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Me llamo Gabriela, una novela en donde su autora, G. Suárez, te invita a transitar una increíble historia de vida. Desde el nacimiento de la protagonista y continuando por sus distintas etapas vitales y hasta la adultez, la autora utiliza recursos, condimentos y emociones que estremecen. Interrogatorios mágicamente expresados, la búsqueda permanente de verdades. Las pérdidas, los logros, el amor, los proyectos, el dolor y la promesa, quizás, de una vuelta a la alegría. Las imágenes y la música propuestas, no sólo acompañan la lectura, si no que piden detenerte, hacer silencios y llenarte de curiosidad para seguir la lectura casi sin pausa. Me llamo Gabriela es búsqueda y gratitud. Te invito a leer esta historia viva: estoy segura de que vas a encontrarte, emocionarte y, sobre todo, vivir. Ana di Risio. Docente. Comunicadora. Escritora. Me llamo Gabriela… ¡imperdible, impredecible! Un relato intenso y muy íntimo que nos demuestra que si uno quiere sanar, puede. Betina Rodríguez Fos. Educadora. Traductora de Inglés.
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Seitenzahl: 88
Veröffentlichungsjahr: 2025
G. SUÁREZ
G. SuárezMe llamo Gabriela / G. Suárez. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6921-9
1. Novelas. I. Título.CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Edición: Viviana Rosenzwit Ilustraciones: G. Suárez
Prefacio
Mi primera vida
1. Mellizas
2. Nueva familia
3. Separadas
4. Colegio
5. Abandono
6. Clubes
7. Pubertad
8. Quince
9. Emancipada
Mi segunda vida
1. Un velero y la libertad
2. Vacaciones soñadas
3. El viaje con mayúsculas
4. Una profesión inolvidable
5. Lo que se debe hacer
6. Me siento felizalmada
7. Nuestros veranos
8. Treinta años en familia
9. Siempre
10. Tratar de perdonar
Mi tercera vida
1. Departamento
2. Bacteria
3. Pandemia
4. Fiesta
5. Mudanza
Claroscuro
Me llamo Gabriela cierra un ciclo de relatos que he contado desde el fondo de mi alma. La honestidad vive en sus páginas y lleva dentro de sí algo de realidad, algo de ficción, un poco de tragedia y un poco de felicidad.
Así como en mis anteriores entregas, ilustro mi obra con imágenes. Algunas las saqué con mi celular, mientras que las demás pertenecen a una cámara analógica y surgieron bastante tiempo antes de que yo naciera.
En mi segunda novela, sumé epígrafes de autores célebres y en esta nueva entrega, junto a las imágenes, sugiero canciones que me llegan al alma. Intento, a través de ellas, reflejar la esencia de cada una de estas páginas. Es por eso que encontrarán un título por capítulo, algunos en español y otros en inglés. Ojalá les guste escuchar esta música mientras leen.
Va aquí, con una renovada mirada, el contradictorio mundo de los Márquez. A través de su devenir, Gabriela Márquez nos invita a reflexionar y a indagar en nuestros mundos internos.
En ocasionesengañosa, la dualidad suele ser una característica del ser humano. Mi intención al relatar la historia de Gabriela es ayudar a desentrañar el ovillo de los pensamientos recurrentes, de las dicotomías y de las polaridades que a veces nos iluminan y otras tantas, nos hunden.
El recorrido de esta mujer está compuesto por tres etapas muy definidas. Elegí dividirlo en lo que vislumbro como sus tres vidas con un hilo conductor en constante evolución.
Quizás es ésta la novela que más me cuesta entregar al mundo, ya que es tan visceral como introspectiva.
De todos modos, logré finalmente despegarme, y aquí está.
¡Que la disfruten!
G. Suárez
Canción para Juana,
César “Banana” Pueyrredón
Mechi y Gabita.
Estoy intentando saber cómo me llamo. Mamá me dice preciosa y mi hermana, que siempre llora a mi lado en la cuna, no sabe mi nombre. Es un rato más grande que yo, pero más lenta, me parece: yo me avivé de que ella se llama Mechi, y es casi seguro que yo no me llamo preciosa. Escuché a una señora viejita (y al señor viejito que estaba al lado de ella) llamarme “Gabriela”.
—Gabriela es la más morruda, ¿viste Leo? —aseguró la señora viejita. El señor parecía ser más anciano que ella y más amable también.
—Sí, ¡pero Mechi tiene unos bríos! ¡Cómo grita, por Dios! Vamos a la sala Inés, que ya vienen a cambiarlas.
Tengo entendido que estos dos ancianos son los papás de mi mamá y que por algún motivo se llaman “Abuela Inés” y “Abu Leo”.
Esta casa grande y linda es de ellos. Nuestro dormitorio es hermoso: color crema amarillento, con una gran cuna cubierta de sábanas de raso. Lo adornan moños blancos y rosados.
Me encanta este lugar: huele a rosas. A Mechi no le gusta, me parece. Si no, ¿por qué llora todo el tiempo? Mamá suele venir seguido y le hace upa. Está cansada y triste. A veces llora, pero no tan fuerte como Mechi. Ella no grita ni hace ruido. Le caen lágrimas por las mejillas nomás. También me alza a mí: me besa y me dice preciosa. Tengo muchas ganas de decirle que todo está bien, que la quiero, y que, seguro que Mechi la quiere también, por más que llore. Pero no se le pasa la tristeza. ¿Por qué será?
Es de mañana, y hoy me vino a cambiar el pañal una chica que limpia alrededor de la cuna.
—¿Y mamá? —le pregunté con la mirada. Con diez meses me di cuenta de algo: todavía no puedo hablar correctamente. Es por eso que desarrollé una mirada insistente para demostrar de alguna manera cuándo me mojo o cuándo tengo hambre. Intento no llorar, pero los grandes son medio lentos para entendernos, y a veces no me queda otra opción. Como en este momento.
—Ma—ma—ma—má —protesté. No era exactamente lo que quería decir, pero salió bastante parecido, creo, porque la chica que limpia alrededor de la cuna me entendió.
—Ya viene mamita. Hoy está un poco resfriada y las voy a cambiar yo, Gabita. —Es una divina. Dulce y tierna.
—¡Juani! —escuché la voz de mamá que llamaba. (¡Ajá! ¡La chica dulce y tierna se llama Juani!).
—Señora… voy para allá. —Juani partió rauda, habiendo cambiado sólo a Mechi.
—¡Ma—ma—maaaá! —“Injusticia” es lo que tenía en mente decir, pero no salió. Tengo que aprender bastante todavía. ¡Ni en español me salen las palabras!
—A ver, Gabita linda… Vení con Abu —Abu Leo, que me adora, se acercó de nuevo a nuestro cuarto. ¿Se notará que me prefiere? Me cambió el pañal, por suerte: me da asquete estar mojada casi la mitad del día.
Me alzó y me llevó a los brazos de mamá, que me esperaba en la sala. Para llegar, hubo que bajar una escalera larguísima y atravesar un hall enorme. Abu Leo me sentó en un sillón antiguo y cómodo. Di pataditas en el aire: sabían que lo hacía cuando estaba feliz. Y no era para menos… Estaba con mi mamá. ¿Qué más podía pedir?
Ella aprovechó y depositó mil besos en mi cachete rosado, y me mojó toda la cara con sus lágrimas.
—¿Por qué estás triste otra vez, mamá? —Esta vez no se me entendió nada. ¿O será que en este caso nadie supo qué contestarme? ¡Quiero poder hablar como los grandes!
—Se la vienen a llevar hoy a la tarde, papá —le dijo mamá a Abu Leo—. No lo voy a poder soportar. Igual ya no hay vuelta atrás. Fausto y Dalia fueron bien claros: Gabriela es para ellos.
—¿Qué? —grité— ¿Para ellos? ¿Quiénes son Fausto y Dalia?
¡Otra vez no me escuchan! Estoy consternada por este tema. ¡Los grandes están convencidos de que nosotros no les entendemos ni un poco! ¡Ja! ¡Si supieran!
La cuestión es que no tengo ni idea de quiénes son esas dos personas que me van a llevar de aquí: Fausto y Dalia.
¿A dónde iremos? ¿Me van a comprar un regalo?
Abuela Inés apareció con Mechi a upa y la sentó al lado mío. Mi hermana me miró. Yo también a ella.
—¿Estás bien? —me dio a entender.
—No, Mechi. No. Me van a llevar de acá. ¿Vos sabés algo? —Comprensión sin palabras: dos almas en armonía.
—Ni idea hermana. ¿A la noche te traen de vuelta? Te voy a extrañar. —Mechi estaba preocupada.
—Espero llegar para la papilla de batata —le respondí.
—Yo voy a comer poco por las dudas. Andá tranquila. —Mi melliza era mi apoyo incondicional.
De repente sonó tres veces seguidas el timbre de entrada, y un silencio oscuro se hizo dueño de la sala. Juanita corrió a la puerta a atender. Como era de esperar, Mechi se largó a llorar. ¡Es tremenda!
Me aguanté ver cómo mamá me apretaba repitiendo preciosa qué sé yo cuántas veces. Hasta que Abuela Inés me tomó entre sus brazos y me envolvió en una mantita rosa y suave. Pude ver una lágrima en Abu Leo, y otra en Juanita. A mamá no la quise mirar. ¡La había visto sufrir tanto! ¿Sería por esto por lo que vivía sollozando? ¿Cuánto hacía que sabía de mi partida? Mil preguntas en mi cabeza, mil maneras de no demostrar que se me estaba destruyendo el alma.
Cuando Inés llegó a la puerta, un señor y una señora estaban allí esperando.
Yo tenía sueño. Quizás por estar viviendo tantas emociones juntas. Mientras me iba quedando dormida, escuché la puerta de salida cerrarse detrás mío, sin entender cómo, dónde, ni cuándo pasaba qué.
No lloré. ¿Quién me hubiera comprendido?
Dejé la casa y mi cuarto para partir con Dalia y Fausto, dos aparentes extraños, en los brazos de Morfeo, el dios del sueño.
A la mañana siguiente, cuando me desperté, estiré la manito para tocar la de Mechi, como siempre. Pero no estaba ahí. En lugar de eso, vi la cara de una señora muy linda, casi rubia y con enormes ojos verdes, que me miraba fijo. Sentí en su mirada una mezcla de ternura y enojo. Raro. Me hizo upa y enseguida se acercó un señor de bigote negro muy sonriente.
—¡Gabita linda! Soy tu papá. Y ella es Dalia, mi esposa. Va a ser tu mamá de ahora en adelante.
¡Crack! Casi podía escuchar el sonido de mi corazón.
—¡Pero yo ya tengo a Mamá Leli, señor! O mejor dicho, papá. —Sabía que no tenía sentido seguir intentando que se me entendiese. Fue justo ahí cuando bajé la guardia y me rendí a lo inevitable.
—Es preciosa Fausto. Ya me acostumbraré a ella. Dame tiempo —afirmó Mamá Dalia, pero no sonó muy convencida de querer quererme.
—Te vas a encariñar. Es mi hija e hicimos lo que había que hacer. Si Leli quiso tenerlas, y son mellizas, una es para ella y otra es para mí. “Un poco a cada uno no le hace mal a ninguno”, dice el refrán, ¿no es cierto? Y si no, que se aguante la deshonra. ¡Que se sepa que no está casada y que tuvo mellizas igual! —declaró mi padre.
Al escucharlo, me quedé pensando lo unidas que estábamos cuando la vida nos desgarró… Mechi, Mamá Leli y yo.
Las plegarias no alcanzaron. Los llantos tampoco. Y me alejé del remanso que me había acunado.
Por más que entendamos lo que los grandes dicen, no podemos comprender lo que hacen, aunque sí me quedó claro que nosotras tres no estaríamos juntas nunca más.
