Renacida - Anne Aband - E-Book

Renacida E-Book

Anne Aband

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Beschreibung

 ¿Para qué puede servir ser una guerrera del éter? Tras el éxito de Hijas de la Luna I. Despierta, Anne Aband nos trae la segunda parte, donde se concluyen y atan los cabos sueltos que quedaron en la primera. SINOPSIS: Está muy bien tener ciertos dones que la iniciación le ha dado, pero  Valentina  no lo tiene claro. Puede mover tierra, sí, pero se pregunta ¿para qué narices sirve ser una guerrera del éter? Mientras su hermana  Amaris  busca en los libros la solución para su problema de densidad corporal, ella investiga a su bisabuela, Calipso, que al parecer tenía el mismo Don. Sin embargo, no dejó nada por escrito, o eso pensaba… Ella deberá encontrar cómo usarlo porque los oscuros, fortalecidos gracias a la hija de Payron, vienen preparados para luchar. Y las jóvenes guerreras recién llegadas no tienen experiencia. Además, César y Marco han vuelto por fin. Ella siempre se sintió atraída por el hermano menor, pero lo encuentra distante. ¿Qué ha pasado? ¿Volverán a reencontrarse César y Amaris? ¿Tendrá un futuro con Marco? ¿Qué ocurrirá con las demás guerreras? Nuevos personajes, luchas, viajes al pasado, amor y esperanza en esta segunda parte de Hijas de la Luna.

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Seitenzahl: 208

Veröffentlichungsjahr: 2025

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HIJAS DE LA LUNA II: RENACIDA

HIJAS DE LA LUNA II: RENACIDA

Anne Aband

Copyright © 2021 Anne Aband

Revisado en 2025

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea electrónico o mecánico, incluyendo sistemas de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso por escrito del editor, excepto en el caso de reseñadores que podrán citar fragmentos breves en sus críticas. El uso no autorizado de este contenido constituye una infracción de los derechos de autor y será perseguido conforme a la ley.

Book Cover Yolanda Pallás

Corrección: Sonia Martínez

Astera Ediciones

ISBN: 979-13-87990-20-6

Safe Creative: 2112089989621

[email protected]

www.anneaband.com

«Los hombres viven sus vidas atrapadas en un presente eterno, entre las nieblas de la memoria y el mar de sombras, que es todo cuanto conocemos de los días que vendrán. Hay mariposas que viven toda su vida en un solo día, pero para ellas, ese pequeño espacio de tiempo dura tanto como para nosotros los años y las décadas. Un roble vive hasta trescientos años; una secuoya, tres mil. Un arciano puede vivir indefinidamente si nada lo daña. Para ellos, las estaciones son como el revoloteo de las alas de una mariposa, y el pasado, el presente y el futuro son lo mismo».

(Danza de Dragones)

Amaris: de origen hebreo, significa «hija de la luna».

Arriésgate y descubre que puedes volar. Da un paso hacia lo desconocido para descubrir los milagros que ahí te esperan.

Oráculo de la sabiduría de Colette Baron-Reid

Capítulos

Personajes

Capítulo 1. Berlín

Capítulo 2. Vuelta

Capítulo 3. Ritual

Capítulo 4. Visiones

Capítulo 5. La Dama del Lago

Capítulo 6. Una larga historia

Capítulo 7. Un amor lejano

Capítulo 8. Entrenando

Capítulo 9. Encuentro

Capítulo 10. El ataque

Capítulo 11. Huida

Capítulo 12. Desolación

Capítulo 13. La caza

Capítulo 14. Un libro antiguo

Capítulo 15. El complejo

Capítulo 16. Oscuridad

Capítulo 17. Un nuevo descubrimiento

Capítulo 18. Renacida

Capítulo 19. París

Capítulo 20. Sueños de batallas

Capítulo 21. Antigua información

Capítulo 22. Viajando de nuevo

Capítulo 23. Una buena conversación

Capítulo 24. Nuevas prácticas

Capítulo 25. ¿Aliados?

Capítulo 26. La batalla

Capítulo 27. Consecuencias

Capítulo 28. Dos años

Epílogo 1

Epílogo 2

Epilogo 3

Comentarios y notas finales

Otros libros de fantasía urbana

Contenido adicional

Hijas de la Luna III. Heredera

Personajes

Amaris: joven guerrera. Es delgada pero fibrosa. Pelo moreno, largo, ojos castaños.

Arwen: elemental del aire de Valentina.

Augusta: reina de las guerreras. Tiene más de cien años, aunque aparenta unos ochenta. Vive retirada desde que las sombras desaparecieron.

Aurora: guerrera de la luna desde hace cuatro meses. Fue abandonada de niña y se ha criado en la calle.

Branwen: elemental del aire de Amaris.

Brenda: guerrera de la luna. Maneja el arco y las flechas en cualquier momento y posición. Aprecia a Amaris.

Bull: oscuro, guardaespaldas de Peter.

Calíope: guerrera de la luna. Guardaespaldas de Augusta.

Calipso: bisabuela de Amaris. Venció al demonio mayor

Celeste: guerrera pelirroja, magia del aire, sigue a Sabine y desearía ser su ayudante.

César: guerrero de la luna. Tiene ascendencia oscura.

Dionne: nueva guerrera.

Dragón: salamandra de César.

Flavia: guerrea de la luna. Guardaespaldas de Augusta.

Gwen / Gwendoline: hermana de Augusta. Es más joven, aparenta unos setenta y cinco. Lleva el único grupo de guerreras que sobrevive.

Hall: nuevo guerrero.

Hoked: oscuro.

Josh: primer amor de Amaris. Encuentra a su padre perdido y sufre una transformación.

Lin Tzu: guerrera de la luna, del complejo de Shu li.

Lyon: oscuro convertido.

Marco: hermano de César, más joven y amable.

Martha: hermana de Josh, mejor amiga de Amaris.

Payron: demonio oscuro, uno de los grandes vampiros, hijo de Pangeo.

Peter: oscuro, vampiro de energía.

Reina: salamandra de Martha.

Sabine: mano derecha de Gwen, es alta, fuerte y una dura guerrera.

Samara: guerrera retirada que crio a César y a Marco.

Serewen: elemental del aire de Wendy.

Shelma: nueva guerrera.

Sholanda: guerrera de la luna.

Valentina: hermana de Amaris. 17 años.

Vanir: demonio oscuro, hijo de Pangeo.

Venus: salamandra hembra de Marco.

Vincent: hijo de Vanir

Wendy: madre de Amaris y Valentina.

Capítulo 1. Berlín

César miró de reojo a su hermano Marco mientras subía a la azotea de una de las casas bajas del barrio de Kreuzberg, en Berlín, también llamado la pequeña Estambul. Habían sentido fuerzas oscuras en esa parte de la ciudad y, después de casi nueve meses de seguirlos, deseaba encontrar a la dichosa Martha y a su corte de acólitos que, por lo que había averiguado, iban aumentando.

Ella se había llevado la botella de Agua Eterna que había transformado al amor de su vida, Amaris, en un ser sin cuerpo, como un holograma, en la última lucha contra la oscuridad, en la que las hijas de la Luna pudieron derrotarlos. Apretó los dientes al recordar el sacrificio de la reina. Deseaba recuperarla y, cómo no, vengarse. Su parte oscura le instaba a ello.

La última pista para que ellos viajaran a Berlín se la dio un par de cadáveres quemados y el aumento de actividad de ataques en los que los humanos no recordaban nada, pero se sentían muy débiles. Eso hacían los oscuros, drenar la energía vital, como los vampiros hacen con la sangre en las películas.

No sabía cuántos habría conseguido transformar al cabo de tanto tiempo. Ella había podido convertir a bastantes gracias al Agua Eterna. Quizá ellos dos no fueran suficientes para combatirlos.

Se puso en cuclillas y observó, buscando la oscuridad, esa que él bien conocía de su dura época de adolescente, cuando se rebeló.

La luna estaba llena, pero había abundantes nubes en el cielo. A pesar de no haber llegado el invierno, el clima era frío y el aire, potente. Vio a su hermano que subía por las escaleras de incendios de la antigua casa de enfrente y este lo saludó entusiasmado. Tenía que reconocer que era demasiado optimista y alegre, lo que contrastaba con su personalidad fatalista. Desde que Amaris se convirtió en un ¿holograma?, ¿un ser sin cuerpo?, su humor había empeorado. En cuanto consiguieron derrotar a los oscuros de la ciudad, se fue. No tardó ni un día en marcharse. En el fondo, se sentía culpable de que Amaris hubiera tomado la terrible decisión de beberla, para ser lo suficientemente fuerte como para derrotar a la gran cantidad de oscuros que los atacaban. Él debió haber sido el que se sacrificase, no ella, se recriminó. Bajó las escaleras de incendios y dio un salto desde el primer piso a la calle. El ruido sonó en las calles vacías como una explosión.

No habían vuelto a Serenade, no quería hacerlo hasta encontrar a la oscura que fue la mejor amiga de su amor y que se había transformado en alguien perverso. La habían rastreado por toda Francia, usando su olfato de oscuro y las noticias sobre personas atacadas. No eran muy habilidosos, o quizá estaban demasiado débiles. Ella había huido con Bull, el que fue el lugarteniente de su padre.

Ambos condujeron, siguiéndolos. Llegaron a Berlín el día anterior y encontraron gran actividad oscura en la ciudad.

Caminó por la calle sin esperar a su hermano, que, por supuesto, viajó con él y nunca podría haberle hecho cambiar de opinión, aunque hubiera preferido que no se arriesgase. Además, la hermana de Amaris, Valentina, le había dicho que recuperar esa botella podría ayudarla a volver a ser la misma de antes, según había leído en algunos libros. Lo que no entendía era por qué Amaris no se lo había pedido expresamente.

Olfateó el aire. Él tenía ese don para encontrar a la gente, aunque cada vez que lo usaba, daba un paso más hacia su lado oscuro, más fuerte que el humano y con deseos de tomar el control. No le importaba si de esa forma podía salvarla. La amaba. Y no había querido nunca a nadie así, excepto a su hermano.

Ni siquiera su madre pudo contenerlo. Cuando fue adolescente, ser consciente de su poder de fuego y de manipular a la gente, unido a las malas compañías, lo convirtieron en un ser destructivo, capaz incluso de asesinar. Le horrorizaba su pasado y prefería no pensar en ello. Pero, a veces, era como una pulsión en su cerebro, en su estómago, un aviso de que quizá, con el tiempo, volvería a caer en la oscuridad, sin remedio y perdiendo a todos aquellos a quienes amaba.

Marco le hizo una seña con la linterna desde la escalera de incendios y sus miradas se dirigieron a una de las casas bajas del barrio, al final de la calle. Un extraño halo negro, solo visible por ellos, la rodeaba y supieron que era el lugar. Su hermano bajó con rapidez y se reunió con él. Ambos llevaban largas gabardinas de cuero negro que ocultaban sus espadas. Aunque, teniendo el don del fuego, no eran siempre necesarias, nunca estaban de más ya que habían sido bendecidas por la misma Diosa.

La casa a la que se dirigían estaba al lado del Viktoria Park y se escuchaba el ruido del agua y la cascada con claridad a esas horas de la noche. Rodearon los muros, que aparecían llenos de grafitis. César iría por la zona principal y Marco se acercaría por la parte de atrás.

Lo siguiente fue todo muy confuso. La puerta de lo que debía ser la cocina se abrió de repente y salieron cuatro oscuros bastante fornidos que pillaron a Marco de sorpresa. César corrió hacia allí en cuanto escuchó el grito de su hermano. Marco luchaba a espada con dos de ellos, mientras los otros dos instaban a alguien a que saliera de casa. Entonces la vio. La mujer rubia iba vestida de negro y con los ojos completamente maquillados oscuros. Ella sonrió al verle y sus dos matones fueron a por él. Sacó la espada y comenzó la lucha, aunque estaba preocupado por su hermano, ya que estaba perdiendo fuerza. Hirió de gravedad a uno y al otro le lanzó una llamarada que, si bien no le iba a matar, puesto que ellos también tenían el don del fuego, al menos lo retrasaría. Se lanzó por los que atacaban a su hermano y acabó con uno de ellos. Marco hirió al otro.

Entonces César se volvió hacia Martha, que lo miraba de forma despectiva. Estaba herido en un brazo, pero no le impediría arrebatarle la vida y conseguir la botella que debía llevar en la mochila que colgaba de su espalda.

—¿Crees que me has derrotado, estúpido? —dijo ella sonriendo—. Esto no ha hecho nada más que empezar.

Lanzó una llamarada que dio de lado a César y lo hirió de gravedad, pero eso no le impidió lanzarse por ella. Entonces, salieron dos mujeres atléticas de la casa y pararon su golpe. Martha se echó a reír y salió corriendo hacia el parque, seguida por otras dos mujeres y un par de hombres.

Marco no pudo seguirla, porque uno de los oscuros comenzó a atacarle. Estaban en minoría y todo iba a acabar muy pronto. César se arrepintió de no haber visto a Amaris de nuevo. Las mujeres luchaban fieramente y arremetían contra él. Decidió que debía de acabar con esto y seguir a Martha, costase lo que costase. Así que se hundió en su propia oscuridad y lanzó fuego de alta temperatura, que distrajo a las dos oscuras, y gracias a ello pudo acabar con ellas. Marco aprovechó también para acabar con el oscuro.

—¿Estás bien, César?

—Sí, vamos a por ella.

Aunque lo cierto es que no estaba bien, su cuerpo ardía, la piel estaba muy dañada y además estaba herido en un brazo. Pero su determinación era mucho más fuerte que el dolor. Saltó la cerca del parque y se concentró en seguir el rastro de la mujer. Había varios aromas. El grupo se había separado, seguramente para hacerlos dudar. Pero César era como un perro de presa. Una vez que localizaba a alguien, no lo soltaba.

Enseguida vieron su cabello rubio avanzar por el mirador, escaleras arriba. La siguieron y Marco sacó una pequeña ballesta, construida por él. Antes de que ella se diera cuenta de que la seguían, lanzó una flecha que dio en la mochila. A la mujer no le quedó otro remedio que soltarla y salir corriendo. Subieron detrás de ella, pero César comenzó a verlo todo nublado y se apoyó en las escaleras. Marco no persiguió a la mujer, solo cogió la mochila.

—¡Hermano! ¿Estás bien?

—Creo que no… —dijo él, y perdió el conocimiento, echado sobre las escaleras.

Capítulo 2. Vuelta

Amaris tocó la cálida frente del hombre. El viaje había sido duro. Por suerte, las Hijas de la Luna tenían recursos suficientes para enviar un helicóptero hasta Berlín y traerlo de vuelta a su casa. Marco les había llamado muy preocupado porque su hermano estaba muy malherido y no recuperaba la consciencia. A ella le dio un vuelco el corazón cuando se enteró de la noticia. Quiso ir a buscarlo, pero no era lógico. Ella era la reina y, además, solo una especie de sombra a color. Sabine y dos guerreras más partieron y lo trajeron de vuelta. Mientras estaban fuera, se dijo que tenía que remediar la situación entre ellos. Lo amaba demasiado como para perderlo.

Observó su rostro ahora sereno. Había podido curarle la mayor parte de las heridas provocadas por el fuego y, por supuesto, la del brazo. Pero le quedarían marcas en la piel, todo el costado izquierdo aparecía rugoso y enrojecido. Y en la cara, en la mandíbula, se veía una marca profunda. Quizá con el tiempo desapareciese. Pero a ella no le importaba.

Lo habían instalado en el dormitorio de Amaris, puesto que a ella no le hacía falta. Desde su cambio de estado, solo lo utilizaba por no estar siempre dando vueltas. No necesitaba dormir y tampoco comer.

Las guerreras se turnaron para visitarlo. Marco entregó a Sabine la mochila, donde, además de bastante dinero en efectivo, se encontraba la botella. Amaris necesitaba el agua, porque, según habían leído en un ritual, ayudada por la Dama del Lago y su hermana, quizá podría revertir los efectos, pero lo haría más tarde. Lo principal era que César se recuperase.

Poco a poco, todos salieron de la habitación y los dejaron solos. Ella conseguía acariciar al hombre, sintiendo su piel. Ya llevaba ocho horas inconsciente y comenzaba a preocuparse. Además, seguía febril. Se acercó a sus labios y los besó. Pensó en transmitirle parte de su energía, quizá sirviera, así que se concentró en ello y sintió como parte de su esencia se deslizaba, como el humo de un cigarrillo, dentro de él. Se retiró y miró el resultado. Su temperatura corporal parecía que había descendido un poquito y respiraba de forma más pausada. Le dio un beso suave en los labios y él parpadeó.

—Amaris…

Ella sonrió, sabiendo que, si la llamaba, era porque seguía sintiendo algo por ella.

—César, mi amor, estás en casa —dijo ella para tranquilizarlo.

Él sonrió y se quedó dormido, con el rostro más tranquilo.

Amaris salió de la habitación, dejando la puerta abierta, para avisar a Marco de que su hermano había despertado. Él se alegró y pasó a verlo, aunque César se había vuelto a dormir y se dirigió fuera de la casa. Se sentó en las escaleras del porche, sin importarle el fresco ambiente.

Apoyó la cabeza entre sus manos, sintiéndose terriblemente culpable de que su hermano estuviera así.

Valentina salió y se sentó junto a él.

—No te preocupes, mi hermana podrá curarlo. Está estable, por lo que ha dicho.

—Es todo culpa mía —contestó, sin mirarla a la cara. Ella pasó un brazo por los hombros, pero él hizo un pequeño movimiento y ella se sintió rechazada y lo retiró.

—¿Por qué, Marco? —dijo igualmente.

—Por ser débil. No estoy preparado. No tengo el mismo poder de lucha que él. Ni siquiera soy capaz de usar el fuego de forma apropiada. Soy un fracasado.

—No digas eso, porque no es cierto —dijo ella cogiéndole la cara y haciendo que la mirase a los ojos—. ¿Crees que yo no me siento a veces así por ser la hermana de la magnífica reina? Pero sigue siendo mi hermana y la quiero mucho. Yo soy como soy, sea mejor o no, eso no importa. Lo que importa es no rendirse.

—Y dice eso quien tiene el éter como elemental —dijo soltándose y levantándose de las escaleras.

—Pero no sé para qué sirve —dijo ella poniéndose a su lado—. No hay que sentirse mal por lo que uno es, Marco. Cada persona es diferente.

Él miró a la joven. Había crecido y su cuerpo era mucho más atlético que la última vez que la vio. El entrenamiento había hecho su trabajo. Llevaba el cabello rubio más largo, en una coleta, pero su sonrisa era la de siempre.

—No lo sé, Valentina. Ahora mismo, no lo sé.

El chico salió de la finca y se fue a pasear por el bosque. Necesitaba respirar. Se estaba agobiando demasiado. Tal vez necesitaba entrenar más duro. Y, a pesar de todo ese entrenamiento, quizá nunca llegaría a la fuerza o habilidad de su hermano. No es que le tuviera envidia. César tenía sus propios fantasmas interiores, pero sí se sentía insuficiente. Por mucho que lo intentaba, no alcanzaba la habilidad de su hermano y no podría ayudarle al mismo nivel en combate. César siempre había cuidado de él cuando era pequeño y ahora que se había convertido en adulto, era incapaz de estar a su altura.

Se sentó en un tronco caído, en mitad del bosque, y una corriente cálida lo rodeó. La pequeña salamandra se apareció delante de él y sonrió. Ellas no hablaban, como las sílfides o las ninfas, pero eran capaces de transmitir sentimientos de forma telepática.

Ella acarició su rostro con su pequeña cola y se enroscó en su cuello. Marco comenzó a sentirse bien, gracias a los mensajes de amor incondicional que le enviaba su pequeña. Respiró, cada vez más tranquilo.

—Gracias, Venus. Haces que me sienta mejor.

Sintió que ella le preguntaba por qué se sentía mal.

—No creo que sea un guerrero completo. Algo falta en mí. No soy suficientemente fuerte, ni puedo dominar el fuego del todo. Le he fallado a mi hermano y casi acaban con él. Está muy malherido.

Marco miró al suelo entristecido. Entonces la pequeña salamandra se desenroscó de su cuello y empezó a flotar hacia un camino del bosque. Al principio, Marco se quedó mirándola sin hacer nada, pero luego, curioso, la siguió. Pronto se adentraron en la profundidad del lugar, donde apenas había luz por la frondosidad de los árboles. No había camino marcado, así que Marco comenzó a avanzar, siguiendo a Venus, sufriendo los arañazos de las ramas y zarzas que se encontraba. Había salido sin su espada, por lo que no podía cortarlas y abrirse paso. Aun así, continuó detrás de la salamandra.

Al cabo de un rato, el camino se hizo ascendente y, aunque el bosque seguía espeso, las zarzas y matorrales bajos fueron desapareciendo. Ahora solo había pinaza en el suelo y enormes raíces que le hicieron caminar mirando al suelo, para evitar tropezarse. Por ese motivo no vio la parte más alta de la colina hasta que llegó allí. Se encontró con un claro entre los árboles, con piedras planas y altas, casi rectangulares formando un círculo.

Venus lo animó a meterse en el centro. Marco nunca había escuchado hablar de este lugar y lo miró curioso. Se parecía un poco a Stonehenge, pero rodeado de árboles. Cuando entró, el aire se paró y la temperatura subió unos grados. Se sentía un ambiente especial, de paz. La luminosidad de la luna que se reflejaba en las piedras hacía que las partículas suspendidas en el aire brillasen como purpurina. Se sintió bien, tranquilo. Venus lo miraba expectante desde fuera del círculo.

—¿A qué has venido, Marco? —dijo una voz femenina que sonaba dentro del círculo, aunque no vio a nadie.

—¿Quién eres? —dijo, volviéndose a mirar por todo el círculo.

Una risa cristalina se escuchó entonces.

—Esto es, como dirían los humanos, como una cabina de teléfono. Comunicación directa conmigo.

—¿Eres la Diosa Luna?

—Lo soy.

Marco cayó de rodillas, abrumado. No sabía qué decir.

—Vamos, hijo, ¿qué te ocurre? Por algún motivo te habrá dirigido hasta aquí tu salamandra. Hace tanto que no me visitan mis hijas… que agradezco que vengas. Tú también eres hijo mío.

Se quedó pensativo. Tenía mil preguntas y, a la vez, ninguna era buena. Al final, se decidió.

—¿Por qué no soy suficiente?

De nuevo la risa amable de la Diosa se escuchó en el claro.

—Eres suficiente. De hecho, los hermanos pequeños suelen ser más poderosos que los mayores, por una cuestión de genética. El problema es que no crees en ti.

—No sé si es el problema, mi Diosa. No es que no te crea…

—Sé que crees en mí, ¿pero en ti? ¿Por qué no te sientes seguro de lo que vales?

—Mi hermano César es tan bueno que yo sé que no estaré nunca a su altura.

—Es terrible compararse entre hermanos. Cada uno es diferente y nadie es mejor que otro. Él tiene sus dones y tú los tuyos. Solo tienes que aceptarte como eres —repitió la Diosa.

—Supongo que, en la teoría, es fácil.

—Y en la práctica. Marco, eres un ser excepcional y en los próximos meses te vas a dar cuenta de lo importante que será que te comprometas contigo mismo. Te necesitamos en los duros momentos que vais a vivir.

Marco sopesó las palabras de la Diosa y sintió un orgullo diferente al que hasta ahora había sentido. Era la semilla de un corazón reparado, de una luz que precedía a la creación de una nueva autoestima, de la confianza en sí mismo.

La luz se fue apagando de forma muy tenue y él se levantó del suelo. Todavía no se lo creía al cien por cien, pero esa chispa de esperanza había calado en él. Salió del círculo y dejó que su salamandra le condujera otra vez hacia la casa. Le agradeció su ayuda con unas carantoñas y, justo antes de llegar, Venus desapareció. Valentina seguía sentada en las escaleras y le sonrió cuando él llegó. Esta vez, pudo devolverle la sonrisa.

Capítulo 3. Ritual

César abrió los ojos y observó el lugar. No lo reconoció al principio, pero había soñado con Amaris. Tal vez su hermano lo había llevado a un hospital y ahora estaban en algún sitio en Berlín. Intentó incorporarse. Se sentía mucho mejor, aunque le dolía todo el cuerpo.

Se abrió la puerta y entró ella. Él abrió mucho los ojos y ella le sonrió. Se sentó a su lado en la cama. Él no intentó acariciarla. Ya sabía que no podría.

Sin embargo, ella sí lo acarició con ternura.

—Me alegro de que estés mejor, César.

—¿Mi hermano?

—Está bien, paseando con Valentina. ¿Cómo te sientes?

—Hecho una mierda —dijo él con media sonrisa. Hizo una pausa y la miró a los ojos—. He estado demasiado tiempo fuera y no era lo que tú necesitabas. Me lancé a perseguir a Martha, pensando que era lo que sería lo mejor para ti, pero en realidad fue lo mejor para mí. Estar en acción me distraía de cualquier pensamiento. Fui un cobarde. He pensado mucho en nosotros durante todos estos meses.

—No fuiste un cobarde, César. Hiciste lo necesario, perseguirla e intentar recuperar la botella de agua —Ella suspiró temiendo lo peor. ¿Quién iba a querer a alguien que ni siquiera puede tocar?—. ¿En qué has pensado?

—Verás, Amaris… —Alzó la mano, pero la volvió a bajar—, es complicado que estemos juntos, pero eres la mujer de mi vida y pueda o no tocarte, quiero estar contigo. Ya nos arreglaremos…. Si tú quieres.

—¡Oh! Pensé que querías despedirte de mí —dijo ella acercándose a darle un beso. Él sintió sus labios e intentó abrazarla, pero solo encontró aire.

—No será fácil, supongo —dijo él, cuando ella se apartó.

—He encontrado un ritual que puedo intentar. Solo necesito el agua que trajisteis y quizá sea posible revertir el efecto. Me gustaría volver a tenerte sobre mí. —Rio ella sonrojada.

—Yo también te deseo mucho, pero más allá del contacto físico en el sexo, quiero estar contigo.

—¿Vas a dejar de perseguir a Martha? —preguntó ella.

—De momento, tengo que recuperarme. Posiblemente sí siga persiguiéndola, pero eso será dentro de un tiempo. Debemos acabar con ella. Ya había convertido al menos a ocho personas y no fue fácil derrotarlos. Debe elegir los más grandes y brutos para transformar. Eso le asegura mayor violencia.

—Lo sé, Marco nos lo contó. Tal vez necesites un refuerzo. Algunas de las Hijas de la Luna están deseando combatir al oscuro. Las nuevas incorporaciones no están preparadas, pero Brenda o Celeste, incluso Aurora o Lin Tzu podrían acompañaros.