La novia descarriada - Vanessa Vale - E-Book

La novia descarriada E-Book

Vale Vanessa

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Beschreibung

Cuando el indiferente padre de Laurel quiere empeñarla en matrimonio como parte de un acuerdo de negocios, ella busca evitar su destino y huye. Pero huir en una tormenta de nieve en Montana resulta ser un error terrible.

Cuando los guapos rancheros Mason y Brody encuentran a la pelirroja varada junto a su caballo lesionado, la acogen e inmediatamente deciden hacerla suya, convencidos de que pueden convertir a la hermosa desconocida en su esposa, en un arreglo inusual para casarse con los dos.

La costumbre de Bridgewater, donde una mujer se casa con dos esposos, es extraña para Laurel, pero pronto llega a amar a estos hombres protectores que la despiertan a un mundo de placeres carnales que nunca supo que existían. Y Laurel comienza a amarlos por su guía y protección.

¿Pero su felicidad se verá amenazada por el secreto que alberga? ¿La seguirán amando Mason y Brody si descubren quién es? ¿Y qué pasará cuando su padre calculador y el hombre cruel con quien él quería que se casara la encuentren?

 

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La novia descarriada

La serie de Bridgewater - Libro 2

Vanessa Vale

Derechos de Autor © 2019 por Vanessa Vale

Este trabajo es pura ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación de la autora y usados con fines ficticios. Cualquier semejanza con personas vivas o muertas, empresas y compañías, eventos o lugares es total coincidencia.

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de este libro deberá ser reproducido de ninguna forma o por ningún medio electrónico o mecánico, incluyendo sistemas de almacenamiento y retiro de información sin el consentimiento de la autora, a excepción del uso de citas breves en una revisión del libro.

Diseño de la Portada: Bridger Media

Imagen de la Portada: Period Images

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

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ACERCA DE LA AUTORA

1

LAUREL

Nunca había tenido tanto frío en mi vida. Mis dedos pasaron de fríos a dolorosos y ahora estaban entumecidos. Mis piernas estaban más calientes donde apretaban los costados del caballo. Me había arrojado la bufanda sobre la cabeza y la había atado debajo de mi barbilla hacía una hora, pero no ofrecía una protección real contra la nieve. Solo habían sido ligeras ráfagas cuando me fui del establo, pero ahora los copos eran gruesos y caían tan pesadamente que no podía ver nada delante de mí. El viento se había levantado y soplaba la nieve por todos lados; el frío mordía hasta la médula.

Estaba perdida. Completa y absolutamente perdida, lo que significaba que iba a morir. Virginia City era mi destino cuando me fui, un pueblo que estaba a solo dos horas a caballo desde casa, pero ya había estado fuera por mucho más tiempo, y no estaba a la vista. Por supuesto, no había nada a la vista. Mis pestañas estaban cubiertas de nieve y cada vez era más difícil permanecer despierta. Quedarme dormida sería una bendición, especialmente con mantas gruesas y calientes, un fuego crepitando y té caliente. Soñar como lo estaba haciendo no hacía nada para cambiar mi situación. Iba a morir. Tontamente.

Pero ¿qué se esperaba que hiciera? ¿Quedarme en la casa y dejar que papá hiciera un trueque conmigo como parte de un negocio? El señor Palmer había ofrecido la venta de sus tierras, junto con varios miles de cabezas de ganado, por mí. Sí, yo era el precio. Tal vez no todo, pero el hombre había hecho la propuesta financiera lo suficientemente razonable como para que papá se enganchara como un pez con un buen gusano gordo. Entonces, una vez que tuvo a mi padre ansioso, le dio el verdadero precio. La hija.

Viví en una escuela en Denver desde que tuve siete años, fui enviada lejos y olvidada durante catorce. Después, hace dos meses, en una carta mi padre me pidió que volviera. Pensé que, después de todo ese tiempo, mi padre me quería, y yo me aferré ingenuamente a esa esperanza. Mis ilusiones se hicieron añicos ayer, cuando el señor Palmer llegó a mi encuentro y ambos hombres me contaron su plan.

Fue entonces cuando me di cuenta de mi verdadero valor para papá. No era su hija, sino una yegua preciada que había vendido al mejor postor. Me mandó a buscar solo para que me casara con el señor Palmer y finalizara su trato. Iba a cambiarme por una franja de tierra, ganado y derechos de agua. Yo no fui nada para él todo este tiempo, porque fui yo quien mató a su esposa. Ella murió al darme a luz, así que fue mi culpa.

Los matrimonios por conveniencia ocurrían todo el tiempo en el Territorio de Montana. Una mujer no podría sobrevivir por sí sola sin un hombre; eso era un hecho. Ni siquiera había estado en Simms, y mucho menos en el Territorio de Montana. Había estado bajo la tutela de la escuela en Colorado. En cualquier caso, mi vida no me pertenecía; pero no sería un peón en las negociaciones de tierra de papá. Especialmente no cuando el precio, al menos para mí, era tan alto.

Mi futuro marido tenía al menos cincuenta años y tres hijos adultos, dos de los cuales estaban casados y vivían en Simms, el tercero en Seattle. Podría haber sido tolerable ser la esposa del hombre aun siendo más joven que sus hijos, pero era más bajo que yo, tenía un vientre que me recordaba al de un barril de whisky y más pelo en el dorso de sus manos que en su cabeza. Lo peor de todo era que le faltaban dientes, y los que le quedaban eran amarillos de tanto mascar tabaco. Y olía mal. El hombre era repulsivo. Si hubiera sido alto, guapo y viril, si hubiera hecho que mi corazón se acelerara y mis mejillas se ruborizaran con su presencia, eso habría sido otra cosa. Papá dijo que el trato estaba hecho, los contratos firmados. El único trámite legal que quedaba por resolver era adquirir una licencia de matrimonio, y como mañana sería domingo, se resolvería en el servicio de la iglesia de la mañana.

Así que en vez de casarme con el señor Palmer, iba a morir. Yo, Laurel Turner, decidí congelarme hasta morir antes que casarme con un viejo nada atractivo, poco interesante y con sobrepeso. Mi enojo hacia el hombre y la falta de consideración de mi padre por lo que yo quería me hicieron impulsar más al caballo. Quizás podría ver una luz, una casa, un edificio, cualquier cosa en esta tormenta helada donde pudiera buscar refugio. Entumecida, me limpié la mano sobre los ojos con incredulidad. ¿Eso era una luz? Un brillo amarillo, apagado y suave apareció brevemente a través de la nieve y luego desapareció.

La esperanza me atravesó y giré el caballo en esa dirección.

MASON

—Conseguiré más leña por la mañana —le dije a Brody, quien estaba trabajando en su escritorio. Estábamos en el salón, el fuego en la chimenea calentaba la habitación y la casa más allá en la noche fría y amarga. El viento y la nieve sacudían las ventanas. Fui hacia una y halé la cortina gruesa. Todo lo que podía ver era mi propio reflejo y la nieve soplando de lado—. Imagino que la pila de leña estará enterrada para entonces.

Brody levantó la vista de unos papeles que estaba estudiando.

—¿La caja de la cocina está llena?

—La revisaré y encenderé la estufa antes de acostarme.

Mi amigo solamente asintió con la cabeza y regresó a su trabajo. No había mucha actividad de rancho que hacer en medio del invierno, más allá de asegurar que las vacas no se murieran en un clima como este o de atender a los caballos. Los días eran cortos, las noches largas. Solo los más valientes de los hombres sobrevivían en el Territorio de Montana, pero para mí, para Brody y el resto de nuestro regimiento, quienes construyeron el Rancho de Bridgewater, este era nuestro hogar.

Kane e Ian, tenían a su esposa, Emma, para ayudarles a pasar el tiempo, y con la notable forma en que le estaba creciendo la barriga, habían estado bastante ocupados. Andrew y Robert tenían a Ann y a su hijo pequeño, Christopher, para mantenerlos bien ocupados. Eran los solteros de Bridgewater los que padecían las largas noches de invierno solos. Suspiré, preguntándome si Brody y yo alguna vez conoceríamos a la mujer para nosotros. No era una tarea fácil encontrar una mujer que se casara con dos hombres, porque eso era lo que tendríamos —una esposa para los dos—. Esa era nuestra manera, la manera de los hombres de Bridgewater, encontrar a una mujer, hacerla propia, cuidarla, protegerla y poseerla por el resto de nuestras vidas.

Suspiré otra vez mientras me encogía de hombros dentro de mi abrigo de piel, me volteé el cuello y me puse guantes de cuero. Una mujer no aparecería esta noche, no importaba cuánto lo hubiera deseado. Cuando abrí la puerta trasera, una ráfaga de aire helado me golpeó con toda su fuerza, arremolinando la nieve en la cocina. Salí rápidamente, cerrando la puerta detrás de mí, para mantener el aire caliente dentro. En un clima más benévolo podría ver las luces de las otras casas en la distancia. Esta noche, sin embargo, no había nada más que blanco y negro.

Apilada bajo los aleros de la casa había una pila de leña lo suficientemente grande como para abastecernos durante el invierno. Tomé algunos troncos, los amontoné en mis brazos, entré, los llevé al salón y los dispuse en la chimenea.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Brody, aún en el trabajo.

Negué con la cabeza.

—Otro tronco aquí y otro en la cocina. Me iré a la cama cuando termine.

—Buenas noches —contestó Brody distraídamente, concentrado en su tarea.

Una vez más, en el exterior amargo, apilé más leña en mi antebrazo. Fue cuando recogí el último tronco cuando escuché a un caballo relinchando. Me detuve. Todos los caballos estaban en el establo durante la tormenta. No sobrevivirían a la intemperie en una noche como esta. Sin duda tendríamos una vaca o dos muertas por la mañana.

El viento se levantó mientras la nieve se deslizaba por mi cuello. Levantando los hombros, me estremecí por la frialdad en mi piel. Estaba escuchando cosas.

Ahí.

Lo escuché otra vez. Era un caballo. Esta vez el relincho sonó más como un grito. Lo había escuchado antes, era un caballo con dolor. Miré hacia afuera en la oscuridad, pero no podía ver nada. Ningún animal, no había nada a la vista, solo nieve. Nieve que estaba más arriba de mis tobillos; no había duda de que la acumulación se incrementaría durante la noche. Por la mañana estaría a la altura de mi cintura si el viento permanecía así. ¿Alguno de los otros hombres habría perdido un caballo? ¿Estaba el animal deambulando a la intemperie con este clima?

Puse la pila de leña atrás, abrí la puerta y le grité a Brody. Él vino rápidamente.

—Escuché un caballo. Voy a salir a buscarlo.

Brody estaba sorprendido.

—Eso es extraño. Podría ser el viento.

—Podría serlo —estuve de acuerdo—. Tengo que verificar. No quiero perder un animal por esto.

Levantó una mano.

—Necesitarás una linterna, y toma el rifle. —Fue hacia el estante de armas donde estaban seis rifles alineados verticalmente sobre la pared, listos para cualquier tipo de emergencia. En Bridgewater, siempre estaba la posibilidad del peligro. Brody tomó uno y verificó el cañón antes de pasármelo. Tomó otro para él mismo.

—Dame cinco minutos, después dispara una vez —le dije, asegurándome de saber en cuál dirección cruzar para regresar—. No iré muy lejos.

—No te pierdas. No quiero salir con este maldito clima para encontrarte. —Sonrió.

No podía culparlo. Yo tampoco quería salir con este clima. Pero sí había escuchado a un caballo. No lograría dormir si no lo verificaba.

Después de colgarme el rifle al hombro, me puse la bufanda alrededor del cuello otra vez y forjé un camino en el espesor de la nieve. Después de unos diez pasos, me detuve, escuchando. Viento, nada más que viento. Esperé. Allí. Me volví hacia el sonido, caminé en esa dirección. Un minuto, luego dos. Luego otro. Era lento, iba a la deriva, luchando contra el viento. Finalmente lo vi. El animal solo estaba a unos metros delante de mí, acostado de lado. Afortunadamente, tenía un pelaje oscuro, de lo contrario, podría no haberlo visto. Me agaché cerca de su cabeza, lo escuché respirar con dificultad, con los ojos muy abiertos y salvajes. El sudor le cubría el pelaje, incluso con este tiempo, y la nieve comenzaba a cubrirlo, a amontonarse sobre él. El sonido que se le escapó al animal era de dolor, casi un grito de tortura. Tenía una herradura, riendas que comenzaban a cubrirse de nieve. Una silla de montar. Significaba que había un jinete. En algún lugar.

Me puse de pie, corrí en un círculo rápido alrededor del animal y encontré una masa oscura en la nieve. Un hombre. ¿Estaba muerto? No sería una sorpresa, ni por el clima adverso ni por haber sido arrojado desde el lomo del caballo. Afortunadamente, la nieve profunda había amortiguado la caída. Mientras el caballo relinchaba sonidos agonizantes, puse mis manos sobre el abrigo oscuro del jinete silencioso. No era el físico ancho de un hombre lo que sentí, sino el de una cintura estrecha, de caderas acampanadas. ¡Una mujer! Santo cielo. Una mujer estaba a la intemperie con este clima.

La rodé sobre su espalda y sus senos turgentes quedaron debajo de mis palmas cubiertas por los guantes. Me di cuenta de que eran prominentes y exuberantes, incluso a través de las capas de ropa. Su cabeza estaba protegida por una bufanda bien ajustada, pero había estado tendida allí el tiempo suficiente para que la cubrieran unos centímetros de nieve. Ni siquiera sabía si estaba viva o muerta. No perdería el tiempo averiguándolo. Tenía que estar protegida del adverso clima y rápidamente.

El caballo, sin embargo, era otra cosa. Dejando a la mujer, volví hacia el caballo, miré sus patas delanteras. Allí, como sospechaba, había una fractura desagradable, y el hueso atravesaba la carne con un borde blanco dentado. Debió de haber pisado un pozo de perro en la pradera. No era infrecuente y, desafortunadamente, era mortal. Preparando el rifle, volví a la cabeza del caballo, acaricié su pelaje elegante y le apunté.

El disparo sonó en la noche, pero fue amortiguado por la nieve y el sonido soplado por el viento. Dudaba que cualquier otro hombre, además de Brody, escuchara el disparo. Si lo hubiera hecho, esperaría dos más, tres seguidos eran señal de una emergencia. Nadie se atrevería a salir con este clima de otra manera que era claramente mortal.

No podía perder más tiempo con el caballo; la mujer era ahora mi preocupación. Levantándola con facilidad, me di la vuelta y seguí las huellas hasta la puerta. Solo sería cuestión de tiempo antes de que desaparecieran. El viento no era tan fuerte al volver.

—Tan… frío —murmuró.

¡Estaba viva!

—Te tengo —respondí—. En apenas un minuto vas a estar bien caliente otra vez. Solo mantente despierta para mí, cariño.

—Tú… hueles bien —dijo con dificultad.

No pude evitar reírme con sus palabras. Claramente estaba fuera de sí porque ¿qué mujer admitiría eso en semejante aprieto?

Era una mujer liviana. Podía sentir sus curvas debajo de mis brazos. Fue su tranquilidad lo que hizo que apresurara mis pasos. ¡Finalmente! El brillo cálido de la linterna de la cocina apareció.

—Casi llegamos, cariño.

Empujé la puerta con mi pie. Una vez, dos veces.

Brody la abrió inmediatamente.

—Santos cielos —murmuró, dando un paso atrás para dejarme entrar.

—Aquí. Tómala.

Se la entregué a un Brody sorprendido. Sus ojos se abrieron de par en par cuando aludí a ella e incluso se abrieron más cuando él, también, sintió la forma de la mujer.

2

BRODY

Me puse de pie en la cocina, sosteniendo a una mujer. Anonadado. Mason había salido porque creyó que había escuchado a un caballo —me imaginé que había sido el sonido engañoso del viento— y regresó con una mujer. Sí, seguramente era una mujer. El tamaño, la sensación de sus curvas suaves, incluso a través de su abrigo, no dejaban lugar a dudas. Estaba cubierta de pies a cabeza —botas, vestido largo, abrigo de lana, una bufanda que le cubría el rostro. No podía ver nada de su piel, solo podía sentir su feminidad. Su atuendo no estaba a la altura de las inclemencias del clima. ¿Qué estaba haciendo afuera en esta tormenta? ¿Por qué estaba aquí, en Bridgewater? ¿De dónde había salido?

—¿Está muerta? —le pregunté a Mason, quien se quitó los guantes y el abrigo. Estaba helada y la nieve que la cubría empezó a humedecer mi camisa.

—No —respondió, respirando con dificultad.

Su respuesta me impulsó a la acción. Dando la vuelta, la puse suavemente sobre la mesa grande de la cocina y empecé a deshacerme de sus capas de ropa.

Le quité la bufanda húmeda de la cabeza, desenrollándola y dejándola caer al suelo, y ella gimió. Me hizo hacer una pausa.

—Solo quiero dormir —murmuró.

Su rostro estaba pálido, muy pálido, y sus labios estaban despojados de todo color. Si se dormía ahora, podría morir. Teníamos que calentarla y mantenerla despierta.

—Oh, no. Dormir no —le dije.

Su cabello era de un rojo ardiente, llevaba un moño en la nuca y mechones salvajes que caían sobre su rostro, con las puntas de algunos cubiertas de nieve y hielo. Le toqué la mejilla. Estaba fría como el hielo.

—Mmm —dijo ella e inclinó su cabeza sobre mis dedos.

Miré a Mason, quien se había acercado para ponerse de pie enfrente de mí, con la mujer entre nosotros sobre la mesa.

—Busca una manta en la otra habitación. Colócala sobre la estufa para calentarla. No está demasiado caliente ahora como para quemar.

La vida de esta mujer estaba en nuestras manos. Me dirigí hacia sus pies para quitarle las botas, pero el hielo había endurecido los cordones. Tomé un cuchillo grande de cocina y corté a través de ellos. Arrojé el cuchillo a la estufa con un ruido, tirando de una bota y luego de la otra.

—Espera —gritó ella, moviéndose sobre la mesa—. ¿Qué estás haciendo? —Sus ojos se abrieron y me miró, confundida y perdida. Sus ojos eran muy verdes, muy claros.

—Tienes frío y estás mojada, y algunas de tus ropas están cubiertas de hielo. Necesitamos calentarte.

No esperé más para discutir al respecto; era un asunto de vida o muerte. Después siguieron sus medias pesadas, atadas con una cinta justo encima de sus rodillas.

Mason regresó con dos mantas, colocó una sobre la estufa y la otra en la silla a su lado. Sacó el otro calcetín hábilmente mientras yo desabrochaba los botones de su abrigo.

—¿Quién eres? —preguntó ella, empezando a temblar. Esa era una buena señal.

—Me llamo Brody y estás en nuestras tierras. Mason te encontró.

—Gracias —dijo ella—. Pensé que moriría allá afuera.

—No vas a morir con nosotros, cariño —le dijo Mason—. Pero vamos a tener que quitarte tu ropa.

Miró entre nosotros mientras negó con la cabeza.

—No, lo haré yo misma. —Sus dedos se acercaron a los botones de su abrigo—. No… no puedo sentir mis dedos. Están entumecidos.

—Déjanos ayudar. —Aparté sus manos amablemente y terminé la tarea por ella.

—Jesús, eres hermosa —murmuró Mason, ayudándome a levantarla y a deslizar el abrigo por sus brazos.

—No creo que haya visto un cabello de ese color alguna vez —respondí.

—Es rojo —refunfuñó.

Pronunció las palabras como si el color fuera terrible. Era como fuego, con oro y bronce mezclados. En las partes que estaba mojado se veía más oscuro, aunque estaba claro que era bastante rizado, incluso con toda la longitud metida dentro de un moño.

Mason levantó la parte superior del cuerpo de la mujer mientras yo desabrochaba los botones del frente de su vestido.

—Ustedes no deberían estar…

—¿Cómo te llamas? —preguntó Mason.

—Laurel.

—Laurel, tu ropa está mojada y debes calentarte. ¿No tienes frío?

Asintió con la cabeza y otro escalofrío la sacudió.

—Entonces déjanos cuidarte —la tranquilicé—. Estás a salvo con nosotros.

Comencé una vez más, pero rápidamente me sentí frustrado porque me llevaba demasiado tiempo, así que tiré de la tela y los botones saltaron por toda la habitación. Debajo llevaba un corsé y lo liberé.

—Esto no es apropiado. Yo nunca... tengo frío. —Estaba confundida, cansada y claramente afectada por el frío. Su modestia era una señal de que estaba pensando con cierta claridad, pero su necesidad de calor superaba su ansiedad.