Literatura universal - Alfonso Reyes - E-Book

Literatura universal E-Book

Alfonso Reyes

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Beschreibung

Este octavo número de la colección Capilla Alfonsina está dedicada a aquellos textos que el gran humanista regiomontano dedicó al tema de la Literatura universal. Con pluma siempre amena y erudita, Reyes profundiza en los tópicos y peripecias de algunas de las más célebres obras de esta tradición. De esta manera, tanto el lector neófito como el académico podrán encontrar en la reflexión del maestro, un punto de quiebre en los estudios literarios gestados y madurados en nuestra lengua.

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Literatura universal

COLECCIÓNCAPILLA ALFONSINA

Coordinada por CARLOS FUENTES

Literaturauniversal

Alfonso Reyes

Prólogo LILIANA WEINBERG

Primera edición, 2014 Primera edición electrónica, 2015

Coordinador editorial: Pablo García Asesor de colección: Alberto Enríquez Perea Viñetas: Xavier Villaurrutia Fotografía, diseño de portada e interiores: León Muñoz Santini

D. R. © 2014, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey Av. Eugenio Garza Sada, 2501; 64849 Monterrey, N. L.

D. R. © 2014, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-2601-1 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

ÍNDICE

PRÓLOGO: LOS CAMINOS LITERARIOS DE ALFONSO REYES,por Liliana Weinberg

LITERATURA UNIVERSAL

Sobre el procedimiento ideológico de Stéphane Mallarmé [1909]

Las Nuevas noches árabes de Stevenson [1912]

Rémy de gourmont y la lengua española [1916]

De Shakespeare, considerado como fantasma [1919]

El hombre que fue jueves, de Chesterton [1919]

Montaigne y la mujer [1921]

Vermeer y la novela de Proust [1923-1936]

Victor Hugo y los espíritus [1943]

Un Fausto de Heine [1953]

Goethe de cerca (Fragmento) [1954]

Dante y la ciencia de su época [1965]

PRÓLOGO

LOS CAMINOS LITERARIOSDE ALFONSO REYESLiliana Weinberg

A la memoria de José María Pérez Gay

LA OBRA DE ALFONSO REYES constituye no sólo un mundo en sí misma sino también un mirador privilegiado para comprender la particular forma de relación del sector letrado de México y América Latina con la cultura universal en las seis primeras décadas del siglo XX. A través de su lectura y diálogo con los grandes representantes de la literatura y la cultura de su tiempo, a través de su particular intuición para leer desde una mirada contemporánea a los autores clásicos y para dotar de hondura clásica a los contemporáneos, el ejercicio interpretativo de Reyes se muestra inteligente, abierto, incluyente, y deja enseñanzas que es aconsejable retomar en nuestros días. Sus textos nos ofrecen un primoroso esfuerzo por recuperar en toda su vitalidad autores, obras, temas, problemas, en un arco que va desde una cuidadosa y puntual pregunta por el estilo y el sentido estético hasta una indagación generosa y abarcadora de cuestiones ligadas a la filología, la historia y la cultura.

Reyes llevó a cabo además ejercicios que es muy saludable restituir para la vida de la literatura: el diálogo, las cartas y las diversas prácticas de sociabilidad intelectual; la intervención cultural a través del magisterio, las conferencias, la participación en grandes empresas culturales como la edición de revistas y la consolidación de proyectos editoriales. El autor hizo de la lectura, el comentario, el estudio filológico, la crítica literaria, la traducción, la edición, distintas formas de tender puentes entre la sociedad y la literatura.

La consulta de sus obras y sus epistolarios nos devuelve no sólo la imagen de sus recorridos de lectura, sino también el retrato de un hombre en diálogo apasionado y crítico con su tiempo. Atraviesa sus reflexiones un marcado estilo dialogal: para decirlo con las palabras que él mismo dedica a Mallarmé, se trata de “ese fondo oral, esa argamasa de la conversación diaria, que juntaba y daba sentido a sus libros y a lo que sabemos de sus otros proyectos”.1

La lectura de sus propias reflexiones sobre teoría y crítica literaria, así como sus miradas panorámicas sobre asuntos históricos o sus textos puntuales sobre temas tan variados como la experiencia literaria, la traducción, la literatura epistolar o la poesía popular, nos ofrecen también la posibilidad de recorrer su goethiano interés por el saber universal.

En “Los caminos de Alfonso Reyes”, Xavier Villaurrutia nos ofrece un valioso testimonio del modo en que Reyes leía y era leído hacia 1925, cuando el gran escritor regresaba de su larga estancia en Europa y se preparaba para su nuevo destino como embajador de México en América del Sur. He aquí las cartas credenciales de nuestro autor, a punto de convertirse en uno de los grandes de la diplomacia cultural:

Reyes, hombre de letras, inteligencia abierta a perspectivas ilimitadas, no puede restringir su campo de trabajo. Conserva, en cambio, despejado el horizonte para asomarse con placer al espectáculo total del mundo. A hombres como él los podemos representar en un promontorio junto al cruce de muchos caminos —la mano sirviendo de visera a la frente—, abarcando y apretando la mayor extensión posible, pero con un camino predilecto, al cual a veces fingen no ver, pero por el que se decidirán en caso de tener que abandonar su sitio. Claro que para Alfonso Reyes este camino se llama México, en América; se llama España, en Europa.2

Alfonso Reyes estaba cumpliendo así, por vocación y por obligación ética y estética, el cometido de abrir los horizontes de México hacia otros destinos de lectura.

El propio Villaurrutia se refiere así a los caminos de Europa, que comienzan necesariamente por el enorme amor que Reyes sintió por Grecia:

Apartando la preferencia que hacia España se palpa a través de todos los escritos de Reyes […], se advierte en su obra la solicitación de otras dos literaturas, de otras dos naciones: Francia e Inglaterra.

Curioso de toda manifestación artística antigua y moderna, desde su primer libro, y junto a la seducción esencial del arte griego, aparecían ya sus predilecciones francesas e inglesas. Mallarmé o Flaubert podrían representar las primeras; Wilde, las segundas.3

El interés por el mundo griego está en la matriz misma del pensamiento de Reyes. Su preocupación por Grecia, inculcada por su amigo y maestro Pedro Henríquez Ureña, y confirmada por sus diálogos y lecturas como el miembro más joven del Ateneo de la Juventud, se manifiesta ya en sus primeros trabajos y atraviesa su obra toda hasta culminar en sus escritos de madurez. Ya en su primera obra de conjunto, Cuestiones estéticas (1911), se anuncian algunos de los temas que habrían de acompañarlo a lo largo de su vida: su reflexión sobre Grecia, sus asomos a la tragedia clásica en diálogo con los grandes críticos que a ella se dedicaron (Nietzsche, Müller, Pater), su reflexión sobre la novela moderna (donde las consideraciones sobre Flaubert se enlazan con el rescate de un precedente español del género); su interpretación de la obra de Goethe, Góngora, Mallarmé… Y, en todos los casos, la permanente puesta en diálogo de antiguos y modernos, autores y lectores, creadores y críticos, con atisbos de preocupaciones estéticas en que los problemas planteados por los clásicos (mímesis, catarsis, imitación, representación de modelos ideales, tragedia) se ven reavivados por las preocupaciones y la curiosidad del hombre moderno (la obra de arte no como imitación sino como construcción a partir del lenguaje y de la voluntad de forma).

Regresando a “Los caminos de Alfonso Reyes”, en cuanto a la cultura francesa, Villaurrutia rescata no sólo su predilección por los autores mencionados, Mallarmé y Flaubert —el primero de ellos será, junto con Góngora, una de sus grandes devociones literarias, y a él dedicará estudios fundamentales y pioneros—, sino también, en un sentido más amplio, su afinidad por carácter e inteligencia con el mundo francés. Se ha señalado incluso el parentesco literario de Reyes con Rémy de Gourmont. Recordemos que el sistema pedagógico positivista estaba moldeado en las ideas francesas, y que tanto las lecturas obligatorias de la primera hora como las posteriores lecturas críticas, las nuevas afinidades electivas e incluso las más audaces propuestas estéticas y escrituras de la época pasaban necesariamente por el meridiano francés. Por ese entonces era París la capital de la cultura: así lo testimoniarán las páginas que Reyes dedica a Proust. Recordemos que el propio Reyes se referirá a “la siempre amada Francia” en textos como Pasado inmediato, y que su afición por la cultura francesa se evidencia aun antes de su partida a Europa.4

En cuanto al interés de Reyes por la cultura inglesa, a la que llega en buena medida en sus primeros años a través de la lectura de autores interesados en la Grecia clásica —Coleridge, Pater, Wilde—, opina Villaurrutia que si Inglaterra “ha alimentado y depurado su virtuosismo ideológico, cultivado su humorismo”, él mismo ha respondido “vertiendo, en pago, a nuestra lengua obras de Sterne, de Stevenson, de Chesterton”.5 Es así como debemos recordar que Reyes no fue sólo gran conocedor de los autores extranjeros, sino que hizo un gran servicio a su divulgación a través de la traducción y la difusión de su lectura. Recordemos por nuestra parte que su amistad literaria con Borges quedó signada por una común referencia a Browning: “Ah, did you once see Shelley plain…?”, que los identificó a partir de entonces como buenos entendedores.6

Muchos años después, en un artículo publicado por la revista Sur —lugar de encuentro simbólico de ambos escritores—, Borges comentará que

a Reyes le tocó una zona sensible a la gravitación del inglés y una época que no había perdido aún la costumbre de las letras francesas. Años de España lo acercaron al ayer de su sangre y una noble curiosidad lo hizo ahondar en el ayer latino y helénico. Sabiamente usó las tres armas que se permitió Stephen Dedalus: silencio, destierro y destreza.7

Tampoco pasa por alto Villaurrutia el interés de Reyes por otras dos grandes tradiciones literarias, la griega y la alemana:

De Alemania, a la que aprendió a conocer estudiando a los griegos —Grecia fue para él, como es para todos, medio y fin de puros conocimientos—, principió con Lessing, con Goethe y con el mitólogo Otfried Müller, en cuya muerte ha cantado.8

Goethe habrá de confirmarse, a través de toda la vida de Reyes, con la fuerza de las grandes afinidades electivas. Así lo comprueba el volumen XXVI de sus Obras completas, en el que José Luis Martínez recoge los trabajos que, desde sus primeras letras hasta su madurez, Reyes dedica al autor del Werther. Confiesa Reyes: “Goethe no cabe en mis medidas y desisto de toda síntesis. Yo sólo sigo a mi poeta desde el otro cabo de la civilización y desde la orilla distante de otra lengua, conformándome con pedirle aquellos auxilios o incitaciones que nunca me ha negado hasta ahora”.9 Con Goethe comparte rasgos de conducta y de costumbre (a don Alfonso, como a su maestro, le gustaba trabajar muy temprano, para así “sacar la nata” a la mañana; a don Alfonso, como a su maestro, le atraían no sólo los estudios literarios sino un amplio espectro de temas que iban de la ciencia a la filosofía…). Y sobre todo hace de la personalidad literaria de Goethe una guía para pensar la relación del hombre de letras con su sociedad y su cultura. En “Trayectoria de Goethe” recordará que el gran autor alemán

superó el subjetivismo enfermizo de la adolescencia, y se fue aliviando y serenando gradualmente en una concepción mucho más objetiva y generosa del mundo, donde ya su poesía, a la vez que se encamina a la cumbre clásica, abarca los intereses sociales, la acción y la ciencia. Ya nada humano le es ajeno, como en la palabra de Menandro que repitió Terencio.10

(No debe así sorprendernos, por ejemplo, el interés que Reyes muestra por la ciencia y la filosofía, como lo prueban sus páginas sobre el escritor alemán o su profuso estudio sobre el Dante y los conocimientos científicos de su época, así como también sobre las ideas estéticas de Descartes.)

Tal vez podamos encontrar una de las claves de la profunda afinidad que Reyes sintió hacia Goethe en estas líneas de Ítaca y más allá, donde Claudio Magris, al referirse al Wilhelm Meister, dice de éste que “alcanza la plena humanidad renunciando a los sueños inconmensurables del arte y eligiendo el límite, el trabajo”.11 En efecto, el gran autor alemán da a Reyes el modelo a seguir para pensar la relación entre el escritor y la vida colectiva. Así escribe sobre Goethe —y parece que está escribiendo sobre sí mismo—: “El sujeto dolorido se va curando al volcarse sobre las obligaciones objetivas.”12

Otro elemento importante es el vínculo de Reyes con las grandes figuras del pensamiento alemán como Nietzsche y Schopenhauer, Hegel y Husserl, Jakob Buckhardt y Oswald Spengler, así como con los grandes nombres de la filología alemana. Esto se evidencia además en su intercambio epistolar con Karl Vossler, Werner Jaeger, Hermann von Keyserling y su vínculo con especialistas en romanística, entre los que se cuentan Walter Pabst o Rudolf Grossmann.13

Por fin, es también notorio el interés de Reyes por las letras italianas, y es notable el impulso que dio al conocimiento de la obra de Benedetto Croce.

El temprano panorama de las devociones literarias de Reyes ofrecido por Villaurrutia corresponde al momento en que comienza la vida diplomática de nuestro autor en Sudamérica, y habrá de enriquecerse y hacerse más complejo en años siguientes, cuando Reyes intensifica su relación directa o epistolar con autores europeos, descubre las nuevas corrientes literarias y las celebra (Proust, Joyce). A lo largo de su vida profundizará su devoción por algunos de estos autores, a los que dedicó, como se dijo, prodigiosos trabajos que dejan traslucir además las entusiastas formas de diálogo y encuentro espiritual que tanto ellos como Reyes hicieron parte del quehacer literario. La antología que el lector tiene en sus manos es prueba de algunas de sus más prominentes devociones, no sólo en cuanto a autores en particular, sino también en cuanto a temas, líneas de pensamiento, tradiciones literarias. En cada uno de sus ensayos asistimos además a la dramatización de un diálogo entre artistas, escritores, críticos, filósofos, que dota también de una particular densidad a las discusiones. En efecto, es también notable el muy personal estilo con el que Reyes vuelve a dar vida a la experiencia de los grandes autores.

La formación del joven Alfonso Reyes comenzó en la propia biblioteca de su padre, moldeada por lecturas de la tradición clásica y multiplicada a través de su vocación de lector omnívoro, particularmente interesado en la literatura en lengua española, francesa e inglesa. El joven preparatoriano nutrido en el clima positivista y en el amor por la cultura francesa pasaría muy pronto, a través de su amistad con Pedro Henríquez Ureña y su ingreso como el más joven miembro del Ateneo de la Juventud, a explorar nuevas lecturas e intereses. Al respecto escribe José Luis Martínez:

Pedro Henríquez Ureña, el amigo y preceptor, había establecido las lecturas fundamentales que debía hacer todo aspirante a hombre culto: Homero, los trágicos, Platón, Dante, Shakespeare, Goethe. Alfonso Reyes, el discípulo adicto, seguiría la prescripción. Pero le añadió los autores españoles, Góngora sobre todo, y nuevas lecturas francesas, especialmente Mallarmé. Los griegos tendrán una larga frecuentación, que culminará en los grandes estudios de su época de madurez (1939-1950). Dante y Shakespeare aparecerán en la obra de Reyes como un trasfondo permanente, y al florentino dedicará unas páginas perspicaces ahora recuperadas (“Dante y la ciencia de su época”). La afición a Goethe será una de las constantes en la obra de Alfonso Reyes, tanto como las de Góngora y Mallarmé, predilecciones todas que tuvieron sus primeras manifestaciones en estudios de Cuestiones estéticas, de 1911.14

En cuanto a la primera de las aseveraciones, debe matizarse a la luz de las condiciones de sociabilidad que vincularon a los ateneístas, tal como consta en el propio testimonio de Henríquez Ureña, quien en sus memorias dice: “La lectura de Platón y del libro de Walter Pater sobre la filosofía platónica me convirtieron definitivamente al helenismo. Como mis amigos (Gómez Robelo, Acevedo, Alfonso Reyes) eran ya lectores asiduos de los griegos, mi helenismo encontró ambiente…”15

No deja de sorprendernos la amplia gama de lecturas que se traduce en esos trabajos más tempranos que integran Cuestiones estéticas, de 1911, donde encontramos, por ejemplo, sus tan agudas como señeras observaciones sobre las afinidades entre la poesía de Góngora y Mallarmé.16 Temprana será también otra devoción que habría de aumentar a lo largo de su vida: el descubrimiento de una profunda afinidad electiva con Goethe, cuya lectura lo acompañará siempre y lo ayudará a sobrellevar los días aciagos que siguen a la muerte de su padre.

A su llegada a Europa, Reyes comienza a vincularse con artistas y pintores, frecuenta los cafés y tertulias literarias, y muy pronto se convierte en un cercano testigo de las manifestaciones de la vanguardia. Su sensibilidad hacia los nuevos fenómenos que vive el arte se cuela, por ejemplo, en “Visión de Anáhuac”.

En los textos elegidos para esta antología se evidencia también la solvencia con que Reyes se mueve con pleno derecho de ciudadanía en la república mundial de las letras, cuando asiste al momento de apogeo y crisis del liderazgo europeo, en un proceso que se acentúa en los años de la Segunda Guerra Mundial y en la posguerra.

En una deliciosa antología, La máquina de pensar y otros diálogos literarios, donde se capturan textos de Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges, aparecen algunas de esas devociones compartidas y consolidadas a lo largo del tiempo: Joyce, Chesterton, los Huxley, Valéry, H. G. Wells, Hauptmann, Yeats, T. S. Eliot, Virginia Woolf… Dicha selección da cuenta también de la extraordinaria curiosidad de Reyes en torno a temas tan diversos como la novela policial, la poesía, las máquinas y los robots. Reyes es considerado por Borges como el primer escritor y el primer lector de nuestra América. También los vinculan ciertas filias y fobias, ciertos temas y obsesiones, lecturas y rasgos de estilo.17

A través de la amplia correspondencia que mantuvo con tantas figuras ilustres de su época resulta también posible seguir las huellas de sus lecturas, comentarios, traducciones, versiones. Puso así en práctica su lema generoso e incluyente: “todo lo sabemos entre todos”. A través de las cartas y los diálogos con otros escritores, el asomo a la literatura universal y la celebración de cada experiencia de lectura se multiplican y profundizan. Recordemos, para citar sólo un ejemplo, las cartas que intercambia con Octavio Paz, por entonces en Nueva Delhi, a quien envía un ejemplar de su “traslado” de la Ilíada. El joven escritor, por su parte, agradece calurosamente el envío y comenta la versión del texto hecha por Reyes, reflexiona sobre la tradición literaria griega y la literatura de la India, a la vez que compara el texto homérico con el Ramayana.

Pero es sobre todo la hospitalaria riqueza de la prosa de Reyes, que incluye diálogos literarios, que traduce al papel encuentros y debates con sus contemporáneos, que llama a comparecer en cada ensayo a un sorprendente número de fuentes, lecturas, citas, la que evidencia no sólo el número de lecturas sino la densidad de un pensamiento. Su obra representa la consulta de innúmeros autores y temas que forman parte de una formidable biblioteca simbólica que a su vez nos envía, simétricamente, a los volúmenes que componen la no menos admirable “Capilla Alfonsina”.

Por otra parte, la amplia cultura de Reyes, su capacidad de estar atento y al día respecto de los grandes aportes del pensamiento y los grandes debates de su tiempo, cumpliendo una función fundamental de mediador cultural, se traducirán también en las sugerencias de nombres de colaboradores para distintas revistas o las propuestas de edición y traducción que hizo para innúmeros sellos editoriales, así como para las colecciones del Fondo de Cultura Económica o El Colegio de México. Otro tanto puede decirse de su amplísima colaboración en revistas y suplementos culturales y su extraordinaria correspondencia con autores americanos y europeos.

En efecto, la vasta cultura de Reyes no sólo se deja sentir en los libros que leyó y comentó, en los maravillosos ensayos que dedicó a algunas de las grandes figuras o a algunos de los grandes temas de la literatura universal o en las infinitas menciones a infinitos autores clásicos y contemporáneos, sino también en los diálogos que promovió, en los cursos y conferencias que impartió y en las innúmeras iniciativas de edición y difusión de obras a través de las cuales amplió el horizonte de lectura en el ámbito de la cultura hispanoamericana.