Heredera - Anne Aband - E-Book

Heredera E-Book

Anne Aband

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Beschreibung

 Sara  ha sido iniciada demasiado joven. Está claro que será la heredera, pero es algo que ella no desea. Quiere una vida normal, sin luchar o entrenar. Quiere estudiar, conocer a alguien y salir de este mundo. O, al menos, no vivir siempre encerrada. Ha sido bendecida con varios dones, con los que no se siente cómoda. En cambio, su hermano y sus primos son guerreros convencidos y se han ido a luchar por toda Europa, cazando a los oscuros ayudados por Marco y otros guerreros. El día que salva de morir ahogado a un joven y atractivo excursionista llamado  Dane , la vida que ha tenido hasta ese momento cambiará por completo. Ni siquiera él es quien parece, y un peligro que no esperan aparece en sus vidas. ¿Era eso lo que ella deseaba? ¿Cuál será su verdadero destino? Esta es la tercera novela que continúa la historia de Hijas de la Luna I Despierta e Hijas de la Luna II Renacida, ambas situadas desde su lanzamiento entre los primeros puestos de fantasía urbana, llegando a estar en el número 1 en multitud de ocasiones. ¡Disfruta del final de la serie!

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Seitenzahl: 190

Veröffentlichungsjahr: 2025

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HIJAS DE LA LUNA III: HEREDERA

HIJAS DE LA LUNA III: HEREDERA

Anne Aband

Copyright © 2021 Anne Aband

Revisión: 2025

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea electrónico o mecánico, incluyendo sistemas de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso por escrito del editor, excepto en el caso de reseñadores que podrán citar fragmentos breves en sus críticas. El uso no autorizado de este contenido constituye una infracción de los derechos de autor y será perseguido conforme a la ley.

Book Cover Yolanda Pallás

Corrección: Sonia Martínez

Astera Ediciones

ISBN: 979-13-87990-21-3

Safe Creative: 202200523572

[email protected]

www.anneaband.com

Recuerda que la Magia siempre empieza contigo.

La magia no se enseña, se vive.

Capítulos

Personajes

Prólogo

Capítulo 1. Un encuentro

Capítulo 2. Polvo de estrellas

Capítulo 3. Peleas y besos

Capítulo 4. Sangre oscura

Capítulo 5. Dudas

Capítulo 6. Oráculo

Capítulo 7. Investigaciones

Capítulo 8. Rastros oscuros

Capítulo 9. Despierto

Capítulo 10. Oscuros

Capítulo 11. Magia

Capítulo 12. Recuerdos

Capítulo 13. Revelaciones

Capítulo 14. Amor y guerra

Capítulo 15. Lucha terrible

Capítulo 16. Rescate

Capítulo 17. ¿El final?

Capítulo 18. El lago

Capítulo 19. Policía

Capítulo 20. El último sueño

Epílogo

Comentarios y notas finales

Otros libros de fantasía urbana

Contenido adicional 1

Contenido adicional 2

Contenido adicional 3

Personajes

Amaris: guerrera de la Luna.

Arwen: elemental del aire de Valentina.

Augusta: reina de las guerreras.

Aurora: guerrera de la luna.

Branwen: elemental del aire de Amaris.

Brenda: guerrera de la luna.

Bull: oscuro, guardaespaldas de Peter.

Calíope: guerrera de la luna. Guardaespaldas de Augusta.

Calipso: bisabuela de Amaris.

Celeste: guerrera de la Luna.

César: guerrero de la luna. Tiene ascendencia oscura.

Dane: hombre joven, oculta algo.

Dionne: nueva guerrera.

Dragón: salamandra de César.

Flavia: guerrea de la luna. Guardaespaldas de Augusta.

Gwen / Gwendoline: hermana de Augusta.

Hall: nuevo guerrero.

Herwen: sílfide de Sara.

Hoked: oscuro.

John: hijo de Valentina y Marco y gemelo de Valeria.

Josh: primer amor de Amaris.

Laesa: nieta pequeña de la Dama del Lago.

Lianna: nieta mayor de la Dama del Lago.

Lin Tzu: guerrera de la luna, del complejo de Shu li.

Livia: hermana mayor de Calipso.

Lyon: oscuro convertido.

Marco: hermano de César, más joven y amable.

Martha: hermana de Josh, mejor amiga de Amaris.

Payron: demonio oscuro, hijo de Pangeo.

Peter: hermano pequeño de Sara e hijo de Amaris y César.

Reina: salamandra de Martha.

Rogan: lugarteniente de Lyon.

Sabine: mano derecha de Gwen, es una dura guerrera.

Sara: hija de Amaris y César.

Samara: guerrera retirada que crio a César y a Marco.

Serewen: elemental del aire de Wendy.

Shelma: nueva guerrera.

Sholanda: guerrera de la luna.

Valentina: hermana de Amaris.

Valeria: hija de Valentina.

Vanir: demonio oscuro, hijo de Pangeo.

Venus: salamandra hembra de Marco.

Vincent: hijo de Vanir

Wendy: madre de Amaris y Valentina.

Prólogo

—¡Sara! —gritó desesperado César llamando a su hija de tres años.

Bajó corriendo las escaleras y miró por todas partes, mientras Amaris, en avanzado estado de gestación, buscaba por el piso superior.

Hasta entonces, había sido una noche normal. Acostaron a la niña, siempre después de un cuento de papá, y se durmió enseguida, agotada por tanto movimiento diario. Él masajeó la espalda y las lumbares de su esposa, que ya se sentía muy pesada, pues el niño estaba a punto de nacer. Se abrazaron y cerraron los ojos.

A las tres de la mañana, Amaris se incorporó en la cama, angustiada. César se levantó y, de un salto, se puso en guardia, de forma automática, esperando encontrar un enemigo en la habitación.

—Sara… —dijo ella mirándolo con temor.

Él salió corriendo de la habitación y se dirigió hacia la de su pequeña. La cama estaba vacía. Miró debajo y en los armarios. La ventana estaba cerrada porque, aunque había comenzado la primavera, todavía hacía fresco.

—No está —contestó él saliendo de la habitación.

Bajó corriendo las escaleras, buscándola por la cocina y el salón, mientras Amaris miraba por las otras habitaciones del piso superior, sin éxito. Salió al porche, iluminado por la luna llena, y miró alrededor de la casa. Su esposa lo siguió, atemorizada.

—¿La sientes? —dijo él cuando ella cerró los ojos.

Negó con la cabeza, lo que hizo que se preocuparan más.

—Llamaré al complejo para que nos ayuden a buscarla —dijo César marcando el teléfono de su hermano. Ellos estaban viviendo allí con su familia, encargados del entrenamiento de nuevos guerreros.

—El lago, ¿y si se ha ido al lago? Ya sabes lo mucho que le gusta bañarse —dijo ella angustiada.

—Quédate aquí, los demás vienen de camino. Yo iré.

Salió corriendo con toda la potencia de sus piernas. Aunque no había recuperado sus dones, seguía estando en forma y fuerte para la lucha.

Amaris lo vio alejarse y se quedó de pie en el porche, retorciéndose las manos. Intentó calmarse y escuchar. Se concentró en los sonidos de la noche, pero no le decían nada, así que llamó a su pequeña sílfide Branwen, que acudió de inmediato.

—¿Sabes dónde está Sara? ¿Y Herwen? ¿Sabes algo?

—Mi reina, encontraré a mi hermana y también a vuestra hija. Os mantendré informada.

La pequeña se marchó volando, buscando el rastro de la niña y de su sílfide protectora, pero las corrientes de aire no sabían nada de ninguna de las dos. Llamó a varias de sus hermanas y a los pequeños gnomos del bosque, para que rastrearan los alrededores de la casa, por si habían visto a la pequeña morena de ojos verde musgo, tan inteligente como traviesa.

Un coche frenó en seco delante de la casa y salieron Marco, Valentina y Wendy.

—Mamá, no la encontramos —dijo Amaris desesperada. Wendy le dio un abrazo.

—Los demás vienen para aquí —contestó su hermana, que se unió a ellas—. No te preocupes, la encontraremos.

—Vamos a hacer una batida. ¿Dónde ha ido César?

—Está mirando en el lago.

—Voy para allá —dijo Marco, corriendo para buscar a su hermano.

—Deberías sentarte y tranquilizarte, quizá vuelva. Ya sabes que es una niña muy especial —dijo Wendy llevándose a su hija hacia el interior.

—Las guerreras van a ir a casa de la abuela Augusta y también recorrerán el bosque. Mamá y yo vamos hacia la carretera. Quédate aquí, Amaris. Puede que solo haya salido a ver las estrellas y venga enseguida —insistió Valentina.

Amaris asintió para que se fueran, pero no se iba a quedar en casa esperando que su pequeña apareciera. Iría a buscarla. Su pequeño ya estaba encajado y se sentía muy pesada, pero no esperaba que viniera hasta dentro de diez días, o eso le había dicho la doctora.

Vio marcharse a las dos mujeres y sacó el péndulo en forma de luna menguante que llevaba colgado.

—Diosa Luna, te pido que me ayudes a encontrar a mi hija.

El péndulo se movió ligeramente, primero dando vueltas en círculo, luego comenzó a formar una línea vertical que se dirigía hacia el bosque. Amaris cogió una linterna porque, aunque esa noche había luna llena, la zona que le señalaba el péndulo era muy frondosa.

Caminó con dificultad, siguiendo el camino que le marcaba el péndulo, que era complicado y lleno de ramas bajas, pero la determinación de encontrar a su hija podía superar cualquier obstáculo. Las ramas arañaron su piel, ya que llevaba un camisón de tirantes para dormir. Con el embarazo, pasaba mucho calor. El bosque se empinaba y comenzó a sentir algo de fatiga. Un dolor en la parte baja de su vientre le hizo quedarse sin aliento. Respiró despacio durante un momento y se incorporó.

—Ahora no, pequeño, ahora no —dijo en voz baja.

Las ramas se hicieron menos abundantes y caminó con más facilidad. Debía tener mucho cuidado al pisar, pues las raíces de los árboles se retorcían en el suelo, creando un extraño tapiz sinuoso. Se escuchaban ruidos de animales nocturnos que no la asustaron. El suave olor a humedad de las lluvias recientes no la confortaba. Estaba desesperada por encontrarla y no tenía miedo por ella, sino por su hijita.

Una suave luminosidad en la cima de la colina hizo que reconociera el lugar, más por lo que le había contado Marco que por haber estado ella muchas veces. El círculo de piedras solo se mostraba si era necesario. Tal vez pudiera preguntar dónde estaba Sara.

Cuando alcanzó la cima, el centro del lugar estaba iluminado y diminutas motas brillantes se movían por dentro del círculo, en un suave compás circular. Se apoyó en una piedra, agotada, y entonces, al levantar la mirada, la vio.

Su hija estaba flotando en el aire, echada boca arriba y con los ojos cerrados. Sus bracitos se extendían en cruz y el cabello largo y rizado caía sin tocar el suelo. Ahogó una exclamación de miedo y entró en el círculo. Se acercó con precaución a la pequeña. Nada opuso resistencia. La fatiga que tenía antes fue desapareciendo y comenzó a recobrar su vitalidad.

—Bienvenida, Amaris —dijo una cristalina voz en el lugar.

—¿Qué le has hecho a mi hija? —dijo con un asomo de enfado en la voz.

—Ella ha venido a mí porque la he llamado y ha sido iniciada.

—¡Pero si solo tiene tres años! —dijo Amaris sin atreverse a cogerla.

—Era el momento…

Amaris miró alrededor de la niña y los puntitos brillantes fueron formando los símbolos de los cinco elementos alrededor de la pequeña: tierra, aire, fuego, agua y éter. Poco a poco se fueron fusionando, formando un pentáculo que se hizo más pequeño. Después, el pentáculo se aproximó a su hija y se colocó en uno de sus bracitos, quedándose tatuado. En su sien brotó una pequeña media luna y dos estrellas, como las suyas.

—¿Qué significa esto? —dijo Amaris.

—Tu hija es una digna heredera porque ha sido bendecida con los cinco elementos, aunque comportará una gran responsabilidad.

—Pero si casi no quedan oscuros, Diosa Luna, No necesitamos una guerrera así —dijo Amaris casi llorando.

—Es su destino.

La luz se fue atenuando y Amaris cogió a su hija en brazos. Se dejó caer en el suelo. Necesitaba un respiro antes de bajar la colina. La niña seguía dormida y ella empezó a sentir los dolores de parto.

Dejó a Sara acostada a su lado mientras intentaba aguantar el dolor en su vientre. Ella empezó a abrir los ojos y la miró. Se habían vuelto algo más oscuros y se notaba sabiduría en ellos.

—Mi hermano va a nacer. Llamaré a papá.

Sara cerró los ojos y se concentró en su padre, sintiendo su mente. Amaris sintió el terrible dolor de la contracción. Él llegaba.

La niña se sentó a su lado, cogiéndola de la mano durante ese rato que se le hizo eterno a Amaris, hasta que escucharon el ruido de varias personas llegando a toda velocidad. César entró en el círculo, se aseguró de que ambas estaban bien y tomó con delicadeza a su esposa en brazos, mientras que Marco hacía lo mismo con la pequeña.

Sin perder tiempo, bajaron al sendero, donde habían dejado el coche, se montaron y se dirigieron al hospital, donde nacería Peter, el hermano pequeño de la heredera.

Capítulo 1. Un encuentro

Sara se estiró perezosamente sobre su cama. Dormía en la antigua habitación de su madre y todavía quedaban algunas de sus cosas, que ninguna de las dos retiró. Amaris, porque le traían recuerdos y ella… no sabía muy bien, pero no le molestaban. Una antigua hucha vacía, libros de fantasía, posters de cantantes de su adolescencia, algún muñeco…, todo estaba allí, igual que siempre. Todo era lo mismo desde hacía quince años, cuando fue iniciada. Se levantó y miró su brazo en el espejo. El pentáculo seguía allí, como un tatuaje que los niños, en el colegio, tomaban como algo referente a las brujas. Miró su frente y ahí estaba la medialuna. Normalmente se la tapaba con un poco de maquillaje, hasta que se cansó de hacerlo. Eso y que maduró antes que las demás niñas, le costó más de un disgusto. Por suerte, ya no tenía que volver al instituto.

A partir del día que despertó a sus dones, de niña. su vida fue una pesadilla. No podía mover las manos sin organizar una pequeña catástrofe. Las cosas volaban por los aires e incluso ella se elevó alguna vez. Las rabietas le costaban a la ciudad un pequeño terremoto y una vez le quemó el pelo a su hermano, sin querer. Sus padres no la llevaron al colegio hasta los ocho años, cuando ya pudo controlar emocionalmente el poder que emanaba. Por ello, no tuvo amigos durante un tiempo y, unido al hecho de que su altísimo y fornido padre iba a buscarla casi siempre y atemorizaba a cualquiera que se le acercase, tampoco consiguió hacer muchos amigos en el instituto porque no le dejaban salir o llevarlos a casa.

No es que todo fuera malo, pero a veces no se sentía cómoda en el mundo de las Hijas de la Luna. Ni siquiera sus primos o su hermano lograban sacarla de su continua melancolía.

Se asomó a la ventana. Otro verano encerrada en casa. Tampoco la dejaban viajar, siendo que últimamente había habido ataques en Europa y los tuvieron que sofocar. Algunas de las guerreras ya habían viajado y sus primos, que eran más jóvenes que ella, iban a viajar a Italia para aprender a rastrear a los oscuros.

—No es justo —dijo sacando las piernas por el balcón.

Miró las flores que crecían en el césped de la casa y lanzó una pequeña corriente de aire que sesgó el tallo de una margarita y la subió hasta su balcón. Un pequeño remolino la rodeó, dándole el consuelo que tanto necesitaba.

—Herwen —dijo, y la pequeña ninfa se sentó sobre sus rodillas, aspirando el aroma de la flor.

—¿Cuándo se van?

Sara se encogió de hombros. Su hermano Peter, ¡que solo tenía quince años!, se iba de viaje hacia Italia. Y sus primos Valeria y John, que también eran más jóvenes que ella, habían sido reclutados también.

—No es justo —repitió Sara.

—Deberíamos ir al lago, la temperatura está perfecta para nadar y hace muchos días que no visitas a las ninfas del agua. Ya sabes que se enfadan si no vas —dijo Herwen revoloteando a su alrededor.

—Está bien. Total, no tengo nada que hacer salvo entrenar una y otra vez —protestó ella.

—Pronto cumples los dieciocho años y eres la heredera de un importante linaje de reinas. Eres parte de la historia de las Hijas de la Luna.

—No hay casi ataques. Mi madre está muy sana. No hay más que verla luchar con mi padre o con cualquier otro guerrero. No creo que cuando me toque ser reina haya algo que destacar. Incluso puede que no valga para ello —susurró para ella misma.

Herwen dio otra vuelta alborotándole el cabello largo y rizado que caía trenzado sobre su espalda y ella, por fin, sonrió.

Se puso el bañador y un vestido corto y bajó las escaleras. Aún no era la hora de comer, pero su padre, que se había aficionado a la cocina, estaba preparando algo que olía bastante bien. Sonrió al verlo tan entretenido y reconoció que aunque había pasado tiempo desde que, según su madre, era un guerrero chulito y condescendiente, seguía estando guapísimo. Alto y fuerte, con el cabello oscuro que ella había heredado y ojos verdosos que a veces se ponían tristes, quizá recordando el pasado.

Ninguno de sus padres había sido muy específico acerca de ello, pero su prima Valeria solía enterarse de todo y se lo había contado. De cómo fue un oscuro, luchó contra su madre y asesinó a su propio padre. A veces lo había escuchado llorar, cuando pensaba que no había nadie. Era un gran peso, como el que ella sentía. Por eso, se sentía más cómoda con él. Su madre era demasiado perfecta y todos la adoraban.

—Voy al lago a darme un baño. ¿Qué hay de comer? —dijo dándole un beso en la mejilla. Él solo tuvo que agacharse un poco, ya que Sara había crecido hasta que solo le llevaba media cabeza de diferencia.

—Estoy preparando verduras salteadas con champiñones y setas. ¿Vas sola?

—¿Con quién voy a ir? —dijo, provocando que César frunciera el ceño. Ella le sonrió—. Viene Herwen, por supuesto.

—Bueno, ya sabes…

—Sí, tendré cuidado, pero creo que soy capaz de defenderme, en parte gracias a ti.

César sonrió recordando las luchas a espada con su hija. Había logrado obtener una buena técnica.

Salió de la cocina y caminó hacia el lago mientras su pequeña ninfa daba vueltas a su alrededor, refrescándola del calor del mediodía. Pronto llegó al prado que rodeaba el agua, y se quitó las sandalias y el vestido. No llevaba toalla porque en el momento que salía, Herwen se encargaba de secarla con una cálida corriente de aire. Aunque ella misma podría hacerlo. Su padre no debía preocuparse por ella. Tenía los cinco elementos, ¿qué podría temer?

Se sentó en la hierba y contempló el lugar. La superficie del agua estaba lisa y las cigarras cantaban en la hierba. Siempre había sido su lugar favorito. Cuando era pequeña se escapaba, volviéndoles locos a todos, solo para bañarse y visitar a las ninfas de agua. Más allá del campo que limitaba el lago habían construido un camping, pero no solían molestarles, porque había un gran seto cubriendo gran parte del lugar, que les daba privacidad. Pero estaba muy cerca. Incluso algún despistado había llegado a bañarse, pero siempre los habían echado. Su madre consiguió comprar todos los terrenos y consiguió que nadie pudiera tocar el pequeño lago sagrado, donde vivían la Dama y las ninfas con dientes puntiagudos. Se echó sobre su vestido, mirando el cielo, viendo las nubes pasar, como siempre hacía. Era casi su única diversión, además de leer libros sobre viajes y ciudades del mundo o novelas de aventuras y fantasía.

Tenía casi convencido a su padre para poder viajar con su hermano y primos, pero, a última hora, su madre tuvo el presentimiento de que se tenía que quedar.

Levantó los brazos y miró sus manos. Valeria le había pintado las uñas de rosa la tarde anterior, cuando estuvieron charlando en su habitación. Se llevaba de maravilla con ella, como si fueran hermanas. Ella se inventó el nombre de «hermamigas» una mezcla de hermanas y amigas y, a veces, dejaban entrar a sus hermanos pequeños en el club, pero no siempre. Su prima iba todavía al instituto y sus padres la dejaban salir por la ciudad, siempre que no descuidara su entrenamiento. Casi era tan alta como ella y su cabello rubio ondulado junto a esos brillantes ojos azules causaban sensación entre sus compañeros.

—Siento que no puedas venir, Sara —le había dicho—, pero te prometo que te contaré todo y haré vídeos a todas horas.

—No pasa nada —dijo ella encogiéndose de hombros y ganándose una reprimenda porque había movido la mano. Valeria le limpió la mancha de esmalte del dedo y después mandó con sus manos una pequeña corriente de aire para secar la pintura.

—No deja de ser útil poder secar las cosas tan rápido —sonrió ella—. Te traeré un recuerdo de Italia. ¿Qué te parece un pañuelo de seda?

—¿Para qué? Si no salgo, ni siquiera iré a la universidad. Mi madre es capaz de vigilar desde fuera de la clase, como hacía en el instituto.

—Lo de mi tía es algo exagerado, hasta mi madre lo dice.

—Tienes suerte.

Sara se echó encima de la cama y Valeria se colocó junto a ella. Todavía estaban las estrellas y la luna menguante que brillaban en la oscuridad y que su padre había colocado después de que, cuando tenía cuatro años, se hubiera escapado para ver el cielo. Le dijo que así no sería necesario salir corriendo por la noche. A veces era muy tierno, pero cuando luchaba, era terrible. Los guerreros que estaban en el complejo lo admiraban muchísimo, aunque a su madre la veneraban. Habían creado un segundo complejo en Varsovia, y algunas de las guerreras más veteranas se fueron allí. Las echaba de menos, especialmente a Brenda, que siempre fue amable con ella y le contaba historias antiguas de su bisabuela o de Calipso.

Cuando ella iba a entrenar, la mayoría de sus compañeros se mostraban distantes. Suponía que nadie quería dañar a la heredera. Al final, tenía que entrenar con su padre o con alguna de las guerreras adultas. Tuvo sus ventajas, porque aprendió más rápido. Sabía que tenía instinto, pero se encontraba bastante sola, si no fuera por su prima. Y esos días se iban de viaje, sin saber cuánto tiempo estarían fuera. Además de entrenar, iban a la caza de oscuros.

—Tendrás cuidado, ¿verdad? —dijo Sara volviéndose hacia su prima. Ella asintió. Se dieron un abrazo mientras escuchaban la música que Valeria tenía en su móvil. Se despidió de ella porque al día siguiente se iban a primera hora.

Sara cerró los ojos y volvió al prado. El sol ya había calentado suficiente su piel y decidió darse un baño. El agua resultaba fresca, y la piel se le erizó. Se metió hasta la cintura y enseguida notó las corrientes de agua de las ninfas, que ya estaban dispuestas a jugar con ella. Sonrió y se sumergió de cabeza hacia la zona más profunda del lago.

Las ninfas mostraron sus sonrisas con sus dientes puntiagudos y provocaron una fuerte corriente que la lanzó a dos metros de la superficie del lago. Ella gritó de alegría y volvió a sumergirse de cabeza. Las «sirenas», como ella las llamaba de pequeña, rodearon su cabeza con una burbuja de aire. Nadaron hacia el fondo, visitando las rocas y cuevas que había en el lago. Cuando Sara necesitaba aire, una de ellas introducía su aliento de nuevo y seguían buceando, metiéndose por todos lados o descubriendo pequeños tesoros, como un antiguo camafeo que había pertenecido a Augusta.

Ya llevaba un tiempo sumergida y la piel comenzaba a arrugarse. Quizá era hora de salir. Se dirigió hacia la superficie. Un fuerte chapoteo se escuchó y alguien comenzó a nadar hacia el fondo del lago. Parecía un hombre. ¿Era un oscuro? El hombre se acercó a ella y las ninfas salieron en su defensa, agarrándolo de las piernas. Entonces, el tipo abrió la boca, sorprendido y comenzó a tragar agua, ahogándose, sin poder salir del lago, pataleando sin éxito. Se alejó un poco y comenzó a boquear, perdiendo el sentido. Tenía que actuar de forma inmediata.

Sara se acercó a él para evitar que se ahogara y tomó aire de su propia burbuja. Agarró de los brazos al hombre, que estaba inconsciente. No parecía muy mayor. Las manos flotaban a su lado, igual que su cabello. Sara cerró los ojos y sopló en su boca, iluminando el fondo marino.

Las ninfas se dieron cuenta de que no era un oscuro y la ayudaron a sacarlo a la orilla. Ella lo arrastró fuera del agua y comenzó a reanimarlo. Insufló aire y masajeó su pecho hasta que el chico comenzó a toser. Ella lo giró lateralmente y le hizo sacar el agua que había tragado. Después, se quedó echado en la hierba, con los ojos cerrados.