Los tigres de Mompracem - Emilio Salgari - E-Book

Los tigres de Mompracem E-Book

Emilio Salgari

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Beschreibung

Los tigres de Mompracem (Le tigri di Mompracem, 1900) es la novela inaugural del ciclo "Piratas de la Malasia", del escritor italiano Emilio Salgari. En ella hace su presentación el pirata Sandokán, apodado "el tigre de la Malasia". Aunque fue la tercera novela del ciclo en ser publicada en su versión definitiva y con el título definitivo, es la primera en cuanto al orden temporal de la saga, ya que fue publicada originalmente por entregas con el título La tigre della Malesia (1883-84).

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Veröffentlichungsjahr: 2017

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Los Tigres de Mompracem

Emilio Salgari

1

Sandokán y Yáñez

La noche del 20 de diciembre de 1849, un violentísimo huracán se desataba sobre Mompracem, isla salvaje de siniestra fama, refugio de terribles piratas, situada en el mar de Malasia, a pocos centenares de millas de las costas occidentales de Borneo.

Impulsados por un viento irresistible y en-tremezclándose confusamente, negros nubarrones corrían por el cielo como caballos desbocados, y de cuando en cuando dejaban caer sobre la impenetrable selva de la isla

furiosos aguaceros; en el mar, levantadas también por el viento, olas enormes chocaban desordenadamente y se estrellaban con furia, confundiendo sus rugidos con las explosiones breves y secas unas veces, intermina-bles otras, de los rayos.

Ni en las cabañas alineadas al fondo de la bahía de la isla, ni en las fortificaciones que la defendían, ni en los numerosos barcos anclados al amparo de los arrecifes, ni bajo los bosques, ni en la alborotada superficie del mar se divisaba luz alguna; sin embargo, si alguien que viniera de oriente hubiera mirado hacia arriba, habría podido ver brillar en la cima de un altísimo acantilado cortado a pico sobre el mar dos puntos luminosos: dos ventanas vivamente iluminadas.

Pero ¿quién podía velar, en aquella hora y con semejante tempestad, en la isla de los sanguinarios piratas?

En medio de un laberinto de trincheras destrozadas, de terraplenes caídos, de empa-

lizadas arrancadas, de gaviones1 rotos, al lado de los cuales podían divisarse todavía armas inutilizables y huesos humanos, se levantaba una amplia y sólida cabaña adornada en su cúspide con una gran bandera roja, que ostentaba en el centro la cabeza de un tigre.

Una de las habitaciones de la vivienda es-tá2 iluminada; las paredes están cubiertas de pesados tejidos rojos y de terciopelos y bro-cados de gran calidad, pero ya manoseados, rotos y sucios; y el suelo queda oculto bajo una gruesa capa de alfombras persas, relucientes de oro, pero también rotas y manchadas.

1 Cestones de mimbre llenos de tierra, que sirven para defender de los tiros del enemigo a los que abren la trinchera

2 Nótese el brusco cambio de tiempo. Con ello el autor pretende introducir al lector en el corazón mismo de la escena, que describe aquí con una minuciosidad casi azoriniana

En el centro hay una mesa de ébano, con incrustaciones de madreperla y adornada con flecos de plata, repleta de botellas y vasos del más puro cristal; en los ángulos se alzan grandes anaqueles, en parte caídos, llenos de jarrones rebosantes de brazaletes de oro, pendientes, anillos, medallones, preciosos ornamentos sagrados, retorcidos o aplastados, perlas procedentes sin duda de las fa-mosas pesquerías de Ceilán,3 esmeraldas, rubíes y diamantes, que centellean como otros tantos soles bajo los reflejos de una lámpara dorada suspendida del techo.

En un rincón hay un diván turco con los flecos arrancados en varios lugares; en otro, 3 Isla del océano índico, frente a la India, que constituye la actual república de Sri Lanka. Situada en el ecuador, y bajo la influencia del mar, tiene clima tropical.

un armónium4 de ébano con las teclas destrozadas y, espaciados alrededor, en una confusión indescriptible, hay alfombras enro-lladas, espléndidos vestidos, cuadros quizá debidos a célebres pinceles, lámparas derri-badas, botellas de pie o volcadas, vasos enteros o rotos, y además carabinas indias con arabescos, trabucos españoles, sables, cimitarras, hachetas, puñales y pistolas.

En esa habitación tan extrañamente deco-rada, un hombre está sentado en un butacón cojo: es alto, esbelto, de fuerte musculatura, con rasgos enérgicos varoniles, fieros, y de una extraña belleza.

Largos cabellos le caen hasta los hombros: una barba negrísima le enmarca un rostro ligeramente bronceado.

Tiene la frente amplia, sombreada por dos espesas cejas de arcos atrevidos; una boca 4 Armonio: órgano pequeño parecido al piano, al cual se da aire por medio de un fuelle que se mueve con los pies.

Salgari utiliza siempre el cultismo armónium.

pequeña que muestra unos dientes afilados como los de las fieras y relucientes como perlas; dos ojos negrísimos, que despiden un fulgor que fascina, que abrasa, que hace bajar la vista a cualquiera.

Llevaba sentado unos cuantos minutos, con los ojos fijos en la lámpara y las manos cerradas nerviosamente alrededor de la preciosa cimitarra que le colgaba de una larga faja de seda roja, sujeta alrededor de una casaca de terciopelo azul con flecos de oro.

Un estruendo formidable, que sacudió la gran cabaña hasta sus cimientos, lo arrancó bruscamente de aquella inmovilidad. Se echó hacia atrás los largos y ensortijados cabellos, se aseguró en la cabeza el turbante adornado con un espléndido diamante, grueso como una nuez, y se levantó de repente, echando a su alrededor una mirada en la que se podía leer un no sé qué de tétrico y amenazador.

-Es medianoche -murmuró-. ¡Medianoche, y todavía no ha vuelto!

Vació lentamente un vaso lleno de un lí-

quido color ámbar, después abrió la puerta, se adentró con paso firme entre las trincheras que defendían la cabaña, y se paró al borde del gran acantilado, a cuyos pies rugía furiosamente el mar.

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