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Mi defensa fue escrito por Sarmiento durante su exilio en Santiago de Chile. El texto mezcla la polémica con los apuntes autobiográficos. Por lo último constituye un bosquejo del libro que sería Recuerdos de provincia, pero con la particularidad de que en esta obra más temprana Sarmiento escribía con vértigo y furia, puesto que su propósito era refutar algunas acusaciones a su persona que podían amenazar sus trabajos en la capital trasandina. El rescate de sus educadores, la enumeración de los libros importantes que había ido leyendo desde pequeño (salpicada con citas en francés) y las explicaciones alrededor de una vocación política aparecida relativamente tarde tenían el sentido de mostrar cómo lo habían orientado para llegar a ser quien era.
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Seitenzahl: 82
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Domingo Faustino Sarmiento
Saga
Mi defensa
Copyright © 1843, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726602753
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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La serie de seis escritos periodísticos que publicados de manera diversa conocemos como Mi defensa, fue sólo parcialmente recogida como libro en vida de su autor. La primera edición fue realizada por Luis Montt en 1885, Tomo III de las Obras Completas. El editor descubre ya impreso el libro, que ignoraba publicaciones que debían haber formado parte de él. La primera reimpresión del mismo tomo en 1909 por su segundo editor, Belín Sarmiento, elimina Mi defensa, texto que, sin embargo, había publicado fuera de las Obras Completas en 1896 en edición ampliada, lo que constituye al parecer un hecho de dolo. Recién en la segunda reimpresión (1913) del Tomo III, hecha por el mismo Belín, agregará a la edición de Montt los tres escritos faltantes que completan la obra: El Escritor en Chile,Vaya un freso…, y El Libelo. El criterio seguido en esta edición ha sido el de ordenar cronológicamente los seis escritos. El primero de la serie, publicado cuando tal vez Sarmiento no pensaba continuar su polémica defensa contra Domingo S. Godoy, es presentado como prefacio de la obra. La ortografía ha sido modernizada.
Vaya un Fresco para Don Domingo Godoy que ha caminado tanto estos días
Nunca somos tan ridículos por las cualidades que tenemos como por las que afectamos tener. La más peligrosa ridiculez de los viejos que han sido amados, es olvidarse de que ya no lo son.Más irremediable es la envidia que el odio.
La Rochefoucault: Máximas.
Me detendré un momento a explicar las circunstancias que han motivado la enemistad del señor don Domingo Godoy y el origen de esta prevención con que me persigue; porque aunque él diga lo que quiera, se le trasluce por sobre las ropas que me aborrece con todas las fuerzas de su alma, lo que es mucho decir, porque su fuerte es aborrecer. ¡Ha aborrecido a tantos en su vida!
San Juan es una ciudad de casuchas, una aldea, un pobre pueblo. En El Zonda, periódico que redacté allí yo, y no el señor Domingo S. Godoy, como han creído algunos aquí, lo he caracterizado bien, según se verá luego, cuando lo enseñe en la Bolsa. En este cuitado pueblo encontré, a mi regreso de Chile, al señor Godoy, con un carácter semi-oficial, de Cónsul o qué sé yo qué, con los barruntos de agente diplomático de primera categoría; con todo el alto tono y refinamiento de una capital; con sus aires de hombre de corte y con la pretensión de un galán de treinta años a lo sumo, para cuyo objeto se rasuraba mañana y tarde a fin de que no apareciesen ciertas porfiadas canas que habrían probado que era pollo que no se cocía de dos hervores. A esto alude al atribuirme en sus escritos treinta y seis años de edad, es decir, dos años menos de los que él tiene, porque siempre hemos pasado por jóvenes de una misma edad. ¡En la provincia todo pasa! Este mozo, como dicen por allí, hacía profesión de galantear muchachas, y solía tomar palco por temporadas en las costillas de una pobre niña, a quien susurraba amoríos. Era el señor Godoy el tipo de la galantería en aquella provincia, y aunque yo era un pobre diablo, ni más ni menos como él me pinta, visitamos por largo tiempo en una misma casa, y según él decía, con el mismo objeto, aunque yo no salgo garante de su verdad. Apenas me conocía cuando su acreditada tijera me dio una forma particular y me estampó una filiación que me venía de perlas y daba que reír grandemente en mi ausencia, en la tertulia a que ambos asistíamos. Yo tuve la indiscreción, ¡cuán caras me cuestan estas indiscreciones! de llamarle el galán emplasto, el viejo verde, el brazo izquierdo de Portales; y a esto se añadió, para mayor confusión mía, decir que era un pobre tonto, muy dado a la chismografía y a los enredos, y sin duda alguna, palaciego de Santiago, porque había cosas muy singulares en su conducta y en sus expresiones. . .
—Señor Godoy, le decían alguna vez, ¿por qué no toma sandía?
— ¡Oh!, no. . ., contestaba con desdeñosa cortesía, desde una vez que en la quinta de Egaña, tomamos con Diego (Portales) después del almuerzo, mucha sandía, y nos dio una pataleta, nos propusimos no tomar más... Diego, me decía, hombre. . . la quinta de Egaña. . . ¡oh! eso era un jardín europeo. Nos hallábamos. . .
— ¿Le han llegado a usted periódicos de Chile, don Santiago? ¿Qué hay de nuevo?
— Hay un decreto que hace más de un año que estoy insistiendo que se publique. . . Tocornal era de mi opinión; pero Prieto necesita que le den las cosas hechas. . . Estando en el Consejo de Estado, les decía yo: ¡señores, hasta cuándo. . .! Diego me decía riéndose una vez. . . ¡Una porción más de medidas les he aconsejado. . .!
— ¿Qué noticias hay del Perú, don Domingo?
— Va eso magníficamente; mi hermano está a la cabeza del ejército; es el alma de las operaciones, el que dirige a Bulnes. . . según me escribe mi compañero el ministro tal. . . y mi el primo el presidente de la cámara es el candidato de más popularidad para la presidencia. . . ¡Oh!. . . ¡es el ídolo del ejército. . . .
— ¿Toma Vd. un poco de té, señor cónsul?
— ¡Oh! aún es temprano; en palacio no acostumbramos tomarlo hasta las once en que nos reunimos para la malilla; y luego este té que aquí se vende. . . ¿conocen ustedes el té mandarín?
--- ¿Mandarín, dice usted? No señor. . .
— Diego, al venirme, me regaló dos cajas. . . les mandaré a ustedes un poco. . .
— ¿Bailará unas cuadrillas?
— ¡Oh!. . . bien, bien; Diego es incansable para las cuadrillas. ¿No gusta usted un cigarro? Esta cigarrera me la regaló Portales al venirme. Estábamos en las conferencias, me vio una cigarrera que me había mandado mi compañero Lavalle de Lima y me dijo: — ¡Hombre, vos te vas para allá, para qué quieres cigarrera tan rica; toma la mía. . .!
Yo que siempre he sido aficionado a la política, solía acercarme a contemplar de cerca a este favorito mimado de Portales, este miembro del Consejo, que estaba en los pormenores más íntimos del gabinete de Chile, que dirige desde San Juan. Los jóvenes, mis amigos que han presenciado estas cosas, y que se hallan actualmente en Coquimbo y Copiapó, recordarán los comentarios que hacíamos sobre esta vejiga de viento; y los señores Muñoz y Uriondo, que presenciaron casos análogos en Mendoza, podrán añadir otros pormenores muy curiosos.
Pero el fuerte de mi enemigo es el estrado.
El matrimonio le ha dado unos 20 años más; el año 36 tendría a lo sumo 26 años, dos más que yo. Éramos muchachos; él el dije de las damas, damas de lugar se entiende. Solía tomar una familia entre ojos por la indiscreción de alguna muchacha que no había querido dar oído a sus amores consulares; aquí de su talento. . . los padres, los abuelos, los tíos, todos llevaban su parte de difamación por supuesto; la vida de la madre y la legitimidad de la hija, y el honor de ésta entraban a discusión. Tiene este hombre una sonrisa sorda, que ella por sí sola ya es una calumnia, un chisme. Cuando no había de sacar una especie con qué herir, en la calle había oído a un alfarero cantando un versito que decía:
Fulanita y fulano. . .
¿Se acuerda, señor don Domingo, de aquellos versos famosos que oyó usted a un lechero? Alguien que está aquí se los oyó mil veces, riéndose con su risita sardónica, con su meneo de cabeza.
He visto familias enteras llorar como en un duelo por las especies de Godoy; le he visto un año entero cebarse en la reputación de una pobre muchacha a quien inutilizó y aniquiló por no sé qué descortesía femenil; he visto a varias familias pararse todas repentinamente y despedirse de una visita al verle entrar; he visto a media docena de individuos volverle las espaldas en todas partes y él ocupar, sin inmutarse, un asiento, porque tiene de diplomático la imperturbable sangre fría para tolerar los menosprecios sin pestañar; se le ha visto en San Juan al fin arrinconado, bloqueado en su propia casa, sin tratar a nadie, perseguido por el odio de las familias.
Diga don Domingo Godoy, ¿cuántos amigos tiene en Mendoza y San Juan después de quince años de residencia? Nombre más de uno en cada pueblo. Y no vaya a escudarse en la nacionalidad. Apelo a los chilenos emigrados que digan si han notado animadversiones nacionales; a esos mismos chilenos a quienes ha perseguido porque eran jóvenes y muy bien recibidos de las niñas, porque este punto de las niñas ha sido la piedra de escándalo de este galán chulleco y dandy cataplasma.
Ha dicho en su escrito famoso que ha mandado rotulado a cada familia, que yo lo he visitado aquí y tratádolo con atención. Lo último no mostrará más que mi urbanidad. Después de sus bodas fui a cumplimentar a su señora y me retiré de su casa. Godoy, como era natural, no quiso rebajarse hasta volver una visita a un hombre tan despreciable como yo, que no la esperaba tampoco. Cuando este caballero volvió a Santiago, lo saludé cortésmente. Tres meses después, el día que su señora llegó, fui por la noche a hacerle una visita de bienvenida. No he vuelto más. Con su señora he estado alguna vez en el teatro, en ausencia de él. Esta es la verdad del hecho: que lo desmienta si gusta.