Los planes del jefe - Jessica Steele - E-Book

Los planes del jefe E-Book

JESSICA STEELE

0,0
2,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Al dejar su pueblo jamás habría pensado que acabaría saliendo con su jefe... Erin Tunnicliffe había decidido abandonar el aburrido pueblo inglés en el que se había criado y empezar una carrera en Londres. Su nuevo jefe era el guapísimo y sofisticado ejecutivo Joshua Salsbury, que parecía tener mucho interés en la evolución profesional... y personal de Erin.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 183

Veröffentlichungsjahr: 2017

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Jessica Steele

© 20177 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Los planes del jefe, n.º 5470 - enero 2017

Título original: Her Boss’s Marriage Agenda

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2004

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8793-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Erin tenía la costumbre de levantarse temprano. El lunes se despertó cuando despuntaba el alba y, consciente de que ya no volvería a conciliar el sueño, dejó volar sus pensamientos.

Se había acostumbrado a vivir y trabajar en Londres, aunque su trabajo sólo era temporal. Hasta el mes anterior había estado viviendo con su padre en la casa en la que había pasado toda su vida, situada en la pequeña localidad de Croom Babbington, en Gloucestershire.

Sus padres se habían divorciado cuando Erin tenía cinco años; su madre, Nina, se había hartado de ser ama de casa y se había marchado. Poco después del divorcio volvió a caer en la trampa del matrimonio y se había casado de nuevo, pero el idilio le duró poco y a los dos años se divorció de su segundo marido.

–¡Nunca más! –se había jurado su madre.

Nina había cumplido su juramento, aunque eso no le impedía tener numerosos admiradores.

A pesar del divorcio, Erin siempre pensaba en su madre con mucho afecto. Sabía que no la había abandonado a ella, sino que simplemente su matrimonio había fracasado; además, pasaba a visitarla cada dos o tres meses desde que se había mudado a Bershire.

En cambio, Erin no le había devuelto las visitas ni una sola vez. En primer lugar, porque su padre no se lo habría permitido; a pesar de los diecisiete años transcurridos desde el divorcio, seguía sin perdonar a Nina y temía que su hija se convirtiera, según decía, en una mujer tan rebelde como su madre. Y en segundo lugar, porque la vanidosa Nina no quería que nadie en su círculo de amistades supiera que tenía una hija, sobre todo ahora que se había convertido en una preciosa joven de cabellos dorados, ojos azul violeta y una figura impresionante.

Erin había aprendido a no guardarle rencor por ello, aunque lamentaba no tener la posibilidad de pasar a visitarla: la vida nunca era aburrida cuando Nina estaba cerca.

A pesar de todo, Erin era consciente de que la admiración que sentía por su madre se debía en parte a la severidad de su padre; Leslie Tunnicliffe era un hombre maravilloso que siempre la había apoyado y con el que siempre había podido contar, pero también era conservador y algo represivo, de modo que no tardó en llegar a la conclusión de que la vida debía de ser algo más que levantarse cada mañana para realizar un trabajo de secretaria sin ningún futuro.

Paradójicamente, había sido él quien le había sugerido la idea de que estudiara empresariales mientras adquiría experiencia como secretaria. Erin lo recordaba muy bien porque se lo había planteado uno de esos domingos en los que Nina pasaba a verla. En realidad, la joven no necesitaba trabajar; su padre había heredado una pequeña fortuna que más tarde había incrementado con su habilidad para invertir en acciones y propiedades, pero cuando Erin regresó de comer con su madre, él la animó a formarse profesionalmente porque el trabajo, desde su punto de vista, la mantendría ocupada y lejos de una vida disipada.

Obediente, Erin siguió el consejo. Estudió, se esforzó y por fin consiguió su primer empleo, inmensamente aburrido. Pero ya habían pasado seis meses desde que lo había dejado para marcharse a trabajar con Mark Prentice.

Si le hubieran preguntado al respecto, no habría sabido decir cuál de las dos ocupaciones era más aburrida. Sin embargo, su vida comenzó a cambiar poco después de que aceptara el nuevo empleo: Mark le pidió que saliera con él, lo cual le sorprendió un poco; hasta entonces había pensado que estaba saliendo con otra persona, pero resultó evidente que se había equivocado.

Erin ya había salido con varios hombres, pero su padre siempre había insistido en que todo amigo varón debía ir a buscarla a casa, lo que naturalmente implicaba un interrogatorio previo, otro posterior y una larga explicación con todo lujo de detalles sobre lo que había hecho y dónde había estado.

Sabía que su padre se comportaba de esa forma porque la quería y porque tenía miedo de que se convirtiera en una segunda Nina, pero su preocupación era innecesaria; aunque en muchos aspectos había salido a su madre, también había heredado parte del conservadurismo de él y no tenía intención de perder la virginidad así como así.

Por desgracia, su experiencia con Mark no salió bien. El tener que ir a su casa a buscarla no le molestó, pero reaccionó de un modo bien distinto cuando, al volver, descubrió que su padre los estaba esperando y que no pensaba irse a la cama hasta que él se marchara. Además, las cosas se estropearon del todo cuando Erin le dijo que no estaba interesada en acostarse con él.

Sabía que su relación estaba condenada al fracaso, pero siguió trabajando para Mark hasta que un día, seis semanas atrás, Dawn Mason, una ex novia de Mark, se había presentado en el despacho de Erin con la corbata que él llevaba puesta el día anterior.

–Sólo he venido a devolverle esto a Mark –había dicho la mujer–. Se la dejó anoche en mi casa.

Erin se quedó tan aturdida que en ese momento no fue capaz de decir nada. Dawn se marchó enseguida y diez minutos después, cuando Mark entró en el despacho, no pudo contenerse.

–¿Anoche estuviste en casa de Dawn Mason?

–Sí –respondió él, con sinceridad.

–¿Cómo te has atrevido? –preguntó, indignada–. No te habrás acostado con ella…

–Lo siento, Erin, pero no me has dejado otra opción. He hecho con ella lo que tú nunca habrías sido capaz de hacer –dijo Mark.

En aquel preciso instante, Erin descubrió que no era como su padre ni como su madre, sino una persona hecha y derecha, con carácter y perfectamente capaz de vivir su vida.

Sin pensárselo dos veces, tomó la chaqueta y el bolso, se volvió hacia Mark Prentice y declaró:

–Muy bien. En tal caso, puede que Dawn Mason también quiera ocuparse de escribir tus cartas.

Erin no se arrepentía de haber dejado el empleo por una simple pataleta emocional. Bien al contrario, se sentía orgullosa por haber sido capaz de reaccionar con energía y por haber tomado la decisión de hacer algo más que sentarse en una butaca y aceptar dócilmente que le pidieran toda clase de estupideces.

Sin embargo, una semana más tarde volvió a sentir que su vida era gris y aburrida. Aunque su padre le pasaba una mensualidad y no necesitaba trabajar, empezó a buscar un nuevo empleo y a hacerse determinadas preguntas sobre la vida que había llevado; no en vano, era consciente de que otras mujeres de su edad disfrutaban mucho más de la existencia y se divertían más que ella.

Poco después, llegó a la conclusión de que parte del problema que tenía era precisamente su virginidad, así que decidió hacer algo al respecto. Lamentablemente, seguía demasiado enganchada a su padre y se sintió culpable por ello; siempre había insistido en que le contara todo lo que le preocupara, en que fuera sincera con él, pero no podía llegar un día a su casa y decirle que se había acostado con un hombre.

Dos largos y sombríos días más tarde, el mundo de Erin dio un giro inesperado cuando se encontró con Charlotte Fisher.

En las afueras de Croom Babbington había dos grandes mansiones. Una la ocupaban su padre y ella; la otra había sido el hogar de Charlotte y de su familia durante una buena temporada. Charlotte era algo mayor que Erin, pero se habían llevado muy bien hasta que su amiga se marchó del pueblo. Por eso se alegró tanto cuando la vio en la oficina de correos.

–¡Charlotte! ¿Qué estás haciendo aquí? –exclamó.

–¡Erin!

Su vieja amiga dejó lo que estaba haciendo y corrió hacia ella para abrazarla.

Un segundo después, estaban charlando animadamente como si nunca se hubieran separado. Charlotte le contó que sus padres seguían viviendo en Bristol, que ella se había marchado a Londres y que estaba a punto de casarse.

–Como mi abuela sigue viviendo aquí, he venido a presentarle a Robin, mi prometido –le explicó Charlotte–. ¿Quieres venir a tomar un café con nosotros? Sólo tengo que comprar unos sellos y después podríamos charlar un rato.

Erin agradeció la invitación, pero no quiso aceptar porque supuso que a la abuela de Charlotte no le apetecería compartir con nadie las pocas horas que tenía para estar con su nieta y su futuro esposo. Sin embargo, las amigas aprovecharon el breve paseo hasta la esquina para ponerse al día sobre sus respectivas vidas.

–¿Empezaste aquel curso de empresariales? –preguntó Charlotte–. Recuerdo que estabas pensando en ello cuando nos marchamos de aquí.

Erin asintió.

–Empecé y terminé, aunque de momento estoy sin empleo.

–Qué lástima que no vivas en Londres –dijo Charlotte–. Si estuvieras allí, podría ayudarte.

–Ojalá estuviera en Londres –le confesó–, porque cambiar de aires me vendría muy bien.

Charlotte se tomó el comentario como algo serio y comenzó a presionarla. Le contó que estaba trabajando en la industria textil, en un pequeño negocio que dirigía ella misma, pero que los preparativos de la boda no le dejaban demasiado tiempo y que necesitaba una ayudante con urgencia.

–Sólo sería un empleo temporal, para salir del atolladero, pero me gustaría mucho que vinieras a ayudarme –declaró–. Venga, anímate. Hazlo por mí.

Erin no necesitó que insistiera. La idea la entusiasmó enseguida, en gran parte porque era una oportunidad perfecta para escapar del horrible tedio de su existencia.

–Me encantaría –dijo al fin.

Sin embargo, acababa de pronunciar las dos palabras cuando recordó que su padre se enfadaría al saberlo. Y Charlotte también debió de darse cuenta, porque dijo:

–Ah, claro, Leslie Tunnicliffe… ¿Permitiría que te marcharas? ¿O sigue empeñado en meterse en tu vida y en controlar todo lo que haces?

Erin se sorprendió un poco al comprender que la actitud de su padre era de dominio público. Por una parte, le molestó que hablaran de él en esos términos; pero por otra, le irritaba más que todo el pueblo pensara que no era capaz de tomar decisiones sin su aprobación y que ella ni siquiera se hubiera dado cuenta hasta entonces.

–Oh, estoy segura de que no le importará –mintió–, aunque no le hará especialmente feliz que me marche a vivir a otra parte. Además, vivir en Londres será todo un problema. Los alquileres son muy caros y no quiero que él me lo pague.

–Bueno, creo que eso se puede solucionar con facilidad. De hecho, nos haremos un favor mutuo.

Charlotte le explicó que había tenido el mismo problema con su padre cuando dejó su hogar en Bristol para marcharse a vivir a la capital británica, así que le había comprado un pequeño apartamento.

–Ciertamente es muy pequeño –continuó–, pero es bonito. Además, no sabía qué hacer con él. No quería venderlo ni me sentía muy convencida con la posibilidad de alquilárselo a un desconocido, así que tú serías la solución ideal para mi dilema.

Erin estaba cada vez más emocionada con la idea.

–Entonces, quieres alquilármelo…

–No, no, no sería un verdadero alquiler. Te lo dejaría muy barato por tratarse de ti y porque es cierto que me quitas un peso de encima. Desde luego no es gran cosa, pero puedo decirte que me enamoré del apartamento en cuanto lo vi y que estoy segura que a ti te ocurrirá lo mismo. ¿Y bien? ¿Vendrás entonces?

Erin ya había tomado una decisión. Además, su padre no le preocupaba demasiado porque contaba con la señora Johns, el ama de llaves, que había estado con ellos toda la vida y que sin duda cuidaría de él.

–Pero si es tan pequeño como dices, ¿cómo podremos vivir las dos juntas?

–Yo no suelo pasar por allí. Sinceramente me paso la vida en la casa de Robin, y ahora que se aproxima la fecha de la boda, cuando no estoy con él estoy en Bristol con mi madre –explicó su amiga–. Bueno, ¿qué dices? ¿Irás a vivir a Londres?

–¿Te importa que te responda más tarde?

–No, claro que no.

Charlotte le dio varios números de teléfono y añadió:

–Si no estoy en el trabajo y no puedes localizarme en mi teléfono móvil, llama al número de Robin. Pero aunque todo esto sea muy repentino, no me llames a menos que tu respuesta sea positiva…

Las dos amigas se separaron entonces y Erin se dirigió a su casa. Su padre estaba allí y le recriminó que no hubiera recogido el paquete que había ido a buscar a la oficina de correos.

–Bueno, iré más tarde… Por cierto, me he encontrado con Charlotte Fisher.

–¡Charlotte Fisher! Caramba… ¿Es la misma Charlotte Fisher que vivía en la casa de al lado?

–La misma, sí.

Erin le contó rápidamente lo sucedido, incluida su propuesta de marcharse a vivir a Londres.

–¿Y qué le has dicho? –preguntó él, menos preocupado de lo que Erin había imaginado.

–Le he dado a entender que no me importaría, aunque sólo sea algo temporal. Pero pensé que te molestaría…

–Bueno, te confieso que la idea no me resulta especialmente atractiva –dijo su padre–. Sin embargo, cuando cumpliste veinte años me dije que pronto levantarías el vuelo y te marcharías de casa, así que no me sorprende.

–¿En serio? ¿Lo esperabas? –preguntó, atónita.

–Por supuesto. He hecho todo lo que he podido por protegerte, pero no sería justo que intentara retenerte a mi lado. Tienes que vivir tu vida.

La sorpresa de Erin, con ser grande, fue poca cosa en comparación con el inmenso amor que sintió por él.

–Oh, papá…

Sin embargo, el enternecedor momento no duró demasiado. Su padre se puso enseguida a hablar sobre las cuestiones más prácticas de la mudanza a Londres y dejó bien claro que su decisión de dejarla vivir su vida no implicaba que no quisiera seguir controlándola.

–Naturalmente, querré ver ese apartamento antes de que te mudes a él. Y en cuanto al alquiler, no debes aceptar que Charlotte te permita pagar una suma mínima. Pagarás el alquiler entero. Yo puedo encargarme de eso.

Erin deseó llevarle la contraria y demostrar que estaba dispuesta a ser una mujer independiente, pero era su padre y además sabía que, a pesar de su aparente comprensión, la idea de dejarla marchar no podía resultarle fácil.

Ya estaba a punto de telefonear a Charlotte para darle la noticia cuando su amiga se le adelantó y la llamó. Por supuesto, se alegró de que su respuesta fuera positiva. Y tras unos minutos de conversación, añadió:

–Me harías un gran favor si pudieras ayudarme con todo el papeleo que se ha acumulado en mi oficina.

–¿Cuándo quieres que empiece? –preguntó Erin.

–Tan pronto como sea posible.

Erin pasó el día siguiente haciendo las maletas para lo que se suponía que iba a ser un acuerdo temporal, de sólo tres meses de duración. Y veinticuatro horas más tarde, Leslie Tunnicliffe subió a su coche y siguió al vehículo de su hija hacia el destino previsto: Londres.

Tal y como Charlotte había previsto, Erin se quedó encantada con el apartamento. Era pequeño, pero no tanto como había comentado su amiga; tenía un dormitorio, un cuarto de baño, un salón que se abría a una cocina americana y una salita que se podía utilizar como despacho. Incluso su padre, que no era fácil de convencer, quedó encantado.

Cuando llegó la hora de las despedidas, él dijo:

–Eres una buena hija. Confío en ti y sé que sabrás comportarte.

Una vez más, Erin se sintió atrapada entre la necesidad de remarcar su recién conquistada independencia y el amor que sentía por su padre, quién sólo estaba preocupado por ella.

–Descuida, seré buena.

Leslie besó a su hija y se marchó, dejándola sola.

Acababa de empezar la gran aventura de Erin y todavía no salía de su asombro. Una semana antes estaba sin trabajo y todavía molesta por su experiencia con Mark Prentice. Y ahora, en cambio, todo había cambiado de repente y Mark sólo era un vago recuerdo del pasado.

Durante unos breves segundos, sintió pánico. Las manías de su padre le habían dejado huella y en el fondo tenía miedo de convertirse en una segunda Nina, pero enseguida se tranquilizó y se dijo que eso no podía suceder.

Sólo entonces cayó en la cuenta de que no había informado a su madre de lo sucedido, de modo que pospuso la inevitable tarea de sacar las cosas de las maletas y la llamó por teléfono.

Sorprendentemente, estaba en casa.

–No me lo puedo creer –dijo al saberlo–. Y todavía me creo menos que tu padre te haya dejado…

–Bueno, sólo es algo temporal. Serán tres meses.

Nina rió.

–Créeme: no querrás volver con él dentro de tres meses. Lo sé. Anda, dame tu nueva dirección… Iré a verte en cuanto tenga un rato libre.

Desde la conversación con su madre ya había transcurrido un mes. Erin había empezado a trabajar para Charlotte y no había tardado demasiado en ponerse al día en todas las cuestiones relativas a su nuevo empleo.

Ahora estaba tumbada en la cama, pensando en lo mucho que había cambiado su existencia. Acababa de despertarse y estaba haciendo tiempo antes de ducharse y prepararse para el nuevo día de trabajo.

Nina había acertado. No quería volver a Croom Babbington. Lo había sabido el día anterior, cuando regresaba de una visita de fin de semana; aunque sólo había estado un par de días con su padre, se le habían hecho interminables. Pero tenía un buen problema: había sido tan eficaz en el trabajo que el papeleo de Charlotte estaría totalmente al día en muy poco tiempo, y entonces volvería a quedarse sin empleo.

Además, tampoco se podía decir que su vida en Londres fuera apasionante. No había hecho gran cosa además de recibir la visita de su madre, de ver unas cuantas veces a Charlotte y de conocer al prometido de su amiga, Robin, un hombre de treinta y cinco años, muy agradable.

Por su parte, la única aventura que había vivido hasta ese momento había sido el intento de coqueteo de Gavin Gardner, un comerciante que tenía su tienda junto al establecimiento de Charlotte. Era un individuo bastante pagado de sí mismo que le desagradó enseguida, y por supuesto había rechazado sus reiteradas ofertas de salir juntos. Pero eso no evitaba que siguiera insistiendo. Ni que ella, naturalmente, insistiera en las negativas.

Erin salió del apartamento minutos más tarde. Como estaba acostumbrada a vivir en una localidad pequeña, al principio había cometido el terrible error de pretender ir al trabajo en coche. Pero después de un par de atascos espeluznantes y de unas cuantas horas de intentar encontrar un sitio libre para aparcar, llegó a la conclusión más lógica: que el transporte público siempre era la mejor opción.

Acababa de bajar del autobús y ya podía ver el letrero de Fisher Fabrics cuando se encontró con Gavin.

–¿Qué tal? ¿Has pasado un buen fin de semana?

–Sí, estuve en casa de mi padre –respondió, por simple educación–. ¿Y tú?

–Bueno, mi fin de semana habría sido mil veces mejor si me hubieras acompañado.

–Seguro que has estado muy ocupado.

–No tanto como para no haber podido tomarme un café contigo, o incluso salir a cenar.

Ella rió. Gavin no era precisamente muy sutil en sus intentos de aproximación, y por supuesto se alegró cuando por fin llegó a la entrada del establecimiento.

–Hasta luego, Gavin.

–Sé que algún días aceptarás mi oferta. Lo sé…

Erin todavía estaba sonriendo cuando entró en la tienda, que en realidad se parecía más a un almacén destartalado que a otra cosa.

Charlotte ya había llegado. Y cuando notó su gesto, preguntó:

–¿Gavin Gardner?

–En efecto. Pero estoy segura de que se cansará más tarde o más temprano.

–Si eres capaz de creer eso, eres capaz de creerte cualquier cosa. ¿Qué tal está tu padre, por cierto?

–Oh, se alegró mucho de verme… Creo que me echa de menos.

–Es lógico. Has estado todo el tiempo con él desde que tu madre se marchó.

El comentario de su amiga no hizo que Erin se sintiera mejor.

–¿Crees que debería volver a su lado?

–No, por Dios, claro que no. ¿Es que quieres volver?

Erin negó con la cabeza.

–No, no quiero. Aunque con el ritmo que llevamos en el trabajo, dentro de poco ya no necesitarás mis servicios.

Charlotte no lo negó, pero dijo:

–De todas formas, eso no quiere decir que no puedas quedarte.

–¿Dónde, en Londres?

–Claro. Dudo que tuvieras problemas para encontrar un empleo; además, te daría las mejores referencias posibles… Y en cuanto a la casa, todavía no he decidido qué hacer con el apartamento.

–¿Insinúas que podría quedarme en él?

–Por supuesto que sí. Pero si decidiera venderlo en algún momento, te avisaría con tiempo suficiente para que pudieras buscarte otra cosa. Como ves, no tienes motivos para preocuparte… ¿Qué dices? ¿Te quedarás?

Erin quería quedarse en Londres y en la casa, pero respondió:

–¿Puedo pensármelo?

–Claro –respondió con una sonrisa–. Y ya que no tenemos demasiado trabajo, ¿qué te parece si lo dejamos todo y nos vamos de compras? He tenido un fin de semana muy movido y me vendría bien descansar un rato.

Erin pensó en el trabajo que tenía por delante, que no era demasiado, y se dijo que la propuesta de ir de compras era la mejor que había oído en mucho tiempo.

–Muy bien, vamos…

 

 

Dos horas más tarde estaban sentadas en una cafetería, rodeadas de bolsas y a punto de disfrutar de un café.