Periodismo - Alfonso Reyes - E-Book

Periodismo E-Book

Alfonso Reyes

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Beschreibung

En este el noveno título de la colección Capilla Alfonsina de Alfonso Reyes, Periodismo, prologado por Federico Reyes Heroles, podemos ver a Reyes preocupado y despreocupado por los devenires de las publicaciones periódicas de la época, por sus entregas programadas, por las críticas y reseñas de libros, propios y ajenos, que lee en ellos.

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Periodismo

COLECCIÓNCAPILLA ALFONSINA

Coordinada por CARLOS FUENTES

Periodismo

Alfonso Reyes

Prólogo FEDERICO REYES HEROLES

Primera edición, 2012 Primera edición electrónica, 2015

Coordinador editorial: Pablo García Asesor de colección: Alberto Enríquez Perea Viñetas: Xavier Villaurrutia Fotografía, diseño de portada e interiores: León Muñoz Santini

D. R. © 2012, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey Av. Eugenio Garza Sada, 2501; 64849 Monterrey, N. L.

D. R. © 2012, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-2600-4 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

ÍNDICE

PRÓLOGO: EL SAXOFÓN DE DON ALFONSO,por Federico Reyes Heroles

PERIODISMO

I. Textos sobre periodismo

El periodismo [1938]

Los precursores ingleses [1918]

El periodista Daniel Defoe [1918]

Un recuerdo del Diario de México [1913]

Elogio de un diario pequeño [1929]

La imprenta medieval [1930]

Propósito con que se anunció Monterrey, correo literario de Alfonso Reyes [1930]

Máquinas [1928]

Grandeza y miseria de la palabra [1943]

El escrutinio de paja [1943]

Las nuevas artes [1944]

La teoría de la información [1956]

Más sobre la teoría de la información [1956]

II. Textos periodísticos

Julio Ruelas, subjetivo [1908]

La noche del 15 de septiembre y la novelística nacional [1909]

De la diáfana silueta de Silvio, y de cómo no trajo éste a la vida ningún mensaje [1909-1910]

Genaro Estrada [1937]

El porvenir del cine [1915]

Las luces de Londres [1915]

El “cine” para niños [1916]

La toma de Jerusalén (entrevista con el doctor Yahuda) [1917]

Los monárquicos de Francia [1919]

Grandes anales de nueve meses [1918]

Caído del cielo [1927]

PRÓLOGO

EL SAXOFÓN DE DON ALFONSOFederico Reyes Heroles
I. VIAJE AL INSTANTE

POESÍA, ENSAYO, TEATRO. ¿No era acaso suficiente? Por lo visto no. El gran polígrafo mexicano del siglo XX, Alfonso Reyes, también ejerció el periodismo. ¿Por qué correr ese riesgo?, ¿por qué incursionar en lo que muchos consideraron y consideran un subgénero de la literatura? ¿Hay acaso un solo gran género de la expresión escrita del ser humano? O quizá es al revés: un gran escritor, un polígrafo como Reyes, entendía a la escritura como un universo indivisible que no puede, ni debe, caer en la trampa de la pureza de los géneros. Él, que podía lucirse sin aparente esfuerzo en la disección de la grandeza grecolatina, o pasearse tranquilo por los territorios del Arcipreste de Hita o de Lope de Vega o Gracián,1 decidió aventurarse en los inhóspitos territorios del periodismo, en las aguas cambiantes de lo contemporáneo, en las lides de la esgrima cotidiana. Pero el calificativo inhóspito podría parecer exagerado. Va una justificación del mismo.

A decir de Schopenhauer nada hay más viejo que el periódico de ayer. El filósofo alemán enfila así sus cañones a uno de los rasgos más débiles y criticados del periodismo: el carácter efímero que muchos le atribuyen. Sin embargo el tiempo ha demostrado que el asunto es bastante más complejo. La idea de trascendencia es una vanidad que el periodista no se puede permitir. En todo caso la trascendencia está en la fugacidad que Italo Calvino tomara como eje de sus reflexiones para darle la bienvenida al siglo XXI.2 En el inicio del siglo XX, el de Reyes, la fugacidad era una presa de difícil caza que siempre se salía con la suya. Había que esperar a que llegaran las reflexiones de fondo, las profundas. Reyes se negó a aceptar esa simplista división del trabajo. Fuimos afortunados. En el siglo XXI esa fugacidad se ha convertido en obsesión. La reivindicación del instante permite releer a Alfonso Reyes, el periodista.

Desde el clic de la fotografía que hoy ya es antigualla, hasta las imágenes de You Tube, pareciera que se ha desarrollado cierto aprecio e incluso gozo y reverencia por el instante. La fugacidad goza de mayor respeto. Quien la atrapa es, al final del día, un artista. Así el instante puede ser revivido, vuelto a vivir, en una y mil ocasiones. La captura del instante no es ya una banalidad en el enorme horizonte de la historia. Año, mes, día, hoy ya no bastan. Queremos afinar el segundero de la historia, de las historias. La expresión realidad, así en singular, ya no procede. Hoy nos aproximamos a los fenómenos, a eso que desconocemos, que no hemos nombrado, con un poco de más humildad. Las visiones simultáneas y a veces contradictorias nos obligan a reconocer que no hay un gran observador, un único lector de los hechos. ¿Quién puede otorgar ese privilegio? Hay muchas lecturas y muchos lectores. Por eso la recuperación del instante es un acto de democratización del conocimiento. ¡Qué fácil sería tener un solo lector! ¡Qué difícil comprender la simultaneidad!

La tecnología ha expandido nuestra memoria. Entonces, por qué no pensar en una implosión en nuestra capacidad de entendimiento de los días, las horas y los minutos. Por eso, por ejemplo, la recreación del diálogo entre Niels Bohr y Heisenberg se ha convertido en un capítulo apasionante. Ensayos, libros, una exitosa obra de teatro que buscan recuperar una noche, unas horas de una noche, que pudieron haber cambiado el rumbo de la historia. Quizá por eso la recreación al detalle, minuto a minuto, de los telegramas y disquisiciones del solitario Churchill en medio de los bombardeos frente al silencio como respuesta de los Estados Unidos, de Roosevelt. El monstruo alemán enfilado como toro a embestir al imperio británico. El inglés, encapotado en sí mismo y resistiendo.3

Atrapar el instante, reconstruirlo, llegar al límite de la fracción menor es el nuevo reto. Atrás queda el cómodo expediente del panorama general, de esa visión de paisaje en que cualquier conjetura cabe. No en vano la recreación de la historia de la vida cotidiana ha venido a sentarse en la misma mesa de los grandes tratados. Para ejemplos está Ciudadanos de Simon Schama,4 esa espléndida reconstrucción de la Revolución francesa desde la concreción del precio del pan, de los hedores de París, de las enfermedades, de la liturgia sobre la supervivencia cotidiana. Es la microhistoria como alternativa, microhistoria tan bien encarnada en nuestro país por historiadores como don Luis González, frente a la inevitable lectura de los ciclos largos, de los Annales de Braudel. Fugacidad y detalle que el final del siglo xx reivindica y, quizá algo más, exalta. Detalles alrededor de los cuales el naciente siglo XXI construye una pasión, o quizá mejor, de nuevo una obsesión. Basta con mirar las infinitas “instantáneas” que se toman a cada minuto en los viajes, en los restaurantes o simplemente en las calles de cualquier ciudad. El viaje al instante no es una fuga sino un privilegio de pocos. Ése lo tuvo Alfonso Reyes.

II. LA CELOSA OPORTUNIDAD

PERO TODO FENÓMENO de conocimiento merece reflexión. ¿Cuáles son las diferencias de división entre un historiador, un académico y un periodista? ¿Cómo se aproximan a la realidad uno y otro? ¿Cuáles son las concepciones epistemológicas que subyacen, de las formas de conocer? ¿A qué pueden ambicionar el uno y el otro? Quizá lo primero sea el tatuaje de la temporalidad. La línea periodística sabe de esa marca, no la niega, juega con ella.5 Hay una celosa oportunidad temporal que se desvanece. El periodista vive para ella, de ella. No ambiciona la permanencia en el tiempo que puede tener una lectura vertical. El periodista ambiciona el impacto horizontal; entre más lectores el mismo día, mejor. Qué ocurrirá con las tesis de ese escrito en diez años, eso sólo los historiadores lo sabrán. Se trata de generar análisis a tiempo, montado sobre los sucesos. No hay oportunidad de investigar, de corroborar, o por lo menos no demasiado. Por supuesto que el internet ha cambiado eso, casi cualquiera puede hoy verificar un dato. Pero no lo es todo. Por cierto, ese instrumento no existía en los tiempos de Alfonso Reyes —sobra decirlo—, pero tampoco en la imaginación de los más avezados como el propio Orwell o Wells.

Pero el fenómeno de aproximación epistemológica sigue siendo el mismo: se trata de un acto de conceptualización que sólo tiene sentido si se da en un tiempo real, expresión que pertenece más al siglo XXI que al XX.6 Las distintas formas de conocimiento que se ha dado o generado el ser humano dependen del objetivo que se quiere alcanzar. Es como el instrumental seleccionado por un médico o el arma que el cazador escoge de su panoplia para ciertas incursiones o el anzuelo del cual depende la fortuna de la pesca. La aprehensión de la realidad no es un ejercicio muy diferente. Don Alfonso ejerció varios tipos de cacería y eso lo engrandece.

Por supuesto que el riesgo periodístico es en algún sentido mayor que el académico. La exposición es masiva. El periodista está en una vitrina muy iluminada. Pero también el estímulo es mayor. No es lo mismo obtener un reconocimiento una década después, que vivir el impacto horizontal de una interpretación, la cual, en días, horas —hoy serían minutos—, puede sacudir a una ciudad, a un país y al mundo en el siglo XXI. El periodista tiene esa motivación inmediatista pero muy poderosa. Por ello, además de leer los materiales de Reyes, es muy importante incursionar en el ánimo de un escritor. ¿Por qué quiso don Alfonso correr esa aventura? ¿Fue un acto exclusivo de voluntad? ¿Qué recompensa le dio? La lectura vital de las líneas es una pista imprescindible. Las líneas periodísticas no están dirigidas a una comunidad epistemológica, como se les denomina ahora,7 es decir a un grupo de especialistas en un tema, sino al público en general. Eso para Alfonso Reyes era una gran novedad. No se trataba de poemas íntimos o de escritos eruditos sobre algún clásico sino de textos en algún sentido de divulgación.

Divulgar, llevar al vulgo, enfrenta al autor a retos muy diferentes. Conquistar ese territorio es una aventura distinta, muy distinta. Un académico puede ser un soporífero en las líneas y ritmos periodísticos. La forma de la escritura debe ser otra porque se pretende llegar a otro tipo de lector o a un lector con otra disposición: tiene menos tiempo, espera recibir la información lo antes posible y, de alguna manera, reclama una interpretación de los hechos. El lector de periódico, para remitirnos a la época de Reyes, esperaba también tener una imagen. Eso ha cambiado.

Pero esa imagen supone acomodar las piezas del rompecabezas, acomodarlas sin la oportunidad temporal que da el estudio académico, el reposo. Por supuesto que Reyes no fue corresponsal de guerra, no produjo escritos con olor a pólvora como los de Hemingway, tan cuestionados ahora en su autenticidad. Su periodismo fue de otra clase, no hizo reportaje, ese género que buscaba producir las imágenes que hoy capturan millones y millones de cámaras de todo tipo, todo el tiempo. Pero sí incursionó en el género que quiere conquistar públicos grandes y lo hizo con enorme profesionalismo. ¿De dónde adquirió el oficio? Nada en su pasado profesional lo llevaba a tener tal capacitación. A nadar se dijo, y se lanzó como si ésas fueran aguas conocidas.

El periodista improvisa. Pero la improvisación goza de bastante mala fama. Un improvisado es aquel que, en ocasiones sin saber demasiado de un asunto, hace algo para salir al paso. Ésa es la imagen común. No ha sido sino hasta recientemente8 que ha surgido una nueva interpretación más justa sobre la enorme complejidad de la improvisación. Quien improvisa no sólo no puede desconocer las aguas en que incursiona sino que las debe conocer muy bien. Ése es un profesional.9 Quien improvisa exitosamente está siempre más cerca de la sabiduría que de la novatez. Un profesor improvisa en clase, lo cual no supone charlatanería. Un cirujano improvisa frente a la emergencia y no por ello es un irresponsable. Lo mismo ocurre con el piloto de uno de esos maravillosos y temibles aparatos que nos trasladan de un lado al otro del mundo cuando enfrenta algún peligro. También le ocurre a un capitán de barco frente a una tormenta.

La sabiduría es ese nivel muy profundo del conocimiento que permite obviar el manual.10 La sabiduría no es algo etéreo, evanescente, vaporoso. La sabiduría es el grado superior del conocimiento. Los jazzistas son quizá el ejemplo más evidente. Sin conocimientos de armonía nadie puede improvisar. ¿Cómo hacerlo durante horas sin cometer un error armónico? No hay escapatoria. Así que cuando Alfonso Reyes se lanza a las aguas del periodismo e improvisa, lo mínimo que podemos hacer es observarlo desde el enorme reto que implica la conceptualización sobre la marcha, que sólo puede surgir de un gran conocimiento y seguridad. Imaginar a don Alfonso con un saxofón durante un largo solo nos puede ayudar a comprender el ejercicio al que se comprometió. No hay partituras académicas, no hay director, va el sonido que el músico —que no intérprete— logre producir.

III. LA GRAN PROVOCACIÓN, EL CINE

La necesidad no conoce ley.

Proverbio latino

LA PREGUNTA INICIAL —por qué incursionó Alfonso Reyes en el periodismo— tiene varias respuestas. Una de ellas es la necesidad. En su espléndido texto sobre el polígrafo regiomontano, Javier Garciadiego11 nos recuerda la larga travesía de Reyes en su autoexilio. Revisar a Reyes desde la visión del escritor consagrado nos puede engañar. El camino fue muy tortuoso. Sin familia, sin dinero, viviendo en pensiones y posadas, así es como debemos recordar a Alfonso Reyes en 1914, cuando arribó a España. Las propiedades familiares habían sido incautadas y además él había sido cesado de sus funciones diplomáticas. Carecía de patrimonio familiar y de sueldo. “En un par de años había descendido de disfrutar una vida palaciega a una existencia azarosa”.

Fue entonces que Reyes escribió para vivir; se convirtió en escritor de tiempo completo, en un profesional del oficio. Pero en España Reyes era un auténtico desconocido. Las puertas para publicar no se abrieron de inmediato, tuvo que comenzar haciendo traducciones. Después pasó a escribir artículos para revistas americanas como El Heraldo de Cuba o Las Novedades, editada en Nueva York. Lo relevante en todo caso es que Reyes se comprometió a entregas sistemáticas, se sujetó a ese rigor que entierra al escritor de capricho o de fin de semana y hace nacer al profesional de la pluma.

Garciadiego narra la importancia del encuentro en España con Enrique Díez-Canedo, quien lo introduciría al medio editorial. Allí conseguiría trabajo. Su radio de influencia se iría expandiendo y su oficio se iría diversificando. Reyes se convertiría en editor profesional, tanto de la editorial La Lectura como de El Imparcial o El Sol. Por esos caminos terminó en el equipo editorial de la Revista de Filología Española.

Su trayectoria atraviesa por la generosidad de José Ortega y Gasset, quien lo llevaría al semanario España. Ahí Reyes ahondaría en el género. La fortuna hizo de las suyas. Se topó con otro mexicano, también en un cierto exilio, Martín Luis Guzmán. Juntos, al cobijo de Ortega, lanzarían una aventura que hoy sólo parece anécdota: darían inicio a la crítica cinematográfica en español. “Fósforo” sería el seudónimo utilizado por ambos en una columna aparecida en España y que después se diversificaría en el devenir intelectual de cada cual. Manuel González Casanova, gran especialista mexicano en el llamado “séptimo arte”, escribió un artículo12 sobre esta actividad de Reyes y Guzmán que apunta a los grandes dilemas que enfrentaron.

El cinematógrafo nació como la intención de ser un registro del movimiento. Su origen era testimonial y no creativo. Había algo de cacería del detalle, de persecución de todo aquello que escapa a nuestra mirada común. Recordemos que los ritmos de filmación tardarían un tiempo en establecerse, en fijarse, y que al principio era el brazo de una persona el que hacía girar la manivela más rápido o más despacio. Se intentaba recuperar o atrapar la vida misma, con todos sus encantos y limitaciones.

Fueron esas limitaciones las que introdujeron otra intención, la de usar el registro visual para contar historias reales o de ficción. González Casanova alude al hecho de que probablemente sin ese giro el cinematógrafo hubiera terminado en un fracaso. Pero había resistencias muy fuertes. ¿Era el cine realmente una expresión cultural? ¿Quién lo avalaba? ¿Podría el cine ser catalogado de arte a pesar de la intervención inevitable de una máquina? González Casanova cita un texto de Amado Nervo en el que el gran poeta, en tono de disculpa, admite tener afición por el cine. El “séptimo arte” tuvo un parto difícil y en ese parto estuvo Alfonso Reyes.

Comenzaría como un juego, la columna se llamaría “Frente a la Pantalla” y la escribirían semana a semana al alimón. Fue un periodo muy breve, desde octubre de 1915 hasta enero del 16. Después la vida los separaría. Pero el espíritu de “Fósforo” perduraría en ambos; fue por ello que, de manera individual, continuarían en el género. González Casanova se pregunta hasta dónde eran conscientes de que incursionaban en un desierto, de que “Frente a la Pantalla” quizá fue la primera crítica cinematográfica no sólo en español sino del mundo. Ambos reunirían posteriormente, por separado, los escritos publicados en España, lo cual nos da una idea de que la escritura al alimón —tan difícil y gran disparadora de conflictos— a ellos les había dejado un grato sabor de boca.

Fueron esa actividad y esas discusiones —era el cine un arte o no— las que formaron a los autores hermanados en el seudónimo de “Fósforo”. Hay varios materiales al respecto. Araceli Tinajero escribió una muy buena recuperación de los dilemas que enfrentaron.13 Por ejemplo, una discusión que hoy nos puede parecer ociosa fue, en ese momento, central. El carácter universal del cine mudo se desprendía de la imagen simple que no necesita traducción. Recordemos el Chaplin inicial. Pero el idioma se identifica con una nación, con una cultura, y eso fragmenta. Ésas serían algunas de las primeras marejadas que cruzaría la pluma periodística de Alfonso Reyes. Es curioso cómo ese carácter de aventura y riesgo fue, lentamente, desplazado de la imagen de Reyes por el perfil señorial de don Alfonso, al que nadie puede hoy imaginar escribiendo por necesidad crítica cinematográfica. Pero así fue.

La época está plagada de anécdotas, como cuando la gente leía al unísono los subtítulos, lo cual conducía al problema de la pronunciación. Cada quien leía y pronunciaba como le venía en gana. Eso rompía los cánones mínimos de dicción e incluso de una lectura mínimamente ordenada, que respetara los puntos, que enfatizara las preguntas o las exclamaciones. “Fósforo” debía fijar una postura al respecto. Era el inicio. La discusión duraría décadas. El cine hablado como tal es posterior a la incursión de Reyes, pero algunos dilemas se plantearon desde el nacimiento del cinematógrafo. Esto obligó a Reyes y a Guzmán a abordar las discusiones montados en el corcel del cambio. Ambos se las llevarían a sus propios foros. Se había roto el mágico silencio del cine mudo y, por lo pronto, la nueva forma de expresión se encontraba en una fase intermedia, ávida de criterios para fijar ciertos rumbos. En esos dilemas estuvieron Alfonso Reyes y su compañero de aventura Martín Luis Guzmán.

En lo general “Fósforo” se inclinó por la modernidad. Hoy se podría decir que hacer lo contrario hubiera sido luchar contra una marea incontenible. Puede ser, pero siguiendo la tesis de Ortega y Gasset sobre que el hombre es su circunstancia, Reyes y Guzmán no se equivocaron, no cedieron frente a un conservadurismo que no es de una época o de un país sino que, por momentos, pareciera incrustado en los hábitos de cualquier ser humano. Proust decía que nada le cuesta más trabajo al ser humano que ir de una costumbre a otra. Reyes estuvo inmerso en una situación de grandes cambios culturales, de costumbres. El niño privilegiado de Monterrey se abría paso en un ámbito totalmente novedoso y riesgoso. La fibra de Reyes estaba a flor de piel.

“Fósforo” haría su última entrega el 20 de enero de 1916. Martín Luis Guzmán viajaría a Nueva York. Reyes se haría cargo de la columna, ahora solo. Cambiaría de la revista al diario, se iría a El Imparcial, dirigido en ese momento por Ortega. La columna la firmaría “Fósforo” pero la cabeza dejaría de ser “Frente a la Pantalla” para mutar a “El Cine”. Esa incursión duraría muy poco tiempo, unos meses. Fueron sólo ocho colaboraciones. La estructura, según comenta González Casanova, sería la misma: notas de pie de página y referencias sobre las discusiones teóricas del nuevo instrumento y algo de crítica cinematográfica concreta. “Fósforo” callaría por un tiempo y volvería a alzar la voz en 1918 con un par de colaboraciones en la Revista General de Casa Calleja. Finalmente guardaría silencio poco después. Pero el impacto formativo sobre Reyes no tendría vuelta atrás.

El cine no sería la única novedad con la cual se enfrentaría Alfonso Reyes. Araceli Tinajero recupera la reacción de Reyes frente al creciente fenómeno de la radio. Sus dudas sobre cómo debía comportarse el locutor son una delicia. No debía recitar, pero estaba lejos de la charla informal. “La recitación —afirmó Reyes— es el arte más difícil que existe. A medio camino entre el canto y el habla llana, unos lo entienden como una bajada desde el canto; otros como una subida desde la charla”. Pero no perdamos la pista, nos interesa la actitud de Alfonso Reyes frente a la radio como frente al cine para indagar en sus reflejos ante la modernidad, ante el cambio y, sobre todo, ante la interpretación del presente que nos liga con el periodismo.

No todos los reflejos de Reyes fueron progresistas, es decir de aceptación fácil de la modernidad de su época. Un ejemplo: fue muy crítico, como recuerda Tinajero, de la extensión de la cámara fotográfica. “Lo trágico, lo imperdonable es la Kodak.” Para Reyes la posibilidad de fijar el instante de la tragedia descomponía todo: “Ya no puede haber alegría en la tierra: ya la Kodak fijó y coaguló el dolor fluido, la gota de sangre del instante. Reactivo abominable del tiempo, su gota casi imperceptible (chischás) congeló todo el aire…” Para entonces don Alfonso ya no era el joven aventurero de la segunda década del siglo en Madrid.

Visto en retrospectiva, Reyes entró a las letras por varios caminos: desde la poesía juvenil gobernada por la sensibilidad y las musas, hasta el rigor de la entrega semanal de una columna, en este caso cultural. Quizá fue esa diversidad la que le facilitó romper con los esquemas de la pertenencia a un solo género y gremio. La escritura para él, desde el inicio, fue correr en varias pistas a la vez. Seguramente algunas de ellas le satisfacían más que otras, pero su permanencia, por ejemplo, en el periodismo durante tantos años, aun mucho después de no necesitar el ingreso, nos habla de su gozo por el oficio. Llegó por necesidad, continuó por convencimiento y gozó.

Quizá fue esa habilidad —ejercer el oficio de escritor en diferentes pistas— lo que llevó a Reyes a reflexionar sobre el oficio. “Fósforo” había enseñado su músculo teórico sobre el fenómeno del cine. Ahora tocaba el turno al propio periodismo. Así vista, la obra periodística de Reyes se puede separar en dos vertientes, no sucesivas sino simultáneas, que coexistieron. Una fue la del periodismo como tal, es decir el afán de transmitir por vía escrita, con precisión y apego a los hechos, impresiones o interpretaciones de la vida cotidiana y de los sucesos de la vida pública, y la otra abocada a la reflexión sobre el género mismo. El periodista Reyes reflexiona sobre el periodismo. Eso nos conduce a una discusión rodeada de espinas.

IV. EL PEDIGRÍ

EL CELO PERIODÍSTICO es enorme. Los periodistas ponen severas barreras de entrada para admitir a alguien en el gremio. Es quizá también por esa razón que Alfonso Reyes, el periodista, ha permanecido semioculto. Voy a una anécdota. Tengo un amigo al que conocí hace treinta años. Él era directivo del diario donde yo escribía en aquel entonces. Este amigo, de formación historiador, ha publicado textos centrales de la historia contemporánea de México. Es además director de un mensuario de circulación nacional que tiene varias décadas de existencia. Doctor en historia por una de las instituciones académicas más serias del país, ha sido también conductor durante varios años de un programa semanal de reflexión política, totalmente periodístico. Se me olvidaba decir que además de ser un gran ensayista, es un articulista ahora cotidiano de uno de los diarios de mayor circulación nacional. Pues a este personaje de las letras contemporáneas, un periodista bastante olvidable le reclamó el ostentarse ¡como periodista!