La Novia Rebelde - Vanessa Vale - E-Book

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Vale Vanessa

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Beschreibung

Bienvenido nuevamente al Salvaje Oeste del año 1885 en el pueblo de Bridgewater, donde un vaquero—un esposo—nunca es suficiente.

Joven, idealista y hermosa, Tennessee Bennett anhela casarse, pero únicamente por amor. Desafortunadamente, su padre pretende casarla con el primer hombre rico que quiera tenerla para pagar sus deudas de apuestas. Cuando su plan toma un rumbo asesino, Tennessee se encuentra en la calle sola y sin dinero.

Los mejores amigos James Carr y Jonah Wells han observado y deseado a Tennessee durante dos años. Caballeros hasta los huesos, han hecho lo correcto, esperar a que se convierta en una mujer lo suficientemente mayor para despertar a sus tactos. Pero cuando descubre que Tennessee está en peligro, James se da cuenta de que han esperado demasiado. La mujer rebelde será reclamada y despertada a la pasión no sólo por un esposo, sino por dos.

La costumbre de Bridgewater de que una mujer se case con dos esposos es desconocida para Tennessee, pero el calor entre ellos es innegable. Ella descubre que sus hombres harán lo que sea para protegerla. Pero la protección—incluso la pasión—no es amor, y Tennessee no está dispuesta a renunciar a lo único que verdaderamente necesita en un matrimonio.

 

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La Novia Rebelde

La serie de Bridgewater - Libro 9

Vanessa Vale

Derechos de Autor © 2019 por Vanessa Vale

Este trabajo es pura ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación de la autora y usados con fines ficticios. Cualquier semejanza con personas vivas o muertas, empresas y compañías, eventos o lugares es total coincidencia.

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de este libro deberá ser reproducido de ninguna forma o por ningún medio electrónico o mecánico, incluyendo sistemas de almacenamiento y retiro de información sin el consentimiento de la autora, a excepción del uso de citas breves en una revisión del libro.

Diseño de la Portada: Bridger Media

Imagen de la Portada: Hot Damn Stock; Deposit Photos: lafita

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

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ACERCA DE LA AUTORA

1

JAMES

De todas las mujeres en el Territorio de Montana, ¿por qué mis pelotas la anhelaban a ella? Tennessee Bennett era un puñado. Un puñado peligroso para más que solo ella misma, por lo que descubrí rápidamente—una vez que lograra que se calmara lo suficiente para ser coherente—no sólo había hecho que la secuestrara un demente, sino que puso a mi hermana en la misma habitación con él. Afortunadamente, después de seis días… seis malditos días en las garras del hombre, Tennessee estaba libre, gracias a la ayuda impetuosa de Abigail. Afortunadamente, ambas mujeres estaban completas e intactas después del incidente.

En cuanto a Abigail, sus dos esposos la atendieron y la llevaron a casa en Bridgewater. Fue difícil dejarlos hacerse cargo de ella—ese había sido mi rol hasta ahora—y tendría que adaptarme a su matrimonio, pero ellos la mantendrían a salvo. Feliz.

Y mientras que Abigail tenía a Gabe y a Tucker, Tennessee no tenía a nadie. Ni dinero. Ni un lugar para vivir. Ninguna posibilidad de conseguir un trabajo ahora que sus estudios habían finalizado.

Lo que si tenía era a mí y yo me iba a asegurar de que estuviera cuidada. No protegí a Abigail en el incendio hace años. Ella me rescató a mí. La culpa por eso, por la cicatriz que llevaba, me recordaba mi fracaso cada vez que la miraba. No volvería a hacerlo nunca más. Salvaría a Tennessee, sin importar lo que fuera necesario. Unas palabras amables, unos azotes o incluso una follada dura.

Para empezar, parecía que serían unos azotes. Porque mientras que Abigail había sollozado y necesitaba consuelo y afecto, Tennessee parecía no necesitar nada más que la capacidad de desahogar sus frustraciones. Conmigo.

“James Carr, el hecho de que tu hermana sea mi amiga más cercana no te da el derecho de decirme qué hacer”.

Me miró a través de sus pestañas pálidas. Esos ojos azules, con círculos oscuros debajo de ellos después de seis días de preocupación y probablemente insomnio, me hacían querer abrazarla y decirle que todo estaría bien, pero no podía. No por ahora. No la mimaría. Era muy obvio—al menos para mí—que necesitaba una mano dura por ponerse a ella misma en un aprieto así, y la obtendría conmigo. Sólo podía imaginarme que los mimos la habían metido en este lío, ya que su padre fue demasiado suave en su crianza.

“¿Después de lo que acaba de pasar?”, respondí. “Fuiste secuestrada y retenida por una recompensa. Grimsby te iba a matar”. Sólo yo sabía todo esto porque ella había tenido que contar lo que le había pasado al alguacil a cargo. Tomé aire, lo dejé salir, pensando en lo que él podría haberle hecho. “Abigail vino a rescatarte y tú te escapaste, dejándola en la casa de ese hombre. Sola”.

“¡No me escapé, volví con el alguacil!”, soltó. Para alguien cuya cabeza sólo llegaba hasta mi hombro, tenía una gran habilidad para mirarme por debajo de su nariz.

Aunque Tennessee no tenía ninguna habilidad para ofrecer ningún tipo de ayuda en la situación en la que se encontraban—y había ido a buscar al alguacil—era el hecho de que había metido a mi hermana en su propio aprieto lo que me irritaba. El hecho de que se pusiera a ella misma en semejante peligro en primer lugar.

Seis días con ese hombre.

“Puede que sea mejor, jovencita, que no hables, de lo contrario encontraré un callejón vacío y te pondré sobre mi rodilla”, respondí, llevándola hacia la acera de Butte. Mientras más rápido nos fuéramos del pueblo, más rápido estaríamos solos y podría doblarla sobre mis muslos, sus calzones en las rodillas, su trasero desnudo y rosado con las huellas marcadas de mi mano.

Yo nunca le había levantado la mano a una mujer, y no iba a comenzar ahora. Esta me irritaba tanto. En espíritu y cuerpo. Unos azotes le harían a ella—y a mí—mucho bien. También lo haría follarla a plena luz del día.

Ambos podrían tener resultados similares.... Tennessee dócil y domesticada, y ambos serían placenteros para mí. ¿En cuanto a ella? Puede que no le gusten los azotes al principio, pero tenía una naturaleza apasionada, y sin duda tendría una vagina mojada y necesitada cuando acabara.

Pero primero tenía que encontrar un lugar privado para aplicar este castigo—un callejón no funcionaría sin importar cuanto amenazara... y para calmarme de antemano. Mientras más hablaba, menos me tranquilizaba.

El clima estaba bastante cálido, lo que hacía que las calles estuvieran llenas de ruido. Pasaban carretas y caballos con jinetes. Una música minúscula de piano provenía de una cantina, lo que no era sorprendente, ya que parecía haber una en cada esquina. Los reyes ricos del cobre se mezclaban como peatones con damas de la noche y mineros. Yo odiaba las ciudades. El ruido. El aplastamiento salvaje de la humanidad. No habría venido si no fuera por la desaparición de Abigail. No me quedaría si no fuera por Tennessee y no por mucho tiempo.

“No quiero ir a casa contigo”, dijo, tirando de mi agarre.

Mi mano estaba encima de la suya en el hueco de su codo para evitar que saliera corriendo, tal como estaba tratando de hacer. Le dije, de manera inequívoca, que se iba a ir de Butte conmigo. No le ofrecí ninguna opción, porque no tenía otras.

“Ni siquiera te conozco”, agregó con un júbilo que hizo que su pecho chocara contra mi brazo. Gemí hacia mi interior por su exuberante sensación. A pesar de que a penas me llegaba al hombro, tenía curvas que eran imposibles de esconder bajo su vestido remilgado. El azul pálido combinaba con sus ojos, pero el material de algodón la cubría desde el cuello hasta la muñeca y el tobillo. La prenda era tan inocente como ella. Tal vez no en disposición, pero definitivamente en cuerpo.

Oh, que descaro. No podía esperar a ver cómo se ponía en... tareas más íntimas.

Durante dos años, desde que la había visto por primera vez en la escuela, había ocupado mis sueños, había puesto mi pene duro, me había obligado a acariciarlo con frecuencia y a encontrar alivio con mi mano mientras veía los mechones de cabello largos y pálidos enredados en mis dedos, la sensación suave de su piel contra la mía, el sonido de sus gemidos mientras la complacía, la sensación de su vagina ajustada mientras la llenaba por primera vez.

Apreté los dientes, sabiendo que se había ido con Grimsby y había puesto su vida en peligro cuando pudo haber acudido a mí y yo la habría salvado. Eso había acabado. Su padre estaba muerto y Grimsby de camino a la cárcel.

Después de dos años, Tennessee Bennett era mía. Esperé porque ella era demasiado joven y quería que terminara la escuela. Pero me enfermé, y aunque pensaba que era un simple resfriado de verano, el doctor pensó en algo más. Un latido irregular en el corazón indicaba que tenía una debilidad en el órgano. Muy probablemente una muerte prematura. Su diagnóstico era desalentador, como si fuera a caerme en cualquier momento. Me sentía recuperado del resfriado, aunque todavía cansado. ¿Era porque me estaba muriendo o porque necesitaba dormir un poco—y tener menos estrés? Quizás moriría pronto, pero no tenía intención de hacerlo antes de vivir. Antes de tener lo que quería, y eso era Tennessee.

Abigail no se interpondría en el camino, no es que dudara de que se opusiera a nuestra unión; estaba casada y había guardado sus propios secretos. Yo mantendría mi salud en secreto hasta que pudiera volver a ver al médico.

Ahora nada nos impedía estar juntos—maldito sea el corazón débil—excepto quizás la misma Tennessee. Ya era hora. No sólo estaba lista, necesitaba un hombre de verdad. La vería feliz, cómoda, cuidada. Apreciada. Amada. Le daría la luna si pudiera.

“No soy un extraño. Soy el hermano de tu mejor amiga”, respondí, tergiversando sus primeras palabras a mi gusto.

Frunció los labios. “¿Qué planeas hacer conmigo?”, preguntó ella, una ceja pálida arqueada.

Maldición, era tan encantadora. Parecía que yo era un glotón para el castigo porque mi pene no quería una mujer mansa y dócil como esposa. No, se puso duro por esta gatita que parecía más inclinada a querer pisotear mis pelotas en lugar de cubrirlas en la palma de su mano y sentir cuánto semen había en ellas para llenar su vagina virgen.

“Casarme contigo, por supuesto y no sólo un matrimonio normal, sino uno de Bridgewater. ¿Sabes lo que es eso?”

Sus ojos se abrieron de par en par. “¿Casarme?”, chilló. “No quiero casarme contigo”.

Claramente, sólo escuchó mi primera frase, no las otras, porque entonces sabría que no sería sólo yo quien la reclamó, sino Jonah Wells también. Tener dos esposos aseguraría que siempre estuviera a salvo, que nunca le pasara nada. Fue una decisión instantánea. Ella estaba a mi lado y nos casaríamos. Pero estuve enfermo. Estaba enfermo, según el médico. Quería a Tennessee, pero no quería dejarla sola—y posiblemente tener un hijo—si el diagnóstico era correcto. Jonah Wells era el candidato perfecto. La única persona con la que podría imaginarme compartiendo una esposa.

Él iba a venir a Butte y ayudarme a buscar a Abigail—yo dejé el rancho apresuradamente con Tucker y Gabe y le pedí que viniera a ayudar—pero aún no lo había visto. Eso no era sorprendente ya que nos había tomado tiempo rastrear a Abigail hasta la casa de Grimsby. Estábamos seguros de que nos toparíamos con él.

“¿Por qué no? Grimsby fue tu última conquista y estabas dispuesta a casarte con él. No puedo imaginármelo como tu primer intento”.

Tenía a Tennessee a mi alcance y no iba a esperar que llegara Jonah para hacer las cosas oficiales. En un matrimonio de Bridgewater, él también sería su esposo, con o sin ceremonia. Sabía que él había visto a Tennessee y la quiso igual de rápido. Una vez se leyeran los votos, sabría de una vez por todas que ella estaría a salvo.

Sus ojos se entrecerraron y se sonrojó, su piel pálida revelando la verdad sin que pronunciara una palabra. Había estado cazando un esposo. Cazando a un esposo rico y resultó ser un desastre. Tan malo que su padre había sido asesinado. Mierda, me iba a llevar a la locura. La apoplejía podría ser una muerte más fácil.

“Puede que sea un simple ranchero, pero no bebo en exceso, no maldigo—al menos frente a las mujeres, tengo todo mi cabello, mis dientes”, compartí, colocando una mano sobre mi pecho. También tenía dinero. Bastante junto con una gran hilera de tierra. Como mi esposa, a ella no le faltaría nada, pero no me casaría con ella por eso. “Soy exactamente lo que estabas buscando”.

Y ella era justo lo que yo estaba buscando. Con su temperamento salvaje y todo.

Tomé su brazo, la llevé a la calle una vez más. “Ven a casa conmigo, tenemos que encontrar a un predicador primero”. Luego una cama.

Tiró de mí y gritó. “¡No! Me dijiste que me iría contigo. No me diste otra opción. No quiero ir contigo, mucho menos casarme contigo”.

Nuestra progresión fue detenida por un hombre que estaba rodando un barril de madera desde la calle de tierra hacia una cantina, cruzando nuestro camino.

Levanté una ceja. ¿Por qué se estaba oponiendo? “No tienes otra opción que casarte. Si no, no habrías intentado atraer al Sr. Grimsby a la soga del párroco. Te prometo que soy mucho mejor partido que ese—” No terminé la frase, porque la palabra que tenía para el hombre no era apropiada para mencionarla en voz alta.

“¡Él me está secuestrando! ¡Ayuda!”, gritó.

La miré fijamente, aturdido. ¿Secuestrando? Quería arrojarla por encima de mi hombro y hacer tan solo eso, pero no me había parecido necesario. Después de todo por lo que había pasado, esperaba que fuera un poco obediente y viera que le había ofrecido un refugio seguro. Un matrimonio con un hombre que la quería. Que la deseaba para... ella. Conmigo tendría dos esposos. El doble de protección, comodidad y amor. Tal vez había estado equivocado.

El hombre fornido detuvo el barril, bloqueó nuestra progresión hacia adelante y miró fijamente a Tennessee, su mirada se deslizaba hacia donde yo estaba agarrando su brazo. Ella tiró de mi agarre y fue alrededor del barril para poner distancia entre nosotros.

Aunque el barril tenía una altura similar a la mía, él pesaba un poco más. Los músculos carnosos por su empleo hacían que sus brazos se abultaran debajo de su camisa manchada de sudor. Yo trabajaba duro en mi rancho todo el día, pero no podía competir con el manejo de barriles pesados de cerveza. “¿Qué quiere usted con la señorita?”, me preguntó. Su voz era profunda y no pude evitar ver la forma en que sus gruesas manos se apretaron puños.

“Él es peligroso”, agregó Tennessee, y luego se llevó los dedos a la boca como si estuviera escondiendo un labio tembloroso. Me pregunté si le habían enseñado teatro en la escuela a la que había asistido con Abigail.

Oh, Tennessee iba a recibir unos azotes por el resto de su vida por esto cuando le pusiera las manos encima. Di un paso hacia ella. “Acabas de ser rescatada de un secuestro. ¿De verdad, Tennessee?”

“¡Incluso tiene un arma!”, gritó, señalando el arma metida en mis pantalones en mi cadera. Era la que Abigail me había quitado y la que usó para disparar un tiro de advertencia a Grimsby. Sin duda todos los hombres de la multitud que se habían formado a nuestro alrededor llevaban un arma. Esta podría ser la ciudad más rica de la Tierra, pero seguía siendo un territorio salvaje.

“Tenn—” Dije, pero se cortó cuando el fornido empujador de barriles extendió la mano y agarró mi camisa. Su golpe aterrizó antes de que pudiera hacer nada más que levantar mis manos en un débil intento de defensa. Fui tumbado y choqué con la pared de ladrillos del edificio. Mi cabeza se golpeó contra la dura superficie, y mientras me deslizaba por el suelo, el mundo se volvió negro.

Me desperté con Jonah de cuclillas en la acera delante de mí. Era mi amigo y vecino—si se le puede llamar así, cuando nuestros ranchos eran lo suficientemente grandes como para que nuestras casas estuvieran a más de un kilómetro y medio de distancia—y me miraba. Era una década más viejo, su evaluación tenía mucha experiencia. “¿Un día duro?”, preguntó.

Acercándome, tomé la mano que me ofrecía y me ayudó a ponerme de pie. Con una mueca de dolor, toqué suavemente mi ojo, sabiendo que estaba hinchado.

“Mierda, eso duele”.

Miré por encima de los hombros anchos de Jonah. El bruto y su barril se habían ido hace mucho tiempo y también Tennessee. Mierda.

“¿A dónde se fue?”

“¿Quién? ¿Abigail?” Miró en ambos sentidos de la calle.

“No. Tennessee Bennett”. Suspiré, girando la cabeza de un lado a otro. “Es una larga historia, pero ella es la mujer de la que te hablé”.

Compartí con él mi deseo hacia Tennessee, mis intenciones de casarme con ella y hacerla mía. Con el tiempo. Bueno, el tiempo era ahora y parecía que ella había desaparecido.

“¿Ella te noqueó?” Una sonrisa se extendió por su rostro. “Lo admito, me tiene intrigado”.

Suspiré, luego refunfuñé: “No, ella no me noqueó. No podría golpear una almohada de plumas y dejar una abolladura. Hizo un alboroto, dijo que yo la iba a secuestrar y un hombre bruto vino a rescatarla. Golpeándome”.

Volví a hacer una mueca de dolor mientras él inclinaba la cabeza hacia atrás y se reía. Cabezas se volvieron hacia su estallido, especialmente las damas. Con su cabello rubio, su rostro cincelado y su gran físico, muchas mujeres habían intentado atraerlo al matrimonio. Ninguna había tenido éxito desde que lo conocía.

“Le dije que nos casaríamos”.

“¿Le dijiste?” Se quitó el sombrero ante dos señoras mayores que pasaban. “No me extraña que fueras golpeado. Me sorprende, junto con ese ojo morado, que no te pongas las pelotas en un collar. Palabras dulces para un temperamento dulce, ¿quizás?”

Rompí en risa. ¿Tennessee, un temperamento dulce? Miré por la acera en la dirección en la que habíamos estado caminando, pero no vi un vestido azul pálido ni cabello de color trigo. “La mujer es una amenaza y necesita que la cuiden”. Le di una mirada afilada. “Dos, en realidad. Tú también te vas a casar con ella”.

Sus ojos se abrieron de par en par, sorprendido.

“Estoy enfermo, Jonah. Tengo el corazón dañado”.

“¿Quién te dijo eso?”

Le expliqué que el doctor Bruin visitaba la casa cuando tenía el resfriado de verano, pero en lugar de decirme que me quedara en la cama y bebiera mucho té, me dijo que probablemente me desmayaría por una insuficiencia cardíaca.

“No puedo creer que haya terminado mi vida. Me siento bien. No voy a negarme lo que quiero sólo porque un viejo charlatán diga que tengo el corazón dañado”. Era difícil de admitir, no había llegado a un acuerdo con esa posibilidad. De hecho, me negaba a creerlo, aunque eso me hizo más decidido. “Me casaré con ella, pero necesita dos esposos”.

“Un matrimonio en Bridgewater”, contestó con calma y tranquilidad. Era amigo de los hombres del Rancho Bridgewater, conocía sus costumbres, sus razones. Había visto lo exitosas que eran las relaciones.

Asentí. Él querría a Tennessee. Estaba conociendo su naturaleza ardiente sin siquiera poner los ojos en ella. Pero cuando la mirase, cuando su pene palpitara al echarle apenas un vistazo, no tenía duda de que sería menos casual con respecto a casarse.

“Ella es más joven que Abel”, recordó. Su hijo tenía veinte años y Tennessee apenas diecinueve. “Sería más un padre que un esposo”.

Estudié a mi amigo. Por lo que me había dicho, su matrimonio después de la guerra no fue por amor, sino por honor y deber. Fue corto, menos de un año antes de que enviudara con un hijo pequeño. Estaba harto del sexo opuesto, incluso después de dos décadas.