La intervención estratégica en los contextos educativos - Giorgio Nardone - E-Book

La intervención estratégica en los contextos educativos E-Book

Giorgio Nardone

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Beschreibung

El libro se presenta como un manual completo y detallado del enfoque estratégico en los contextos educativos: un instrumento operativo para maestros, educadores y operadores sociales, que proporciona orientación acerca de qué hacer y cómo resolver de forma efectiva y en tiempo breve los problemas más frecuentes en el mundo de la escuela. Los autores introducen al lector con claridad en el análisis de lo que puede definirse como "el arte de resolver problemas complicados (aparentemente) mediante sencillas soluciones". La obra ofrece una atenta reflexión sobre la formación, la persistencia y la solución de los problemas usuales en sistemas complejos como los contextos educativos.¿Cómo surgen los problemas de comportamiento en la escuela? ¿A través de qué modalidades específicas se transforma una dificultad inicial en un problema de difícil solución? ¿Por medio de qué comportamientos hacemos que persistan los problemas? De gran utilidad para psicólogos, maestros, operadores psico-sociales, por su estilo claro y accesible se dirige igualmente al lector no especialista, que podrá encontrar fascinante la aplicación en la escuela de un pensamiento que se ocupa de forma pragmática de las relaciones humanas y de las complejas redes a través de la que construimos nuestra realidad.

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Cubierta

Andrea Fiorenza Giorgio Nardone

LA INTERVENCIÓN ESTRATÉGICA EN LOS CONTEXTOS EDUCATIVOS

Comunicación y problem-solving para los problemas escolares

Traducción deJordi Bargalló Chaves

Revisión deAdela Resurrección Castillo

Herder

www.herdereditorial.com

Título original: L'intervento strategico nei contesti educativiTraducción: Jordi Bargalló ChavesDiseño de cubierta: Claudio Bado y Mónica BazánMaquetación electrónica: Manuel Rodríguez

© 1995, Giuffrè Editore, Milán © 2004, Herder Editorial, S.L., Barcelona © 2012, de la presente edición, Herder Editorial, S. L., Barcelona

ISBN DIGITAL: 978-84-254-3106-7

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.

Herder

www.herdereditorial.com

Créditos

Índice

Introducción

Nota sobre la traducción

Capítulo I

Pragmática de la comunicación y problem-solving: la perspectiva histórica

1. De una visión estática a una visión dinámica de la realidad

2. De la terapia sistémica a los enfoques estratégicos

Capítulo II

Persistencia versus cambio

1. Soluciones intentadas y persistencia de los problemas

2. De las soluciones intentadas a las soluciones que funcionan: el modelo de intervención

Capítulo III

La intervención estratégica en la escuela

1. La investigación-intervención y la construcción de los protocolos

2. Problemas de comportamiento en la escuela y modelos de intervención

3. Trastorno de déficit de atención con hiperactividad

4. Trastorno negativista-desafiante

5. Mutismo selectivo

6. Trastorno de evitación

7. Conflicto, hostilidad y peleas entre dos alumnos

8. Datos de la investigación-intervención

Capítulo IV

Ejemplo de casos tratados

Caso 1: Paolo y la fobia del sueño

Caso 2: Fantozzi en clase

Caso 3: La madre supervisora

Caso 4: Tonino, el niño que rodaba por el suelo

Caso 5: La presunta fobia escolar: cuando el niño protege a sus padres

Capítulo V

El modelo: fases de la intervención

1. Definición del problema

2. Definición de los objetivos

3. Definición de las soluciones intentadas

4. Definición de las estrategias

Conclusiones

Bibliografía

Introducción

Nan-in, un maestro japonés de la era Meiji (1868-1912), recibió la visita de un profesor universitario que había ido a verlo para preguntarle sobre el Zen.

Nan-in sirvió el té. Llenó la taza de su huésped y continuó echando té. El profesor observó como el té se vertía, pero no consiguió contenerse. «Está llena. Ya no cabe más.»

«Como esta taza –dijo Nan-in– tú estás lleno de tus opiniones y conjeturas. ¿Cómo explicarte el Zen si antes no vacías tu taza?»

Como el maestro japonés, también nosotros seríamos felices si el lector que se dispone a leer este libro suspendiese, por un tiempo breve, sus opiniones sobre la naturaleza de los problemas humanos y sus soluciones, aunque nos damos cuenta de que pedimos mucho, conociendo la dificultad que existe en abandonar la epistemología propia o los propios presupuestos y conceptos.

Cada uno de nosotros construye representaciones del mundo, de sí mismo y de los demás, que forman un sistema de seguridad e identidad personales que se resisten al cambio.

El enfoque que presentamos en este libro podrá, seguramente, producir resistencia en las personas que continúan creyendo en las teorías tradicionales sobre la naturaleza del comportamiento humano y, en particular, sobre la formación y el cambio de los problemas.

De forma diferente a los modelos tradicionales, en los que el cambio es considerado un proceso largo, cansado y difícil de conseguir, nuestro modelo considera el cambio como una constante.

El cambio es un proceso continuo que, por desgracia, a veces se obstruye y necesita solamente algunos «empujones» para desbloquearse y continuar su evolución natural.

De estos (aparentemente) sencillos y elementales presupuestos –y no hay que creer que la verdad elemental y sencilla no posee el estatuto de científica, sino más bien, como afirmaba Goethe al sostener que es fácil complicar las cosas, lo difícil es simplificarlas– nuestro esfuerzo ha sido traducir una gran cantidad de estudios e investigaciones que han demostrado su eficacia y eficiencia en el ámbito clínico, para poderlos aplicar en el contexto educativo.

Al dirigir este estudio y aplicación, en lugar de interesarnos en el «por qué» algunos problemas de comportamiento y de relación se llegan a formar, nos hemos interesado en el «cómo» funcionan en su persistencia estas problemáticas.

En lugar de conducir a los maestros, educadores y operadores psicosociales a la conciencia del origen de los problemas de sus alumnos, hemos concentrado la atención en sus soluciones intentadas disfuncionales, es decir, sobre aquellas maniobras que las personas ponen en acción en el intento de combatir el problema y que, en lugar de resolverlo, lo complican.

Todo esto ha evolucionado en una serie de estrategias y técnicas en apariencia sencillas, como refinadas sugestiones y reestructuraciones, paradojas y encerronas de comportamiento, capaces de llevar a las personas a experimentar y percibir de modo nuevo y diferente la realidad del problema que intentaban resolver.

Con objeto de cambiar el juego sin fin y sin finalidad del que está ligado a un problema, hemos elaborado estrategias y técnicas de intervención capaces de producir resultados en breve tiempo.

Estas estrategias y técnicas de comunicación son una síntesis de inventiva personal, elasticidad y rigor metodológico (Nardone, 1993, p. 10).

Por otra parte, como afirmaba Gregory Bateson (1979), «el rigor por sí solo es la muerte por parálisis, pero la imaginación por sí sola es pura locura».

Los autores

Nota sobre la traducción

Las referencias al DSM-III-R de la edición italiana han sido actualizadas y adaptadas al DSM-IV-R, excepto en el trastorno de evitación, en que se mantienen las referencias al DSM-III-R, ya que en la edición actual del Manual diagnóstico y estadístico de lostrastornos mentales no se contempla de forma específica este tipo de trastorno.

Capítulo I

Pragmática de la comunicación y problem solving: la perspectiva histórica

Creemos que es superfluo en los demás aquello que nosotros no tenemos.

Hipócrates

La historia del estudio de los problemas humanos y su solución tiene una tradición realmente antigua que se remonta a las primeras formas de organización social. En el mundo occidental, dos son las direcciones fundamentales que se han desarrollado para el estudio de los problemas: la primera, que quizás ha tenido un mayor desarrollo en los últimos dos mil años, es la que, sobre la base de una concepción aristotélica y racionalista, ha basado el estudio de los problemas humanos en una idea de causalidad lineal que se fundamenta en la teoría de los opuestos y del tercero excluido. 1

Este modelo prevé que para resolver un problema es indispensable el descubrimiento de sus causas y de sus orígenes. Ilustraremos más adelante que esta formulación, aún cuando se ha mostrado eficaz y útil en muchos casos, ha resultado, en su aplicación a problemas complejos como las interacciones humanas, realmente ineficaz y a veces disfuncional.

La otra dirección, que podemos definir epicúrea, heraclítica y socrática, es un modelo de intervención que se basa en la idea de que para solucionar los problemas humanos no es indispensable un estudio de sus causas, sino que se necesita un estudio atento de cómo funcionan y, sobre la base de su funcionamiento, poner a punto técnicas específicas de intervención.

Como aclararemos, este último tipo de enfoque teórico-aplicativo se ha desarrollado a lo largo de los siglos, aunque se ha mantenido oculto durante mucho tiempo por efecto del macroscópico crecimiento de la primera formulación citada, que ha sido durante más de veinte siglos el fundamento del método científico occidental. No obstante, desde hace algunos decenios este enfoque ha encontrado vigor y dignidad científica aplicativa. Los límites de este trabajo y los límites de la competencia de los autores no permiten, ciertamente, un tratamiento profundo de este tema, como a veces el estudio requeriría. Por lo tanto, realizaremos un gran salto histórico del mundo antiguo a nuestros días, exponiendo sólo de manera esquemática (remitiendo a la lectura de otras obras más específicas) la que ha sido la historia de los últimos decenios y la evolución de un modelo innovador de formulaciones e intervención sobre los problemas humanos que se ha destacado netamente, por sus características, de las formulaciones teórico-aplicativas tradicionales.

1. de una visión estática a una visión dinámica de la realidad

Alrededor de los años cuarenta, un antropólogo, Gregory Bateson, conocido además de por sus estudios antropológicos por su competencia interdisciplinaria, recibió una gran financiación por parte del gobierno de los Estados Unidos para estudiar la comunicación en todas sus formas. Él, en su estilo de investigador ecléctico, reunió un equipo muy variado de estudiosos, compuesto de las más variadas competencias: antropólogos, psicólogos, lingüistas, filósofos, psiquiatras, etc. Este grupo comenzó a estudiar las diferentes modalidades de comunicación: de la comunicación hombre-hombre a la comunicación hombre-animal; de la comunicación entre animales a la comunicación en estados alterados de conciencia; de la comunicación en diferentes culturas a la comunicación entre los «enfermos de la mente». Bateson tuvo la que quizás puede ser una de las intuiciones más felices de nuestro siglo: pensar que los problemas humanos, en sus formas, pueden ser el producto de las interacciones que cada persona construye con la realidad en la que vive. En otras palabras, como afirmaba Salvini (1991, p. 12), «cada uno construye la realidad que luego padece». Esta intuición tomaba, obviamente, distancias de toda la tradición de teorías sobre el hombre que se basa en la idea de que las personas tienen una naturaleza específica, una evolución específica y una dirección predeterminada. El grupo de investigación guiado por Bateson, en línea con la modalidad habitual del antropólogo que estudia una cultura diferente intentando comprender su funcionamiento sin ningún prejuicio, se orientó hacia el estudio de los problemas humanos, en particular los trastornos mentales y de comportamiento, como realidades que tenían un sentido lógico. En otras palabras, los investigadores formularon la hipótesis de que los trastornos psicológicos eran una realidad que, estudiada en su contexto específico, expresaba secuencias de comportamiento que se caracterizaban por una lógica «racional». Obviamente, ésta fue una diferenciación aún más neta respecto a aquellos modelos psiquiátricos, psicodinámicos y médicos que creían que los trastornos mentales y los de comportamiento eran un efecto, o de alteraciones bioquímicas o de problemas intrapsíquicos o de otras formas de determinismo biológico o ambiental. Sobre la base de estas tesis, los investigadores comenzaron a estudiar, filmando y volviendo a observar las filmaciones, las interacciones usuales entre los portadores de problemas, sus familias y sus contextos de interacción, poniendo de manifiesto y observando redundancias de comunicación (paradojas, díadas, formas rígidas de comunicación).2

Estas redundancias de comunicación llevaron a formular la que es una de las teorías más fecundas en el campo de la psicología y de la psiquiatría: la «teoría del doble vínculo» y la teoría de los trastornos basados en la comunicación. Según Bateson (1972, p. 299), este enfoque «se ocupa del componente de experiencia y de los enredos que se forman en las reglas y los supuestos de la costumbre», y para explicar lo que intenta decir pone el ejemplo de una hembra de marsopa adiestrada para considerar el pitido de su instructor como un «refuerzo secundario». Después del pitido de su instructor, la marsopa espera recibir comida y cada vez que repite lo que estaba haciendo en el momento del pitido, sacar la cabeza fuera del agua, el mamífero espera oír el pitido y recibir la comida. Si esto sucede, la marsopa aprende unas reglas muy sencillas conectadas a sus acciones: el pitido, la piscina y el instructor, dentro de una estructura, un contexto. Además de ello, el animal aprende un conjunto de reglas para conectar las diversas informaciones y dar un sentido a las acciones. Sin embargo, aquello que ha aprendido, solamente es válido para uno de los episodios que tienen lugar en la piscina. En el momento en que el instructor ya no refuerza la acción de sacar la cabeza fuera del agua y, por lo tanto, no pita, sino que espera cualquier otra acción por parte de la marsopa, el animal está obligado a hacer otra cosa hasta oír de nuevo el pitido y, por consiguiente, la llegada de la comida. Si esto sucede, la marsopa aprende a afrontar el contexto de contextos exhibiendo un nuevo modulo de comportamiento. A continuación, prosigue Bateson, el experimento continuó obligando al animal a infringir repetidamente las reglas del experimento: cada vez que aprendía algo relativo al pitido y a la comida, el instructor variaba el modo de suministrar los refuerzos. Muchas veces el instructor se vio obligado, para salvaguardar su relación con el animal, vista la experiencia tan fastidiosa que se encontraba la marsopa al cometer equivocaciones, a conceder muchos refuerzos no «merecidos». Al final del experimento sucedió un hecho completamente nuevo: la marsopa exhibió una serie de módulos de comportamiento nunca observados hasta entonces en esta especie animal. Bateson (1976, p. 301) comenta el ejemplo para explicar el doble vínculo asegurando: «Primero, que se puede inducir en un mamífero un agudo sentido de sufrimiento y malestar, si se le pone en condiciones de equivocarse en las reglas que dan significado a una relación importante con otro mamífero. Segundo, que si se es capaz de rechazar o resistir este estado patológico, la experiencia global puede favorecer la creatividad». Sobre la base de estas intuiciones, como afirma Watzlawick (Nardone-Watzlawick, 1990, p. 41), «es posible, estudiando la comunicación, determinar 'patologías' de la comunicación y demostrar que producen interacciones patológicas. Puede suceder que una persona se encuentre sometida a dos órdenes contradictorias enviadas a través del mismo mensaje: un mensaje paradójico. Si la persona no puede desvincularse de este doble vínculo, su respuesta será un comportamiento interactivo patológico». Es así como esta formulación da sentido a la evidencia de aquellos casos de genio que brotan de situaciones patógenas. En efecto, de una condición altamente estresante pueden emerger tanto el loco y el débil de carácter, como el genio o la persona extraordinariamente fuerte y resistente.

Esta observación llevó a la formulación y a la puesta a punto de intervenciones «terapéuticas» que se basaban, ya no en la investigación dentro del inconsciente de problemas ligados a la infancia o de traumas recibidos por una persona, ni al estudio de alteraciones bioquímicas, ni tan siquiera a intervenciones de tipo conductual reduccionista basadas en condicionamientos y descondicionamientos, sino en el cambio de los modelos interactivos existentes entre la persona portadora del problema y su contexto social. Este cambio de lógica de la intervención llevó a los investigadores, en línea con la que era la epistemología3 de aquel tiempo, al nacimiento de una ciencia muy particular: la cibernética,4 y a la formulación de un modelo innovador para el estudio de los problemas humanos. El modelo epistemológico nuevo, basándose en aquella antigua tradición heraclítica y socrática anteriormente citada, partía del presupuesto de que la causalidad lineal, que puede expresarse gráficamente como sigue,

se había mostrado como un modelo teórico aplicativo ineficaz por lo que respecta a la complejidad de los problemas humanos y que había de ser sustituido por otro innovador, definido causalidad circular que se representa a continuación,

y en el cual el proceso interactivo y comunicativo asume una forma circular mediante las recíprocas retroacciones entre las variables. «Una vez activado este proceso circular, ya no existe un principio y un final, sino únicamente un sistema de influencia recíproca entre las variables. De aquí la exigencia de estudiar el fenómeno en su globalidad, teniendo siempre presente que cada variable se expresa siempre en función de su relación con las demás y con el contexto situacional» (Nardone-Watzlawick, 1990, p. 40). Como consecuencia lógica tenemos que la suma de las partes no equivale al conjunto. «Y que el aislamiento de una variable individual para el estudio de sus características conduce inexorablemente a un reductivismo y a distorsiones cognoscitivas, que no pueden representar por entero las prerrogativas de la variable individual, ni puede llevar a la reconstrucción del proceso relacional entero» (Watzlawick, ibídem). Aquí estamos en los albores del estudio de la comunicación como vehículo de cambio y obviamente en la construcción de modelos que ya no se basan en una tradición rígidamente clínica, sino en una tradición psicosocial y antropológica dentro de los cuales el vehículo fundamental del cambio es la comunicación: sobre todo aquellos modelos y técnicas de comunicación o acciones que sean capaces de hacer cambiar a la persona portadora del problema y a las personas de su entorno en el particular tipo de construcción de «realidad» que mantiene el problema. De esta primera formulación, y nos encontramos ya en la posguerra, se desarrolló en Palo Alto, en el Mental Research Institute (MRI) y con la dirección de Donald D. Jackson, que había sido el psiquiatra encargado por Bateson para participar en el proyecto sobre la comunicación, un nuevo modelo de terapia psicológica para los trastornos psíquicos y de comportamiento: la terapia sistémica. Este modelo, al contrario de los otros en boga en este periodo, basados en formulaciones teóricas o deterministas intrapsíquicas o reduccionistas ambientalistas, desarrolló la idea de que los problemas humanos se regían sobre la base de las interacciones comunicativas que cada persona establece con los demás y con la realidad circundante. De aquí nacieron toda una serie de intervenciones específicas basadas en la comunicación, en particular intervenciones de tipo paradójico,5 reestructuraciones de la comunicación, etc. A este grupo se unió en 1960 un estudioso de origen austriaco que debido a diferentes peripecias científicas, además de su formación lógico-filosófica centroeuropea, había tenido experiencias de formación en Oriente y en Sudamérica. Éste, interesado por el nuevo enfoque, se unió al grupo de Palo Alto y gracias a su preparación epistemológica y a su cultura heterodoxa, contribuyó al desarrollo de esta formulación innovadora. Se debe, de hecho, a Paul Watzlawick, la obra capital de este modelo psicológico (Teoría de la comunicaciónhumana, 1967). Sobre la base de la experiencia del grupo de Bateson y de las investigaciones sobre los problemas humanos desarrolladas en el Mental Research Institute, formuló de forma rigurosa un enfoque de la comunicación humana centrado en sus efectos pragmáticos. La comunicación humana ha sido siempre objeto de estudio. Por ejemplo, el cronista de Federico II, Fray Salimbene de Parma, narra un experimento ordenado personalmente por el emperador con el que se quería hallar una respuesta a la pregunta de cuál es el lenguaje natural original del hombre. Con este objeto hizo criar un cierto número de recién nacidos por nodrizas a las que se había dado instrucciones rigurosas: tenían que cuidar de los niños a su manera, pero, al relacionarse con ellos y en su presencia, abstenerse completamente del uso del lenguaje. Gracias a la creación de este vacío lingüístico, Federico esperaba llegar a establecer si los niños iban a empezar a hablar de forma espontánea griego, latín o hebreo. Por desgracia, el experimento no pudo completarse; fue, por decirlo con las palabras de Salimbene, «fatiga vana, porque las criaturas murieron todas» (Watzlawick, 1980, pp. 12-13).

Los estudios que se han desarrollado principalmente a lo largo de los siglos han sido, por lo demás, estudios de sintaxis y de semántica, mientras que la pragmática siempre ha sido dejada de lado. En realidad, la pragmática en cuanto omitida durante muchos siglos de las disciplinas que estudiaban el lenguaje y la comunicación humana ha sido, desde siempre, usada de forma oculta. En efecto, si estudiamos con detalle el desarrollo de la retórica nos daremos cuenta de que sobre todo en ámbitos donde se ocultaba su utilización ésta era masiva: «...desde la antigüedad, la retórica y la persuasión se indicaban como los vehículos principales para producir cambios en las personas y en las masas» (Domenella y Nardone, 1995). Por ejemplo, Platón, que acusaba a los sofistas por su manipuladora arte retórica, afirma: «¿Quizás la retórica, tomada en su conjunto, no es una especie de arte para dirigir las almas a través de las palabras, y no sólo en los tribunales y en las otras reuniones públicas, sino también en las conversaciones privadas? ¿Quizás ésta no es la misma, tanto en las cuestiones más pequeñas como en las más grandes y su justo uso no es menos valioso en relación con las materias más importantes como en las más ligeras?» (Platón, Fedro 261 ab.). Paul Watzlawick tiene el mérito de dignificar este aspecto de la comunicación al resaltar, sobre todo, la gran importancia desde un punto de vista de la formación, de la persistencia y del cambio de los problemas humanos. Sobre la base de estas contribuciones históricas se ha desarrollado en los decenios sucesivos un enfoque realmente nuevo en el estudio y en la intervención sobre los problemas humanos que, como hemos subrayado anteriormente, ha llevado a la cons titución de una nueva y específica epistemología y metodología aplicativa idónea a la complejidad de las interacciones humanas.

2. de la terapia sistémica a los enfoques estratégicos

Durante los años sesenta y buena parte de los setenta, siguiendo los pasos de lo explicado hasta ahora, se desarrolló toda una serie de modelos de intervención, basados en la comunicación, que tenían presente en particular los conceptos de sistema interactivo y de estructura y organización de la familia. Tenían como base fundamental el estudio del contexto y del sistema. Como ocurre incluso en las mejores familias, cuando el modelo de vuelve rígido hace que se formen cristalizaciones teórico-aplicativas. Éste ha sido también el caso del enfoque sistémico que en alguna de sus formas se ha agarrotado sobre sí mismo, manteniendo firme el propio presupuesto según el cual cualquier intervención aplicada a un problema humano presuponía una intervención directa de la familia de la persona. Esta cristalización, en la actualidad, ha alejado, según Salvini (Nardone, 1993, p. 12), de la epistemología constructivista batesoniana la «rama sistémica de la terapia familiar».

Sin embargo, por casualidad, justamente en el olimpo en donde había nacido la terapia sistémica, en el Mental Research Institute de Palo Alto, Don D. Jackson, Paul Watzlawick, John Weakland, Richard Fisch y otros componentes del grupo como Jay Haley, en su instituto de Washington, estaban desarrollando un enfoque que, basándose en la tradición de estudios realizados por ellos mismos, se orientaba hacia modelos de intervención más elásticos y adaptables a las muchas posibles variedades de los problemas humanos. Todo comenzó cuando, en el Mental Research Institute, se formó un grupo de investigación para poner a punto un modelo de intervención sobre los problemas humanos que tuviese la propiedad de producir su solución en el menor tiempo posible (Brief Therapy Center). El grupo de investigación evitó seleccionar casos clínicos y afrontó de forma experimental pacientes que se presentaban con problemas de varios tipos: problemas de comportamiento, trastornos mentales mayores, alcoholismo, trastornos fóbicos, obsesivos, trastornos de la alimentación, presuntas psicosis, etc. El equipo, compuesto por un terapeuta y por un grupo de observación detrás de un cristal espejado, colaboraba en la puesta a punto de soluciones que se adaptaran al problema que presentaban los pacientes y que fuesen capaces de resolverlo de forma rápida y definitiva. Al asumir esta óptica, el grupo se dio cuenta de inmediato de que una formulación teórico-aplicativa «rígidamente familiar» no resistía el impacto con problemáticas tan variables y con el objetivo de la brevedad de la intervención. Por otra parte, su teoría y pragmática de la comunicación hallaba fértiles aplicaciones en un contexto más amplio que en el simplemente referido a la reorganización de la familia. Desde este punto de vista, una contribución verdaderamente importante a estos estudios se debe al hecho de que dos componentes del grupo, John Weakland y Jay Haley, estudiaron durante años el trabajo del gran hipnoterapeuta Milton Erickson. Este último, desde los años treinta, resolvía, de forma un tanto personal y a menudo tachada de «chamanería», problemas de todo tipo, utilizando técnicas no ortodoxas que, sin embargo, al atento estudio de investigadores orientados a la formación de modelos sistemáticos se muestran, en cambio, como una tipología terapéutica con congruencia interna: es decir, un conjunto de técnicas de intervención que, a pesar de ser creativas, resultaban estructuralmente rigurosas. Esta técnica, observaron Haley y Weakland (Haley, 1985), se basaba en la asunción, aparentemente banal, de que cada solución específica tenía que adaptarse al problema específico. En la mayoría de los modelos terapéuticos ocurría exactamente lo contrario: era el problema el que tenía que adaptarse a la solución. La asunción fundamental de cada práctica terapéutica es que «la terapia debe adaptarse a la enfermedad» (Nardone, 1994, p. 21). En otras palabras, incluso al no especialista parece evidente, basándose en el sentido común, que la medicina deba encajar con el trastorno o, como afirmaban los Lógicos: «la solución, para ser eficaz, debe adaptarse a las características del problema». Desgraciadamente, aún hoy tras más de cien años de estudios y experimentos en el campo psiquiátrico y psicoterapéutico, encontramos que muy a menudo es la enfermedad que presenta el paciente la que debe adaptarse al modelo del terapeuta. «Por ejemplo, el paciente que se dirige a un psicoanalista deberá, para ser curado, aprender la teoría y el lenguaje del propio analista, modificando, a veces de modo radical, sus anteriores convicciones, sometiéndose a un largo y fatigoso recorrido de análisis a la búsqueda de sus traumas infantiles y de las causas inconscientemente reprimidas, a través de la interpretación psicoanalítica de sus sueños y de sus fantasías. O el paciente que presenta estados ansioso-depresivos y se dirige a un psiquiatra organicista deberá tomar por buena la teoría, asumida por su psiquiatra, que afirma que su trastorno está originado por desequilibrios bioquímicos de origen hereditario y tendrá, en consecuencia, que «engordarse» de psicofármacos (Nardone, ibídem). El estudio atento y sistemático de las técnicas estratégicas de Milton Erickson llevó al grupo de Palo Alto a asumir la importancia crucial en terapia de esta perspectiva, consiguiendo así la formulación de estrategias de comunicación terapéutica basadas en el «calcado»6 del lenguaje y de las representaciones mentales de cada paciente. Este hallazgo condujo, además, a poner de manifiesto la gran eficacia derivada de la utilización, en terapia, de un tipo de comunicación puramente sugestiva y persuasiva. En este punto, al introducir el tema de la comunicación deliberadamente persuasiva se abre, en terapia, un nuevo e importante tema, porque en la tradición de los estudios clínicos psiquiátricos, la sugestión y la manipulación siempre han sido señaladas como un «pecado original»: como si fuese posible ayudar a alguien sin manipular. «De hecho, en los últimos decenios, se asiste a una atención cada vez mayor dirigida a los estudios aplicativos y a las investigaciones clínicas orientadas a poner a punto modelos de intervención terapéutica capaces de utilizar los aspectos persuasivos de la comunicación como elemento fundamental de la terapia (Erickson, 1982; Haley, 1973-76-85; Watzlawick, 1971-74-80; De Shazer, 198691-94; Madanes, 1987-90; Watzlawick-Nardone, 1990; Nardone, 1991-93-94). Por otra parte, también desde un punto de vista ético, la posición de los terapeutas está cambiando en relación con la tradición antes citada. Esto significa que cada vez es mayor la exigencia de responder de la manera más eficiente posible a las demandas de los pacientes. Por tanto, el recurso a técnicas de comunicación persuasiva y de influencia personal ya no se ve como un comportamiento «no ético», sino más bien como una útil habilidad terapéutica y profesional» (Nardone y Domenella, 1995).

El grupo de estudiosos e investigadores, por lo tanto, empezó a utilizar técnicas de comunicación sugestiva e hipnótica en las (en apariencia) usuales conversaciones entre médico y paciente. Los terapeutas, sobre todo, comenzaron a observar la gran utilidad y eficacia del recurso a estas técnicas, en el momento en que había que prescribir a las personas cualquier cosa diferente a lo que habían hecho hasta aquel momento. Una de las contribuciones más importantes del grupo de Palo Alto ha sido el poner de manifiesto que el cambio, cualquier cambio que se introduzca dentro de un sistema, se encuentra, siempre y de todas formas, con la resistencia al cambio propia del sistema.

El concepto de resistencia al cambio se presta a muchos equívocos que, por tanto, hay que aclarar. Cualquier sistema viviente, desde los más pequeños hasta los más complejos –la biología, la física e incluso la astronomía nos lo enseñan– se resiste al cambio de su equilibrio aunque éste sea disfuncional. Parece que este fenómeno se rige por el hecho de que un equilibrio constituido tiende a mantenerse como tal. Esta observación condujo a Claude Bernard a formular el constructo de homeostasis.7 Así pues, cualquier intervención que se quiera realizar para cambiar algo se va a encontrar, de todas formas, con la resistencia del sistema al cambio de su equilibrio.

La gran mayoría de las estrategias terapéuticas orientadas a cambiar la realidad de los pacientes se ha basado durante mucho tiempo en la idea cartesiana de que el cambio podía ser el efecto de un proceso gradual de conciencia (insight) por parte de la persona portadora del problema, seguido de la deliberada elección de comportarse y actuar de forma distinta cambiando cogniciones y acciones. Este tipo de enfoque, sin embargo, topa de inmediato con la resistencia al cambio, ya que si un sistema se resiste al cambio de su equilibrio, haciéndolo consciente del intento de cambiarlo, en realidad, no hacemos otra cosa que aumentar su resistencia. De aquí deriva la idea de que para cambiar rápidamente el equilibrio hay que actuar en el desconocimiento del sistema mismo. Por otra parte, esta necesidad estratégica ya era conocida por la tradición oriental como el problema de utilizar estratagemas que si se revelaban dejaban de funcionar. No es casualidad que los antiguos chinos formularan la estratagema de «surcar el mar sin que el cielo lo sepa»: es decir, lograr crear situaciones que lleven al cambio sin que las personas implicadas se den cuenta. En esta línea, pues, se debe tener en cuenta, como ha puesto de manifiesto la moderna teoría de las catástrofes (R. Thom, 1990), que el menor cambio producido en el interior de un sistema complejo activa una serie de reacciones en cadena que tienden a trastornar el equilibrio general. Basta pensar en el conocido «efecto mariposa», en que el simple batido de las alas de una mariposa, si ocurre en un determinado instante y en un determinado espacio, puede activar una cadena de retroacciones naturales que llegue a producir un huracán.

Volviendo a las intervenciones específicas, en el área psicológica, el grupo del MRI, sobre la base de estas ideas innovadoras y a la prolongada experimentación clínica, consiguió poner a punto un modelo de intervención al mismo tiempo flexible y riguroso (Watzlawick y cols., 1974). La aplicación experimental de este modelo en 97 casos de patología psíquica y conductual mostró que en más del 70% de los casos la solución completa del problema se había conseguido en una media de siete sesiones (Watzlawick y cols., 1974). Esta fue la primera gran revolución en el campo del estudio de los problemas humanos y de su solución. El propio Milton Erickson, en la presentación del texto divulgativo de este trabajo, escribió: «teorías sobre el cambio las hay a puñados, pero es la primera vez que en una teoría sobre el cambio se asume seriamente como objeto de análisis el cambio mismo, para comprobar cómo se verifica de forma espontánea o cómo se puede provocar» (Watzlawick y cols., 1974). En esta obra, los autores declaran: «Más específicamente nos interesa analizar la formación de los problemas, su persistencia en algunos casos, y la manera con que otras veces se resuelven. Examinaremos, sobre todo, cómo a menudo fracasan, paradójicamente, el sentido común y el comportamiento 'lógico', mientras que consiguen producir el cambio deseado acciones 'ilógicas' e 'irracionales'...» (ibídem, p. 12-13). Este modelo, aunque nació y evolucionó principalmente en el ámbito clínico, es, en efecto, un modelo no clínico, nonormativo: es decir, que no se basa en un concepto de normalidad y desviación, sino en una visión de los problemas humanos como producto de las interacciones entre personas y realidad. Formulación, ésta, dentro de la cual cada realidad puede ser funcional o disfuncional según la perspectiva que se asume. De capital importancia en esta dirección fue el giro que el grupo experimentó cuando se dio cuenta de que los problemas humanos se mantenían no tanto por las rígidas interacciones familiares, sino por las soluciones intentadas8 que las personas ponían en acción para intentar resolver los problemas. Por primera vez se tiene la idea de definir la formación y la persistencia de los problemas como el producto, no de causas intrapsíquicas, no de alteraciones biológicas, sino sencillamente de aquello que las personas han intentado hacer para resolver el problema. Estrategias de solución que, normalmente, se mantienen y se exacerban en intensidad incluso ante la evidencia de su ineficacia. De forma tal que se produce un auténtico círculo vicioso de alimentación del problema.

Al asumir esta perspectiva se realiza el paso del estudio del porqué al estudio del cómo funciona: es decir, de cómo un problema persiste y, por lo tanto, al cómo puede resolverse rompiendo las secuencias que lo hacen persistir. Por consiguiente, la diferencia neta entre este enfoque y los precedentes, desde un punto de vista de modelo, es basar el estudio y la intervención en cómo persiste un problema y no en cómo ha llegado formarse sobre la base de su causalidad que reside en el pasado. Como hemos citado anteriormente, el giro es de un concepto de causalidad netamente lineal a una causalidad circular; en su interior hallamos después un último paso, que es el de una identificación de la persistencia de los problemas rígidamente ligada a relaciones de interacción en el seno de la familia, al estudio de las múltiples variedades de persistencia de los problemas. De ahí deriva directamente la tesis relativa a cómo cada problema puede tener su específico modo de persistencia, o cómo pueden existir, en el ámbito de clases, problemas que funcionan de manera similar, aunque cada uno tenga sus características originales. De acuerdo con los tipos lógicos9 de Bertrand Russell, los problemas pueden clasificarse en clases de problemas según su estructura, pero para la intervención