La primeras Damas - Felipe Zuleta Lleras - E-Book

La primeras Damas E-Book

Felipe Zuleta Lleras

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Beschreibung

Luego de sacudir la escena política nacional con "Más allá de la familia presidencial", y de preguntarle a todo un país "Si saben cómo soy… ¿Para qué me invitan?", el periodista y abogado Felipe Zuleta regresa a los hogares colombianos con un nuevo libro en el que cede la palabra a las primeras damas de los últimos 36 años en Colombia, quienes por primera vez comparten con los lectores sus testimonios y percepciones sobre muchos asuntos de la cotidianidad en su paso por el gobierno.Desde Carolina Isakson de Barco (recordada por su hija Carolina), pasando por Ana Milena Muñoz de Gaviria, Jackie Strouss de Samper, Nohra Puyana de Pastrana, Lina Moreno de Uribe, María Clemencia Rodríguez de Santos y María Juliana Ruiz de Duque, en estas páginas los lectores podrán conocer los peores y mejores momentos en su condición de madres de sus hijos, pero también de esposas de los presidentes, así como sus roles como mamás frente a los ataques a sus familias, los días que lloraron, los momentos de angustia, las tendencias de moda que siguieron o marcaron, los mercados, los menús, los viajes, el protocolo, y, claro está, hasta los casos de brujería que  tuvieron que vivir muchas de ellas y que parecieran ser una constante en el Palacio de Nariño.

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Seitenzahl: 177

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Las primeras damas

© 2024, Felipe Zuleta Lleras

© 2024 Círculo de Lectores S.A.S.

© 2024, Intermedio Editores S.A.S.

Primera edición, marzo de 2024

Edición

Cindy Lorena Roa Devia

Equipo editorial Intermedio Editores

Concepto gráfico, diseño y diagramación

Alexánder Cuéllar Burgos

Equipo editorial Intermedio Editores

Imagen de portada

César Melgarejo

Fotografías de las primeras damas

Archivo El Tiempo

Intermedio Editores S.A.S.

Avenida Calle 26 No. 68B-70

www.eltiempo.com/intermedio

Bogotá, Colombia

Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor.

ISBN: 978-9-58080-573-1

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Contenido

Prólogo

Introducción

Carolina Isakson de Barco

Ana Milena Muñoz de Gaviria

Jacquin Strouss de Samper

Marta Blanco de Lemos

Nohra Puyana de Pastrana

Lina María Moreno de Uribe

María Clemencia Rodríguez de Santos

María Juliana Ruiz de Duque

Verónica del Socorro Alcocer García

Prólogo

El cargo inexistente

POR ROBERTO POMBO

Nadie puede estar preparado para ejercer un cargo que no existe. Sin embargo, el libro que usted tiene en sus manos demuestra lo contrario: un puñado de mujeres inteligentes, recursivas y audaces, en cuyas manos cayó, casi por azar, el privilegio y sobre todo la responsabilidad de actuar como primeras damas de Colombia, lograron, cada cual a su manera, estar a la altura de un reto de características casi históricas sin que para ello hubieran aprendido en una universidad, en un manual de funciones, en un listado de responsabilidades, en un código administrativo... Ni siquiera en la descripción general del cargo, porque, repito, el de primera dama de Colombia simple y llanamente no existe.

La figura de las primeras damas presume una idea del poder hoy por completo anacrónica, y es que el mundo era uno de hombres y para hombres en el que solo los hombres mandaban; eso, por supuesto, y por fortuna, ya no es así.

En el caso de Colombia hay un primer antecedente lejano de ese ‘cargo’, que no deja de ser muy curioso y atípico: el de Manuelita Sáenz, que era una especie de república independiente ella sola, y quien estuvo al lado de Simón Bolívar buena parte de su vida pública y recibió el reconocimiento y el acatamiento de toda la sociedad: los políticos, los militares, incluso los enemigos del Libertador.

En la historia más reciente, la figura de la primera dama viene de los regímenes presidencialistas y muy particularmente del presidencialismo de Estados Unidos. En un principio no se trataba de que la esposa del presidente se dedicara a cumplir con unas labores específicas en el marco del gobierno de su marido, sino que en razón de la estructura patriarcal y -digámoslo de nuevo con todas las letras- machista de la sociedad y del poder en que se inició la figura, la mujer del presidente era la anfitriona de la residencia, espacio en el que el primer mandatario trabajaba y a la vez vivía con su familia.

Con el pasar del tiempo, los ámbitos de la vida familiar y del ejercicio de la Presidencia se fueron separando, incluso físicamente, al punto que el concepto de primera dama como ama de casa desapareció del todo, y la de la esposa del presidente como figura pública con personalidad, destreza y funciones propias adquirió un espacio cada vez mayor y autónomo.

El propio término “primera dama” ha sido problemático. En el Siglo XIX en Estados Unidos se discutía que la sola palabra “dama” (lady en inglés) era la importación de una estratificación social de la realeza inglesa, lo cual contradecía el espíritu independentista recién adquirido a disparos de cañón por los americanos. Incluso, a mediados del siglo pasado, Jacqueline Kennedy, una de las primeras damas más emblemáticas de la historia de ese país, bromeaba al respecto porque le parecía que first lady era un nombre más adecuado para un caballo de carreras que para la esposa de un presidente en ejercicio.

En Estados Unidos la figura de las primeras damas ha sido objeto desde hace mucho tiempo de toda clase de estudios, análisis y reseñas históricas, entre ellas el muy célebre De Martha Washington a Michelle Obama, libro que se pasea por el papel que jugaron las esposas de los presidentes de ese país desde la independencia, incluidas las personas que sin estar casadas con el presidente en ejercicio hicieron las veces de primeras damas, como fue el caso en Colombia de María Eugenia Rojas, hija del general Gustavo Rojas Pinilla, quien ejerció como primera dama de facto durante la dictadura de su padre.

Tal vez sea esa la virtud original de este libro del periodista Felipe Zuleta: es el primer esfuerzo en Colombia por recoger la experiencia de las primeras damas, en este caso durante un período específico: desde Carolina Isackson de Barco hasta Verónica Alcocer. A pesar de que ha habido escritos parciales sobre algunas de ellas, en particular sobre doña Soledad Román, la célebre esposa del presidente Rafael Núñez -más por el carácter telenovelesco de su romance con el presidente que por su influencia en el país- Zuleta Lleras aborda de una manera cercana y cautivante, las experiencias, temores, dificultades, dudas y éxitos de estas últimas nueve primeras damas colombianas, incluida Marta Blanco de Lemos, esposa de Carlos Lemos Simmonds, presidente de Colombia por diez días durante la ausencia por razones médicas de Ernesto Samper Pizano.

En este ejercicio muy afortunado, Felipe Zuleta combina distintos géneros periodísticos para entregarnos una versión muy cercana, real y cálida de las esposas de nuestros presidentes: entrevistas (unas hechas directamente por él para este libro, otras prestadas de medios que las hicieron en el pasado), crónicas, análisis y opiniones del autor. De viva voz, ya sea porque nos proporciona recuerdos suyos de primera mano de la actividad de personajes como Carolina de Barco y Ana Milena Muñoz de Gaviria, con quienes tuvo cercanía -en el primer caso por la relación de Barco con el expresidente Alberto Lleras Camargo, abuelo del autor, y en ambos casos por su trabajo en la Presidencia de la República durante la administración Barco, gobierno del cual César Gaviria fue también un funcionario muy destacado-; o porque les pidió respuestas por escrito a sus preguntas, el autor nos trae un retrato humano y amable de estos importantes personajes. La excepción en términos de esta aproximación cálida y amable es el perfil que Zuleta esboza de Verónica Alcocer, cuyo tratamiento -él mismo lo reconoceaparece afectado por la percepción negativa que el autor tiene del gobierno de Gustavo Petro.

Estas señoras notables desempeñaron labores específicas asignadas por el presidente -en ausencia de un manual de funciones- dependiendo de su personalidad y habilidades, y en el marco del abanico de temas más importantes en el momento histórico de cada una. Por supuesto, todas ellas señalan como el momento más duro de sus gestiones el correspondiente a la crisis más importante que le tocó en suerte enfrentar al presidente en cada uno de los episodios. Como es de suponer, para el caso colombiano estos relatos están enmarcados por los temas duros de la realidad nuestra, violencia, pobreza, inequidad y desastres naturales, entre muchos otros, también salpicados de refrescantes notas y anécdotas divertidas.

Todas ellas coinciden en que es un oficio para el que no estaban preparadas, una vez más porque ni siquiera existe el cargo. Lina Moreno de Uribe lo define en este libro con mucho humor: “Desde el punto de vista de los organismos de control y administrativos toda primera dama es un OJNI: Objeto Jurídicamente No Identificable”. La conclusión del libro de Felipe Zuleta es que, a pesar de semejante limitación, todas desempeñaron su papel con lujo de competencias.

Por ley, desde 1968 las primeras damas fueron directoras en forma automática del Instituto de Bienestar Familiar, a través de la famosa Ley Cecilia, por Cecilia de La Fuente de Lleras, y luego fue eliminada incluso la mención del cargo en la Constitución de 1991. Hoy hay en camino en el Congreso proyectos de reforma a la figura, para bajarla de la nube abstracta en la que está y darle un espacio cierto. Pero por mucho que las normas precisen y limiten su campo de acción, siempre se tratará de un cargo que ocupará una persona que no fue elegida para eso, que no estará preparada para ejercerlo -en el sentido académico de la expresión- y que dependiendo de su personalidad y el éxito de su gestión lo hará más o menos bien -para salir bien o mal librada- o especialmente bien, como para que se mencione su nombre, no ya como primera dama sino, por qué no, como aspirante a la Presidencia de la República. Recuerden a Evita Perón.

Introducción

Por alguna razón que desconozco, en Colombia, que yo sepa, no se ha escrito un libro sobre las primeras damas. Con este escrito le mostraré a los lectores detalles, hasta ahora inéditos, de las cosas que les pasaron a las primeras damas, desde Carolina Isakson de Barco, pasando por Ana Milena Muñoz de Gaviria, Jackie Strouss de Samper, Nohra Puyana de Pastrana, Lina Moreno de Uribe, María Clemencia Rodríguez de Santos, María Juliana Ruiz de Duque y Verónica Alcocer. Es un recorrido por los últimos 36 años del país, pero visto con los ojos de las esposas de los presidentes, excepto los de Carolina de Barco, ya fallecida, pero a quien conocí personalmente desde muy pequeño, además de haber trabajado con el presidente Virgilio Barco (1986-1990) durante todo su mandato.

Nos ocuparemos de cada una de estas estupendas mujeres, con quienes tuve la oportunidad de conversar por espacio de varias horas que, confieso, me parecieron fascinantes. A dos de ellas, Lina Moreno y María Juliana Ruiz, las conocí gracias a su generosidad al recibirme, mientras que a las otras primeras damas ya las conocía, pero el reencuentro fue realmente grato.

¿Qué significa pasar de tener una vida privada tranquila a vivir en un palacio presidencial como la Casa de Nariño, la Casa de Huéspedes de Cartagena o la Hacienda Hatogrande?

Sin duda el cambio es total, pues a pesar de ser todas ellas esposa y mamás, tienen que jugar un rol como primeras damas. La mayoría de ellas tuvieron y coordinaron diferentes programas en educación, cultura, niñez, desnutrición, entre otros. Pero eso no es todo, estas maravillosas mujeres me abrieron su corazón sobre muchos asuntos de la cotidianidad en su paso por el gobierno: hablamos con ellas de asuntos como los peores y mejores momentos en su condición de madres de sus hijos, pero también de esposas de los presidentes; sus roles como mamás frente a los ataques a sus maridos y a sus hijos, los días que lloraron, los momentos de angustia, las tendencias de moda que siguieron o marcaron, los mercados, los menús, los viajes, el protocolo, y, claro está, hasta los casos de brujería que tuvieron que vivir, hechos que parecen ser un denominador común.

Como el libro que tienen en las manos no se trata de una biografía, debo aclarar que no entré en detalles con ellas sobre su origen, sus padres, sus hermanos, sus colegios, su niñez y juventud. Lo que sí pretendo es hacer un homenaje a las primeras damas, pues todas, sin excepción, trabajaron por el país de manera discreta y con dedicación.

Desde el primer momento, Lina Moreno de Uribe me dijo que no había primeras damas, porque eso significa que las demás colombianas serían, entonces, damas de segunda.

***

Por puro rigor periodístico, los lectores encontrarán en este libro diferentes clases de herramientas periodísticas como la entrevista, la crónica y algo de reportaje.

Si bien en el trato con ellas a algunas las llamé doña y el nombre, para efectos de podérselas mostrar a los lectores, le he quitado toda la pompa a este libro, de tal manera que no se genere una distancia odiosa entre ellas y ustedes. Quiero mostrarlas como son de verdad en su cotidianidad: unas colombianas preparadas, profesionales, discretas e inteligentes.

Debo ante todo agradecerles a ellas con todo el corazón por su generosidad para conmigo y, claro está, para con los lectores. Igualmente, a Misael Blanco, gerente de Intermedio Editores que nuevamente me convenció de escribir este libro que se suma a los dos anteriores y que, para mi sorpresa, fueron acogidos generosamente por miles de lectores en todo el país.

A mis editoras, y a todos los que hacen posible este libro, mi inmenso agradecimiento. Y a los lectores, les pido con anticipación que me excusen porque ciertamente habrá asuntos que no serán contados, no por censura, sino porque la vida de estas maravillosas mujeres no puede ser objeto de matices políticos y rencores personales como los que en algún momento tuve con algunos de los presidentes. No se trata pues de mí, sino de ellas.

Finalmente, debo agradecer a algunos medios de comunicación, mencionados en estas páginas que están a punto de leer, que me sirvieron como insumo para escribir este libro, que espero les guste.

Carolina Isakson de Barco

Fue la esposa del presidente Virgilio Barco, quien gobernó a Colombia entre 1986 y 1990. La conocí siendo muy niño, pues Alberto Lleras, mi abuelo, siempre mostró mucho afecto por Barco, a quien designó ministro durante su mandato, es por eso por lo que en casa de mis abuelos no era extraño encontrarse con la familia Barco Isakson.

Era una mujer de una elegancia superior, con unos modales impecables y un español perfecto, pues a pesar de haber nacido en Estados Unidos, sus padres se la trajeron a los 7 años a Cúcuta, en donde su padre trabajó por muchos años en el sector petrolero.

Siempre con discreción e inteligencia, estuvo al lado del presidente Barco durante su brillante carrera política, que lo llevó a los más altos cargos del Estado, como la alcaldía de Bogotá y la misma presidencia.

Ya en palacio, Carolina dedicaba gran parte de su tiempo a los asuntos de los niños. Fue ella, en su condición de presidenta de la junta directiva del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, rol que le ordena la ley, la que se inventó el tema de las madres comunitarias, lo que ha sido un éxito que nadie se ha atrevido a tocar. Millones de menores hoy son atendidos por estas madres comunitarias que a diario los cuidan, los mantienen y los educan en sus propias casas o en centros especializados del ICBF.

Recuerdo que, en alguna oportunidad, después de un atentado criminal, Carolina visitó a los soldados heridos por dicho atentado en el Hospital Militar. Decidió entonces, con la ayuda de la Administración de Veteranos de los Estados Unidos, crear algo parecido en el país. Logró así, con la colaboración del empresario Hernán Echavarría, montar una fundación que se dedicó a sacar a esos muchachos adelante, a pesar de sus mutilaciones. Hoy en día, esa es la Fundación Matamoros.

Fue sumamente discreta, aun cuando sufría en silencio cada vez que, durante el gobierno de su esposo, el cartel de Medellín, que el presidente Barco combatió valerosamente, asesinaba a alguien: Luis Carlos Galán, don Guillermo Cano, jueces, periodistas, policías y miles de personas inocentes.

Recordemos que Colombia en ese entonces no era un país rico, por lo que no tenía los recursos militares ni policiales para combatir al asesino de Pablo Escobar. Fue gracias a la ayuda del Gobierno de los Estados Unidos que este criminal no se tomó el poder.

Presidencia, por ejemplo, no tenía una flota de vehículos blindados para el presidente y su familia, y fue así como los gringos le donaron al país seis carros Ford LTD azules. Por su parte la fuerza aérea no tenía muchos helicópteros y la policía menos, y en este entonces no existía la aviación del ejército como hoy. Literalmente, la pelea contra Escobar se daba con las uñas.

Pues bien, Carolina, por ejemplo, siempre estaba pendiente de los trajes, camisas y corbatas que usaba el presidente Barco, tal vez una de las personas más elegantes que yo haya conocido en mi vida. Siempre con trajes oscuros, camisas blancas o azules muy tenues, corbatas de un solo tono, nunca de colorinches, y nunca le vi un traje café.

Un día le pregunté por qué no vestía trajes cafés y me respondió con una frase en inglés: “Gentlemen never wear brown suits” (Los caballeros nunca visten de trajes color café”. Ella, por supuesto, era literalmente una reina, no en arrogancia, sino en elegancia.

En no pocas oportunidades almorcé con la familia presidencial en casa privada y, si bien eso no era nuevo para mí, lo cierto es que los modales eran particularmente buenos. Siempre me llamó la atención el estoicismo de Carolina. Aun en los momentos más difíciles, jamás le vi una reacción que no fuera, por decirlo a alguna manera, elegantemente estoica.

Ya, al final de cuatrienio, el único consejero presidencial que quedaba en palacio fui yo. El presidente Barco, siempre meticuloso, revisó hasta el último discurso público que dio, para poner la primera piedra de Ciudad Salitre. Todo lo revisaba y corregía con un marcador hasta la última coma.

A pesar de la distancia he seguido alguna relación remota con la exembajadora Carolina Barco, la hija mayor del presidente Barco y Carolina, pues son muchas cosas en común y durante muchos años.

Posteriormente, el presidente César Gaviria designó como su embajador en Londres al presidente Barco. No recuerdo haberlos visto después de eso pues el presidente murió en 1997, época en la que yo vivía en Boston. Por esas cosas de la pérdida de la memoria colectiva, el país, contadas excepciones, no fue lo suficientemente agradecido con el presidente Barco y Carolina. Entre otras cosas, porque la historia lo puso a él en el tema de Escobar, olvidando que fue quien por primera vez declaró a toda la selva amazónica como patrimonio cultural. Logró además, con disciplina y método, firmar la paz con el M-19, y dejó sentadas las bases para la Asamblea Constituyente de 1991.

Carolina murió en el 2012 rodeaba por sus hijos y nietos. Y déjenme contarles que, hasta el día de hoy, a mis ya largos 64 años de vida, siempre pensaré que tendrán que pasar muchos años, antes de que el país vuelva a ver en la Casa de Nariño a una pareja tan maravillosa. Por supuesto no voy a opacar la vida de la pareja Barco Isakson hablando de lo bajo que cayó la institución presidencial por estos días.

El afecto de Alberto Lleras era tal, que el presidente Barco se posesionó con la banda presidencial de mi abuelo, y me atrevería a decir que la familia Lleras es seguramente la única que no tiene guardada la banda presidencial. Pero eso refleja la modestia de Lleras y el afecto suyo y de mi abuela Berta Puga por los Barco Isakson.

Escribiendo este libro pensaba, después de haber entrevistado a las otras primeras damas que he mencionado, que Carolina definitivamente era más colombiana que millones de compatriotas que hablan mal del país, metiéndose, como veremos más adelante, con las primeras damas y sus hijos, por cuenta de las malquerencias hacia sus maridos, los presidentes.

En lo personal, debo confesar que mi gratitud para con el presidente Barco y Carolina será eterna, porque a pesar de mi juventud e inexperiencia para ser director de Inravisión y consejero presidencial, me dieron esa oportunidad y confiaron en mí.

Carolina de Barco, madre ejemplar y abuela maravillosa, merece un homenaje que nunca recibió en vida, porque entre otras cosas, jamás se lo hubiera dejado hacer mientras viviera. Cómo no recordar las largas horas que pasé con el presidente Barco, quien además tenía un magnífico sentido del humor, y estoy seguro de que eso fue en parte el motivo por el que ellos tuvieron un maravilloso matrimonio, y una familia excepcional.

Recuerdo esa sonrisa maravillosa de Carolina y una mirada dulce y cariñosa. Siempre pensé que tenía “ángel”, porque jamás en todos los años que la conocí le vi un gesto de desagrado en su cara.

Por esas cosas del azar, pude estudiar inglés en Washington DC en 1979, siendo entonces el embajador Virgilio Barco. Mi hermano Diego en ese entonces vivía allí y trabajaba como tercer secretario en la embajada, y recuerdo que Carolina, como una mamá, nos invitaba seguido a la residencia a almorzar o a comer. Una casa por lo demás hermosa y preciosamente decorada, que está situada en Dupont Circle. Eso, para un joven como yo pues era un privilegio. Tal vez por esos encuentros fue que, ya siendo presidente, Barco me llevó a trabajar en su gobierno.

Sobre Carolina, a su muerte el exfiscal y procurador durante el gobierno de Barco, Alfonso Gómez Méndez, escribió:

“Si fuera posible resumir su interesante personalidad en unas pocas palabras, esas serían: elegancia, inteligencia, discreción y prudencia. Habiendo nacido en Estados Unidos, comprendía y sentía como la que más la idiosincrasia y las necesidades del pueblo colombiano. Sin haber visto la luz primera en esta tierra, fue en verdad una colombiana raizal. Supo comprender y acompañar durante toda la vida a Virgilio Barco: como estudiante, como ingeniero, como hombre público, como presidente de la República. Lo acompañó desde el inicio de su carrera pública como suplente a la Cámara de Representantes del aguerrido jefe liberal Jorge Eliécer Gaitán. Siempre estuvo presente sin hacerse notar. En los pasos por los distintos ministerios o en las embajadas de Washington y Londres, fue la inteligente compañera de este colombiano excepcional, con ‘pinta de gringo’ como ella, pero que nunca dejó de pensar y actuar como ese nortesantandereano, liberal en sus convicciones y en sus actuaciones como gobernante.