La idea de Israel - Ilan Pappé - E-Book

La idea de Israel E-Book

Ilan Pappe

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Beschreibung

Desde su fundación en 1948, el Estado de Israel se ha basado en el sionismo, el movimiento que estaba detrás de la propia creación, para fundamentar su propia esencia, proporcionar una identidad específica y determinar una dirección política. En este innovador nuevo trabajo, el célebre historiador israelí Ilan Pappe revisa el papel que de forma continuada ha desempeñado la ideología sionista. La idea de Israel estudia cómo opera el sionismo, más allá de la esfera militar y de la política gubernamental oficial, adentrándose en áreas nos exploradas como la educación, los medios de comunicación o el cine, así como en los usos que se hacen del Holocausto en la estructura de soporte ideológico del Estado. De forma concreta, Pappe examina la forma en que sucesivas generaciones de historiadores han enmarcado el conflicto de 1948 como una campaña de liberación, creando un mito fundacional que ha permanecido de forma incuestionada en la cultura y la mentalidad de la sociedad israelí en la hasta los años noventa del siglo pasado. El mismo Ilan Pappe formó parte sustancial del movimiento postsionista que surgió entonces, por lo que fue atacado y recibió continuas amenazas de muerte mientras se exponía la verdad de política de exclusión israelita con respecto a sus vecinos y conciudadanos (de segunda clase), los palestinos, y se desvelaba la horrible estructura que vinculaba la producción de conocimiento con el ejercicio del poder. Esta obra es un enérgico y urgente llamamiento en la guerra de las ideas que se da en todo el mundo en torno a la construcción del pasado, y del futuro, del conflicto árabe-israelí.

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Akal / Pensamiento crítico / 45

Ilan Pappé

La idea de Israel

Una historia de poder y conocimiento

Traducción: Alcira Bixio

Desde la fundación misma de Israel en 1948, el sionismo no solo ha dictado el rumbo político del joven Estado israelí, sino que lo ha dotado de un poderoso sentido de identidad. En esta innovadora obra, Ilan Pappé analiza el papel desempeñado por la ideología sionista. La idea de Israel arroja luz sobre la forma como opera el sionismo –más allá de la armazón de gobierno y ejército– en áreas tales como el sistema educativo, los medios de comunicación y el cine, así como en el uso interesado que se hace del Holocausto para respaldar la estructura ideológica del Estado.

Pappé presta particular atención a la forma en que sucesivas generaciones de historiadores han enfocado la guerra árabe-israelí de 1948 como una lucha de liberación nacional, creando con ello un mito fundacional que ha permanecido incólume en la sociedad israelí hasta los años noventa, cuando surgió el movimiento postsionista, del que el propio Pappé formó parte. Fue atacado, amenazado de muerte incluso, según sacaba a la luz las verdades tanto del maltrato infligido a la población palestina, como de la macabra estructura que, en Israel, vincula estrechamente la producción de conocimiento con el ejercicio del poder. La idea de Israel constituye una aportación de calado en la guerra de ideas sobre el pasado, y el futuro, del conflicto palestino-israelí.

«El historiador más incisivo, valiente y honrado de Israel.» John Pilger

«Lectura esencial para todo aquel que pretenda entender la política y la historia de Oriente Próximo.» Frontline

«Junto con el desaparecido Edward Said, Ilan Pappé es el escritor más elocuente de la historia palestina.» New Statesman

Ilan Pappé (Haifa, 1954) es un historiador y activista social israelí. Doctor en Ciencias políticas por la Universidad de Oxford, actualmente dirige el Centro Europeo de Estudios sobre Palestina de la Universidad de Exeter (Reino Unido), donde codirige, asimismo, el Centro Exeter de Estudios Etnopolíticos. Entre sus obras publicadas en castellano destacan Historia de la Palestina moderna. Un territorio, dos pueblos (Ediciones Akal, 2007), La limpieza étnica de Palestina (2008) y Gaza en crisis. Reflexiones sobre la guerra de Israel contra los palestinos (con Noam Chomsky, 2011).

Diseño de portada

RAG

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

The Idea of Israel. A History of Power and Knowledge

© Ilan Pappé, 2014

© Ediciones Akal, S. A., 2015

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4323-2

INTRODUCCIÓN

Sobre la idea de Israel

Una consideración sobria y objetiva de los hechos indica que el sionismo, en comparación con otras ideologías, ha logrado realizar la mayoría de sus objetivos. Probablemente lo haya conseguido más que cualquier otro movimiento, sobre todo, si se tienen en cuenta sus probabilidades iniciales únicas que lo hacían el movimiento político más débil que pudiera darse. Por todo ello, puede servir como ejemplo del éxito del modernismo.

Yosef Gorny, Pensamientos sobre el sionismo entendido como una ideología utópica[1]

El impacto mutuo de la moderna observación científica y la bibliografía antigua –así como la arqueología– hacen del estudio de la geografía de Palestina la geografía de la patria del pueblo hebreo y del estudio de la cultura de la región, el estudio de la cultura hebrea.

Yossef Barslevsky, «¿Conoció usted la Tierra?»: Galilea y los valles del norte[2]

Una cálida noche de julio de 1994, cientos de personas se apiñaban en el salón de una universidad de Tel Aviv para escuchar un debate sobre el conocimiento y el poder en Israel. La cantidad de asistentes sorprendió a los organizadores. Habían proyectado ofrecer un debate pequeño, puramente intelectual e intencionalmente decidieron que tuviera lugar durante un partido por los cuartos de final de la Copa Mundial que se estaba desarrollando en los Estados Unidos. Esperaban que el auditorio estuviera constituido por unos pocos alumnos aplicados dispuestos a perderse una noche de fútbol a cambio de un recompensa académica. Sin embargo, los estudiantes se aglomeraron en un espacio que no tenía las dimensiones adecuadas para contenerlos, de modo tal que, sin previo aviso, hubo que disponer un salón más grande para realizar el encuentro. Según una versión, setecientas personas asistieron al debate que presentó a un «viejo» historiador de Israel y a uno «nuevo», a un sociólogo «tradicional» y a uno «revisionista». Yo era el historiador nuevo.

El debate tuvo poco que ver con el diálogo anunciado y, en definitiva, consistió en cuatro conferencias, puntuadas por cierta cantidad de malhumoradas controversias. Pero el público parecía pasarlo en grande casi tanto como los fanáticos que alentaban a los equipos semifinalistas del otro lado del planeta[3].

La pregunta que nos hacíamos era reveladora: la academia israelí, ¿era un instrumento ideológico en manos del sionismo o era un bastión del pensamiento y el discurso libres? La vasta mayoría del público había asistido al debate porque se inclinaba por la primera conclusión y dudaba de la independencia de los académicos israelíes. Si la aprobación puede deducirse del aplauso, en líneas generales, el auditorio se alineó con mi colega Shlomo Svirsky y conmigo, representantes de la nueva historia y la nueva sociología de Israel y se sintieron menos impresionados por lo que sostuvieron Anita Shapira y el recientemente fallecido Mo­she Lissak pertenecientes a la guardia vieja. No obstante, la mayoría no estaba dispuesta a dar los pasos necesarios que tal posición les exigiría[4]. Pero algunos los dieron y, como yo, en algún momento abandonaron el país desesperanzados, incapaces de modificar el statu quo[5]. Y, sin embargo, aquel encuentro sumó emoción a un momento histórico en el que los israelíes dudaban de la validez moral de la idea de Israel y pudieron, por un breve periodo, cuestionarla, tanto dentro como fuera de las torres de marfil de las universidades.

La observación más memorable hecha aquella noche provino de Moshe Lissak, el decano de la sociología tradicional israelí y ganador del prestigioso Premio Israel. Refiriéndose a la historia de Israel, dijo: «Acepto que hay dos narrativas, pero se ha probado científicamente que la nuestra es la correcta». Esta observación y mis afectuosos recuerdos de aquel acontecimiento y de todo aquel periodo –único en la historia del poder y el conocimiento– me inspiraron a escribir el presente libro. Este es un libro sobre Israel, entendido como una idea, y fue evolucionando desde aquel intento malogrado y de corta vida a desafiar esa idea desde su interior.

Todo libro sobre Israel intenta analizar minuciosamente una realidad compleja y ambigua. Sin embargo, independientemente del modo en que uno decida describir, analizar y presentar a Israel, el resultado siempre será subjetivo y, a la vez, limitado. No obstante, la subjetividad y la relatividad propia de toda representación no invalidan la discusión moral y ética sobre esa representación. En realidad, desde el ventajoso punto de vista de comienzos del siglo XXI, las dimensiones éticas y morales de semejante debate no son menos importantes que las cuestiones de sustancia, hechos y pruebas. Como se vio en el debate mantenido en Tel Aviv, en Israel las versiones de la realidad son numerosas y contradictorias y rara vez comparten una base de consenso.

Pero es importante hacer hincapié en que no se trata solo de versiones de un debate intelectual. Son visiones que se relacionan directamente con cuestiones de vida y muerte y, por consiguiente, cualquier intento de mantener semejante conversación en un terreno neutral, objetivo y puramente científico está condenado a fracasar. Israel o, mejor dicho, la idea de Israel, simboliza para una cantidad cada vez mayor de personas la opresión, la desposesión, la colonización y la limpieza étnica, mientras, por el otro lado, una cantidad cada vez más pequeña de personas vincula esas mismas ideas y acontecimientos con una historia de redención, heroísmo y justicia histórica. A lo largo de ese continuo que se extiende entre ambos extremos, hallamos innumerables gradaciones de opiniones rígidamente defendidas.

En este libro sostendré que estas versiones en conflicto no se refieren a Israel como tal sino a la idea de Israel. Evidentemente, Israel no es solamente una idea. Es, en primer lugar y sobre todo, un estado, un organismo vivo que ha existido por más de sesenta años. Negar su existencia es imposible y muy poco realista. Con todo, evaluarlo desde el punto de vista ético, el moral y el político no solo es posible sino que, en el momento actual, es más imperioso que nunca.

En realidad, Israel es uno de los pocos estados a los que muchos consideran, en el mejor de los casos, moralmente sospechoso y, en el peor, ilegítimo. Lo que se cuestiona, con diversos grados de convicción y determinación es, no el estado mismo, sino la idea del estado. Algunos dirán que se oponen a la ideología del estado; mientras que algunos judíos israelíes pueden afirmar que luchan por la supervivencia del ideal del estado. El término óptimo a través del cual conviene examinar ambos lados de la discusión es, sin embargo, la palabra «idea».

Las imágenes y narrativas reivindicadas en el pasado por los líderes y activistas sionistas y en el presente por los intelectuales y académicos judíos israelíes presentan a Israel como la implementación inevitable y bien lograda de la historia europea de las ideas. Las ideas son los agentes transformadores que en cualquier narrativa de la Ilustración occidental elevaron a las sociedades occidentales y, cada una a su turno, al resto de las sociedades del mundo desde la oscuridad medieval hacia Renacimiento y ayudaron a restaurar la civilización después de la Segunda Guerra Mundial. Según Francis Fukuyama, esta historia de las ideas casi habría alcanzado su culminación si el islam político, los movimientos nacionales del antiguo bloque soviético y los líderes marxistas no hubiesen «saboteado» el tren del progreso y la modernización[6].

Israel fue una de tales ideas transformadoras. Cuestionarla como tal es cuestionar la totalidad de la narrativa de Occidente entendido como la fuerza rectora global del progreso y la Ilustración humanos. En opinión de Yosef Gorny, citado antes, el sionismo es uno de los pocos proyectos de modernización –si no el único– que fue implementado con éxito, a pesar del cúmulo de contrafuerzas que rechazaban la Ilustración y trataban de detener el progreso humano. Esta es la razón por la que Gorny prefiere hablar, no de una idea, como la llamarían la mayoría de los eruditos sionistas, sino de una «ideología utópica» que fue traducida a un hecho. En suma, la vio como una idea que había conseguido plasmarse con éxito[7].

Pero este no es un libro que pretenda indagar por qué tanta gente percibe negativamente la idea de Israel ni por qué los judíos israelíes y sus defensores son tan tenaces al sostener la validez moral de su opinión y están tan predispuestos a señalar cualquier crítica como una exhibición de antisemitismo. Los que me preocupan son esos israelíes que comparten la visión crítica y abrigan dudas con la idea de su propio estado. Para un judío israelí, dudar de la idea de Israel implica hallarse en una situación sumamente difícil pues su duda va más allá de la crítica a una política determinada de tal o cual gobierno. Significa sentirse perturbado por la esencia misma de la idea.

Los judíos israelíes recelosos han expresado su preocupación principalmente a través del trabajo académico, pero también mediante películas, poemas, novelas y las artes plásticas. Lo que sienten es una duda intelectual que, aunque expresada por la casta ilustrada, ha reflejado preocupaciones menos visibles y más escondidas surgidas de los más diversos ámbitos. Esa duda intelectual, unida a la creciente preocupación internacional, indica que la idea de Israel aún es tentativa: una fuente apropiada para la conversación moral y el debate político.

Las ideas pueden comercializarse y mercantilizarse. La idea de Israel no escapa a esta norma. El estado oficial de Israel lo ha estado haciendo desde 1948 y recientemente ha publicado un folleto destinado a ayudar a los turistas israelíes que viajan por el exterior a vender la versión de corriente dominante de esa idea. Durante un tiempo, los viajeros recibían el libreto cuando salían por el aeropuerto Ben Gurion; ahora el folleto puede encontrarse en internet[8].

Para poder comercializar la idea, es necesario empaquetarla como una narrativa, un historia que comienza con el nacimiento del estado y su razón de ser. La nación nació como un ideal que se hace realidad y que luego debe mantenerse y protegerse. Una campaña de mercadeo bien lograda profundiza la validez de la idea: si bien el estado puede asentarse en el poder militar, económico y político, la idea requiere una consolidación en el plano académico. Más aún para el consumo internacional que para el consumo interno, esta validación no puede obtenerse solamente mediante la fuerza financiera directa ni el chantaje moral; hay que probar que es justa y verdadera. Este es el deseo israelí: así es como el Israel oficial, a través de su elite intelectual y académica, entiende la cuestión de la legitimación del estado.

El público necesita que lo convenzan, hasta en el caso de un estado como Israel que posee el segundo ejército con mayor tecnología del planeta y goza de un tranquilizador saldo de 500.000 millones en reservas extranjeras. La exigencia de vender y validar la idea procede tanto de los cuestionamientos externos como de las potenciales dudas que surgen dentro del país. Y los cuestionamientos no son meramente intelectuales o filosóficos; tienen el poder de impulsar acciones contra el estado y generar solidaridad con los «enemigos» del estado. La campaña reciente de Boicot, Desinversión y Sanciones (Boycott, Divestment and Sanctions, BDS) es un ejemplo de las dudas morales que se han traducido en acciones contra la idea misma del estado en sí[9].

Puesto que Israel se representa oficialmente como la «única democracia del Oriente Medio» y ofrece al menos la apariencia constitucional y formal de mantener esa clase de régimen, el estado necesita una variedad de medios para convencer al mundo de que la idea es válida tanto en el plano moral como en el plano lógico. En el ámbito nacional, tiene el poder de orientar el sistema educativo hacia ese objetivo, aunque, como veremos, en la década de 1990, su influencia sobre ese sistema se debilitó temporalmente. En contraste, los medios y la academia son agentes libres, al menos teóricamente y, por lo tanto, no es posible controlarlos de una manera semejante. El primero es necesario para cultivar la idea dentro del país, mientras que los últimos son útiles para cultivarla internacionalmente. Al disponer de estos recursos, el estado puede encontrarse ante dos situaciones posibles: o bien los agentes libres no sucumben a la interpretación de la idea que impulsa el estado y, por consiguiente, no pueden desempeñar el papel que se les ha asignado, o bien acatan la narrativa del estado, por una auténtica convicción o por la falsa convicción de que han llegado a la misma interpretación después de análisis objetivos.

Cuando la idea de Israel fue cuestionada desde el interior, lo fue porque el ideal sionista fue decodificado como un ideología y, por lo tanto, pasó a ser un blanco mucho más tangible y viable para la evaluación crítica. Esto es lo que le ocurrió a un grupo de israelíes durante los años noventa en lo que caracterizo aquí como el momento postsionista de Israel.

Los detractores se concentraron en los orígenes de la idea para poder evaluar su prestigio y su interpretación actuales. Los procesos políticos y sociales motivaron esta indagación que condujo a quienes se embarcaron en la empresa a internarse más allá de los debates de actualidad sobre las políticas sociales y económicas y el destino de los territorios ocupados en 1967. Esta investigación penetró más profundamente en el pasado.

El viaje terminó tan súbitamente como había surgido. Después de menos de una década, el estado mismo y amplios segmentos de la población judía israelí lo tildó de peligroso y, en realidad, suicida: una incursión que terminaría haciendo que Israel perdiera su legitimidad internacional y su respaldo moral. El postsionismo, como fue definida esta indagación por la mayoría de sus observadores y estudiosos, se convirtió en antisemitismo a los ojos de sus enemigos. En 2000, fue derrotado y prácticamente desapareció.

Este libro examina aquel viaje. Traza la ruta desde su punto de partida en la zona de comodidad sionista hasta la llegada a destino y los frecuentes trayectos de regreso a la zona de confort. Principalmente fue una travesía intelectual emprendida por docenas de académicos, algunos periodistas y numerosos artistas que visitaron el pasado hurgando en archivos nacionales y privados y escuchando empática y atentamente, por primera vez en sus vidas, a personas que se consideraban víctimas del sionismo. Escribieron libros y artículos, filmaron películas documentales y largometrajes, compusieron poemas y novelas. El terreno común era la Historia, una nueva evaluación del pasado que permitiera comprender el presente.

Cada postsionista emprendió aquella travesía por diferentes razones, pero todos estaban movidos por la cambiante realidad que los rodeaba, una realidad que, tras 1967, los había estado obligando a considerar cuestiones perturbadoras sobre la conducta presente y pasada de su estado. De todos ellos, los académicos fueron los últimos en formular cuestionamientos y finalmente lo hicieron alentados por la tendencia registrada entre los intelectuales occidentales durante la década de 1990, cuando se volvió una práctica estándar plantear cuestiones críticas sobre el nacionalismo, las políticas de estado y las posiciones culturales hegemónicas. La academia occidental multiétnica, multicultural y a veces posmoderna enseñó a estos opositores locales cómo deconstruir el impacto que ejercía el poder –la ideología sionista– en el conocimiento encarnado en la investigación supuestamente científica y objetiva. Como veremos luego, quienes indagaron profundamente estas cuestiones llegaron a comprender el papel que habían desempeñado como productores de conocimiento, creando la realidad misma que los inquietaba. A partir de entonces llegaron a oponerse a esas versiones hegemónicas del pasado que ellos mismos habían investigado, estudiado y enseñado.

Los historiadores postsionistas no eran meros observadores; llegaron a ser parte el proceso, con lo cual su cuestionamiento adquirió mayor notoriedad y, durante un tiempo, mayor efectividad. Estos historiadores participaban de las prácticas críticas globales que los alentaban a adoptar un enfoque más relativista de la historia, la sociología y la ideología nacional del Estado de Israel. Algunos hasta descubrieron en el nuevo género de estudios poscoloniales un medio de explorar la opresión cultural y los intentos de resistirla dentro de la sociedad judía israelí; otros prefirieron presentar el sionismo, Israel y la lucha contra ellos como una situación puramente colonialista. Cualquiera que fuera el enfoque que adoptaran, corrían el riesgo de despertar la ira de sus pares, de sus parientes y, con el tiempo, del estado por no querer aceptar la visión prevaleciente del sionismo: un justo movimiento democrático de liberación nacional. Esa ira condujo a la desaparición de aquella corriente.

Los historiadores, sociólogos, artistas y autores teatrales que en los noventa decidieron representar a las víctimas del movimiento sionista y, más tarde, del Estado de Israel y darles una voz lo hicieron o bien porque ellos mismos pertenecían a un grupo victimizado o bien porque decidieron correr el riesgo de salir de la zona de confort en la que residían y representar a los colonizados, los ocupados, los oprimidos. Para ellos, la idea de Israel había llegado a interpretarse claramente como un texto omnipotente que dictaba la vida y la muerte en el territorio. La gran pregunta era si ese texto podía reescribirse. Sopesar aquella idea no era pues un complaciente pasatiempo intelectual; era un compromiso intensamente real con una situación existencial.

Como ya hemos dicho, en este libro nos referimos a aquella oposición llamándola el postsionismo. Algunos preferirían describir este movimiento con el adjetivo antisionista; otro lo han considerado una versión más blanda del sionismo. Muchos postsionistas fueron en realidad antisionistas, pero, independientemente de la profundidad de los distintos cuestionamientos de cada cual, todos buscaban una alternativa al sionismo. La mayoría de estos intelectuales, al no encontrar tal alternativa, retornaba a la cálida adhesión a la ideología; unos pocos se volvieron aún más antisionistas. Algunos postsionistas no se sentían cómodos con que se los denominara así mientras que otros se reivindicaban como postsionistas sin ser reconocidos como tales. Está claro que se trata de un término fluido y polémico, pero aquí decidimos usarlo a falta de uno mejor.

Lo que, sin embargo, no se discutía era contra qué combatían: se atacaba la interpretación consensuada sionista de la idea de Israel. Aquí nos referimos a tal interpretación consensuada llamándola el sionismo clásico; sus opositores son los postsionistas y la reacción a esa oposición es lo que llamaremos el neosionismo: el deseo de fortalecer el sionismo clásico y ofrecer una interpretación decididamente patriótica de la idea de Israel que consiga hacerse inmune a tales oposiciones en el futuro.

Así puede decirse que el péndulo osciló del sionismo al postsionismo y luego al neosionismo, un vaivén que puede repetirse. El mapa político presenta muy claramente estas vacilaciones. El sionismo clásico era la ideología a la que se adhirieron los sucesivos gobiernos de Israel, tanto de derecha como de izquierda, hasta 1993. A partir de entonces, por un corto periodo, por lo menos hasta el asesinato de Yitzhak Rabin ocurrido en 1995 y posiblemente hasta 1999, se registró un intento de imponer una perspectiva más liberal, hasta podría decirse, postsionista. Ya después, y hasta nuestros días, la política neosionista ocupó su lugar.

En otras palabras, al fin de cuentas, la «idea» fue más potente que sus detractores. Basó su poder, no en la coerción y la intimidación, sino en la legitimidad que ganó principalmente cuando logró que se la aceptara como la realidad, al tiempo que obtenía el poder de regular la vida cotidiana por medios invisibles, los mismos medios que sus opositores querían poner en evidencia. Su firme instalación le asegura el más extendido apoyo entre los judíos israelíes, desde el trabajador de la calle al profesor en su torre de marfil. Y esto es lo que hace que este sea un estudio de caso tan fascinante, no solamente para evaluar el futuro de Israel sino además para comprender las relaciones entre poder y conocimiento en las sociedades aparentemente democráticas en los comienzos del siglo XXI.

METODOLOGÍAYESTRUCTURA

Metodológicamente, el libro examina la idea de Israel, la oposición a ella y la subsecuente respuesta, sobre todo como fueron apareciendo estas etapas en la producción académica de conocimiento. En mi condición de historiador, me concentro en la historia de la producción de la idea y en las manifestaciones en contra que suscitó. El hecho de que esa oposición se haya dado principalmente en la academia, pero también en otros ámbitos, sobre todo en el cine y la televisión locales, me permite indagar la idea de Israel como alegato erudito y también como representación ficcional. Con la mayor frecuencia, la brecha que los separa es estrecha. Aun cuando supuestamente estas dos representaciones de la realidad son diametralmente opuestas, en ambas se teje una narrativa casi idéntica. La uniformidad de la representación ejemplifica la poderosa instauración de la idea; mientras tanto, la nación narra su historia y prueba su validez a través de la academia, los medios y las artes, las mismas arenas donde la atacan sus detractores.

Los filmes documentales ocupan un territorio entre la pretensión de objetividad de la academia y la licencia del cineasta para imaginar y hacer ficción. Los documentales desempeñaron una parte importante en el cuestionamiento postsionista; mucho tiempo después de que los opositores académicos terminaran por desalentarse, los directores de documentales continuaron criticando abierta y valerosamente la idea de Israel, como siguen haciéndolo hasta hoy.

Cuando una idea tiene el poder de incluir o excluir a una persona del bien común de un estado, cuando puede determinar la condición de amigo o enemigo de esa persona, cuando se la transmite como una verdad académica pero también como la atractiva trama de una película, se hace muy difícil escapar a su influencia o disociarse de ella. En particular, se vuelve más difícil aventurarse en semejante empresa cuando a uno se le ofrece una posición privilegiada en el relato. Arriesgar los privilegios o resistirse a perderlos es también parte de la historia que se cuenta en este libro.

El libro comienza con un intento de trazar lo que se cuestionaba: la narrativa y el discurso sionistas. El primer capítulo empieza con la representación de la idea de Israel en la intelectualidad sionista de corriente dominante: el proyecto último y mejor logrado de la modernidad y la Ilustración. Oponerse a tal representación no se limita pues a cuestionar una narrativa nacional sino también, y tal vez sea lo más importante, una narrativa paradigmática de excelencia y unicidad. Examinar esta cuestión nos ayudará a apreciar la distancia que tuvieron que recorrer los opositores dentro de su propia sociedad. Paradójicamente, esta representación estuvo acompañada de una firme creencia en la importancia de una investigación científica, objetiva, empírica. Por lo tanto, al confrontar la idea, uno podía declarar que los hechos en la práctica no se condecían con la representación autoelogiosa o, de lo contrario, podía alcanzar una mejor comprensión de cómo los mismos hechos pueden manipularse para producir narrativas rivales tales como las formuladas por los sionistas, por un lado, y los palestinos, por el otro.

En este libro, el sionismo aparece como un discurso. Utilizo el término «discurso» en el mismo sentido que le daba Edward Said cuando analizaba la representación de Oriente que se hace en Occidente. En muchos sentidos, el discurso sionista sobre los palestinos es orientalista y a la vez colonialista, al menos, así es como optaron por describirlo sus opositores[10]. Para poder presentar el escenario en que se desarrolló esta oposición durante la década de los noventa, dedico el segundo capítulo del libro al lugar que ocupan los palestinos en el discurso sionista. Sus opositores propusieron una inversión total de cómo describe comúnmente a los palestinos y a Palestina el discurso judío israelí. Así, sugirieron transformar a los palestinos de villanos en víctimas y, en algunos filmes, hasta en héroes. De ese modo, los sionistas pasaron a ser victimarios y acusados. No resulta sorprendente pues que algunos de los que respondieron coléricamente a estos cuestionamientos –cuyas ideas examinaremos luego– juzgaran que semejante inversión del enfoque era una clara muestra de autoaborrecimiento y enajenación mental.

Después de la descripción general de la narrativa sionista que presento en los dos capítulos iniciales, paso a analizar la representación del sionismo de corriente dominante del año 1948, la génesis del estado, tanto en su forma académica como cinematográfica. Me concentro en ese año por dos razones. Primero, la historia –y aún más la historiografía– de 1948 llegó a ser una cuestión central de la oposición postsionista. En segundo lugar, 1948 es la piedra angular de todos los debates descritos en este libro, pues ese año representa o bien la culminación de los procesos históricos precedentes o bien la explicación de todo lo que ocurrió subsecuentemente. La discusión de lo sucedido en 1948 alimenta el debate historiográfico sobre la esencia del proyecto sionista así como sustenta la conversación sobre la solución deseada para la cuestión Israel/Palestina.

El cuarto capítulo es un homenaje a los primeros críticos judíos del sionismo de Israel, quienes influyeron directa e indirectamente en la resistencia postsionista de la década de los noventa. Aunque en su mayor parte estuvieron aislados y marginados en su propia sociedad, retrospectivamente podemos apreciar más plenamente el impacto que tuvieron en la última década del siglo XX, cuando la oposición maduró hasta convertirse en un fenómeno intelectual y cultural de amplio alcance. El reto postsionista de aquel decenio fue la continuación de la obra y la acción valerosa de ciertos individuos admirables, algunos de ellos académicos, otros que podríamos llamar periodistas quienes, a la luz de su propia visión universalista y humanista de la vida, se esforzaron individualmente por criticar las perogrulladas del sionismo.

Esas voces tempranas fueron uno de los tres factores que contribuyeron al surgimiento del debate. El segundo factor fueron, como dije antes, las nuevas ideas globales, particularmente occidentales sobre poder y conocimiento. El tercer factor, y tal vez el más importante, fueron los notables desarrollos socioeconómicos y políticos registrados en el país después de 1967 y, en particular, desde 1973. Una relativa calma en las fronteras puso de relieve las fallas geológicas que atravesaban la sociedad. Las disparidades sociales y económicas, las divisiones étnicas, los debates ideológicos y una profunda disociación entre los judíos seglares y los religiosos permitieron que el disenso se elevara hasta la superficie después de permanecer silenciado durante muchos años.

Todo esto aparece tratado en el capítulo quinto que presenta los hallazgos de los historiadores israelíes –conocidos como los «nuevos historiadores»– que comenzaron a oponerse a la narrativa sionista referente a 1948. La inspiración principal de estos autores no fueron las nuevas teorías de la historiografía ni los conceptos de producción de conocimiento. Motivados sobre todo por la agitación social y política que se vivía en el país, leyeron con una mirada nueva los documentos de los archivos recientemente desclasificados, aun cuando la mayoría de los historiadores que habían tenido acceso a esos mismos documentos no vieron en ellos ninguna prueba que los obligara a reescribir la versión sionista de los acontecimientos.

Las influencias globales tuvieron gran peso en los desarrollos de los años noventa. En el capítulo 6 expongo el análisis teorético más profundo que inspiró a aquellos estudiosos, principalmente sociólogos, que expandieron esa investigación, cronológicamente, remontándose hasta los comienzos del sionismo y avanzando hasta la década de 1950 y, temáticamente, abordando desde la problemática de las comunidades judías originarias de Oriente Medio (los judíos mizrajíes) y de los palestinos de Israel hasta las cuestiones referidas al género y a la manipulación de la memoria del Holocausto dentro de Israel. A semejanza de sus colegas de muchas otras partes del mundo, a fines del siglo XX estos sociólogos estaban interesados en dilucidar cómo afecta el poder –independientemente de que se lo defina como ideología o como posición o identidad políticas– la producción del conocimiento supuestamente científico y objetivo. Y, como también ocurrió en otras partes del mundo, respondieron a esta cuestión de maneras nuevas y apasionantes.

Luego me concentro más en detalle en un aspecto concreto de este cuestionamiento analizando la parte que le cupo al Holocausto en la construcción y la divulgación de la idea de Israel. El séptimo capítulo del libro examina la oposición a la manipulación de la memora del Holocausto que hizo el estado judío, un desafío que tocó fibras sumamente sensibles de la sociedad. Los nuevos estudios expusieron no solo a los dirigentes judíos renuentes a hacer todo lo que estaba en sus manos para salvar a los judíos de Europa del inminente genocidio, sino también las alianzas concertadas por ciertos líderes sionistas con el nazismo hasta que fue revelado el verdadero plan nazi de exterminio de los judíos. Al describir el maltrato sufrido por los sobrevivientes del Holocausto, los investigadores postsionistas demostraron que en nombre de la tragedia vivida por ellos, se vendió la idea de Israel como la respuesta última a la catástrofe que padecieron los judíos europeos durante la Segunda Guerra Mundial. Además, mostraron que mucho de lo que había hecho Israel desde su creación, incluidas su acciones menos respetables contra los palestinos, solía justificarse invocando la memoria del Holocausto. Algunos de estos opositores observaban con horror la posibilidad de que la manipulación de aquel recuerdo hubiera creado una sociedad incapaz de comprender la lección universal sugerida por el horroroso acontecimiento y el país se hubiera transformado en cambio en una entidad nacional y expansionista empeñada en ejercer la intimidación en toda la región.

La oposición más substancial a la idea de Israel provino de los eruditos mizrajíes, muchos de los cuales eran sociólogos y además activistas políticos. Estos judíos habían llegado de países árabes y musulmanes durante los años cincuenta y continuamente se habían sentido discriminados por los judíos europeos. Esta percepción de discriminación alentó su incursión en el pasado y desempeñó una parte importante en su ascenso al poder. A sus ojos, la idea de Israel era europea, occidentalizada y colonial; al no haberse transformado ellos mismos en judíos europeos, aquella Israel era una nación en la que solo podían cumplir un papel marginal. En capítulo 8 está dedicado a esa oposición intelectual de los judíos originarios de Medio Oriente a favor de su comunidad.

Algunas cuestiones que fueron mencionadas solo brevemente en el capítulo sexto del libro –el debate académico sobre 1948, los judíos mizrajíes, la memoria del Holocausto, entre otras– no fueron objeto de preocupación solamente para los eruditos. Los medios llegaron a constituir una arena importante de tales debates y obligaron a ambos bandos a articular sus posiciones respectivas en una forma más accesible y a veces más simplificada y explícita. Desde allí, el cuestionamiento se extendió a otros dominios culturales: la música, las artes visuales, la literatura. En el capítulo 8, analizo en qué medida este debate contribuyó a modelar las representaciones culturales israelíes de la idea de Israel. El capítulo 10 repasa estas representaciones postsionistas en el escenario y la pantalla.

La sección final del libro explora las reacciones que provocó el cuestionamiento postsionista y, como resultado de ellas, la aparición de una versión más extremada de sionismo en el siglo XXI que se ha alojado en el corazón de la producción israelí de conocimiento. He decidido llamar a este fenómeno el triunfo del neosionismo. Además de presentar una descripción general de él en el capítulo 11, dedico el capítulo 12 a sus manifestaciones en la nueva investigación que está realizando la academia israelí sobre 1948. El epílogo toma en consideración las revueltas recientes registradas en el mundo árabe, la paralización del proceso de paz y los nuevos desarrollos en el estudio del sionismo – prestando particular atención al surgimiento del paradigma colonialista de repoblación– con el objeto de lograr cierta comprensión de la tendencias futuras en la lucha, interna y externa, sobre la idea de Israel.

[1] Yossef Gorny, «Thoughts on Zionism as an Utopian Ideology», Modern Judaism, 18: 3, octubre de 1998, p. 241.

[2] Yossef Barslevsky, «Did You Know the Land», The Galilee and the Northern Valleys, Volume A, Ein Harod: Hakibbutz Hameuchad, 1940, p. xi (hebreo).

[3] Véase el informe en Haaretz del 13 de julio de 1994.

[4] Así se describió el debate en una de las tomas sin editar: «Ilan Pappé afirmó que el sionismo es colonialismo. Sostiene que el paralelismo entre ambos ha llegado a ser un lugar común en Israel porque quienes se adhieren a él tienen puestos en las universidades israelíes». Como resultado de ello, continúa el informe, se desarrolló un debate más hipotético. «¿Suena aburrido? Más de 600 personas llenaron el salón de actos de la universidad y se perdieron el partido en que Bulgaria eliminó a Alemania de la Copa Mundial», Zvi Gilat, Yediot Achronot, 13 de julio de 1994.

[5] Lo he descrito anteriormente en Ilan Pappé, Out of the Frame: The Struggle for Academic Freedom, Londres, Pluto, 2010.

[6] Véase Francis Fukuyama, The End of History and the Last Man, Nueva York, Free Press, 1992 [ed. cast.: El fin de la historia y el último hombre, Barcelona, Planeta, 1992].

[7] Gorny, «Thoughts on Zionism as a Utopian Ideology».

[8] Esto es parte de una campaña impulsada en 2000 por el Ministerio de Información israelí llamada «Los rostros de Israel».

[9] Véase Omar Barghouti, Boycott, Divestment and Sanctions, Nueva York, Haymarket Books, 2011.

[10] Edward Said, Orientalism, Nueva York, Vintage Books, 1979, pp. 5-28 [ed. cast.: Orientalismo, Barcelona, DeBolsillo, 2013]. Véase también el análisis ofrecido en Tikva Honig-Parnass, False Prophets of Peace: Liberal Zionism and the Struggle for Palestine, Nueva York, Haymarket Books, 2011.

PRIMERA PARTE

LA IDEA DE ISRAEL EN LA ACADEMIA Y EN LA FICCIÓN

CAPÍTULO I

La historia «objetiva» de la tierra y el pueblo

ELHISTORIADORSIONISTAOBJETIVO

Hay una anécdota sobre Ben-Zion Dinur (nacido Diaburg), el decano de la primera historiografía sionista en Palestina y alguna vez ministro de Educación, que es verdadera en un 66,5 por 100. En 1937, dos semanas antes de la llegada de la Comisión Peel, que debía encargarse de encontrar una solución al conflicto de Palestina, David Ben-Gurion, el líder de la comunidad judía, se dirigió a Dinur para preguntarle al respetable historiador si podía llevar adelante una investigación que probara que los judíos habían ocupado continuamente la región desde el año 70 de nuestra era –el tiempo del exilio romano– hasta 1882, año de la llegada de los primeros sionistas. Puedo hacerlo, respondió el historiador, pero esa tarea abarca muchos periodos y exige un gran nivel de pericia y probablemente lleve una década entera completarla. «Pero, ¿no comprende usted?», replicó Ben-Gurion. «La comisión Peel llega dentro de dos semanas. Saque usted su conclusión para esa fecha y luego ¡puede tomarse toda una década para probarla!»

Desde el comienzo, los líderes del movimiento sionista valoraron la historiografía académica y profesional. Ya sea que optemos por definir el sionismo como un movimiento nacional, ya sea que lo consideremos un proyecto colonialista, es evidente que establecer su historia académica y públicamente siempre ha sido esencial para su supervivencia. El sionismo estuvo impulsado por un deseo de reescribir la historia de Palestina y la del pueblo judío de una manera que probara científicamente la reivindicación judía de «la tierra de Israel». Cuando el moderno estado israelí se hizo una realidad, fue necesaria una historiografía que promocionara el nuevo país como la «única democracia de Oriente Medio», para justificar la desposesión de los pueblos indígenas que tan recientemente habían ocupado esa tierra y para condenar la larga lucha de esos pueblos por despojar a los judíos de un supuesto derecho natural.

En la narrativa sionista anterior a 1882, Palestina era una patria vacía que esperaba ser redimida por los judíos exiliados. Fue una nueva Alemania, Polonia o Rusia cuando esos países se volvieron inhóspitos. Los primeros sionistas adaptaron una canción patriótica alemana sobre un nuevo Reich para mostrar lo que la «desocupada» Palestina había llegado a ser para ellos:

Allí donde el cedro besa el cielo,

Y donde el Jordán fluye velozmente,

Allí donde descansan las cenizas de mi padre,

En ese exaltado Reich, sobre el mar y la arena,

Está mi amada, mi verdadera patria[1].

Una enciclopedia juvenil sobre la historia de Eretz Israel, escrita en la década de 1970 por los mejores especialistas en la historia de la región, describía el territorio anterior a 1882 como «La tierra deshabitada». La cubierta mostraba un solitario cedro elevándose hacia el cielo sobre una árida colina, casi una ilustración del poema citado[2]. Pero la tierra no se recuperaría únicamente con poesía entusiasta o pinturas inspiradoras; hacía falta contar con la palanca erudita y para accionarla una academia establecida tendría que moldear la historiografía antigua y moderna del país.

La historiografía sionista se hizo profesional después de que el sionismo llegara a constituir una fuerza social y política importante en Palestina y su sucesora, la historiografía israelí, fue formulada durante los primeros años de la formación del estado. Después de todo, Ben-Gurion fue quien abordó a Dinur y no al revés. Como ocurrió con otros movimientos nacionales que han establecido estados naciones, esa profesionalización de la historia coincidió con la decisión de los funcionarios de permitir el acceso de los investigadores eruditos a los archivos políticos.

Como se esperaba, esa generosidad tuvo su recompensa en trabajos académicos que corroboraban, antes que desafiar, las posiciones de la elite política[3]. De modo semejante, los científicos sociales de una variedad de disciplinas determinaron que los desarrollos experimentados en la comunidad judía durante el periodo del Mandato Británico (1918-1948), así como los de los primeros años del establecimiento del estado, presentaron un estudio de caso clásico de una modernización bien lograda. De acuerdo con los hallazgos de la comunidad académica, en la sionización de Palestina se dieron todas las condiciones previas estipuladas por la teoría de la modernización para que se produjera una exitosa transición de la tradición a la modernización. En otras palabras, si uno era sionista, podía participar con confianza del mejor proyecto de modernización existente; y si era un estudiante de la modernización, el sionismo sería su mejor estudio de caso.

Suministrar prueba científica para una serie de afirmaciones ideológicas era un asunto peliagudo. Desde el comienzo, participaron de él la mayor parte de los miembros del movimiento sionista y luego del estado de Israel que hacían trabajo académico sobre la historia sionista y judía y pudieron hacerlo adhiriéndose a la aparentemente imposible combinación del deseo positivista de reconstruir la realidad y el compromiso ideológico de probar la justicia de su causa. Los datos, hallados exclusivamente en archivos políticos, se trataban como la materia prima necesaria para probar la validez de la narrativa sionista.

Algunos de estos trabajos eruditos fueron escritos en una época en la que globalmente los teóricos habían comenzado a cuestionar la validez de las narrativas modeladas en nombre del nacionalismo, especialmente en situaciones de conflicto, y habían empezado a ofrecer metodologías para exponer la mano oculta del nacionalismo que escondían tales narrativas. Con todo, los estudiosos sionistas positivistas de las décadas de los setenta y los ochenta, comprometidos en indagar el pasado del país, ignoraron todas las innovaciones metodológicas y teoréticas que podrían haber reducido su confianza en la verdad científica del sionismo. Una de las maneras más efectivas de asegurarse la independencia de toda innovación era basarse principalmente en las acciones de la elite. Al adoptar esa versión sesgada de los acontecimientos como una descripción objetiva y precisa de los hechos, la ideología y el hecho quedaban fundidos y podían ser manipulados para producir la misma historia.

Se movilizó la historia para dar una mejor apariencia al proyecto ideológico y político. Los historiadores que se declaraban sionistas se internaron en el pasado distante en busca de las raíces del nacionalismo judío y solo se sintieron satisfechos cuando pudieron establecer que en Palestina existía un grupo nacional «judío» o «hebreo» mucho antes de que se fundara el movimiento sionista a fines del siglo XIX. Algunos se contentaron con buscar esas raíces tempranas en el siglo XVII, otros se remontaron río arriba hasta los tiempos bíblicos.

Los primeros historiadores no veían ninguna contradicción entre el profesionalismo y la ideología. Ben-Zion Dinur explicó esa anormalidad al observar que los historiadores sionistas, por definición, eran investigadores que conciliaron el dominio científico del material con una clara y correcta comprensión del sionismo[4]. Sucesivas generaciones de historiadores sionistas llegaron a aceptar la convicción de que el profesionalismo exigía una fuerte lealtad ideológica. Como ha observado el veterano historiador israelí Shmuel Almog, tal lealtad era esencial para el éxito del movimiento nacional judío: «El sionismo necesitaba de la historia para poder probar a los judíos de cualquier parte del mundo que todos ellos constituían una entidad y que hay una continuidad histórica desde la Israel y la Judea de los tiempos antiguos hasta el moderno judaísmo»[5].

El colega de Almog Israel Kolatt invirtió el argumento afirmando que solo los historiadores sionistas podían ofrecer una historia del sionismo de buena calidad[6]. Estos historiadores profesionales se veían como integrantes activos de un proyecto de construcción de una nación de dimensiones y proporciones únicas en circunstancias excepcionales, en realidad, extraordinarias. Sostenía que, aun cuando en cualquier otro caso histórico, era imposible conciliar ideología y objetividad, en esta ocasión única, podía hacerse.

En consecuencia, los historiadores sionistas fervientemente comprometidos comprendieron mejor que ningún otro la potencia que se adquiría al establecer una continuidad entre la antigua Israel y el moderno sionismo. Ya en los años treinta, este fervor misionero estaba encarnado en una escuela académica de pensamiento que tenía su base en la Universidad Hebrea de Jerusalén y que fue conocida con el nombre de Escuela de Jerusalén. Entre sus miembros más famosos se contaban Ben-Zion Dinur, Shmuel Ettinger, S. D. Goitein y Joseph Klausner[7]. Estos historiadores deseaban reconstruir la historia del «Pueblo de Israel» tomando como epicentro la Tierra de Israel. Buscaron –y creyeron haber encontrado– pruebas científicas para que los judíos exiliados reconocieran que la Tierra de Israel constituía el foco del judaísmo. Las pruebas aportadas son, en el mejor de los casos, muy poco convincentes; en realidad, equivalen a una declaración de que, en la historia presionista, los judíos abrigaban un deseo inconsciente, desconocido entonces por los judíos mismos, de retornar a la tierra de Palestina. La existencia de ese reconocimiento se reivindicaba pues en retrospectiva. En la narrativa de la escuela de Israel, los judíos estaban conectados con la Tierra, fueran o no plenamente conscientes de ello. Como ha comentado de manera muy concisa Benedict Anderson, para los movimientos nacionales es mejor nacionalizar a los muertos que nacionalizar a los vivos porque estos últimos podrían cuestionar la identidad que les acaban de imponer.

En Israel no ha habido ningún cambio notable que permita desalojar la primacía de los historiadores sionistas. Muchos artículos sobre la historia sionista publicados en los dos periódicos principales en hebreo, Cathedra y Hatzionut (dominantes hasta la década de 1990) consiguieron cerrar el nudo gordiano entre ideología e investigación de archivo. En las décadas de 1960 y 1970, los escritores jóvenes diferían de sus predecesores resistiéndose a la proclividad de aquellos por la macrohistoria. En vez de pretender validar las grandes declaraciones tales como la persistente y antigua necesidad judía de asentarse en Palestina o el yermo que era Palestina antes de la llegada de los sionistas, separaron cada una de esas afirmaciones por épocas o por temas y ofrecieron una prueba empírica limitada para validarla. Así analizarían las ansias judías por ocupar Palestina durante una década particular o explorarían las condiciones existentes en Palestina duran un año o un periodo particular. Pero, ya fuera que reconstruyeran el proceso histórico en su conjunto o que se concentraran en un único capítulo anecdótico de ese proceso, siempre permanecieron leales al sionismo y a la verdad científica, tal como la veían.

Tanto los historiadores sionistas mayores como los más jóvenes se interesaron por la historia política, pero la lealtad sionista restringía la capacidad de los estudiosos más jóvenes de producir ideas nuevas o una investigación de vanguardia. Puesto que el objetivo era ofrecer pruebas eruditas para una narrativa ya contada y conocida, no había muchas posibilidades de hacer revelaciones de ninguna índole; solo se pretendía encontrar confirmaciones. La historiografía israelí actual del periodo del Mandato es un ejemplo de esta limitación. Había sido cubierto todo lo que uno hubiera querido saber, y gran parte de lo que no hubiera querido, sobre la historia de la comunidad judía en aquella época. No quedó nada por decir pues la historia ya había sido contada.

Además, como la narrativa debía basarse en pruebas científicas sólidas, podía resistir cualquier embate procedente de las narrativas palestina o judía no sionista. En este sentido, la admiración de los historiadores israelíes por el historiador inglés E. H. Carr es bastante comprensible, sobre todo la fascinación que sintieron por una aguda observación del inglés según la cual la historia la escriben los vencedores. Así, ontológicamente, la narrativa histórica producida por los que ganan es la verdad.

Seguramente, esta perspectiva no es exclusiva de la historiografía sionista. Pero este caso difiere de las demás historiografías nacionales que comparten esta característica en que casi no hubo ninguna discusión teorética sobre las evidentes contradicciones en que incurre esta historiografía. Es por ello que, hasta ahora, las muchas (y hay muchas) obras históricas académicas sobre el sionismo y el estado realizadas en Israel han sido más descriptivas que analíticas –o críticas– en su enfoque general. El análisis se ha limitado a las acciones de las elites políticas e ideológicas y ha dejando sin examinar la naturaleza de la ideología que subtiende la conducta de esas elites; el análisis tampoco ha explorado en qué medida el compromiso de los historiadores con esa misma ideología afectó su investigación.

La narrativa histórica, tal como fue construida por el sistema académico, llegó a ser el instrumento principal para cultivar y preservar la memoria nacional colectiva. Los historiadores trataban los archivos políticos como santuarios de Verdad y se consideraban como sus sacerdotes auxiliares y protectores. Pero, puesto que el santuario es secular, la verdad no solo debe protegerse, también debe probarse. La prueba se consigue por la vía de la repetición antes que del escrutinio; como resultado de ello, investigadores, docentes, el sistema educativo israelí y los funcionarios y administradores responsables de las ceremonias y emblemas nacionales y la bibliografía canónica rara vez buscaron material novedoso o nuevos ángulos de indagación en el material de archivo. Sencillamente, buscaron y encontraron, el mismo material archivístico que había ofrecido originalmente la «prueba empírica» que justifica la pretensión sionista a la ocupación de Palestina. ¡Qué perturbadora debe haber sido la década de los ochenta, cuando esos mismos archivos produjeron material que obligó a plantearse difíciles preguntas sobre el sionismo y las pretensiones morales de Israel a la Tierra!

La famosa y eficientemente probada narrativa reconstruyó el sionismo como un movimiento nacional que llevó la modernización y el progreso a una Palestina primitiva. «Hizo florecer el desierto», reconstruyó ciudades en ruinas de la región e introdujo la agricultura y la industria modernas para beneficios de árabes y judíos por igual. La resistencia al sionismo era el resultado de una combinación de fanatismo islámico y colonialismo británico pro árabe, junto con tradiciones locales de violencia política. Con todas las probabilidades en su contra y a pesar de la cruel resistencia, el sionismo permaneció leal a los preceptos humanistas y constantemente extendió su mano a sus vecinos árabes que continuaban rechazándolo.

No menos extraordinaria es en esta narrativa la historia de cómo lograron los sionistas el milagroso establecimiento de un estado frente a un mundo árabe hostil. Era un estado que, a pesar de la estrechez objetiva de espacio y de medios, absorbió a un millón de judíos que habían sido expulsados del mundo árabe y les ofrecieron progreso e integración en la única democracia del Oriente Medio. Era un estado defensivo que trataba de contener la hostilidad siempre creciente de los árabes y la apatía del mundo. Era un estado generoso que recogía a judíos procedentes de más de cien diásporas y los transformaba en miembros de un único nuevo pueblo judío. Era un movimiento moral y justo de redención que, desdichadamente, se encontró con otros pueblos residiendo en su patria pero, aun así, les ofreció una participación en un futuro mejor que ellos neciamente rechazaron. El último bocadillo apareció en una segunda versión en la cual el país estaba despoblado cuando el sionismo llegó, por lo tanto, la reacción de los habitantes pasó a ser un factor menor.

Esta segunda afirmación fue presentada en el libro From Time Immemorial de Joan Peters, una productora de documentales de CBS que inicialmente formó parte del equipo de Jimmy Carter para Oriente Medio pero que luego se pasó al bando de los nuevos conservadores. Al principio el libro fue un éxito de venta en los Estados Unidos y la embajada israelí se encargó de promocionarlo, pero su premisa era tan absurda que los historiadores profesionales de Israel lo repudiaron y pidieron un poco más de elaboración en la construcción de la pretensión sionista de que Palestina pertenecía al pueblo judío. Para estos historiadores, la negación simplista de Peters de que antes de la llegada de los sionistas había apenas unos pocos árabes en Palestina era poco más que una fábula[8]. Por otro lado, una versión más elaborada –aún discutida en Palestine Betrayed de Efraim Karsh (Yale University Press, 2010)– sostiene que en realidad había palestinos residiendo en Palestina, pero que sus líderes los traicionaron al no permitirles beneficiarse con las numerosas ventajas que trajo consigo el movimiento sionista.

ELCARTÓGRAFOOBJETIVO

Una de las tantas maneras en que se transmitió, interna y externamente, esta narrativa fue mediante mapas y atlas. En Israel, la producción de ingeniosos atlas, divididos en periodos históricos desde los tiempos bíblicos hasta nuestros días, es una gran industria. Habitualmente, los mapas están asociados a la transmisión de información estrictamente geográfica. Sin embargo, durante algún tiempo estos mapas comunicaron además datos tendenciosos y agendas que iban más allá de la representación gráfica, esquemática, de la naturaleza. Como muchos atlas naturales clásicos, los atlas históricos son un medio popular de comunicación, fácil de entender y apreciar sin necesidad de entender el lenguaje o tener conocimientos previos. Como observó D. F. Merriam en 1996, un mapa es una instantánea de una idea, en el caso que nos ocupa, de la idea de Israel[9]. Ya a finales de los años ochenta, los geógrafos habían comenzado a dudar de la presunción de que los mapas fueran representaciones auténticas o científicas de la realidad natural, pero vacilaban ante la posibilidad de expresar sus dudas en voz alta. Pero por entonces los historiadores eran cada vez más conscientes de la subjetividad de las representaciones cartográficas, como lo deja muy claro una declaración del cartógrafo J. B. Hareley:

Con frecuencia nosotros tendemos a trabajar partiendo de la premisa de que los que hacemos mapas estamos comprometidos con una forma incuestionablemente «científica» u «objetiva» de creación de conocimiento. Por supuesto, los cartógrafos creen que tienen que decir esto para conservar su credibilidad, pero los historiadores no tienen esa obligación[10].

En el caso de Israel, esta presentación cartográfica se transmitía además fuera del país. El más conocido de esos atlas es el The Atlas of the Arab-Israeli Conflict, cuyas ediciones más recientes fueron preparadas por uno de los más destacados historiadores británicos modernos y renombrado biógrafo de Winston Churchill, Sir Martin Gilbert[11]. El atlas va ya por la décima edición. Es muy natural que un trabajo que bosqueja la historia de un proceso tan cargado de acontecimientos deba ser revisado de vez en cuando. Pasaron cuarenta años desde que se lo publicara por primera vez y, en realidad, cada nueva edición incluyó nuevos mapas de adversidad y violencia. Pero, cualquiera que sea la edición que uno elija para consultar, advierte de inmediato que un atlas transmite no solamente una realidad sino también el modo en que es percibida tal realidad.

The Atlas of the Arab-Israeli Conflict otorga inequívoca legitimidad académica a la clásica versión historiográfica sionista del conflicto, mientras que la perspectiva palestina queda reducida a mera propaganda, a pesar del deseo expresado en el prefacio de presentar con justicia «las visiones de todos los implicados»[12].

Unos pocos ejemplos de los mapas anotados de este atlas bastarán para mostrar el sesgo ideológico de la representación cartográfica ostensiblemente neutral. El mito de la tierra sin pueblo para el pueblo sin tierra aparece recreado vívidamente en los tres primeros mapas. El primero muestra la presencia de los judíos en Palestina anterior a la conquista árabe. Es justo, podría decirse, puesto que demuestra el romántico reclamo sionista sobre Palestina. Uno esperaría además por lo menos un mapa que nos informara sobre la presencia de árabes en Abbasid, Mameluke, Seljuk o la Palestina otomana, pero no hay nada semejante. El segundo mapa presenta una imagen de los judíos en Palestina durante los mismos periodos de historia islámica, es decir, cuando constituían menos del 1 por 100 de la población. El tercer mapa ilustra la inmigración judía (o, para usar las palabras del Atlas, el asentamiento judío) de 1880-1914.

Los mapas que delinean y describen los enfrentamientos de 1920 y 1929 aparecen reflejados como muestras de los violentos ataques árabes contra los judíos durante la primera década del Mandato. En ningún momento se menciona la contribución de los sionistas a estos ataques que en algunos casos ellos mismos iniciaron. Así, uno no encuentra allí ni la provocación de Ze’ev Jabotinski que condujo a los disturbios de 1920 en Jerusalén ni ninguna indicación de que la revuelta que estalló en Palestina en 1929 haya estado dirigida contra la política prosionista de los británicos en el lugar.

Como es de esperar, Gilbert no llama por su nombre al levantamiento árabe de 1936-1939 sino que prefiere referirse a él como la «campaña árabe» (esto es, una campaña contra los judíos). Los comentarios adjuntos (presentados en pequeños recuadros en los márgenes de cada mapa) nos hablan de tres años de interminables matanzas de judíos y soldados británicos. La visión palestina de esta revuelta está asombrosamente ausente. La rebelión fue, después de todo, el primer intento nacional palestino de superar las divisiones sectarias y de clanes en una sociedad tradicional desgarrada. Fue un raro ejemplo de unidad, generada por el tardío despertar de los líderes palestinos a los peligros que afrontaba su comunidad a causa de la creciente inmigración judía a Palestina. A pesar de haber fracasado, el levantamiento árabe sirvió como modelo para el alzamiento de 1987[13]. En el atlas de Gilbert, los mapas de la revuelta forman una estela de derramamiento de sangre antijudío y ninguna otra cosa. Sin embargo, de acuerdo con datos estimados «conservadores» en la Evaluación de Palestina, preparada inmediatamente después de que terminara la Segunda Guerra Mundial, durante la rebelión murieron alrededor de 2500 árabes a manos de la fuerzas armadas y la policía británicas, mientras que la misma fuente informa que el número de británicos caídos durante el conflicto (excluyendo el año 1937 cuyas bajas no se registraron) fue 143 y el de judíos, 429[14].

Este atlas continúa reproduciendo la visión sionista clásica de la guerra de 1948, que se describe en detalle más abajo. La misma perspectiva de representación cartográfica aparece en muchos atlas estadounidenses e israelíes. A partir de la década de los noventa, sin embargo, empezaron a surgir trabajos que cuestionaban estas representaciones, el primero de ellos fue la dedicada investigación de Salman Abu-Sitta seguida al poco tiempo por las de la Sociedad Académica Palestina para el Estudio de Asuntos Internacionales (PASSIA), una ONG fundada en Jerusalén en 1987. Abu-Sitta confeccionó varios atlas enormes que cubrían la historia palestina en general y la de 1948 en particular[15].

En suma, está claro que los atlas «sionistas» mostraban la misma tesis que los historiadores documentaron con archivos y testimonio: que la tierra estaba despoblada hasta que llegaron los sionistas. Ofrecían prueba erudita para la primera mitad de la famosa máxima sionista según la cual aquello había sido un movimiento de gente sin tierra llegando a una tierra sin gente. Pero, por supuesto, había gente en aquella tierra y ni los productores de conocimiento de Israel ni los filósofos que impulsaron esta idea de Israel podían ignorarla. Sin embargo, la ignoraron y simultáneamente la pintaron de una manera que permitiera justificar, a priori y retrospectivamente, la negación de su existencia y sus derechos como pueblos nativos de la tierra.

[1] Basado en «Der Wacht am Rhine» y citada en Michael Berkowitz, Zionist Culture and West European Jewry Before the First World Wat, Cambridge, Cambridge University Press, 1993, p. 20.

[2] Naftali Arbel (comp.), The Great Epochs in the History of Eretz Israel, Volume I: A Land Without People, Tel Aviv, Revivim, 1983 (hebreo).

[3] Noam Chomsky lo analiza en Hegemony or Survival: America’s Quest for Global Dominance, Nueva York, Metropolitan Books, 2003 [ed. cast.: Hegemonía o supervivencia, Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2004].

[4] Sobre Ben Zion Dinur, véase Gabriel Piterberg, The Returns of Zionism: Myths, Politics and Scholarship in Israel, Londres y Nueva York, Verso, 2010, pp. 132-134. Véase también Yaakov Katz, «Explaining the Term the “Heralders of Zion”», Shivat Zion, 1 (1950), p. 93 (hebreo).

[5] Shmuel Almog, «Pluralism in the History of the Yishuv and Zionism» en Moshe Zimmermann et al. (comps.), Studies in Historiography, Zalman Shazar Centre, Jerusalén, 1978, p. 202 (hebreo).

[6] Israel Kolatt, «On Research and the Researcher of the History of the Yishuv and Zionism», Cathedra, 1 (1976), pp. 3-35 (hebreo).

[7] Almog, «Pluralism in the History of the Yishuv and Zionism».

[8] Véase Norman Finkelstein, «Disinformation and the Palestine Question: The Not-So-Strange Case of Joan Peters» From Time Immemorial, en Edward Said y Christopher Hitchens, comps., Blaming the Victims: Spurious Scholarship and the Palestinian Question, Londres, Verso, 1988, pp. 33-70.

[9] D. F. Merriam, «Kansas Nineteenth-Century Geologic Maps», Transactions of the Kansas Academy of Science, 99 (1996), pp. 95-114.

[10] J. B. Harely, «Deconstructing the Map», Cartographica, 26, 2 (verano, 1989), p. 1.

[11] Martin Gilbert,