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Román Calamonte, personaje tan inadaptado como inolvidable, una suerte de Ignatius Reilly español y contemporáneo, deja su trabajo en la Universidad y se lanza a perseguir una carrera teatral. Pronto descubrirá que el camino del arte no es tan apetecible como esperaba. Con un desternillante sentido del humor que recuerda a La conjura de los necios y una ácida manera de ver la vida que lo rodea, José Chaves nos presenta a este personaje para el recuerdo que, en el fondo, somos todos nosotros.
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Seitenzahl: 148
Veröffentlichungsjahr: 2023
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José Rodríguez Chaves
Saga
La segunda ventura de Román Calamonte
Copyright © 2013, 2023 José Rodríguez Chaves and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728392676
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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www.sagaegmont.com
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Para Loli, indeleblemente
La fe es algo que hay que añadir al todo con el fin de que el todo no se vuelva absurdo.
Ferdinand Gonseth
La llamada era virtual que se nos ha venido encima, se decía Román Calamonte, comporta la más flagrante y evidente superchería de este tiempo, con haber tantas patrañas y mentiras tan gordas y flagrantes, e ignominiosas otras.
Habla Perogrullo: “Navegar es ir surcando los mares, o ya los ríos, a bordo de una embarcación”.
Pero no. Que ahora llaman ‘navegar’ a sentarse ante la pantalla de un ordenador y manipular el mando del chisme, que apodan ‘ratón’, para traer imágenes ‘animadas’ a la pantalla, y a través de ellas ‘imaginarse’ el manipulador (y manipulado) que está viajando por países, yendo por ciudades, contemplando in situ sus monumentos, visitando museos o catedrales, entrando en bibliotecas..., y hasta, quizá, experimentando el sabor de tal o cual especialidad gastronómica típica en un restaurante...
¿Aquello de la magdalena de Proust? No, no. Cuidado. Esto es otra cosa. Aquello de Proust era evocación inconsciente producida por la nostalgia del “tiempo perdido”. Esto es querer hacer ver lo blanco, negro. Esto es querer hacer comulgar con ruedas de molino, con lo enormes que son. Esto es sustituir lo real por lo ‘virtual’, en una pantalla de ordenador, o sea, una manipulación como la copa de un pino, por así decirlo...
Por lo demás, este estúpido engañarse y engañar con la ilusión de que se recorren países, se pasea por las calles de las ciudades, se sube a una torre, se recorre el recinto de un castillo, se visitan museos, se entra en bibliotecas, etcétera, tiene otros serios inconvenientes. De la inmovilidad del sujeto ‘navegador’, horas y horas sentado en su silla o su sillón, día tras día y año tras año, se seguirán, si Dios no lo remedia, ya la atrofia de los músculos, o la diabetes, o el colesterol, o las afecciones coronarias, o más de una de estas cosas, y por de contado, la progresiva disminución de la agudeza visual, de tanto fijar la vista en la pantalla del chisme...
Vivimos un tiempo fundamentalmente inauténtico y falsario, seguía Román Calamonte.
Televisión, Internet, radio, agencias de prensa... Pues a pesar, que esta es otra, a pesar de tan profusos y poderosos medios de comunicación, lo que impera en la opinión pública, es la desinformación, y la desinformación es peor y más nefasta que la no información. Los llamados medios de comunicación de masas, lo son de manipulación de masas. Las noticias se perfilan, se mutilan, se maquillan, se manipulan, en fin, según conviene a los manipuladores, sean quienes sean. Y así, verbigracia, ni se ha sabido ni se sabrá quién o quiénes mataron en Dallas a Kennedy, el jefe del Estado más poderoso del mundo, o quién o quiénes mataron en París a la popularísima Diana de Gales, o quién o quiénes hicieron saltar por los aires en una calle de Madrid, en pleno día, el coche que llevaba al almirante Carrero Blanco...
Dejó su puesto en la Universidad para poder dedicarse al teatro; su vocación se lo exigía y su desahogada situación económica se lo permitía. Quería además tener tiempo para “vagar al acaso de un lugar a otro”, en palabras de Bécquer; para su constante deambular y sus viajes, que constituían, lo uno y lo otro, una necesidad de su temperamento o idiosincrasia.
Conocía a Sixto Aliaga de cuando el Foro Universitario. En el Foro se representó su obra primeriza: Las diez de últimas.
Acabada la carrera, Aliaga se hizo empresario, y le fue tan bien en el negocio teatral, que en unos pocos años compró el teatro Agustín Moreto, que convirtió en su feudo. Allí montaba obras comerciales, de autores foráneos, sobre todo, entre las cuales no podían faltar los vodeviles, que tan bien suelen funcionar comercialmente.
Román Calamonte había seguido por la prensa la trayectoria como empresario teatral de su antiguo compañero de estudios y amigo, pero no había tenido contacto alguno con él desde los tiempos, no tan lejanos, desde luego, del Foro Universitario.
Román sabía, por su conocimiento de él, que Sixto Aliaga era un tipo elemental para quien, antes que cualquier otra cosa, el teatro era un negocio. Y así, como se había dedicado al del teatro, podía haberse dedicado a cualquier otro negocio que diera dinero. Y por lo tanto, ni que decir tiene que no se hubiera metido a empresario teatral si el negocio teatral no hubiese dado dinero.
Sabía también Román que Aliaga estaba casado con Rosa Fonseca, la escultural actriz de cine que se había iniciado como vedette en el mundo del espectáculo. Una de las revistas gráficas de las llamadas del corazón publicó una foto de paparazzi, de Rosa Fonseca en cierto antro, junto a un desconocido, en actitud equívoca. Rosa Fonseca se apresuró a declarar en una entrevista que le hicieron en otra de esas revistas, que se trataba de una foto trucada, pues afirmaba no haber estado en semejante sitio, ni sola ni en compañía de nombre alguno, porque ella tenía a su marido, de quien estaba enamorada, y por consiguiente, se había querellado, decía, contra la revista de marras.
Román pensó en Sixto Aliaga para verse con él y llevarle dos de las tres obras que tenía escritas además de la estrenada en el Foro Universitario cuando era estudiante. Una tenía título alternativo: A la luna de Valencia o Entre pillos anda el juego, parafraseando en el segundo el celebrado título de la comedia de Rojas Zorrilla. Era la historia, entremezclada con sus líos de faldas y frecuentación de prostitutas de alto standing, de las charranadas, latrocinios, saqueos, enjuagues, pillerías, engaños y truhanerías, de un truhán entre truhanes, o léase, de un político entre políticos, en la que andaba también de por medio la masonería, escrita en clave de humor, lo cual contrastaba con el poso amargo de la obra, ganando así en eficacia dramática. Era, una vez más, el reír por no llorar. En un determinado momento de la obra, los personajes se refieren a la situación de crisis económica a la que, coincidiendo con la crisis económica y financiera general, han conducido, por un lado, la política de obras públicas y de gasto público desmedido llevada a cabo por el Gobierno socialista del Partido Izquierdosocialista Obrero de España, y por otro, la sangría que son para el país las diecisiete Comunidades Autónomas con sus Gobiernos y Parlamentos y ristras de funcionarios y empleados y todo el gasto público que comportan... La situación de crisis y la desastrada política económica del Gobierno, han generado la desconfianza de los empresarios y creadores de empleo, muchos de los cuales han echado el cierre, con el consiguiente despido de trabajadores, otros muchos han reducido plantilla, y se han retraído las inversiones, con todo lo cual se ha desembocado en una cifra de desempleados que pasa ya de los cinco millones. Los dos Sindicatos mayoritarios del país (la Confederación de Sindicatos de los Trabajadores y el Sindicato Obrero de Izquierdas, de ámbito nacional) están siempre del lado del Gobierno socialista por su afinidad ideológica y de intereses políticos y por apesebrados con millones y millones por el Gobierno; es más, la Confederación de Sindicatos de los Trabajadores es la correa de transmisión, respecto de las bases, del Partido Izquierdosocialista Obrero de España. Pero Argimiro Pérez, secretario general de la Confederación, se plantea que, ante la situación económica que se abate sobre el país, y que padecen millones de obreros y trabajadores en sus propias carnes y de sus familias, se impone hacer algo. A las bases no se las puede ignorar. Y se reúne una vez más con Rogelio Cambronero, presidente del Gobierno socialista.
CAMBRONERO: Yo lo entiendo, pero no se puede presionar a la patronal hasta el punto de que dé cerrojazo y lo eche todo a rodar, abocando al país a una situación de sálvese quien pueda. Hay que mantenerse en un ten con ten dando una de cal y otra de arena, sin desviarnos de la línea de nuestros objetivos de izquierdas...
ARGIMIRO PÉREZ: Bueno, bueno, Cambronero, pero ante las bases se impone hacer algo, vamos, digo yo. Por eso se ha decidido la huelga general con un enfoque propagandístico anticapitalista y obrerista, como nos corresponde. Claro está, dejando claro en todo momento que la huelga no se hace para derribar al Gobierno, sino para que cambie su política de empleo creando nuevo empleo y fomentando la estabilidad en los puestos de trabajo incentivando a la patronal con ese fin. En fin, intentaremos con la propaganda apaciguar los ánimos e infundir esperanza en las bases, dentro de lo jodido de la situación. No os molestéis tú y los del Gobierno si somos un poco duros con vosotros en nuestras proclamas obreristas. La situación así lo exige.
CAMBRONERO: Vale, pero no os paséis, porque, aunque tenemos alianzas políticas con otros partidos del espectro, para seguir adelante con nuestros objetivos, con ciertas actuaciones nunca se sabe cómo podemos salir...
ARGIMIRO PÉREZ: Necesitamos más dinero, eso sí. Y lo mismo el Sindicato de Horcajo, que tan buenos servicios presta. Son muchos los gastos de la Confederación y del Sindicato de Horcajo, y más ahora con los que originarán los preparativos de la huelga general.
CAMBRONERO: Tendréis más dinero, pero no os paséis en los gastos, Argimiro, que de tanto estirarla, la cuerda puede romperse, y nos pegamos el batacazo.
ARGIMIRO PÉREZ: Tranqui, Cambronero, tranquilo. Saldremos adelante con nuestros objetivos políticos, como hemos llegado hasta aquí, que a pesar de los reveses, no lo estamos haciendo mal. Pero repito que no os molestéis si en nuestros discursos y proclamas arremetemos un poquejo contra vosotros en cuanto se refiere a algunos puntos de vuestra política social; ya sabes, hay que apaciguar a las bases, que son las que nos mantienen...
CAMBRONERO: Pero no os paséis, Argimiro, no os paséis, joder... Y mientras llegan mejores tiempos, desde el Gobierno iremos capeando la situación arremetiendo contra la derechona en los medios y distrayendo y desviando la atención hacia otros temas, como sabemos hacerlo, para no perder votos...
ARGIMIRO PÉREZ: No te preocupes, Cambronero. No hay cuidado. Después de la huelga, en la que, está visto, no llegará la sangre al río, ni mucho menos, decimos a la opinión pública que vamos a negociar, Gobierno y Sindicatos, y así, desviando la atención hacia otros temas, como tú bien dices, iremos tirando hasta que la cosa cambie, se arregle o mejore, vaya. Pero tenemos que hacernos con este puto país, y sobre todo, tenemos que luchar con uñas y dientes, con verdades y con mentiras, para que la derecha no nos arrebate la breva.
CAMBRONERO: Voy a cambiar varios ministros. Cuenta con la cartera de Trabajo para un sindicalista de la Confederación...
En la obra aparece también que el socialista al que últimamente habían dado el cargo de presidente del Congreso de los Diputados, se había hecho con una red inmobiliaria aprovechándose de sus altos cargos anteriores. Con la red inmobiliaria había hecho una fortuna. Tenía acumuladas en el Tribunal Supremo varias querellas por cohechos, que podían servir para algo, o no. Entre tanto, tenía el cinismo y el rostro de pedernal, de jactarse, en discursos y entrevistas, de probo y honrado...
La otra obra de las dos por estrenar llevaba por título El reverbero, una historia, ésta, sensiblera entreverada de humor fácil y digerible, y por lo tanto, divertida al par que sensiblera.
Román se hizo con el teléfono de Aliaga y le llamó.
Salió al aparato su secretaria.
—Al habla con la secretaria de don Sixto Aliaga: ¿dígame?
—Pásame, por favor, con don Sixto.
—Don Sixto está muy ocupado, señor.
—Me lo figuro.
—¿De parte de quién?
—Dígale que le ha llamado Román Calamonte. Anote mi teléfono, por favor.
—Sí, dígame.
Román le dijo el número y la secretaria tomó nota.
Román esperaba la llamada de Aliaga, y efectivamente, al día siguiente le llamó.
—¿Don Román Calamonte, por favor?
—Sí, soy yo.
—Le habla la secretaria de don Sixto Aliaga. Un momento, por favor: le paso con don Sixto.
—Muchas gracias.
Y a continuación:
—Román, ¿cómo estás, chico?
—Bien, Sixto; muchas gracias. ¿Y tú, cómo estás?
—Vamos bien, vamos bien, hombre. Chico, cuánto tiempo.
—Hombre, no tanto, Sixto. Tampoco hay que exagerar.
—Hace, hace...
—Hace alguno, sí. Y bien, cuándo nos vemos, porque de eso se trata.
—Estoy la mar de liado, ésa es la verdad. Pero para los amigos siempre habrá un rato.
—Eso digo yo.
—¿Cuándo te viene a ti bien?
—Por mí, hoy, si quieres, o mañana, vamos.
—Mañana, mañana..., déjame ver...
Unos momentos de silencio.
—Sí, Román, mejor mañana, ¿vale?
—Perfecto.
Y quedaron en el sitio y a la hora.
Cuando se vieron, lo primero que Aliaga le dijo a Román, fue:
—Estás igual, chico.
—¿Es que tú no lo estás? —contestó Román esbozando una sonrisa.
—No me atrevería a asegurarlo. Yo he cambiado, salta a la vista.
—Que no, hombre, que no —dijo Román sonriendo condescendiente.
—Y hablando de otra cosa —terció Aliaga—, ¿te has casado, o estás soltero?
—Estoy soltero, o mejor, soy soltero, porque creo que soy un soltero vocacional, si así puede decirse —respondió Román a media sonrisa.
—El buey suelto..., ¿no? —apostilló Aliaga guiñando el ojo derecho.
—Tú sé que te casaste con Rosa Fonseca.
—Sí, claudiqué.
—¿Por qué, hombre?
—Bah —hizo Aliaga—, es un decir.
—Y sé que compraste el teatro Agustín Moreto.
—Sí, chico. Me ha ido bien en esto —repuso Aliaga como no dándole importancia.
—Me alegro.
—Gracias. ¿Y tú, a qué te dedicas?
—Enseñaba en la Universidad, y lo he dejado.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué lo has dejado, chico? ¿No te va la enseñanza?
—Pues no demasiado. Pero, bueno, no ha sido por eso solamente. Necesito todo mi tiempo para mi vocación: el teatro. He seguido escribiendo, y además de otras en el telar, tengo dos obras que quiero estrenar. Y antes de irle con ellas a otro empresario, he pensado en ti.
—Pues gracias. Pero el panorama teatral en nuestro país no está para idealismos, amigo Román, ni lo está el país; porque me figuro que sigues siendo el idealista de entonces —digo Aliaga sonriéndose.
—No pongas etiquetas, amigo Sixto —repuso Román con otra sonrisa.
—Perdona, perdona... —y tras una corta pausa: —Pues vengan esas dos obras, amigo mío. Porque supongo que las traes en la cartera.
—Sí, aquí están los manuscritos, no te equivocas —y sacando dos manuscritos encuadernados, se los alargó a Aliaga.
—Me consta que tienes talento. Las leeré con todo el interés que tu talento se merece, independientemente de que, además, seas mi amigo. Como sin duda sabrás, hasta hace poco hemos tenido en cartel durante una larga, larga temporada, Sé infiel y no mires con quién, de estos jodíos..., John Chapman y Ray Cooney. Con esta obra la gente se descancanilla de risa, como dicen en mi pueblo. La función que tenemos ahora no sé lo que aguantará. En cualquier caso, leeré tus obras con el máximo interés, como ya te he dicho, y veremos qué se puede hacer. Por de pronto prefiero que no me digas nada sobre ellas. Cuando las haya leído, hablaremos largo y tendido, si hay que hablar...
Comieron juntos, y al despedirse quedaron en mantenerse en contacto.
Se metió en el metro. Y cuando iba en el vagón, vio una mujer que tenía un extraordinario parecido físico con Verónica. Hasta su mirar era el mismo mirar. Y frisaría en la misma edad.
Se le apoderó una súbita emoción.
La miró a los ojos, y ella correspondió a su mirada, no sabía Román si con curiosidad, extrañeza o interés.
Por supuesto, pensó Román, que se trataba de uno de esos misteriosos parecidos que se dan entre dos personas a las que no une parentesco alguno, ni siquiera remoto, y que no son tampoco naturales de un mismo pueblo o ciudad, ni de la misma provincia, y ni tan siquiera, en algunos casos, del mismo país. Es uno de tantos misterios como nos rodean, queramos o no reconocerlo.
Román habría querido dirigirse, con cualquier pretexto, a aquella desconocida para ver si también en el timbre de su voz se parecía a Verónica. Pero no lo hizo.
La desconocida se apeó de allí a poco. Y lo que sí hizo Román fue salir también del vagón y seguirla entre la gente, con tiento para que ella no se percatara del seguimiento.
Ya en la calle, siguiéndola aún, se le antojaba que incluso su modo de andar era el modo de andar de Verónica.
Mas, de pronto, aquel seguimiento le resultó, amén de absurdo, más doloroso que otra cosa.
Bah, se dijo.
Y deteniéndose, la perdió de vista...
Quería a su hermana Carlota doblemente por su débil carácter y por la dulzura del mismo.