La novia temeraria - Vanessa Vale - E-Book

La novia temeraria E-Book

Vale Vanessa

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Beschreibung

El lugar más seguro para una criminal es en los brazos del alguacil.

Grace creció en una familia de criminales salvajes y temerarios. El alguacil está decidido a hacer justicia, pero con un vistazo a la mujer con pantalones y portadora de armas sabe que ella le pertenecerá. A Charlie también, pues los hombres de Bridgewater reclaman y doman a su novia juntos.

Pero ¿podrán hacerlo?

¿Realmente conocen a la mujer con la que se casaron?

Aunque pueden haberla desnudado, ella sigue escondiendo muchos secretos… secretos que podrían matarlos a todos.




 

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La novia temeraria

La serie de Bridgewater - Libro 10

Vanessa Vale

Derechos de Autor © 2019 por Vanessa Vale

Este trabajo es pura ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación de la autora y usados con fines ficticios. Cualquier semejanza con personas vivas o muertas, empresas y compañías, eventos o lugares es total coincidencia.

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de este libro deberá ser reproducido de ninguna forma o por ningún medio electrónico o mecánico, incluyendo sistemas de almacenamiento y retiro de información sin el consentimiento de la autora, a excepción del uso de citas breves en una revisión del libro.

Diseño de la Portada: Bridger Media

Imagen de la Portada: Period Images; Deposit Photos: Krivosheevv

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http://vanessavaleauthor.com/v/ed

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

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ACERCA DE LA AUTORA

1

GRACE

—Está del lado equivocado de la ley, alguacil. —La voz de papá llegó hasta donde estaba yo, escondida a diez metros sobre el acantilado. Su voz sonaba áspera y profunda, llena de malas intenciones mientras resonaba en la roca. Su ropa era vieja y estaba rota en algunos lugares. Estaba sucio y el sol ardiente hacía que los chorros de sudor se deslizaran por el polvo de su cuello.

—Lado equivocado de una pistola —contestó Travis, de pie al lado de él y riendo, luego escupió un montón de tabaco de mascar sobre la tierra a sus pies. No tenía que estar cerca de él para saber que apestaba. Incluso si el arroyo detrás de la casa hubiera estado fluyendo, en lugar de estar casi seco en esta época del año, no importaría. Este hombre simplemente se negaba a bañarse.

Papá se rio, confiado en que, a pesar de que habían sido perseguidos por una patrulla de dos hombres, él y mi hermano eran quienes agitaban sus armas. Era como si ellos estuvieran del lado correcto de la ley y no fueran parte de la infame banda Grove que acababa de robar el banco de Simms.

Me deslicé más cerca del borde del acantilado, pues la hierba alta me protegía de ser vista. Abajo estaba la curvatura del arroyo donde papá y Travis se habían escondido, el bosque de árboles de álamos que se alineaba en la orilla, esperando que el alguacil los alcanzara para luego tenderle una emboscada.

Los dos hombres de la ley se vieron obligados a desmontar y ahora sus caballos bebían agua, sin saber que las vidas de sus jinetes estaban siendo amenazadas.

—¿Deberíamos matarlos, Travis, o quizás dispararles y dejárselos a los buitres?

Papá lo haría. Era un hombre cruel y mezquino que le dispararía a un hombre y lo dejaría sufrir una muerte lenta, desangrándose y muriendo solo en medio de la nada.

Pero sería una lástima. Los hombres que estaban de pie con las manos levantadas, con sus armas tiradas en el suelo a sus pies, eran buenos especímenes que merecían vivir. Merecían que me tomara mi tiempo para estudiarlos, y no después de que papá les metiera balas en sus pechos.

Desde mi posición ventajosa, pude distinguir fácilmente la estrella de metal en el pecho ancho del alguacil. El sombrero le protegía los ojos del sol, así que no sabía de qué color eran, pero tenía el cabello oscuro, y se enrollaba debajo. Su boca formaba una delgada línea, su mandíbula cuadrada se apretaba. No estaba contento. A pesar de estar cubierto por una camisa ceñida y pantalones ajustados, cada músculo de su cuerpo estaba tenso. Tenía las manos a los lados, sus dedos largos flexionándose y doblándose. Era como si estuviera bien preparado, esperando el momento en que pudiera atacar. Si no estuviera siendo apuntado por una pistola, su tamaño y peso lo convertirían en un oponente formidable. Yo no era bajita, era bastante alta para ser mujer, pero calculaba que le llegaría a la nariz, como mucho. Mi padre y mi hermano eran cortos de estatura y delgados, y sus armas eran el único nivelador de este enfrentamiento.

Mirar al alguacil movió algo en mí. Lo despertó. Me hizo ver a un hombre con ojos diferentes, los de una mujer interesada en un hombre. Atraída por uno. ¿Por qué él? ¿Por qué ahora? Nunca había sentido ningún tipo de deseo que se despertara antes de este momento. Mi corazón nunca dejó de latir, mi aliento nunca se congeló con solo echar un vistazo. Aunque yo definitivamente era una mujer —mis senos bien escondidos eran prueba de ello— nunca me había comportado como una. Menos aún al ser criada como la única mujer de la familia. Nunca imaginé que sería como una... que usaba vestidos cómodos, corsés, sombreros de sol bonitos, mucho menos que querría a un hombre.

Todos los hombres con quienes me había cruzado fueron malos, eran malhumorados y feos.

¿Era este interés repentino y agudo la razón por la que el hombre que estaba a su lado también me parecía igualmente atractivo? Nunca había visto a un hombre pelirrojo. No llevaba puesto sombrero, así que los mechones oscuros de color castaño rojizo se enroscaban y le caían sobre la frente de una manera desenfadada. Incluso desde la distancia, no pude evitar notar sus ojos verdes, del mismo color que el césped sobre el que yo yacía. No parecía asustado. Se veía... furioso. Su furia hacia mi padre y mi hermano era obvia.

Me arrastré un poco más cerca del borde, la hierba suave era un cojín debajo de mí, y atraje mi arma a mi lado. Me los comía con los ojos. Tal vez porque estaba acostumbrada a las amenazas de papá, permanecí tranquila en una situación tan desesperada y estudié al apuesto dúo. Oh, Dios mío. Eran viriles. Intensos. Imponentes, incluso mirando el cañón de una pistola.

Papá y Travis se sentían como hombres cuando agitaban sus armas. Necesitaban las armas para que los hicieran poderosos. Los otros dos... lo exudaban naturalmente.

Saber que estaban persiguiendo a algunos miembros de la banda Grove, deseosos por llevarlos ante la justicia, solo aumentaba su atractivo. Ellos no eran como mi familia. Eran mejores. Más. Y me intrigaban mucho. Por primera vez en mi vida, quería deslizar mis manos en un hombre. En dos hombres. Quería sentir sus cuerpos duros, tomar sus mandíbulas en las palmas de mis manos y sentir el escozor de sus bigotes. Quería sentirme pequeña, femenina. Quería sentir. Sabía que lo haría con ellos. Pero no permanecerían pasivos como lo estaban ahora. Tomarían lo que quisieran de mí.

Pensarlo estaba mal, porque papá hizo justo eso. No de esa manera, pero tomó. Y tomó. Papá —y también Travis— hicieron mi vida miserable. Cociné y limpié como una sirvienta. Como una esclava, más bien, porque nunca me pagaron por mis esfuerzos. Cuando papá se ponía a beber, me escondía, a sabiendas de que le gustaba descargar cualquier ira que tuviese conmigo. Travis nunca me protegió, solo me decía que me lo merecía. Que era una mujer inútil.

El control de ambos sobre mí me tenía tambaleándome constantemente entre el lado bueno y malo de la ley. Nunca había cometido ninguno de los crímenes por los que era conocido el nombre de mi familia, pero era definitivamente culpable por asociación. Pude haber acudido al alguacil en cualquier momento y entregarlos, pude haberle dicho exactamente dónde podía encontrarlos, dónde ocurriría el próximo robo. Pero no lo hice, ni una vez, porque temía por mi vida. Papá no era un hombre para abrazar. No, era un hombre que golpeaba.

Y luego descubrió cómo una simple mujer podía serle de valor. La única forma en que pensó que una mujer podía ser útil. El muy idiota.

Por tal razón me encontraba aquí ahora. Los hombres de la ley no eran los únicos que buscaban venganza.

—Ríndete, Grove —dijo el alguacil. Su voz era tan cortante como la hoja de una navaja.

Papá y Travis se rieron, creyendo claramente que ellos eran quienes tenían el control en ese momento, que tenían el poder, que las vidas de los dos hombres eran suyas para extinguirlas si así lo deseaban.

—Usted no está en posición de hacer ningún tipo de amenazas, alguacil —dijo Travis—. Nosotros somos los que tenemos las armas.

No eran los únicos. Permaneciendo agachada, coloqué mi arma delante de mí, apunté. Estaba más familiarizada con mi rifle, pero el revolver que le quité a Barton Finch funcionaría. De hecho, debí haberle disparado con este. Un error estúpido de mi parte fue dejarlo con vida después de lo que pretendía. Estaba tan enfadada con papá que me fui furiosa. Lo rastreé a él y a Travis.

Había soñado con matar lo que quedaba de mi familia durante mucho tiempo. Me acostaba en la cama por la noche y me imaginaba cómo lo haría. Anhelaba librarme de ellos. Papá les había enseñado a mis hermanos a disparar, y me dio el gusto cuando me permitió practicar junto a ellos, pero probablemente nunca imaginó que yo le apuntaría a él con un arma. Y que dispararía.

Sentía un odio hacia ellos que prácticamente supuraba.

Puede que compartiera la misma sangre, que viviera en la misma casa destartalada, pero no me parecía en nada a ellos. Mis pensamientos oscuros estaban centrados únicamente en ellos, en nada más. No deseaba hacerle daño a nadie más. No dejaría que mataran a dos hombres inocentes. A unos hombres que cumplían con su trabajo, tratando de mantener la paz. Tratando de hacer justicia.

—Hora de conocer a tu creador, alguacil. —Papá ladeó su arma.

Yo también lo hice. Pero disparé primero.

El fuerte estruendo hizo que el alguacil se estremeciera, pero fue papá quien cayó al suelo.

—Eso es por haberme entregado a Barton Finch —susurré, mirando a papá retorcerse mientras presionaba su mano en el agujero de la bala en su muslo, donde la sangre se filtraba entre sus dedos. Gritó de dolor, maldiciendo, buscando de dónde provino el disparo.

Aproveché el momento en que Travis lo miró fijamente, aturdido y confundido por lo que acababa de ocurrir, para ladear mi arma de nuevo. No era difícil apuntar; Travis era un blanco inmóvil, mucho más grande que una botella de whisky vacía a la que estaba acostumbrada. Disparé.

Cayó donde estaba parado.

—Y eso, Travis, es por ser un imbécil.

El alguacil y el otro hombre se agacharon instintivamente para tratar de hacerse más pequeños, pero fueron hacia papá y Travis y cogieron sus armas para que ya no fueran una amenaza.

No los había matado, pero no había forma de que papá o Travis los lastimaran ahora. Poner fin a sus vidas sería demasiado bueno para ellos, demasiado fácil. Les disparé como lo habrían hecho ellos con el alguacil y el otro hombre. Pero a diferencia de mi familia, me aseguré de que las heridas que infligí fueran heridas con las que se pudiese sobrevivir si se atendían con prontitud. Estábamos a pocos kilómetros de Simms. El alguacil podría arrastrar sus cuerpos sangrantes de vuelta a la ciudad para que fueran atendidos por el médico, y luego ahorcados. O podía dejar que se pudrieran. Era su elección. Cualquier manera me funcionaba.

Metiendo las armas en la parte trasera de sus pantalones, el alguacil y el otro hombre recogieron sus propias armas y las agitaron para apuntarlas en dirección hacia mí. Sus miradas buscaban al tirador a lo largo del borde del acantilado. A mí.

Tal vez yo era tan cruel como mi padre por dejar que él y Travis sufrieran, pero ¿después de lo que me había hecho? No me quedaba piedad después de que mi padre meentregara a Barton Finch esta mañana. Escapé de ser violada. Apenas. Tan solo no esperaba que la venganza llegara tan rápido. Ahora la tenía. Me levanté y me ajusté el sombrero, miré la escena por última vez con una sonrisa en mi rostro al ver a papá y a Travis sufrir y retorcerse. Joder, debí haber acabado con Barton Finch cuando tuve la oportunidad, entonces toda la banda Grove estaría muerta o colgada dentro de muy poco.

Cuando los otros dos hombres me vieron, los miré fijamente durante un breve momento y me pregunté cómo sería ser suya, sabiendo que nunca lo sería.

Dos hombres no querían a una mujer, y yo apenas me comportaba como una. Ni siquiera tenía un vestido. Mi cabello era largo y salvaje, siempre amarrado en una trenza y metido debajo de mi sombrero para mantenerlo fuera del camino. Si eso no era lo suficientemente desagradable, había algo incluso peor. Yo era una Grove.

2

HANK

—¿Quién demonios fue ese? —dije dirigiéndome a mi caballo, cogiendo las riendas. La cartera que habían usado para robar el dinero estaba en el suelo al lado de ellos, la tomé y la amarré a la bolsa de la silla de montar. No quería que le pasara nada a todo ese dinero ganado con esfuerzo y que fue fácilmente robado. En cuanto a los hombres...

Estaba sudando, mi corazón latía con fuerza, al darme cuenta de lo cerca que estuvimos de la muerte. No había sido la primera vez, y probablemente no sería la última. Pero, joder.

El hombre, demonios, no podía ser más que un adolescente y había derribado a la banda Grove con dos balas. Habían estado sueltos durante años, causando estragos, escalando en sus crímenes hasta incluir el asesinato. Los nuestros casi hubieran estado en esa lista. Excepto que el chico nos salvó, y yo quería hablar con él.

La banda de ladrones y asesinos había matado a mi padre, y yo lo reemplacé como alguacil solo por venganza. Para ver tras las rejas a estos imbéciles. Colgados.

Y ahora, con una bala, luego otra, dos de ellos estaban acabados. Solo quedaba uno más buscado. Ahora que no tenía dos armas apuntándome, podía saborear el saber que pagarían. Que sentirían la soga dura alrededor de sus cuellos y sabrían que irían al infierno. Quería verlos detrás de las rejas de una celda de la cárcel, pero saber que estaban sangrando por todo el suelo era suficiente por ahora. No iban a ir a ninguna parte. No con las heridas que tenían. Que se jodan esos hombres. Quería a ese joven.

Se quedó mirándonos fijamente, y yo me quedé quieto, congelado como si estuviera atrapado en una ventisca de enero. Había captado el ángulo de su mandíbula, pero el resto de su rostro estaba en la sombra bajo el borde de su sombrero. Su figura era delgada debajo de la camisa y los pantalones sueltos, como la de un hombre que no había crecido del todo. Un joven larguirucho.

—No tengo ni idea. No es el último miembro de ese maldito grupo. Demasiado pequeño, según lo que dijeron los testigos. Todo lo que sé es que no estamos muertos —contestó Charlie, alejando a su animal del agua, acariciándole el cuello y montando fácilmente. No tuve que contarle mis intenciones; él sabía que íbamos tras el chico.

Estaba completamente desconcertado por mi reacción al haberlo visto parado en el acantilado. Mi pene se había endurecido como un maldito poste. Tal vez fuera una reacción instintiva por estar a punto de morir... pero yo había estado cerca de la muerte antes y mi pene nunca se había despertado por las tales circunstancias. Ser alguacil no era el trabajo más seguro; la muerte de mi padre era una prueba de ello. Mientras lo pensaba, mi erección no había ocurrido cuando estábamos a punto de morir, solo cuando miré fijamente a nuestro salvador.

Cuando sonó el disparo, inhalé profundamente pensando que yo había recibido la bala. Pero ni siquiera provenía del arma de Grove, sino de algún lugar sobre nosotros en el acantilado. La ubicación, con la pendiente rocosa detrás de nosotros, el terreno girando abruptamente para no poder ver muy lejos, así como el bosque espeso, era perfecto para una emboscada. Fuimos estúpidos al venir hasta acá, pero no esperábamos encontrar a los ladrones de bancos tan cerca de la ciudad. El hecho de que no se hubieran subido al acantilado para atacarnos solo fue por su interés en matarnos cara a cara. Parecía que alguien más ya había reclamado ese lugar y salvó nuestros lamentables traseros. Gracias al cielo.

—¡Oye! ¿Nos vas a dejar aquí? —gritó el viejo Grove con su voz ahora llena de dolor en vez de verborrea.

Sostuve con fuerza las riendas de mi caballo y miré a Marcus Grove mientras goteaba sudor y hacía una mueca de dolor. Su mano estaba sobre su muslo y la sangre corría por sus dedos. En cuanto a su hijo, yacía a unos metros de distancia con los pies en el arroyo. Le habían disparado en el abdomen, aunque la sangre salía de un costado, probablemente evitando todos los órganos vitales. Él también transpiraba pesadamente, pero estaba pálido, su respiración era entrecortada. No había ninguna posibilidad de que alguno de ellos pudiera montar sus caballos dondequiera que estuvieran escondidos. Morirían aquí... eventualmente. Quizás esto era mejor que esperar a ser colgado. Horas de sufrimiento.

Tenía poca simpatía por ellos. Mi padre había pasado el último año de su vida cazando a estos cabrones. Debería matarlos a tiros y acabar con este asunto, sacrificarlos como a un caballo con una pata rota. No estaba seguro de si el chico era un mal tirador o si en realidad había apuntado perfectamente. ¿Pretendía matarlos o solo herirlos? ¿Había escuchado lo que Grove pretendía? ¿Dejarnos aquí para los buitres? ¿Fue este cambio de rumbo o su intención fue que sufrieran? ¿O que eventualmente sintieran las sogas alrededor de sus cuellos?

¿Quién demonios era ese chico y qué había estado haciendo aquí?

Miré fijamente a dos de los hombres que habían dirigido todas mis acciones desde la muerte de mi padre y que me alejaron de la tranquila vida en el rancho. Eran despreciables. Un desperdicio de humanidad. Y los estaba dejando. Una locura, lo sé, pero tenía cosas más importantes con las que lidiar ahora mismo.