Ser temido, ser amado - José Rodríguez Chaves - E-Book

Ser temido, ser amado E-Book

José Rodríguez Chaves

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Beschreibung

Una alegoría bajo el velo de la literatura fantástica de la mano de uno de los escritores más profundos de su generación. Drago, jefe supremo de un asentamiento humano en un mundo que nunca existió, tiene que gobernar con mano de hierro, sorteando intentos de acabar con su vida y sublevaciones. Sin embargo, no es invulnerable a la duda, el miedo o el amor. Pronto sus pasiones humanas se verán puestas a prueba y tendrá que elegir qué quiere ser: hombre o lider.

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Seitenzahl: 133

Veröffentlichungsjahr: 2022

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José Rodríguez Chaves

Ser temido, ser amado

Novela

Saga

Ser temido, ser amado

 

Copyright © 1998, 2022 José Rodríguez Chaves and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728374634

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

Toda realidad ignorada reclama su venganza.

José Ortega y Gasset

El amor a los demás, el placer de serles útil o poderles servir, es el principio de toda sociedad.

Franz von Baader

Moneda que está en la mano

tal vez se deba guardar,

la monedita del alma

se pierde si no se da.

Antonio Machado

Primero

—¡Los quiero a todos! –rugió Drago. La frase contenía una involuntaria ironía acerba.

Las órdenes de Drago, Jefe Supremo, eran acatadas por todos sin la menor objeción. Ni siquiera el Consejo privado, a la hora de los dictámenes, se permitía rebatir sus puntos de vista. (El Consejo exponía su parecer esmerándose en no afear o desairar lo propuesto por el Jefe Supremo.)

Los hombres envarados frente a Drago permanecieron inmóviles aún. Espadimbatible, que estaba en el centro, preguntó:

—¿Vivos o muertos?

—Por supuesto que vivos preferentemente. Por supuesto que muertos si vivos no. Por supuesto que como sea –contestó Drago con ceño inflexible.

—Vuestra orden será cumplida –respondió Espadimbatible como en un ritual.

Espadimbatible hizo una seña y los demás hombres le siguieron hacia fuera.

Drago los miró ir con feroz complacencia. En tanto se rascó la ceja toscamente y casi en seguida abandonó la estancia.

Segundo

Dolema estaba echada sobre el lecho cubierta con un camisón de gasa blanca que dejaba traslucir sus formas perfectas.

Dolema era una mujer de veintitantos años cuyo rostro estaba fresco como un jazmín abierto en el relente de una noche de junio. Sus ojos rasgados se abrían desmesuradamente como los de un niño asombrado. Dolema tenía unas facciones dulces y un semblante triste. En sus ojos rasgados se leían angustias incógnitas y una tristeza presente.

Dolema se incorporó en el lecho al oír un estrépito de puertas. Se acercaba Drago. El cual no tardó en aparecer. Dolema se cubrió con la ropa en ademán de instinto pudor.

—Dulce mía –dijo Drago–. Mira, Dolema, los he mandado buscar.

La cara de Dolema se puso más triste. Dijo sólo:

—¿Por fin...?

—Sí, dulce mía. Era necesario. Son unos malvados. Han pretendido una asechanza contra mí. Tengo que dar un escarmiento, compréndelo. Si no, ¿quién me puede asegurar que no van a intentar ellos u otros otra rebeldía? Dolema, ¿tú no has oído hablar de Maquiavelo? Maquiavelo escribió: «Es mucho más seguro ser temido que amado». Por supuesto, dulce mía, que no es eso lo que prefiero con respecto a ti –Drago se había puesto a acariciar a Dolema–. No, no con respecto a ti, mi amor. Pero de los demás no puedo pretenderlo. Son malos. Tienen envidia y odio. Quisieran verme derribado como un árbol vencido. Pero no lo conseguirán, por supuesto que no lo conseguirán. Yo te lo juro, Dolema.

Tercero

La comitiva avanza lenta y majestuosa por entre la gente que ovaciona. A ambos lados del recorrido la gente se apiña dando una nota amplia de color y calor. Las manos aplaudientes baten palmas en alto a un ritmo rápido y muchos brazos se alzan agitándose en señal de saludo.

Drago se yergue en su coche enhiesto y rígido, saludando alternativamente a la derecha y a la izquierda con ambos brazos al gentío que lo aclama.

A su lado, a la izquierda, va erguido también Brazodextro, embutido en un rico uniforme militar que le mejora un poco su aspecto de tigre dispuesto a saltar. Brazodextro tiene en el rostro una cicatriz que se lo surca de arriba abajo por la mejilla derecha. Sus ojos arden bajo la luz pujante del día primaveral. Mira y observa a la gente que aclama y en su expresión se deja entrever una marca de satisfacción.

Por su parte, Drago viste uniforme de Jefe Supremo, de autoridad total frente a la que ninguna otra prevalece. El uniforme bordado y galoneado en bocamangas y hombreras lo adornan en el pecho medallas, cruces y condecoraciones que tienen su peso específico, aparte del metafísico o simbólico. En el rostro impertérrito de Drago no se adivina satisfacción ni ningún otro sentimiento. Está muy en su papel de Jefe Supremo inalterable.

A Drago lo escolta una escolta armada de medio centenar de hombres, ataviados con vistosos uniformes y largas capas. Algunos tocan pífanos, cuyos sones taladran el ambiente en calma.

Drago se dirige a una tribuna instalada para presenciar desde ella una gran parada de su ejército conmemorando la efemérides de su asunción del poder.

Con este mismo motivo por la tarde se celebra en la Plaza Porticada y Blasonada de la ciudad, cuya construcción data, al decir de los eruditos, del siglo xiii , una gran fiesta popular bajo la presencia solemne de Drago en su calidad de Jefe Supremo y autoridad total, pero también como primer Munícipe de honor de la ciudad.

A tal fiesta acude una gran parte del pueblo, para el que se celebra, a pesar de que toda esa parte no puede tener cabida en la Plaza Porticada y sus adyacentes. Pero todos procuran un mismo objetivo: participar.

Drago se complace altamente en presidir el festejo popular de sus súbditos y hasta se diría que disfruta junto a su pueblo y que siente la tentación de bajar de su rico sitial, montado sobre un gran tinglado delante del Consejo Local, para tomar parte de un modo directo, físico, pleno, mezclado entre la gente.

Drago es pueblo porque procede del pueblo. Drago siente una veneración secreta e íntima hacia las clases altas, hacia el abolengo de sangre o de rango social, pero al propio tiempo las detesta porque él no procede de estas clases. De esta forma se riñe una enorme batalla de sentimientos en su interior.

Uno de los números o secuencias del festejo corre a cargo de un elenco de danzantes traídos a la ciudad con este fin.

Dice la gente que los componentes del elenco son zíngaros o de origen zíngaro.

Interpretan unas danzas populares exóticas que resultan del agrado de la multitud. Sobre todo gusta una muchacha a quien al final de una de las danzas dejan en solitario sus compañeros y que baila un rito cuya raíz o procedencia seguramente se pierde en los pliegues del tiempo.

La danzarina es esbelta, alta, y se contorsiona en su baile con la flexibilidad y la elegancia de un reptil. El negro pelo al aire, cubriéndole o medio cubriéndole las bellas facciones; los finos brazos moviéndose a ritmo agilísimo, trenzando en el vacío misteriosos garabatos de significado esotérico, pero cautivantes; su cintura de goma obedeciendo a la voluntad como si ésta la moldeara con manos invisibles; las piernas combinando un repertorio de actitudes raudas; los hermosos pies descalzos bordando sobre el entablado una greca mágica, sutil, inverosímil, que sin embargo casi adquiere corporeidad; el rostro encendido, los ojos chispeantes; todo en ella arranca el entusiasmo de la gente, la cual prorrumpe en una salva de aplausos que obligan a la danzarina a una repetición.

Drago ha permanecido fijo, impertérrito, imperturbable todo el rato de la actuación. Al final, viendo a la chica bajarse del tablado, le ha dado con el codo a Brazodextro, que permanece a su lado, y ha dicho simplemente:

—Ordena que se me traiga a esa muchacha.

Brazodextro ha comprendido inmediatamente. Sabe adivinar los pensamientos de su jefe. No en vano lleva veinte años pegado a su persona.

Cuarto

La danzarina estaba ante Drago observándolo todo. La rica estancia impactaba sus ojos. También se fijaba en Drago con ojos indecisos, no asustados.

—Dolema. Es un nombre bonito –dijo Drago–. Pero ese «Dole»... Parece que indica sufrimiento o dolor. ¿Es así, Dolema?

—No me parece que tenga nada que ver el nombre con la persona –respondió Dolema con soltura.

—Según y cómo, Dolema. A veces el nombre puede ser un símbolo y lo es. En la Biblia ocurre así con mucha frecuencia. ¿No has leído la Biblia?

—No. Pero la leeré.

—Bien, Dolema. Así me gusta. Tú eres una gran muchacha. Y valiente.

—Me parece que no es de ley coger a una chica por la fuerza sin darle ninguna clase de explicaciones.

—De ley. Qué ingenuidad. Eres dulce –a lo mejor Dolema significa dulzura– e inocente. Yo ordené que se te cogiera y nada más. Lo creí más conveniente así. No debes culpar a mi lugarteniente ni a ningún otro. El único responsable soy yo. Castígame a mí si quieres –sonrió Drago.

—Encima se burla.

—En absoluto, Dolema. Hablo en serio –hizo una pausa–. Yo creo que vamos a ser buenos amigos –esperaba con sus ojos una respuesta de la muchacha.

—No lo sé.

—Por favor, Dolema.

La chica se sonrió.

—¿Ves como sí? –dijo encantado Drago.

—Es usted un hombre curioso.

—¿Por qué?

—No sabría explicarlo. Pero me lo parece así.

—¿Pero curioso en qué sentido?

—Ya le digo, no sé. Sé que es usted poderoso, que una orden suya se cumple contra todo y contra todos. Que hay mucha gente pendiente de adivinar sus deseos para complacerle. Me imagino también que es usted inflexible...

La cortó Drago:

—Eso es lo que has oído.

—No.

—Bueno, son cosas difíciles de entender para una muchacha como tú.

—Yo andaba errante y usted me ha cogido.

—Dolema, desde este momento te prohíbo que uses conmigo ninguna clase de tratamiento. Tú a secas. Tú.

—¿Que le llame de tú?

—Eso es.

—No lo entiendo.

—Lo entenderás, Dolema. Todo llega con el tiempo.

—Bueno.

—¿Te gustaba esa vida errante? ¿Preferías la miseria y la incertidumbre?

—No se trata de preferir esto o lo otro. Yo andaba en esa vida porque en ella había nacido, porque había mamado ese ambiente y porque no conocía otro.

—¿Y ahora que conoces otro?

—No sé.

—Si te digo: «Anda, continúa con tu danza, Dolema», ¿te irás?

—¿Me lo dice?

—No, Dolema. No me arriesgaría a tanto.

—Qué extraño es todo.

—Qué claro es todo para mí.

—Yo no tengo a nadie en el mundo. Ya le he contado que a mi padre no lo conocí, que no sé quién era mi padre, y que a mi madre la perdí siendo muy chica. También sabe que me recogió una extraña que se compadeció de mí. Esa mujer fue para mí una segunda madre. Pero tuve la desgracia de perderla también a la edad de trece años. Desde entonces he carecido de todo cariño y todo halago. Al contrario, he sufrido muchos sinsabores.

—Qué lenguaje ingenuo y puro el tuyo. Qué criatura expuesta a los golpes amargos de la vida. Pero ya no será así.

—¿Y mi libertad?

—¿La quieres? Yo tengo libertad, Dolema. No hay mayor libertad que la de haber conseguido aquello que llena, aquello que colma nuestros deseos y nuestras apetencias. Yo lo poseo. ¿De qué sirve la llamada libertad cuando sólo se tiene a ella? Es una falacia. A ti te aplaudían, Dolema, porque eres una bailarina magnífica, pero estabas también expuesta a los silbidos y a los malos tratos. Y lo que es peor, a los atropellos de unos y de otros, porque eras débil y hermosa y estabas indefensa. Ahora ya no ocurrirá así.

—Me encuentro confundida. No sabría qué responder. Lo que puedo decir es que jamás hubiera imaginado un suceso semejante en mi vida. Yo bailaba y erraba un poco como quien se deja llevar sin resistencia por un impulso transmitido en la sangre. No sé. Creo que en esa vida hubiera pasado años y años.

—Pero un día te hubieras enamorado... si no lo has estado ya –Drago puso sus cinco sentidos en observar la reacción de sus palabras en Dolema.

—No lo he estado, pero era de esperar que llegase ese día, aunque amor es todo, amor es vivir.

—Filosofas también.

—No. Todo el que ama la vida tiene amor.

—Yo me refiero al amor entre hombre y mujer.

—Yo nací de un amor clandestino y pagué por ello con la pena injusta de no conocer a mi padre.

—¿Hubiera valido la pena que lo hubieras conocido? Tal vez no. Tal vez fue mejor así. Yo conocí al mío y no lo tuve nunca por padre.

Dolema guardó un silencio profundo.

—Pero –siguió Drago– dejemos las cosas tristes. Ahora se trata de sumergirnos plenamente en la vida, en la nuestra, haciendo tabla rasa de los malos recuerdos. Recordar es morir un poco, según creo que dijo un sabio. Tanto más, pues, si los recuerdos son indeseables.

Dolema observaba a Drago con un vivo interés, como queriendo abarcar con su mirada más allá de lo que permitía la barrera de lo físico.

Drago le clavó sus ojos y en ellos Dolema pudo ver ternura o así le pareció a ella.

Quinto

Las órdenes de Drago fueron, en efecto, cumplidas, y además en menos tiempo de lo que el propio Drago esperaba, habida cuenta de que sabía que los rebeldes tenían previsto un plan concienzudo de huida u ocultamiento para el caso de que fracasaran.

Espadimbatible, debidamente aleccionado e instruido por Brazodextro, tras un despliegue investigador y policial sin precedentes en los anales del país bajo la férula de Drago, dio con el segundo cabecilla rebelde a los trece días de su búsqueda, lo cual fue el hilo que le condujo al ovillo. El primer cabecilla de la conjura no tardó en caer, casi en el momento en que iba a lograr su fuga del país.

Cierto que el empeño fue de los que le costaron más sudores y esfuerzos, más astucia y habilidad, porque los rebeldes contaban con apoyos clandestinos poderosos, pero Espadimbatible lo dio todo por bien empleado cuando le sonrió el éxito. Había cumplido una difícil, una dura misión, entre las más duras y difíciles llevadas a cabo al servicio de su jefe, y esto le proporcionaba una total satisfacción. Que era lo que importaba.

—Me siento orgulloso de tenerte a mis órdenes –le dijo Drago a Espadimbatible, una vez ante él para darle cuenta del feliz resultado de su misión–. Eres uno de mis bravos servidores y un auténtico patriota.

A Espadimbatible le vibró dentro una emoción fuerte que le hacía crecerse ante sus propios ojos.

—Gracias, señor –respondió con orgullo.

—Sí, puedes mostrar esa actitud altiva –dijo Drago percibiendo lo que su subordinado sentía–. Sabes que me gusta la franqueza. Tienes motivos para sentirte orgulloso de esta misión, como de otras prestadas a nuestra causa, que es la causa de la Patria.

Sexto

Dos días después tuvo lugar en el patio de armas del palacio del Jefe Supremo la imposición por éste a Espadimbatible, Grado de Honor de la Suprema Jefatura, gran Canciller de la Orden del León, Caballero Magnífico de la Patria, Maestre en posesión de la Cruz de Hierro de los Héroes, de la más alta condecoración que podía otorgar la Suprema Jefatura, esto es, la Insignia de Héroe Nacional Reconocido con derecho a honores públicos de por vida.

La ceremonia fue brillantísima.

En el palco de honor estaba, presidiendo, Drago en uniforme de gran gala, y a su lado, a la derecha, Dolema, la prometida oficial del Jefe Supremo, cuya proclamación oficial como prometida había sido hecha días antes.