Navidad de amor - Lee Wilkinson - E-Book
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Navidad de amor E-Book

Lee Wilkinson

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Beschreibung

Había un puesto vacante... ¡en la cama del jefe! Charlotte Michaels tenía una buena razón para querer vengarse y, si se atrevía, también tenía una buena manera de conseguirlo: acercándose mucho, mucho a su jefe. Pero Charlotte no se dio cuenta de que aquel plan era demasiado arriesgado para ella, ya que él tenía sus propios planes... Nadie se atrevía a jugar con Daniel Wolfe porque era un tipo que siempre conseguía lo que deseaba. Ahora deseaba a Charlotte e iba a hacer cualquier cosa para averiguar qué era lo que escondía. Así que le ofreció un importante ascenso profesional que conllevaba tener que trabajar hasta tarde... ¡como amante del jefe!

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Lee Wilkinson

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Navidad de amor, n.º 1468 - mayo 2018

Título original: The Tycoon’s Trophy Mistress

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-205-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

En Londres, en las oficinas centrales de Wolfe International, un hombre de fríos ojos grises paseaba por el lujoso despacho privado, inquieto como un tigre enjaulado.

¿Qué haría si ella no aparecía? ¿Y si había cambiado de opinión?

Sobre el rugido constante del tráfico de Piccadilly Street, él oyó el chirrido del ascensor.

Momentos más tarde, al detenerse junto a las ventanas estrechas que separaban los dos despachos, vio cómo se abría la puerta del despacho exterior.

Observándola a través de las persianas, la vio entrar en el despacho vacío y detenerse junto al escritorio de Telford.

Era pelirroja, alta, delgada y con garbo, con el rostro redondeado, la nariz recta, los pómulos prominentes, la barbilla decidida y la boca como la de Sophia Loren.

Llevaba el cabello recogido en un moño y que enfatizaba sus facciones, y desde donde él estaba, podía ver que tenía los ojos ligeramente rasgados, pero desafortunadamente no podía distinguir de qué color eran.

Se parecía tanto a la mujer perfecta con la que él soñaba que podían haberla creado bajo sus indicaciones.

Había algo en los rasgos de su rostro que la hacían parecer fascinante y no solo bonita. Y a juzgar por el trabajo que hacía y por lo que él había indagado acerca de ella, era inteligente y tenía carácter.

Unas características que no tenían la mayor parte de las otras mujeres.

Pero hasta entonces, para evitar cualquier implicación emocional, él no había buscado mujeres inteligentes o con carácter, solo una bella compañera para mostrar en los actos públicos y un cuerpo esbelto para llevarse a la cama por las noches. Era una manera de satisfacer sus necesidades físicas mientras que las emocionales permanecían intactas.

Esa vez, sin embargo, sus sentimientos sí estaban afectados. La había deseado de manera apasionada desde el primer momento en que la vio, tres meses atrás.

Después, la vio un instante justo cuando él estaba a punto de marcharse hacia el aeropuerto y, asombrado, le preguntó a su director ejecutivo quién era esa mujer.

–Es la hermana de Tim Hunt.

La respuesta sorprendió a Daniel Wolfe y este tardó un momento en contestar.

–No sabía que él tuviera una hermana.

–Por lo que yo sé, no lo sabe casi nadie.

–El departamento de personal no tenía a ningún otro Hunt en la lista.

–Su nombre es Charlotte Michaels –le dijo Telford mientras bajaban en el ascensor.

–¿Está casada? –preguntó Daniel. Él siempre había evitado a las mujeres casadas.

–No, está soltera.

–Entonces, ¿por qué tienen apellidos diferentes?

–Supongo, que debería haber dicho que es la hermanastra de Tim Hunt.

Daniel respiró despacio.

–Sin duda, eso habría aclarado las cosas. ¿Tienes idea de si tenía una relación muy estrecha con su hermanastro?

–Tengo entendido que estaban muy unidos.

–No estuvo en el entierro.

–Charlotte estaba fuera cuando sucedió. Puesto que el año anterior no había tenido vacaciones, este año se tomó cinco semanas. Cuando se enteró de la noticia y regresó a casa, todo había terminado.

–¿Cuántos años tiene la señorita Michaels? Daniel continuó mientras atravesaban el recibidor de suelo de mármol para llegar a la entrada principal donde los esperaba una limusina.

–No lo recuerdo con exactitud. Veinticinco o veintiséis.

–¿Y a qué se dedica?

–Charlotte trabaja con nuestro equipo de investigación, analizando las tendencias actuales del mercado y tratando de predecir las futuras.

–¿Lleva mucho tiempo en la empresa?

–Empezó a principios del año pasado. En febrero, creo.

–¿Y qué sabes de su vida privada? ?¿Tiene algún amigo? ¿Vive con su novio?

Telford frunció el ceño.

–No lo sé –era evidente que al director ejecutivo no le gustaban ese tipo de preguntas personales.

–¿Cómo se lleva con los hombres con los que trabaja?

–Muy bien. Aunque puede parecer un poco distante, siempre es educada y amigable.

–¿Tiene un romance de oficina con alguien? –insistió Daniel.

–No que yo sepa. Es más, se rumorea que desde que se rompió su compromiso a principios de este año, tiende a evitar a los hombres.

–Ya veo. ¿Es buena en su trabajo?

–Estupenda. Diría que tiene uno de los mejores cerebros del equipo. Pero además de ser inteligente, es muy agradable y se preocupa por los demás. Se quedó destrozada tras la muerte de su hermanastro.

Telford sujetó la puerta para que pasara su jefe y, en tono de advertencia, añadió:

–Después de leer los informes en la prensa, y de escuchar los rumores de la oficina, quedó muy disgustada y enfadada. Al parecer, pensaba que tú eras culpable de lo que había sucedido… –una persona pasó junto a ellos y el director ejecutivo bajó el tono de voz–. Presentó su dimisión, pero yo no quería perderla, así que le dije que se tomara algún tiempo libre y lo pensara bien. He de admitir que me sorprendió y me alegró que decidiera quedarse.

Daniel entornó sus ojos grises.

No le había costado mucho conquistar a la mayoría de las mujeres con las que había estado y descubrir cómo era aquella mujer podía ser el mayor reto al que se había enfrentado nunca.

Pero él era el tipo de hombre que nunca abandonaba. Siempre había sabido conseguir lo que quería, y deseaba a esa mujer. Hacía mucho tiempo que no deseaba algo tanto.

Y tenía intención de conseguirla.

Durante un instante dudó sobre si debía retrasar el vuelo, regresar y hablar con ella. Presentarse.

Si pudiera sacar todo a la luz, podría comenzar su campaña inmediatamente. Era lo que deseaba hacer, más que esperar.

Pero el instinto le decía que si actuaba demasiado pronto lo estropearía todo. Tenía que ser paciente, permitir que pasara el tiempo. De ese modo, los sentimientos acalorados tendrían tiempo de enfriarse.

Así que, tratando de controlar la impaciencia, le dio al chófer el equipaje que llevaba, estrechó la mano de Telford para despedirse y se subió a la limusina que lo llevaría por las calles soleadas del mes de septiembre hasta el aeropuerto.

Ya en Nueva York contrató a Alan Sheering, un discreto investigador de Londres, para que averiguara todo lo que pudiera sobre Charlotte Michaels y algún posible novio, y este le informó de que aparte de su ex novio, no había encontrado a ningún otro novio pasado o presente. También le dio bastante información general, incluyendo el hecho de que a ella siempre le había gustado viajar y que había expresado su deseo de visitar los Estados Unidos.

Utilizando ese dato como punto de partida, Daniel ideó un plan. Un plan que, si funcionaba, lo acercaría a su meta, ofreciéndole la oportunidad de cambiar de escenario y de distanciar a Charlotte Michaels y a sí mismo de lo que había sucedido en Londres.

Tratando de hablar en tono de negocios, llamó a Telford.

–He decidido que para proporcionar información de primera mano acerca de cómo se hacen las cosas en los Estados Unidos y en el Reino Unido, debería hacerse un intercambio de personal.

–¿Qué es exactamente lo que estás pensando? –le preguntó su director ejecutivo.

–Hacer la prueba y cambiar a uno de los miembros de nuestro equipo de investigación de Londres por uno de los de Nueva York para estudiar las posibles diferencias en las tendencias del mercado.

–¿Durante cuánto tiempo?

–Seis meses. Un año. Veremos cómo va.

–¿Has pensado en alguien en particular?

–Aquí hay un joven llamado Matthew Curtis que está deseando probar.

–¿Y en Londres?

Teniendo en cuenta que el cambio debía ser voluntario, Daniel sugirió con la mayor naturalidad posible:

–¿Qué tal si preguntas quién está interesado?

Si ella no picaba el anzuelo él tendría que pensar en algo más.

–No se qué tal se lo van a tomar –dijo Telford despacio–. La mayor parte de nuestro equipo está casada o tiene pareja, y puesto que muchos también tienen hijos pequeños, no creo que estén dispuestos a tanto trastorno. Aun así, puedo enviar un mensaje y ver qué respuesta obtenemos.

–Hazlo –Daniel cruzó los dedos y esperó con paciencia.

 

 

Al final, solo dos personas aceptaron hacer el cambio temporal, Paul Rowlands, el miembro más nuevo del equipo y, para sorpresa de Telford y Daniel, Charlotte Michaels.

Daniel se preguntaba qué le habría hecho pedir el cambio. Pero si Sheering tenía razón, no había nada que la retuviera en Londres y quizá, necesitaba un cambio, una oportunidad de dejar atrás el pasado.

Encantado porque las cosas hubieran salido tan bien, apenas podía controlar su impaciencia. Las últimas semanas se le habían hecho interminables, y se sentía inquieto e insatisfecho. Ansioso como un niño.

–¿Estás pensando en entrevistar tú mismo a los candidatos? –le había preguntado Telford.

Para que todo pareciera algo rutinario, Daniel le había contestado:

–No, dejaré que lo hagas tú. De todos modos, tengo interés en el resultado y me gustaría echar un vistazo, así que cuando decidas el día, haré una visita. Pero no la anuncies, y no envíes el coche al aeropuerto. Prefiero pasar inadvertido.

Si el director ejecutivo se había quedado intrigado por las instrucciones que le habían dado, no había dicho nada.

Llegó el gran día. Telford había hablado con Paul Rowlands esa mañana y no se había convencido de que fuera a ser beneficioso que fuera él quién se trasladara.

Después de comer, entrevistaría a Charlotte Michaels.

Esperando impaciente a que llegara al despacho de Telford, Daniel se preguntaba si realmente sería tan encantadora como le había parecido el primer día que la vio. ¿Y si se decepcionaba al verla?

Pero cuando apareció, suspiró. Era incluso más bella de lo que él recordaba y, como si su imagen hubiera quedado grabada en su memoria, le resultaba demasiado familiar.

Aunque todavía no había descubierto qué voz tenía, cómo era su sonrisa, o qué era lo que más le gustaba cuando le hacían el amor.

«Será divertido descubrirlo», pensó él.

Observándola desde la persiana comprobó que estaba tranquila mientras esperaba a Telford, y que no daba ninguna muestra de impaciencia.

Pero la tensión en sus hombros indicaba que no estaba todo lo tranquila que aparentaba estar. Que el resultado de la entrevista le importaba.

Ella miró hacia abajo y se quitó una pelusa de la solapa de su chaqueta gris.

Solo con ver cómo su mano rozaba la curva de su pecho, él sintió que lo invadía un fuerte deseo. Quería salir del despacho y encontrarse con ella sin tener que esperar más.

Pero ella había caído en la trampa que él le había tendido con sumo cuidado, y era una tontería que se arriesgara a perder el juego. Aunque quizá fuera posible acelerar un poco las cosas cuando ya le hubieran ofrecido el traslado de manera oficial.

 

 

Mientras Charlotte esperaba al señor Telford trató de no ponerse nerviosa y concentrarse en la entrevista. Si pudiera conseguir el traslado a los Estados Unidos…

Consideraba que el mensaje que había recibido sobre el posible intercambio de personal era una oportunidad caída del cielo.

Por supuesto, quizá no fuera a estar cerca de la oficina de Daniel Wolfe. A lo mejor no estaban ni en el mismo edificio. Pero, puesto que él vivía en Nueva York, ella tendría más oportunidades de verlo allí que de encontrárselo en una de las infrecuentes visitas que hacía al Reino Unido.

Ella se enteraba de que Daniel estaba de visita en la sede que Wolfe International tenía en Londres por el revuelo que provocaba su llegada entre el resto del personal, pero nunca lo había visto en persona. Lo único que había visto eran sus fotografías en las revistas del corazón.

Era muy atractivo. Alto y de anchas espaldas, con el cabello oscuro y un poco rizado, y unos ojos de mirada penetrante que se encontraban bajo unas cejas espesas.

Aunque no era del estilo de las estrellas de cine.

Tenía el rostro delgado, de expresión dura y atractiva, con una mandíbula prominente y una boca que hacía que al verla, Charlotte se estremeciera.

Las páginas de sociedad de los periódicos solían hablar de él y de la última mujer que había conquistado.

Hasta hacía unos meses, y a causa de tanto atractivo, Charlotte lo evitaba de manera instintiva.

Sin embargo, todo había cambiado. Conocerlo y estar junto a él era su único objetivo en la vida. Su misión.

En la última visita que él realizó y a pesar de que ella hizo todo lo posible, ni siquiera llegó a verlo. Cuando por fin se le ocurrió una excusa para subir a la planta de los altos ejecutivos, fue para descubrir que un minuto antes había salido hacia el aeropuerto.

En lugar de hacerla abandonar, su fracaso solo sirvió para reforzar su empeño.

Durante las semanas siguientes, mientras intentaba diseñar una estrategia para conseguir su objetivo, no dejó de leer los periódicos para aprender todo lo posible sobre él.

Era un empresario angloamericano de familia adinerada, conocido en el mundo de los negocios por sus habilidades y en el mundo exterior por su filantropía.

Un hombre del que se decía que trabajaba y jugaba duro. Daniel Wolfe era el centro de atención de todos los medios de comunicación de ambos lados del Atlántico.

De madre inglesa y padre norteamericano, había estudiado en Columbia y Cambridge, y nada más graduarse, se hizo cargo de la renqueante empresa de softwarede su padrino.

Cuando consiguió que la empresa alcanzara la estabilidad, compró otras empresas en la misma situación e hizo lo mismo con ellas.

A los treinta años recién cumplidos, era un multimillonario. Admirado. Envidiado. Temido. Respetado. A veces injuriado.

A pesar de todo, había conseguido mantener su vida privada en secreto. Así que, aunque Charlotte conocía su imagen pública, no sabía mucho de cómo era aquel hombre en realidad.

En un artículo publicado en Top People, lo describían como un soltero no arrepentido. Pero un soltero al que le gustaban las mujeres. Sobre todo las mujeres bellas.

Después de cada una de sus visitas a Londres, aparecían fotos suyas en los periódicos en las que siempre iba acompañado de una esbelta mujer rubia o pelirroja.

Maldita por ser el tipo de mujer que atraía a los hombres como si fuera un imán, Charlotte había deseado a menudo ser una mujer común. Eso le habría ahorrado muchas molestias y su vida habría sido mucho más sencilla.

Debido a la belleza de su cuerpo y de su rostro, los hombre la habían perseguido desde que tenía quince años. Su insistencia no deseada había hecho que se ocultara tras una fría e impenetrable fachada que solo Peter había conseguido atravesar.

Y entonces había sido por los motivos equivocados.

Pobre Peter.

Pero si con su despreciada belleza podía atraer a Daniel Wolfe, merecían la pena todos los problemas que le había causado en el pasado.

Ella nunca imaginó que utilizaría su aspecto para atrapar a un hombre, pero saber que era el tipo de mujer que él buscaba la ayudó a decidirse.

Pero si lo que él buscaba eran relaciones casuales donde no intervenían los sentimientos, todo podría ser imposible.

Para tener éxito en lo que planeaba hacer, no solo tenía que conseguir que él la deseara, sino también que se enamorara de ella…

Cuando se abrió la puerta del despacho y entró el señor Telford, ella levantó la vista. Estaba un poco ruborizada y le ardían las mejillas, como si temiera que el señor Telford pudiera leer sus pensamientos.

El director ejecutivo se acercó a su escritorio y dijo:

–Charlotte, cariño, siéntate. Siento haberte hecho esperar. Me entretuvieron en la comida.

Charlotte se sentó frente a él y trató de parecer tranquila, como si el resultado de la entrevista no fuera muy importante para ella.

–¿Así que sigues interesada en trasladarte a Nueva York?

–Sí –confiaba en que no se notara lo nerviosa que estaba.

–¿Estás segura? Quizá signifique estar más en contacto con el señor Wolfe –era todo lo que podía decirle como advertencia.

–Completamente segura –contestó con firmeza.

Parecía como si hubiera decidido dejar atrás el pasado. Aliviado, el señor Telford le preguntó.

–¿Te importaría contarme por qué?

Charlotte esperaba esa pregunta y había ensayado la respuesta.

–Aparte del hecho de que la oportunidad de conocer en persona la tendencia del mercado estadounidense es muy valiosa, también será una buena oportunidad para comparar la manera de trabajar de los dos equipos. Tengo entendido que el equipo de Nueva York es muy preciso con sus predicciones. Pensé que podría aprender algo.

–Esa respuesta parece sacada de un libro de texto –comentó él con una sonrisa–. Aunque tenía la sensación de que tenías motivos personales para querer ese destino.

Ella se quedó de piedra. Parecía que él lo sabía todo.

–¿A que se refiere con motivos personales?

–¿No me dijiste una vez que te encantaría tener la oportunidad de vivir en Nueva York? –le preguntó.

–Sí. Así es… Me sorprende que lo recuerde. ¿El hecho de tener motivos personales me descalifica?

–Por supuesto que no. Solo el hecho de que quieras vivir allí te da más puntos –Charlotte suspiró aliviada–. En mi opinión eres la mejor candidata, aunque estoy seguro de que te echarán de menos en tu equipo. Te recomendaré ante el señor Wolfe.

–Eso es estupendo –le dedicó una gran sonrisa.

El señor Telford pestañeó y se alegró de ser un hombre felizmente casado. A pesar de que ella llevaba dos años trabajando para Wolfe International, su belleza nunca lo dejó indiferente.

–Si él está de acuerdo, y estoy seguro de que lo estará, se te cubrirán todos los gastos del viaje y podrás utilizar el apartamento de la empresa. ¿Sabes cuánto tiempo tardarás en organizarte para el traslado?

–Puedo estar preparada tan pronto como quieran.

«Cuanto antes mejor», pensó ella.

–Como solo quedan dos semanas para navidades, imagino que a mediados de enero estará bien. ¿Te causará algún problema dejar tu vivienda actual? Desde un punto de vista práctico, quiero decir.

–No. Comparto el apartamento con una vieja amiga del colegio. Carla no tendrá problema en encontrar a alguien mientras yo estoy fuera.

–Excelente… Entonces, en cuanto hable con el señor Wolfe te llamaré.

–Gracias –con las piernas temblorosas, Charlotte regresó a su despacho, en el departamento de Investigación y Análisis, y se sentó junto al escritorio.

Sus pensamientos eran caóticos. Pero había tenido éxito en el primer paso.

Siempre y cuando Daniel Wolfe no presentara ninguna objeción…

¿Pero por qué iba a hacerlo? Tim y ella tenían apellidos diferentes, y como estaba fuera del país cuando todo sucedió, no estuvo involucrada en nada, así que Daniel no podía saber que ambos estaban relacionados.

Charlotte se puso tensa una vez más al sentir que la rabia se apoderaba de ella.

Después de dejar la universidad, y el ambiente salvaje en el que se movía allí, Tim había dejado de comportarse de la manera irresponsable que tanto le preocupaba a ella.

Tras conseguir un trabajo en Wolfe International, gracias a la recomendación de Charlotte, y con el futuro asegurado, se había enamorado de Janice Jeffries, una joven rubia que trabajaba en el despacho contiguo.

Janice, estaba fascinada por el chico alto, de cabello claro y ojos verdes que tenía una irresistible sonrisa.

Al descubrir que la atracción era mutua, en muy poco tiempo decidieron irse a vivir juntos y planearon la boda para septiembre.

Como Charlotte había tenido que mantener a Tim, y no tenía mucho dinero, no se había tomado vacaciones desde que comenzó a trabajar en Wolfe International. Podía disponer de cinco semanas, así que cuando a Carla y a ella les ofrecieron un camarote en un crucero por las islas griegas, se marchó feliz y sin preocuparse por la joven pareja.

Todo sucedió cuando estaban de vacaciones. De repente. Y cuando les llegó la noticia y pudieron regresar de Atenas, era demasiado tarde.

Al parecer, para tratar de ahogar sus penas, Tim había ingerido un cóctel mortal de drogas y alcohol.

Ya lo habían enterrado.

No había nada que se pudiera hacer.

Aunque se dijo que había sido muerte accidental, la prensa contó una historia diferente. Al descubrir que había habido una pelea en uno de los despachos de Wolfe International entre el mismo Daniel Wolfe y el hombre fallecido, los periodistas se cebaron en la noticia.

Se enteraron de que la novia de Tim también estaba involucrada y sugirieron un posible triángulo amoroso que terminó en suicidio.

Charlotte se sentía culpable y se arrepentía de haberse marchado. Si hubiera estado en casa, todo habría sido diferente.

Si lo que se sugería en los periódicos era verdad, ella habría estado allí para ayudar a Tim, igual que había hecho durante los cinco últimos años…

Al ver que abrían la puerta del despacho se sobresaltó. Levantó la vista, con expresión seria.

–No estés nerviosa –le dijo el señor Telford con una sonrisa–. He hablado con el señor Wolfe y está encantado con mi recomendación. Solo hay una cosa; le gustaría que viajaras a los Estados Unidos cuanto antes, de manera que pudieras estar instalada allí antes de Navidad.

Charlotte se mordió el labio inferior para contener la repentina emoción que sentía.

–¿Quizá sea demasiado pronto? –preguntó el señor Telford–. Estoy seguro de que el señor Wolfe comprenderá que prefieras estar aquí, con tus seres queridos, en Navidad.

–No tengo seres queridos con los que pasar la Navidad. Ese es uno de los motivos por los que pedí el traslado –añadió ella.

Al recordar que Charlotte había roto su compromiso y lo que le había pasado a su hermanastro, el señor Telford se puso nervioso y disgustado.

–Perdóname, cariño. Me temo que he hablado sin pensar.

–No pasa nada –dijo con una sonrisa–. Seguro que las navidades en Nueva York serán maravillosas.

–Eso espero.

–Es muy amable.

–¿Y cómo lo ves en lo que al trabajo se refiere? ¿Crees que alguien podría ocuparse de lo que estás haciendo?

–No será necesario. Puedo terminar el informe que estoy haciendo esta misma tarde.

–Entonces, ¿cuándo crees que estarás lista para viajar?

–Lo único que tengo que hacer es empaquetar mis cosas, así que mañana podría estar lista… Si es que es posible conseguir un vuelo con tan poco tiempo.

–Nuestra empresa tiene muchas acciones en una de las compañías aéreas trasatlánticas, así que no debería haber problema. Le pediré a la secretaria del señor Wolfe que se encargue de todo. Ella te dará toda la información necesaria y te mandará un coche para llevarte al aeropuerto. Por supuesto, la empresa cubrirá cualquier otro gasto de viaje que sea necesario, y el sueldo de este mes se te ingresará en tu banco como de costumbre.

–Gracias.

Consciente de que ella lo había pasado muy mal, el señor Telford se volvió al llegar a la puerta del despacho y dijo,

–Te cuidarás, ¿verdad?

Aunque no era asunto suyo, no le gustaba el interés oculto que, al parecer, Daniel Wolfe tenía en lo que él sospechaba que había sido una jugada planeada.

Pero, sabiendo lo que Charlotte sentía hacia Wolfe, el sentido común le decía que era muy difícil que se pusiera en peligro.

Con una sonrisa, ella contestó:

–Por supuesto.

–Y no te olvides de volver con nosotros.

Durante un instante, dejó de sonreír. Ya se había enfrentado a la idea de que le resultaría imposible volver a trabajar en Wolfe International. Ese capítulo de su vida había terminado.

Aunque no consiguiera el éxito en su misión, habría llegado el momento de dejar atrás el pasado y continuar con su vida… Si podía.

«Pero tendré éxito», pensó. Tenía que tener éxito para que le mereciera la pena vivir el resto de sus días.

 

 

El autobús, con las ventanas cubiertas por una fina lluvia, se movía entre el denso tráfico de una tarde de jueves.

Cuando Charlotte se bajó en Belton Street y entró en su apartamento, parte de su emoción inicial se había disipado.

Y lo mismo había pasado con la confianza que sentía en sí misma.

Colgó el abrigo y la chaqueta del traje y entró en la cocina.

Carla estaba junto a los fogones. Con una mano removía una salsa aromática y con la otra metía espaguetis en una olla de agua hirviendo.

–Estoy haciendo espaguetis para cenar, ¿te parece bien? –le preguntó al verla. Después, sin esperar a que respondiera dijo–. ¿Qué ha pasado? ¿Lo has conseguido?

–Sí.

–¡Bien! ¿Y cuánto tiempo estarás fuera?

–No lo sé. Todo depende de cómo salgan las cosas. En el mensaje ponía seis meses, un año quizá… Pero espero regresar a casa mucho antes que eso. Supongo que vas a buscar a alguien para compartir el alquiler, ¿no?

Carla, que trabajaba en una boutique pequeña que tenía con Macy, otra amiga, negó con la cabeza.

–Lo dudo. No me hace falta, y no sé cómo me llevaría viviendo con alguien más. ¿Tienes idea de cuándo te vas?

–Mañana.

–¡Mañana! ¿Y por qué tan pronto?

–Quieren que esté allí antes de Navidad. No te importa, ¿verdad?

–Por supuesto que no me importa. Si te digo la verdad, Andrew ha estado insistiendo para que vaya a Escocia con él el día veintitrés. Su familia vive en Dundee.

–No me lo habías dicho.

–No era capaz de decidir si quería ir o no.

Al darse cuenta de que Carla no quería dejarla sola, Charlotte se sintió muy agradecida por tener una amiga tan fiel.

Como sabía que su amiga se sentía incómoda con cualquier muestra de sentimientos, le dijo sin más,

–Pero ahora irás, espero.