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Erudito ensayo sobre la figura del Anticristo en la literatura medieval española de la mano de uno de los mayores expertos en el tema. José Guadalajara, autor que ya nos tiene acostumbrados a su erudición con títulos de intriga histórica y ensayos sobre el Maligno, realiza un repaso pormenorizado de la figura del Anticristo en la Edad Media de España, señalando su aparición y desarrollo, tanto en sus profecías como en su arquitectura y sabiduría popular. Imprescindible.
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Seitenzahl: 328
Veröffentlichungsjahr: 2022
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José Guadalajara
Saga
El Anticristo en la España medieval
Copyright © 2004, 2022 José Guadalajara and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728414743
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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www.sagaegmont.com
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Para Eva, en cuya mano aún late intacta
la manzana del Paradisus voluptais
La tradición apocalíptica medieval, cuyas manifestaciones abarcan un amplio muestrario textual e iconográfico, tuvo una dilatada pervivencia que llega incluso hasta nuestros días. El personaje del Anticristo convivió con la política y la religión, fue objeto de terrores y esperanzas e impregnó en buena medida el mundo cotidiano de la gente de aquella época. Cientos de profecías circularon para presagiar su venida inminente, serios tratados se compusieron para explicar sus características y su modo futuro de acción, y pinturas, tapices, vidrieras y mosaicos sirvieron para sacar a la luz los rasgos de su supuesta fisonomía.
Aunque este libro se centra en su conjunto en el estudio de la tradición y literatura del Anticristo en los reinos hispánicos, el primer capítulo se dedica al reconocimiento general del personaje y a su inserción dentro del marco europeo, pues un substrato común a toda la cristiandad conforma el núcleo central de esta leyenda. Tras este capítulo introductorio, el resto de la obra se ocupa de la presencia del Anticristo en España durante la Edad Media, tarea que no había sido llevada a cabo con exclusividad hasta la fecha.
La distribución o estructura propuesta para esta obra atiende sobre todo a un criterio cronológico en el que los diferentes capítulos desarrollan la materia de acuerdo con esta linealidad. Es de destacar, sin embargo, una cierta desproporción cuantitativa, ya que, mientras en los capítulos 2 y 3 se recogen las obras y autores correspondientes a los siglos V al XIV, los capítulos 4 al 7 se circunscriben al siglo XV, época fecunda en manifestaciones apocalípticas, tanto en Castilla como en el reino de Aragón. Por otro lado, tras el genérico capítulo 4, los tres restantes revisten cierto carácter monográfico, ya que están dedicados respectivamente a Fray Vicente Ferrer (cap. 5), a textos y autores catalanes (cap. 6) y a una serie de libros en castellano (cap. 7).
La deuda que este libro tiene contraída con mis estudios anteriores, especialmente con Las profecías del Anticristo en la Edad Media, es bastante significativa. La mayor parte de los materiales proceden de este libro, no así el enfoque ni la disposición con la que ahora son tratados. Se han añadido también nuevos hallazgos que, en algunas ocasiones, ya habían salido publicados en forma de artículos; así mismo, se han multiplicado las citas de textos y se han tenido en cuenta las nuevas aportaciones de los estudiosos de esta materia.
El resultado es una monografía que, bajo el título propuesto, ofrece al lector un conjunto de obras y autores hispánicos que, en menor o mayor medida, refleja el desarrollo y extensión alcanzado por la tradición apocalíptica dentro del territorio de la península ibérica. Desde Orosio, historiador del siglo V que incluyó en su Moesta Mundi algunas referencias al Anticristo, hasta Martín Martínez de Ampiés, que cierra el periodo medieval con un incunable del año 1496 dedicado a exponer una vida completa de este mismo personaje, un repertorio muy variado de profecías sobre el fin del mundo y de especulaciones mesiánicas y milenaristas contribuyeron a delinear el perfil de esta sociedad.
Tradición y literatura del Anticristo en la España de la Edad Media, inserta en un ámbito europeo, es, pues, el tema que se aborda en este libro. Multitud de tendencias y distintos desarrollos oscilaron alrededor del mismo eje a lo largo de cientos de años. La idea del fin del mundo y la futura venida del Anticristo lo preside todo. Esta dimensión de la vida del hombre medieval será necesariamente un aspecto con el que habrá que contar para dar una explicación a muchos entramados históricos.
La figura del Anticristo
Aunque la tradición española medieval es rica en materiales sobre el Anticristo, así como en profecías y testimonios literarios de signo apocalíptico, este magno conjunto ofreció una extensión cronológica muy dilatada y un marco geográfico muy amplio. Los orígenes del personaje se remontan sin duda a los primeros siglos cristianos, pero su fondo conceptual hay que rastrearlo dentro de antiguos mitos y religiones que trataron de explicar no solo el fundamento y actividad del cosmos sino la esencia de la propia naturaleza humana y la relación del hombre con los dioses. El Anticristo, como personificación del mal, ahonda sus raíces dentro de este tipo de explicaciones míticas que encontramos en las primeras civilizaciones hace ya más de cuatro mil años; su creación específica, sin embargo, será el resultado de una supuesta oposición al final de los tiempos entre un principio creador y otro destructor que en la tradición cristiana han sido representados por la figura omnipotente de Cristo y la no menos poderosa, pero no invencible, del Anticristo.
Antiguas culturas como la mesopotámica o la egipcia, o bien religiones como el zoroastrismo o el judaísmo, han conservado magníficos testimonios del denominado "mito del combate". Consiste éste en un enfrentamiento de fuerzas que explican el origen del cosmos y, en general, de todos los seres que habitan el mundo. En el Enuma Elis, poema babilónico compuesto hace unos 3500 ó 4000 años, el dios Marduk crea el cosmos a partir del cuerpo desmembrado del monstruo del caos Tiamat, a quien ha vencido en feroz combate. Este antagonismo cósmico introduce como elemento explicativo de los orígenes la existencia de dos principios que regirán el mundo y que conformarán las relaciones entre los hombres. La presencia de fuerzas creadoras y destructivas, asimiladas también con los conceptos del bien y del mal, constituyen sin duda la esencia de religiones como el zoroastrismo, en donde el asha y el druj (el orden y el caos) serán personificados respectivamente en los dioses Ahura Mazda y Angra Mainyu. La escatología de Zoroastro conllevará la destrucción definitiva de aquel último, y el comienzo, tras el juicio de los muertos y de los vivos, de un periodo de transformación, "la creación milagrosa", que supondrá la aparición de una nueva vida sobre la Tierra. En el Avesta, libro sagrado de los zoroástricos, se contiene en su parte más antigua ─los himnos conocidos como Gathas─ una manifestación de este dualismo primordial:
Cuando cada uno hubo terminado su parte en la obra de la Creación, cada cual de ellos escogió el modo de formar su reino (perfectamente separado y distinto del otro). De los dos, el malo (el Demonio) escogió (naturalmente) el mal, sacando (y obteniendo) con ello los peores resultados posibles, mientras que el Espíritu más bondadoso escogió la (Divina) Justicia 1.
En el judaísmo, que históricamente mantuvo una relación muy estrecha con el mundo persa a partir de la conquista del imperio babilónico por Ciro el Grande en el 538 a.C., este tipo de escatología cobró una creciente importancia. Más tarde, el género apocalíptico, surgido sobre todo a partir del siglo II a.C., ofrecerá muestras destacadas de esta influencia de las teorías de Zoroastro sobre los tiempos últimos. El bien y el mal constituyen para los judíos la base de un ancestral enfrentamiento que tuvo su origen en los comienzos de la humanidad, según ha quedado registrado en el primer libro de la Biblia.
Con este substrato de creencias, tan permeable entre culturas coexistentes, no es nada singular que el cristianismo forjara una escatología en la que las fuerzas del bien, vencedoras de las huestes malignas capitaneadas por el Anticristo, dieran paso al inicio de un periodo de bondad y justicia absolutas, concebido unas veces de modo puramente espiritual y, otras, con todas las características de un reino de deleites materiales sobre la Tierra.
La figura del Anticristo surge, pues, en el contexto de una pugna final, consecuencia de una concepción cíclica (creación/destrucción/creación), llevada ahora a los últimos tiempos del mundo 2 . El cristianismo, que ha asumido la cosmogonía del judaísmo, presenta una versión diferente del mito del combate: el enfrentamiento con Dios no se manifestará en el momento mismo del acto creativo a través de una fuerza antagónica, sino más tarde, cuando la intervención de la serpiente propicie que el hombre pierda el Paraíso y se vea impelido a aceptar otra realidad hasta entonces desconocida para él, tal como se expresa en el Génesis: "He aquí al hombre hecho como uno de nosotros, conocedor del bien y del mal" (Gn. 22).
La denominación "anticristo", documentada por vez primera y única dentro de la Biblia en dos cartas de Juan, tiene en ellas un significado muy claro, aunque plural. Por una parte, posee un sentido genérico y, a la vez, de oposición doctrinal: "Ese es el anticristo, el que niega al Padre y al Hijo" (epíst. I, 2.22); por otro lado, asume también en esta carta las características de un personaje del futuro: "Hijitos, ésta es la hora postrera, y habéis oído que está para llegar el anticristo" (epíst. I, 2.18); sin embargo, en otros pasajes parece admitirse ya su inminencia e incluso su contemporaneidad: "pero todo espíritu que no confiese a Jesús, ése no es de Dios, es del anticristo, de quien habéis oído que está para llegar y que al presente se halla ya en el mundo" (epíst. I. 4.3).
Estas varias acepciones del término, que con el tiempo confluirán en un mismo personaje asociado con la idea del fin del mundo ─el Anticristo con mayúscula─, resumen los rasgos esenciales que caracterizarán su función dentro de la escatología cristiana. La tradición se encargaría de abultar su figura y de convertirlo en un mito. En ocasiones, como ya se sugiere en las referidas cartas de Juan, la denominación cobrará también un significado menos concreto y será empleada en diferentes épocas para referirse a individuos históricos determinados o incluso para lanzarla como insulto contra los enemigos y herejes.
El término Anticristo, vertido al latín a través del griego, está formado por un prefijo y un sustantivo: anti y christós. Este último no deja de ser sino la palabra griega que sirvió para traducir la hebrea masiah, cuyo significado es el de "ungido" y que, más tarde, fue aplicada a Jesús, a quien se denominó Cristo, es decir, el Mesías. El prefijo anti ofrece una doble posibilidad significativa: la idea de sustitución o suplantación, o bien la de oposición con respecto a algo o a alguien. Este segundo aspecto es el que debe considerarse sobre todo en la significación del término "Anticristo" y que es, además, el que parece deducirse con más propiedad de los citados pasajes de las cartas de Juan. A veces, en algunos textos medievales o incluso más tardíos (como sucede en una comedia de Lope de Vega, por ejemplo), puede encontrarse escrito como "Antecristo", lo cual no debe inducir al error de considerarlo de acuerdo con el valor del prefijo latino ante "antes de", característica que indudablemente no posee el personaje. También en francés actual la denominación usada es la de "Antéchrist", en tanto que el inglés y el alemán emplean "Antichrist", y el italiano, "Anticristo".
La dificultad, sin embargo, estriba en saber cuándo el Anticristo llegó a adquirir en la escatología la función central que empiezan a otorgarle algunos de los primeros autores cristianos. La pregunta es muy simple: ¿qué proceso siguió la formación del personaje a partir de estas vagas menciones en las epístolas de Juan, redactadas en torno a fines del siglo I? No obstante, la pregunta podría formularse de otro modo: ¿son, por el contrario, estas cartas una referencia a un mito establecido y reconocido ya en el seno de las primitivas comunidades cristianas? Indudablemente, no es fácil saberlo, si se tiene además en cuenta la escasez de textos con que nos encontramos hasta que un autor como Ireneo de Lyon, entre los años 175 y 180, escriba por extenso sobre el Anticristo en su obra Adversus haereses. Antes que él, algunos escritos, como la Didaché, una carta de Policarpo, la Carta de Bernabé, el Apocalipsis de Pedro o el Apocalipsis de Hermas, contienen referencias que aluden sin duda al personaje, pero que en ningún caso son exponentes de un desarrollo extenso del mito. La mención, por ejemplo, contenida en la Didaché es sumamente sintética y escueta:
Porque creciendo la iniquidad, los hombres se aborrecerán los unos a los otros y se perseguirán, y entonces aparecerá como hijo de Dios el extraviador del mundo y realizará milagros y prodigios y la tierra será entregada en sus manos y cometerá crímenes cual no se cometieron jamás 3.
Ese "extraviador del mundo" aludido en el texto es un eco del "anticristo" de las epístolas de Juan, aunque aquí se ofrezca ya lo que parece un cierto desarrollo de algunos aspectos consustanciales que formarán parte de su posterior leyenda: la falsa santidad, la taumaturgia, el poder universal y la crueldad extrema.
A la luz de los testimonios conservados, será Ireneo de Lyon, como he indicado más arriba, quien primero trace las señas básicas de identidad del Anticristo. Dentro del libro quinto de su Adversus haereses se contienen reflexiones notables sobre este personaje, fundadas la mayor parte de ellas en una lectura reinterpretativa de Daniel, de la epístola segunda de Pablo a los tesalonicenses y del Apocalipsis de Juan. Puede afirmarse que Ireneo, en deuda sin duda con una tradición previa sobre el Anticristo que no conocemos en su totalidad, legó a los exegetas posteriores un modelo bien pergeñado sobre este adversario de los últimos tiempos. Su contribución a la historia del Anticristo recoge los siguientes aspectos fundamentales:
• El Anticristo recibirá el poder del diablo y recapitulará toda su apostasía.
• Fingirá o simulará ser Dios.
• Instaurará su reino en Jerusalén y se hará pasar por Cristo.
• Su reinado durará tres años y medio y vendrá precedido por una división del imperio en diez partes.
• Hará milagros y prodigios con ayuda diabólica y tendrá un inmenso poder de seducción.
• Será apóstata, inicuo, homicida y ladrón.
• Procederá de la estirpe judía de Dan.
• Se identificará con el número 666 del Apocalipsis. Su nombre, tal vez, será Teitán.
• Cristo lo matará con el aliento de su boca y lo enviará al estanque de fuego.
Aquí están, en esencia, las características del personaje, no de su biografía y retrato (que serán elaborados más tarde por otros autores), sino de sus componentes teológicos. Ireneo, que establece también un claro paralelismo entre los seis días de la creación y los seis mil años que habría de durar el mundo y que admite además las tesis milenaristas en su idea de la instauración de un futuro "cuarto reino", se convierte en una referencia fundamental para rastrear los orígenes de la tradición del Anticristo 4 . Algo similar sucede con Hipólito de Roma, que vivió en la primera mitad del siglo III, y que es el primer autor que escribió un libro centrado en la figura del Anticristo. Su aportación al desarrollo de este personaje arranca, como en Ireneo de Lyon, de raíces bíblicas y también, sin duda, de las ideas ya aportadas por aquél en su Adversus haereses. Junto a los aspectos comunes que proceden de la tradición, Hipólito insiste en el paralelismo entre Cristo y el Anticristo, lo que le confiere a éste una engañosa marca de identidad que le servirá para una más fácil captación de sus discípulos en los últimos tiempos del mundo. El Anticristo, que procederá de la estirpe judía de Dan, es comparado en diversos aspectos con la actuación de Cristo en la Tierra:
Salvator venit in mundum, et ille eodem modo veniet; misit Dominus apostolos ad omnes gentiles, ita etiam ille mittet pseudoapostolos; congregavit dispersas oves Christus, et ita etiam ille congregabit dispersum populum; baptizavit Christus (eos) qui crediderunt in eum, et ille etiam baptizabit; ad imaginem hominum apparuit Dominus, et ille etiam ad hominum imaginem veniet; suscitavit Salvator suum corpus et nobis ostendit sicut templum, et ille aedificabit Hierosolymae templum dirutum.
[El Salvador vino al mundo y él vendrá de la misma manera; el Señor envió apóstoles a todos los gentiles y también él enviará falsos apóstoles; Cristo congregó las ovejas dispersas y, del mismo modo, él congregará al pueblo disperso; Cristo bautizó a los que creyeron en él, y el Anticristo hará lo mismo; el Señor apareció con forma humana y él vendrá también bajo forma de hombre; el Salvador resucitó y nos mostró su cuerpo como un templo; él edificará el templo derruido de Jerusalén.] 5
Después de Ireneo de Lyon e Hipólito de Roma otros muchos exegetas bíblicos continuaron enriqueciendo el mito del Anticristo. Pronto, la imaginación desbordada de algunos de ellos completó los aspectos teológicos de la actuación y características del personaje con trazados físicos del mismo; así, unas veces lo presentaban bajo apariencias monstruosas ─de acuerdo con esa tópica tipología que asocia la fealdad con la maldad─ y otras, bajo una forma completamente humana, si bien, en muchos casos, entreverada con deformaciones aberrantes. No hay ninguna duda del influjo que ejercieron en este sentido los libros de Daniel y, sobre todo, del Apocalipsis de Juan, quien con la imagen de la bestia de siete cabezas y diez cuernos que aparece en el capítulo XIII forjó la que sería más tarde una de las más clásicas representaciones del Anticristo. No en vano, la denominación de "la bestia" con la que se conoce también a éste arranca de textos como los referidos y ya Ireneo de Lyon la sugiere en algunos contextos de su libro: "Y a causa de esto, en la bestia que debe venir, tendrá lugar la recapitulación de toda la iniquidad y todo el engaño" 6 . El éxito de esta imaginería teratológica, directamente vinculada con los textos bíblicos, se verificará más tarde en las espléndidas miniaturas con las que fueron ilustrados durante varios siglos los códices conocidos con el nombre de Beatos 7 .
Fue, sin embargo, alrededor del siglo III cuando aparecieron las primeras descripciones físicas del Anticristo. Su imagen la encontramos en varios apocalipsis cristianos, como el Testamento del Señor, el Apocalipsis de Elías y el Apocalipsis de Juan el teólogo. En los tres, la representación del Anticristo aparece destacada con rasgos hiperbólicos y ha sido realizada con intencionados criterios de deformación. En el último, por ejemplo, datado en torno a los siglos V y VI o quizá antes, se nos muestra a un Anticristo de proporciones gigantescas. Esto puede resultar contradictorio si, como sabemos, una de las astucias características del personaje ha de ser la de aparecer como un falso o fingido alter ego de Cristo con el objeto de confundir a sus seguidores. Es obvio, por lo tanto, que descripciones como la de este Apocalipsis no encajan con estos supuestos teológicos, por lo que cabe pensar que, como sucederá también en otras muchas representaciones posteriores del Anticristo, se perseguía ya aquí la consecución de un efecto moral y terrorífico.
L´aspetto del volto è caliginoso; i capelli del capo, acuti come frecce. I cigli somigliano a quelli di un campo. L´occhio destro come l´astro che sorge al mattino; l´altro, como quello di un leone: La bocca è larga un cubito; i denti sono lunghi una spanna. Le dita sono come falci. L´impronta di piedi copre due spanne. Sul volto sta scritt: anticristo.
[El aspecto del rostro es neblinoso; los cabellos de la cabeza, agudos como flechas. Las pestañas semejan los bordes de un campo. El ojo derecho como el astro que surge a la mañana; el otro, como el de un león. La boca es un codo de ancha; los dientes tienen un palmo de largo. Los dedos son como hoces. La huella del pie cubre dos cuartas. Sobre el rostro está escrito: anticristo.] 8
A fines ya de la Edad Media, y aún mucho después, todavía perdurarán estas imágenes deformes del Anticristo frente a otras que lo presentan con un aspecto humano natural, semejante al de muchas manifestaciones iconográficas de la figura de Cristo 9 . El libro castellano de Juan Unay, que data tal vez de la época de los Reyes Católicos, ofrece aún, sin embargo, este físico peculiar del personaje:
Onde, amigos, hermanos, sabed que la faiçión del Antechristus ha de ser d´estas sennales, porque lo conoscades, ca él es de altora de ocho palmos, e ha el rrostro amarillo en guisa de moreno e rredondo, et es lanpinno de las quixadas, e ha en cabo de la barvadura dos copillos rredondos de barvas muy prietas, e tal es el su cabello, et es calvo e la fruente pálida fasta afuera, et ha los ojos garços e chicos, et ha las narizes más llanas que altas, et ha grandes ventanas en las narizes, e ha los onbros altos hasta las orejas, e ha las piernas luengas e delgadas, e ha las manos cortas e los dedos cortos e gruesos, e ha las líneas e manos amarillas e turbias e puntos negros en las palmas 10.
Estas caracterizaciones físicas no son menos pintorescas que los intentos por establecer el origen del personaje. Así, sus señas de identidad se completan en muchos escritos y profecías con referencias al acto de su concepción y a la intervención del diablo en la misma. En relación con esta última, Hildegarda de Bingen en el siglo XII concibe de este modo a la futura madre del Anticristo:
Entonces ella se alejará del mundo a fin de esconderse con mayor facilidad. Se mezclará ocultamente con unos cuantos hombres en el malvado crimen de la fornicación: se mancillará con ellos, enardecida de tal vehemencia por la ignominia como si un ángel santo le hubiera ordenado colmar el fervor de esa depravación. Y así, en el ferviente ardor de semejante fornicación concebirá al Hijo de la Perdición, sin saber a qué hombre pertenece el semen con que lo engendra.
Pero Lucifer, la antigua serpiente, complacido en esta ignominia, con sus artimañas exhalará su aliento sobre este embrión, por justo juicio Mío, y con todas sus fuerzas lo poseerá enteramente en el vientre de su madre, así que este Impío nacerá lleno del espíritu diabólico 11.
Otras versiones de este acto de generación pueden encontrarse en los textos, siempre, naturalmente, bajo una perspectiva del mismo inducida por la reprobación moral. De este modo, el Anticristo procederá unas veces de la cópula entre un fraile franciscano y una monja; otras, de la unión de una perversa judía con el diablo o bien del incesto de un padre con su hija, por citar ahora algunas de estas posibles uniones que encontramos arraigadas en la tradición. Esta última, por caso, es la que Martín Martínez de Ampiés transmite ya al filo del siglo XVI. Así reza el título del capítulo segundo de su libro: "Cómo el padre del Anticristo ha de requerir su misma hija del pecado de la carne, y dende ha de nascer el Anticristo" 12 .
Las señas de identidad del Anticristo se completan, junto con otros aspectos notables de su biografía 13 , con la síntesis de sus cuatro poderes característicos que ya en el siglo XIII, por ejemplo, recogerá Jacobo de la Vorágine en el capítulo I de su Legenda aurea. Estos poderes se refieren a su facilidad dialéctica, el don taumatúrgico, la seducción por medio de la concesión de riquezas a sus discípulos y el terror que provocará en sus detractores. El dominico Vicente Ferrer, que pronunció en Toledo un sermón sobre esta materia en el año 1411, glosará de un modo muy vivo los efectos de estos poderes del Anticristo. Esta conclusión ofrece por ejemplo con respecto al segundo de esos cuatro poderes citados:
Mas agora es mester consejo que ayamos nosotros. E el consejo es que pongades el vuestro coraçón en el nombre de Ihesú Christo. E sy alguno así vierdes fraile o monje u otro qualquier, si el nombre de Ihesús non traxiere en la boca, non lo creades, aunque faga miraglos, si non los faze en el nonbre de Ihesús. E quemadlo luego 14.
A lo largo de su dilatada cronología, el mundo medieval fue muy receptivo con la tradición del Anticristo. Las ideas heredadas, junto con los nuevos añadidos, fueron conformando poco a poco un cuerpo de creencias sobre su futura venida y los funestos acontecimientos del fin. A la labor desempeñada por exegetas y apologetas cristianos de los primeros siglos (Tertuliano, Commodiano, Lactancio, etc.) hay que unir la voz de los llamados Padres de la Iglesia, que contribuyeron en gran medida al establecimiento de la doctrina oficial sobre apocalíptica y escatología. Sin duda, la autoridad incuestionable de Agustín de Hipona se convirtió en una sólida referencia para acallar las disputas acerca de la posibilidad de conocer el tiempo del fin del mundo; sin embargo, a pesar de ello, una ingente cantidad de visionarios y profetas prosiguieron entregándose con denuedo a la tarea de descubrir los signos e interpretar los textos que podrían advertir de una aparición inmediata del personaje. Y no es que el docto Agustín negará la realidad del ocaso del mundo y la llegada del Anticristo, sino que mantuvo siempre una absoluta cautela sobre cualquier tentativa de fijación cronológica 15 .
Es imposible dar cuenta en el marco de este breve apartado introductorio de los numerosos textos y autores que integran la tradición medieval europea sobre el Anticristo. Baste aquí un esbozo de las principales aportaciones de este periodo que, sobre los materiales precedentes, dieron lugar a un nutrido repertorio textual e iconográfico. El primero cubre una amplia muestra de manifestaciones, literarias y no literarias, concretadas en poemas, obras de teatro, sermones, profecías, escritos didácticos, obras históricas, comentarios bíblicos y tratados teológicos principalmente. La iconografía también es muy diversa y comprende representaciones en piedra, mosaicos, vidrieras, pinturas y tapices. La variedad y extensión de la materia apocalíptica, plasmada en todos estos documentos y soportes, da una idea de la importancia que en la Edad Media se concedió al Anticristo y a las circunstancias que rodearon su futura venida. Sobre éstas siempre hubo una unánime opinión: los acontecimientos finales iban a estar precedidos de una serie de episodios o situaciones sociales conflictivas que actuarían como causa, y a la vez como signo, de un inmediato apocalipsis. Un pasaje tomado del Evangelio de Marcos, tradicionalmente empleado como criterio de autoridad, corrobora a la perfección esta premisa:
Cuando oyereis hablar de guerras y rumores de guerras, no os turbéis; es preciso que esto suceda; pero eso no es aún el fin. Porque se levantarán pueblo contra pueblo y reino contra reino; habrá terremotos por diversos lugares; habrá hambres: ése es el comienzo de los dolores. (Mc. 13.7-8).
Este "comienzo de los dolores" a los que alude el pasaje evangélico representa para el hombre medieval el aviso firme de que los cimientos de su mundo iban muy pronto a resentirse. Así, cuando el panorama de la sociedad se ennegrecía hasta límites considerados como intolerables, cobraba más fuerza la idea de un inmediato fin del mundo o, simultáneamente, se abrían los horizontes de un pujante milenarismo. Los textos aluden de modo constante a este incremento de los problemas sociales, catalogados, al modo medieval, como gravísimos pecados que Dios habrá de castigar necesariamente. Una muestra magnífica de esta afirmación se encuentra en un texto castellano del siglo XV, para el que yo mismo he propuesto el título de Libro del conocimiento del fin del mundo, obra anónima que trata de justificar y asegurar por qué el citado fin llegará de manera inminente en el tiempo en el que este libro fue redactado. Un fragmento del mismo permite comprobar cómo las adversas circunstancias históricas ─en este caso, desórdenes sociales principalmente, según insiste el autor─ se convierten en un signo o en un anuncio del ocaso del mundo:
E la primera sennal es quando abundará en el mundo grande multiplicación de peccados e grandes malicias en las gentes, e muchas maldades e mentiras, e traiciones e sin justicias, e quando no avrá misericordia en los poderosos e en los rricos, e quando avrá grande abundancia de vicios, e luxurias, e gulas, e matrimonios falços, e grandes codicias e muchas otras maldades, e que, de mil personas, no se fallará una de buena ne virtuosa ne verdadera, ne que tenga lealtad a Dios ne a su ánima 16.
Si hubo un escrito influyente en la Edad Media para la difusión de la creencia en el Anticristo fue sin duda la carta que un monje del siglo X dirigió a la reina Gerberga, esposa del rey francés Luis IV de Ultramar. Sus 171 manuscritos conservados, en diferentes versiones y con distintas atribuciones, dan una idea de su propagación. Puede afirmarse que este texto, escrito por Adso de Montier hacia el 954, constituye una verdadera vita del Anticristo en donde el autor recogió la semblanza, características y futura actuación de este personaje. Sin arrogarse la fijación de una fecha para su aparición, admitió que el imperio franco, heredero del romano, representaba en su tiempo esa "fuerza" referida en la segunda carta de Pablo a los tesalonicenses y que, por el momento, retenía la venida del Anticristo.
Junto a esta epístola de Adso, en realidad un verdadero tratado, hubo otros dos escritos que ejercieron una enorme influencia en la conformación de la tradición apocalíptica del medievo. Se trata de la Sibila Tiburtina y el Pseudo Metodio, dos obras que difundieron una idea que después sería constantemente manejada por los profetas e intérpretes medievales: el Emperador de los últimos tiempos, una figura escatológica que desempeñaría una función mesiánica y que, aplicada unas veces a un monarca providencial que habría de venir, cobraba en otros momentos una dimensión más real e inmediata al ser adscrita a un monarca reinante o que estaba a punto de comenzar su reinado. La imagen de este Emperador, bajo diversas denominaciones (Nuevo David, Encubierto, vespertilio, pastor angelicus, etc.), se convierte en objeto de sorprendentes esperanzas y especulaciones, como pone en evidencia, por ejemplo, el mismo Pseudo Metodio en este fragmento de una versión castellana del siglo XV, probablemente de época de Juan II:
E estonces el rey de los cristianos sera ensalçado sobre todos los reynos, et terna grande domenio sobre todos los ynfieles [...] et sera grand pas et grand tranquelidat sobre la tierra, la qual non fue ante nin despues juntamente non sera despues que veniese la postremeria del fin de los siglos. E sera alegris et pas sobre la tierra; et folgaran todos los omnes de las tribulaciones et males de los infieles. E aquesta sera la seguridat et la pas de la qual dise el apostol san Pablo: "Quando fuere pas et seguridat, entonces verna una cayda subyta". E en aquellos dias seran los omnes assi como eran en los dias de Noe, byuientes et alegres et casauanse et fasian bodas et en el coraçon dellos non sera ningund temor 17.
Además de la figura del emperador escatológico, la tradición del Anticristo recibió otra aportación que resultó fundamental no solo para el enriquecimiento de sus mismos postulados apocalípticos sino para el desarrollo de una forma diferente o, al menos, más genuina de religiosidad. Generó así mismo unas expectativas de cambio que rebasaban los límites marcados por la heterodoxia y que tuvo durante varios siglos multitud de derivaciones. El abad calabrés Joaquín de Fiore, que vivió entre los años 1135 y 1202, fue el responsable de una interpretación de la historia del mundo dividida en tres edades, que se correspondían respectivamente con las personas de la Trinidad. La última de estas edades, la del Espíritu Santo, supondría una auténtica renovación de la Iglesia y estaría revestida por una absoluta espiritualidad. Esta especie de milenio vendría precedida por la intervención de un Anticristo, si bien, al cabo de este periodo, aparecería el Anticristo último, que daría paso al tiempo final 18 .
Las consecuencias de esta interpretación no se dejaron esperar, y muy pronto surgió entre los círculos franciscanos la idea de que su orden, nacida pocos años después de la muerte de Joaquín de Fiore, desempeñaría una función esencial en el desarrollo de esta tercera edad. Fue Gerardo de Borgo San Donnino, fraile franciscano, quien en su Introducción alEvangelio Eterno lanzó esta idea y quien consideró además que la pretendida edad del Espíritu comenzaría en el año 1260. Numerosos fueron los seguidores del abad de Calabria que durante muchos años protagonizaron una enconada disputa con los poderes eclesiásticos en la que el asunto de la pobreza más radical apareció fundido con un mensaje de carácter apocalíptico. Ahí están los nombres de muchos franciscanos llamados espirituales, entre ellos Pedro Juan Olivi, Ubertino de Casale, Fra Dolcino de Novara y otros, que, con distintas apreciaciones y diferentes modos de acción, mantuvieron vivos durante los siglos XIII y XIV estos ideales joaquinistas que ellos transformaron y ajustaron las más de las veces a sus propósitos 19 .
Por supuesto, junto a las innovaciones en la tradición del Anticristo, como lo fue esta fusión de apocalíptica y renovada religiosidad o la citada figura del emperador escatológico, hubo exegetas, visionarios y predicadores que se ajustaron a los viejos modelos heredados. Si Juan de Roquetaillade, visionario francés del siglo XIV, incluyó en sus profecías elementos procedentes del joaquinismo y otros excursos más o menos imaginativos, otros, como fray Vicente Ferrer, se atuvieron a una línea fundamentalmente tradicional, si bien este fraile dominico no excluyó de sus prédicas una obsesiva convicción de que el Anticristo ya había nacido 20 .
Este apremiante mensaje, tocado sin duda por lo que he denominado en alguna ocasión "terror didáctico" 21 , era muy favorable para conseguir entre el auditorio una inmediata reacción penitencial, algo que no escapó casi nunca de las intenciones de todos los que se movieron en este espacio apocalíptico. Sin duda, la enorme difusión que experimentaron los repertorios de los signa iudicii ilustra el valor de esta intencionalidad, ya que la aparición de portentos o hechos prodigiosos de carácter funesto ejerció casi siempre sobre el ánimo colectivo un efecto de indudable terror, aspecto éste que potenciaba las pretensiones de moralidad que subyacían en estos referidos listados de signos. Un ejemplo cercano al ámbito hispánico, procedente de la versión en cuaderna vía que Gonzalo de Berceo hizo sobre estos signos en el siglo XIII, documenta en toda regla esta fusión de terror y moralidad:
Por esso lo escripso el varón acordado,
que se tema el pueblo que anda desviado,
mejore en costumnes, faga a Dios pagado,
que non sea de Christo estonz desemparado 22.
Tampoco escapó la tradición del Anticristo de la Edad Media a una lógica implicación con los problemas socio-políticos de determinados momentos históricos. Esta relación, que es inherente al propio proceso apocalíptico, experimentó en concretos espacios de tiempo una acusada interferencia. Así, algunos episodios de las Cruzadas, como los protagonizados por Pedro el Ermitaño o la misma Cruzada de los niños del año 1212; la actuación de falsos mesías tocados por su fe milenarista o lo sucedido con el ala radical de la revolución husita en la Bohemia del siglo XV, se explican, entre otras razones, por la influencia conjunta de la tradición escatológica cristiana y el milenarismo de cuño materialista. En los denominados "artículos milenaristas de Tabor", redactados hacia el año 1420 por los referidos husitas radicales, se aprecia sin dificultad la fusión de estos dos componentes. En uno de estos artículos, apocalipticismo y milenarismo cobran pareja importancia:
Los elegidos resucitarán desde ahora en su propio cuerpo, mucho antes de la segunda resurrección, que será general. Junto a ellos, Cristo descenderá del cielo y vivirá corporalmente sobre la tierra, delante de los ojos de todos. Y sobre las montañas corporales hará una gran comida y festín para ver a los convidados y arrojar el mal a las tinieblas exteriores. Exterminará con fuego y piedras a todos los que estén fuera de las montañas, como ya lo hizo en otro tiempo con el Diluvio para todos los que permanecían fuera del arca de Noé 23.
Como se aprecia, la tradición del Anticristo fue muy permeable a influencias diversas, se enriqueció en gran medida con el paso de los siglos y dio como fruto manifestaciones de todo tipo. Uno de los campos en los que también se expandió fue, como era lógico y he indicado más arriba, en el de la iconografía. Representaciones del Juicio Final, muy abundantes a lo largo de la Edad Media, como los excelentes tímpanos de las catedrales de Conques o Moissac; tapices como la espléndida colección conservada en Angers; miniaturas pictóricas en Biblias y libros de espiritualidad o en comentarios al Apocalipsis, como los célebres Beatos españoles; pinturas murales como las que realizó Luca Signorelli para la capilla de San Brizio en Orvieto o, en fin, toda una serie de representaciones artísticas que para el hombre medieval poseían sentidos más profundos que el de meras manifestaciones de un arte ornamental 24 .
El Anticristo en la Alta Edad Media hispánica
Diversos testimonios, datados entre los siglos V y X, permiten constatar la presencia de la tradición del Anticristo en la península ibérica. Se trata, en muchos casos, de simples referencias al personaje, a menudo ubicado dentro de las tópicas coordenadas de la conflictividad social que caracterizará los últimos tiempos. Hay, no obstante, algunos escritos más completos: algunos, como la Interrogatio de novissimo o el Indiculus de adventu Enoch etEliae, están centrados de modo específico en la actividad y rasgos del Anticristo; otros, como los célebres comentarios de Beato de Liébana al Apocalipsis, incluyen estos desarrollos dentro de un contexto general de exégesis bíblica. En todo caso, todos emplean el latín como vehículo de expresión en una etapa histórica en la que esta lengua, lejos aún la época de Alfonso X el Sabio, era considerada como la única con dignidad y autoridad suficientes para tratar temas de este calado.
Hacia la segunda década del siglo V pudo concluir Orosio su Historiarum adversum paganos libri septem, obra histórica conocida también como Moesta Mundi. A Orosio se le considera el primer historiador universal cristiano, y aunque su libro no tenga nada de apocalíptico (en todo caso persigue una apología de la religión cristiana) lo traigo aquí a colación porque, si no me equivoco, contiene las más antiguas referencias de un escritor hispánico, nacido concretamente en Galicia, al personaje del Anticristo. Se trata casi de meras alusiones, desprovistas de cualquier tentativa de profundización, ya que no era éste el propósito del autor. La Moesta