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Saga galardonada con el prestigioso Premio Jaén de Literatura juvenil. ¿Podía dar la espalda a todo lo que me estaba pasando? No. ¿Podía decir que lo tenía todo bajo control? No. ¿Podía asegurar que mi vida y la de la gente que quería no empezaba a estar en peligro? No. No podía. Más allá de la Élite, después de la Misión, se asomaba la Tumba; una inmensa lápida sin nombre repleta de caballeros y secretos. Posiblemente, debí hablar de lo que sabía, pero era justamente todo lo que sabía lo que aún me mantenía con vida. ¿Debía olvidarme de mi Assassin aunque él ya no quisiera estar conmigo? No. No podía. No quería. Porque ansiaba descubrir la verdad, con él a mi lado, confiando en su palabra como hasta ahora no había hecho. Y porque era una O'Shea. Y las O'Shea nunca renegaban de su kelpie. La Tumba me abría sus puertas, pero yo ya estaba dentro desde hacía días. Y no para un entierro cualquiera.
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Seitenzahl: 372
Veröffentlichungsjahr: 2025
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciséis
Diecisiete
Dieciocho
Diecinueve
Créditos
«No hagas de tu cuerpo la tumba de tu alma».Pitágoras de Samos.
«El amor es fuerte como la muerte; los celos son crueles como la tumba».Salomón
Se iban a quedar todos de piedra. Todos. Hicimos el viaje a Harvard solo para despistar, aunque en realidad, no hicimos nada allí, excepto tomarnos un café con Bruce, un buen amigo hacker de Taka que estudiaba en la prestigiosa universidad.
Llegamos por la mañana.
Ambos habían hecho muchísimas fechorías juntos, y guardaban un buen recuerdo el uno del otro. Además, Taka le hizo un enorme favor que Bruce le iba a devolver ayudándonos a conseguir la Biblia de Harvard.
Era un friki de rasgos indios, mente superdotada, virgen y poco dado a hablar con la gente que no le interesaba. Pero cuando nos vio disfrazadas de muerte, y siendo Halloween como era, se volvió loco y pidió hacerse fotos con nosotras.
Nos reunimos en una cafetería de los alrededores. Todos allí ya estaban caracterizados y decididos a pasar un buen día y una buena noche de el día de los muertos. Bruce iba de Frankenstein.
Bruce y Taka empezaron a hablar de su artimaña, mientras Amy, Thaïs y yo nos hinchábamos a café, muffins, tartas y todo lo que hubiera en el mostrador. La Misión nos tenía exhaustas, muertas de hambre y con mucho sueño. Pero aguantaríamos hasta las doce de la noche. Hora en la que los supervivientes de la Misión nos reuniríamos para ver quién la tenía más grande.
—El sistema de la seguridad es fácil de hackear si conoces bien los algoritmos que utilizan. Como me pediste, la he cogido, y hoy mismo he programado el dron para que a las doce de la noche hora exacta, llegue a la localización que me dijiste. Sobre el obelisco de Groove Cemetery de Yale.
Taka sabía que si, por un casual, cargábamos con la Biblia desde Harvard a Yale, probablemente los demás nos perseguirían para robárnosla. Por tanto, si llegaba al punto exacto con uno de esos drones avanzados que solo los tipos como ellos sabían dónde conseguir y cómo manipular, nadie saldría herido y la Biblia continuaría a salvo.
Listo. Muy listo mi amigo Taka-Taka.
—Ya estamos en paz, tío —le dijo Bruce facilitándole el controlador del dron y la clave de acceso por si hubiera algún un problema.
—¿Pero nadie se ha dado cuenta de que la Biblia que hay es una falsificación? —preguntó Amy.
—Nadie tiene ni idea, preciosa —le contestó guiñándole el ojo a lo que Amy elevó una de sus cejas rubias—. Taka me habló con dos semanas de antelación y lo teníamos todo más que preparado. Una buena copistería y listos. Las hojas de su interior están en blanco, pero la portada da el pego.
Amy sonrió abiertamente y entrelazó los dedos de sus manos para decirle coqueta:
–Oye, ¿y a ti te gustan las magdalenas?
Increíble. Si los Huesos lograban robar la Biblia, no sería la original.
Y se iba a liar muy gorda.
Ansiaba que llegara ese momento.
Nos colamos por el mismo sitio que usamos la última vez en la noche de las Hermandades. Todavía nos quedaban fuerzas para escalar y dar unos cuantos pasos hasta nuestro final de prueba.
Thaïs y Taka avanzaban delante de nosotros cogidos de la mano. Él llevaba una bolsita colgada al hombro con las tres brújulas, una sonrisa de oreja a oreja, y el conocimiento de que habíamos hecho bien las cosas.
A pesar de las heridas, de las trabas, de las peleas, de los momentos de asfixia, seguíamos ahí, y éramos un equipazo.
Amy y yo nos cogimos como dos buenas hermanas, ella pasándome el brazo por encima de los hombros y yo rodeándole la cintura con el mío. Me reía.
No podía hacer otra cosa que reírme.
Reírme de todos, porque esta vez, habíamos ganado a la Élite.
En una intersección de caminos se unieron a nosotros Kilian, Fred y Aaron. Los únicos Huesos que estaban en pie. ¿Y Thomas? ¿Thomas no estaba?
Nos quedamos parados sin saber muy bien qué hacer, pero entonces, sin mediar palabra, continuamos andando juntos, compartiendo nuestro espacio. En silencio.
Nos miraron con mucha seriedad y también respeto. ¿Era respeto? ¿En serio?
Kilian llevaba un libro envuelto en un paño en una mano y tenía la mandíbula tensa, dura y prieta. Se le iban a romper los dientes.
Quise decirle algo, pero entendí que no era el momento. No ahora.
Ese día, la universidad celebraba el The Game, el partido más importante del año contra Harvard. Y el equipo había tenido bajas importantes como la falta de Fred, el capitán del equipo. No sé cuál había sido el resultado. Lo que sí sabía era cuál había sido el de nuestro partido.
En el Obelisco, apoyados en la piedra como si ellos la sujetaran, estaba el Escriba y los cuatro Observadores que nos habían acompañado en la aventura de la Selva.
Cuando llegamos, nos detuvimos frente a ellos.
Kilian le entregó la Biblia al Escriba y después se retiró, manteniendo las distancias. Los tres Huesos se clavaron en el suelo como si fueran militares mientras que el Escriba, desenvolvía el libro y sonreía al tocar las tapas. Estaban ante algo, al parecer, divino para ellos.
—Al parecer, sois los vencedores, Huesos. Otra vez –recordó con énfasis. Pero cuando abrió el libro, su lenguaje corporal fue tal que hasta pudimos ver a través de la máscara cómo se le helaba la sonrisa de los labios.
—¿Qué es esto? Esta Biblia está en blanco –se la mostró a los Huesos.
Kilian se encogió de hombros sin demostrar mucha sorpresa, como si ya lo hubiese revisado antes.
—Es la Biblia que había en las vitrinas de la biblioteca, Maese. No había otra —concedió sereno y calmo. Él no podía hacerle nada al hecho de que hubieran cambiado la Biblia por una falsa.
—Entonces —dijo uno de los observadores—, debemos dejar la prueba como nula. Después de tantas bajas y tanta batalla la que nos habéis brindado, vuestra proeza no vale. No nos sirve. Queremos la Biblia original. Declaramos esta prueba —añadió a disgusto—, como nu...
—¿Y nosotros? —intervine yo sin soltar a Amy—, no estamos aquí solo para ver cómo otros vienen a entregar una Biblia. Sería muy estúpido por nuestra parte.
—¿Qué insinúa?
—Que nos pregunte al menos si tenemos la original —le increpé con educación.
Por lo visto a esos señores nadie les hablaba así, por eso se enervaron.
—Nadie lleva nada encima —dijo otro de los observadores que parecían cuatrillizos.
—Eso es porque no lo llevamos encima —contestó Taka mirando al cielo.
Amy a mi lado se miró el reloj y susurró:
—Tres, dos, uno... Ya está.
El zumbido del Dron sobre el obelisco provocó que todos alzáramos la mirada al cielo. El aparato tenía un foco potente que nos iluminaba al tiempo que descendía lentamente, hasta los pies de los enmascarados, entre nosotros y los Huesos.
—Uy, ¿qué es eso? —preguntó Amy entre dientes y mirando hacia otro lado.
El Escriba se agachó incrédulo, cogió la caja de cartón del dron y cuando la abrió pude escuchar cómo se le cortaba la respiración.
Se levantó para mostrarle la Biblia a los demás y cuando la ojearon, todos estuvieron conformes y asintieron con la cabeza como robots.
Nosotros nos miramos y nos sonreímos felices y orgullosos de ser quienes éramos y de haber conseguido superar el desafío juntos. Habíamos dado el gran golpe.
—Muy bien, señores —dijo el Escriba mirándome fijamente—. Declaro a los NM List, justos vencedores de la Misión.
Uno de los observadores nos dio un maletín de piel negra con los ciento sesenta mil dólares de botín en su interior.
Nosotros lo cogimos y gritamos extenuados, abrazándonos y haciendo una piña.
Miré a Kilian de reojo y este sonreía agachando la cabeza, como si él también disfrutara de nuestro éxito.
Tenía que hablar con él inmediatamente. Kilian nos salvó la vida cuando nos dijo qué debíamos entrenar y cómo debíamos hacerlo. Y ahora ni siquiera me miraba.
Me deshice del abrazo de Amy cuando noté la presencia del Escriba tras de mí. Me aparté ligeramente de mis amigos y me lo quedé mirando.
—Es usted una caja de sorpresas, señorita Lara.
—Gracias.
—La hemos estado observando. Parece una joven excepcional —me dijo en voz baja y con tono interesado.
–¿Qué quiere? –le pregunté.
Esta vez sí noté cómo Kilian se ponía a la defensiva al verme hablar con el Escriba.
Era como si quisiera intervenir.
—No se pregunte lo que queremos de usted. Pregúntese qué le podemos ofrecer. Usted está tocada por algo especial.
–No soy nada especial –repliqué.
–Oh, sí lo es. Y el solo hecho de que quiera negarlo la hace más interesante.
—No sé de lo que me habla.
–No hace falta que lo sepa –aseguró dando media vuelta para alejarse con los observadores. Y entonces, se giró de nuevo, caminando hacia atrás elegantemente, como si levitara, me señaló con uno de su largos dedos enguantados de negro y me dijo: «tapped, querida.» Ya la hemos tocado, la pregunta es: ¿se atreverá a acompañarnos?
Aquella palabra ni siquiera me asustó. No me hizo palidecer.
Acababa de ser propuesta para tapped por la Cúpula, por el Escriba. Y lo habían hecho públicamente, ante la atención de los huesos, de Kilian sobre todo que negaba con la cabeza como si todo hubiera salido mal. Y mis amigos también lo habían oído.
Yo intenté ignorar a Kilian porque verle me hacía daño, no por él y sus mentiras, si no por mí y mis meteduras de pata. Quería recuperarle. Quería saber dónde estaba Thomas.
Los Huesos y Cenizas me abrían una puerta. Pero que la aceptara o no solo dependía de mí.
Necesitaba un protector a mi lado si al final mi respuesta era afirmativa. Eso lo tenía muy claro.
Y no quería otro que no fuera mi Assassin.
La pregunta era si, después de todo, Kilian todavía quería ser mi protector.
Los pronósticos de Kilian y Thomas se habían cumplido. La Cúpula, la todopoderosa membresía de maeses Bones, acababa de proponerme para tapped, delante de mis amigos, y ante los tres únicos Huesos que quedaban en pie y que no salían de su asombro, mirándome como si fuera un dragón con cuatro cabezas.
A las doce en punto de la noche de Halloween, los encapuchados me señalaron y ocultando su sonrisa de satisfacción tras aquellas máscaras de muecas desapacibles, pronunciaron una palabra en público que sonó con una reverencia inusual, como si yo fuera sagrada.
Me estremecí de arriba abajo y me abracé. Kilian no lo haría y yo le eché de menos al instante. Me había equivocado. Me había equivocado, ¿verdad?
Lo miré de soslayo. Al menos, la sudadera que llevaba cubría aquellas horribles cicatrices que los dos Alden lucían en la espalda. Haber contemplado aquella horrenda carnicería fue como un bofetón, porque entendí al instante muchas cosas, entre ellas: que ya sabía por qué Kilian y yo no nos habíamos vuelto a acostar y a desnudarnos el uno al otro. Porque me estaba ocultando sus heridas.
¿Qué tipo de hermandad era esa, por el amor de Dios? ¿Cómo usaban métodos tan rudimentarios y salvajes para poner a sus miembros en vereda? Y ¿por qué razón, yo, aun sabiéndolo, estaba decidida a entrar? ¿Qué tipo de interruptor suicida tenía en mi interior que era incapaz de apagar? ¿Qué voz masoquista no era capaz de silenciar?
Inspiré profundamente por la nariz, com mi atención fija en el vacío que había dejado la Cúpula al desvanecerse a través de la neblina del cementerio.
Vini. Vidi. Vinci.
Tal y como vinieron, decretaron y se fueron.
Noté una mano amiga en el hombro, y advertí que era Amy, que mirando enigmáticamente hacia donde yo lo hacía, susurró:
—Lara. Vámonos. Es Halloween y tenemos que celebrar que hemos ganado —me ordenó.
Thaïs y Taka me rodearon. Sentía las piernas inmóviles y el alma como si me pesara más que mi propio cuerpo y como si hubiese dejado de ser etérea.
Fred y Aaron se cruzaron de brazos sin perderme de vista. Ellos lo habían oído tan bien como yo. La Cúpula quería que yo entrara a formar parte de los Huesos. Sin pedigrí, sin sangre ni títulos, solo porque habían visto algo en mí que les gustaba. Y nadie había sabido encajar aquella decisión. Ni Kilian ni ellos ni mis amigos. Ni siquiera yo.
—Vámonos —me repitió esta vez Thaïs tirando de mí—. Vas a obviar lo que te han dicho y nos vamos a correr una buena juerga los cuatro.
—Pero...
—No. Lara. Ahora no —me prohibió ella flagrantemente. Capté cómo desvió sus ojos hacia los Huesos—. Ahora no —repitió—. Ya hablaremos de esto en otro momento.
—Sí —asentí con la boca pequeña.
Desvié mi mirada hacia Kilian. Sus ojos dorados estaban clavados en mi persona, y el rictus tenso de su poderosa mandíbula vaticinaba que no pensaba nada bueno sobre mí. Y yo volvía a estar perdida, necesitando de una luz que me guiase. Él siempre había sido esa luz. Desde Lucca hasta Yale, me había guiado como un faro que sobresalía entre el mar bravo e inclemente. Un mar que me ahogaba con sus descomunales olas y su corriente interior.
—Habéis completado una misión muy buena —Kilian estaba felicitando a Taka, de frente, sin subterfugios de ningún tipo—. Competisteis bien. Luchasteis bien —asintió con la cabeza—. Y nos engañasteis bien a todos.
Taka, cuyo rostro de calavera seguía dignamente entero, excepto esas zonas de la barbilla que Thaïs había cubierto de besos, sonrió con su típica indiferencia, aunque sus ojos plata brillaban agradecidos, reconociéndose en el cumplido. Kilian nos había ayudado y eso no lo íbamos a olvidar jamás. Nadie. Sin su ayuda nunca hubiésemos llegado hasta ese lugar.
—Gracias, Kilian —dijo Taka—. Vosotros también habéis competido bien. Aunque veo que no estáis enteros —les miró uno a uno—. ¿Y Thomas?
Yo tragué saliva al recordar cómo Thomas maltrataba salvajemente el cuerpo inconsciente de Dorian. No sabía qué había sido de ellos. Desconocía su paradero y si los organizadores camuflados de la Misión lograron poner a salvo al Llave. De haber podido, Thomas le hubiera matado. No podía quitarme de la cabeza sus ojos fríos e idos, como si esa realidad no fuera suficiente para él. Y esa fuerza... esos talentos... no eran humanos.
¿Por qué? ¿Por qué él era así?
—Las normas en la Misión son claras —contestó Kilian sin inmutarse—. Si se violan, no importa de qué fraternidad seas, pero debes ser penalizado con la eliminación. Thomas lo olvidó.
—Un dron... —musitó Fred incrédulo, negando con la cabeza, recordando el objeto volador portando la Biblia—. Ni siquiera tuvisteis las narices de arriesgaros a ir a por la Biblia vosotros mismos.
—Nadie dijo cómo debíamos conseguirla —contestó Amy henchida de orgullo—. El mundo no es solo de los más guapos ni de los más fuertes —remarcó tirándole una pulla—. El mundo es de los astutos y de los inteligentes. Y me temo que nosotros estamos en ese grupo.
Fred sonrió sin ganas y murmujeó un improperio entre los dientes.
—Larguémonos —dijo mirando a Aaron y a Kilian—. Aquí ya no hacemos nada. Además —sorbió por la nariz—. Hemos ganado el The Game y la fiesta de esta noche puede ser antológica. Pirémonos.
Aaron se pasó la mano por el pelo negro y se encogió de hombros.
—¿Y ella? —dijo señalándome.
—¿Ella qué? —Thaïs se puso delante de mí para protegerme.
—El Escriba la ha señalado... —admitió con curiosidad.
—Olvídalo —mi amiga rubia y esbelta usó su tono más cortante para marcarle—. Vuestra fraternidad macabra no le interesa lo más mínimo.
—Alguien tendría que meterte una pastilla de jabón hasta la tráquea —contestó Aaron ofendido.
—A ver si al final al que le van a meter algo va a ser a ti —insinuó Taka. Su rostro entre sombras se tornó peligroso. Nadie le hablaba así a Thaïs—. Y no por la tráquea —apuntilló.
—¿Y quién se va a atrever? —dijo el gallo—. ¿Tú? —dio un paso al frente. Fred a su espalda se crujió los nudillos.
—Aaron —lo cortó Kilian alzando la voz—. No nos incumbe lo que decida la Cúpula hasta que recibamos la confirmación en la siguiente reunión —le puso la mano en el hombro y tiró de él animándole a seguirle—. Y recuerda —le dijo como el líder que era—: a un león no le importa lo que piense una oveja. No vale la pena enfrentarse a un goyin.
Yo contemplé toda aquella escena en silencio, sin pronunciar una sola palabra. Aquel Kilian indiferente, sin alma ni corazón en la voz, me dejó muda y sin argumentos.
Una goyin. Una bárbara. Eso era yo, sí. Pero que él me lo recordara me dolió.
Me miró, despreciándome, repasándome como si cada pulgada de mi cuerpo que él había abrazado tantas veces no valiese nada. ¿Estaba decepcionado? Yo aún necesitaba respuestas, tampoco era que creyese totalmente en él, pero no hacía falta que me fustigase por haberme acercado a una persona como Thomas. Eso ya lo hacía yo. «Estúpida, estúpida...».
Thomas no era alguien equilibrado y su oscuridad era abrumadora. Había metido mierda. Lo había enturbiado todo. Y yo le creí. Pero Kilian también tenía culpa de eso con sus secretos y sus medias verdades. De haber sido completamente sincero conmigo yo habría actuado de otra manera. Aunque para ser totalmente honesta, mi capacidad para discernir se había visto afectada por los celos, por mis miedos, por sentir ese amor hacia él como lo sentía.
Y ahora, mi kelpie se alejaba con sus amigos, bromeando entre ellos, como si perder la Misión fuera el menor de sus problemas y en cambio, pasarlo bien y tirarse a una nueva nena, fuera el objetivo que tuvieran entre ceja y ceja, el verdadero trofeo. Su auténtica victoria.
Se me removió el estómago y mi estado anímico se agrió por completo.
—Eh —Amy me levantó la barbilla con los dedos—. La tienen atravesada —me aseguró—. Se van a emborrachar para superar su fracaso —intentó subirme el ánimo—. ¿Qué ha pasado con Kilian?—me preguntó de frente.
Yo negué con la cabeza y me sentí desbordada por mis sentimientos borrascosos.
—Es... es complicado, Amy.
Ella asintió. Amy me respetaba. Sabía cuándo debía dejar de presionar, y en ese momento lo hizo.
—Mira, ¿sabes qué vamos a hacer?
—¿Qué? —dije hundida, cubriéndome mis ojos claros con una mano.
—Vamos a disfrutar de nuestro trofeo —alzó el maletín con el dinero y me apartó la mano de los ojos—. Y vamos a bailar y a pasarles por la cara que hay una nueva hermandad en la Élite. Y somos nosotros —me guiñó un ojo—. Un atajo de locos animalistas y reposteros ecológicos...
—¿Reposteros ecológicos? —Thaïs alzó una ceja rubia muerta de la risa—. ¿Ahora se llama así?
—¿Trabajamos con plantas o no?
Se me escapó una risita sin querer. No le iba a quitar la razón.
—Venga —me animó tirando de mí—. Vamos a arreglarnos nuestro maquillaje de calaveras y a celebrar que somos los mejores.
Los cuatro nos alejamos del obelisco y salimos del Groove Street Cemetery. Mis tres amigos recordaban anécdotas de la Misión y vitoreaban como locos. Yo hacía que les acompañaba, pero en el fondo, mi felicidad no era completa.
No sabía cómo iba a afrontar el futuro ni qué decisiones debía tomar.
Ni siquiera sabía si era buena idea continuar con aquella aventura de los Huesos.
De lo que sí estaba segura era de que me dolía el pecho porque mi corazón ya no encontraba el ritmo correcto. Porque ya no escuchaba la canción de Kilian. Ya no podía seguir sus latidos.
Mientras Taka y Thaïs se besuqueaban en el pasillo que daba a nuestra habitación, y se repetían por doquier los gritos y las risas de los alumnos que golpeaban las puertas asustando al personal, Amy me retocaba el maquillaje de la cara.
Era una artista en todos los sentidos. Me marcaba el negro de los ojos haciéndolos más cóncavos y profundos y marcaba mis dientes a lo largo de las mejillas, con blanco, gris y negro, dibujando la sonrisa sempiterna de la muerte que todos ocultábamos bajo nuestra apariencia.
Repasó mis labios con el pincel blanco y al matizar mi labio inferior me dijo:
—¿Qué ha pasado con Kilian, Lara? ¿No os habláis?
Yo la miré a los ojos y parpadeé algo sorprendida, porque su tono me dio a leer entre líneas, y percibí una puerta abierta. Para hablar, para creer, para confiar en ella como confiaba en Thaïs y Taka. Para contárselo todo.
—Amy, ¿conoces un baile anual que hacen los Huesos en...?
—¿En su isla? —finalizó ella ocultando una sonrisa—. Por supuesto que lo conozco. Mi padre me habló de ello.
Yo me aclaré la garganta y desvié la mirada hacia otro lado.
—Kilian fue ahí con Sherry.
Ella tensó la espalda y contemplé cómo las aletas de su nariz se dilataban.
—Entiendo. ¿Cómo lo sabes? ¿Quién te ha hablado de ello?
—Thomas. Cené con él porque me prometió que tenía pruebas de ello y...
—Joder, Lara... —murmuró—. ¿Cenaste con Thomas a solas?
—Sí. Él... me enseñó un video en directo del baile... Y les vi a los dos juntos. Kilian me dijo que se iba con algunos alumnos a unas conferencias a otro estado... Pero me mintió.
Ella no dijo nada. Continuó mirándome esperando a que acabara mi relato.
—La cuestión es que en la cena, vi cosas de Thomas que no me gustaron nada. Que me dieron miedo. Él... —sacudí la cabeza de nuevo—. Dios, pensarás que estoy loca.
—No. No lo pensaré. Dímelo —me animó—. ¿Él qué?
—Él... tiene capacidades extrañas, Amy.
—¿Qué tipo de capacidades?
—Capacidades que no son normales. Saltó conmigo en brazos desde un tercer piso y cayó de pie como los gatos. Y es fuerte... Fuerte como un jodido Vengador. Pero su actitud, su comportamiento errante no es bueno.
—¿Por qué? ¿Te hizo algo? —me preguntó preocupada.
—No. A mí no. Pero él es... violento. Mucho —incidí alzando mi mirada para enfrentar la suya—. En la Misión vi cómo apalizaba a Dorian incluso cuando él ya estaba inconsciente en el suelo. Creo —musité con la mirada perdida—, que de haber podido lo habría matado, Amy. Sin remordimientos —decirlo en voz alta hizo que mi conciencia se reactivara. Thomas era un sociópata en potencia. ¿Y si fue él? ¿Y si fue él quien lanzó a Luce desde la Torre de Lucca?
—Joder —Amy guardó el maquillaje en su estuche y después lo dejó dentro del cajón de las pinturas. Acto seguido se arrodilló entre mis piernas y posó sus manos sobre mis rodillas—. Vale. ¿Sabes dónde está Dorian?
Negué con la cabeza.
—No. Vi a miembros de la organización de la Misión recogerlo y ocultar su cuerpo entre la maleza. Supongo que se lo llevarían para salvarle la vida. Necesitaba un hospital. Te lo aseguro.
—¿Y cómo pudiste verlo? ¿Por qué se detuvo? ¿Qué hacías tú ahí...?
—Vino Kilian y me advirtió sobre Thomas para echarme en cara que mi decisión de creer a su hermano en vez de a él había sido errada. Amy, los dos tenían las espaldas marcadas por profundas lineas rojas... Les habían azotado. Pero Thomas las tenía totalmente curadas. Y Kilian todavía no. Incluso Thomas se rió de su hermano insinuando que él podía curarse antes...
La mirada oscura de Amy no presagiaba nada bueno.
—Mi padre me habló de ellos. De los castigos de los Bones. Pero nunca creí que fueran ciertos. Es más, me aseguró que eso se había dejado de hacer... —admitió oscilando las pestañas.
—Te aseguro que se hacen.
—Hay una vertiente de los Huesos que son llamados «La vieja guardia» y que implantan las normas y rituales originales. Si la Cúpula está formada por maeses con esos ideales, es posible que la fraternidad de Huesos y Cenizas no difiera mucho de Calavera y Huesos. Y si es así, estamos ante una hermandad muy radical en todos sus sentidos.
—Estoy asustada. No sé qué ha sido de Dorian ni de Thomas. Y ahora, Kilian ya no quiere hablar conmigo por haberme aliado con su enemigo. Y tengo la sensación de que he cometido un terrible error —me cubrí la cara con las manos.
—No hagas eso. El maquillaje —me reprendió Amy apartándolas de mi rostro.
—Sí, perdona —sorbí por la nariz.
—Mira, vamos a hacer una cosa. Todos hemos oído que te han propuesto para tapped, Lara. No vas a dar ni un paso sin hablar antes con mi padre.
—¿Con tu padre?
—Sí. Quiero que hables con él. El Lunes llega a Connecticut. Tú y yo nos vamos a coger el coche y vamos a ir a verle. Quiero que le conozcas y que le escuches. Que le cuentes todo lo que sabes. Mi padre fue expulsado de los Huesos por resistirse a seguir sus protocolos. En realidad, él decidió irse, pero a los Huesos les gusta decir que lo pusieron de patitas en la calle —se encogió de hombros—. Creo que necesitas oír lo que él sabe antes de tomar ninguna decisión. Cuando dejó de pertenecer a la hermandad, nunca jamás volvió a hablar de ellos conmigo, pero mi padre vale mucho más por lo que calla que por lo que dice.
—¿Y por qué va a querer hablar conmigo?
—Lara —posó sus manos sobre mis hombros—, porque eres una tapped. Toda la Cúpula te señaló. Todos te quieren. Vamos a averiguar por qué.
Pero yo sabía que el año anterior otra chica había sido propuesta para tapped, aunque solo uno de los maeses la señalara. En mi caso, al parecer, todos estaban de acuerdo.
No obstante, Luce estaba en coma.
Y yo, aunque seguía viva, ya estaba marcada. ¿Con qué marca? ¿Con la de la muerte?
Quería hablar con Kilian de todo lo que sabía, de todo lo que había descubierto. La única manera de recuperarle era siendo sincera con él, quitándome las máscaras. ¿Estaría bien que él supiera lo que pasaba? ¿Qué comportaría la verdad?
Fuera como fuese, dudaba de que él quisiera ver mi verdadera identidad.
—Lara. Todo va a salir bien —Amy me abrazó y me levantó de la sillita del baño—. No te va a pasar nada mientras yo esté a tu lado.
Me sonrió de arriba abajo y a mí se me aguaron los ojos, porque tener a una persona como Amy conmigo, era un regalo, un tesoro que preservar.
No sabía qué hubiera sido de mí en Yale sin ella. Era como un ángel protector que estaba segura que mi madre me había enviado para que cuidara de mí.
Después de asearnos un poco y guardar el maletín en la caja fuerte que Amy poseía detrás de uno de sus cuadros con litografías de Gaudí, en el cabecero de su cama, nos fuimos a celebrar Halloween y la victoria sobre Harvard, a pesar de que yo no tenía ganas de fiesta.
Pero Amy me obligó a salir con ella porque Taka y Thaïs se fueron a su casa, pegados como lapas, compartiendo miradas entregadas y arrumacos.
Eran tan monos... Me alegré por ellos. Se merecían estar juntos, y me sentía feliz porque al menos, en ellos, sí había triunfado el amor. Yo, en cambio, metí la pata hasta el fondo con Kilian. O eso sentía.
Halloween se vivía en todo el Campus como el día del juicio final. Había muy poca gente que no fuera disfrazada. Y los que no iban sufrían las bromas pesadas de los que sí.
Se celebraban fiestas privadas en las hermandades y también fiestas públicas en cada plaza central de la facultad.
Amy me dijo que la mejor fiesta se daba en nuestra facultad, en Trumbull, con lo que no tuvimos que desplazarnos demasiado para pasarlo bien, y yo lo agradecí.
La Misión me había dejado exhausta. Amy, en cambio, tenía energía para dar y regalar.
En la plaza central custodiada por los góticos y adamados edificios, ahora customizados por esqueletos colgados de las ventanas y siniestra decoración se hallaba la marabunta de estudiantes caracterizados como sus personajes favoritos de películas de terror. Freddie, Frankenstein, Drácula, el hombre lobo y otros bebían y bailaban con momias, zombies y extraterrestres... Ahí estaban todos, no faltaba ni uno.
—Amy —le pregunté mientras nos acercábamos a una de las paradas de bebidas, haciéndome hueco con los codos—. ¿Hans y los gemelos van a traer muffins de las nuestras?
Amy sonrió y me miró de soslayo.
—¿Lo dudabas? Mira —señaló a mi derecha por encima de las cabezas tuneadas, y vi cómo llegaba una furgoneta negra que abría sus puertas laterales de par en par y de cuyo interior salían dos pelirrojos cargando cajas blancas a montones para llevarlas a la parada de venta. Aunque, hambrienta como estaba la jauría, no les dejaron dar dos pasos y tuvieron que empezar a venderlas desde ahí.
—¿Vamos a ayudarles? —le pregunté.
—No —negó Amy—. Ellos se lo hacen solos. Nosotros nos hemos vaciado en la Misión y la hemos ganado. ¿Te das cuenta? Hemos vencido a la Élite. NM List va a entrar a formar parte de la Élite de las fraternidades de Yale —dijo como si viera un cartel luminoso frente a ella—. Nuestro nombre estampado en la leyenda.
—Sí —era consciente, aunque la satisfacción fuese agridulce.
—Bien, novata. Vamos a disfrutar de lo nuestro —tomó dos vasos de plástico transparente y los cargó de ponche hasta arriba. Los trozos de fruta flotaban en la superficie y a mí me entró hambre, y también sed—. Repongamos fuerzas —me animó ofreciéndome un vaso y chocando el suyo con el mío—. ¿Quieres una magdalena?
—Quiero una que no tenga harina mágica —contesté.
Ella volteó los ojos y negó con la cabeza.
—Me decepcionas. Pero está bien. Marcamos los envoltorios de las muffins que no van cargadas —me contó a modo de confidencia—. Te traeré un par.
—¿En serio hacemos eso?
—Claro. Los gemelos se encargan de repartirlas a los que ven más perjudicados. Así nos ahorramos tragedias.
—Ah —me asombró saberlo. Pensaba que las repartían y las vendían sin filtro. Acababa de darme cuenta de que no era así—. Entonces sí. Tráeme dos —le pedí.
Y Amy me obedeció satisfecha con mi elección. Mientras tanto tuve que soportar a un zombie con una camisa de fuerza ensangrentada que me decía que se comió su lengua por diversión, y a otro que le faltaban un par de dientes. Pero ese era una mellado de verdad. Mira, había gente a los que Halloween les hacía un favor.
—Aquí tienes —Amy me dio dos, y cogió un par también para ella.
Les quitamos el envoltorio, las mordimos y ambas cerramos los ojos invadidas por la dulce posesión del azúcar. Fue un subidón.
La esponjosidad, el delicioso sabor que la abuela Malory lograba al combinar los ingredientes, los cachitos de chocolate negro y blanco... Eran una delicia.
—Me podría correr de solo comerlas —murmuró Amy con la boca llena.
—Están buenísimas... —aseguré.
Y así, en un santi amén, acompañando cada trago con ponche, me encontré mucho mejor y mi estado anímico subió varios peldaños. El azúcar fue como una inyección de adrenalina.
—Quiero comerme una caja entera —le aseguré a Amy.
—Pues vamos —me sujetó de la mano y avanzamos hasta la furgoneta. Nos colocamos al otro lado de las puertas y ahí nos hicimos con otra caja.
Mientras comíamos al son de Backstreet’s Back, bromeamos al mancharnos las paletas de chocolate negro, con lo que parecía que nos faltaba un diente.
—Te quiero, novata —me dijo Amy abriendo la boca sonriente para que se viera bien la mancha de chocolate.
A mí me dio un ataque de risa y le hice lo mismo, con cara de payasa.
—Yo te quiero más —repetí sin poder vocalizar por culpa de las carcajadas.
—Y así, sin diente estás tan guapa que no entiendo por qué Kilian no viene a buscarte...
—Oh, gracias —contesté sonriente—. Tú también eres una calavera muy guapa.
—Sí. Tú también. Aunque estés en los huesos.
Eso me hizo reír de nuevo, doblándome sobre mi propio estómago, sujetándome el abdomen con los brazos.
Y así, de esa guisa, me encontré a Kilian, frente a nosotras.
¿Tenía sed? Pues toma dos jarras.
Guapo hasta decir basta, de pie, altísimo en ese instante, ya que estábamos sentadas en el suelo con la espalda apoyada en la furgoneta.
Nos miraba seriamente. Se había maquillado la mitad de la cara como una calavera, y la otra en cambio, lucía limpia y atractiva como él era.
Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
La muerte y la vida.
La maldad y el bien.
La Locura y la cordura.
—Amy —Kilian clavó sus ojos en mi amiga—. Necesito hablar a solas con Lara. ¿Me permites?
Amy nos miró a uno y otro, dubitativa.
—¿Lara? —me preguntó pidiéndome permiso para irse.
Me levanté deslizando mi espalda por la furgoneta, y ayudando a Amy a hacer lo mismo.
—Sí, tranquila —le contesté. Me limpié la manos contra las piernas pues las notaba sucias del contacto del suelo—. Estoy bien.
—¿Seguro? —insistió con la paleta negra de chocolate y el pelo despeinado. La imagen estuvo a punto de arrancarme otra carcajada, pero me resistí. Kilian no parecía estar de buen humor.
—Sí, de verdad —la abracé y le dije al oído—: tengo una conversación pendiente con él. Estoy bien. Ve tranquila.
—Cualquier cosa me das un toque al móvil.
—Sí.
Amy no parecía estar muy de acuerdo en irse, pero al final dio un paso atrás y se alejó, no sin antes lanzarle una mirada perdona vidas a mi Assassin.
Cuando nos quedamos solos detrás de esa furgoneta, pareció que no había nadie más en el mundo. Nos aislamos del ruido, del jaleo y de la música.
Los dos solos. Solo yo frente a él.
Nada más.
Kilian dio un paso hacia mí con un ademán muy severo. Yo me aplasté contra la furgoneta, impresionada por la energía que exudaba.
—Kilian, yo...
—Tienes chocolate en la paleta.
—¿Eh?
—Chocolate —se señaló la boca.
Mierda.
Me lo limpié rápidamente con la punta de la lengua y me azoté mentalmente por aquel desliz. Debió pensar que era lerda.
—Mira, sé que tenemos que hablar. Yo tengo ganas de hablar contigo y de explicarte. Yo, bueno... Tú sabes que me has ocultado muchas cosas y que en nuestra relación hay muchos secretos. Que seas un Bones tampoco facilita la situación —maldita fuera. Hablaba tan rápido y atropelladamente porque estaba nerviosa, y él no dejaba de acercarse a mí—. La cuestión es que tu hermano me aseguró que me ibas a engañar con Sherry, que me mentirías... Y me dijo que si cenaba con él, él me mostraría las pruebas de tus mentiras y de paso, retiraría el duelo contra ti. Y yo... bueno yo accedí —dije rendida, encogiéndome de hombros—. Accedí porque no soportaba la idea de verte pelear de nuevo. Me daba miedo que te hicieran daño y... —me acongojé, no pude evitar emocionarme. Me sucedía siempre que hablaba con él y abría mi corazón— y también me dio miedo creer que él dijera la verdad. Por eso fui. Para que me lo demostrara y para, sin tener en cuenta si mentías o no, salvarte de vuestro enfrentamiento —¿por qué me sentía tan desvalida e insegura?
Kilian apoyó las manos a cada lado de mi cara, en la furgoneta y acercó su rostro al mío, tanto que parecía que me iba a comer y que nuestras narices se tocaban.
—¿Y ahora qué?
—¿Ahora qué? —susurré sin comprender.
—¿Cuáles son tus conclusiones? Ahora que has llevado tu juego hasta el final y que has visto cosas que nadie más ha visto, ¿qué crees? ¿En quién crees?
—Creo que me mentiste y que te vi bailar con Sherry —contesté creciéndome ante la adversidad—. Que fuiste con ella a la Isla de Deer y que no sé por qué lo hiciste. Que tu hermano no es normal, que hace cosas que ningún humano puede hacer y que... que es malo. Que no está bien. Tiene mucha maldad. Y me alegra que haya retirado el duelo contra ti, porque te habría matado. Sé que estuviste dos semanas sin querer acercarte mucho a mí, porque no querías que yo te tocara, por tus heridas... Y quiero decirte que lo siento, Kilian —reconocí abatida—. Siento haber pensado mal de ti. Siento haber actuado así. Solo pensé que estaba haciendo lo mejor. Me sentí engañada —bajé la cabeza con vergüenza—, y por eso quedé con Thomas.
—¿Y por eso te besaste con él? —disparó sin más. Sus ojos oro brillaban con disgusto y rabia.
—Yo no le besé —no necesité alzar la voz. Lo miré fijamente, sin miedo—. Fue él. No sé lo que te dijo Thomas, pero te engañó.
—Lo que sé es que todo el mundo sabe por qué ya no nos enfrentamos Thomas y yo, y me avergüenza saber que es porque mi novia —pronunció con inquina—, pendoneó con él una noche para hacerle cambiar de opinión.
—No seas injusto. Eso no fue así —le advertí.
—¿Injusto? ¿Has visto cómo tengo la espalda? Tuve que acatar una sesión de azotes por defender el honor de una goyin ante Dorian y ante Thomas. ¿Y esa es la lealtad que recibo? ¡¿Eh?! —golpeó la furgoneta con el puño, por encima de mi cabeza.
Las lágrimas de mis ojos descendieron por mis mejillas. Negué con la cabeza.
—No. No es así. Sé que he hecho las cosas mal, pero tú también.
—Te dije que yo te protegería. Te dije que me hicieras caso. ¡¿Te lo dije o no?!
—S-sí —contesté abatida. Menudo panorama. Yo disfrazada de muerte llorando como una nenaza.
—¡¿Entonces por qué coño haces lo que te da la gana?! ¡¿Por qué no has confiado en mí?! Tuve que ir a la Isla Deer a enfrentarme a la Cúpula de frente y decir que rompía la alianza con la familia de Sherry. Solo así podía liberarme de ese enlace. Y mientras yo aguanté los días en la Isla, con un dolor atroz en la espalda y con heridas que me han provocado fiebre durante muchas noches, la niña bonita coge y se va a calentar a mi hermano. ¡¿Así me agradeces todo lo que he hecho por ti?! Estoy cuidando de ti, protegiéndote —enumeró fervientemente—, desde que te conozco. ¡¿Así me lo pagas?! ¡¿Convirtiéndome en el hazme reír de la fraternidad?!
Sabía que el maquillaje se me correría si no paraba de llorar, pero era incapaz, porque todo lo que me decía Kilian era incontestable, irrefutable. Tenía razón.
—Lo... lo siento.
Kilian se apartó de la furgoneta y de mí. Me miró de arriba abajo, sin calor ni cariño, y parpadeó una sola vez, como haría un asesino. Me sentí más pequeña que nunca.
—Lo siento mucho —repetí rota y arrepentida—. No sé qué más puedo decirte o qué más puedo hacer para que me creas... Kilian, siento muchas cosas hacia ti. Muchas y... sé que me he equivocado y he hecho las cosas mal. Que he confiado en quien no debía.
—Siempre te pasa lo mismo. Dorian, Thomas... Confías en todos menos en mí. Y al final siempre acabo salvándote de ellos.
—Kilian... —mi melena ocultó mi rostro—. Lo siento de verdad.
Él no cambió la expresión en ningún momento. Parecía tan duro, tan inalcanzable para mí en ese instante.
—¿De verdad quieres hacer algo para arreglar esto? —su mandíbula estaba tensa, como él.
—Sí —vi una pequeña luz entre la oscuridad de su mirada—. Claro que sí.
—Bien. Vamos –me agarró de la mano, bordeamos la furgoneta y me metió entre la multitud que no dejaba de bailar, para cruzar la plaza y meternos dentro de la residencia.
No entendía nada. No comprendía aquel arrebato. Mis lágrimas se desvanecían en el aire, impulsadas por la virulencia de sus movimientos.
Por un momento pensé que quería que subiéramos a mi habitación. Y me gustó la idea. Nunca había subido a nadie a mi habitación. A ninguna de ellas. Que él fuera el primero me llenó de alegría.
Pero en vez de eso, me metió en los baños públicos, cerró la puerta de uno de los compartimentos, me aplastó contra la pared de ladrillo blanco y arrinconándome me dijo:
—Si quieres que te crea, vas a tener que esforzarte.
No nací ayer. No era una mojigata. Sabía a lo que se refería. Pero aquella energía peligrosa y desafiante no era la adecuada. No me hacía sentir bien. Intenté tranquilizarme y calmar el latido desbocado de mi corazón, pero todo fue en vano cuando Kilian se cernió sobre mí, me atrapó los labios con su boca y me besó violentamente.
Todo se desdibujó, incluso mi sensación de estabilidad. Fue como si me despersonalizara. Ni pies ni manos sentía, excepto la lengua de Kilian indagando en mi boca.
Le respondí al beso y me abracé a él. Le rodeé el cuello con los brazos, me colgué a sus hombros y sentí como él me izaba y me colocaba las piernas alrededor de su cintura.
Mi mono negro llevaba una cremallera por delante que empezaba en el cuello y acababa por debajo del ombligo. Percibí sus manos ardientes manoseándome por todos lados, y después noté que sus ágiles dedos tomaban la cremallera y la bajaban con rapidez. La yema de sus dedos me quemó la piel de la clavícula y cuando me cubrió uno de mis pechos con toda su palma, corté el beso y le miré a los ojos esperando conectar con él y verle el alma.
Pero me lo prohibió. Volvió a besarme de nuevo, haciéndome daño en los labios, y yo le respondí.
Y entonces, su mano se deslizó hasta mi vientre, y desde ahí, al Sur, donde llevó los dedos a la parte más íntima de mi cuerpo.
Mi entrepierna ardía y cuando empezó a juguetear ahí, me estremecí.
Kilian me tocaba de un modo que me volvía la cabeza del revés, pero sabía cuándo ponía el corazón en ello. Y allí estaba ausente.
Corté mi beso, y apoyé la cabeza en el panel lateral del baño. Él aprovechó para deslizar la boca y la lengua por mi cuello, y a continuación apresó mi oreja entre sus dientes. Gemí, porque me era imposible no hacerlo, y porque él ya había introducido un dedo en mi interior, pero me estaba quedando fría.
Yo me quedaba fría, porque él solo quería calentarme, y darme cuenta de ello me decepcionó.
—Me pones cachondo perdido. No sé qué es —susurró incrédulo—. Que incluso disfrazada de muerte me pones caliente. Incluso cuando te odio como ahora solo tengo ganas de follarte.
Aquello me sentó muy mal. Como un azote en toda la espalda. No me gustó que me hablara así. Y él lo notó.
—No hagas esto —le rogué.
—¿Qué pasa, Lara? —me preguntó—. ¿Demasiado sucio para ti? ¿Demasiado... duro? —me apretó contra la pared lateral.
—Solo quieres castigarme —le miré entre mis largas pestañas, decidida a ser fuerte, pero la barbilla me tembló, la muy traidora.
—Estoy cansado de que me hagas creer que eres una persona que en realidad no eres.
—No soy yo la que ha mentido.
—¿Qué más quieres de mí? —dijo frustrado hundiendo sus dedos en mi recogido—. ¡Dime!
—Solo quiero... —le tomé del rostro y le acaricié las mejillas. Esa media cara de calavera me asustaba. Y su parte no maquillada me desorientaba de lo hermosa que era—. Solo quiero que me creas cuando te digo que lo siento. Quiero que me quieras.
—¿Para qué? No ha sido suficiente nada de lo que he hecho por ti hasta ahora.
—¡No es verdad! —le sujeté la muñeca porque no paraba de tocarme entre las piernas.
—¡Sí lo es! Siempre dudando, siempre desconfiando, siempre con miedos... Miedo de que no fueras especial para mí, de que te engañase y que en realidad fueras un entretenimiento más, como cualquier otra chica que haya podido tener.
—Para, Kilian —le apresé la muñeca con los dedos y tiré de él hasta que retiró la mano, pero aun así no me bajó al suelo.