Orgullo y poco juicio 2 - Lena Valenti - E-Book

Orgullo y poco juicio 2 E-Book

Lena Valenti

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Beschreibung

Cuando Lis, la hija mayor de los Benet, una familia de viticultores del valle de Haro, decide regresar a su casa tras recibir la llamada de socorro de su madre, lo hace con dos objetivos en mente. El primero es rescatar de la ruina el viñedo familiar, pero el segundo lo lleva años planeando para vengarse de los D´Arcy y del acoso que llevaban sufriendo por su parte desde hacía años. Ella cree que lo tiene todo bajo control, el problema es que, para ajustar cuentas, tiene que enfrentarse a Guillermo el Oscuro, el hijo mayor de los D´Arcy y el responsable de que, en el pasado, ella huyera de Haro con el corazón roto.  Esta es una historia muy original, embriagadora, de mucho orgullo, empoderamiento, toneladas de emotividad, prejuicios y poco juicio en ocasiones y demasiada mala uva. Sensualidad, risas, lágrimas, amor, aventura y una trama que hará las delicias del lector.  Es Lena Valenti. Poco más que decir. 

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Primera edición: noviembre 2023

Título: Orgullo y poco juicio. Parte 2

Diseño de la colección: Editorial Vanir

Corrección morfosintáctica y estilística: Editorial Vanir

De la imagen de la cubierta y la contracubierta:

Shutterstock

Del diseño de la cubierta: ©Lena Valenti, 2023

Del texto: ©Lena Valenti, 2023

De esta edición: © Editorial Vanir, 2023

ISBN: 978-84-17932-84-8

Depósito legal: DL B 19574-2023

Bajo las sanciones establecidas por las leyes quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro —incluyendo las fotocopias y la difusión a través de internet— y la distribución de ejemplares de esta edición y futuras mediante alquiler o préstamo público.

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

MINI DICCIONARIO ENOLÓGICO

«Se perdona mientras se ama».

FrançoisdelaRochefoucauld

Capítulo 1

LaFiestadeDionisio

Lis había abierto la Caja de Pandora a lo grande. Y después de eso, el caos asoló el escenario del valle. Guillermo había agarrado a Agus del cuello de su inmaculada camisa blanca. Sentía tanta rabia hacia él... La última puntilla había sido enterarse de que Agus, mediante Atzulin, un trabajador supuestamente de confianza de viñedos D’Arcy, y traidor como su primo, había boicoteado las bodegas y los viñedos de los Benet, hasta el punto de ahogarlos y no dejarles remontar. ¿Por cuántos delitos se les podría denunciar? Demasiados.

Ahora entendía por qué a un hombre tan experto como el señor Benet, le estaba costando tanto hacer buen vino. La indemnización había sido exagerada, de acuerdo, pero, para alguien como él, con tan buena mano con la vid y sus tierras, no tenía sentido que no supiera reflotar su terroir. Y ahí estaba la razón.

Guillermo se sentía indignado y avergonzado. ¿Qué pensarían ahora los Benet de ellos? ¿Qué pensarían las bodegas y las familias de vinicultores? Era una vergüenza.

—¡¿Por qué?! —le exigía saber a Agus mientras lo movía a sacudidas como un muñeco de trapo. El pelirrojo no alcanzaba ni a apoyar bien los pies en el suelo con sus lustrosos mocasines—. ¡¿Por qué tenías que hacer eso?! ¡¿Qué necesidad tenías?! ¡Lo tenías todo, cabronazo!

El primo estaba desencajado y asustado. Conocía la fuerza de Guillermo y su habilidad con los puños y no quería ser víctima de ellos.

—¡Todo eso es mentira…!

—¡No seas ridículo y deja de negarlo! ¡Te ha cazado! ¡Elísabet Benet, la chica que intentaste martirizar y hundir, ha tenido que regresar a Haro para abrirnos los ojos a todos! ¡¿El tío también es responsable?!

—No, yo no sé… —Se defendió Federico levantando las manos. Sus líneas de expresión estaban muy marcadas y no miraba a nadie fijamente a los ojos. Señal de que también mentía y de que se sentía atrapado.

En ese momento, Carlos D’Arcy dio un golpe muy fuerte sobre la mesa, con su bastón, frente a Federico, y se acercó a él amenazantemente.

—Eres mi hermano… ¿De verdad esto está pasando? ¡¿De verdad has permitido que tu hijo nos robe, que ambos nos robéis?! ¡Federico, contéstame!

—¡¿Por qué?! —Guillermo continuaba zarandeando a Agus.

—Todo esto se puede arreglar… —contestó Agus intentando mediar con su labia—. Es todo un malentendido… Tengo contactos —le dijo en voz baja—. Podemos solucionarlo, primo…

—¡Nada se puede arreglar! —Un sentimiento de rabia demasiado fuerte se apoderó de él. Le dio un puñetazo en la cara tan fuerte que salió volando y aterrizó en la mesa de los Del Monte, otra familia de vinícolas.

Ellos se levantaron de la mesa asustados, apartándose rápidamente.

Las copas de vino cayeron estucando la blanca mantelería con su color tinto escandaloso. Los centros de mesa quedaron malogrados, y platos y cubiertos cayeron al suelo.

Poco a poco, las familias de afectados por la terrible noticia de la falsificación de sus vinos, fueron cercando a los D’Arcy, a Agus, sobre todo. Su ira iba hacia él y no tanto hacia Guillermo.

Los de seguridad intentaron protegerles y también separarles antes de que Guille le volviese a golpear.

Pero Guillermo no quería que nadie interviniera. Quería reventar a su primo a golpes, porque él le había hundido la vida, se la había cambiado con sus decisiones y sus ardides, y ahora también afectaría la realidad de todos con sus acciones y con las revelaciones del vídeo de Lis.

Y en ese momento, oyó la voz de Gina:

—¡Mamá!

Guillermo se dio la vuelta y vio a su madre desfallecer entre los brazos de Gina, que intentaba que no cayese al suelo.

—¡Soltadme, joder! —gritó a los de seguridad—. ¡Apartadlos de mi vista! —les señaló a Agus y a Federico—. ¡Hacedlo antes de que los demás se les echen encima! —les ordenó.

Y se lo merecían. Se merecían los golpes y los insultos de quienes querían algo más que cruzar palabras con ellos, pero a la Ley no le importaba que tuvieras razón. Y más con representantes legales como Agus o su padre.

Guille pensó que debía centrarse en lo importante. Su familia.

Así que acudió a socorrer a su madre, que estaba siendo refrescada con agua y un pañuelo blanco por su padre, al que le temblaban las manos de los nervios.

La situación era espantosa. Nunca habían vivido nada con tanto estrés ni tanta intensidad, excepto cuando descubrieron el ardid en las bodegas de los Benet, y se lo creyeron de cabo a rabo, rompiendo una relación única y maravillosa entre ambas familias.

Ahora se había roto la familia real, la sanguínea. Y acababan de demostrar con sus actos, que no por ser familia habría mayor lealtad ni amor incondicional.

Así que Guillermo se aisló de los gritos, de los insultos, de los murmullos y del sonido de fondo del minidocumental de Lis que se emitía en bucle sin que nadie del escenario, encargados de sonido ni de imagen, pudieran hacer nada para evitarlo.

Lo primero era llamar a la policía para que detuviesen a Agus y al tío Federico. Después retiraría a sus padres y a Gina de ahí. Les daría cobijo y calma para que intentaran asimilar lo que había sucedido.

No lo asumirían en una noche, pero les ayudaría a hablar.

Quince minutos después, con Elena más recuperada de su desmayo pero aún en shock, los D’ Arcy se habían retirado, aislados en un lugar trasero en el escenario.

El alcalde había pedido que la fiesta continuase, y que las consecuencias de todo lo que Lis había revelado se tratasen a partir del día siguiente, para no perder el favor de Dionisio y todas sus bendiciones a sus tierras.

Todos allí eran muy supersticiosos con el tema de Dionisio y de los vinos, y como se dedicaban a eso, prefirieron continuar la fiesta, aunque con un clima totalmente enrarecido. Las denuncias llegarían a la mañana siguiente, a tropel.

Guillermo se miraba el puño enrojecido de nuevo y abierto. Les había cruzado la cara a Lisandro, primero, y después a su primo, pero no se había quedado a gusto.

Lo de esa noche se iba a recordar en Haro de por vida. Como una cicatriz.

Raúl se acercó a la madre de Guillermo y le ofreció un Lexatin.

—Tome, señora D´Arcy —le dijo compasivo—. Pronto se encontrará mejor. Todo pasará, ya lo verá. En la vida todo pasa.

Ella dijo que no con la cabeza, como si no estuviera de acuerdo del todo, pero aceptó el calmante y se lo tomó acompañado de un sorbo de un vaso de agua.

—Y todo llega —musitó ella—. Y todo cambia —añadió.

Guillermo la escuchó con tristeza, pero sabiendo que era una verdad como un templo.

Ahora les había llegado a ellos. Y eso cambiaría muchas cosas.

Después, Raúl se acercó a Guillermo y se colocó frente a él.

—Lis nunca habla por hablar, Guillermo. Te avisó.

—Sí, lo sé. Tampoco la he detenido.

—¿Y ha sido como esperabas?

Guille dejó escapar el aire entre los dientes con gesto cansado.

—Ha sido más de lo que esperaba. Pero no puedo decir que no nos lo merezcamos. También estoy al día con el tema de las comisiones de venta contigo, Raúl. Lamento que hayas tenido esas condiciones…

A Raúl le sorprendió su disculpa.

—No soy el único. Muchos bodegueros han tenido presión con Agus.

Guillermo asumió su culpa. Todos debían asumirla, incluido su padre.

—Lo solucionaremos. En cuanto estemos más tranquilos, concertaré una reunión con todos y también contigo, obvio. Y arreglaremos los desajustes. Lamento lo que ha pasado.

A Raúl sus disculpas le parecieron muy auténticas, y Guillermo le pareció muy conciliador. Era bueno que los D´Arcy hubieran abierto los ojos.

—Estaré a tu disposición cuando digas.

—Sí, ahora lo que quiero es hacerme cargo de Agus y del tío Federico…

—Los tenían resguardados los de seguridad —explicó Raúl—, pero ya no veo que estén con ellos.

Guillermo se dejó de apoyar en el altavoz y todo su cuerpo se tensó, como si fuera una mala noticia.

—¿Cómo que ya no están con ellos? He llamado a la Policía para que se los lleven bajo arresto.

Gina lo oyó, dejó a su madre en buenas manos con su padre y con gesto asustado dijo:

—¿No están? ¿Se han ido?

—Sí —contestó Raúl con la misma expresión—. Pero no huirían de la ley… Además —supuso—, deben estar localizables y…

Gina abrió los ojos negros, con miedo, sujetó a Guillermo por los antebrazos y espetó:

—Es Agus. Ya has visto cómo actúa, Guille… No tiene nunca buenas ideas. Es vengativo y es malo —reconoció.

Guillermo frunció el ceño intentando leer mentalmente a su hermana, pero inmediatamente supo por dónde iban los tiros. Si para Agus y el tío había un modo de detener todo aquello, era coaccionando o haciendo algo peor a la fuente de información, a la que había orquestado y recopilado todas las pruebas.

—Lis… —susurró. Su rostro se cubrió de sombras y un brillo acerado centelleó en sus profundidades negras.

—¡Hay que ir con ella! —ordenó su hermana.

—¡Vamos!

Guillermo salió corriendo de detrás del escenario y fue a por su coche. De repente, un miedo helado se instauró en su pecho y opacó cualquier otra emoción existente.

Raúl y Gina iban tras él, y se sentaron en la parte de atrás del Mercedes.

Guillermo salió de allí derrapando, porque la distancia podía ser demasiada y estaban convencidos de que Agus iba a ir a por Lis.

Debían llegar a tiempo antes que el Diablo.

¿Cómo debía sentirse una después de lograr su propósito más ansiado? ¿Cómo debía sentirse después de ponerlo todo en su lugar?

Lis no estaba segura de ello, porque no acababa de identificar las emociones que la embargaban.

Felicidad, paz, emoción, rabia… aún le quedaba rabia dentro. Le hubiera encantado coger el micro y decirles a todos esos lerdos que se habían dejado engañar, y que eran muy fáciles de manipular. Los hubiera mirado a los ojos y les habría dicho: «¿Quién va a devolver a mis padres todo lo que les han quitado?». Pero no hizo nada.

Se fue.

Se había convencido de que, una vez consumada la venganza, se encontraría mejor.

El odio se había ido y también la inquina, pero con ellos también había llegado un vacío que no se podía llenar solo con la alegría de haber dado un golpe sobre la mesa.

Le perseguían los rostros de Guillermo y de Gina al saber toda la verdad, la exclamación ahogada de Elena al desmayarse, los ojos llorosos y la furia de Carlos D´Arcy al advertir que los traidores no habían sido sus mejores amigos, sino los propios miembros de su familia. No sabía cómo iban a superar todo aquello, porque el golpe era directo al orgullo y a la raíz de sus supuestos valores familiares, de los que tanto alardeaban.

Como fuera, ya no debía importarle a ella. Lis no quería nada de los D´Arcy, suficiente daño le habían hecho ya como para preocuparse por ellos.

Pero la verdad era que no se quitaba esas imágenes de la cabeza.

Al salir de la fiesta, en vez de compartir su victoria con los suyos, había decidido alejarse y encontrar algo de sosiego en un lugar al que no había ido todavía, porque no había tenido valor.

Cuando murió Nisia, la enterraron frente a la cabaña, en el Meridiano. Ella y su hermana hicieron un entierro para las cenizas de su perra Collie. Enterraron la urna frente a la caseta y le hicieron un cerco de piedra con una cruz en el centro. No era muy grande, pero sí se veía.

Sin embargo, allí ya no había piedras, ni cruz. Las habían quitado. No habían respetado ni a su preciosa perra, a la que Guille y Gina adoraban y la trataban como si fuera suya. Una perra que también quería muchísimo a Guillermo.

¿Se acordaría él de eso? ¿Por qué no habían respetado el homenaje de Nisia?

Lis se encontraba sentada, con el largo de su vestido bicolor recogido alrededor de sus piernas, sobre el punto en el que se suponía que debía estar la urna enterrada de su perra. Se veían bien las estrellas y a la luna aún le quedaba una semana para estar llena por completo.

Echaba de menos a Nisia. Murió de viejecita, cuando ella más la necesitaba, la verdad. Pero era ley de vida. Y aunque fuese ley, como en muchos casos no era justa, dado que la echaba de menos todos los días.

Y entonces, Lis empezó a llorar… No supo exactamente cuál fue el motivo. Tal vez era una suma de toda la tensión, toda la presión, el estrés, y las emociones excesivamente maniatadas por tantísimo tiempo, que acabó por salir todo como una tormenta, a través de sus ojos. Estaba probando lágrimas que sabían a pasado, a escondites, a risas melancólicas... La conciencia la golpeaba con la evidencia de que aquellos días ya no volverían, de que los había despedido con más amargo que azúcar, aunque en aquel tiempo ella creyese que todo era muy dulce. Y ahora, todo a lo que se había agarrado en su presente, en los nueve años de exilio en Icaria, todas esas emociones convertidas en motor de su día a día, habían desaparecido. Ya no tenían razón de ser.

Lis había liberado el honor de su familia, secuestrado por prejuicios, poco juicio y demasiado orgullo.

¿Y ella? ¿Qué pasaría con ella? ¿Sería capaz de liberarse también?

—Hola, perra.

Lis entornó la mirada y se levantó lentamente del suelo. En cierto modo, casi de manera intuitiva, como si después de investigar tanto tiempo supiera cuál era el modo de proceder de un mitómano egomaníaco como él, Lis se enfrentó al artífice de todo su dolor y de toda su agonía.

Agus estaba frente a ella.

De alguna forma, lo esperaba. Sabía que se enfrentaría a él. Que él vendría, porque no soportaría que lo expusiera de ese modo, porque un tipo con tanto ego, que se creía intocable, no podía permitir que lo único que nunca pudo tener se riese de él de ese modo, que lo descubriese y mostrase toda su mierda interior.

—¿Cómo sabías que estaba aquí? —le preguntó Lis un poco asustada por lo que pudiera pasar. Agus era abusivo y agresivo, de eso no había ninguna duda.

—Me imaginé que, después del espectáculo, los Benet estaríais juntitos en vuestra casa, celebrando vuestro éxito tardío. Pensaba ir para allá… pero tengo el sistema de cámaras de los viñedos instalado en mi móvil y me manda avisos cuando detecta un individuo cerca de las vallas de nuestros condominios a horas en las que no debería haber nadie. Y te he visto —sonrió como un loco.

Dios, estaba tan enfadado…

Lis lo podía suponer. Suponía que las ansias de Agus de controlarlo todo lo convertían en un obseso de las aplicaciones de espionaje. Ella miró alrededor disimuladamente. Si tuviera que huir, si tuviera que correr, ¿hacia dónde se dirigiría?

—No busques una salida aquí. No la hay. No hay nadie. He apagado las cámaras de nuestro terreno sin más desde aquí. —Sacudió el móvil negro que llevaba en la mano—. Y las cámaras de tu padre no funcionan. Vale un dineral arreglar todo el sistema y estáis en la ruina. Así que —se mordió el labio inferior y la miró de arriba abajo—… estás sola.

No, pero Lis no estaba sola. Puede que sí físicamente, pero las cámaras funcionaban porque ella las había mandado arreglar, no obstante, eso Agus no lo sabía. No sabía el despliegue que había llevado a cabo para sanear todo el terroir y volver a hacer funcionar lo que él y su boicot habían roto en su Oasis. Ni se lo imaginaba. Su sistema enviaría a su hermana y a sus padres la misma advertencia en forma de notificación que él había recibido en su móvil. Ellos sabían que estaba allí, solo tenían que tener el móvil a mano.

—Todo esto lo has hecho tú, ¿verdad? Lo que ha pasado ahí, en la fiesta de Dionisio… ¿Estabas ahí? ¿Por eso vas así vestida? —Agus se intentaba reír de ella, pero estaba demasiado asustado y furioso.

—Haces demasiadas preguntas, Agus.

—Sabía que tenías que volver —espetó con rabia—, pero no imaginaba que me ibas a tocar tanto las pelotas, Lis.

—No, claro que no. Tú hubieras querido continuar con tu farsa, manipulando a toda la gente de tu alrededor para dejar que tu maquiavelismo se nutriera de las desgracias de los demás, desgracias que tú mismo provocabas. —Lis le dirigió una mirada de desprecio que sabía que le molestaría—. Eres oscuridad, Agustín.

Él dio un paso al frente y la agarró con fuerza de la muñeca, retorciéndosela.

—¿Tú crees que puedes venir aquí a hacerme esto y que no haya consecuencias?

Ella se intentó zafar de él y lo encaró.

—¿Y tú crees que todo lo que has hecho contra mí y contra mi familia no iba a tener represalias? ¿De verdad lo creías? Has podido engañar a los D´Arcy todos estos años, pero a mí no. Yo te veía desde siempre. Sabía lo que eras.

Él alzó el mentón y sus labios se estiraron dibujando una sonrisa desigual y llena de sombras. Agus no era un hombre guapo. Pero su porte y su apariencia podían hacerle atractivo, si no fuera porque era tenebroso, como su mirada.

—Tú a mí nunca me has visto, Lis… Tú solo tenías ojos para Guillermo. Nunca me miraste.

—Dilo, Agus… —lo pinchó—. Dilo de una vez, si tienes narices.

Ella ya sabía lo que le pasaba a Agus. Siempre lo había intuido. Tenía mucha envidia de su primo y quería todo lo que él tenía. La quería a ella solo por desear lo mismo que él y poder arrebatárselo.

Lis siempre supo que Agus la miraba de un modo extraño. De ese modo que puede hacer sentir a una insegura y cohibida. De esa manera que una no quiere que la miren porque no se quiere violentar.

—¿El qué, Lis? ¿Te digo la verdad? La verdad es que Guille tuvo que creerte a ciegas si tanto te quería, y debería haberme roto la boca a puñetazos cuando te vio en La Fonda aquel día… Pero mi primo es Don Correcto y es gilipollas. Si hubieses estado conmigo y las tornas se hubiesen cambiado —la zarandeó de nuevo—, yo mato a golpes a mi primo ahí mismo. Pero, no… ¡Lis solo tenía ojos para Guillermo! —La lanzó al suelo y Lis cayó de espaldas. Agus corrió a subirse encima de ella, a horcajadas, clavando las rodillas a cada lado de sus caderas para imposibilitarle que se levantara—. No importaba lo que yo hiciese. Solo tenías a Guille en la boca y solo tenías ojos para él. Pero eso ya da igual —intentó romperle el vestido pero Lis le abofeteó la cara, y Agus, en respuesta, le dio un puñetazo.

Lis gritó y se colocó de lado, cubriéndose el pómulo con la mano. Le dolía. El muy hijo de puta era acosador, agresor y, si le dejaba, violador. Pero Agus tenía tantas cámaras encima que no saldría de la cárcel en años, hiciera lo que le hiciese.

—¡¿Cómo has averiguado todas esas cosas?! —La agarró del pelo y le levantó la cabeza—. ¡¿Cómo has sabido lo de la empresa de Logroño y lo de Atzulin! ¡¿Cómo descubriste todo lo que le mandé hacer?! ¡No lo entiendo! ¡¿Sabías lo de la levadura, lo de los bidones, las plagas...!? —Era como si su cerebro estuviera sobrepasado—. Me vas a contar ahora mismo cómo has llegado a tener pruebas de todo, o te ahogo aquí mismo, Lis y me llevo tu cuerpo para que nunca lo encuentren. ¡Dímelo!

—¡No te lo diré jamás!

—¡¿Y cómo habéis dado con Lisandro tan rápido?! —Estaba que no se lo creía.

—¡Jódete, Agus! —Lis se echó a reír envalentonada—. ¡Nunca podrás comprar ni chantajear a los que me han ayudado, porque todos están y estarán a salvo de ti! ¡Has perdido!

—¡Que me lo digas! —Le levantó la mano de nuevo, pero el golpe no llegó.

Lis vio una sombra gigante cernirse sobre Agus, detrás de él.

Era D´Arcy y jamás lo había visto así de enfadado. Y supo que lo que le hizo a Lisandro, era solo un juego de niños con lo que le apetecía hacerle a Agus.

Guillermo había ido corriendo a casa de Lis, acompañado por Raúl y Gina.

La sorpresa mayúscula que los Benet se encontraron al ver allí a los D’ Arcy y al señor Castillo fue tremenda. Pero, sobre todo, fue Caty la que tuvo que reaccionar a las prisas de Gina y a la cara de asustados que mostraban Guille y Raúl.

Guillermo les había intentado tranquilizar prometiéndoles que pronto les explicaría lo que estaba pasando, pero que primero necesitaban encontrar a Lis.

Caty fue la que contestó y reaccionó a tanta urgencia. Les dijo que Lis le había escrito diciendo que todo estaba hecho, y que necesitaba estar un rato a solas. Que necesitaba estar un rato en el viñedo a solas. Sin embargo, el nuevo sistema de cámaras la habían grabado en El Meridiano, en el punto que se enterró a Nisia.

Así que Caty no dudó en acompañarlos en coche. A través de las cámaras de Caty habían visto que Agus había dado con Lis.

Guillermo corrió como loco para llegar antes que nadie. Corriendo lo hizo solo en ocho minutos. Mientras que Raúl y los demás debían bordear el terreno con el coche y entrar por el sendero del Meridiano.

Cuando Guille llegó hasta ellos, se volvió loco. No podía ver más allá de la ira que lo consumía contra su primo.

¡Se había atrevido a alzarle la mano a una chica! ¡A Lis, otra vez!

Lo agarró del brazo y lo echó hacia atrás, apartándolo de Lis y haciéndolo caer al suelo.

—¡Hijo de puta mentiroso! —Guille le golpeó en la cara de nuevo. Agus se lo intentó quitar de encima pero Guille sentía que había cazado a su presa y no la pensaba soltar—. ¡¿Qué crees que estás haciendo aquí, eh?! —le daba puñetazos con una mano y con la otra. La cabeza de Agus iba de un lado al otro.

Lis seguía en el suelo, pero se había incorporado y estaba sentada, apoyada sobre las palmas de sus manos extendidas a su espalda. Aturdida por el golpe.

—D’Arcy…

Guille no paraba. Lo veía todo rojo. Nunca había tenido deseos de castigar a nadie violentamente o de matar, pero en ese momento dudaba de que nadie pudiera detenerlo.

¡Que ese cabrón iba a darle un puñetazo a Lis!

—¡D’Arcy! —Lis lo llamaba, pero era como si oyera llover.

Era un animal. Se le había ido toda la caballerosidad y la deliciosa educación al garete. Agus estaba ya medio inconsciente, si Guille seguía apalizándolo, podía pasar algo mucho peor.

—¡Guillermo! —le gritó con todas sus fuerzas hasta que se le saltaron las lágrimas.

Guille levantó la cabeza como un perro avisado por su dueña, y se la quedó mirando fijamente, aturdido y medio desorientado.

—Deja de pegarle… —le pidió cogiendo aire—. Ya está inconsciente…

Los ojos negros de Guillermo estaban más dilatados, y le daban un aspecto salvaje y casi místico. Las hebras largas de su pelo negro cubrían su rostro y rozaban sus pómulos. Entonces parpadeó y se fijó en la marca rojiza de su cara.

—Él te ha pegado… —murmuró como si le doliera. Alzó el puño de nuevo con un grito pero fue Raúl quien, seguido de Caty y Gina, detuvo a Guillermo y lo agarró para apartarlo de Agus.

—¡Joder, qué fuerte es! —gritó el rubio sin apenas poder sujetarlo—. ¡Chicas, ayudadme!

Gina y Caty lo obedecieron, intentando tranquilizar a D’Arcy, que aún quería alcanzar de nuevo a Agus y arrastraba a los tres, aunque tuvieran los pies clavados en el suelo.

—¡Guille, estoy bien! ¡Para ya! —le gritó Lis.

Guille se detuvo y se obligó a tomar aire para serenarse. Gina le hablaba en voz baja para hacerlo regresar a sus casillas y, poco a poco, por fin entró en razón.

Al final, dijo con la voz ronca, cogida por la ansiedad:

—Llamad a la policía. Raúl, no dejes que se levante.

—Ese cerdo va a comer suelo hasta que vengan los agentes. Te lo juro —aseguró el rubio.

—Que se lleven a este miserable. Yo voy a llevar a Lis al hospital. Pero luego vengo, tendré que prestar declaración.

—No me vas a llevar al hospital —repuso Lis intentando levantarse. Pero no pudo hacerlo por sí misma. Guillermo ya estaba frente a ella, veloz como una gacela, y la había levantado para después cogerla en brazos como si no pesase nada.

Ella se quedó sin palabras.

—Si no te llevo al hospital, te llevo a tu casa, pero no vas a caminar. Ahora vengo —les dijo a los demás.

—Caty, por favor —le pidió a su hermana—. Dile que pare.

—Yo no voy a abrir la boca —aseguró Caty—. Todavía estoy alucinando. Lo he grabado en móvil, tata… Se lo enseñaré a la policía.

Lis la miró con orgullo, pero ya sabía que las cámaras también lo habían grabado todo.

—Que alguien le toque el cuello al engendro, a ver si tiene pulso —pidió Lis. Guille había usado su cara como punchingbag.

—No tiene pulso, porque no tiene corazón —juró Gina mirando con desprecio a Agus, que empezaba a mover los pies. Señal de que vivía.

—Llamad a la ambulancia —sugirió Guillermo a regañadientes—. Si se muere, no pagará ni irá a la cárcel. Se merece que todos sepan lo mierda que es.

Y así, ante la intensa mirada de los tres, Guillermo cargó con Lis en brazos y dejó tras él un lienzo de violencia y estupefacción, con un drama familiar solucionado a puñetazos.

No habían ajustado cuentas del todo. Porque alguien como Agus se hubiera merecido recibir veinte directos más.

Capítulo 2

Era muy surrealista. Jamás, en sus más locas ecuaciones, hubiera imaginado que esa noche tendría ese desenlace. Sabía que tarde o temprano Agus iría a por ella, incluso había intuido que esa misma noche, si no lo detenían, él se vengaría. Pero había infravalorado su nulo autocontrol y su locura egocéntrica y sociópata. A Lis le dolía el pómulo, aunque no había sido un golpe demasiado grave. Pero más le dolía el orgullo al verse alzada así por D’Arcy y llevada como una princesita hasta su casa. No tenía ningún sentido aquello, y menos sentido tenía el sentirse bien y agradecida. Encima, no podía dejar de temblar. Su cuerpo se sacudía incontrolablemente.

D’Arcy había ido a salvarla como un guerrero, como un animal que no razonaba defendiendo a sus crías. Había sido increíble verlo en acción.

Miró su perfil furtivamente. Estaba tan serio, aún tenía el ceño fruncido como si todavía estuviera golpeando a Agus en su mente.

—Puedes bajarme —le dijo—. Solo me ha dado en la cara y ha sido una vez. No me duelen las piernas.

—Estás temblando como un flan. Tienes espasmos.

—Ha sido de la impresión, se me pasará.

¿A ella se le pasaría? Pues a él no.

—Pesas muy poco, Benet. ¿No te han dado de comer donde hayas estado viviendo?

—Yo me alimento sola, gracias. Y como mucho. Lo que no entiendo es por qué tú eres tan grande. ¿Dejas comer a los demás?

Guillermo sonrió internamente. Le había recordado a la Elísabet de años atrás.

—Agus desconectó la aplicación de las cámaras en cuanto llegó a La Hacienda. Por eso no he podido llegar antes —explicó Guillermo—. Pero, gracias a Dios, Caty te había visto en las cámaras vuestras.

—Te pasaré el vídeo. Creo que todos necesitáis ver a ese Agus en acción. Y escuchar lo que dice.

A Guille no le hacía falta ver el vídeo. No quería pasarlo mal viendo cómo ella era agredida. Pero entendía que, cuando a un ser avieso y villano como era su primo le sacaban la máscara, todos debían tener la valentía de ver su verdadero rostro.

Guille continuó en silencio, andando muy lentamente. Como si no tuviera prisa por soltarla.

—¿Y tu tío? ¿Y Atzulin? —preguntó Lis—. ¿Sabéis dónde están?

—Los de seguridad del evento eran amigos de Agus y los han dejado marchar. No están obligados a retener a nadie, porque no tienen esa potestad. Así que, ahora mismo, mi padre ha dado la voz para que vayan a detener a mi tío y vayan en busca del rumano.

Lis se quedó meditabunda y exhaló observando las estrellas. Estaba incómoda, necesitaba agarrarse al cuello de Guillermo.

—Cógete bien, Benet. Aprovéchate ahora. —La miró de soslayo, tomándole el pelo.

Ella se sujetó a su cuello y él la recolocó contra su pecho.

—Esto es ridículo. Puedo caminar.

—No seas pesada. Deja que te ayuden, no es nada malo.

—Es posible que Agus o tu tío ya hayan advertido a Atzulin y él se esté escapando.

—Si huye, tarde o temprano lo cazarán. —No tenía ninguna duda, aunque deberían tener paciencia y andar con mil ojos. Estaba comprendiendo el tipo de personas que había tenido alrededor, y eran peligrosas y sociopáticas, así que no podrían bajar la guardia hasta que todo estuviera bien atado y solucionado—. ¿Cómo lo has descubierto todo, Lis? ¿Cómo sabías tantas cosas? ¿Me lo puedes decir, por favor?

Fue el tono que usó para preguntárselo el que hizo que Lis dejara las intrigas para otro momento. Al fin y al cabo, todo se había revelado y era normal su curiosidad.

—¿Te acuerdas de Nicoleta?

Guillermo se detuvo un momento con Lis en brazos. Y ella le dijo:

—No te pares como las viejas. Camina —lo urgió.

—¿Nicoleta? ¿La esposa de Atzulin?

—Sí —contestó Lis.

—Recuerdo que tú decías que siempre le veías cardenales en los brazos, aunque ella se obligaba a ir siempre bien cubierta.

Lis asintió. Recordaba a Nicoleta de joven. Tenían las misma edad y ella ayudaba en las tareas del Oasis, cuando su marido, Atzulin, diez años mayor que ella, trabajaba para los dos viñedos, los D’Arcy y los Benet.

—Nicoleta tenía mi misma edad y Atzulin era mayor que ella. Me llamaba la atención su comportamiento. Y siempre intuí algo. Estaba segura de que su pareja la maltrataba.

Guillermo recordaba eso a la perfección. A Lis le preocupaba mucho esa chica, pero él siempre creyó que exageraba.

—Cuando me fui de Haro, le quise dar mi teléfono por si ella necesitaba pedir ayuda en algún momento. Ella, como le sucede a la gran mayoría de mujeres víctimas de violencia machista, me lo negaba, y aseguraba que a ella no le pasaba nada. Pero me dijo que las llamadas de su teléfono las controlaba Atzulin. Así que le escribí mi email en un papel, y le dije que lo guardase, y que si en algún momento necesitaba hablar, que me escribiese. Podría ir a un locutorio sin que su marido la controlase.

Guillermo carraspeó reprochándose a sí mismo el haber sido tan poco observador. Lis no se rendía. Si veía algo injusto, lo tenía que denunciar o, al menos, involucrarse para ayudar. No era nada indiferente.

Por eso Guillermo no podía olvidarla. No se avergonzaba de ello ni se asustaba al darse cuenta de las emociones que aún tenía por esa mujer. Emociones que nunca se habían ido, ni siquiera al creer que lo había traicionado.

Ahora, las asumía y se responsabilizaba. Todo lo que no había hecho en años, lo haría.

—Y te escribió —sentenció Guillermo.

—Sí —contestó—. Me escribió hace dos años y me dijo lo que yo ya sabía. Que era una mujer maltratada y que su marido le daba mucho miedo, que cada vez la tenía más amenazada. Que él había cambiado mucho con los años y que no le gustaba lo que hacía. Pero no podía decirme nada, solo me lo explicaría todo si yo la ayudaba. Y para hablar, tenía que estar lejos de él. Es importante que nunca se sepa que ha sido ella quien me ha dado la información, porque sería peligroso para Nicoleta —le pidió.

—Por supuesto. No diré nada.

A Guillermo aquello cada vez le parecía más serio. Ahora entendía porque hacía tanto tiempo que no veía aparecer a Nicoleta por los viñedos.

—Atzulin dijo que la había enviado a Rumania con los hijos. Que echaba mucho de menos a su madre —repuso él.

—No es cierto. Yo le dije a Nicoleta lo que tenía que hacer. Ella no estaba casada, en realidad. Atzulin la obligó a hacer una ceremonia sin validez legal y se la trajo a España. Es bebedor y un maltratador. Le pegaba a ella y también, con el tiempo, a los niños. Tenían que salir de ahí como fuera.

—Joder…

—Ella se enamoró de él al principio. Pero como todo en los maltratadores, era todo mentira. Así que, cuando me contó, decidí pagar de mi bolsillo su viaje a su país, a ella y a sus hijos. Se irían a vivir con su hermano, y su familia la protegería. Me aseguró que sus hermanos matarían a Atzulin si se atrevía a asomar la cabeza por su casa. Ella había sido la pequeña de la familia y sentían que un depredador se la había llevado. Así que Nicoleta se levantó una mañana temprano aprovechando que Atzulin había ido a trabajar, preparó una bolsita con pocas cosas necesarias para el viaje para los tres, dejó todas sus pertenencias aquí en España, y se fue al aeropuerto a coger un vuelo para regresar a Brasov, solo con lo puesto.

—¿Y le pagaste los viajes sin saber si ella te iba a hablar de lo que sabía?

Lis miró al cielo de nuevo y se encogió de hombros.

—Lo hice pensando que iba a hacer algo bueno, me revelase lo que supiera o no. Era una mujer que necesitaba ayuda. Si podemos, entre nosotras, tenemos que ayudarnos cuando nadie lo hace.

Él la miró intensamente.

Lis Benet. Esa era ella. Altruista, generosa, resiliente, defensora de los derechos humanos y buena de corazón.

Sin querer, Guillermo la apretó más contra él, para sujetarla mejor. Aunque en el fondo, lo hizo porque no quería dejarla marchar nunca más.

Sin embargo, Lis era un pajarito libre, y se iría cuando quisiera.

—Una semana después de su llegada a Brasov, Nicoleta cumplió su palabra y me volvió a escribir. Y empezó a explicarme todo lo que sabía. Atzulin bebía, y cuando bebía no solo le daba por levantar la mano, también largaba todo por la boca. Así que Nicoleta se quedaba con todo lo que le revelaba. Y me lo contó a mí. Atzulin cobraba muchísimo dinero negro. En su casa entraban sobres y bolsas con billetes en efectivo. Y ella no los podía tocar porque los guardaba en una caja fuerte cuya clave solo conocía él. Le preguntó a Atzulin de dónde venía ese dinero y él le decía que de negocios con el señor Agustin. Pero no le contaba más, excepto cuando bebía… Ella le preguntaba, porque tenía miedo de que ese dinero les metiera en problemas, y él se ponía violento, pero aun así, ebrio, le contaba… Atzulin trabajaba con los dos viñedos al principio, pero su falso chivatazo lo hizo ascender en las viñas D’Arcy e hizo entrar la primera bolsita de dinero en su casa. Lo que no sabía nadie era que él, que entonces tenía acceso también a nuestro viñedo, fue quien metió las botellas y manipuló nuestro ordenador para que todos creyeran que nosotros éramos los piratas. Y lo hizo por orden de Agus. Después de eso, tu padre lo nombró jefe de vinícolas en vuestro viñedo, y con el tiempo, Agus lo captó para que también manejase su empresa de Logroño. Atzulin tenía gran habilidad para moverse sin que nadie le viera, y empezó a alterar el terroir de mi padre cada año. Intentó infectar el suelo, destrozó la bodega con otra levadura, estropeó los bidones, rompió el sistema de calefacción de la vid y, obviamente, destrozó el sistema de seguridad de vídeo que rodeaba nuestro terreno. Todo eso lo hizo Atzulin. Lo puedes escuchar en el vídeo, mientras tu primo intenta agredirme. Se vuelve loco cuando le digo todo lo que sé. Se asusta tanto que…

—Él no te pega porque se asuste. Te pega porque es violento y un abusador. Por eso.

—Sí, es cierto. Siempre lo ha sido —reconoció—. Solo que siempre podía desahogar sus instintos haciendo el mal de modos más sibilinos. Hasta que lo desenmascaran. Entonces, cuando cree que nadie le ve, sale su monstruo. El monstruo que le consume y que en realidad es.

D’Arcy no sabía qué decirle. Estaba todo dicho. Todo claro. Lo único que faltaba era saber el grado de implicación del tío Federico.

—Nicoleta me dio la dirección de la casa de Atzulin. Debería registrarla la policía. Hay mucho dinero negro ahí, todo pagos de Agus por los servicios de su delincuente particular.

—Mi padre ya habrá dado la orden de que vayan a buscar a Atzulin a su casa. La registrarán entera.

—Está todo en la caja fuerte y en los altillos del pasillo —aseguró, recordando lo que Nicoleta le había dicho—. Y también me habló de algo relacionado con los jornaleros de La Hacienda D´Arcy. Me dijo que esa había sido la razón por la que habían jodido a mi padre. Que estaba todo relacionado, pero no me supo decir cómo lo estaba. Eso, tal vez… —carraspeó—, deberías averiguarlo tú —murmuró mirándolo de reojo.

Guillermo tenía mucho trabajo por hacer en cuanto dejase a Lis en su casa, descansando y a salvo.

—Ni lo dudes. Me pondré con ello de inmediato.

—Y también me dijo algo más.

—¿Más todavía? ¿El qué?

—Y esto creo que no te va a gustar.

—Nada de lo que me has contado me ha gustado, Benet. ¿Qué puede haber peor que todo lo que me has dicho? —se rio sin ganas.

—Me dijo que según Atzulin, Agus y Federico iban a planear algo para quedarse con más de la mitad de la empresa. Pero no sé nada más.

Guillermo apretó los dientes y tensó la mandíbula. Traidores, delincuentes y usurpadores. Eso habían tenido cerca. Tan cerca que no los había visto venir.

—De acuerdo. Todo apuntado y en mi cabeza. ¿Me pasarás el vídeo de la… agresión? —Es que lo pensaba y se le revolvía el estómago.

—Sí. Te lo pasaré. Pero, si vuelves al Meridiano, mi hermana también lo tendrá en el móvil. Tiene que estar asustada, así que, cuando se lleven a Agus, dile que vuelva rápido.

—Bien.

Se quedaron en silencio unos largos segundos, hasta que vieron las luces de la casa de Lis a lo lejos. Ya no quedaba casi nada para llegar.

—Benet, ¿crees que puedes hacerme un favor?