Las ciento y una - Domingo Faustino Sarmiento - E-Book

Las ciento y una E-Book

Domingo Faustino Sarmiento

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Las ciento y una reúne las cinco cartas abiertas que Sarmiento escribió en polémica con Juan Bautista Alberdi, quien lo había atacado con estilo indirecto. La respuesta sarmientina es todo lo contrario: un arte de la injuria y de la defensa de sus posiciones en un combate (intelectual) a campo abierto. La disputa del momento se jugaba en torno de la presidencia de Urquiza. El envión de la obra de Alberdi delinearía en ese mismo 1853 la Constitución Nacional argentina, y era manifiesto su apoyo al líder de la Confederación. Sarmiento fue capaz con estas cartas de "subirlo al ring" desde el exilio en Chile. Esta movida, parte de una estrategia mayor, involucraba discusiones sobre los fundamentos de la autoridad y sobre su proyección en el tiempo.

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Seitenzahl: 211

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Domingo Faustino Sarmiento

Las ciento y una

 

Saga

Las ciento y una

 

Copyright © 1853, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726602708

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Nota a la presente edición

Sarmiento no editó un libro titulado “Las ciento y una” reuniendo la serie de cinco cartas abiertas en el diario “El Nacional”, en las que polemiza con Alberdi, que sí editó en libro sus “Cartas Quijotanas”. La primera edición de los artículos sarmientinos en forma de libro, que pasa generalmente como concebido por el escritor, pertenece a su nieto Belín (Tomo XV de la edición Nacional de 1897) que sumando artículos sobre el mismo tema extiende la obra original y se convierte ilegítimamente en coautor. Hemos creído pertinente editar bajo el título de “Las ciento y una” únicamente los cinco textos que llevan dicho nombre.

LAS CIENTO Y UNA PRIMERA DE CIENTO Y UNA

Al Excmo. señor enviado plenipotenciario efectivo cerca de los diarios de Valparaíso y ad referendum, cerca del gobierno de Chile, doctor don juan Bautista Alberdi.

En la olla podrida que ha hecho usted de Argirópolis, Facundo, La Campaña, etc., etc., condimentados sus trozos con la vistosa salsa de su dialéctica saturada de arsénico, necesito poner orden para responder y restablecer cada cosa en su lugar. Por ahora me basta fijar las cuestiones primordiales.

¿De qué se trata en sus cartas quillotanas? De demoler mi reputación. ¿Quién lo intenta? Alberdi.

¿Qué causa lo estimula? Ser empleado para ello.

¿Cómo le vino ese empleo? Negociándolo por medio de Gutiérrez, a trueque de escribir en Chile.

¿Cuál es el resultado de su libro? Dejar probado que no soy nada y que usted lo es todo.

Todo esto necesitaré tener presente en estas primeras consideraciones.

Además, Alberdi es un abogado culto y no periodista de profesión. Yo no soy sino periodista a sueldo, un gaucho malo de la prensa. Asumo con placer tal carácter; a bien que escritos el libro de Alberdi y mis réplicas para lectores gauchos, gobiernos gauchos y ejércitos gauchos, que se están dando de sablazos, no les ha de saber tan mal el lenguaje campestre del pago, y el de la ciudad pequeña, que es el mío. Si no hago las reservas del abogado Alberdi es que él lo ha establecido: no soy abogado.

Sus escritos en El Diario y en El Mercurio desde agosto provocaron mis publicaciones desde octubre. Sus panfléticos de Quillota desde enero le atraerán los que desde marzo (en que logré verlos) empiezo.

No olvido la sangrienta reyerta con que por un año mortificó a Valparaíso en su empeño de anonadar a Juan Carlos Gómez; que más tarde continuó con Peña y después la siguió con Mitre. Había tenídoselas antes con Gutiérrez. Con Tejedor se sabe lo que intentó el insigne camorrista contra argentinos en el destierro. Conmigo esta es la cuarta embestida; y después de éstas aquí y las más sangrientas en Montevideo contra los Varelas, hoy muertos y por tanto objetos de respeto hasta para usted, y contra Lavalle cuando no adoptó los planes de campaña que usted le envió. Pero aquéllos han quedado sanos y salvos y, lo que es más, mondos y limpios de las salpicaduras de su baba atrabiliaria.

Es usted abogado rico; yo periodista a sueldo, y yendo y viniendo escritos, veré hasta dónde va el encono, el dinero, la capacidad y la lógica de usted. ¡Batallas!, me dice como Almaviva (usted es alma muerta), ¡este es su elemento! ¡Prensa de combate! ¡Gaucho de la prensa! Allá iré luego, doctor.

A usted no se le refuta. Con rectificar lo que usted dice, nada queda por hacer. Las posiciones que usted asume son realmente dignas del fondo y del objeto de sus quillotanas. Véase si no: soy yo periodista de la prensa guerrera, y usted que escribe hoy periódicos sometidos a disciplina, no es periodista sino abogado. Usted nada en riquezas, en medios independientes de vivir, otros viven de sueldos de periodistas. Ha estudiado usted en colegios y hay quienes no sepan lo que usted sabe o debiera saber. Todos mis escritos emanan de los de usted, y si yo dije algo que usted no dijo, lo habían dicho en cambio en 1838 los jóvenes de Buenos Aires, de que usted formaba parte. Para usted viene la luz, para mí viene la época del olvido ingrato.

Y si algo queda que me diera valor a mis propios ojos o a los ajenos, ese algo lo hace usted menudos fragmentos y me lo arroja por la cara. Facundo, Argirópolis, política, intenciones, capacidad, estudios, servicios, ¿qué me ha quedado? Soy el Job de la República Argentina, el instrumento roto, mellado y arrojado al muladar. Su ventaja es inmensa, como su superioridad infinita. Usted me había dejado vivir diez años, ¡cuánta bondad! y un día que su desagrado olímpico estalla, porque cólera sentaría mal a usted, provocada por objeto tan mezquino, me toma entre dos dedos y me troncha, diciendo a sus amigos: ¡ecco lo qua!

Lo peor es que yo nada tenga que analizarle a mi turno que venga a cuento. Sus Bases las apruebo, porque no es aquí el lugar de discutirlas. De Treinta y siete años ha me mandó usted sólo las seis páginas últimas (guardándose las treinta y seis primeras), para mostrarme cómo había hablado de constitución en 1847 y cómo se movía Tucumán en 1851 por el efecto que producían sus escritos antediluvianos. Si es la Memoria, sería impiedad filial poner la mano sobre ella con mis pobres lucubraciones, hijos naturales que su genio de usted engendró en cortesana con cuarto a la calle. ¡Ni sabía usted que tales hijos tenía! Si los Preliminares, me los arrebató usted de mi estante en 1844, pues no quería que ese libro ligero, obra de la niñez, circulase. En cuanto a su estilo, ¡ni tocarlo, usted que habla de la academia y del minotauro de nuestros campos!

¿Qué me queda, si no seguirlo paso a paso, pidiéndole gracia como el mendigo que pide un óbolo? ¡Pero está usted tan alto!, ¡tan elevado!, ¡tan sostenido!

Tengo, sin embargo, una ventaja, y debo aprovecharla. Usted cree sincero cuanto yo digo, y me hace en ello justicia. En todo su libro ha querido poner usted la prueba de mi pasión, error, ignorancia y malos hábitos. Pero usted, como todos, me cree honrado. No lo creo así yo a usted (hablo en política); no lo creen una gran parte de sus compatriotas y no se cree usted tampoco, Alberdi. Gustaría usted de que se le llame hombre de Estado, hombre reservado, de peso, serio, circunspecto, honesto; pero aquello de honrado es una broma de que usted se ríe a sus solas.

Esta convicción me quita un enorme peso, disipa la fascinación que sus escritos me causan y me alienta a proseguir. Principio, pues, su libreto de ópera por el introito.

-"Sea cual fuere el mérito de su Campaña, probable es que no hubiese yo leído ese escrito por falta, de tiempo."

¡Pillería, Alberdi! Es la réclame del sangrador principiante, que dice a sus clientes: le sacrificaré un minuto... mis prácticas me abruman... Esto da aires de hombre muy necesario, muy importante.

Óigase usted, página 62: "A todo lo que aparecía de su pluma nuestra palabra de orden era: ¡bravo!, ¡estupendo! Lo aplaudíamos sin leerlo. A mí me sucedió de ordinario".

Veamos sus cartas particulares: -"Usted me lleva la ventaja de tener tiempo de sobra, mientras que yo apenas tengo tiempo para escribirle billetes brevísimos en pésima letra".

-"Una biografía, etc., es lo que convendría; me falta el tiempo. Me debo a las obligaciones de mi profesión molesta y exigente."

-"El sábado recibí su carta y ayer domingo me fue imposible disponer de un rato para contestarla."

-"Recibí su carta antes de ayer, y ayer los quehaceres de oficio no me permitieron contestarla."

-"Mil veces he estado por escribirle estos días; pero usted sabe que a menudo me falta el tiempo hasta para pensar en mí."

-"Perdóneme acabar aquí; quehaceres del oficio me quitan el tiempo."

-"Mis clientes pagan (¡así!) el tiempo que doy a esta correspondencia que hasta aquí me ha dado la pérdida de mi coalición."

-"Los cien negocios que tengo sobre mis hombros de mosquito... son causa de que no conteste en el acto."

-"Ayer recién vi su carta y siento que haya sido después de la salida del correo, porque hubiera aprovechado de su excelente indicación para Gutiérrez. Todavía la he de usar; ¡pobre! sentiré que tenga que vivir de empleos públicos, que es la última desgracia que un hombre pueda tener en estos países democráticos."

Yo pido, por caridad, a todo hombre honrado que diga si habría tenido durante dos meses la paciencia que he tenido yo, para no tomar la pluma al recibir la tercera o la sexta vez esta retahíla, esta muleta de las ocupaciones, y mandar echar a pasear al charlatán mal criado que, por la manía y el plan de embaucar y hacer creer que lo abruman los pleitos, somete a sus corresponsales a este martirio.

Este hecho revela a Alberdi, y no existiendo en tiempo de Moliere la réclame, que ha hecho ganar millones en estos tiempos a los autores de pomadas maravillosas, de bálsamos de Tetuán para curar enfermedades secretas, no vio este tipo original moderno del periodista réclame, que publica un panfleto estudio del derecho, diz que en Génova, para hacerse recibir abogado, y escribe novelas de periódicos y monta un club para hacerse nombrar enviado plenipotenciario.

Añádase al tormento de recibir todos los días este desaire el ultraje de venir escrito en una letra infernal, ininteligible, muestra de la educación primaria del que así escribe y testigo indeleble de los azotes y puntapiés que llevó en vano en la escuela este carácter disipado, díscolo, incapaz de atención sostenida, de trabajo asiduo. El egoísmo y la mala crianza suelen tener por espejo una letra ininteligible. ¡Qué le importa al que la escribe los disgustos, los martirios que va a sufrir el infeliz que tenga que pasar horas en descifrar palabras que ocultan el pensamiento en letra que disfraza las palabras mismas!

En la introducción de las quillotanas está, pues, la tablilla de Fígaro, avisando a los parroquianos que allí donde hay una mano pintada con lanceta se sacan muelas.

Sentado en su libreto que el tiempo le falta para recoger las pesetas que persiguen a su fama, emprende la de buscar aliados y simpatías. "Aunque usted nunca ha sido toda la prensa de Chile, ni mucho menos la argentina, usted ha hecho campañas en ambas que le hacen un propósito digno de este estudio. López, Bello, Piñero, Frías, Peña, Gómez, Mitre, Lastarria y otros muchos representan colectivamente esa prensa de Chile, en que usted no ha visto sino su nombre."

¿A qué viene esto, Alberdi? ¿De dónde tomó la frase subrayada que me reprocha? Busco y encuentro que habiéndome pasado una nota Urquiza, en que, a propósito de boletines, me decía que la prensa de Chile había estado chillando en vano, contéstele que no toda, sino que la prensa chillona de Chile había sido yo, para recoger el guante dirigido sólo a mí. ¿Qué tienen que ver Lastarria, Bello en esto? Pero Alberdi necesita tenerlos de su parte o afectar defenderlos.

No se nombra él, empero, en la lista de los que escriben o escribieron en la prensa: 1o porque va a establecer en adelante que no es ni fue periodista, sino abogado, y 2° porque él no ha chillado nunca (en vano) por la prensa, que es de lo que hablaba Urquiza.

Cuando en agosto de 1852 empezó a escribir periódicos en Valparaíso se iba a negociar su nombramiento de embajador en Buenos Aires; sesenta días después de principiar la obrita le llegó el nombramiento. Esto se llama no dar puntada sin nudo. Alberdi no chilla y no era a él a quien Urquiza quería herir.

En cuanto a haber hecho campañas en ambas, subrayando con ironía, sostengo que en ambas prensas o repúblicas, y en ambos, sentidos, recto y figurado, he hecho campañas. El 20 de abril fui de los primeros que me presenté con mi rifle en el lugar del combate, por la misma razón que Alberdi se fugó de Montevideo, a saber: porque cada uno es dueño de su pellejo: y en Caseros estuve en donde se habría guardado muy bien el conservador utriusque.

Usted tiene, Alberdi, un título que es también un ambo en la lotería de la vida: abogado de Montevideo y Chile; pero en su patria no es ni doctor, ni licenciado, ni abogado siquiera, y cuando vaya tendrá que rendir exámenes públicos para recibirse, aunque no pueda ya mascar el agua, o le trasude la ciencia, de que hablaré luego. Queda, pues, la cita rebatida, confundido usted de falsearla, añadiéndole un toda y de desvirtuar su noble significado, sacándola del lugar y propósito con que tal cosa dije; y apartados del debate Bello, Lastarria, Gómez, por no ser partes.

Esta es la entrada triunfal de aquel grave Dulcamara de la diplomacia argentina. Veamos la atmósfera que se cría para despedazarme en cartas que finge dirigidas a mí, y juramenta a sus secuaces para que no las divulguen y lleguen a mis manos. "¿Representan VV. los nuevos intereses de la República Argentina en sus publicaciones posteriores al 3 de febrero? El mal éxito que usted ha experimentado entre sus antiguos correligionarios le hace ver que su pluma, tan bien templada en los últimos años, no sirve hoy a los intereses nuevos, etc."

El mal éxito es un hecho, pues, incuestionado, incuestionable. Hay en ello superchería del que lo establece, y verdad parcial que no está en nuestras manos remediar.

Superchería. En Santiago todos mis correligionarios políticos, más todavía, todos los argentinos sin excepción, si no están del todo de acuerdo conmigo, lo que ignoro, porque no me ocupo de saberlo, ni me interesa, lo están al menos en detestar los procedimientos y manejos de Alberdi. Deseo que quien se crea agraviado por aserción tan absoluta me lo reclame. En Valparaíso viven los argentinos divididos en dos campos hostiles, y los que no han querido formar parte del club, o se han separado de él, y a quienes el mal o buen éxito de mis escritos debe importarles poco, rechazan con indignación, con desprecio, con odio, los procedimientos políticos del abogado de las ocupaciones del oficio (periodista). Ciento setenta y siete firmas de Copiapó apoyaron por la prensa otros principios que los proclamados por el club.

De esto hay confesión de parte. En carta de 16 de octubre dice usted: "Me es indiferente que tomen este o aquel partido en cuanto a mí; yo no desmayaré por los desdenes (desprecios) de Copiapó".

¿Será el mal éxito en el club? Convenido. Pero correligionarios en el sentido de trabajar antes contra Rosas como trabajan hoy por Urquiza no conozco ninguno en el club. Serán, sin duda, de los que entonces decían: bravo, estupendo a todo, sin leer. Creo que hacen lo mismo ahora, por las cosas de Urquiza.

¿Será en la República Argentina? Distingamos. La República Argentina es hoy un campo de batalla. Para con Lagos, con Benavídez, con el directorio, es claro que mis escritos deben tener un éxito, por lo menos dudoso. Los de Alberdi, enviado diplomático, nombrado por el directorio, me consta que lo tienen cumplido. En Buenos Aires, en la capital de la República, donde se defiende lo que yo he creído justo, necesario e inevitable, necedad sería suponer que me tengan ojeriza. ¿Gústales a ustedes el aplauso de Lagos y demás? Hay gustos que merecen palos; pero en fin, en materia de gustos nada se ha escrito. El mal éxito, pues, como base aceptada, es una de tantas pillerías de Alberdi.

Y ahora arrimaré del fondo del libro de las cartas otra de las de Alberdi que cronológicamente precede a la anterior. Habla Alberdi: "La autoridad argentina surgió de los hechos en febrero de 1852, su fuente ordinaria y normal. Merecía su existencia, puesto que emanaba de un hecho de libertad. Usted mismo había contribuido a crearla. Pero después de nacida, ¿qué hizo usted?" ¿Creerá el lector que Alberdi va a responder buenamente lo que el lector está ya respondiendo, a saber: que me embarqué veinte días después de nacida la criatura y regresé a mi casa a Chile? ¿Qué contesta Alberdi? "Se enroló en las filas de Alsina, unitario de 1829, y le ayudó a combatir esa autoridad naciente, por vicios de forma." No me enrolé en las filas de nadie, doctorcito, puesto que me retiré a Chile.

Vicios de forma, dice usted: vicios de esencia dijeron todos. ¿Quién tiene razón, abogado Alberdi, cuando dos litigantes no quieren estar de acuerdo sobre un punto? Cuando la autoridad existe, deciden los jueces establecidos; cuando se trata de fundarla, la cuestión se maneja por cañonazos, por congresos o por tratados.

La autoridad que debió surgir hubiera dicho usted si fuera otra cosa que un truchimán, está aún por cimentarse. ¿Aprueba el director los tratados? ¿Se obstina Buenos Aires en resistir esa autoridad? ¿Será el directorio, será Buenos Aires lo que triunfe? Es lo que usted espera con el cuello tan largo que le trasmitan sus agentes de Mendoza. Del taco de un cañón puede salir para usted íntegro el despacho de plenipotenciario que le llegó en dos pedazos, para renunciarlo, en lo que hará usted bien, para aceptarlo, en lo que hará usted mejor.

Se pelea, pues; peleamos. La autoridad que debió surgir no surgió; nacida, no se robusteció. Abdicó, bamboleó, se levantó un poco, y sigue luchando por establecerse. ¿No debieron ponerle tropiezos? Ya; eso es bueno para los que tienen velas en el entierro. Para los objetos y fines con que se hizo nacer esa autoridad, eso es otra cosa, y yo no lo discutiré aquí. Siento sólo hechos, la República está dividida, pues se trata de unirla. Usted tira para un lado, y no es el que no le conviene; yo tiro para otro, y usted dirá si me conviene hoy más que lo que me convino cuando me alejé del teatro de la guerra. Así discuten publicistas de opiniones extremas, pues sólo un charlatán establece como incuestionable base de partida lo que su adversario le niega. Esas tretas son buenas para los diarios que usted escribe, periodista de profesión, y abogado además.

¿Fue usted primero periodista que abogado?, ¿sí o no? Yo sé cómo se ponen remiendos en la edad madura, ante el aguijón de la necesidad, a las carreras que las veleidades del piano y de la Moda dejaron truncas. No le quito a usted nada como abogado. Lo es usted habilísimo, y si tuviera pleitos malos, abominables, yo conozco el manipulador que sabría adobarlos como un lechoncito y pasar gato por liebre a un juez bisoño.

Lo que quiero es que el abogado recibido en el foro de Montevideo y a los 31 años de edad de doctor de la Universidad de Buenos Aires al dejar la clase de derecho, no venga a tomarse esos grandes aires de su panflético réclame para Mendoza, diciendo con alusión a él y a mí: -"Destruir es fácil,no requiere estudio". Esto por mí. "En política, en legislación, en administración, no se puede edificar sin estas ciencias (¡porque son ciencias!), ¿y estas ciencias no se aprenden escribiendo periódicos?" Esto de la ciencia es por él. Más lejos dice: "¿Qué me haría anhelar a ese empleo, (enviado) la luz?" ¿Cree usted que la diplomacia la dé la ciencia? ¡Oh, ciencia andando!

¡Alberdi! Estas preguntas hace usted bien de contestárselas a sí mismo. Si a otro le fuera con esa, corre riesgo de que le vuelvan la espalda por toda respuesta.

¿Queréis verlo repantigarse más a este perro de todas bodas en política? He dicho que la República está en guerra; que la guerra arde; que continúa con furor. Esta es la verdad que todos los días nos anuncia por los diarios que redacta y paga el periodista Alberdi.

Esta es la verdad que trae el correo reciente. "A últimas fechas se sabía en Mendoza que el general Urquiza había rechazado el convenio celebrado por la diputación del Congreso con el gobierno de Buenos Aires, y que pedía contingentes a las provincias. El de Buenos Aires había enviado una diputación al Brasil compuesta del doctor Alsina, el general Pacheco y el coronel Mitre. El gobierno de Mendoza no había reconocido al gobierno de Tucumán, creado por la revolución de Gutiérrez."

Pero para existir, en cuanto a periodista, Alberdi necesita hacerse una atmósfera artificial. En la paz dice (pero, tunante, ¡estamos en la guerra!). En la paz se trata:

"de constitución,

"de leyes orgánicas,

"de reglamentos de administración política y económica,

"de código civil,

"de código de comercio,

"de código penal,

"de derecho marítimo,

"de derecho administrativo.

"La prensa de combate, que no ha estudiado, ni necesitado estudiar estas cosas, se presenta enana delante de estos deberes. Sus orgullosos servidores tienen que ceder los puestos..."

Imaginaos a un grupo de provincianos, o los oficiales de Lagos, leyendo esta salida. Sarmiento que no ha estudiado estas cosas queda enanito ante el señor Alberdi, ¡ministro plenipotenciario cerca de los diarios de Chile!

Excelente la broma, Alberdi, para sus amigos de allende; pero cuando usted dice que "política, legislación, administración, ciencias (me explica qué son ciencias)" que no se aprenden escribiendo periódicos, no saben en Buenos Aires si lo dice usted por usted mismo o por mí. Allá no lo conocieron nunca ni lo reconocen hoy otra cosa que escritor de periodiquines, la Moda, Figarillo, compositor de minuetes y templador de pianos, que era su ganapán antes de hacerse hacer abogado en Montevideo.

Dígalo claro y una risa homérica estallará en Valparaíso entre los porteños, se comunicará a Santiago y Copiapó, y si la noticia llega a Montevideo, se desternillarán sus compañeros de estudios y travesuras periodísticas, y en Buenos Aires alquilarán balcones. Allá ignoran que el buquecillo de vela que acertó a salir para Génova (flete baratísimo en Montevideo, 70 pesos) cuando arreciaban mucho las balas del sitio, lo llevaba a usted a estudiar el derecho en sus fuentes, según nos lo espetó usted en un panfletusco réclame de abogadillo, que principió cuando convenía, y dejó de seguir cuando no era útil la broma comenzada. Ignoran, acaso, que un hombre maduro, con paciencia, capacidad y necesidad, madre de la ciencia sobre todo, Alberdi, puede, como lo ha hecho usted, completar sus estudios viajando, recibirse abogado en Chile también ante jueces competentes en la materia y con buena dosis de indulgencia; y con una práctica asidua y laboriosa, con excelentes libros franceses, por no serle familiar el latín que descuidó de niño, labrarse una situación honrada, una reputación merecida y atesorar, en cuanto su capacidad lo permita, caudal de ciencia real, y pesetas pocas, pero muy bien sonadas.

Mas estas razones complementarias, abogan tanto por usted como por mí, Alberdi. Tengo treinta años de estudios pacientes, silenciosos, hechos en dónde y cómo se aprenden las cosas que se desean aprender; y no consiento en que truchimanes vayan a presentarme ante los como ellos de escoba de sus pies. Yo no soy abogado: soy simplemente maestro de escuela. Dice usted por ahí que "la pedagogía no es la ciencia del publicista, ni las humanidades hacen ministros de Estado". Sea. ¡Conque ni plenipotenciarios hacen! Usted cree, dice en otra parte, "que es mayor rango el de un abogado en una república en paz que el de un ministro plenipotenciario en una república en anarquía". Me parece que está claro. El abogado en paz ganará reales y renombre si es cosa, y el ministro en país en donde haya guerra pasará, sin duda, sus sustillos, ¡porque otra cosa suele ser raro! Pero esta peregrina reflexión se la ha sugerido por contraste otra in petto: Si tuviera mi covacha de abogado en Buenos Aires, que está en guerra, ¡qué mal estaría! Teniendo mi hotel de enviado en Chile que está en paz: ¡qué bien me hallaría! "Creo que vale más un abogado en una república que está en paz que un ministro en un país que está en anarquía" equivale a esta peregrina observación de un cordobés al comer por primera vez aceitunas: "Más dulces, dijo, son los higos".

La verdad es que usted no cree nada. "¿Qué importa el robo de un cerdo que remedia una necesidad, en cambio de un castigo espantoso (la muerte), que destruye toda idea de justicia?" digo yo. ¿Qué responde el abogado Alberdi? "Sólo la aversión personal que empezaba a nacer en usted pudo dictarle esa observación inaudita del comunismo." No, Alberdi. No hablo con el periodista explotador de las preocupaciones locales; hablo de derecho. Un hombre roba un cerdo, el juez lo fusila. ¿Hay proporción entre el delito y la pena? ¿Puede existir la idea de justicia donde la vida de un hombre equivale a la propiedad de un cerdo? ¡Responda el abogado con escritorio abierto, miembro del foro chileno! ¿Qué hay de inaudito? ¿No ha leído a Beccaria ni a Bentham?

Hemos dejado, pues, establecido al periodista Alberdi poseedor exclusivo de las ciencias administrativas, políticas y legislativas, desechando empleos sin solicitarlos. Veamos ahora cómo trata al que quiere hacer escabel de sus pies. Aquí todavía una trapacería. Va a hacerlo el hazmerreír de los suyos, pulverizarlo en sus escritos presentes y pasados. Alberdi principia por santiguarse. Así lo hace siempre: "¡No espere usted de mí sino una crítica alta, digna y respetuosa! Nada tengo que ver con su persona, que respeto: voy a estudiarlo en sus escritos, en lo que es del dominio de todos". Esto promete, pero al periodista le falta tomar otra precaución oratoria. Suprimir el nombre propio de su víctima, y llamarle cosa, prensa. Más todavía; no es una prensa sino la prensa en general, la prensa sudamericana. Con estas tres concesiones, el periodista Alberdi empieza a sacudir su flagelo haciendo la crítica alta:

Ya tenemos la prensa de combate que no ha estudiado y que se presenta enana delante de estos deberes.