No hay noche que no vea el día - Giorgio Nardone - E-Book

No hay noche que no vea el día E-Book

Giorgio Nardone

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Beschreibung

El miedo, al ser la más primitiva de entre nuestras emociones, cuando alcanza sus extremos, es la más concreta y real de nuestras sensaciones e implica mente y cuerpo en una secuencia reactiva tan rápida que se anticipa a cualquier pensamiento. Las formas y los lugares del pánico son de lo más diverso, todos los conocemos y quizás hemos tenido experiencias alguna vez: el miedo a la altura, a las multitudes, los lugares cerrados, el miedo a volar, a perder a las personas queridas, a los ascensores, al propio aspecto físico. El hecho que este tipo de patología tan extendida sea tan invasora y discriminante para la persona que la padece no significa, sin embargo, que sea una condena de la cual es imposible liberarse. Este libro explica el innovador modelo terapéutico de Giorgio Nardone, que se ha mostrado como el más eficaz en su campo de entre los elaborados hasta el momento, y desvela los mecanismos que con-ducen a este tipo de patología: una ventana abierta a los enigmas de la mente humana. El método se basa en una idea sencilla pero eficaz: conocer un problema partiendo de su solución. En lugar de interesarse en el por qué los trastornos llegan a formarse, Nardone se interesa en cómo funcionan estas problemáticas y concentra su trabajo en las soluciones. El protocolo se basa en refinadas técnicas de sugestión hipnótica, trampas de comportamiento y "engaños provechosos" que evitan la resistencia del paciente al cambio -con resultados sorprendentes por su eficacia, brevedad y bajos costes económicos. En este libro esperanzador, Nardone aplica su terapia a los ataques de pánico y se pone de manifiesto que ella representa una vía enormemente eficaz y rápida para la superación del miedo.

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Cubierta

GiorgioNardone

NO HAY NOCHE QUE NO VEA EL DÍA

La terapia breve para los ataques de pánico

Traducción de

Jordi Bargalló Chaves

Revisión de

Adela Resurrección Castillo

Herder

www.herdereditorial.com

Portada

Título original: Non c'è notte che non veda il giornoTraducción: Jordi Bargalló ChavesDiseño de cubierta: Arianne FaberMaquetación electrónica: Manuel Rodríguez

© 2003, Ponte alle Grazie srl, Milán © 2004, Herder Editorial, S.L., Barcelona © 2012, de la presente edición, Herder Editorial, S. L., Barcelona

ISBN DIGITAL: 978-84-254-3114-2

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares del Copyright está prohibida al amparo de la legislación vigente.

Herder

www.herdereditorial.com

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1. La mente que cae en su propia trampa: anatomía del pánico

Psicofisiología del pánico

La trampa mental

La trampa de las reacciones

Capítulo 2. La mente en lucha consigo misma: las formas del pánico

Características generales del miedo patológico

Los modernos miedos patológicos

Las formas del pánico: la clasificación de los miedos patológicos

El miedo a perder el control

El miedo a volar

Acrofobia: el miedo a la altura

El miedo a perder personas queridas

El miedo a los animales

Agorafobia y claustrofobia

El miedo al rechazo social

El miedo a las enfermedades: las fijaciones hipocondríacas

El control demasiado conseguido: las obsesiones compulsivas

La dismorfofobia: la fobia al propio aspecto

Capítulo 3. La mente que se libera: vencer la batalla contra el pánico

La terapia del pánico

Ejemplos de «magia tecnológica»

Caso 1: Agorafobia

Caso 2: El miedo a matar al marido

Caso 3: La hipocondría rebelde

Caso 4: Mi corazón está loco

Caso 5: El miedo al avión y la claustrofobia

Caso 6: El temor a equivocarse y la compulsión al control

Caso 7: Las terribles e inexistentes arrugas

Caso 8: La fobia a la opinión de los demás

Caso 9: La fobia a las palomas

Caso 10: Acrofobia

Capítulo 4. La mente temeraria: prevenir los trastornos de pánico

Enfrentar al miedo contra el miedo

Exasperar para reducir

Educar en el descubrimiento

Epílogo

Bibliografía

Prólogo

Imagínense que están solos en medio de un gentío: de repente, como si se tratase de la emboscada de un acérrimo enemigo, sienten que su mente se escapa. El corazón enloquecido patalea como un caballo al galope. La garganta, llena de aire como un río desbordado, se ahoga. La cabeza, como al borde de un precipicio, se tambalea de vértigo. El miedo se extiende, quieren escaparse pero no se puede huir de uno mismo, de las propias sensaciones. El miedo les envuelve, les estrangula; intentan controlarlo, pero es él quien les controla. Se sienten enloquecer y morir al mismo tiempo. De repente, una mano amiga les toca en el hombro: «Hola cariño, discúlpame por el retraso». Como nubes atravesadas por el sol, el pánico se desvanece, pero aún el sudor gélido en la piel les recuerda que no se trataba sólo de una pesadilla.

Bienvenidos al mundo del pánico.

El miedo a este enemigo les acompañará de ahora en adelante como una sombra siniestra y, cuanto más intenten eliminarla, más se perderán dentro de ella.

He utilizado esta estratagema literaria para hacer entrar al lector en la dramática realidad de las personas que sufren ataques de pánico. Normalmente, el problema se minimiza: «No es nada, eres tú que lo creas todo. No es una enfermedad física, es solamente tu miedo». Esta afirmación de sentido común popular no tiene en cuenta el hecho de que un mal imaginario es peor que uno real y se puede convertir, en sus efectos, en más real que cualquier realidad.

El miedo, la más primitiva de nuestras emociones, cuando alcanza sus límites es la más concreta y real de nuestras sensaciones, e implica mente y cuerpo en una secuencia reactiva tan rápida que se anticipa a cualquier pensamiento. Precisamente por esto, cuando se está preso del pánico, como escribe Cioran, «los subterfugios de la esperanza son tan ineficaces como los argumentos de la razón».

El hecho de que esta expandida patología sea tan invasora y discriminante para la persona que la sufre no significa, sin embargo, que se trate de una condena de la cual es imposible liberarse. El objetivo de esta exposición es presentar al lector, de forma clara y accesible, los actuales conocimientos relativos al funcionamiento de las patologías del pánico y, sobre todo, la terapia que se ha demostrado claramente eficaz y rápida para su superación.

Mi experiencia personal en miles de casos de pánico, entre los que se hallan muchos pacientes con formas que han sido declaradas como «incurables», junto a los resultados de la investigación empírico-experimental y el hecho, después, de que los modelos de terapia breve de los trastornos de ansiedad, fobias y obsesiones, puestos a punto en el Centro de Terapia Estratégica de Arezzo, han sido utilizados desde hace años con éxito en todo el mundo, me empujan a escribir, una vez más, sobre el tema. El objetivo es explicar al gran público que, para resolver este dramático problema que a veces persiste mucho tiempo, no se necesitan costosas y prolongadas formas de terapia, sino que puede ser suficiente una intervención terapéutica tan rápida y estratégica que pueda parecer algo mágico. Por lo demás, en palabras de Arthur C. Clarke, «una tecnología muy avanzada en sus efectos no es diferente de la magia».

Capítulo 1

La mente que cae en su propia trampa: anatomía del pánico

«No puede vivir sin el temor

que es la causa de su temor.»

Epicuro, Escritos morales

«Negra utopía, la ansiedad solamente nos

proporciona «aclaraciones» sobre el porvenir.»

E. Cioran, Silogismos sobre la amargura

Psicofisiología del pánico

El pánico, en cuanto reacción psicofisiológica, puede definirse como la forma extrema del miedo. Se trata de una reacción iniciada por la percepción a través de nuestros sentidos o, algo que no hay que subestimar, por imágenes mentales de tipo realista o fantástico, que involucran a todo el organismo; desde las zonas más arcaicas de nuestro cerebro hasta los componentes más evolucionados de nuestra mente; de las partes más viscerales a las zonas más periféricas de nuestro cuerpo. Los parámetros generalmente utilizados para medir la activación del organismo –latido cardiaco, ritmo respiratorio, sudoración, reflejo psicogalvánicose van por las nubes. Precisamente esta rápida escalada de sucesos es la que lleva a la sensación de total pérdida de control. A esta experiencia, que como una cuchilla afilada causa un desgarro en la sensación de seguridad de la persona, se le asocia inmediatamente el miedo a morir o a enloquecer o, de todas formas, de ser poseído por una fuerza oscura que impulsa a hacer algo más allá de la propia voluntad. La combinación entre las sensaciones concretas propioceptivas y las atribuciones de sentido en su recíproca y circular interacción conduce, de forma gradual, a estructurar el círculo vicioso del miedo patológico. En otras palabras, las sensaciones de alteración que la persona experimenta activan pensamientos y convicciones amenazadores; éstos retroactúan provocando en el organismo las consiguientes reacciones de alarma que conducen a mayores alteraciones psicofisiológicas; estas últimas alimentan posteriormente las formas aterrorizadoras de atribución de significado a aquello que está sucediendo. Esta dinámica circular lleva al tilt mental y psicofisiológico que es el ataque de pánico.

Además de los puntuales relatos de los pacientes, que describen lúcidamente la escalada del miedo al pánico, recientemente este proceso de interacción entre la mente y las reacciones fisiológicas ha sido observado también gracias a las mediciones en el laboratorio de las actividades cerebrales sometidas a impulsos aterrorizadores.

El gráfico de Dennis S. Charney, investigador del National Institute of Mental Health, el centro que está a la vanguardia mundial del estudio de los fenómenos mentales, describe con claridad lo que sucede durante una manifestación de miedo intenso.

La anatomía del pánico

Desencadenante:Cuando los sentidos perciben un peligro –un ruido imprevisto, una imagen de miedo, una sensación desagradable– las informaciones toman dos caminos diferentes a través del cerebro:

A. El atajo: El cerebro activa automáticamente un dispositivo de emergencia, la amígdala. Una vez activada, ésta envía el equivalente a un mensaje que alerta a todas las otras estructuras cerebrales. El resultado es la clásica reacción de miedo: sudoración en las manos, taquicardia, aumento de la presión sanguínea y una descarga de adrenalina. Todo esto sucede antes de que la mente se dé cuenta de que ha notado o tocado algo. Antes de saber de qué tienes miedo, lo experimentas.

B. El camino principal: Solamente después de que la respuesta al miedo se ha activado, la mente consciente entra en funcionamiento. Algunas informaciones sensoriales, en vez de viajar directamente hacia la amígdala, toman un camino más circular, deteniéndose primero en el tálamo –el centro que elabora los síntomas sensoriales– y después en la corteza –la capa externa de las células cerebrales–. La corteza analiza los datos tal como entran a través de los sentidos y decide si requieren una respuesta de miedo. Si es así, la corteza envía una señal a la amígdala y el cuerpo es alertado.

1. Estímulos auditivos y visuales reales o imaginarios Las visiones y los sonidos se elaboran en el tálamo, que filtra los impulsos de entrada y los desvía directamente a la amígdala o a las partes apropiadas de la corteza.

2. Estímulos olfativos y táctiles reales o imaginarios Las sensaciones olfativas y táctiles atraviesan el tálamo dirigiéndose directamente a la amígdala. Por tanto, los olores pueden provocar recuerdos o sensaciones más fuertes que las visiones o los sonidos.

3. El tálamo Analiza los impulsos visuales en entrada por dimensión, forma y color, y los impulsos auditivos por volumen y contraste; por tanto, envía la señal a las partes relacionadas de la corteza.

4. La corteza Proporciona el sentido natural de la visión y del sonido, permitiendo al cerebro llegar a ser consciente de lo que se ve o se oye. Actuando sobre una región, la corteza prefrontal, puede interrumpirse la reacción de la ansiedad.

5. Amígdala Centro emocional del cerebro, la amígdala desempeña el papel primario de poner en marcha la reacción del miedo. Las informaciones que la atraviesan tienen un significado emocional.

6. Núcleo basal del terminal estriado Si la amígdala desencadena una inmediata explosión de miedo, el núcleo perpetúa dicha reacción, causando el malestar de larga duración típico de la ansiedad.

7.Locus ceruleus Recibe señales de la amígdala y es responsable de muchas manifestaciones típicas de la ansiedad: taquicardia, aumento de la presión, sudoración y dilatación de las pupilas.

8. Hipocampo Es el centro de la memoria, vital para almacenar las informaciones que provienen de los sentidos, cargadas del bagaje emocional recibido durante su recorrido a través de la amígdala.

...y cómo reacciona el cuerpoAlertando al cerebro, la amígdala desencadena una serie de cambios químicos y hormonales que ponen a todo el organismo en modo de alerta.

Incremento de las hormonas del estrés Respondiendo a las señales del hipotálamo y de la glándula pituitaria, las glándulas suprarrenales segregan grandes niveles de cortisona. Demasiada cortisona cortocircuita las células del hipocampo, haciendo difícil la organización de la memoria de un trauma o de una experiencia estresante. Los recuerdos pierden coherencia y se vuelven fragmentarios.

Aumento del latido cardiaco El sistema nervioso simpático del cuerpo, responsable del latido cardiaco y la respiración, desarrolla un trabajo adicional: el corazón late más fuerte, la presión de la sangre aumenta y los pulmones se hiperventilan. Aumenta la sudoración y, finalmente, las terminaciones nerviosas bajo la piel entran en acción provocando la llamada piel de gallina.

Agresión o fuga Los sentidos se vuelven hiperactivos, en busca de nuevas amenazas potenciales. La adrenalina se descarga hacia los músculos, preparando el cuerpo para combatir o huir.

Paro de la digestión El cerebro deja de pensar en las cosas que producen placer y se concentra en peligros potenciales. Para evitar la pérdida de energía en la digestión induce al cuerpo a vaciar el tracto digestivo a través del vómito involuntario, la orina y la defecación.

Estas investigaciones –con todos los límites del todavía escaso conocimiento del funcionamiento del sistema nervioso central y de sus complejas funciones– muestran el modo en que los centros ligados a las reacciones emocionales, es decir la mente más arcaica y primitiva, y los centros ligados al racionamiento y a las decisiones lógicas, o sea la mente más moderna y evolucionada, interactúan durante las reacciones de pánico. Sin embargo, las reacciones psicofisiológicas de alarma típicas del miedo se disparan antes, y de manera autónoma, de la activación de las zonas más evolucionadas del cerebro. Esto significa que la primera sensación de miedo es mucho más rápida que cada uno de nuestros pensamientos y elaboración mental. Esto, como nos enseñan los biólogos, frente a un peligro, desencadena aquellas reacciones inmediatas que a menudo nos salvan la vida y es, por tanto, un dispositivo natural que sería realmente arriesgado no poseer. Cuando nuestra mente moderna y evolucionada confunde este sano dispositivo con algo peligroso, porque se dispara fuera de su control, entonces se inicia la escalada que conduce al pánico. La mente se engaña a sí misma hasta el punto que, normalmente, después de las primeras experiencias de pánico, el organismo ya no necesita estímulos externos para iniciar aquella cadena de eventos psico-fisiológicos y nuestra mente puede hacerlo todo ella sola. Es suficiente una imagen mental para inducir las emociones y las reacciones fisiológicas que llevan al ataque de pánico. En otras palabras, la mente excava la trampa en la cual después se mete y de la cual ya no consigue salir: se convierte en víctima y verdugo al mismo tiempo. Como escribe Rawling, «atados por vínculos invisibles a nuestro miedo, somos, al mismo tiempo, marionetas y titiriteros, víctimas de nuestras expectativas».

La trampa mental

Son muchos los estudios que intentan explicar este fenómeno, raro en apariencia pero devastador en sus efectos. Como siempre, los investigadores se dividen entre las perspectivas biológicas y las ambientales, o sea entre aquellos que opinan que el miedo patológico es una inevitable característica hereditaria de la persona, debida a su particular dotación biológica, y aquellos que señalan la causa en el contexto familiar del individuo.

Esta contraposición se halla asimismo en la explicación de la mayoría de las características humanas, como la inteligencia o el carácter, pero también en este caso las dos posiciones teóricas antitéticas parecen más ideológicas que científicas.

Lo que parece evidente es que en el trastorno de pánico están implicadas dinámicas puramente psicológicas y reacciones biológicas y fisiológicas, como sucede en cualquier interacción entre nosotros mismos y el mundo que nos rodea. Intentar hallar una causa primaria para un proceso interactivo complejo es, por lo tanto, una forma de reductivismo que despista y que tiene muy poco de científico, aunque puede estimular la ilusión humana de encontrarle una explicación definitiva a todo. Además, la mayoría de las veces, el conocimiento de las causas de un problema no ayuda a encontrar su solución, porque esta última no se origina del estudio de causas anteriores sino de la observación del problema en su funcionamiento (Nardone, 1993). El pasado no se puede cambiar, ni en términos biológicos, ni psicológicos. Este tema será examinado en los capítulos dedicados al tratamiento de los trastornos de pánico.

Además, quien sufre ataques de pánico tiene miedo de lo que puede sucederle, no de lo que le ha sucedido: la fobia influye en acciones y pensamientos relacionados con el futuro, más que con el pasado.

El fóbico intenta continuamente controlar o evitar las condiciones en las que puede desencadenarse la escalada del miedo al pánico y es justamente este intento de control el que, paradójicamente, lleva a la pérdida de control. En el intento de controlar las propias reacciones, la persona dirige continuamente la propia atención a la escucha de los parámetros fisiológicos que indican la subida del nivel de ansiedad (latido cardiaco, ritmo respiratorio, sentido del equilibrio, lucidez mental, etc.), pero, puesto que todos ellos son funciones espontáneas del organismo, el control racional altera su expresión natural. La persona percibe esta alteración y se asusta; los parámetros fisiológicos se alteran de nuevo, el miedo aumenta y, si este círculo vicioso de interacciones disfuncionales entre mente y cuerpo no se interrumpe, se llega al ataque de pánico.

Para que todo esto resulte más claro, invito al lector a que intente escuchar atentamente su propio latido cardiaco con la intención de regularizarlo: al cabo de un rato, éste, en vez de regularizarse, se alterará, provocando una sensación casi inmediata de ligero miedo. O bien, mientras sube unas escaleras, concéntrese en mantener el equilibrio, prestando atención en no echarse demasiado hacia delante o hacia atrás, colocando bien los pies, un paso después de otro: en seguida advertirá una sensación de vértigo y de pérdida del equilibrio. Con estos sencillos experimentos cualquiera puede constatar que un intento de control voluntario de las funciones fisiológicas o de acciones que se han convertido en espontáneas por repetición, induce a amenazadoras alteraciones, que a su vez activan la escalada del miedo.

Esta dinámica aparece aún con más claridad cuando se efectúa una contraprueba experimental: si durante el episodio de pánico sucede cualquier cosa exterior a la persona, como por ejemplo una colisión entre dos coches o, más sencillamente, la llegada de una persona inesperada, la escalada se bloquea. En otras palabras, si sucede algo sorprendente que atrae la atención de la persona apartándola de la escucha de sí misma y de sus propias reacciones hacia algo exterior, el círculo vicioso que provoca el ataque de pánico se desactiva. Como veremos, esta observación fue, hace ya quince años, fundamental para la puesta a punto de las primeras formas de terapia breve enfocadas en esta patología (Nardone, 1998). Cuarenta y dos pacientes afectados por formas graves de ataques de pánico con agorafobia –incapacidad de estar en un lugar o de moverse solo– fueron guiados a superar su trastorno simplemente mediante un programa terapéutico basado en la exposición gradual a situaciones de miedo, que se afrontaron gracias a estratagemas terapéuticas que cambiaban la atención de la persona hacia la ejecución de particulares secuencias de acciones rituales: el «surcar el mar sin que el cielo lo sepa» del antiguo libro chino de estratagemas.

Desde entonces, los casos estudiados y, posteriormente, tratados con éxito por mí y por mis colaboradores en el Centro de Terapia Estratégica de Arezzo, son más de 4.000, de edades, clases sociales y nacionalidades diferentes.

Lo que se deduce claramente del relato de las personas es que el miedo patológico se dispara apenas concentran su atención en la escucha de sí mismos y en el control de sus propias funciones y reacciones. Son personas que caen constantemente en la trampa paradójica del control que hace perder el control: la mente no puede controlar su propio funcionamiento mientras está funcionando, los ojos no pueden verse mientras están mirando.

Posterior, aunque sorprendente, prueba de ello es el efecto positivo de una de las estrategias terapéuticas puestas a punto para el tratamiento de los trastornos connotados por ataques de pánico: la paradoja de aumentar el miedo para limitarlo, es decir el esfuerzo mental voluntario de la persona para aumentar, en lugar de reducir, las sensaciones que le atemorizan.

El resultado de esta paradójica reacción en relación con el miedo es, en efecto, la anulación de éste. Esto le puede parecer al lector francamente ilógico; sin embargo, como se explicará aún con mayor claridad en los capítulos dedicados a la terapia, la utilización voluntaria de una reacción paradójica en relación con los momentos de pánico bloquea la escalada del miedo, puesto que éste, como hemos descrito anteriormente, está provocado por los intentos fallidos de control que realiza la persona. En otras palabras, una paradoja queda anulada por otra paradoja voluntaria. Es lo que ya Hipócrates describía hace 2.500 años con la máxima similia similibus curantur y que en el Libro chino de las estratagemas se define, metafóricamente, como «apagar el fuego añadiéndole leña».

Por lo demás, este fenómeno se muestra extremadamente claro en su aparente absurdidad, ya que, así como la mente se engaña a sí misma cuando activa el círculo vicioso de percepciones amenazadoras y reacciones de miedo que se alimentan recíprocamente hasta el pánico, el autoengaño terapéutico de alimentar voluntariamente lo que se quisiera reducir de forma espontánea cortocircuita el proceso en curso eliminando los efectos. Esto significa que para anular un autoengaño patógeno se necesita un autoengaño terapéutico que lleve al primero, exasperándolo hasta el paroxismo, a la autodestrucción. Es cierto que, como veremos, no es nada fácil inducir a una persona aterrorizada por los ataques de pánico a que los alimente con el fin de reducirlos, pero justamente para este fin se ha creado un programa terapéutico específico y gradual, que se explicará más adelante.

Por lo que se refiere al tema de este capítulo, es decir, la anatomía funcional de los ataques de pánico, es importante subrayar que una solución que funciona describe el problema que ha resuelto. Si, después, el mismo tipo de solución se aplica a un gran número de individuos con el mismo problema y, como sucede en nuestro equipo, funciona desde hace años en gran parte de los casos, su estructura indica, empírica y experimentalmente, la estructura del problema que se ha afrontado y resuelto.

El método de «conocer un problema mediante su solución» representa la punta del iceberg de la investigación científica avanzada, puesto que garantiza rigor y, al mismo tiempo, eficacia en la puesta a punto de las técnicas orientadas a la solución de problemas particulares. Éste es el método que me ha guiado desde el principio en el estudio del miedo patológico y de su tratamiento, y que ha conducido, durante un decenio de duro y meticuloso trabajo, a la definición de terapias rápidas, eficaces y, al mismo tiempo, a un conocimiento profundo del fenómeno.

La trampa de las reacciones