Orgullo y poco juicio 1 - Lena Valenti - E-Book

Orgullo y poco juicio 1 E-Book

Lena Valenti

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Beschreibung

Cuando Lis, la hija mayor de los Benet, una familia de viticultores del valle de Haro, decide regresar a su casa tras recibir la llamada de socorro de su madre, lo hace con dos objetivos en mente. El primero es rescatar de la ruina el viñedo familiar, pero el segundo lo lleva años planeando para vengarse de los D´Arcy y del acoso que llevaban sufriendo por su parte desde hacía años. Ella cree que lo tiene todo bajo control, el problema es que, para ajustar cuentas, tiene que enfrentarse a Guillermo el Oscuro, el hijo mayor de los D´Arcy y el responsable de que, en el pasado, ella huyera de Haro con el corazón roto.  Esta es una historia muy original, embriagadora, de mucho orgullo, empoderamiento, toneladas de emotividad, prejuicios y poco juicio en ocasiones y demasiada mala uva. Sensualidad, risas, lágrimas, amor, aventura y una trama que hará las delicias del lector.  Es Lena Valenti. Poco más que decir. 

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Primera edición: noviembre 2023

Título: Orgullo y poco juicio. Parte 1

Diseño de la colección: Editorial Vanir

Corrección morfosintáctica y estilística: Editorial Vanir

De la imagen de la cubierta y la contracubierta:

Shutterstock

Del diseño de la cubierta: Editorial Vanir, 2023

Del texto: ©Lena Valenti, 2023

De esta edición: © Editorial Vanir, 2023

ISBN: 978-84-17932-82-4

Depósito legal: DL B 19573-2023

Bajo las sanciones establecidas por las leyes quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro —incluyendo las fotocopias y la difusión a través de internet— y la distribución de ejemplares de esta edición y futuras mediante alquiler o préstamo público.

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

«Al igual que la gravedad, el Karma es tan básico que ni

siquiera nos damos cuenta».

Sakyong Mipham

Capítulo 1

Es una verdad mundialmente reconocida que una mujer no tiene por qué quedarse donde no la quieren, por mucho hombre irresistible, soltero y poseedor de una gran fortuna que bailotee como gato taimado a su alrededor.

Hacía mucho que Lis Benet no pisaba aquel pedazo de tierra.

A veces, la necesidad de olvido obligaba a una a alejarse de lo que más quería, sobre todo cuando lo que se quería hacía tanto daño.

Allí, en su casa, en aquel paraíso a casi mil setecientos metros de altura, en el norte más riojano ubicado en Haro, había corrido descalza entre sus viñedos, había hecho volar sus cometas y se había dejado perseguir por Nisia, su hermosa perra Collie. En aquel lugar de contrastes fríos y calientes, donde cada estación creaba un lienzo encantador e inigualable en el horizonte, Lis había ayudado a su padre a recoger sus uvas, había bailado sobre ellas, dentro de las enormes tinas de madera, saltando al son de las canciones más tradicionales de su madre. En los viñedos Benet se había dejado bañar por el sol en sus veranos, y también allí le habían robado su primer beso, con la luna como testigo y la brisa norteña como cómplice.

Coleccionaba recuerdos preciosos y entrañables, pero los dolorosos habían pesado más para tomar sus decisiones. Porque una no tenía por qué aceptar una bola de cristal con su mundo resquebrajado y roto en su interior por las acusaciones y las mentiras.

Hacía nueve años que se había ido. Pero el tiempo, allí, había hecho un pacto con Cronos y se había detenido.

Nada había cambiado.

—Puedes salir de los viñedos, pero el viñedo nunca saldrá de ti —repitió en voz alta, sin perder de vista el modo en que el sol se escondía en el atardecer. Eso se lo decía su abuelo y, como un mantra, la misma frase colgaba de un enorme rótulo de madera en el salón de la Masía familiar.

El vino siempre corre por la sangre. Era un dogma que Lis podía certificar. No le cambiaría ni un punto ni una coma.

Cuando se fue, nueve años atrás, lo hizo llena de rabia y de pena. Primero; porque abandonaba el lugar en el que durante la mayor parte de su vida fue muy feliz. Segundo; porque los últimos meses allí la llenaron de frustración, decepción y desesperación, y eso hizo que en su fuero interno, unas inusitadas ansias de venganza arraigaran fuerte, como arraigaba la vid en suelo franco.

Y aquella semilla vindicta había echado raíces.

Lis estaba ahí por una razón.

Temía y deseaba el instante en que aquello ocurriera. Lo temía, porque sabía que el orgulloso de su padre lo pasaría muy mal, se sentiría avergonzado de su situación y sería un trago muy amargo para él el pedir ayuda. Y lo deseaba, porque Lis siempre supo que lo sucedido tiempo atrás desembocaría en lo que acontecía en el momento actual, y el tiempo le había dado la razón.

Cuando recibió la llamada de su madre, supo que el punto de inflexión había llegado. Necesitaban que regresase a la finca, porque había algo muy serio de lo que hablar. Y ella, como la hija mayor, debía estar ahí.

Ante sus ojos tenía veinte hectáreas de viñedo, bañados por la luz xántica del ocaso. Los rayos solares perfilaban las hojas de la vid y jugaban haciendo transparencias en una parte de las uvas garnacha, dándole todo tipo de tonalidades moradas y borgoñas.

Pero el viñedo no estaba sano ni en buen estado y esas uvas no se podrían aprovechar para un buen vino. No era la primera vez que les sucedía. Su madre le había explicado las dificultades que habían tenido en las cosechas de los últimos años y el poco vino que habían podido extraer. Una bodega vivía de la producción de su vino, y si no se vendía vino, empezaban las dificultades económicas y la quiebra.

Aquel era el panorama del viñedo Benet.

Y Dios…, la reventaba por dentro. Aún le dolía ver su paraíso así.

Durante años, intentó hablar con su padre para que aceptase su dinero, su ayuda. Sabía que lo estaban pasando mal y que no conseguían remontar. Pero el señor Benet era testarudo y orgulloso.

A ella, en cambio, la vida le había ido muy bien después de irse. Seguía dedicándose al mundo del vino, pero a su manera, la única en la que había creído que podía seguir amando la vinicultura; lejos de los viñedos y la competencia entre marcas, y encontrando algo mucho más creativo, saludable y más… original.

Estudió para formarse y se pasó mucho tiempo primero entre otros viñedos y después entre laboratorios, con una idea fija en su mente. Una idea que una vez se licenció, fructificó.

Había creado su propia empresa en Icaria y desde allí obraba su magia.

Cuando empezó con el negocio sabía que iba a funcionar, porque Lis conocía perfectamente el perfil de los consumidores más elitistas de vino y entendía lo que buscaban y lo que querían. Pagaban maravillosas locuras por lo que ella hacía.

No, la vida no le iba nada mal. Sin embargo, su padre no había aceptado ni un solo euro de su parte. «No quiero limosnas. Me las apañaré», le decía. Porque él se negaba a aceptar los cambios. Era un hombre hecho a la antigua, poco flexible y con poca predisposición a torcer el brazo, aunque era muy bueno y tenía un corazón enorme. El señor Benet no entendía por qué Lis quería ayudarlo desde la lejanía, lejos de casa, en vez de poder hacerlo a su lado, codo a codo con él para recuperar su tierra.

Lis siempre había sido su ojito derecho.

Su hermana Caty, ahora con veintitrés años, era el juguete de la familia, pero ella había sido como el hijo que el señor Benet nunca tuvo.

Además, Lis tenía un impetuoso espíritu y era una pequeña salvaje a la que le encantaba trepar a los árboles, correr con los perros y cuestionarse mil cosas. Su madre, la señora Benet, había aceptado que ni el rosa, ni los zapatitos ni las muñecas ni el pintarse las uñas iban a ir con ella, y asumía que siempre iba a ser más de su padre que de ella.

Desde pequeña, Lis había mamado bodega, viña, vid, racimos y uvas. Vivía fascinada con ese mundo y ayudaba a su padre en todo lo que podía. Le encantaba.

Sin embargo, quedaba muy lejos esa época en la que se podía ver complicidad y devoción entre ellos. El conflicto lo corrompió todo y su relación se había enfriado con el tiempo. Lis quería muchísimo a su padre, pero la distancia entre ellos provocaba que no se pudieran mantener la mirada demasiado tiempo. Al menos, no lo suficiente como para no empezar a echarse reproches y cosas en cara.

Y ahora estaba allí.

No iba a ser fácil, pero la llamada de su madre sonaba urgente y desesperada. Y al ver el estado del viñedo y de las bodegas, Lis podía comprender el porqué.

Parecía que todo tenía un punto de caducidad, como casi todo en la vida.

Viajó desde Icaria hasta España, aterrizó en el aeropuerto de Vitoria y, una vez allí, un taxi la llevó hasta la finca.

Su precioso cortijo había perdido muchos puntos fuertes con el paso de los años y el abandono por falta de sustento económico. La habían eliminado de las rutas de enoturismo, como si fueran los apestados de la Rioja Alta, pero aún conservaba algún punto mágico: tenía buen acceso por carretera, un buen sendero pavimentado y bien cuidado, una entrada coqueta, unas adorables instalaciones que deberían pintar, y un hermoso cónclave que vestía un lugar con muchas posibilidades, pero robadas por unos cuantos hijos de puta, porque solo se les podía llamar así.

Lis cerró los ojos y se obligó a mantener su furia bajo control. Pensar en todo lo que les había pasado y aún les sucedía por aquella injusticia y aquel ardid, le provocaba acidez de estómago.

Su familia había vivido durante mucho tiempo del vino. Ahora, parecía imposible que siguiera haciéndolo en esas condiciones tan desfavorables.

—¡Lis! ¡Hija mía!

Cuando se dio la vuelta, se encontró los brazos abiertos de su madre, que le sonreía de oreja a oreja y se emocionaba con su encuentro.

—¡Mamá!

Lis corrió a sepultarse en los brazos de su madre. Era una mujer que estaba en buena forma. Vestía de manera muy moderna, con tejanos, botas de equitación y una camisa blanca, y llevaba el pelo castaño cobrizo aún largo recogido en lo alto de la cabeza con un moño. Tenía unos preciosos ojos color whisky que hacían aguas con el sol. Todos decían que se parecían mucho, y era algo que a Lis le encantaba oír, porque su madre era una mujer hermosa. No importaba que estuviera pasando una mala situación económica, dado que su madre era el vivo reflejo de la elegancia y de la educación, y siempre iba de punta en blanco. Ella siempre decía que la actitud lo era todo. Y que el dinero no daba ni elegancia ni buen gusto, o se nacía con eso o no se nacía.

Y tenía razón.

—Estaba deseando que llegaras. ¡Déjame verte, cariño! —La sujetó por los hombros, la repasó de arriba abajo y sonrió muy orgullosa por lo que veía—. ¡Mi pequeña y sexi triunfadora! —La volvió a abrazar con fuerza y a llenarle las mejillas de besos.

—No digas eso, mamá.

—Sí que te lo digo, nena. Estás guapísima. ¡Mírate! ¡En qué mujer te has convertido! Icaria te sienta de maravilla. Pero, ¿cómo no iba a hacerlo? —se dijo a sí misma—. ¡Somos medio icarianos! ¡Esa isla siempre nos tratará bien!

Lis sonrió agradecida por los piropos. Era verdad que tenían sangre icariana. Sus bisabuelos por parte de su padre habían nacido allí. Después, con su conocimiento sobre el vino, viajaron a España para crear sus propias bodegas. Y así fue como empezó el legado vinícola de los Benet. Un legado que aún se sostenía, aunque fuera por los pelos. Pero Lis no se consideraba icariana. Se consideraba riojana y española. Aunque, en este caso, su tierra no la hubiese tratado bien ni a ella ni a su familia.

—¿Y mi hermana?

—¿Caty? Grabando vídeos por ahí. Desde que hizo el curso ese online sobre grabación de vídeos y no sé qué de las redes sociales, está todo el día pegada al móvil. No para.

—Ella también ha caído en esas redes. —Puso el brazo por encima de los hombros de su madre.

—De verdad, me parece que están todos atontados. Tienen la cabeza llena de pajaritos, ya lo sabes. Caty no es como tú. Ella tiene otros emprendimientos en mente… y se quedó aquí ayudando como podía… —puso los ojos en blanco, disconforme con la decisión de su hija pequeña. Sacudió la cabeza con consternación—. Me preocupa. Que a sus veintitrés años no sepa todavía qué hacer…

—Bueno, sí lo sabe —adujo Lis—. Le gusta grabar vídeos. Y es muy creativa. Y creo que tiene mucho potencial. ¿Quién sabe? Hoy en día, con una buena idea y mucha voluntad y talento, puedes ganar mucho dinero.

—Holgazanes. Así veo yo a la mayoría —contestó su madre sin ceder en su opinión—. A Caty no, porque la pobre madruga y hace muchas cosas y también invierte tiempo en sus vídeos… Pero, no quiero que mi hija pequeña crea que la vida se vive a través de una pantalla de móvil, mostrando una realidad que no existe.

Lis quería a su hermana. Era un poco soñadora, muy imaginativa y no tenía ningún tipo de malicia. Podían tomarle el pelo con facilidad. Pero no era tonta, al contrario, tenía talento y era muy inteligente.

—Venga, vamos adentro. —Su madre la abrazó fuerte por la cintura—. Estás delgada, cariño. Tienes que comer. En Icaria se come muy bien, ¿es que no te has alimentado?

—No estoy delgada, mamá —se echó a reír—… Y como muy bien.

—Ahora comerás mejor. Has dicho que te quedas para dos semanas, ¿no?

—Sí —Se quedaría hasta conseguir sus propósitos. Y tenía dos en mente.

—Bien —sonrió satisfecha—. Vamos a ver si consigo que cojas dos quilitos.

—Eso no va a pasar. ¿Dónde está? —preguntó Lis de repente.

—¿Tu padre? En el salón. Ya sabes…

Sí, ya lo sabía. Pero, aunque lo supiera, había algo inalterable en el tiempo. Enfadados o no, siempre tenía ganas de ver los ojos azul claro de su padre.

Y siempre quería verlo a él.

Porque ni la distancia ni las discusiones podían cambiar que lo quisiese como lo quería.

Sentado en la esquina de la larga mesa rectangular, como el líder de la familia, con la mirada puesta en una copa de vino de la última cosecha, decidido a catarla y a juzgarla, se encontraba el Señor Benet, como soberano y patriarca.

Vestido con un pantalón azul oscuro, una camisa azul clara con las mangas arremangadas y unas Panama, hacía bailotear el hocico de un lado al otro, provocando que su espeso bigote oscilara al mismo tiempo. Achicó los ojos y jugó con la base de la copa.

A Lis se le encogió el corazón, porque tenía ganas de abrazarlo, pero aún retumbaban con fuerza las palabras que habían vertido el uno sobre el otro antes de que Lis decidiera irse de Haro y estudiar en el extranjero. Habían pasado muchos años desde aquello.

Entonces, él alzó la mirada y la vio. Levantó la barbilla y sus ojos sonrieron sin poder ocultar su felicidad por verla ahí, aunque su cuerpo permaneció rígido y no se levantó para recibirla.

Ella lo miró fijamente y le dijo:

—Hola, papá.

—Hola, hija.

Su madre la empujó para que se acercara y le diese dos besos y un abrazo. Los dos besos llegaron, pero el abrazo no.

—Me alegra verte bien —reconoció él, sin moverse de la silla.

—A mí también me alegra verte. Ya veo… —dijo señalando la copa—, que las tradiciones no cambian.

Él se encogió de hombros, muy serio.

—Ya sabes cómo funciona esto. Estamos entrando en octubre… hemos vendimiado casi el noventa por ciento del viñedo. Y esta es la primera copa de lo recogido en la bodega. Sale directamente del primer bidón.

—Un vino joven, entonces…

—Sí. Una buena cosecha puede arreglar malos años anteriores —inhaló profundamente—. Esta copa… puede solucionar nuestros problemas.

—Empezaste unas semanas antes de lo previsto, ¿no, papá? —No era una crítica, solo era una observación. Pero a su padre, en un momento tan delicado, cualquier cosa le podría ofender—. La vendimia en la Rioja Alta empieza a partir de la última semana de septiembre. Ahora estamos en la última semana, y tú has vendimiado casi con un mes y medio de antelación, deberíamos empezar a partir de ahora y ya has macerado el vino.

—Como te he dicho quería un vino joven, de consumo precoz. Nuestra maceración carbónica nos permite cosechar y trabajar este tipo de vino.

—¿Por qué has corrido tanto?

—Porque quería tener la posibilidad de participar en el concurso internacional de vinos del World Wide Wine. Vienen de Napa Valley para exportar en Estados Unidos a los vinos ganadores en sus categorías.Es la primera semana de noviembre. Pensé que… si esta vendimia salía bien… Si ganábamos… —acarició el tronco de la copa con melancolía—. Nos habría dado reputación y una buena inyección económica.

Lis conocía el concurso, también estaba ahí por él. Pero sabía que las prisas no eran buenas. Y su padre también. Sin embargo, la urgencia apretaba.

Él era un hombre bueno, terco pero muy positivo. Siempre creía que si algo podía salir bien, saldría. Por esa razón, nunca desistió en revivir el viñedo.

—El tipo de problemas que tenemos no puede depender solo de una copa. Es demasiada responsabilidad —señaló Lis sin mala intención.

—Sea como sea, ahora ya es demasiado tarde para solucionar nada. ¿Quieres hacer los honores? —le preguntó nervioso mientras deslizaba la copa hasta Lis—. Siempre has tenido buen paladar.

Lis observó la copa de vino tinto con atención. La tomó, la alzó y estudió su consistencia y su movilidad dentro del cristal. Después introdujo ligeramente la nariz en su interior, y ya hizo un mohín de disconformidad.

Su madre lamentó su reacción, pero su padre no osó a mover ni un solo músculo de su rostro.

—Está avinagrado —anunció Lis con tristeza.

—Pruébalo, por favor —le pidió el padre desesperado—. A veces el olor puede confundir…

Lis sabía que el olor no confundía, y que este formaba parte de todo el paquete de un buen vino. El aroma, el sabor, el color, la consistencia, todo sumaba. Aun así, le hizo caso, y sorbió ligeramente el líquido rojizo, del que podría ser el vino tinto de la salvación. A la uva le había faltado un par o tres semanas de maduración y, después, la maceración no había sido buena.

Se lo pasó arriba y abajo del paladar, a la lengua y de mejilla a mejilla y, al final, tragó sin ganas. Después, dejó la copa en la mesa y dio su veredicto con todo su pesar:

—Está malo, papá. Esto no se puede vender, ni mucho menos presentar a ningún concurso.

El señor Benet agachó la cabeza y entrelazó los dedos encima de la robusta mesa de roble del elegante salón. Una mesa que años atrás se llenaba de alegría y de gloria, de bailes y de celebraciones de vendimia, de tradiciones y también supersticiones. Una mesa de trabajo, sacrificio y éxito en familia. Ahora, en aquel lugar de reunión, solo se unificaba el sacrificio y el trabajo, con una marcada ausencia de éxito y de recompensa.

—Está bien —él asintió, rendido, y miró a su mujer. Se les había acabado las oportunidades—. Está bien… venderemos. Venderemos el viñedo.

Lis jamás había visto a su padre así. Tenía los ojos enrojecidos y estaba a punto de echarse a llorar, afectado por aquella nueva derrota. La definitiva.

Ella sabía que aquello pasaría. Para Lis todo era muy evidente. Su madre ya le había avisado de la situación y sabía que era urgente. No había nada más urgente que tomar la decisión de abandonar y vender.

Lis miró a uno y a otro, retiró la silla de la mesa y se sentó al lado de su padre. Después, le pidió a su madre que se sentara también con ellos.

—Decidme por qué me habéis hecho venir. ¿Por qué necesitáis mi opinión? No habéis aceptado mi ayuda estos años ni tampoco mis consejos.

—Tú no puedes enseñarme nada que yo no sepa —le echó en cara su padre—. Te fuiste. Y si das la espalda a esto, no tienes derecho a pronunciarte sobre cómo llevo mis tierras y mis viñedos. Las cosas han salido como han salido y ahora todos debemos asumir nuestras decisiones.

Lis desvió la mirada hacia su progenitor y se mordió el labio para no decirle cualquier barbaridad, porque tenía mucho carácter, pero no podía perder el respeto a su padre. No lo haría jamás. Lo hizo una vez y le salió muy caro.

—¿Y por qué quieres saber mi opinión ahora? —se obligó a tranquilizarse.

—Porque el viñedo también es tuyo. Estás en los papeles de la propiedad, junto a tu madre, a tu hermana y a mí. Necesitamos las cuatro firmas para liberarnos de la finca y su terreno.

—¿Consto como propietaria? —preguntó algo asombrada. No lo sabía, nunca se lo habían dicho.

—Sí. Si todos trabajamos aquí, entonces, la tierra es de todos —contestó el señor Benet con su voz robusta y seria—. Pero, es evidente, que ya no se puede salvar nada de aquí. Por la razón que sea, la tierra no hace buenas uvas ni podemos obtener buen vino. Han sido años muy duros —reconoció amargamente—… Años en los que me he roto los cuernos por nuestros viñedos, donde he pasado noches sin dormir… años en los que ha pasado de todo, y todo malo, como si nos hubiera mirado un tuerto. Y desde que los D´Arcy vertieron sobre nosotros toda esa mierda de acusaciones… todo fue a peor.

—No nos acusaron, papá —replicó Lis cada vez más ofendida—. Nos culparon de algo que nosotros no habíamos hecho. Nos demandaron. Y la financiación que tuviste que pedir para pagar la compensación por daños y perjuicios, es la que te ha ahogado para que no pudieras invertir en salvar los viñedos, sanear la tierra y tener toda la seguridad que se requiere para el mantenimiento básico de la tierra de vid. ¡Esto es culpa de ellos!

—Ya da igual. Esto es irremontable. No quería, bien sabe Dios que no quería, pero… —El señor Benet estaba abatido, rendido por las circunstancias—. Voy a aceptar la oferta que me ofreció el hijo mayor de los D´Arcy. Voy a vender. Y quiero saber si estáis de acuerdo todos. Tu madre y yo lo hemos hablado, y creemos que es lo mejor. Pero falta que Caty y tú os pronunciéis. Esto iba a ser una herencia para vosotras también.

—¿El hijo mayor de los D´Arcy? —repitió Lis indignada, levantándose de la mesa y echando la silla hacia atrás con fuerza—. ¡¿Ese cretino ha tenido el valor de presentarse aquí, después de todo, y hacerte una oferta para vender?! ¡¿Él?! ¡¿Cuando todo ha sido una farsa y una artimaña de su familia y suya para hacerse con esta tierra desde el principio?!

—Lis, por favor, no os peleéis. —Su madre la tomó del antebrazo, invitándola a sentarse otra vez.

—Es que no me lo puedo creer —Lis se sentó de nuevo y apoyó la frente en sus manos—. Sabía que esto iba a ser así. Sabía que cuando mamá me llamó, era para ver culminar el plan de los D´Árcy desde el principio.

—Estás suponiendo e inventando muchas cosas… —indicó su padre.

—No estoy inventando nada. Ellos lo inventaron todo. ¿Tú lo hiciste? ¿Hiciste algo de lo que te culparon? —le preguntó de frente.

—No. Yo no.

—Pues yo tampoco —sentenció—. Yo no hice eso. Y si ni tú ni yo hicimos eso, entonces, es que somos inocentes y lo seremos siempre. Sé muy bien lo que pasó —dijo sin pruebas físicas pero sin dudas—. Lo recuerdo perfectamente, papá. Eso nunca se olvida. Y las humillaciones y las vejaciones que tuvimos que aguantar después de eso, tampoco se pueden borrar.

—Ya no podemos cambiar nada —repuso su padre—. Hemos tenido mala suerte. Eso es todo. Lo mejor es dejarlo estar y ya… ya nos repondremos.

Ella entreabrió los labios, sorprendida con la actitud derrotista de su padre. Él siempre fue orgulloso y aguerrido. Debía haberlo pasado muy mal todo este tiempo. Luchar contra viento y marea debía ser agotador.

—No. No hemos tenido mala suerte. Somos víctimas. —Se pasó las manos por su abundante pelo y se sujetó los mechones delanteros—. Los D´Arcy quieren ampliar terreno desde siempre, y nosotros, colindando con ellos, hemos sido una piedra en su zapato. Quieren toda nuestra parte para tener el viñedo de más hectáreas de la Rioja Alta. Ahora, con nuestra rendición, ya se lo hemos puesto en bandeja.

—Ellos siempre fueron buenos amigos nuestros. Pero, lo que sucedió, el malentendido… —maldijo su madre apenada.

—No fue un malentendido —masculló Lis—… Podrían habernos creído. Decían que éramos amigos. Pues eso no se les hace a los amigos.

—Eso pensaron ellos también. —Su madre echaba de menos a su mejor amiga, con la que se había dejado de hablar después del juicio, la mujer del Jefe D´Arcy. Aquello hizo que perdiera amistades valiosas y todas le hicieron el vacío. Los D´Arcy eran poderosísimos en el valle.

—Como sea. Mañana tengo que dar una respuesta a Guillermo —anunció su padre afligidamente—. Tengo el contrato de compra venta en el cajón de la cómoda de la sala de estar. Solo necesita que firmemos los cuatro.

Para Lis, suponía un shock muy fuerte volver a oír ese nombre. Los años que había vivido alejada no habían hecho que el dolor menguase.

Guillermo D´Arcy, Guille «El Oscuro», como ella lo había apodado cariñosamente cuando eran adolescentes, de todos, fue el que más la ofendió y más la lastimó cuando todo explotó por los aires y la trama de falsificación los señaló.

No lo había vuelto a ver desde entonces. Pero, a veces, soñaba con él. A veces eran sueños, y después, se tornaban pesadillas.

Y no sabía si estaba preparada para volver a verlo, pero lo que tenía muy claro, era que no podía dejarse vencer de nuevo por la impotencia y la injusticia.

Guille y su primo Agus habían conseguido que ella se metiera en su caparazón en sus últimos meses allí, que se avergonzara de ser una Benet y que se sintiera mal con su aspecto. Su último tiempo en Haro fue un infierno a manos de ellos.

La madurez le había enseñado que su aspecto no tenía nada de malo y que solo había sufrido el acoso de los D´Arcy, porque estaban enfadados. Pero no los había perdonado.

Desde entonces, ella siempre los vería como unos villanos, unos bullers.

Su padre estaba depresivo, su madre intentaba apoyarlo, su hermana hacía vídeos para Tik Tok, y aquel hogar mágico iba a desaparecer en manos de sus enemigos.

Ellos habían tenido la culpa de todo.

Nunca sabría la completa verdad sobre lo sucedido, pero lo que sí tenía claro era que su tierra no estaba muerta, solo estaba herida y maltratada.

No quería darles el gusto a los D´Arcy. A ellos no. Y no se lo iba a dar con todo lo que les tenía preparado.

—Quiero ver el contrato —anunció Lis—… Quiero saber cuánto te han ofrecido por nuestro Oasis. —Ese era el nombre del viñedo de los Benet.

Si seguían siendo tan mezquinos y rateros como ella pensaba, iban a hacerles una oferta muy a la baja. Un precio que no era para nada el valor de su casa. ¿Cuánto valía un verdadero hogar?

No tenía precio.

Capítulo 2

Lis había revisado la oferta de compra de arriba abajo. Sus padres también. Le sorprendía que quisieran aceptar aquello. ¿Es que no tenían honor? ¿No les picaba el orgullo? Algo en lo que se había invertido sangre, sudor y lágrimas no podía ser desechado así.

Cada vez se sentía más indignada.

El precio que ofrecían, como era de esperar, era muy a la baja, como si aquella tierra no valiese nada y estuviese abandonada, como si allí no viviese gente que apreciase y quisiese ese trozo de mundo.

Un terreno de dos cientos mil metros cuadrados, con una bodega, un establo, una casita de herramientas y una enorme casona familiar no podía valer eso. Habían hecho una oferta muy por debajo del precio real, y era insultante.

Los D´Arcy se creían que con su poder y su dinero podían controlar todo y comprar la piel barata a sus víctimas. Pero había cosas que tenían alma y que eran inalcanzables, incluso para ellos.

Su madre les había servido la cena. La señora Benet no solo se encargaba de las cuentas de la Bodega. Era una mujer clásica, educada con valores de antes, de las que les gustaba servir y trabajar para la familia.

Era una cuidadora nata. Le encantaba preparar comidas para todos. Cuando el viñedo era próspero y tenían trabajadores a sus órdenes, adoraba servir grandes comilonas para todo el equipo. Pero, con el tiempo, esos trabajadores se fueron porque su padre no podía pagarles y sus viñas se vaciaron de mano de obra, y después, también de animales. Todo había ido menguando la prosperidad y la productividad de una viña que, siendo pequeñita, podría haber conseguido cosas muy grandes.

Había sido un combate de boxeo desigual. El viñedo de los Benet fue como un frágil púgil frente a los puños de un boxeador experimentado. Encajó golpe tras golpe, hasta dejarlo con débiles constantes vitales y un doloroso K.O técnico.

Mientras seguía oteando las páginas, y disfrutaba de la cena que había preparado su madre en un santiamén, Lis no pudo evitar el pellizco de culpabilidad que estrujaba su pecho. Debió haber insistido más. Debió haberse interesado más por ellos, por su trabajo, por cómo estaban…, pero le costaba mucho regresar y pisar esa tierra de nuevo. Era como beber un vino amargo y picado. El trago se volvía desagradable.

No obstante, debía aparcar las diferencias con su padre, hacer de tripas corazón con el lugar y los recuerdos, y centrarse en lo que todavía podían hacer. Tal vez, no estaban tan muertos como creían. No abandonarían sin una revancha digna. Y Lis tenía unas armas infalibles para ello.

Estaba ahí, ahora. En ese momento ella tenía algo que decir. Tal vez, todos podían tener algo que decir todavía.

—¿Qué dice Caty sobre esto?

—Caty aceptará la decisión de todos —contestó su padre.

—No, pero quiero saber qué piensa ella de verdad. Es adulta y también está su nombre en esos papeles. A mí me da igual la herencia —aseguró—. No me importa. Lo que no quiero es hacer algo y formar parte de algo que, tal vez, se pueda evitar.

—Ella no quiere vender. —Su madre suspiró profusamente—. No entiende ni asume la situación en la que estamos.

Se hizo un silencio entre los tres, hasta que Lis echó los hombros hacia atrás, se apoyó en el respaldo de la robusta silla de madera y dijo:

—Bien. Cuando la vea hablaré con ella. No vamos a vender —sentenció, dejando caer su decisión como una bomba. Se limpió las comisuras de la boca con una servilleta blanca individual y miró sin titubear a su madre y a su padre, sentados uno al lado de ella y la otra en frente, al otro lado de la mesa rectangular.

La botella de vino que sujetaba su madre en alto para servir a su marido, se quedó paralizada, tanto como ella.

El señor Benet torció la cabeza hacia Lis y sus ojos de ese azul tan veraniego titilaron con una brizna de esperanza y de interés. Aquella, pensó Lis, era la primera vez desde que había llegado, que veía algo de ilusión y vida en él.

Y se sintió bien al reconocerlo, porque, si eso era así, si aún había esperanza en el interior de su padre y ganas de remontar, no todo estaba perdido.

—No sabes lo que estás diciendo —dijo el señor Benet. Aunque los ojos seguían haciéndole chiribitas.

—Puede. Pero donde hay raíces bien arraigadas, todavía hay esperanza, ¿no? —contestó Lis convincentemente.

—No lo entiendes. Ya no hay nada que hacer. La tierra no da buen vino, la vendimia, me haya adelantado o no, no ha sido buena. Estamos a esto —unió el dedo índice y el pulgar—, de empezar a vender las cosas del interior de esta casa para poder pagar las facturas de agua, gas y electricidad que conllevan mantener un terreno y un negocio así. No tenemos nada que…

—Sí, tenemos —lo cortó Lis. No les diría nada de lo que tenía preparado, pero Lis sabía que estaba a un paso de cambiarlo todo—. Pero, antes de tomar un decisión en firme, debo saberlo todo, papá. Todo.

—¿Qué quieres saber?

—Quiero saber todo lo que ha pasado en estos viñedos todos estos años. Las dificultades por las que se ha ido transitando hasta llegar a este punto.

El padre se rio sin ganas, mirándola como si hubiese dicho una estupidez.

—¿Y de qué sirve ahora? Debiste interesarte antes. ¡Llevas nueve años sin venir por aquí! Y ha tenido que llamarte tu madre y decirte que estamos en bancarrota para que te dignes a pisar tu casa —dijo disgustado, meneando la cabeza y perdiéndole la mirada a su hija—. Y luego soy yo el orgulloso.

—No estoy aquí para escuchar reproches. Cedí una vez —les recordó—, aceptando las condiciones que ellos, los D´Arcy, nos obligaron a asumir. Te dije que, si lo hacíamos, si cedíamos y acatábamos, no había vuelta atrás para mí y me iría. Y lo hice. Pero ahora estoy aquí. No voy a ceder esta vez. Qué calor tengo… —Se recogió el pelo en un moño alto .

—Siempre te sofocas cuando discutes con tu padre —murmuró su madre.

—No estamos discutiendo —dijeron los dos a la vez.

—¿Y qué soluciones nos ofreces? —insistió el padre—. ¿Crees que el viñedo en el que has trabajado en Icaria te ha dado la suficiente experiencia como para arreglar este? ¿Vienes a darme lecciones? ¿Vienes a decirme: «te dije que esto pasaría»?

—No hace falta que te lo diga. Es evidente que ha pasado —Lis tomó aire profundamente. Sus padres no sabían a qué se dedicaba ella exactamente. Trabajaba en los vinos, pero no precisamente solo en viñedos, aunque había aprendido mucho de los icarianos. Ni se lo imaginaban, no tenían ni idea—. Mira, papá, no vengo a darte lecciones de nada. Creo que la lección ya la hemos aprendido todos —suspiró echando la mirada al viñedo solitario del exterior, cubierto por el manto nocturno—. Pero creo que tengo herramientas para ayudar a recuperar este lugar y nuestro buen nombre.

El señor Benet se llevó a la boca el trozo de entrecot que había cortado con brío y algo de frustración.

—Háblame de porcentajes y posibilidades. —Su padre era de intuición pero también de números—. No quiero ilusionarme y echar todo en mi última batalla vinícola para nada.

—No creo en imposibles ni en actos de fe —contestó Lis atacando un tomate cherry y queso feta de la ensalada—. A mí tampoco me gusta perder el tiempo. Posiblemente un cincuenta por ciento —alzó el dedo índice.

El padre frunció el ceño y el bigote se le erizó. Estaba más que interesado.

—¿Y de qué depende el otro cincuenta?

—De cómo esté el estado de las dos hectáreas de viñedo que no has vendimiado. Del tiempo que tengamos disponible para una segunda vendimia. Y —añadió tomando la copa de vino con mucho interés— del tipo de jurado del World Wide Wine. ¿Conocemos las bases del concurso?

—¿Aún crees que hay posibilidades de presentarse al concurso? —dijo su madre ojiplática—. Es absurdo.

—Si hay uvas hay esperanza.

—¿Qué quieres saber? —insistió él, mirando fijamente a su hija.

—El proceso de evaluación, si vienen catadores aquí y sommeliers, si el jurado es in situ… —pinchó un trozo de carne con grasa. A ella le gustaba así—. ¿Hay que enviar muestras de la producción a algún lugar? ¿Se les hace algún tipo de análisis al vino? ¿Son catas a ciegas? ¿Cuándo se falla el concurso?

—El World Wide Wine es la primera vez que se celebra. Hay tres medallas. Oro, plata y bronce. Tres premios metálicos —alzó tres dedos—. El primero, de cien mil dólares. El segundo de cincuenta mil, y el tercero de veinticinco mil. Pero lo más importante es la inmensa cantidad de botellas de los vinos ganadores que exportarán directamente a Estados Unidos con el etiquetado especial de Uva de Oro, de Plata y de Bronce.

—Cien mil euros es un buen pellizco. Serviría para invertirlo en la viña y mejorar algunas cosas que han dejado de funcionar —aseguró su madre haciendo cálculos mentales.

—Pero lo más importante es el nombre y el reconocimiento —anunció su padre—. Es un reconocimiento internacional. No solo de la Rioja y de España. Este premio pretende estar a la altura del Wine Stars Awards o del Decanter World Wine Awards. Es la primera vez que se celebra aquí, y el jurado y los catadores seleccionados vendrán aquí a hacer sus catas, expresamente a ver los viñedos de los que sale el vino y también sus bodegas. Harán una cata de los vinos presentados durante dos días, y visitarán sus bodegas y sus viñedos.

—Entonces… ¿no se les pasa por ningún tipo de análisis en laboratorios?

—No. No es como en los Masters of Wine. Este es pura cata, puras sensaciones. Quiere rescatar la aventura del vino y el primer contacto, el que perdura. Por eso participan solo vinos jóvenes.

Lis asintió conforme con la explicación de su padre. Era justo lo que quería oír. Un concurso auténtico, donde el ambiente, el sabor, la textura y el olor defina el sabor de lo que debe ser un buen vino. Un concurso inmediato donde los procesos no sean largos ni tediosos. Sonrió levemente y su padre arrugó el cejo.

—¿Por qué pareces disfrutar de lo que te he dicho? Deberías estar muy nerviosa, porque no tenemos nada. Nuestro viñedo no tiene nada que ofrecer, hija.

—No nos adelantemos a los acontecimientos —pidió alzando la mano—. ¿Cuándo va a pasar eso? ¿Cuándo vienen los catadores a la Rioja Alta?

—En la primera semana de noviembre.

—¿Cuándo se falla?

—En la misma semana. Es inmediato.

Lis se rascó el lateral de la cabeza y se cruzó de brazos mientras hacía cálculos mentales.

—Son cinco semanas… —musitó. ¿Les daría tiempo?

—Hay mucho trabajo —sentenció el señor Benet—. Olvídalo, es imposible. Además, hay eventos vinícolas en esas fechas y no sé si estamos preparados para asistir. Deberíamos recuperar relaciones y…

—No —Lis sujetó la muñeca de su padre, como se la sujetaba cuando tenía grandes ideas y quería convencerlo para que hiciese lo que ella deseaba—. No es imposible. Solo necesitamos organización. Y si hay que hacer un último esfuerzo y hacer la maldita ruta protocolaria, solo para que vean que aún existimos, la haremos. Un vino joven, si es bueno, se puede tomar con solo tres semanas de maduración.

—Ni tu madre ni yo tenemos fuerzas para que vuelvan a increparnos o a reírse de nosotros.

Eso dolió mucho a Lis. Imaginarse las humillaciones que ellos habían pasado, le rompió el corazón, pero, al mismo tiempo, la enfureció todavía más y le dio fuerzas para lograr su objetivo.

—Yo lo haré. —Apretó con cariño la muñeca de su padre—. Yo seré la representante de la familia y asistiré a los eventos. Es más —añadió muy decidida—, Caty también vendrá conmigo.

—¿Caty? Lis… —La expresión de su madre era de auténtico pavor—. No sé si está preparada…

—Lo estará. Y me ayudará. Estoy segura. —Se levantó de la mesa y apoyó las manos sobre el mantel—. Vamos a ir a los actos protocolarios, vamos a arreglar este viñedo y vamos a hacer vino. Y, si lo hacemos todos juntos y conseguimos ir a una, tal vez, nos llevemos alguna medalla.

—¿Y cuál es el plan de ruta? —Su padre aún refunfuñaba, porque estaba a caballo entre creer a ciegas o ser pesimista, como esos últimos años la vida le había enseñado a ser. No esperaba nada bueno, aunque pusiera en ello todas sus ganas.

—Por ahora, descansar y mañana ya empezaré a hacer gestiones…

—¿Y qué hacemos con el contrato?

—¿A qué hora viene el odioso hijo de los D´Arcy? —preguntó con palpable desdén.

—Viene mañana, a las once de la mañana —dijo su madre levantándose algo angustiada y retorciéndose las manos.

—¿Y viene acompañado de su padre? —Lis siempre tuvo debilidad por los padres de Guillermo. El hombre la adoraba y la quería mucho. Al menos, la quiso mientras no creyó que era una traidora en complot con su padre. Y su madre siempre la trató como la hija que nunca tuvo. Era la niña del otro lado, la vecina que correteaba con los perros y montaba a caballo como una salvaje, provocando a su hijo Guillermo y riéndose de él siempre que podía. Pero luego solo fue Elísabet Benet, una mentirosa, ambiciosa y ávida guarrilla. Apodada así, gracias a la ayuda inestimable de Guillermo y su primo Agus.

—Deberías saber —señaló su madre poniendo sus manos sobre sus hombros—, que Carlos D´Arcy sufrió un aparatoso accidente a caballo que lo dejó incapacitado para trabajar o para estar siquiera de pie, si no es con ayuda de un bastón. Estuvo muy mal… pasó por una infección por la fractura y… casi se muere.

—¿Cuándo pasó? —preguntó Lis consternada, buscando los ojos de su padre. Carlos y él habían sido muy buenos amigos, igual que su madre y la de Guillermo. Habían pasado veladas juntos en los viñedos mientras Guillermo y ella eran pequeños.

Pero el Señor Benet había retirado la mirada de ella y tenía la mente perdida en el fondo de la copa de vino.

—Hace dos años. Aún arrastra dolores… Por eso el hombre se jubiló y decidió hacerse a un lado para que fuera Guillermo quien llevase su bodega como gerente.

—Ah… —A Lis le daba rabia sentir pena por Carlos y por su mujer. Incluso por Guillermo, sobre todo después de cómo los habían tratado. Así que decidió ignorar su compasión. Al menos, Carlos estaba vivo. Eso era lo único importante—… Entonces, ahora, ¿el Señor Oscuro lleva el negocio?

—Sí.

—Bien —Alzó la mejilla con dignidad—. Yo seré quien lo reciba. Hablará conmigo sobre esa bazofia que ha presentado como oferta.

—No tienes por qué estar a solas con él. —El tono de su padre era condescendiente. Porque sabía lo mal que lo había pasado ella con Guille.

—No sucederá nada —contestó Lis para tranquilizarlo—. Ya no soy una niña ni la adolescente insegura de la que se burló. Y una vez le haya dejado claro cuál es nuestra postura y le cierre la puerta de casa en las narices, me vais a explicar qué es lo que ha sucedido aquí realmente durante estos años mientras yo no he estado.

El señor Benet exhaló y miró al techo, porque iba a ser una tarea complicada y porque Lis seguía siendo tan obstinada y tan mandona como era de pequeña.

—Para eso tendrás que ponerte ropa cómoda, guantes para que no se te estropee la manicura y quitarte esos taconazos y ese vestido caro que llevas —dijo su padre medio burlándose—. Parece que vengas de Milán y no de una isla remota en Grecia. Poco habrás trabajado en Icaria tú…

—Trabajo mucho —contestó Lis sin arrugarse, riendo con suficiencia—, pero no tanto con estas —sacudió los dedos—, sino con este —se señaló la sien—. Por eso puedo permitirme todo esto. —Se señaló el cuerpo y la ropa de la que se reía su padre—… Mañana estaré lista, papá. ¿Podéis decir lo mismo vosotros para todo lo que va a venir? —Los provocó y les deseó buenas noches con una sonrisa que recordaba a la niña que adoraba ese lugar, y no a la que le había dado la espalda.

Los Benet se miraron el uno al otro, con una mezcla de fascinación y de incredulidad, mientras Lis abandonaba el salón sin comer postre.

—Reconócelo —dijo la señora Benet mirando a su marido de soslayo—. Estás encantado de tenerla aquí, querido.

El señor Benet refunfuñó y se levantó él mismo de la mesa para recoger los platos. Porque también ayudaba en las tareas, incluso cuando no estaba de humor.

—Claro que estoy encantado. Por muy en desacuerdo que haya estado con ella en algunas cosas… es mi hija —gruñó.

Su mujer sonrió, porque sabía lo poco que le gustaba mostrarse cariñoso cuando aún se sentía contrariado y enfadado.

Pero era innegable: Lis era su hija, su prófuga y, por mucho que le hubiese dolido su discusión final y su huida, seguiría queriéndola como el primer día.

No podía ignorar que estaba emocionado por volver a recorrer su terreno con ella, y por tenerla bajo su mismo techo. Ella, la señora Benet, tenía a la hija mayor de vuelta, era fantástico.

Lis adoraba el vino y la viña. Y adoraba esa casa. Y quería a su familia, porque siempre fue muy familiar.

Y de nada servía remover la tierra del pasado. Estaba ahí, y eso era lo único que importaba. Lucharían juntos por la tierra y por lo que quedaba de ella.

Como clan, lucharían por lo que fueron y por lo que aún eran.

Nada había cambiado.

Lis se había desmaquillado y yacía tumbada en su cama, con el pijama de manga larga ya puesto y con las manos entrelazadas reposando sobre el vientre.

Era la una de la madrugada y no podía dormir. Estaba removida por las emociones y por todo lo que tenía por delante.