mudado a Londres tras una tremenda discusión con su madre, pero hasta entonces nunca se había podido permitir pagar la mitad del alquiler de un piso. No tenía ninguna posibilidad de pagarlo entero sola.
Tenía un buen trabajo y un buen sueldo, pero siempre tenía que guardar algo de dinero para su madre. A pesar de que prácticamente la había echado de casa, no dudaba en pedirle dinero con cierta frecuencia.
Taye no quería volver a vivir en un cuchitril como el que había alquilado antes de su promoción. Aquella subida de sueldo había coincidido con la invitación de Paula Neale a compartir piso, y su calidad de vida había mejorado mucho.
En casa de sus padres siempre había habido peleas, por eso su padre había decidido marcharse. Había sido después de una gran disputa con su madre, ya no aguantaba más y pensó que todos iban a estar más tranquilos si él se marchaba. Pero el cambio no fue viable económicamente hasta que su abuelo murió y su padre heredó algún dinero. De esta forma pudo asignar una pensión vitalicia su esposa, obsesionada con el dinero. El padre de Taye no confiaba en su derrochadora esposa, así que se aseguró de administrarle el dinero mensualmente, y no todo de golpe como ella quería.
Todo aquello había sucedido nueve años antes, cuando Taye tenía catorce años y su hermano Hadleigh, nueve. Taye lo había pasado muy mal cuando su padre se fue y lo había echado mucho de menos porque se llevaban muy bien. Pero también había pensado que quizá con su ausencia desaparecerían las riñas constantes y las peleas.
¡Error! Cuando su padre se marchó, Taye se convirtió en el objetivo de la furia de su madre, que empezó a desahogar contra ella toda su cólera. Mientras Taye vivió allí su hermano se libró del veneno de aquella lengua viperina. Por eso había soportado la situación tanto tiempo y no había querido pensar qué pasaría con Hadleigh cuando ella se fuera a la universidad.
A los dieciséis años se enteró de que su madre tenía otros planes para ella.
–¡La universidad! –había exclamado, sin tener en consideración que Taye se había estado esforzando mucho en el instituto para conseguir sobresalientes–. No puedes olvidar, señorita, que tendrás que dejar tus estudios tan pronto como termines el instituto para conseguir un trabajo y empezar a traer dinero a casa.
–¡Pero si ya lo tengo todo planeado!
–Pues yo he cambiado los planes.
–Pero papá dijo que…
–¡Papá ya no está aquí! Está encantado eludiendo sus responsabilidades –había contestado Greta Trafford.
–Pero…
–¡No me interrumpas! No hay peros que valgan porque no vas a ir.
Taye había tenido que tragar, luchando contra la decepción y el enfado de tener que renunciar a su sueño. Había sido incapaz de contárselo a su padre, a quien le entusiasmaba la idea de que su hija estudiara en la universidad. Lo había convencido de que no quería seguir con sus estudios.
Quizá Taye habría podido llegar a entender que su madre dijera que no tenían dinero para desperdiciar, pero era completamente falso que su padre estuviera eludiendo sus responsabilidades. Tenía un sueldo mucho más bajo tras haber dejado el buen empleo que les había proporcionado un alto nivel de vida durante años. En aquel momento trabajaba y vivía en una pequeña granja y con el sueldo que ganaba cubría sus gastos y la mensualidad para el mantenimiento de sus hijos y esposa; aun así enviaba más dinero a casa siempre que podía.
Pero nunca era suficiente. Incluso cuando había tenido un sueldo excelente no había sido suficiente. El dinero volaba en manos de su madre, que no conocía el significado de la palabra ahorro. Si se encaprichaba con algo nada podía impedir que lo consiguiera, sin importarle qué miembro de la familia lo pagase.
Taye había heredado de su padre el gusto por los números, así que cuando terminó el instituto se puso a trabajar en un despacho de contables. Su madre había insistido en que le entregara su sueldo completo a fin de mes, pero fue entonces cuando Taye empezó a tener su propio criterio y decidió guardarse algo de dinero, ya que Hadleigh necesitaba materiales para la escuela y ropa nueva. Taye se había encargado de que a su hermano no le faltara de nada.
Ella habría podido marcharse de casa en cualquier momento, pero no lo hizo hasta que llegó la hora de la verdad. Se había estado quedando por Hadleigh, un niño tierno y tímido.
Después de una pelea tremenda con su madre, cuando Taye tenía diecinueve años y Hadleigh catorce, éste le había dicho:
–Deberías irte de casa, Taye –ella había negado con la cabeza–. Estaré bien y no me queda mucho tiempo aquí. Iré a la universidad y no volveré.
Las palabras de Hadleigh se habían quedado rondándola en la cabeza hasta que tuvo lugar la siguiente riña, que se desencadenó por una bicicleta para la que Taye había estado ahorrando. Había querido hacerle un buen regalo a su hermano. Era viernes por la tarde y había encargado que la enviaran a casa. Hadleigh cumplía quince años y sabía que sonreiría de oreja a oreja cuando la viera. Pero, cuál fue su sorpresa, cuando llegó a casa después de trabajar y descubrió que su madre se las había apañado para cambiar la flamante bici por una de segunda mano. Obviamente se había quedado con el dinero sobrante.
–¿Cómo has podido? –había preguntado Taye totalmente indignada.
–¿Cómo podría no haberlo hecho? La bicicleta que he conseguido es la adecuada –había contestado con ligereza.
–¡Quería regarle algo nuevo! ¡Algo especial! No tienes derecho…
–¡Derechos! ¡No me hables de derechos! ¿Qué hay de mis derechos?
–No era tu dinero, sino el mío. Ha sido poco honesto por tu parte…
–¡Poco honesto! –exclamó chillando. Cuando empezaba a gritar era el momento de dejar la conversación. Pero aquella vez Taye no pudo contenerse; estaba indignada por lo que había sido capaz de hacer su avariciosa madre.
–Sí, poco honesto –había contestado en un tono desafiante. Por primera vez en su vida no se replegó ante el veneno que su madre escupía.
Greta Trafford la había invitado a seguir los pasos de su padre: hacer las maletas y marcharse. La situación era insostenible.
–Me voy –había contestado Taye.
Estaba decidida, aunque cuando fue a despedirse de Hadleigh estuvo a punto de echarse atrás.
–¿Estarás bien? –le preguntó.
–¿Qué apuestas a que sí? –respondió con una sonrisa. Él había sido testigo de la pelea–. Te tienes que ir.
Taye se había marchado a Londres, donde había tenido la suerte de encontrar una habitación y un trabajo. Un trabajo en el ámbito financiero que se le daba especialmente bien. Cuando le subieron el sueldo se mudó a una habitación mejor, aunque seguía siendo muy pequeña.
Había escrito a Hadleigh y a su madre para decirles donde vivía. También había escrito a su padre tratando de minimizar la pelea que la había obligado a irse de casa. Su madre había sido la primera en contestar, ya que la factura de la electricidad había sido más alta de lo que esperaba. Como Taye había estado en la casa, le pedía que enviara dinero con la mayor brevedad posible para pagar su parte proporcional.
Las peticiones de dinero por parte de su madre se sucedieron en los tres años siguientes. Por eso se había pensado mucho la propuesta de compartir piso con Paula Neale, con quien comía a menudo en la cafetería de la empresa. A pesar de que estaba deseando dejar de vivir en su cuchitril, el precio del alquiler era alto y había tenido que meditar la decisión.
¿Se lo podía permitir realmente? Ya tenía veintitrés años, Hadleigh dieciocho y su madre se había comprometido a que él iría a la universidad. ¿Debería ahorrar hasta que él empezara la universidad o era ya el momento de lanzarse? Finalmente Taye se había decidido a aceptar la propuesta, cruzando los dedos para que no ocurriera ninguna calamidad que supusiera gastos imprevistos.
Por una vez su madre no fue el origen de sus problemas, ya que el desastre se desató al irse Paula. Necesitaba compartir los gastos del apartamento o estaría en un verdadero aprieto, y tan sólo Magnus Ashthorpe, la última persona con la que estaba dispuesta a compartir piso, se había interesado en la habitación.
Durante la última semana había corrido a casa después del trabajo para recibir a los posibles interesados en el piso. Julian Coombs, el hijo del propietario de Comestibles Julian Coombs, le había propuesto ir a cenar. Julian era un chico agradable y sencillo y había salido con él algunas veces. Aquella vez, sin embargo, le había dicho que no porque quería estar en casa por si alguien veía el anuncio y acudía al piso. Pero de poco le había servido, porque todas las noches se había ido a la cama sin haber recibido a ningún interesado.
Había contemplado la idea de invitar a Hadleigh a pasar el fin de semana con ella, pero él trabajaba casi todos los fines de semana de camarero en un pequeño restaurante a nueve kilómetros de Pemberton. Vivía con su madre en Pemberton, a las afueras de Hertfordshire, a demasiada distancia del restaurante como para ir en bicicleta, pero Pemberton no estaba bien comunicado y el transporte público un domingo era muy escaso.
Así que Taye se quedó sola en casa y estuvo a punto de echar raíces asomada a la ventana, pero no sirvió de mucho porque, aunque pasaba mucha gente, nadie salvo sus vecinos se acercaba a la puerta.
El lunes por la tarde llegó el momento de tomar una decisión. El dependiente de la tienda de periódicos ya debía de haber quitado el anuncio y parecía que no tenía mucho sentido ponerlo de nuevo. Era obvio que la renta era superior a lo que la mayoría de la gente quería pagar. En los nueve días que había estado puesto el anuncio sólo había habido una persona interesada. Iba a tener que pagar el alquiler en unas semanas, o sea, que tenía que decidirse entre irse o compartir piso con un representante masculino de la especie que no le gustaba demasiado.
¡De ninguna manera se quería ir del piso! ¿Có-mo iba a ser capaz de dejar aquella casa? Era un lugar tranquilo y muy agradable. Y tenía la ventaja del pequeño jardín compartido en el que se podía sentar en las cálidas tardes de verano a tomar una copa de vino o a charlar con alguno de los vecinos. Le encantaba tumbarse los fines de semana junto al gran manzano que había en el centro del jardín. Una estrella de espumillón deslumbrante estaba colocada en el árbol. Paula le había contado que una ráfaga de viento la había arrastrado hasta allí en el mes de enero. Lo que más le gustaba era que, a pesar de vivir en Londres, se sentía como en el campo.