Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
«Los Kennedy» es la historia de los Hermanos Kennedy, un grupo capitaneado por Eduardo, Roberto y Mario Kennedy, gauchos revolucionarios, «gente de campo acostumbrada a vivir mal y morir bien» que se opusieron al golpe de Estado (1930) que derrocó al presidente de la nación, Hipólito Yrigoyen. «Estaban en una feria ganadera efectuando ventas de toros, cuando recibieron noticias del atentado cometido el 6 de septiembre contra la Constitución argentina. Desde ese momento, los hermanos Kennedy vivieron para combatir al dictador».
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 90
Veröffentlichungsjahr: 2022
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Yamandú Rodríguez
Saga
Los Kennedy
Copyright © 1934, 2022 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726681666
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
(La gesta radical de La Paz, Entre Ríos)
Yamandú Rodriguez
En este libro refiero la verdad, tal como la oí de labios delos austeros protagonistas. Los admirables episodios de la epopeya ocurrieron como los describo y me limité a transcribir los diálogos. Fuera de la profunda admiración que siento por los Señores Kennedy y por su patria, no he puesto en este libro nada mío.
Son glorias argentinas. Tuve el honor de contarlas. Lo hice a todo entusiasmo en homenaje al gran pueblo de Alberdi, por el bien que le debo y por el respeto cariñoso que me inspiró.
Lamento que las circunstancias, de todos conocidas, nos hayan impedido entregar a la admiración de los argentinos, los nombres y los altos hechos de todos los revolucionarios de “La Paz”. Esa misma razón es la que me obliga a silenciar los nombres de las personas que tendieron a los hermanos Kennedy en peligro, su mano amiga, símbolo de la hidalguía, de generosa amistad y de sacrificio.
Yamandú Rodríguez
Diciembre de 1934
Un día Bernaldo de Quirós ve surgir del Paraná a Mario Kennedy y estudia a lápiz, la gracia firme de ese modelo.
Llevan el corazón cómodo en la campana del pecho bronceado a sol. Sus tórax los bate el pampero, cuando le atropellan en sus caballos de “confianza”. Esas piernas de acero, se modelan ahogando baguales. Hacen a “bola” y “sobeo” sus bíceps. Levantan la “armada” de sol a sol para “guampiar” en fija, siempre. Incansables, “lujosos”, gauchos. Trabajan como peones. Se lucen. Se hacen. Día tras día llegan al límite de sus fuerzas y cuando le alcanzan y van a caer, piensan en el duro abuelo Cárdenas y dan un paso más. Por eso, a boca de noche los Kennedy se gastan todavía: “Piden puerta”. El corral les entrega novillos encrespados, con humo en los cuadriles. Dispara el vacuno. Un Kennedy revolea, tira. La “armada” se cierra silbando en las pezuñas. El animal cae de rodillas, pide perdón, hace ovillo y chicotea con el lomo. . .
- Valió trago!
Se recalientan los lazos. Llega la noche. Y los Kennedy se gastan aún.
¿Qué les mueve a prueba tan porfiada?
¿Porqué luchan así contra todo hasta domarlo?
Para adquirir nombradía de camperos. Esos creen ellos y cuantos admiran su criollismo. Hoy sabemos que obedecían al genio de las ciudades y los campos. Que esos tres varones fueron elegidos. Iban a caminar en la tormenta.
- Háganse fuertes como de bronce, - les dijo – ustedes un día, salvarán el honor de la democracia.
Y cuando llegó la hora, los tres hermanos pusieron ese honor en la custodia de sus corazones y lo llevaron a través del fuego y el agua y la muerte; “a pesar de los Dioses”. Para eso tenían de hierro las piernas y el brazo y el alma. Con él cruzaron los ríos, en alto el mensaje. A pulso los sostuvieron durante muchas noches hasta llegar a la orilla y aún más allá! . . .
Eran Niños. – Regresaban de sus colegios de Buenos Aires o Paraná. En el puerto les esperaba el coche de la estancia.
Los tres escolares llegan, se santiguan y zambullen en el flechillal de sus campos. Atrás quedan sus capullos de seda. Salen con alas de ponchos. En el balance de un arisco la tierra reconoce a sus gurises y les prende en los talones dos rodajas de margaritas.
Uno se dirige a la chacra. Unce los bueyes, se pone a ritmo y empieza a trazar surcos: palotes de la cartilla criolla.
Otro escolar ensilla un caballo “maestro” y sale a pechar reses en los “apartes”.
Al mayor, por más aplicado, le espera el premio: un potro. El bruto ya tiene dos indios prendidos de sus orejas como carabanas. Un ruedo de criollos emocionados admira al niño de vincha, rebenque y nazarenas.
Entonces, Don Carlos Duval Kennedy dice al retoño:
- Monte. Y cuidado con caerse, no!
Se cierran dos espuelas. Gruñe un arisco. Y allá van. . .entre polvo, alaridos y rebencazos. Si el bagual cae, el niño tiene permiso paterno para caer; pero “parao”.
Así se van haciendo de a caballo los Kennedy.
Después de domar a los baguales, se doman. Consiguen desdoblarse. Se colocan frente a la voluntad. La estudian. Miden fuerzas. Luchan con ella y le dictan su ley. Adquieren estoicismo de caciques. Llegan siempre a donde se proponen. Y se proponen cosas arduas siempre.
Cierta vez Mario Kennedy con solo dos peones preparó quinientas cuadras de campo y las sembró de lino. Sus ayudantes trabajaban desde el amanecer hasta el tramonto. Disponían de un solo tractor, sin equipo de luz. A la oración. Mario ocupaba el tractor y sólo, a obscuras, con el alivio de la luna a veces y otras sin más candil que el de las estrellas trabajaba sin descanso, sin clemencia, rompiendo con dolor la tierra amada, sintiendo como propia la herida que abría surco a surco . .
¿Quién les ayuda? Su religión de trabajo.
Pero ¿por qué acomete tales empresas? Lo ignora.
La tenacidad es virtud de todos ellos. El estoicismo también. Cuando sus carnaduras flaquean, el espíritu se las echa a hombros y sigue adelante. Durante la retirada por los montes, Eduardo Kennedy caminó muchas noches así.
Roberto es jinete famoso. Alto, fino, cimbreante, con algo de lanza y un brillo de cuenta india en los ojos obscuros. Tiene estampa de caballero andante. Su fama inspira a los payadores. Al verle jinetear quedan de boca abierta las guitarras.
Muchas veces se sienta en la maroma del corral, espera la salida de un potro crudo, salta en “pelos” se afirma en las rodajas y tiene que agacharse para no tocar el sol. Solo pide campo y bagual; así luchan el vigor de un potro y el vigor de un Kennedy.
Hay fiesta en el pago. Los justadores hacen prodigios con lazos, boleadoras y nazarenas. El número sensacional está a cargo de Don Roberto Kennedy. Tres peones tienen un “reservao”. Es el caballo de “mandinga”. Bachiller en corcovos. Astuto como indio y violento como un terremoto. Sus mentas de indomable igualan a las del domador. Nadie ha podido con él.
El Centauro va a probar ése “cimarrón”. Se hace silencio.
- “Cuánto bolee la pierna nomás” – dice a los peones – lárguenlo.
No quiere estribar, ni necesita. Cuando él jinetea, los estribos juegan libremente, chocan sobre la “cruz”; le aplauden.
Ya está “horqueteao”. Clavan los dos “abrojos” en las paletas. Crujen los corvejones y empieza el duelo. No hay en los dos, tendón que no tiemble. Los esculpe el esfuerzo. Aquel bellaco tiene al diablo en los ojos enrojecidos, un rezongo de perro en las narices y resortes de felino en las patas. Trata de morder al jinete; fracasa; y se muerde le pecho. Abanica el aire. Ahora es un ovillo. Enseguida levanta la cabeza, llameante: desafía al enemigo. Ve caer el rebenque; esquiva, dispara: si Roberto le toca ene le freno, se vuelca. Cuando Kennedy levante el brazo para castigarle en la paleta, gira, se acuesta, culebrea y el rebencazo castiga los yuyos. Busca y encuentra “desabridos” nuevos. Tira dentelladas a las rodajas, se desangra y no cede.
Desde la cresta de esas marejadas, Kennedy le conversa. Le anima. Le suplica que no se acobarde. Hasta afloja un tanto los muslos para que resuelle. El “reservao” responde hundiendo la cabeza entre las manos duras. Se clava. Parece mascar el campo. Enseguida se tiende a disparar. Torna a convertirse en piedra y rebota . . . rebota . . .
De pronto se yergue, rampante, vertical, va a volcarse. No puede “basurear” pero puede aplastar al jinete. Al ver que la muerte se le echa encima, ese hombre aflojará las piernas. Es el momento: en lugar de caer, el potro salta y con un pantallazo aventa al jinete. Mas Kennedy tiene algo de potro también. Formaba parte del noble del centauro. Prefiere morir, a caer. Además, presume la treta; en vez de aflojar, hunde las espuelas. Sus muslos se cierran. Asfixian al bruto . . .y continúan peleando.
Ahora va horquetado en el costillar. Luego, en las cruces. La bestia ondula, se arrastra, quiere limpiar en los pastos al enemigo. El pantalón blanco de Kennedy está manchado de sangre desde la entre pierna a las rodillas.
Después la tormenta decrece . . . la sierra se hace loma . . .el domador empieza y el “reservao” se acaba. Suda sangre. Tiembla.
Roberto está desilusionado, tenía grandes esperanzas con ese arisco. Hace tiempo que busca ansiosamente un bellaco de ley. Necesita probarse; saber si donde cae muerto de fatiga un bagual aún cae parado como un Kennedy.
No oye los aplausos de los circunstantes. Se apea del “reservao”. Lo mira con lástima y pregunta:
-“Quién ha dicho que sos potro?”
De los tres hermanos Kennedy, Roberto es el que tiene aspecto de más criollo: un cacique vigilante, paseando su mirada de águila sobre el Paraná.
Usa chambergos aludos. Lleva el ala de mosquetero sujeta con el alfiler del viento. Tiene en la cintura elasticidad de rama joven. El pulso firme. Sereno el corazón. Y a flor de labio, en todo momento una agudeza criolla.
Nacieron en su vieja estancia “Los Algabrrobos”, cita en el Distrito “Estacas” del Departamento de La Paz. Es grande y arisco el solar. Tierra entrerriana de rancio abolengo democrático. Allí el derecho amanece con Artigas y llega al meridiano con Urquiza. Cuna de gauchos cantores y altaneros, prontos siempre a saltar a caballo para cruzarse por la dignidad. Honrada gente de campo acostumbrada a vivir mal y morir bien. Borrosas figuras de friso. Muy humildes, muy simples, sin letras casi. Rubrican con el lazo. Crecen en los peligros. Mueren en la jaula, como los churrinches.