Los milagros de Nuestra Señora (edición modernizada) - José Guadalajara - E-Book

Los milagros de Nuestra Señora (edición modernizada) E-Book

José Guadalajara

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José Guadalajara, uno de los autores más brillantes y destacados del panorama de la novela histórica española, moderniza la inmortal obra de Gonzalo de Berceo "Los milagros de nuestra señora". En ella se nos presenta una lista de milagros de la Virgen María en una etapa tardía de su vida, recogidos de la sabiduría popular de mediados del s. XIII. Con su habitual sapiencia y conocimiento experto de la época, José Guadalajara nos acerca con un lenguaje más comprensible la obra inmortal de Berceo.

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Seitenzahl: 152

Veröffentlichungsjahr: 2022

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José Guadalajara, Gonzalo de Berceo

Los milagros de Nuestra Señora (edición modernizada)

 

Saga

Los milagros de Nuestra Señora (edición modernizada)

 

Copyright © 2022, 2022 José Guadalajara, Gonzalo de Berceo and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728414736

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

BERCEO Y SUS MILAGROS

José Guadalajara

El sentido y la percepción de lo sobrenatural, cuando va acompañado de revelaciones extraordinarias y tangibles, provoca en los hombres un sentimiento de admiración y misterio que se ha perpetuado a través de los siglos. El milagro, como hecho que desborda las leyes naturales y al que se confiere un carácter maravilloso, ha sido estimado siempre como un signo de divinidad que ha servido para calar hondas religiosidades y también ─y esto no hay que olvidarlo─ profundas supersticiones.

En la Edad Media, al igual que en otros períodos históricos, las manifestaciones milagrosas (para las que entonces no era posible ofrecer una explicación más racional, como hoy puede hacerse desde el campo de la psicología y, por supuesto, de la parapsicología) gozaban de inmediato de un carácter divino. Otros hechos extraños e igualmente maravillosos, si no procedían de Dios, se atribuían a fuerzas maléficas y perniciosas conjuradas por magos y brujas que eran asistidos por el poder engañoso del diablo, como sucede, por ejemplo, en el milagro de Teófilo, relato muy difundido en la época medieval y que cierra la serie de este libro.

La devoción a la Virgen, por su humanidad y, a la vez, por su naturaleza divina, se ha perpetuado desde la Edad Media hasta nuestros días, constituyendo un fenómeno de singular importancia dentro del cristianismo. Su figura de madre y su función mediadora entre los hombres y Dios son rasgos destacados de su culto que se ponen de relieve constantemente dentro de la tradición milagrosa mariana, tanto oral como escrita, a través de las diferentes épocas. Esta tradición, que arranca del siglo II, no se desarrolló, sin embargo, con plenitud hasta mucho tiempo después, ya que, aunque existen tempranas manifestaciones de hiperdulía a lo largo del medievo, no será hasta el siglo XI, y sobre todo en los siglos XII y XIII, cuando este culto a la Virgen adquiera mayor consistencia y se vea reflejado en diferentes muestras litúrgicas, líricas y narrativas.

La dimensión taumatúrgica de la Virgen fue uno de los aspectos más desarrollados por las literaturas europeas medievales dentro de los escritos que se le dedicaron. A partir del siglo XI surgen importantes colecciones de milagros en latín que fueron incrementándose con el paso de los siglos. Una primera gran colección se forjó ya en el siglo VI; se trata de los Libri Miraculorum de Gregorio de Tours, en donde aparecen algunas leyendas milagrosas que se difundirían en épocas posteriores y que serían recogidas en otras colecciones. Los milagros fueron frecuentemente utilizados por los predicadores para ilustrar y hacer más amenos sus sermones, ya que los hechos sorprendentes en ellos narrados servían para captar mejor la atención de los fieles y, al mismo tiempo, para extender el culto a la Virgen y destacar la vertiente moralizadora y doctrinal que se deseaba conferir a sus enseñanzas.

En el siglo XIII, período cronológico en el que vivió Gonzalo de Berceo, se escribieron en la Península Ibérica tres obras importantes dedicadas a la Virgen: Alfonso X el Sabio, rey de Castilla entre 1252 y 1284, compuso en gallego-portugués sus Cantigas de Santa María, obra voluminosa integrada por 427 poemas líricos que contiene además la música para acompañarlos, junto con numerosas miniaturas que les sirven de ilustración. Juan Gil de Zamora, que vivió también durante este período, se interesó así mismo por la mariología; es autor del Liber Marie, escrito en prosa latina. Por último, hay que mencionar la obra que es objeto de la presente edición, los Milagros de Nuestra Señora, colección de veinticinco milagros, compuestos entre 1246 y 1252 por el clérigo riojano Gonzalo de Berceo.

Este autor, primer poeta castellano de nombre conocido, se incluye dentro del denominado mester de clerecía, grupo de obras y autores de los siglos XIII y XIV cuya característica más destacada es el empleo de la cuaderna vía, estrofa de cuatro versos alejandrinos con la misma rima consonante en todos ellos. Únese a este rasgo del grupo el deseo de transmisión de una enseñanza ─de contenido religioso sobre todo─, propósito no reñido con la intención de ofrecer unas obras que sirvan de entretenimiento y procuren solaz al que las lea o escuche.

Gonzalo de Berceo, autor de una importante serie de obras escritas en la referida estrofa, entre las que se cuentan hagiografías como la Vida de San Millán y la Vida de Santo Domingo de Silos, textos de carácter doctrinal como el Sacrificio de la Misa o los funestos Signos que apareçerán ante del Judicio y obras marianas como los Loores de Nuestra Señora oesta colección de milagros, vivió en constante relación con el monasterio riojano de San Millán de Suso, próximo a Berceo, su pueblo natal. Se desconoce la fecha de su nacimiento, aunque cabe situarla en torno al año 1196, dato que puede estimarse bastante cercano a la realidad, pues la existencia de un documento del año 1221, en el que Gonzalo de Berceo aparece como diácono, permite así suponerlo, ya que para ostentar este cargo eclesiástico era necesario tener al menos veinticinco años.

No fue sin embargo un monje del referido monasterio, sino más bien un clérigo secular que realizaba en el mismo ciertas tareas de carácter administrativo como notario del abad Juan Sánchez. Se ha supuesto, dada esta profesión y sus conocimientos literarios, que pudo haber estudiado en el Estudio General de Palencia, primera fundación universitaria hispánica creada, bajo la iniciativa del obispo Tello Téllez de Meneses, por el rey Alfonso VIII hacia 1212, aunque extinguida unos cincuenta años después. Estos escasos datos acerca de Gonzalo de Berceo se cierran con el año de su probable defunción, acaecida entre 1252 y 1264. En la que se supone que fue su última obra, la Vida de Santa Oria, el mismo autor alude en una estrofa a su vejez, a la vez que se refiere al lugar desde donde está escribiendo, que no es otro que el «portalejo» situado a la entrada del monasterio de San Millán de Suso, conservado todavía hoy con su empedrado del siglo XI en el que está representada una figura formada por dos esvásticas y una flor de cuatro hojas.

Gonzalo le dijeron al versificador

que en su portalejo hizo esta labor.

Ponga en él su gracia Dios Nuestro Señor,

que vea la su gloria en el Reino mayor.

El monasterio al que se asocia la figura de Gonzalo de Berceo (fundado como cenobio en el siglo VI) tuvo una gran importancia a partir del siglo X, convirtiéndose en centro cultural y espiritual de primer orden. Este monasterio, conocido como San Millán de Suso (suso, arriba, por encontrarse situado en lo alto de la montaña) fue centro importante de peregrinación durante la Edad Media; hasta allí acudían los peregrinos del Camino de Santiago para visitar los restos de San Millán, que desde el año 1067 se encontraban, sin embargo, depositados en Yuso (yuso, abajo, por estar ubicado en el valle), monasterio ordenado construir por el rey García de Nájera precisamente para albergar las reliquias de este santo.

La labor literaria de Berceo debe ponerse necesariamente en relación con este peregrinaje, ya que los destinatarios principales de sus obras podrían ser estos peregrinos que acudían a visitar los restos del santo o el altar dedicado a la Virgen en Yuso y que, según se ha demostrado, fue objeto de un culto bastante extendido. Las obras de Berceo, vinculadas varias de ellas con personajes que tuvieron relación con el monasterio (San Millán, Santo Domingo y Santa Oria), cumplían la función de dar a conocer la vida y milagros de estos santos locales, de contribuir a su devoción e inculcar unos preceptos morales encaminados a fomentar una vida más acorde con los principios cristianos. A esto debe añadirse el esparcimiento que estos relatos narrativos procuraban en una época en la que escuchar biografías tan portentosas, con sus maravillas y episodios singulares, tuvo que tener una dimensión parecida a la que hoy nos transmiten determinadas secuencias cinematográficas.

No debe olvidarse tampoco otra finalidad notable en la tarea literaria de Gonzalo de Berceo, que ha sido puesta de relieve por la crítica y que escapa al propósito didáctico-lúdico aquí señalado. Se trata del deseo de contribuir con sus obras no solo a la captación de peregrinos, sino a difundir en ellas, como en efecto hace en algunas, la obligación que éstos tenían de contribuir con sus limosnas al sostenimiento del monasterio. Esta faceta económica, muy frecuente en todas las épocas (por quedarnos en la Edad Media, recuérdense los casos de la abadía de Glastonbury en Inglaterra, donde se exhibían los «sepulcros» del rey Arturo y de su esposa Ginebra, o, en España, el del monasterio de San Pedro de Cardeña, desde donde se extendió un culto mortuorio al Cid y a su esposa doña Jimena que estuvieron enterrados allí durante algún tiempo), no escapó a la intención de Berceo y es necesario tenerla también en cuenta al acercarse a su obra.

En los Milagros de Nuestra Señora, sin embargo, lo que predomina no es este último propósito señalado, sino el afán de resaltar la figura de María, con todo su valor como intermediaria del género humano, dentro de un culto que, como se ha indicado más arriba, tuvo un gran desarrollo a lo largo del siglo XIII.

Los Milagros constituyen una colección de veinticinco relatos independientes unidos por un único motivo: la intervención de la Virgen ─la Gloriosa─ en favor de todos aquellos que en algún momento de su vida manifestaron devoción hacia ella. Este conjunto se abre con una Introducción alegórica (estrofas 1-47) que recrea un espacio natural retratado bajo el tópico del locus amoenus, auténtico paraíso en el que el hombre ─el mismo Gonzalo de Berceo─ es representado por un peregrino que transita por este lugar deleitoso y apacible y donde, a la postre, los elementos paisajísticos simbolizan motivos religiosos: el verde prado es la Virgen, las flores son los diversos nombres que recibe, las fuentes son los cuatro Evangelios, las frutas de los árboles son sus milagros, etc.

Este peregrino no es solamente una imagen identificadora con la que Berceo pretende equipararse con su público, sino el símbolo del propio hombre que camina por la vida y que reencuentra el paraíso perdido, constituido por su relación piadosa con la Virgen. Esta Introducción guarda por tanto una estrecha relación, y confiere unidad al libro, con los relatos milagrosos narrados, pues el símbolo inicial del hombre redimido del pecado que aquí se ofrece se completa con cada uno de los casos expuestos en los milagros, en donde la devoción humana es gratificada por la intervención redentora de la Virgen.

Gonzalo de Berceo se sirvió para la composición de estos milagros de un texto latino que tomó como modelo para su redacción versificada en lengua romance. Este procedimiento compositivo, que hoy puede parecernos desprovisto de una auténtica creatividad, no era considerado así en los días de Berceo, ya que la originalidad no radicaba tanto en el tema tratado como en la manera de plasmarlo en otro escrito propio; es más, tomar como dechado un texto latino más antiguo prestigiaba la propia labor creativa y le confería una autoridad que no hubiera conseguido de otro modo. Tanto en estos Milagros como en las demás obras del clérigo riojano es frecuente encontrar alusiones al modelo, al que se denomina dictado, escrito, cartelario, escritura, etc. De todos los milagros de esta colección se han encontrado sus respectivos modelos en relatos escritos en prosa latina, excepto para el milagro XXIV, La iglesia robada, y para la Introducción.

Los Milagros de Nuestra Señora se han conservado en tres manuscritos, aunque solo uno de ellos fue copiado en el período medieval. Dos copias se hicieron en el siglo XVIII y otra, conservada incompleta, en el siglo XIV. Todas ellas se sirven básicamente de un códice del siglo XIII, hoy perdido.

Esta edición modernizada de los Milagros se ha ajustado al ritmo de la cuaderna vía medieval, manteniendo el cómputo silábico de siete sílabas por hemistiquio en cada verso alejandrino, aunque realizando la sinalefa conforme a criterios actuales, recurso métrico que no se tenía en cuenta en la Edad Media. En esta versión, sin menoscabar el sentido que quiso darle su autor en el siglo XIII, se han adaptado todas aquellas palabras medievales a los usos del castellano de nuestra época y, salvo contados casos, se han eliminado términos que hoy se consideran arcaísmos lingüísticos. Resulta así una edición del libro de Berceo cercana a un público numeroso, que podrá acceder a esta obra de la clerecía del siglo XIII y captar todo el significado de sus versos sin el escollo léxico y morfosintáctico que, para un lector no especializado, supone enfrentarse directamente con un texto del medievo hispánico.

Quizá este último propósito pudiera ser considerado después de tantos siglos uno de los milagros que Gonzalo de Berceo se olvidó de contarnos.

INTRODUCCIÓN ALEGÓRICA

Amigos y vasallos de Dios omnipotente,

si escucharme quisierais todos atentamente,

querría yo contaros un caso sorprendente:

lo estimaréis en mucho, ¡lo es, verdaderamente!

Yo, el maestro Gonzalo de Berceo llamado,

marchando en romería, acaecí en un prado

verde, muy bien sencido, de flores bien poblado,

lugar apetecible para un hombre cansado.

Daban olor fragante las flores bien olientes,

refrescaban a todos las caras y las mentes;

manaban de los cantos fuentes claras, corrientes,

en verano bien frías, en invierno calientes.

Gran abundancia había de buenas arboledas,

higueras y granados, perales y manzanedas,

y muchas otras frutas de diversas monedas,

mas ningunas estaban ni podridas ni acedas.

La verdura del prado, el olor de las flores,

las sombras de los árboles de templados sabores,

refrescáronme todo, y perdí los sudores:

¡vivir podría el hombre con aquellos olores!

Nunca encontré en el mundo lugar tan deleitoso,

ni sombra tan templada, ni un olor tan sabroso.

Me quité mi ropilla para estar más vicioso

y me puse a la sombra de un árbol hermoso.

Yaciendo bajo sombra olvidé mis cuidados,

escuché cantos de aves, dulces y modulados:

nunca oyeron los hombres órganos tan templados

ni que formar pudiesen sones más acordados.

Unas tenían la quinta y las otras doblaban;

otras tenían el punto, errar no las dejaban.

Al posar, al mover, todas se concertaban:

aves torpes ni roncas allí no se acostaban.

No se encuentra organista, ni tampoco violero,

ni giga, ni salterio, ni mano de rotero,

ni instrumento, ni lengua, ni tan claro vocero,

cuyo canto valiese junto a éste un dinero.

Pero aunque yo os refiera todas estas bondades,

no cuento ni el diezmo ¡son grandes cantidades!

Tenía de noblezas tantas diversidades

que no las contarían ni los priores ni abades.

El prado que yo os digo tenía otra bondad:

por calor ni por frío perdía su beldad,

estaba siempre verde en su totalidad,

no quitaba el verdor ninguna tempestad.

Tan pronto como estuve en la tierra acostado,

de todos mis pesares me quedé liberado,

olvidé toda cuita y el lacerio pasado:

¡quien allí descansase sería venturado!

Los hombres y las aves, cuantas allí vivían,

llevaban de las flores todas las que querían

y en este verde prado ninguna mella hacían:

por una que llevaban, tres y cuatro nacían.

Es como el Paraíso este prado tan hermoso

que Dios bien convirtió en lugar codicioso.

Sabio es su creador, maestro talentoso:

¡no perderás la vista si allí moras gozoso!

El fruto de los árboles era dulce y sabrido:

si don Adán hubiese de tal fruto comido

de tan mala manera no fuese confundido

ni tomaran tal daño Eva ni su marido.

Amigos y señores, lo que dicho tenemos

palabra es muy oscura, exponerla queremos:

quitemos la corteza, en el meollo entremos,

tomemos lo de dentro, lo de fuera dejemos.

Todos cuantos vivimos y sobre pies andamos,

aunque en prisión estemos o en un lecho yazgamos,

todos somos romeros que en el camino andamos:

San Pedro nos lo dijo y por él lo probamos.

Mientras aquí vivimos, en ajeno moramos,

la morada durable arriba la esperamos:

nuestra romería entonces la acabamos

cuando hacia el paraíso las almas enviamos.

En esta romería tenemos un buen prado

donde encuentra reposo el romero cansado.

Es la Virgen gloriosa, madre del bien creado,

del cual otro ninguno igual no fue encontrado.

Este prado fue siempre verde en honestidad,

pues nunca tuvo mancha en su virginidad;

post partum et in partu fue virgen de verdad,

ilesa e incorrupta toda su integridad.

Las cuatro fuentes claras que del prado manaban,

los cuatro evangelios, eso significaban,

pues los evangelistas que los cuatro copiaban,

cuando los escribían con Ella dialogaban.

Cuanto escribían ellos, Ella se lo enmendaba,

era sólo bien firme lo que Ella les loaba:

parece que este riego todo de Ella manaba,

porque nada sin Ella a cabo se llevaba.

La sombra de los árboles, buena, dulce y fría,

donde encuentra reposo toda la romería,

muestra las oraciones que hace Santa María,

que por los pecadores implora noche y día.

Cuantos son en el mundo, justos y pecadores,

coronados y legos, reyes y emperadores,

allí corremos todos, vasallos y señores,

y todos a su sombra vamos a coger flores.

Los árboles que ofrecen sombra dulce y donosa

son los santos milagros que hace la Gloriosa,

que son mucho más dulces que el azúcar sabrosa

que le dan al enfermo en la cuita rabiosa.

Estas aves que trinan entre aquellos frutales,

cuyas voces son dulces y sus cantos leales,

ésas son Agustín, Gregorio y otros tales