Modelos de familia - Giorgio Nardone - E-Book
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Modelos de familia E-Book

Giorgio Nardone

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Beschreibung

Esta obra ofrece en primer lugar una definción de la familia moderna caracterizada cada vez más como "nuclear", y por el hecho de que los hijos no tienen prisa alguna por separarse de los padres y organizar autónomamente su vida. El tema central son los problemas de la adolescencia, que pueden ser más graves en el modelo actual de familia porque las relaciones de dependencia y de complementariedad contraproducente tienden a eternizarse. En este sentido, los autores hablan incluso de una prolongación de la adolescencia, a veces, hasta los 30 años. La exposición de los problemas que pueden producirse en la relación entre padres e hijos está organizada a modo de una útil clasificación de los diversos modelos de interacción. Como ilustración de cada modelo, se incluyen casos clínicos que permiten que, en la práctica y pese a las diferencias individuales, se pueda detectar una serie relativamente limitada de esquemas de conducta. De este modo la clasificación contribuye a reflejar el enfoque de la terapia breve para la cual, al mismo tiempo, resulta de gran utilidad como armazón para captar rápidamente los fallos en la dinámica, y para proponer las soluciones adecuadas. De interés para psicólogos y psicoterapeutas, especialmente para terapeutas familiares, así como para seguidores de las orientaciones y la obra del profesor Nardone.

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Giorgio Nardone, Emanuela Giannotti, Rita Rocchi

MODELOS DE FAMILIA

Conocer y resolver los problemas entre padres e hijos

Traducción deJordi Bargalló Chaves

Revisión deAdela Resurrección Castillo

Esta colección cuenta con la asesoría del Centro de Intervención y Terapia Breve de Barcelona

Herder

www.herdereditorial.com

Portada

Título original: Modelli di famigliaTraducción: Jordi Bargalló ChavesDiseño de la cubierta: Arianne FaberMaquetación electrónica: Manuel Rodríguez

© 2001, Ponte alle Grazie srl, Milán © 2003, Herder Editorial, S.L., Barcelona © 2012, de la presente edición, Herder Editorial, S. L., Barcelona

ISBN DIGITAL: 978-84-254-3110-4

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.

Herder

www.herdereditorial.com

Créditos

Índice

Prólogo.Efectos peores, mejores intenciones

Capítulo 1.La evolución de la familia. De la privación afectiva a la hiperprotección

Capítulo 2.Redefinir al adolescente y su familia

Familia

Adolescencia

La formación de modelos de interacción familiar

La génesis

Cómo se forma un modelo rígido de interacciones entre padres e hijos

Capítulo 3. Los modelos actuales de la interacción familiar

Modelo hiperprotector

Modalidades comunicativas

Relaciones

Las reglas

¿Qué significados emergen?

¿Cuáles son las consecuencias en las acciones de las personas?

Relatos

Modelo democrático permisivo

Relaciones

Las reglas

¿Qué significados emergen?

¿Cuáles son las consecuencias en las acciones de las personas?

Relatos

Modelo sacrificante

Cómo se forma

Modalidades comunicativas

Relaciones

Las reglas

¿Qué significados emergen?

¿Cuáles son las consecuencias en las acciones de las personas?

Relatos

Modelo intermitente

Modalidades comunicativas y relacionales

Las reglas

¿Qué significados emergen?

¿Cuáles son las consecuencias en las acciones de las personas?

Relatos

Modelo delegante

Cómo se forma

Modalidades comunicativas

Las relaciones

Las reglas

¿Qué significados emergen?

¿Cuáles son las consecuencias en las acciones de las personas?

Problemas que surgen

Relatos

Modelo autoritario

Modalidades comunicativas

Relaciones

Las reglas

¿Qué significados emergen?

¿Cuáles son las consecuencias en las acciones de las personas?

Relatos

Capítulo 4. El adolescente moderno

El varón patoso

La fémina decepcionada

Sugerencias a los hombres en favor de las mujeres

Sugerencias a las mujeres en favor de los hombres

Epílogo

Bibliografía

Prólogo

Efectos peores, mejores intenciones

Las ideas que no pensamos no existen.

Abad de Condillac, La lógica

Oscar Wilde con su brillante sagacidad escribe: «Con las mejores intenciones se obtienen, la mayoría de las veces, los peores efectos».

Este aforismo encaja perfectamente en la evolución de las relaciones entre adolescentes y familias observadas en Italia en los últimos decenios. Para ilustrar mejor la situación me permito un ejemplo esclarecedor.

Hace algunos años, durante un simposio entre periodistas, publicitarios y psicólogos, un representante de la dirección de una famosa revista económica italiana, Gente Money, se dirigió a mí para pedirme un consejo en relación con una extraña situación surgida en el ámbito de una sección de su revista. Se trataba de una sección de contacto directo con los lectores, dentro de la cual los especialistas económicos ofrecían asesoramiento gratuito para problemas financieros. Un hecho había trastocado a los redactores: la mayoría de las cartas que habían recibido eran solicitudes de información, por parte de jóvenes, sobre cómo poder heredar legalmente y de forma anticipada el patrimonio de los padres. O sea, cómo obtener en herencia el capital de la familia con los padres aún en vida. Esta solicitud, aparentemente absurda, estaba motivada por el hecho de que los hijos se sentían con pleno derecho de entrar en posesión de aquel dinero que, indudablemente, les podía hacer más felices de jóvenes que de viejos. Por tanto, creían correcto solicitar un asesoramiento sobre cómo obtener de forma anticipada un derecho adquirido naturalmente. El periodista me preguntó: «Qué debemos responder? ¿Y cómo se explica usted esta pregunta disparatada?».

Yo contesté que la pregunta no era en absoluto disparatada, vista desde la perspectiva de jóvenes hiperprotegidos a los que todo se les debía por el mero hecho de existir. Añadí que el problema, en mi opinión, estaba en haber cultivado, desde un punto de vista de modalidad social y familiar, una adolescencia privada de responsabilidades y proyectos personales, basándose en un exceso de amor y profunda protección, por parte de los padres, de manera incondicional, es decir, sin ninguna pretensión que los hijos hubieran merecido. Dije, después, que la respuesta más indicada me parecía: «¡Ganaos aquello que queréis gastar!».

Esto podrá parecer al lector un ejemplo extremo, pero no es así: las solicitudes de herencia anticipada eran en verdad numerosas y no representan «una excepción» en el panorama de la familia italiana.

En el transcurso de la presente exposición, a despecho de cuantos están convencidos del hecho de que el afecto profundo no puede hacer más que bien, serán muchas las demostraciones de cómo en realidad el amor puede ser sofocante y que la ayuda no pedida produce más daños que beneficios.

Otro ejemplo esclarecedor en esta dirección lo representa el caso de una madre elegante y culta que se dirigió a mí, hace algunos años, presentándome el problema del hijo, que según ella había sido encantado y sometido psicológicamente por una mujer terrible. La llamada «bruja» había embaucado al chico, que hasta el momento había sido un hijo modelo en los estudios, en el deporte y en la relación con la familia, lo había transformado en una especie de rebelde indomable en las relaciones con sus propios padres y en un dócil hiperdependiente de su propia compañera. La madre procedió a describirme que este hijo había sido hasta entonces una persona muy sensible y delicada, frágil emotivamente y siempre necesitado de sus cuidados maternos; por lo tanto, ella estaba segura de que la «bruja» había sido muy lista en someter una personalidad con tan poca determinación y había inducido al hijo a ser distinto de cómo era naturalmente. En aquel momento le pedí a la madre cuál sería su «peor fantasía» respecto a la evolución de la situación. Me respondió enseguida: «Que se me lo lleve». Hice notar a la señora, utilizando su lógica y su lenguaje, que aquel era un riesgo bien real y que debíamos intervenir ya. Le pregunté también qué había intentado hacer para evitar la nefasta influencia de aquella mujer sobre su hijo. Me expuso todas sus tentativas de disuadir al hijo a que frecuentara a aquella mujer inmoral y peligrosa, que lo estaba alejando de su familia y desviando del camino recto. Todas las tentativas de intervención de la madre resaltaban la «maldad de la mujer» e, indirectamente, la inmadurez psicológica del hijo. No era de extrañar que la situación empeorase.

Mi intervención consistió en hacer reflexionar a la madre, junto conmigo, sobre cómo hasta ahora sus tentativas, perfectamente razonables, habían fallado y sobre la necesidad, con vistas a un cambio real, de adoptar una estrategia completamente distinta y sorprendente. La señora aceptó de buen grado la idea de poner en marcha cualquier cosa diferente, con la condición de que pudiese funcionar. Sugerí a la señora que dijera al hijo: «He ido a un especialista, se lo he explicado todo, me ha dado un tirón de orejas y me ha hecho comprender que, hasta ahora, me he equivocado contigo, no he respetado tus exigencias, no he confiado en tus recursos, te he tratado como una especie de niño deficiente, he sido egoísta al pretender que hicieras sólo lo que me iba bien a mí. Después de una larga entrevista con el médico me he dado cuenta de que debo cambiar de actitud y hacerte asumir todas tus responsabilidades; por lo tanto, haz todo aquello que creas más adecuado y, si quieres hablarme de ello, sabré que debo quedarme al margen, dejándote el peso y los efectos de tus acciones».

Como el lector comprenderá, esta prescripción fue sugerida sólo como una estratagema terapéutica y no como un verdadero análisis de la realidad. Se le hizo entender a la señora que era tan sólo una manera de «hacer subir al enemigo al desván y quitarle la escalera»,1 de forma que para ella fuese aceptable y estratégico hacer una declaración totalmente contraria a sus ideas anteriores. La madre volvió después de algunas semanas explicando, con una amplia sonrisa, que en el instante en el que había realizado la demanda-declaración, su hijo, con lágrimas por la conmoción, abrazándola le había dicho: «Eres una madre en verdad extraordinaria, porque has comprendido exactamente lo que necesito». Además, la señora explicó que su hijo había reestablecido con los padres la idílica situación precedente. Después de haberla felicitado por su éxito, le aconsejé continuar por el mismo camino.

La relación con esta madre prosiguió por algunos meses durante los cuales continuó respetando las decisiones del hijo y delegándole sus responsabilidades: lo observó mientras llevaba adelante todos sus proyectos y desarrollaba sus características de joven adulto confiado en sus recursos. Pero lo mejor fue cuando me explicó que había llevado a la «bruja hechicera» a cenar con la familia y había conseguido transformar a aquella persona en una auténtica y verdadera princesa. Mi intervención concluyó con felicitaciones a la madre por lo eficaz que había sido en convertir una situación mala en buena, dándole a ella todo el mérito del cambio.

En el momento en que la madre cesó sus presiones entrometidas, el hijo pudo expresarse más libremente, sin tener que rebelarse con una y aliarse con otra, y la situación había evolucionado naturalmente. Es evidente que también en este caso las mejores intenciones habían conducido a los peores efectos.

Ambos ejemplos ofrecen una imagen de la realidad actual en las relaciones entre padres e hijos que indica que una tendencia a la hiperprotección, ya sea familiar o social, motivada por una propagada actitud benévola, puede realmente llevar a resultados totalmente opuestos. Como esperamos aclarar a lo largo del presente libro, es justamente la evolución de los modelos de interacción entre padres e hijos la que parece haber provocado un aumento de las problemáticas de la adolescencia.

Sin embargo, es importante poner de manifiesto que esta tipología de relación puede ser patógena también en caso contrario, es decir, cuando los padres tienen miedo de los hijos.

El mejor ejemplo al respecto es el de un matrimonio que se dirigió a mí después del famoso caso «Erica di Novi», la muchacha que asesinó a su madre y a su hermano. La pareja se presentó para pedirme una extraña prestación: hablar con el hijo y diagnosticar si podía ser capaz de asesinar a su familia. La petición se basaba en el hecho de que, varias veces, el chico había manifestado, en su relación con los padres, reacciones de rebeldía, utilizando a veces un lenguaje marcadamente agresivo. Los padres me explicaron también que, en realidad, él nunca había actuado violentamente, ni con ellos, ni con los chicos de su edad. Sin embargo, basándose en todo lo que las noticias habían dicho en los últimos tiempos, se creían en situación de riesgo, por lo que se habían preocupado, antes que nada, de informarse del comportamiento extrafamiliar del hijo. Habían contactado con sus amigos sin que él lo supiera, sin tener en cuenta que, con toda probabilidad, éstos se lo habrían contado todo; además, habían llamado a la policía local y a los «carabinieri» para saber si el hijo había tenido problemas alguna vez. A pesar de que las investigaciones no habían dado resultado, se habían decidido a venir a verme porque el hijo, últimamente, se había vuelto cada vez más agresivo, les acusaba y les insultaba, manifestando el deseo de irse de casa lo antes posible.

Éste es un caso magistral de «profecía que se autorrealiza»:2 los padres, basándose en su turbadora duda desencadenada por el énfasis con el que los medios de comunicación se habían ocupado de los delitos cometidos por los hijos en su relación con sus padres, pensaban en su propio hijo como si fuese un asesino en potencia. Y la reacción justificada del hijo era de irritación y rabia en su relación. Reacción que venía a confirmar la duda de los padres, que a su vez y en consecuencia insistían en su nefasto comportamiento.

El lector debe saber que en los últimos meses, como consecuencia de la morbosa atención concedida por diarios, revistas y televisión, a actos salvajes de jóvenes en la relación con sus padres, son numerosas las familias que se han dirigido a especialistas para valorar la posibilidad de que el hijo se convirtiese en su asesino. Vale la pena recordar los estudios de Philips sobre lo que se ha definido como el efecto Werther, o el hecho que la gran publicidad de actos salvajes y violentos tiende a producir numerosos actos que los emulan. Exactamente así sucedió después de la publicación y el éxito del libro de Goethe, Los dolores del joven Werther, cuando, en toda Europa, se observó una cadena de suicidios que emulaban el comportamiento del protagonista, hasta el punto de que el libro fue retirado en algunos países.

Esta reflexión no quiere limitar el sacrosanto derecho a la libertad de prensa al cual siempre apelan los periodistas, sino sugerir a quien explica estas historias que evite la complacencia en la descripción y la aventura en las interpretaciones, la mayoría de las veces, novelesca, de esta clase de sucesos.

Quiero destacar que la relación entre adolescentes y familia puede ser perturbada por las opiniones que llegan a través de la comunicación de masas. Hay que decir que estos mensajes pueden inducir a actitudes y comportamientos en los hijos o en los padres capaces de originar círculos viciosos en el seno de la familia.

Los contenidos de este texto, que se propone presentar una fotografía de los modelos familiares actuales implicados en la formación de problemáticas de conductas antisociales y psicopatología en el adolescente, son el fruto del trabajo conjunto de 32 investigadores y terapeutas afiliados al Centro de Terapia Estratégica de Arezzo que, en los últimos cinco años, se han reunido una vez al mes para recibir mi supervisión en la aplicación de intervenciones estratégicas en un millar de casos de adolescentes problemáticos.

Gradualmente estos encuentros se han convertido no sólo en ocasión de supervisión de casos difíciles, sino en momentos de relación entre expertos que, proviniendo de todas las regiones de Italia, han puesto en común su experiencia de competencias en la solución de problemas, de tipo clínico o de tipo social.

De esta relación ha surgido una imagen de la situación italiana actual que ha permitido dar forma a una serie de modelos de relación patógena entre padres e hijos: modelos surgidos no de una simple observación, sino más bien del producto de intervenciones estratégicas estructuradas que han llevado a la solución concreta de problemas para las cuales habían sido puestas a punto y aplicadas.

Una vez más, la solución del problema nos permite conocer el funcionamiento del problema mismo. Las afirmaciones y los constructos que se expondrán no son las fantasías nocturnas o las iluminaciones matinales del pensador de turno, ni tampoco las conclusiones extraídas de la observación de un caso singular o de unos pocos ejemplos, sino el fruto de una prolongada experiencia de investigación-intervención sobre problemáticas de la adolescencia y de la familia, dirigida mediante el método empírico-experimental. En consecuencia, se trata de la puesta a punto de instrumentos de intervención para determinar problemáticas, su aplicación, la medición de sus efectos y la reelaboración de ideas respecto a la realidad afrontada: en este caso, la modalidad patógena de interacción entre padres e hijos.

El objetivo de este trabajo pretende, por tanto, exponer con claridad cómo llegan a formarse ciertas problemáticas de los adolescentes modernos y cómo pueden ser prevenidas o resueltas. Por tanto, este volumen quiere ser un libro de puesta al día para especialistas interesados, pero sobre todo un ágil y accesible manual para padres e hijos, con el fin de que ambos puedan evitar la trampa existente en las relaciones descritas de modalidad disfuncional, o sea «corregir las mejores intenciones que producen los peores efectos».

Giorgio Nardone

Capítulo 1

La evolución de la familia

De la privación afectiva a la hiperprotección

Una primera ojeada

no nos da las ideas de las cosas que se ven.

Abad de Condillac, La Lógica

Desde la posguerra hasta hoy, en Italia la organización de la familia presenta una notable evolución, basada en los cambios socioeconómicos y culturales que han caracterizado los últimos 50 años. Asistimos, de hecho, al paso de una tipología de familia puramente «patriarcal» a otra «nuclear». Según las más recientes estadísticas ISTAT, últimamente ha disminuido el número medio de los componentes de la familia, ha aumentado la elección del hijo único y asistimos a la formación de árboles genealógicos invertidos en los que las atenciones de los padres, abuelos, tíos y tías se dirigen exclusivamente en este hijo único.

La disponibilidad cultural y social para hacerse cargo de la formación y del mantenimiento de las nuevas generaciones y el agravante del problema del desempleo retrasan cada vez más la salida de casa de los jóvenes. De hecho, el 70% de los jóvenes hasta 30 años, sobre todo varones, aunque con autonomía económica, continúan cohabitando con sus padres, bajo el ala materna.3 Se habla, en definitiva, de «familia larga» en la que la convivencia se establece entre personas adultas. Este fenómeno se verifica sobre todo en Italia. En 19994 la revista Time dedicó una encuesta a esta realidad entrevistando familias en las que todavía vivían hijos de más de 30 años, a pesar de tener ya una ocupación y, por tanto, ser económicamente independientes. A la pregunta de los motivos que empujaban a esta elección, los treintañeros respondían: «¿Para qué irme a vivir solo? Mi madre me mima, ella cocina mejor que el restaurante, las camisas las plancha muy bien, encuentro mi habitación siempre ordenada y perfumada; mi padre me resuelve todas las dificultades: va en mi lugar a hacer las gestiones, a la compañía de seguros, a buscar el correo, a hacer cola en los despachos, al banco, lleva y recoge mi coche del mecánico, es fantástico!». Y los padres, por su parte, afirman: «El amor nunca ha hecho daño. ¿Quién mejor que nosotros, los padres, puede ayudarle en sus dificultades? Está con nosotros porque sabe que siempre puede contar con nuestra comprensión».

La complementariedad entre la posición protectora de los padres y la de privilegio que requieren los hijos es perfecta. Pero el hecho es que este tipo de interacción que se basa en una forma de complicidad entre padres e hijos, ambos felices por el mantenimiento de la familia original, es en realidad una forma patógena de relación familiar. Su patogénesis reside en retrasar, e incluso bloquear, el recorrido natural evolutivo del joven, que para llegar a ser adulto necesita volverse autónomo e independiente, y ha de ser capaz de asumir responsabilidad personal y social.

A este respecto nos concedemos una breve digresión a través de la teoría y los estudios sobre la evolución del ser humano y de sus relaciones con sus semejantes y el mundo que le rodea.

En la historia de la psicología de la edad evolutiva encontramos etapas culturales que han distinguido el modo de considerar la infancia en los últimos siglos y han realizado el paso de una visión «centrada en el adulto» a otra «centrada en el niño» típica de nuestra sociedad.5

La teoría del homúnculo resistió hasta el siglo xvii. Esta teoría afirmaba que en el espermatozoide había un adulto en miniatura, que aumentaba en sus dimensiones pero que permanecía inmutable desde un punto de vista físico y psíquico. Esto llevaba, por ejemplo, a representar a los niños en las obras pictóricas como adultos poco desarrollados y un poco deformes, y a presentarlos en las obras literarias con intereses, motivaciones y estrategias de resolución de problemas similares a las de los adultos. En consecuencia, al educarlos se tendía a ser poco tolerante y a castigarlos duramente cuando mostraban comportamientos poco responsables.

Fue el filósofo Jean-Jacques Rousseau uno de los primeros en discutir esta visión centrada en el adulto cuando afirmó que la infancia tiene su propio modo de ver, pensar y sentir, y que existen estadios evolutivos con características propias: estadios de desarrollo estudiados después por Sigmund Freud, en lo que respecta al desarrollo afectivo, y por Jean Piaget en el desarrollo cognitivo.

La teoría de las relaciones objetuales (Spitz, Klein, Winni­cott, Mahler, Bowlby) puso después de manifiesto la importancia de la relación con la madre y con las figuras de la sustituyen, y estudió los diversos tipos de relación y sus consecuencias para el desarrollo psíquico del niño.6

Este desplazamiento hacia un enfoque «centrado en el niño» ha permitido comprenderlo mejor, ha contribuido a mejorar el comportamiento tutelar y educativo del adulto en sus relaciones, ha proporcionado el impulso necesario para abolir la explotación del trabajo juvenil, ha dado vida a métodos de enseñanza menos autoritarios y más orientados al dialogo, favorables a una mejor comunicación entre profesor y alumno; se ha vuelto, finalmente, más sensible a los efectos devastadores que los maltratos, la pobreza, la enfermedad y las privaciones afectivas tienen sobre los niños.

Pero cualquier intuición válida puede convertirse en una caricatura grotesca de sí misma si se exaspera en su aplicación, se simplifica demasiado o se extrapola de su propio contexto. La bibliografía pedagógica de los últimos decenios ha presentado a los padres una serie de conceptos, mitos, afirmaciones seudocientíficas, posiciones ideológicas no verificadas que han sido divulgadas por los medios de comunicación y legitimadas por aplicaciones erróneas de las teorías y descubrimientos científicos. Esto ha desorientado a los padres que, en vez proporcionar una guía a los hijos a través de la complejidad de la vida, han sido empujados a crear entorno a ellos un zona segura que les protege de la realidad externa, vivida como no controlable y peligrosa.

Una de estas teorías catastróficas es que para salvaguardar las dotes innatas y cultivar la creatividad, primero del niño y después del adolescente, tanto en casa como en el colegio, es necesario un método permisivo sin reglas, incentivos, recompensas o castigos que podrían dañarle porque generan estrés, frustraciones y traumas. Esto reprimiría su vitalidad o, peor, crearía problemas psicológicos al no considerar, como en cambio afirma Piaget, que tanto el niño como el adolescente aprenden a conocer el mundo y sus propias capacidades a través de las propias acciones y de sus efectos. En otras palabras, sólo a través de la experiencia de obstáculos superados puede el joven estructurar la con fianza en sus propios recursos y el propio equilibrio psicológico.

Otra desastrosa asunción teórica es aquella según la cual para resolver el problema del joven basta reforzar la estima que él tiene de sí mismo. Tenemos que asegurarle, cada día, que es «fantástico» en todos los campos, transmitiéndole directamente, a través de las palabras, la autoestima que, en cambio, si no se establece a través una sólida base de conquistas y de éxitos, permanece vacía de significado y puede, por lo tanto, generar un desconfianza del adolescente hacia sí mismo y hacia los mensajes de sinceridad de los adultos. La autoestima se conquista a través de las experiencias personales, no puede ser donada por los demás.

Otra idea deletérea profundamente enraizada en la cultura contemporánea es aquella que considera a la madre como la principal artífice de la vida del hijo. Se le atribuye la culpa de todos sus problemas ya que, si ha tenido privaciones afectivas, la madre no ha sido lo «suficientemente buena». Si no ha existido una «base segura» o no ha habido el enfant bonding (contacto físico con la madre biológica en las horas inmediatamente siguientes al parto), no estará garantizado el desarrollo normal del hijo, surgirán toda una serie de trastornos de la personalidad y del comportamiento que llevaran a verdaderas y profundas alteraciones mentales en personas adultas. Está claro que estas teorías llevan a los padres a desarrollar comportamientos educativos ansiógenos que se basan fundamentalmente en cubrir al hijo de atenciones afectivas. Así, para evitar un riesgo, se crea el opuesto, por miedo a privarle de algo se le hiperprotege.

En las disciplinas que se ocupan de la salud mental, se observa, en este mismo sentido, un exceso de consideración del fenómeno de familias que maltratan y familias que causan privaciones. Se afirma que dentro de un adolescente problemático hay una familia que maltrata. A nosotros nos parece que esto es el efecto de teorías ya obsoletas que tenían validez en los años anteriores a la guerra y en la posguerra, cuando la familia tenía una estructura que se basaba en una rígida jerarquía y en una educación represiva. Hoy estas realidades familiares están claramente en disminución, pero las teorías no han sido puestas al día, ignorando lo que sucede en el mundo y cómo ha cambiado la familia.

Hoy, de hecho, la situación parece haberse invertido completamente: el verdadero problema ya no es la privación afectiva sino la hiperprotección.