Marcas y Moños - Vanessa Vale - E-Book

Marcas y Moños E-Book

Vale Vanessa

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Beschreibung

Sólo hay una cosa que él puede hacer para proteger su deseo y su reputación… casarse con ella.

Margarita Lenox siempre se ha sentido invisible al lado de sus hermanas hermosas y vivaces. Pero el nuevo doctor del pueblo, Ethan James, lo cambió todo. La observa con una intensidad que ella no puede negar. Es el primero en animarla y el primero en ofrecerle una reprimenda severa cuando la necesita. El Doctor Ethan James guarda un secreto…hasta que Margarita Lenox lo sigue y descubre la verdad—donde casi muere en el proceso. Aunque cuida de Margarita, Ethan está decidido a que ella no vuelva a arriesgar su vida de esa manera.

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Marcas y Moños

Vaqueros del Rancho Lenox - 4

Vanessa Vale

Derechos de Autor © 2020 por Vanessa Vale

Este trabajo es pura ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación de la autora y usados con fines ficticios. Cualquier semejanza con personas vivas o muertas, empresas y compañías, eventos o lugares es total coincidencia.

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de este libro deberá ser reproducido de ninguna forma o por ningún medio electrónico o mecánico, incluyendo sistemas de almacenamiento y retiro de información sin el consentimiento de la autora, a excepción del uso de citas breves en una revisión del libro.

Diseño de la Portada: Bridger Media

Imagen de la Portada: Wander Aguiar Photography; Deposit Photos: Kotenko

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http://vanessavaleauthor.com/v/ed

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

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ACERCA DE LA AUTORA

1

MARGARITA

Tenía frío. Terriblemente. Nunca había tenido tanto frío en mi vida. Si sobrevivía a esto, pondría una estufa en cada habitación de mi casa, usaría medias de lana incluso en el verano. Hacía mucho que había perdido la sensibilidad en los dedos de las manos y de los pies, y el vestido y el abrigo empezaban a ponerse rígidos y a congelarse. Me arrastré a través de la tierra cubierta de nieve, avanzando tan sólo unos pocos pies de la orilla del río.

Al principio, la conmoción del agua me había sacado el aire de los pulmones, pero también me estimuló a salir de ahí. Era demasiado tarde. Estaba mojada de pies a cabeza. Mi caballo que me había arrojado estaba plácidamente parado junto a la orilla, con su nariz cálida acariciándome. Mis dientes chirriaron ruidosamente, de lo contrario habría regañado al animal por ser tan asustadizo y sacarme de la silla. No estaba segura de qué había causado que el animal se alzara. Ya no importaba, porque no había nadie cerca. La pradera era abierta con pequeñas elevaciones, kilómetros y kilómetros de tierra abierta en todas las direcciones, las montañas altas hacia el oeste. No tenía ropa seca. Ni mantas. Me había comido mi bocadillo de pan y queso una hora antes.

Mi plan había sido seguir al Doctor James para ver adónde iba varias veces por semana. El hombre se había convertido en mi obsesión y su ausencia en el pueblo y la falta de chismes sobre él me había dado curiosidad. Una de mis madres adoptivas, la Srta. Esther, sabía de la uña encarnada del pie del Sr. Peters, del difícil parto al revés de la Sra. Ray, de las anginas de Bobby Cuthbert y de la varicela de los gemelos Maxwell. No sabía nada de las salidas del Doctor James y eso significaba que el hombre las tenía muy bien escondidas.

Como algunas personas, no me importaban los chismes o las dolencias de la gente del pueblo. Me importaba lo que hacía el Doctor James y que nadie sabía. La razón estaba clara y la admitía; estaba obsesionada con el hombre.

Traté de exprimir el exceso de agua del dobladillo de mi vestido, pero mis dedos no podían moverse. Eso me hizo pensar en la primera vez que vi al Doctor James, cuando comenzó mi obsesión con él. Fue uno de esos últimos días de otoño que estaba sorprendentemente cálido, el verano no estaba dispuesto a ceder, cuando un indio llamado Oso Rojo cayó enfermo frente a mí en la mercantil. Había venido a la ciudad para intercambiar cuero de búfalo, lana y pieles. Aunque el Sr. Crane se había preocupado por el hombre y había enviado a su hijo a ver al doctor James, algunos de los otros clientes no tenían tanta estima por los indios.

Después de pedirle una toalla húmeda y una taza de agua al Sr. Crane, me arrodillé ante el hombre que parecía estar acalorado. Envolví la toalla fría alrededor de su cuello y esperé a que llegara el Dr. James. Nunca antes había conocido al nuevo doctor, sólo había oído hablar de él por medio de la Srta. Esther, que sabía de todo y de todos alrededor de unas cincuenta millas. Mi hermana casada, Rosa, estaba a mitad de su primer embarazo y había ido a verlo en varias ocasiones. Su esposo, Chance, era demasiado protector y la llevó a la ciudad una mañana temprano por lo que había sido una indigestión, así que desvió su vergüenza de una preocupación infundada para compartir con nosotras las Lenox solteras—todavía éramos cinco—sobre lo guapo que era el hombre.

Según lo que dijo Rosa, esperaba que fuera atractivo cuando entró rápidamente en la mercantil, pero aun así fue una gran sorpresa cuando se arrodilló al lado de mí. Su físico impresionante estaba claramente definido bajo su traje ajustado. Sus pantalones se habían estirado sobre los músculos de los muslos y su cabello oscuro estaba cortado prolijamente y con precisión.

Fueron sus manos las que más me atrajeron. Sí, sus manos. Eran grandes, quizás el doble de grandes que las mías, con dedos largos y rotos. Pelo oscuro llenaba la parte posterior y su piel estaba bronceada por el continuo sol del verano. Quizás no usaba esas manos increíbles de ninguna manera con Oso Rojo, pero mientras evaluaba y atendía al indio, consideré cómo se sentirían sobre mi piel. ¿Habría callos duros allí? ¿Su agarre sería firme o suave? ¿Cómo me tocaría? ¿Dónde?

Me había lamido los labios al pensar en el hombre atendiéndome de una manera tan clínica y directa. El hombre consintió. No se asustó y tomó la taza de agua que le dio el Sr. Crane con mucho gusto. Las señoras que se preocupaban por el colapso de un indio en medio de ellas se calmaron fácilmente con la franqueza del doctor. Me sentí aliviada al ver que no tenía problemas para ayudar al hombre y mi estima por él se incrementó.

Él ni siquiera había sudado en ese día cálido, a diferencia de mí. Me había sobrecalentado y me había puesto sorprendentemente húmeda entre mis piernas.

Oso Rojo se recuperó rápidamente después de beber hasta saciarse.

“Lo que hacía falta era una toalla fría y una taza de agua, Sr. Crane”, dijo el Doctor James al dueño de la tienda. “Puede que tenga que contratarlo como mi asistente”.

El hombre mayor llevaba una pequeña bolsa de harina bajo su brazo. “El crédito es de la Srta. Lenox. Ella es la que pensó rápido”.

Sabía qué hacer porque esto había ocurrido en ocasiones en el rancho. Había leído en un libro sobre la toalla fría alrededor del cuello, que ayuda a bajar la temperatura corporal de la persona, y parecía haber sido beneficioso para Oso Rojo.

El doctor James se aseguró de que el hombre tomara otro vaso de agua y que estuviera recuperándose bien, sentado en un rincón de la tienda bajo sombra. Recogió su maletín de doctor y luego se volvió hacia mí. Sus ojos oscuros miraron a los míos antes de que recorrer mi rostro y mi cuerpo, haciendo que mi corazón se detuviera. Mis manos comenzaron a sudar y me costaba mucho respirar. Tal vez yo sería la próxima en desmayarme. Nunca había tenido esta...esta reacción visceral hacia un hombre antes. Jacinta y Rosa me lo habían contado, pero yo había puesto los ojos en blanco y me había burlado de su ridiculez. Claramente estaba equivocada.

“Bien hecho, Srta. Lenox”.

Mis mejillas se calentaron ardientemente y como estaba demasiado nerviosa para hablar, solo asentí.

Me ofreció una última mirada y se puso el sombrero sobre su cabeza, inclinándolo con un dedo a manera de despedida. “Señoras”, ofreció a las mujeres mayores que habían estado observando la recuperación. Su mirada regresó a la mía en un último momento, la sostuvo justo mientras yo contenía la respiración. “Srta. Lenox”. Se dio vuelta y se marchó tan rápido como había llegado.

Mientras la gente del pueblo se ocupaba de sus asuntos, yo miraba al doctor retirándose a través de la ventana de la tienda. La sensación más deliciosa se había apoderado de mí, como si me hubiera bebido una botella entera de vino de arándanos de la Srta. Trudy. Su voz, su mirada, cuando se dirigió a mí, había sido muy potente.

“El Doctor James es bastante misterioso”, murmuró una mujer a otra.

“Sí, he oído que es del sur y su acento lo certifica”. Tomó un frasco de vidrio y estudió los encurtidos de pepino. “¿Crees que los pepinillos caseros de la Sra. Atterbury estén igual de buenos este año?”

No me importaba hablar de pepinillos. Estaba frustrada, quería escuchar todos los chismes sobre el Dr. James. Me había movido hacia los vestidos prefabricados, bien doblados sobre una mesa.

“Creo que es de Georgia”.

Georgia. No había podido imaginar al Doctor James siendo tan gentil como lo que había escuchado de los que eran de ese estado. Su voz sonó profunda y clara, pero la mantuvo baja constantemente cuando interrogó a Oso Rojo, las letras que salían de su lengua sonaron de una manera que coincidían con su actitud tranquila.

“No lo he necesitado todavía, pero se ocupó del resfriado de verano de mi sobrino”. Una mujer tomó un trozo de tela de algodón, la estudió y luego la devolvió a la mesa.

La otra se acercó más. “Es un hombre atractivo. Soltero”. Pronunció lo último como si él fuera de la realeza en vez de tan solo un soltero. “¿Quizás tu Amanda debería estar considerándolo?”

Conocía a la hija de la mujer. Aunque era lo suficientemente amable, era demasiado suave para adaptarse al nuevo doctor. Él necesitaba a alguien con una inteligencia aguda, un comportamiento elegante y un rostro agradable. Me necesitaba...a mí.

“Tal vez, pero me preocupa que ella esté en peligro si él se asocia con los indios”. Susurró lo último mientras miraba hacia donde el Sr. Crane estaba hablando con Oso Rojo. “Debería invitarlo a cenar el domingo y conocer más”, dijo ella. Levantó la barbilla, decidida. “Simplemente es apropiado darle la bienvenida a la zona”.

Un hombre nuevo en la ciudad estaba abierto a charlas ociosas, especulaciones y mucho entusiasmo entre las mujeres—especialmente las madres de una hija soltera—pues era difícil encontrar uno que valiera la pena en el Territorio de Montana. Un doctor era un buen partido, pero fraternizar con los indios era algo que algunos desaprobaban.

Las damas habían parloteado como dos pájaros, quizás ya visualizando el matrimonio en el horizonte.

Puse el vestido que había estado fingiendo admirar de vuelta en la mesa y fui a buscar mi propia cesta en el mostrador. Si iba a llamar la atención del doctor James, si quería volver a sentirme así, tenía que actuar rápido. Era sólo cuestión de tiempo antes que una de esas mujeres le pusiera las garras encima al pobre hombre y lo arrastrara al altar para que se parara junto a su hija.

Como el Doctor James era nuevo en la ciudad y no era consciente de la ferocidad de las intenciones de estas mujeres, me correspondía a mí protegerlo de semejante atrocidad.

No podría sobrevivir en este clima empapado por demasiado tiempo. El río estaba helado incluso en verano por la nieve derretida en las montañas, pero como era diciembre, tenía que estar justo por encima del punto de congelación. El vapor salía del agua, indicando que estaba más caliente que el aire. Piensa en la supervivencia, no en los hechos científicos.

Desafortunadamente, lo más probable es que muriera aquí porque mantuve en secreto mi interés en el Doctor James. En los dos meses transcurridos desde el incidente en la mercantil, lo observé tan atentamente como pude—era difícil con cuatro hermanas y dos madres en casa para que cualquier rutina nueva o interés pasara desapercibido.

Al mismo tiempo, con tantas personas en la casa, era muy fácil pasar por alto, especialmente porque me encantaba sentarme tranquilamente y enterrar mi nariz en un libro. Con todas las tareas que venían con el manejo de una casa tan grande, era difícil tener algo más que un puñado de atención. Dalia se había quedado con la mayoría de esta porque era un poco salvaje y abierta. Éramos unidas, pasábamos la mayor parte del tiempo juntas, y yo había podido recibir al menos parte de esa atención. Pero Dalia se había casado con Garrison Lee y había un vacío notable que sentía profundamente. Tuve mucho tiempo para leer y pensar en las manos del Dr. James... y otras partes igualmente atractivas.

Y eso me hizo tomar algunas decisiones precipitadas, como seguir al hombre a... algún lugar. Me quejé por el dolor en los dedos.

¡Piensa!

Podía quitarle la silla de montar al caballo y usar la manta de abajo, pero sin refugio y sin ropa seca, eso no ayudaría mucho. No podía quedarme aquí. Tenía que montar el caballo y cabalgar, esperando poder sobrevivir la distancia hasta casa. Me tomaría más de una hora y ciertamente no tenía tanto tiempo. Miré en la otra dirección mientras mi cuerpo temblaba. ¿Estaba cerca el Doctor James? Si continuaba hacia el oeste, ¿me encontraría con él más rápido en lugar de si regresaba a casa? Seguramente estaba visitando a un paciente y eso significaba refugio. Calor. Seguridad.

Me tropecé hacia el caballo y tomé las riendas. De alguna manera, fui capaz de subirme a la silla de montar, pero ya no podía permanecer erguida. Me apoyé en el cuello del caballo y se sentía cálido debajo de mi mejilla congelada. Apretando mis muslos, insté al caballo a que se moviera. Estaba agradecida de que era todo lo que hiciera falta, porque ya no me quedaban fuerzas. Nos enfrentamos al sol poniéndose y a las montañas y tan solo tenía que esperar que el Doctor James, alguien—¡cualquiera!—estuviera cerca.

Mi mente se desvió, los pensamientos llegaron a mi cabeza y desaparecieron. Sabía que esto era un signo de hipotermia. Intenté mover los dedos de las manos y de los pies, pero me dolían demasiado. Pensé en el bebé de Rosa, a quien probablemente nunca vería. En el de Jacinta también. Pensé en el viaje a la ciudad cuando el Doctor James confirmó las sospechas de Jacinta. Yo había ido con ellos. Sólo habían pasado unas semanas. Los pasos del caballo hicieron que mis pensamientos se desviaran a esa ocasión.

Jackson había parado la carreta frente a la casa del Doctor James. La puerta de su residencia estaba al frente, pero había una entrada lateral que conducía a dos habitaciones que utilizaba para su consulta. Había entrado una o dos veces cuando era niña visitando al doctor anterior, una vez cuando me rompí el brazo—Dalia me había empujado por las escaleras traseras—y en otra ocasión cuando tres de nosotras bebimos sidra de manzana en mal estado en el festival de otoño.

El Doctor Monroe me había animado prestándome sus revistas médicas. Eran demasiado complicadas para mí siendo una niña, pero el hombre mayor había visto mi afán por las ciencias y continuó compartiendo hasta que se retiró y se mudó. Desde entonces, ordenaba revistas científicas y libros sobre temas inusuales y variados en la mercantil; sin embargo, no tenía a nadie con quien compartir mis aprendizajes.