Condenada - Anne Aband - E-Book

Condenada E-Book

Anne Aband

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Beschreibung

 ¿Y si pudieras acabar con una maldición que ha perdurado durante siglos?  Stella se había resignado a convertirse en un vampiro a los dieciocho, pero gracias a las mellizas, eso se acabó. O no… Gabriel es cazador y odia profundamente a las brujas. Le han encomendado una misión secreta y terminal. Acompañando a Raine y Ángel, ambos deberán buscar el libro de los demonios, que está en posesión de la desaparecida Flor. Pero hay otros que tienen planes diferentes para ellos, que incluyen pactos secretos y peligro de muerte. Brujas, vampiros, demonios, amor y mucha acción definen esta adictiva novela de  fantasía urbana romántica  de la best seller Anne Aband.

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Seitenzahl: 224

Veröffentlichungsjahr: 2025

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CONDENADA

Brujas de sangre II

Anne aband

Anne Aband

© Anne Aband (Yolanda Pallás), [2023]

ISBN: 9798390144572

Safe creative: 2304043980885

Impresión independiente

Todos los derechos reservados. Te pido por favor que descargues de forma legal este libro. Es un gran esfuerzo de mucho tiempo y seguro que el karma te lo recompensa. Gracias.

No hay límite para lo que nosotras, como mujeres, podemos lograr.

Michelle Obama

No tengo miedo a las tormentas porque estoy aprendiendo a navegar mi barco.

Louisa May Alcott

Índice

Capítulo 1. Raine13

Capítulo 2. Stella19

Capítulo 3. Gabriel23

Capítulo 4. Stella29

Capítulo 5. Gabriel35

Capítulo 6. Aliana43

Capítulo 7. Stella53

Capítulo 8. Gabriel59

Capítulo 9. Aliana67

Capítulo 10 Stella73

Capítulo 11. Gabriel81

Capítulo 12. Stella89

Capítulo 13. Flor95

Capítulo 14. Stella101

Capítulo 15. Flor109

Capítulo 16. Gabriel117

Capítulo 17. Raine125

Capítulo 18. Stella135

Capítulo 19. Gabriel145

Capítulo 20. Flor153

Capítulo 21. Stella159

Capítulo 22. Raine167

Capítulo 23. Gabriel175

Capítulo 24. Stella181

Capítulo 25. Flor191

Capítulo 26. Raine199

Epílogo. Stella203

Agradecimientos209

Otros libros relacionados213

Contenido adicional 1. Flor221

Contenido adicional 2. Agnes222

Capítulo 1. Raine

—No deberías entrar, Raine —Ángel me mira con pena, con amor, y yo me encojo de hombros. Sé que entrar en el cuartel general de los Montecristo es duro porque soy una Sinclair y no voy a ser bien recibida, pero quiero estar con él, vaya donde vaya.

—Pero ahora que todo se ha acabado…

—Ya, pero supongo que el odio viene de muy lejos.

Estamos en el complejo que tienen en Nápoles, antes de viajar hasta Estambul, ya que hemos escuchado que hay una mujer que podría coincidir con Flor. Pero las órdenes de Ángel son que tiene que dar parte a los jefes.

Desde que acabamos con Cassandra, el mundo de las Sinclair y los Montecristo se ha vuelto bocarriba. Se supone que la maldición que pendía sobre las primogénitas, de manera que al llegar a los diecisiete o dieciocho años nos volvíamos vampiros, ha desaparecido. En mi caso, yo comencé a transformarme, pero fue mi melliza, Aliana, quien finalmente lo hizo.

Ángel me persiguió y decidimos ir por Cassandra, pero Hugo, el hermano de Ángel, hizo lo mismo con mi hermana cuando ella, en un acto de amor, salió por mí. Los cuatro nos enamoramos, con la diferencia de que Ángel y yo continuamos siendo humano y bruja, pero nuestros hermanos… bueno. Hugo resultó mordido por mi hermana, por lo que es un vampiro y ella… todavía no lo sabemos. Andan viajando por el mundo, en busca de respuestas. Eso sí, sin asesinar a nadie. Por suerte, no tienen ese tipo de instinto. Nosotros lo sabemos, aunque algunos Montecristo, y no sé si del consejo de brujas, creo que no los quieren vivos. Los consideran una aberración o una traición, o ambas a la vez.

Por eso, una vez que la maldición ha desaparecido, los Montecristo deberían dejar de existir. Pero se resisten. Sigue habiendo quien desea acabar con nosotras, que no se fía de que todo haya acabado. Supongo que tendrán que verlo para creerlo, por mucho que Carlos, el padre de Ángel, insista en ello.

Así que ha enviado a Ángel con fotografías de las muchachas en el castillo que, desde luego, no se prestaron a ello, pero no les quedó otro remedio, si pretendían estar tranquilas. Lily se encarga de ellas y las protege. Creo que tienen oro para varias vidas, así que mal no les va. Incluso algunas, las más jóvenes, han vuelto a sus casas.

Y aquí estamos, en este complejo militar que no es tan grande o fuerte como parece. Me da la sensación de que algún Montecristo no quiere perder lo que llevan tiempo acumulando. Poder, situación social… por eso, quiero entrar. Mis dones están revueltos y no sé si tiene que ver con que Aliana sea lo que sea que es, pero tengo pesadillas extrañas, que no logro recordar, y hemos tenido que quitar todo lo que hay en el dormitorio, porque suele acabar flotando en el aire. Incluso un día, Ángel se despertó a un palmo de la cama. Menudo susto se dio cuando cayó sobre el colchón.

Estoy un poco desatada y no tenemos ni idea de por qué. Si estuviera mi abuela, tal vez podría explicarnos. Tampoco he vuelto a soñar con ella. O al menos, que yo recuerde, pero sí que tengo miedo al acostarme. Acabo preparándome una de esas infusiones que me relajan y me dejan casi sedada y es la única forma de poder dormir. Eso y hacer el amor con Ángel, claro.

Me miran con suspicacia, me examinan por entero, especialmente los ojos, con linternas que casi me dejan ciega. Ángel se pone tenso, pero yo le doy la mano. Es normal que quieran asegurarse de que no soy un vampiro sanguinario, aunque sería muy difícil.

Avanzamos por un largo y frío pasillo, con puertas cerradas, y llegamos a una sala donde hay una veintena de hombres y mujeres vestidos con ropas de combate oscuras y chalecos antibalas. Nos miran con suspicacia al entrar y nos sentamos.

—¿Qué hace ella aquí? —dice el que parece mandar.

—General Jiménez, ella es Raine Sinclair, y nos puede ayudar a resolver dudas.

—Pero ella…

—Ha sido comprobada —corta Ángel, y nos sentamos.

—Está bien.

Ángel me ha explicado que su familia desciende de los primeros Montecristo, por lo que tienen veto en las reuniones, aunque ahora mismo no estén al mando, pues es algo que se va rotando. Él también tiene el rango de general, como su padre, unos rangos que, por lo visto, se inventan, ya que no tiene nada que ver con el ejército de verdad. Pensarlo casi me hace sonreír. Juegan a los soldados, aunque en realidad son asesinos.

—… la situación está aparentemente controlada —está diciendo el general—. En estos seis meses, no se ha producido ningún brote de transformación. Ninguna bruja nos ha dado parte de que sus hijas en edad se hayan convertido. Calculamos que hay alrededor de veintidós muchachas entre dieciséis y dieciocho en el mundo y parecen estar normales.

—Gracias a que acabaron con Cassandra —dice Ángel, orgulloso.

—¿Qué se sabe de la vampira que escapó? —dice una mujer con el cabello muy corto.

—Creemos que está en Estambul. De hecho, viajábamos hacia allá cuando se nos ha requerido para la reunión. Al parecer, sus intenciones no son crear más vampiros, sino vivir tranquila —dice Ángel.

—Un ser despreciable como ese es imposible que se comporte. Hay que acabar con ella —dice un joven desde el fondo de la sala. Me vuelvo y veo a un hombre, de unos veinte años, con el cabello castaño, largo hasta el cuello y barba sin afeitar. Tiene una cicatriz que le cruza la cara desde el ojo hasta el mentón y, aun así, es atractivo.

—Gabriel, si supiéramos donde está, la atraparíamos. Pero recuerda que es una lectora de mentes. Será bastante complicado, porque sabe cuándo te acercas y con qué intenciones —dice Ángel con paciencia.

—Eso si es que quieres atraparla —contesta enfrentándose a Ángel. Ambos se levantan y se encaran.

—Basta —dice el general, y ellos se separan, mirándose de malos modos—. Hay que atraparla, no debe quedar ni un vampiro vivo. En cuanto a tu hermano y la otra Sinclair…

—Ni se te ocurra decir algo de mi hermano, ni pensar de ninguna forma que alguien le pondrá un dedo encima. Se ha demostrado que ambos no harán daño a ninguna persona —dijo Ángel furioso—. Y espero que a nadie se le ocurra atacarlo, porque se las verá conmigo, y no solo eso, ateneos a las consecuencias si él se tiene que defender.

—¿Lo ves? Si él se tiene que defender, ¿qué hará? —dice el tal Gabriel—. ¿Matar a los suyos?

—¿Qué harías tú si alguien quisiera matarte? —intervengo sin poder evitarlo. Lo toco y una terrible visión me afecta y me lleva muy lejos, a un lugar donde hay mucha sangre. Veo a Gabriel delante de dos muchachas ensangrentadas, vestido de forma antigua, no sé en qué año. Aprieta los puños, se santigua y se aparta. Noto el odio que corre por sus venas, que le invade por su interior.

Consigo abrir los ojos y sé que es el mismo hombre que se ha reencarnado. Que el odio que siente viene de ahí y no sé en qué momento o por qué se ha producido. Estoy en brazos de Ángel, que me ha sacado fuera.

—¿Estás bien?

—Sí, bien.

—¿Una visión? ¿Con Gabriel?

—¿Qué has visto, bruja? ¿Me has visto muerto? Espero que no me hayas echado una maldición —dice el cretino poniéndose delante de nosotros.

—Creo que tu odio viene de otra vida, deberías mirártelo.

—Ha dicho el general que voy con vosotros a buscar al bicho. Así todo estará más equilibrado.

Ángel aprieta los labios, pero asiente. No deja de ser una orden y debe cumplirla. Y yo tengo curiosidad, porque creo que mi destino está ligado a él, y a pesar de ser insufrible, rayando en lo odioso, debe venir con nosotros.

Capítulo 2. Stella

Hoy cumplo dieciocho y estamos preparando una gran fiesta, porque, aunque soy la mayor de la familia, nuestra maldición ha terminado. Recojo mi cabello castaño en una trenza y amaso la pizza que estoy preparando para esta tarde.

Mi nonna se ha reunido con el aquelarre y mi madre está comprando, así que me han dejado al cargo de mis tres hermanos. Las dos pequeñas andan mirando la televisión y el mediano, como siempre, con su ordenador. Tiene catorce años, pero es tan alto como yo.

Las pequeñas empiezan a discutir por cambiar de canal. Luna quiere poner uno y Anna otro. Ambas son mellizas y no pueden ser más diferentes. Incluso con las manos llenas de harina, tengo que ir a separarlas. Amenazo con no darles pizza así que se quedan calmadas por un ratito.

Meto la pizza en el enorme horno que tenemos en el jardín. Papá lo construyó porque, ¿qué napolitano no debería poder hacer el pan o la pizza en su propia casa? O eso decía. Tengo mucho calor y me muero de sed, aunque estemos en mayo.

Me preparo una limonada mientras se hace la pizza, porque todos están a punto de llegar. Vendrán mis primas, que traerán tartas y mil cosas, creo que será una bacanal de comida y bebida, pero estamos todos tan contentos de que por fin nos hayamos librado, que sí, vamos a celebrarlo bien.

Me siento en el sofá, a esperar a que vengan y mis hermanitas se sientan una a cada lado, apoyadas en mi pecho. Solo tienen once años y son adorables, con sus trenzas morenas y sus ojos oscuros. Sus naricitas pecosas se arrugan cuando se ríen al ver algo en la televisión y yo me dejo llevar, hasta que me quedo dormida.

Cuando me despierto, noto la humedad. Mi delantal está lleno de sangre y veo sus cabezas sobre mí, sin vida. Sus cuellos están abiertos, rajados. Salto con horror y caen al suelo, donde descubro a mi hermano Fredo tirado, también con el cuello abierto. Me miro al espejo y veo que mi boca está llena de sangre, mis ojos son rojos. Soy yo. Yo los he matado, yo he matado a mis hermanitos.

—¡No! —grito aterrada.

Entonces, me despierto y las chicas gritan.

—¿Qué pasa? ¿Qué ocurre? —dicen levantándose. Mi abuela y mi madre entran por la puerta y me miran, sorprendidas. Yo voy corriendo al espejo y no veo nada raro en mí. Si acaso, una sombra rojiza que desaparece al instante.

—Abuela…, no puede ser —digo aterrada.

—¿Qué ocurre? —Toma mi rostro y no ve nada.

—Una pesadilla, creo.

—Sube y cámbiate.

No creo que haya sido una pesadilla, pero ¿cómo puede ser? ¿No se había acabado la maldición? ¿Qué sucede? ¿Por qué he soñado que asesinaba a mis hermanos?

Me miro de nuevo en el espejo de mi habitación y no veo nada de especial, así que me echo en la cama e intento relajar mi respiración, realizando una meditación que me enseñó mi madre. Y, entonces, la escucho. «Ven a mí».

Me siento en la cama, con los ojos abiertos. No puede ser. Ella me reclama. No sé quién es, pero tengo que ir. Mi abuela entra en tromba en mi habitación acompañada de mi madre y mi tía.

—¿Qué ocurre, Stella? ¿Estás bien?

Vuelven a mirarme los ojos, las uñas, la boca. Yo niego con la cabeza y lloro amargamente.

—He soñado que asesinaba a mis hermanos, que los mataba y bebía su sangre. No estoy bien, mamma, no estoy bien.

—Pero no puede ser. La maldición acabó. Las mellizas acabaron con Cassandra —dice mi tía. Las tres se sientan a mi lado, en la cama, tomándome de la mano.

—¿Has tenido más sueños?

—Sí, pero no los recuerdo —digo encogiéndome de hombros.

—Quizá haya que encerrarla —dice mi tía, y mi madre la mira mal.

—Tonterías. Puede que sean los recuerdos de toda una vida en la que hemos sufrido la maldición. No significa que ella vaya a cambiar.

—He oído que una de las mellizas está en Nápoles. ¿Y si le decimos que venga? Ella tiene más experiencia con esto —dice mi madre esperanzada.

—Llámala —dice mi abuela—, que venga mañana. Hoy celebraremos el cumpleaños de mi nieta mayor y daremos una gran fiesta. Y no te preocupes, querida, que no pasará nada.

Se van, y yo no estoy tan segura. Antes de que ellas acabasen con la vampira, yo tenía claro que me suicidaría, que nunca querría transformarme en un monstruo. Pero nunca tuve valor. Luego pensé en marcharme, incluso preparé durante un buen tiempo una mochila con dinero y ropa. Todavía la tengo en el armario. Tal vez tenga que usarla. Por si acaso, meto alguna cosa más e incluso mi diario, algunas fotos familiares y dinero.

Lo que tengo claro es que no quiero hacer daño a la familia. Pero hoy pondré mi mejor cara, disfrutaré del momento, de la fiesta de mi mayoría de edad, de las tonterías que hagan mis hermanos, mis primos y del baile de mi tío Abilio, que siempre bebe demasiada grappa y luego acaba bailando descalzo. Todas esas cosas, sean las que sean, buenas o regulares, son las que valen la pena. Y me pase lo que me pase, las recordaré siempre.

Bajo las escaleras forzando mi sonrisa, sin querer recordar la voz que sonó en mi cerebro, una voz dulce y armoniosa, que quiero volver a escuchar, que me atrae como las moscas a la miel. Que sé que voy a obedecer porque no me quedará otro remedio. Pero no hoy. Hoy, aunque sea la última vez, voy a disfrutar de mi familia.

Capítulo 3. Gabriel

En qué momento se me habrá ocurrido acudir a la reunión de los Montecristo sustituyendo a mi padre. Tuve una mala sensación desde el principio y así ha sido. Ver a una de las Sinclair me ha revuelto el estómago. Todas son iguales. Su cabello moreno, sus ojos, esa inocencia que parece que tienen. Parece mentira que Ángel, a quien tanto admiraba, haya caído bajo sus redes.

Claro que, al final, se trata de una bruja. Me gustaría saber lo que es influencia de las artes de la magia y lo que es amor de verdad. Toco mi rostro pensando en ella. La cicatriz que me recorre la cara es una buena muestra de lo que hacen esos monstruos.

Podría golpear a todo el mundo, para que entraran en razón, y, por otra parte, me siento perdido. ¿Por qué tengo estos ataques de rabia? Dice mi madre que de pequeño no era así. Que fui un niño más bien tranquilo. Que solo al empuñar por primera vez un arma algo cambió en mí, algo se rompió. Camino hacia mi coche, un todoterreno en el que he venido desde Florencia, donde resido.

¿Y qué ha dicho la bruja? ¿Que mi odio viene de otra vida? Le doy una patada al neumático y me contengo de golpear con el puño el coche. Aprecio demasiado el vehículo para hacerlo. El general se acerca a mí.

—Gabriel, hablemos.

—Señor —digo cuadrándome ligeramente.

—Vas a acompañar a estos dos, pero tu misión será otra. Quiero que cuando encuentres a la vampira, la aniquiles directamente. Nada de preguntas. De hecho, a cualquier vampiro que os encontréis, si es que queda alguno, acabas con él.

—¿Incluido Hugo?

—Incluido Hugo y la otra Sinclair. Y si esta cambiase, también. O si se resiste cualquiera de los dos. Haz que parezca un accidente, si es preciso, si te lo impiden. No podemos defender lo indefendible. Un mundo con vampiros vivos, eso no es posible.

—Señor, eso sería… asesinato. Yo…

—Eres un soldado, Gabriel, como lo fue tu padre, antes del… accidente —dice mirándome la cara—. Tu misión es acabar con esa raza maldita, que no dejan de ser demonios. Salieron de un pacto con uno de ellos, todos lo sabemos. Y deberían haberse extinguido con la Primera. Puede que nos hayan engañado.

—Un Montecristo no haría eso.

—Si está influenciado por una bruja, puede. ¿No has pensado que hayan sido hechizados de alguna forma?

—Sí, señor, lo he pensado.

—Prepara tus cosas y mantenme informado. Y, por supuesto, no digas nada.

—Sí, señor.

El general se va y aviso a mi madre de que voy a una misión de reconocimiento, para que no se asuste. Ahora que ya no hay vampiros, está más tranquila. Muchas familias Montecristo han suspirado con alivio y se preparan para vivir de otra manera. Sin embargo, yo no las tengo todas conmigo.

Ángel y Raine salen con prisa hacia su coche.

—¿Dónde vais? —digo con mala cara.

—Vamos a un pueblo al lado de Nápoles. Una bruja nos ha llamado.

—¿Ocurre algo? ¿Algo grave?

El rostro de la bruja está alterado y Ángel parece muy serio. No me contestan, así que me pongo en la ventanilla y quieran o no, los voy a seguir. Y sin ningún tipo de disimulo.

—Voy con vosotros, donde sea que vayáis.

Ángel me mira desde su coche y se encoge de hombros. La bruja asiente y arrancan. Yo los sigo en mi coche y a las dos horas, llegamos a Possitano. Se meten por varias calles y aparcan delante de una casita de dos plantas a las afueras. Está rodeada de un jardín lleno de plantas verdes, el típico jardín de una bruja. Salgo del coche y voy detrás de ellos. No me agrada entrar en el hogar de una de ellas, pero no me iré. Agacho un poco la cabeza para pasar por el dintel de la puerta y veo a varias mujeres de la mano, balanceándose alrededor de una muchacha, que está en el centro de un círculo de sal, con los ojos cerrados y respirando tranquila. No hay más que cinco mujeres, alguna de ellas muy mayor.

—¿Cuándo ha empezado? —dice Raine sin más preámbulos.

—Ayer fue su cumpleaños, hizo dieciocho.

Las mujeres que rodean a la chica siguen con sus cánticos y ella parece tranquila, por lo que nos retiramos a la cocina para hablar con la señora mayor.

—Ella no había notado nada, excepto algunos sueños extraños —nos cuenta—, pero ayer soñó que asesinaba a sus hermanos, que les sorbía la sangre. Y vimos la marca en la nuca. Es muy débil —suspira la mujer—. No entiendo, Raine. ¿No acabasteis con ella?

—Sí. Mi hermana y yo lo hicimos a la vez y se deshizo entre nuestras manos. Los Montecristo fueron testigos —dice mirándome de reojo—. Mi abuela pagó un precio muy caro por ello. Se la llevó el demonio.

—Pues hoy nos ha confesado que escuchó una voz que le pedía que fuera a ella.

Raine se sienta temblorosa y Ángel la abraza.

—Hay que acabar con ella —digo, y la abuela me fulmina con la mirada.

—No sabemos si se va a convertir —dice Ángel poniendo una mano sobre mi brazo, que quito de un gesto. Salgo al salón a vigilarla. Ella parece agitada.

De repente, abre los ojos y me pierdo en ellos. Son castaños, no rojos, y ahora que ha levantado la cabeza, veo que tiene una gran belleza. Trago saliva y me enfrento a mis miedos. A ese miedo de caer y perder. Me aparto de ella mientras susurra algo que parece decir… «mío…», pero pienso que es una tontería. Salgo de la casa y me apoyo en el coche, agitado.

No. Esos ojos. Los conozco, no sé de qué. Estoy trastornado hasta que Ángel se acerca haciendo ruido, para no sorprenderme.

—Ha dicho Estambul, que era el sitio donde nos íbamos de todas formas. La utilizaremos para que nos guíe hacia la vampira que la está llamando. Supongo que querrás venir, ¿no es así?

—¿Y si se convierte?

—Bueno, somos dos los Montecristo y Raine tiene experiencia. Localizaré a mi hermano y que acudan. Nos será útil su superfuerza y eso —dice sonriendo.

Asiento, porque no puedo decir ni una sola palabra. No tengo miedo de los vampiros, es para lo que he estado entrenando toda la vida. Solo tengo miedo de mí mismo.

Capítulo 4. Stella

Me cuesta poco hacer la bolsa, ya tenía casi todo preparado. Mi madre no se sorprende. Abrazo a mi familia y no podemos evitar echarnos a llorar amargamente. Mis hermanitas se abrazan a mí y no quieren soltarse, hasta que mis padres consiguen arrancarlas de mis piernas. Mi abuela se acerca a mí y me pone algo en la mano.

—No sé si querrás o no convertirte, en caso de que no sea así… esto te ayudará a trascender a la otra vida. Creo que en mi caso me gustaría que alguien me lo proporcionase.

Siento el tacto de un frasquito y lo guardo en mi bolsa. Asiento y le doy un abrazo. Sí. En caso de convertirme, no quiero ser un monstruo al que todos teman o que odien. Sé que la melliza de Raine está entre la humanidad y el vampirismo, pero yo no podría dejar a mi familia. Prefiero morir a vivir eternamente y ver cómo ellos van envejeciendo y muriendo. No, eso no es para mí.

—Irás conmigo en el coche —dice el antipático. Yo me vuelvo hacia Raine, pero ella se encoge de hombros.

—Solo hasta el aeropuerto —contesta—, luego vamos a ir todos juntos en el avión, tranquila. Él te quiere vigilar —susurra.

Subimos en los coches y nos dirigimos a Nápoles donde tomaremos un avión a Estambul. La persona que me llama lo hace desde allí y yo también quiero saber quién es. Dejo mi mochila en mi regazo. Mi abuela me ha metido algunas cosas más. Rituales defensivos contra ghouls, frascos de adormidera, por si tengo que dejar KO a alguno de mis guardianes, supongo que lo ha pensado por el tal Gabriel, y hierbas varias que conozco bien. He estado durante años ayudando a preparar la botica, algo que, a partir de ahora, si no estoy, harán mis hermanos.

Desvío la vista de la carretera y abrazo mi mochila, procurando no llorar. No quiero hacerlo delante de este tipo que siente tal desprecio por mí que se puede palpar. Y, sin embargo, la primera vez que lo vi, sentí que lo conocía. Como un dejà vù, pero no puede ser. Es italiano, sí, pero estoy segura de que no lo he visto en mi vida.

Lo observo de reojo. Tiene un perfil recto y pómulos marcados, y aprieta las manos en el volante como si quisiera arrancarlo. La verdad es que es muy fuerte y alto, un soldado. Siento algo de calor y miro hacia el frente, confundida.

—¿Puedo poner música? —digo para distraer mis pensamientos.

—No

—¿Por qué?

—He dicho que no. Y cállate.

—Pero ¿qué te pasa? No he hecho nada.

—Todavía.

—¿Te crees que esto me gusta? Yo no lo pedí.

—Pues que tus padres no hubieran hecho hijos.

—Serás hijo de puta —digo y me enfado tanto que no puedo evitar alzar la mano, pero él me coge de la muñeca y me aprieta hasta que me hace daño. Se gira levemente y veo sus ojos llenos de odio.

—Ni se te ocurra hacer un movimiento que pueda parecer sospechoso o acabaré contigo aquí y ahora.

Me suelta la mano con brusquedad y veo las marcas rojas que ha dejado. Se ven claramente sus dedos en mi piel blanca. Recojo la mochila que se había caído al suelo y froto mi muñeca suavemente. Dos lagrimones se deslizan, sin poder evitarlo, por mi rostro, pero no le daré el placer de verme llorar. Me seco con disimulo y sigo mirando por la ventana.

Un frenazo brusco me asusta tanto que grito. Menos mal que llevo el cinturón. Hay alguien en el medio de la carretera. Una mujer. La miro. Es extraña.

—Creo que es… No lo sé, es extraña. No salgas.

—Sea lo que sea, podré con ella —dice Gabriel saliendo despacio del coche. Ya sabía yo que ir por una carretera poco transitada no era buena idea. Hemos perdido a Raine, que iban más adelantados. Veo que saca sus espadas y se acerca despacio a la mujer que sonríe de forma siniestra. Ahora veo que es un ghoul.

Rebusco en la mochila los frascos de la abuela y encuentro dos. Dejo la mochila y salgo. Gabriel me mira de reojo y el ghoul aprovecha para atacar. Él es grande y fuerte y se defiende bien, pero ese ser triplica su fuerza. La hiere y le corta un brazo, que cae, sin sangrar. Yo me acerco lo suficiente como para no fallar. Preparo uno de mis frascos y se lo tiro a la cara. Le roza, le afecta, pero no lo suficiente para acabar con él. Maldigo en silencio y el ser me mira. Creo que soy su objetivo.

Gabriel clava su daga en el estómago y un líquido negro y asqueroso brota. La daga se queda atascada y el ghoul araña el brazo del Montecristo. Aprovecho para lanzarle el otro frasco que sí da de lleno y su rostro empieza a deshacerse, momento que él aprovecha para cortarle la cabeza.

El cazador trastabilla hacia atrás y, por mucho que lo haya odiado antes, lo ayudo a subir a la parte de atrás del coche, donde lo echo, aunque intenta levantarse. Se lo impido con una mirada y él se deja hacer. Recojo mi mochila y saco nuestra poción sanadora, esa que usamos para todo. Rasgo la camiseta del hombre, dejando ver la fea herida que no es muy profunda. La limpio y echo el líquido. Él, sorprendentemente para mí, se deja hacer. Luego me señala un botiquín en el suelo del asiento de atrás y vendo su brazo. Cuando me levanto, me doy cuenta de que he estado todo el tiempo sentada sobre uno de sus muslos y que, bueno, él no parece quejarse de ello. Me sonrojo y recojo todo.

—Quédate aquí atrás, porque puede que te marees. Yo conduzco hasta Nápoles. Llamaré a Raine.