PARA VERTE MEJOR - Lena Valenti - E-Book

PARA VERTE MEJOR E-Book

Lena Valenti

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Beschreibung

Kayla es detective privado y tiene entre manos un delicado caso en el que trabajar en Atlas, el pueblo en el que veraneaba de pequeña. Lo que no se imaginaba era que su investigación se convertiría en una compleja tela de araña y que en ella aparecería Hunter, el hombre que, salido de un mundo bestial, crudo y de leyendas, la pondría entre la espada y la pared. Ese sería el inicio de una aventura violenta y pasional, que la desafiaría a cruzar los límites de lo creíble, y que le exigiría entregarse a las emociones y hurgar en su pasado para entender quién era ella en el presente. Hunter y sus hermanos no están en Atlas para veranear. El rastro que llevan persiguiendo durante años les ha llevado a esa tierra de aspecto hermoso y elitista pero profundamente hostil para los que son como ellos. Lo tenía todo muy claro, hasta que Kayla irrumpió con fuerza en sus planes y sus instintos se vieron comprometidos salvajemente. Él se verá obligado a variar su hoja de ruta, pero lo único que no pensaba cambiar era el plan de venganza que llevaría a cabo contra sus verdugos. Sin embargo, la joven estaba a punto de enseñarle que, cuando a una la marcaban, la caza era un camino de ida y de vuelta. Aunque Caperucita deje de temer al lobo, el lobo siempre se querrá comer a Caperucita.

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PARA VERTE

MEJOR

Las Sombras Del Alpha, I

Lena Valenti

Consigue la firma de la autora:

Primera edición: abril 2024

Título: Para verte mejor

Colección: Las Sombras del Alpha, 1

Diseño de la colección: Editorial Vanir

Corrección morfosintáctica y estilística: Editorial Vanir

De la imagen de la cubierta y la contracubierta:

Shutterstock

Del diseño de la cubierta: © Editorial Vanir, 2024

Del texto: ©Lena Valenti, 2024

De esta edición: © Editorial Vanir, 2024

ISBN: 978-84-17932-91-6

Depósito legal: DL B 7640-2024

Bajo las sanciones establecidas por las leyes quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro —incluyendo las fotocopias y la difusión a través de internet— y la distribución de ejemplares de esta edición y futuras mediante alquiler o préstamo público.

ÍNDICE

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Mientras el lobo no tenga a su loba,

seguirá aullando a la luna y a las

estrellas.

Capítulo 1

Hacía mucho que no pisaba ese lugar. Kayla tenía vagos recuerdos de los años de veraneo que pasó en su infancia, correteando por los prados y yendo en bicicleta por las calles adosadas del centro del pueblo, pero de eso hacía ya unos dieciséis años, y muchas cosas podían cambiar en ese tiempo, como así había sucedido allí: Atlas había cambiado mucho.

El precioso pueblo de montaña se había modernizado, tenía hasta un enorme casino, salas de cine y todo tipo de restaurantes y cafeterías preciosas en las que los nómadas digitales trabajaban mientras degustaban una exquisita muffin y un buen café. También había un casco más antiguo donde había un cementerio de estilo gótico, una pequeña catedral y señoriales jardines por los que poder pasear como en un pequeño oasis rodeado de modernidad.

No podía evitar prestar atención a los nuevos caserones que asomaban en lo alto de los cerros que rodeaban el valle, iluminados casualmente por los tímidos rayos del sol que intentaban atravesar las espesas nubes bajas. Todos del mismo estilo, respetando la armonía ambiental, de teja gris oscura y madera. Se decía que Atlas era un lugar en el que a los ricos les gustaba tener propiedades y también competir por ver quién la tenía más grande. Que era un retiro dorado, de extensiones verdes y tierras altas interminables que acababan en el límite del mundo.

Los veranos que pasó en aquel pueblo le sirvieron para hacer amigas con las que poder mantener el contacto pasados los años a través de las redes sociales. Y gracias a eso, fue que Kayla recibió el mensaje de Susana y Jenni queriendo contratar sus servicios y que, después de tantísimos años, ella se dignase a pisar ese lugar de nuevo, con sentimientos encontrados.

Allí, su memoria se dividía entre el disfrute del verano, las noches bajo las estrellas, las expediciones con linternas al cementerio, y las acampadas en Lago Alto, y también con el descubrimiento de una terrible cara oculta de su padre, de las infidelidades a su madre y de cómo, desde entonces, ellas tuvieron que mantenerse siempre bien lejos de él.

El último verano que pasó allí supo que su padre nunca la quiso y que, en realidad, le daba techo y comida porque su madre sabía algo de él que nunca, bajo ningún concepto, debía salir a la luz. Esa era la conclusión a la que había llegado pasados los años. Kayla tampoco esperaba nada de él, tenía la suficiente inteligencia emocional como para darse cuenta de que ella a él le estorbaba y que era una carga pesada cuando estaba cerca o a su alrededor. Y estaba bien… No pasaba nada. Había niños queridos y niños no queridos. Había padres amorosos, y padres malos y dictadores.

Su padre, Dan Aro, era de los ausentes, de los que solo habían cedido el semen y gracias. El amor que él pudiera atesorar como padre se lo había dado todo a su primogénita, quince años mayor que ella, Ari, una hermanastra con la que Kayla jamás tuvo feeling ni lazos de ningún tipo.

Pero Kayla no estaba ahí para revivir viejas rencillas ni ahondar en su familia completamente desestructurada. Kayla volvía a Atlas solo por trabajo.

A los veintitrés años estaba licenciada en seguridad privada y era una de las investigadoras más jóvenes de la profesión. A los veinticuatro, un caso que ayudó a resolver relacionado con un fraude en el mundo empresarial, le dio notoriedad para abrir su propio despacho como investigadora privada, y a los veinticinco, con más experiencia y numerosos casos de éxito, volvía a Atlas para ofrecer sus servicios a sus amigas. Y, por lo que parecía, iba a ser un asunto un tanto turbio y complicado. Aunque ellas le habían asegurado que profundizarían en lo sucedido cuando la vieran en persona.

Habían quedado en una cafetería mirador en el centro del pueblo a las doce del mediodía. Pensó que sería mejor verlas primero y después ya dejaría todo en el bungalow que había alquilado. Aparcó su Countryman híbrido de color negro en la zona de estacionamiento, y se aseguró de que llevase en su tote de marca su iPad y su teléfono móvil. Iba a necesitar tomar apuntes.

Kayla cerró los ojos e inspiró profundamente. Olía a cruasán, a aire fresco, a río y a hayedo. En pleno otoño aquellos debían ser los olores más predominantes de Atlas, dado que esos elementos podían definir aquel mágico lugar a la perfección. Ella siempre estuvo allí en verano, así que era una experiencia nueva transitar sus calles con el peso de la entrada de octubre y sus colores naranjas y ocres por todas partes.

Se miró por el retrovisor. Con el meñique limpió el eyeliner que se había corrido de la comisura de su ojo de color verde amarillento, se humedeció los labios para que su lipstick estuviera en su lugar, se pasó las manos por sus ropas para que no luciesen demasiado arrugadas por el viaje, y se mesó el pelo castaño oscuro con las puntas más rojizas, para darle más vida y volumen. Kayla tenía una melena muy abundante y con mucho peso, a veces, difícil de domar.

Entró en la cafetería El Vendaval. Se llamaba así porque las vistas desde allí eran preciosas, dado que era un mirador, pero si salías a la terraza exterior te azotaba un viento que echaba a perder cualquier peinado de peluquería.

Cuando entró en el local, descubrió que era enorme, con una iluminación exquisita y un ambiente también muy americano. Las ventanas rodeaban la sala y dejaban ver unas vistas panorámicas del peñasco, que impresionaban a los que tuvieran vértigo.

Las vio sentadas muy juntitas, sujetando sus tazas blancas de café. Las hermanas Amez rondaban su misma edad, por eso habían congeniado tan bien cuando pequeñas, pero en ese momento, Kayla veía a unas mujeres que parecían mayores que ella, por el ánimo y la actitud que transmitían.

Susana y Jenni parecían distintas, desubicadas, con la expresión de quienes no sabía qué les había sucedido exactamente. Estaban desprotegidas, y sintió compasión y preocupación por las dos inmediatamente.

Cuando llegó a la mesa, se parapetó frente a ellas y dejó el tote negro sobre la silla vacía de al lado. Susana y Jenni alzaron la mirada y, en cuanto la vieron, sonrieron felices de encontrarse con ella de nuevo, aunque esa felicidad no llegó a sus ojos agotados. Las dos hermanas poseían rasgos parecidos, pero Susana era rubia con la melena larga y algo ondulada, y Jenni tenía el pelo castaño oscuro con reflejos, melena lisa y flequillo largo y recto. Sus ojos eran oscuros, de un negro muy encantador, aunque, ahora, con los surcos bajo los párpados no pareciesen tan hermosas como antes.

Se abrazaron a ella como si fuera una salvación, y Kayla les devolvió el abrazo, sobrecogida por aquel reencuentro y con muchas ganas de poder ayudarlas.

Hacía muchísimo que no se tocaban.

—Hola, chicas.

—Kayla —murmuró Susana agradecida—, es extraño abrazarte y que estés aquí después de tanto tiempo.

Claro que era extraño. El único contacto que habían tenido desde que Kayla dejó Atlas, fue mediante las redes sociales, y les pidió que lo mantuvieran en secreto. Que nadie supiese que ellas hablaban por esa red social. Se escribían y comentaban cositas, al principio a menudo, pero después, con el paso de los años, ese contacto se hizo más escueto, aunque no había un año que no supieran las unas de las otras.

No eran sus mejores amigas. Pero sí eran amigas a las que les había tenido cariño durante una época de su vida, y todavía el recuerdo hacía que se lo tuviera.

—Después de que me contactaseis, ¿cómo no iba a venir?

Susana y Jenni supieron de su graduación en el ámbito de la seguridad privada y la investigación, pero Kayla nunca pensó que su reencuentro tuviera lugar por su profesión.

Las tres tomaron asiento, y Kayla se pidió un cortado.

Ella tenía grandes aptitudes psicosociales, y siempre hacía caso de su intuición. La energía que las hermanas Amez irradiaban no era buena.

—¿Cómo estás, Kayla? —preguntó Jenni pasándose los dedos por su flequillo castaño oscuro—. Tienes un aspecto increíble. Estás guapísima.

—Gracias —contestó agradecida, abriendo su iPad a modo de libreta y tomando su Pen para escribir—. Vosotras…

—Nosotras damos pena —contestó Susana. La rubia estaba tan contrariada e insegura como su hermana—. No hace falta que seas educada. Ahora mismo no estamos nada bien.

—No estáis tan mal —lo dijo con un tono un tanto desenfadado que provocó que las hermanas sonrieran cuando no tenían pensado hacerlo. Aún se tenían ese tipo de confianza, la que hacía que pudieras ser irónica o sarcástica sin miedo a ofender a nadie.

—Mírate —dijo Jenni admirada—, totalmente independiente, con tu propia empresa, exitosa… qué estilazo, y nosotras somos las mismas de siempre…

—Nunca somos los mismos —contestó Kayla fijándose en las uñas mordidas de las manos de Jenni y en los moratones que asomaban por debajo de sus mangas largas.

—Seguimos siendo las chicas del aserradero, con pajaritos en la cabeza y sueños de divas que no podemos cumplir… —dijo agriada.

Kayla recordaba que las Amez siempre quisieron ser modelos. Tenían cuerpo para ello, eran muy guapas.

—Nunca es tarde. Aún sois muy jóvenes.

—No. Las cadenas de Atlas son muy resistentes —contestó Susana jugando con la taza de café—. Estamos destinadas a seguir aquí, heredando el legado de nuestros padres.

Atlas tenía un aserradero en el valle, propiedad de los Amez, donde se cortaba la madera y se la trabajaba para venderla a industrias de segunda transformación para objetos de consumo. Kayla había jugado muchas veces allí con ellas.

—¿Vuestros padres siguen bien?

—Sí —contestó la pelicastaña—. Como todos los matrimonios, con altos y bajos, pero sí, ahí siguen.

Kayla asintió y desvió sus ojos de color verde gatuno con motitas amarillas hacia la garganta de Jenni. Se había intentado maquillar el cuello, para ocultar unas marcas rojizas.

—Sentimos mucho la muerte de tu padre y de tu hermanastra Ari —admitió la joven—. Fue el año pasado, ¿no?

—Sí.

—Hacía mucho que no venían a Atlas. De hecho, vendieron la casa hace años y nunca más pasaron por aquí.

Kayla no sentía absolutamente nada hacia ellos. Hacía dieciséis años que había dejado de tener contacto por orden expresa de su madre, y a ella no le costó nada obedecerla.

Su padre Dan y su hermanastra Ari murieron el año pasado en un gran incendio, en su casa de los Pirineos. Las llamas les rodearon y no pudieron salir a tiempo. Kayla siempre pensó que debió ser un modo terrible de morir.

—En realidad, ya sabéis que nunca fueron mi familia, así que… —Se encogió de hombros—. No tengo un duelo que cursar. Pasó y ya está. Quiero pasar desapercibida —advirtió—. No quiero que nadie me relacione con ellos. Entiendo que solo vosotras sabéis que estoy aquí, ¿no? No habéis dicho ni a vuestros padres que he venido a Atlas.

—No hemos dicho nada a nadie. No te preocupes, sabemos que necesitas discreción absoluta, pasar desapercibida y que nunca te ha gustado tener nada que ver con el apellido Aro.

—Exactamente —adujo.

Las hermanas asintieron, comprendiéndola perfectamente. Ari y Dan habían sido unos déspotas con la madre de Kayla y con la misma Kayla. Las habían tratado siempre como si fueran de segunda división.

—Pero no creo que pases muy desapercibida si vas a quedarte aquí —dijo apreciando su atractivo y sus facciones—. Estás tan guapa, Kayla…

—Gracias, chicas, pero dejad de piropearme, que no lo llevo bien… —reconoció con algo de vergüenza—. Para quedarme aquí me tiene que interesar lo que me contáis, porque en Atlas no se me ha perdido nada —les recordó—. Así que, vamos a hablar en serio. No puedo evitar fijarme y me puede la curiosidad… —En ese momento el camarero le trajo el cortado y ella carraspeó, le dio las gracias y esperó a que se fuera—. Tenéis cardenales —objetó con seriedad—. Jenni, a ti te encantaba pintarte las uñas y hacerte manicuras. Nunca te las mordías… Y ahora tienes hasta heridas de mordértelas. Estáis pasando por un gran momento de ansiedad, es evidente… ¿Me contáis ya por qué estoy aquí? En el mensaje me dijisteis que era muy urgente. ¿Qué os ha pasado?

Jenni y Susana no sabían por dónde empezar. Se las veía nerviosas y miraban alrededor desconfiadas, como si creyesen que cualquiera podría oírlas. Pero habían dado el paso de contactarla, y no podían dar marcha atrás.

—Sucedió el sábado pasado —explicó la rubia.

—Hoy es sábado. Hace una semana ya —Kayla encendió la aplicación de grabación de voz del móvil y, al mismo tiempo, abrió el Notes del iPad para empezar a tomar apuntes.

—Sí —era Susana la que llevaba la voz cantante de las dos—. Como sabes, siempre nos interesó el modelaje. No hemos desistido en ello, pero aquí es difícil tener oportunidades —dio vueltas con la cucharilla a su café—. No ha sido nuestra idea más brillante —reconoció—, pero pensamos que sería mejor entrar en algún lugar con catálogo, para… para poder conocer a personas influyentes, ya sabes…

Kayla parpadeó lentamente sin quitarle la vista de encima.

—¿Un lugar con catálogo?

Jenni se removió avergonzada y se pasó la mano por la nuca.

—Qué mal… —murmuró la de pelo más liso.

—Yo no voy a juzgar a nadie, solo estoy aquí para escucharos —quería tranquilizarlas—. ¿Qué es un lugar con catálogo?

—Es un sitio de escorts… Chicas de compañía, ya sabes. Son muy discretos y muy pocos lo conocen.

—Claro, así debe de ser —objetó Kayla irónica.

—Entrábamos dentro de los estándares que pedían. Te aseguraban que irías a fiestas de gente muy rica, que podrías crear tu propia agenda de contactos, que solo se ofrecía sexo si tú querías y que no estabas obligada a nada… Y también te aseguraban formación dentro del mundo del modelaje.

—Menudo combo… ¿Hay un lugar así en Atlas? Qué sofisticado… —Kayla no se lo podía creer. Atlas era un pueblo precioso de alta montaña, con mucha biodiversidad y diferentes clases sociales, aunque estaba claro que la clase alta empezaba a predominar gracias a las grandes oportunidades de inversión en esa tierra. Se estaba convirtiendo en un Las Vegas mezclado con el Gstaad del cantón de Berna. Es decir, todo un caramelo goloso para los millonarios.

—Sí —contestó Susana—. Nosotras somos de la parte del aserradero, y allí somos todos de clase media tirando a baja —reconoció—. Pero el resto de Atlas empieza a apestar a dinero, Kayla y a gente muy conservadora. Ya has visto todo lo que hay, ya ves cómo ha cambiado el pueblo en poco tiempo… Hay hasta un casino… —reconoció resoplando—. Tu padre y tu hermanastra, que en paz descansen… Es decir, vosotros erais de la parte de los ricos, vuestra casa de vacaciones era de las más grandes y envidiadas de la zona, por eso nos sorprendió tanto que te hicieras nuestra amiga.

—Por suerte, nunca tuve nada que ver con ellos y mi madre me educó muy bien —contestó Kayla. Y así fue. Para ella su familia estaba hecha en dos partes; su madre y ella, y luego, la que apestaba a clasismo, que la formaban su padre y Ari—. ¿Cómo se llama ese lugar de escorts? ¿Quién os contrató? ¿Y cuánto hace de eso?

—Hace tres meses. La contratista se llama Minerva. Y el sitio se llama La Agencia.

—Bien —Kayla apuntó esos nombres y las animó a seguir—. Entonces, formasteis parte del catálogo de la Agencia…

—Nos hicieron fotografías con ropa, y también en bikini. Y nos añadieron a su banco de modelos para «ofrecernos» como pack de hermanas. Donde iba una iba la otra, ¿sabes? Fuimos a un par de fiestas nocturnas organizadas en mansiones que no están muy lejos de aquí… Y era cierto, siempre puedes encontrar a gente con mucho poder y popularidad en esos lugares —reconoció Susana, pero ya sin fascinación—. Hasta que llegó la invitación a una fiesta organizada en el complejo militar.

A Kayla aquello le llamó mucho la atención.

—¿Un complejo militar? ¿Hay un complejo militar en Atlas?

—Sí, se inauguró hace un año. Es un complejo de inteligencia militar de alto rendimiento. Creo que están especializados en batallones, en la formación de grupos de acción de élite… Vamos, lo mejor de lo mejor.

—No tenía ni idea. —Pero no le extrañaba. Atlas era muy grande y poseía grandes extensiones de prados y campiñas sin explotar, de ahí que fuera tan atractivo para todo tipo de inversores. Incluso el Gobierno había pensado en la zona para construir instalaciones militares.

—Fuimos el sábado por la noche porque se cumplía su primer aniversario. Fuimos nosotras y algunas chicas más de la Agencia, entre las que estaba también, Sandra. ¿Recuerdas a Sandra?

—Sí, claro. La hija de la heladera artesana. Ella nos acompañaba de vez en cuando a nuestras salidas nocturnas.

Jenni y Susana sonrieron con melancolía.

—¿Ella también está en la Agencia? —quiso saber Kayla.

—Así es. Es una mulata guapísima y tiene mucho éxito. Así que también estuvo con nosotras. La fiesta en la base militar estaba llena de gente influyente, de altos cargos militares y de miembros del Gobierno Municipal. La noche era un éxito… hasta que nos invitaron a nosotras y a algunas más a alargar la fiesta en otras dependencias de la base. Para entonces, tanto mi hermana como yo, no nos encontrábamos demasiado bien, como si estuviéramos borrachas, pero no habíamos bebido demasiado…

—Estábamos borrachas pero sin beber —aseguró Jenni.

Kayla miraba a una y a otra con mucha atención.

—La cuestión es que la sensación que teníamos era incómoda, pero también nos sentíamos osadas y muy conscientes de nuestra sexualidad… —admitió Susana.

—¿Excitadas sexualmente, quieres decir?

—Sí —reconoció Susana—. Yo no he estado así de caliente nunca. Pero no entendía por qué estaba así. Y ellos… bueno… no sé muy bien cómo fue —aclaró nerviosa.

—Susana… —Kayla la tomó de la mano—. Tranquila. No hay prisa. Cuéntamelo todo bien.

—Es que es confuso. De repente, estábamos en un sitio oscuro, con camas… Había muchos militares y eran muy grandes… y muy serios. Y empezaron a tocarnos y, no podíamos apartarlos porque —se humedeció los labios— apenas teníamos fuerza ni voluntad. Y todo se volvió extraño y borroso, como en un sueño. Escuchamos ruidos muy extraños, rugidos, y a veces, tengo en la mente recuerdos de lo que me hacían o de lo que les hacían a otras…

—¿Fue consentido? —preguntó Kayla poniéndose de muy mal humor, ofendida por lo que estaba escuchando.

—No —contestaron las dos a la vez—. La sensación de estar caliente era muy rara, pero nunca accedimos a eso… Sin embargo, nos los vimos encima y… —Jenni se retorció las manos, y después se llevó los dedos a la boca para morderse las uñas que ya no tenía. Su hermana se las retiró para que no se siguiera haciendo daño—. Nos hicieron mucho daño —admitió con los ojos llenos de lágrimas.

Kayla tomó aire por la nariz, tenía el pecho helado.

—¿Quiénes fueron? ¿Os acordáis de sus caras?

Susana negó con expresión frustrada.

—No las podemos recordar bien… No los veíamos bien, estaba como a oscuras, pero recordamos cosas… Eran muy grandes, Kayla.

—¿Qué quieres decir con que eran muy grandes?

—Grandes de tamaño, de estatura… No eran… no eran normales. Y no hablaban demasiado… Te sujetaban con mucha fuerza, eran muy rudos y no atendían a nuestros gritos de dolor ni a nuestras súplicas pidiéndoles que parasen… Nos dejaron el cuerpo llenos de marcas muy extrañas. Y había un moderador.

—¿Cómo dices?

—Un moderador —repitió Jenni—. Él les ordenaba cuándo tenían que parar… Los militares llevaban collares en el cuello, como si fueran perros.

—¿Y el moderador del que habláis, les decía que parasen y ellos le obedecían?

—Llevaba algo en las manos. Un aparato eléctrico. Se acercaba a ellos, hacía algo con él y se apartaban sin más.

—¿Os acordáis de su cara? ¿Lo sabríais reconocer?

Tanto Jenni como Susana contestaron que no estaban seguras.

Kayla se frotó las sienes con las manos, y tomó un sorbo de su cortado. ¿De qué demonios le estaban hablando? ¿De una violación en manada? ¿Las habían drogado para eso?

—Esto pasó el sábado pasado. ¿No denunciasteis el domingo?

—Pusimos una denuncia en la comisaría explicando lo que había sucedido. Fuimos al Hospital Municipal para que nos revisaran. No estamos bien… —reconoció—. Tenemos… lesiones. Mordiscos…

—¿Mordiscos? Hijos de puta —gruñó contrariada.

—Nos desgarraron por… por dentro —Kayla aguantó la respiración, muy afectada— y estamos con antibióticos, antitérmicos y cicatrizantes. Tenemos marcas y arañazos profundos en la piel.

—Dios mío… —Se le estaba revolviendo el estómago—. ¿Os hicieron algún tipo de exámen toxicológico?

—Nos hicieron análisis y nos dijeron en el hospital que los resultados estaban bien. Que estábamos limpias.

—¿No había rastro de nada?

—Según los análisis, no.

—¿Y en la comisaría? ¿Quién os tomó declaración?

—El inspector Spencer. Supongo que te acordarás de él… Era un poco más mayor que nosotras, y todas estábamos un poco locas por él. Vini —aclaró—. ¿Te acuerdas?

—¿Vini? ¿Vini Spencer?

—Sí. Es inspector. Hablamos con él al principio y le explicamos lo sucedido. Él nos dijo que nos fuéramos a hacer pruebas para tener un parte médico con el que poder hacer la denuncia oficial, que ellos necesitaban ese material.

—Bien —Kayla se apuntó todo en el iPad—. Y ya le habéis entregado todo —no era una pregunta.

—Sí.

—Y el análisis de sangre que afirma que no había sustancias en la sangre.

—También.

—¿Y había algo de alcohol?

—No demasiado, tampoco —aclaró Jenni.

—Ahá… —acabó de apuntar algo en el iPad—. Si habéis hablado con la Policía y habéis hecho la denuncia pertinente, ¿qué queréis que haga yo?

Jenni y Susana se miraron de soslayo, con preocupación.

—Nadie nos ha llamado desde entonces —contestó Susana—. Nadie ha hecho nada por nosotras, Kayla. No se están haciendo cargo. Es como si nuestra declaración hubiese caído en saco roto. La Policía no ha pasado por aquí para preguntar ni para interesarse. Tampoco han ido a la base militar. Nada ha salido en los medios y todo sigue con total y absoluta normalidad en Atlas.

—Eso no es habitual. Ante denuncias de abuso sexual y manadas deben ponerse en marcha inmediatamente, aunque no haya análisis de sangre que puedan corroborar vuestra versión sobre un estado no consciente.

—Se han pasado las pruebas médicas por el forro —gruñó Susana—. Pero tampoco se sabe nada de otras denuncias de otras chicas, y te aseguramos que allí había más con nosotras. Pero eso no es lo peor.

—¿Aún hay algo peor? —dijo consternada.

—Sandra. No se sabe nada de Sandra desde entonces. Creemos que no salió de allí. Nosotras salimos por nuestro propio pie y, contra la sugerencia de la Agencia, denunciamos.

—¿La Agencia os dijo que no lo hicierais?

—Nos vino a decir que no debíamos beber tanto… Que eso iba a quitar credibilidad a nuestro relato. Pero tenemos el cuerpo lleno de marcas y heridas… Y ellos aducen que hay personas que les gusta jugar con el dolor y con el placer.

—Qué cabrones… ¿quién os ha dicho eso? ¿Minerva?

—Sí. Pero nadie dice nada de Sandra —declaró Jenni.

—¿Sus padres no han puesto ninguna denuncia? —indagó Kayla cada vez más irritada.

—Sus padres murieron hace un par de años en un accidente de tráfico.

—Vaya, qué pena… —dijo afectada. Los recordaba con cariño. Alguna vez les habían regalado conos de nata.

—Está ella sola. Y solo tenía los beneficios de la Agencia, porque la heladería cerró. Ese era su único sustento.

—¿Fue ella la que os metió allí?

—Sí. Fue por ella que supimos del tema de las escorts.

Kayla apuntó en la nota: «Sandra lleva una semana desaparecida».

—Necesitamos que alguien nos crea, que intente hacer algo por nosotras y por Sandra… —pidió Jenni acongojada—. Es desesperante darte cuenta de que eres víctima y nadie te hace caso. Tenemos la sensación de que no nos toman en serio y que nos ven como… como putas. Pero nosotras no hicimos nada ni quisimos hacer nada de eso, Kayla, ¿tú nos crees? Nosotras… —Jenni se cubrió el rostro con manos temblorosas y arrancó a llorar.

Kayla las entendía. Eran tantos los estigmas contra las mujeres, eran tantos los miedos y los escollos que superar cuando se trataba de denunciar algo así. Porque la sociedad creía que si ellas estaban ahí como escorts, y habían ido ahí por propia voluntad, también entendían entonces que, dada su profesión, podía haber sexo y más. No eran estúpidas, vendían su cuerpo y su imagen para algo. Esa era la manera de pensar de los rancios. Y estaba muy extendida, entre hombres y entre mujeres casposos y conservadores. Sin embargo, estar ahí no le daba a nadie el poder para aprovecharse de ellas ni para hacer con ellas lo que quisieran.

Kayla se sentía tan agraviada como Jenny y Susana.

—Os creo al cien por cien —Kayla alargó el brazo y puso la palma boca arriba en la mesa, para que Susana apoyara la suya en ella y encontrar algo de calor y confianza en ese gesto—. No me imagino por lo que estáis pasando. Bueno, sí lo imagino, que es lo peor, y me sabe muy mal. Voy a ponerme con todo esto. Pero quiero que seáis conscientes de algo: no sois responsables de los actos de los demás. Cuando una mujer dice que no, es que no, y no importa en qué momento de la intimidad se esté. Habéis sido víctimas de una violación en manada, en una base militar. Hay detalles escabrosos, que me ponen la piel de gallina —aseguró revisando sus apuntes. Palabras como «mordiscos», «desgarros», «rugidos», «heridas y arañazos», o la existencia de un moderador y de militares con collares eléctricos… ¿qué tipo de casa de los horrores era esa?—. Pero no se le puede dar la espalda. Además, Sandra ha desaparecido y nadie ha denunciado su desaparición.

—Nosotras sí lo hicimos —aclaró Jenni pasando el brazo por los hombros de su hermana—. Hablamos con Vini antes de ayer para denunciar su desaparición. Él lo tiene todo.

—Está bien —murmuró muy extrañada—. ¿Hay algo más que penséis que sea importante, algún detalle que recordéis que pueda ser de utilidad? Lo que sea —añadió—, cualquier cosa puede ser importante.

Las hermanas negaron con la cabeza. Kayla estaba convencida de que seguían en shock por lo sucedido.

—¿La Agencia os dio un recibo por vuestros servicios? ¿Algo que pueda demostrar que fuisteis a esa fiesta contratadas?

—No. Pagan en negro. Dan el dinero en sobrecitos —dijo Susana.

Kayla resopló y asintió mientras se quedaba pensativa.

—Creo que necesitáis ayuda especializada. Esto no lo vais a superar solas. Mejor con ayuda.

—No vamos a ir con el cuento a nadie de aquí —replicó Jenni a la defensiva—. Atlas es muy grande pero, al mismo tiempo, tiene comportamiento de pueblo y todo se sabe enseguida. Hemos dado los pasos adecuados para denunciar y no nos están haciendo caso. No nos toman en serio porque, por estar en nómina de La Agencia, nuestra palabra es poco creíble. Y no quiero hacer más ruido… ni tampoco preocupar a nuestros padres. Tenemos el aserradero… tener problemas con los militares no es nada bueno y no queremos que el sustento familiar se vea afectado —reconoció—. Solo quiero que esto pase y entender qué nos hicieron. Y que los agresores caigan.

—Lo sé. Debe ser frustrante. Mi madrina es terapeuta. Trata a víctimas de violaciones y hace hipnosis, ayuda a desbloquear algunos recuerdos. Ya sabéis que el cerebro tiene su propio sistema de protección y guarda en cajones desastres todo lo que le hace daño. Si lo necesitáis, podríais hacer una sesión con ella online.

La idea pareció agradarles más que contratar a cualquiera de Atlas.

—Es muy buena. Y muy empática. Os ayudará mucho.

—No sé si… no sé si quiero recordar —murmuró Susana—. Cuando pienso en lo que pasó y en los recuerdos que tengo, me pongo a temblar… tengo una sensación de terror constante.

—Es el shock post traumático.

—Puede ser el shock pero… —alzó los ojos teñidos de miedo—, ahí pasó algo terrorífico de verdad. No es normal, Kayla.

Y Kayla sabía que lo que tuvieron que pasar a manos de esos bestias debió ser atroz.

—Quiero ver vuestras lesiones. ¿Tenéis el informe médico?

—Sí —Jenni echó las manos a su mochila, colgada en el respaldo de la silla, extrajo los informes y se los colocó encima de la mesa—. Supuse que los querrías ver. Está todo. Los análisis, las fotos que nos hicimos, el informe del médico… Incluso una copia de nuestra denuncia.

Kayla sonrió agradecida y tomó los dos sobres pero, antes de abrirlos, Susana posó su mano sobre la de ella, deteniéndola.

—Impresiona. No es agradable —la estaba preparando para el impacto—. Por eso no entiendo que alguien crea que eso pudo ser consentido. No quiero que lo leas aquí.

Kayla asintió con respeto. Estaban avergonzadas, pero ellas no eran las culpables.

—¿Me los puedo llevar para leerlos en el bungalow?

—Sí. Pero no se lo enseñes a nadie, por favor —le suplicó Susana.

—Todo esto es confidencial. Confiad en mí. Vamos a llegar al fondo del asunto.

—¿En el bungalow? —dijo Jenni—. ¿Te hospedas en las casas cúbicas de madera del Mirador?

—Sí.

—Te van a encantar —aseguró Jenni—. Atlas, a pesar de todo, sigue siendo un lugar de ensueño. El problema es la sociedad de ricos que se está creando alrededor. Todos tienen conexiones con todos, todos tienen negocios con todos, se protegen los unos a los otros… Pueden hacer lo que quieran y cuando quieran.

—Es un comportamiento normal y sectario en las sociedades de élite —admitió lamentándolo tanto como ellas—. Mi padre era uno de ellos, así que sé cómo funcionan, cómo piensan, cómo actúan… Sé de qué va esto.

—Pues espero que mientras investigues tengas cuidado, Kayla —le sugirió Susana—. Aunque no lo creas, aquí hay gente muy peligrosa.

—El mundo lo es —sonrió para sosegarlas, aunque la afirmación de Susana le puso la piel de gallina—. Nada nuevo.

Kayla tragó saliva, dio otro sorbo al cortado que se había quedado frío y se quedó charlando un rato con las dos hermanas, haciendo tiempo y preparándose mentalmente para el momento en que estuviera en la soledad de su bungalow y leyera el parte de lesiones de las dos chicas que se había guardado en su bolso.

Y ya intuía que no tendría estómago para eso.

Pero iba a ayudarlas y para eso debía ver con sus propios ojos las imágenes facilitadas, y entender la profundidad y la veracidad del relato de la agresión y de la violación que habían dado las chicas del aserradero.

Capítulo 2

Hunter no se lo podía creer. Todos sus sentidos estaban en alerta, activados por ese maldito olor que, por una parte, había esperado no volver a oler jamás, y por la otra, estaba deseando volver a inhalar, solo para encontrar la venganza que su corazón ansiaba con tanta desesperación.

Y no era exactamente igual a como él lo recordaba. La esencia había cambiado. Era más dulce, también más cítrica, pero aún más perturbadora. Solo una Aro podía oler así. Y si una Aro pisaba aquel lugar, no eran nunca buenas noticias.

Los años habían pasado, pero no las pesadillas ni la ansiedad que, a veces, golpeaban cuando menos las esperaba.

Hunter y los suyos habían esperado a que los Aro volviesen a escena y apareciesen en aquel lugar que ellos vigilaban día y noche desde hacía semanas. Y allí, indudablemente, en esa zona de El Mirador, una mujer había aparecido en escena. Una de ellos, de los Aro.

Las casas cubiculares tenían unos ventanales gigantes de cristal y la estructura era de madera. Desde donde él estaba, podía espiar perfectamente a esa joven.

Pero, consternado, advirtió que no era la doctora Aro. Eso estaba claro.

Tenían complexiones distintas, y sus rostros no compartían las mismas facciones. La doctora era estirada y altiva, y no había nada dulce, compasivo o muy humano en ella.

Esa chica que Hunter estudiaba era radicalmente opuesta. Y Hunter se sentía inquieto por lo mucho que atraía su atención. Tenía unos labios graciosos, en forma de beso y sus ojos se estiraban hacia arriba ligeramente. Eran ojos gatunos, seductores y llenos de inteligencia. Llevaba el pelo suelto, escalado, y las puntas, un poco más claras rojizas que el castaño que salía de su raíz, con si se las tiñera a propósito, señalaban graciosamente hacia todos lados. Descubrió, muy a su pesar, que le costaba apartar la vista de ella. Le atraía cómo se movía, cómo respiraba y cómo su pecho se alzaba rítmicamente a cada inspiración.

Hunter gruñó, le irritaba. Su olfato no lo engañaba. Su sangre olía a cazador. Y él había aprendido que al cazador no se le daba ni agua.

La chica revisaba concienzudamente unas hojas que había dispuesto sobre la mesa. Y parecía horrorizada. Se presionó los ojos con la punta de los dedos y suspiró, haciendo noes con la cabeza. Fuera lo que fuese lo que oteaba, estaba muy contrariada y la removía a niveles emocionales.

No iba a estar mirándola toda la eternidad. Había decidido que actuaría inmediatamente, pero antes debía estudiar su alrededor, por miedo a que aquello fuese una trampa o él mordiese el anzuelo sin querer.

Sin embargo, debía darse prisa. Les había dicho a Yael y a Asher que él se haría cargo. Pero también sabía que, ante la presencia de un Aro, a sus hermanos les costaba acatar órdenes.

Por eso debía darse prisa y hacer las cosas a su manera.

Necesitaba a esa chica viva. Y sus hermanos no tenían la sangre fría que merecía una ocasión como esa. Él tampoco era que tuviera demasiada, pero de todos, era el que más autocontrol poseía. Así que se movió ágilmente entre la arboleda, aprovechando sus sombras y sus anchos troncos para no ser visto.

La noche oscurecía el valle y la teñía con un manto mazarino que le iba bien para no ser detectado.

Debía reconocer que Atlas le había sorprendido por su belleza, y que le recordaba a Irati, las tierras de las que él y sus hermanos venían. Esas casitas de miniatura en forma de bungalows modernos que permitían a las personas vivir la experiencia de dormitar en medio de la naturaleza, dejando que el mismo bosque formase parte del paisaje de esos cubículos pero sin entrar de lleno en sus casas, le parecían coquetas y encantadoras.

Pero toda la belleza de Atlas nunca podría tapar la vergüenza y el terror que Hunter sabía que dormitaba bajo su suelo y que muchos desconocían, otros hacían la vista gorda y otros tantos formaban parte activa. Hunter y sus hermanos estaban allí para hacer volar todo por los aires. Pero necesitaban hacerlo bien, sin llamar demasiado la atención y pasando desapercibidos.

Rodeó el bungalow donde se encontraba su objetivo, pero se detuvo abruptamente.

La chica había salido al pequeño balcón de lamas de madera para airearse. Parecía agobiada. Llevaba un albornoz largo de color negro y se abrigó con él, reajustándose mejor las solapas sobre su pecho.

Bajo el albornoz se apreciaba un cuerpo sinuoso y precioso, pensó Hunter paralizado al contemplarla de tan cerca.

Toda ella lo era.

La joven no lo veía, pero estaba a tan solo cuatro metros de ella, escondido en la pared lateral del cubo. Y ella era un ser extraño… Hunter sintió que parecía que estaba contemplando por primera vez las formas de una mujer, como si fuese la primera vez que veía una.

Ella alzó la barbilla y miró hacia las estrellas que inundaban el valle del Mirador. Los grillos y el aullido de algún lobo alteraban el silencio.

Hunter pudo contemplar el perfil de su rostro, y se vio afectado por las perlas brillantes que colgaban de sus largas pestañas. Estaba llorando. Lo que fuera que leía en esas hojas, la habían emocionado. Mal.

Y para él fue como si el tiempo se paralizase. Se quedó congelado ante lo mucho que le afectaba verla así.

Y no lo entendió. Era una maldita cazadora. Todos los Aro tenían en sus genes el ansia de martirizar a los suyos. Y esa chica no iba a ser distinta. Por eso tomó la decisión de dejar aquel vago pensamiento en una esquina oculta de su cerebro, porque en ese momento lo único que quería hacer con ella era llevársela de allí y obligarla a que le dijese todo lo que sabía.

Pero, de repente, ella se dio la vuelta, como si hubiese leído su pensamiento, y entonces lo vio.

Hunter no estaba lo suficientemente oculto como para que ella no lo identificase.

Los ojos plata de Hunter se clavaron en los de ella, que no se atrevía a mover ni un solo músculo, al descubrirlo allí, en medio de la noche.

Ella osciló levemente las pestañas, sin apartar la vista de él. Pero no le tenía miedo. Y era normal. Las cazadoras como ella no tenían miedo a los que eran como él, porque sus genes no estaban hechos para temerlos, sino para perseguirlos y torturarlos.

—Ho-hola… —dijo ella en voz muy baja.

Hunter frunció el ceño. Odió su voz. La odió al instante porque… no era como él esperaba. Le hubiese gustado oír la voz rígida y poco modulada que tantas veces había oído en los Aro… pero aquella voz era diametralmente opuesta a un sonido yerto.

Y la recibió como una caricia. Una jodida caricia inesperada que lo humilló.

Se sintió asqueado por su propia reacción, como un vendido, y eso lo envalentonó para hacer lo que había ido a hacer allí.

Sin embargo, cuando iba a lanzarse contra ella, sus ojos se dilataron y su oído se afinó.

Inhaló un par de veces, de modo no profundo. Y supo que su intuición no fallaba.

¡Plas!

Algo bestial apareció de un salto en la pequeña terraza. Había saltado desde la parte superior de la casita cuadrada.

Y ella, esta vez sí, gritó al verlo y se llevó las manos a la cabeza al ver que iba a ser golpeada por una bestia salvaje.

Pero fue Hunter quien lo evitó. Corrió y lo placó con su cuerpo y ambos arrancaron la baranda negra metálica que delimitaba el balconcito, para caer los dos por el precipicio, cuatro metros hacia abajo, dejando a Kayla sola, temblorosa y en shock. Aunque la joven se asomó para ver qué había pasado.

La caída podría haber sido mortal para cualquiera, pero Hunter cayó encima del agresor, el cual, alguna vez había sido humano, aunque ya no quedaba rastro de humanidad en él. Su rostro estaba desfigurado por la grotesca transformación, sus colmillos habían herido y abierto sus labios, igual que sus mejillas que, aunque estaban cubiertas por pelo, también se habían rasgado con profundos y sanguinolentos surcos. Sus orejas estaban deformadas y acabadas en punta y su hocico se había alargado como el de un animal.

El cuerpo estaba descompensado, la parte de arriba mucho más ancha que la de abajo, con la espalda curvada hacia delante, producto de su propio peso, y los dedos de las manos y de los pies más largos y huesudos, cuyas uñas eran auténticas dagas afiladas que podían arrancar cualquier extremidad de cuajo, fuese del material que fuera.

Era una bestia. Y Hunter ya las conocía. Sabía de dónde salían y cómo se originaban. Y la bestia también lo sabía. Por eso había ido a por la joven del cubículo.

Esa chica era una Aro. No era inocente y sabía absolutamente todo lo que se cocía allí.

Por eso Hunter debía tener la cabeza fría y no dejarse llevar por sensaciones extrañas.

La bestia le arañó el lateral de las costillas, pero Hunter ni siquiera se quejó. Había aguantado miles de castigos peores y aquello solo era un rasguño.

Alzó su mano, y lo sujetó por el cuello con la otra, sentándose sobre su torso.

—Lo siento mucho —le dijo sinceramente.

Hunter hundió sus uñas por el esternón, y sumergió hasta el fondo los dedos, abriendo la carne toscamente, y profundizando hasta que estos encontraron lo que buscaban: el corazón.

Se lo arrancó de cuajo y se quedó con el órgano palpitante y deformado en la mano, para dejarlo suavemente sobre el piso montano, cubierto por las hojas amarillas y ocres que habían sucumbido a la nueva estación.

Hunter se sacó el móvil del bolsillo y envió una nota de voz a sus hermanos.

—Os envío ubicación, pasad a recoger el regalito que os he dejado. Y llevaos todo lo que hay en el bungalow, que nos va a hacer falta —alzó la mirada al cubículo y vio el rostro pálido, incrédulo y atemorizado de su objetivo—. Voy a por la chica.

¿Qué era lo que le estaba pasando?

Kayla no podía entender lo que sucedía. Corrió al interior del apartamento, y se hizo un ovillo al lado de la cama, acuclillada en el suelo, como si así pudiese ocultarse de algún modo, dado que las piernas no le funcionaban para correr por el bosque y la distancia entre bungalow y bungalow era considerable. Por eso El Mirador era un retiro tan buscado.

Había salido un momento a tomar el aire, porque las imágenes del parte médico de Susana y Jenni eran terribles. Quería oxigenar el cerebro, ya que no entendía cómo habiendo presentado esas pruebas, tan evidentes, tan crudas, en las que se mostraba un abuso en toda regla, no se les estuviera dando prioridad ni ningún tipo de importancia.

¿Cómo no habían movilizado a la Policía?

¿Cómo no habían avisado a las autoridades ni habían ido a pedir explicaciones a la base militar de lo sucedido? Los análisis de sangre de las chicas aseguraban que estaban limpias y que no habían sido drogadas. Pero, daba igual, drogadas o no, ¿quién en su sano juicio iba a permitir que se les hiciera esa barbaridades? ¿Estaban todos locos?

Sin embargo, al salir a la terraza, tuvo la sensación de que la estaban observando. Se giró hacia un lado y lo vio. No era un hombre cualquiera. Le había causado una impresión muy profunda, tanto que su sola visión la sobrecogió.

Era un hombre mucho más alto que ella, con unas espaldas grandes y anchas y un cuerpo bien esculpido y muy masculino. Tenía el pelo dorado de hebras lisas pero escaladas, con algunas mechas incluso más claras, y lo llevaba largo, le llegaba por encima de los hombros. Vestía de negro, con un jersey de cuello alto y de manga larga, y unos tejanos rotos y ajustados que marcaban unas piernas escandalosamente sexis y musculosas.

Todo él era escandalosamente abusivo en cuanto a belleza. Sus ojos, plateados, parecían destellar en la oscuridad de la noche. Sus cejas eran bajas y gruesas pero bien dibujadas, un tono más oscuro que su pelo.

Kayla no supo cómo reaccionar cuando lo vio. Parecía que no era de este planeta, o que lo habían expulsado del cielo, pero seguro que en algún momento fue un ángel.

Tuvo que tragar saliva y cuando habló, tartamudeó al decirle un torpe: «ho-hola».

Pero, de repente, fue atacada por un ser gigante, que parecía un hombre pero no lo era. ¿De dónde había salido? ¿Estaba encima del tejado? Nunca había visto nada tan aterrador. Fue terrible. El rubio se ocupó de él y cayeron los dos por el pequeño precipicio, y no pudo evitar contemplar lo que pasaba allí abajo entre ellos.

Y lo que vio la hizo ser consciente de que no era un evento normal, porque ninguno de esos dos eran seres humanos normales y corrientes.

Lo certificó al ver cómo el hombre hermoso alargaba sus uñas hasta convertirlas en pequeñas armas, y hundía la mano en el pecho de la bestia para extraer su sanguinolento corazón.

Cuando miró hacia arriba, Kayla pudo contemplar que su cara estaba completamente manchada, estocada por la sangre del agresor.

Así que, ella, asustada, corrió a buscar refugio en el interior.

Temblaba sin parar, no había pensado ni en coger el móvil para pedir ayuda, pero no quería salir de su escondite.

Entonces, escuchó pasos en el interior del bungalow y, de repente, algo tironeó con fuerza de su pelo y la levantó sin ningún tipo de amabilidad.

Kayla gritó y clavó las uñas en las anchas muñecas de ese hombre, para liberarse.

—¡Suéltame! —gritó entre lágrimas, mirando de soslayo al rubio. Le dolía el cuero cabelludo.

Él sonrió malignamente y miró cómo se le abría la bata por completo para contemplar sus pechos desnudos y su hermoso abdomen con más hambre de la deseada. Esa mujer era preciosa. Como una pantera, igual de elegante y sexi, pero también igual de peligrosa y letal.

—¡¿Qué está pasando?! ¡¿Qué quieres?!

Hunter se humedeció los labios con la lengua y le enseñó los colmillos. Eran largos y muy puntiagudos. Y Kayla se quedó helada al contemplarlos.

—¿Qué… qué eres? —le costaba hasta respirar—. ¿Quién eres?

—Sabes muy bien lo que está pasando y lo que soy, señorita Aro —la zarandeó del pelo y la arrastró fuera de la habitación—. Soy Hunter, perra del Demonio. ¿No has visto mi cara en vuestros archivos?

—¡No he visto nada! ¡No sé quién eres y no soy una Aro! —En realidad, no le mentía. Ella nunca se había sentido una Aro—. ¡Para, por favor!

Hunter no la quería oír hablar ni gritar, así que le cubrió la mano con la boca y la aplastó contra la pared. Pero fue una mala idea, porque sintió el dulce cuerpo de la mujer contra el suyo, y lo suave que se le antojó, y eso provocó en él una excitación aliena que difícilmente podía compararse con cualquier momento en el que hubiese disfrutado de esa sensación.

Sus ojos se volvieron amarillos y Kayla cerró los suyos para no verlo, mientras se ahogaba con sus propias lágrimas.

—No me mientas. Compartes su misma sangre. La sangre de la doctora Ari y el doctor Dan… Te huelo. Eres hija y eres hermana. Eres igual que ellos —su mano descendió—. Eres como esa perra.

Kayla movió la cabeza negativamente. El corazón se le iba a salir por la boca.

—Ya sabes cómo funciona esto. Tenéis muchas nociones sobre tratamientos, hormonas, genes y demás… Todos los Aro sabéis más que el resto y tenéis experiencia. No finjas que no sabes lo que te voy a hacer. Sabes lo que voy a hacer contigo, ¿no? —las lágrimas de Kayla mancharon sus dedos y Hunter sintió un pinchazo de compasión que no esperaba. Eso lo enardeció más y lo obligó a ser más duro. No mostraría clemencia ni debilidad contra los que habían intentado destruirles—. Tu hermana y tu padre crearon muchos sueros a partir de nosotros. Uno de ellos sirvió para castigarnos y para intoxicarnos. Era un suero que ella misma se inyectaba para que no pudiéramos atacarla, porque nos dejaba aturdidos. Pero… ¿sabes qué? —Hunter deslizó su palma abierta por sus clavículas, por el centro de los globos de sus pechos desnudos hasta posarla en su abdomen—. Han sido muchos años estudiando sus procedimientos, averiguando lo que hicieron con nosotros y todo lo que querían conseguir… y nosotros también hemos aprendido a protegernos. Nos hemos inmunizado a su suero, pero sabemos detectarlo… —Hunter unió su nariz al cuello de Kayla y lo inhaló profundamente—. Ya sabemos que no se detecta en la piel, solo en la sangre…

—Por favor… —murmuró contra su mano—. No sé por qué me estás haciendo esto… No me hagas daño, por favor…

Hunter rechinó los dientes, frustrado con el tono de esa mujer. No iba a hacerle creer que era inocente. Una Aro nunca lo era, porque eso decían sus años de tradición y todo su árbol genealógico.

—¿Cómo te llamas?

—Ka-Kayla —contestó inocentemente.

—Lo que te va a pasar depende de ti y de que me digas la verdad. Puedo ser muy duro y muy cruel, porque he aprendido de los Aro —gruñó—. Así que, si quieres que esto sea menos doloroso para ti y que acabe pronto, necesito saber la verdad sobre el paradero de tu padre y de tu hermana. Dime dónde están y dime el lugar exacto donde se encuentra la nueva Fábrica.

¿De qué estaba hablando ese hombre? ¿Qué Fábrica? Le sonaba todo a arameo.

—No soy… no soy… —Kayla no sabía qué decir ni de qué defenderse—. Por favor, no he hecho nada y no sé qué está pasando. Mi pad… —se corrigió inmediatamente—. Dan y Ari están muertos y yo… ¿de qué Fábrica hablas?

—¡No me mientas! —le gritó en la cara, dando un golpe fuerte en la pared de madera con el puño, haciendo un boquete—. ¡Esto es serio! ¡Y no tengo paciencia!

—¡Te estoy diciendo la verdad, cretino! —replicó ella alzándole la voz igualmente, replicándole.

Su valentía lo dejó momentáneamente sin palabras. Y solo por eso le dio unos segundos, por respeto. Porque era muy guerrera. O muy hipócrita.

—¿De verdad quieres que llegue a esto? —preguntó con asombro, señalándose los colmillos. Entonces cayó en la cuenta—. Es porque crees que el suero te da inmunidad, ¿verdad? Tal vez penséis que lo habéis perfeccionado —se rio de ella—. Pero créeme, lo que ha pasado es que, después de años de torturas, somos nosotros los que hemos desarrollado resistencia a él.

Kayla gritó frustrada, atragantándose con su congoja.

¿Que llegara a qué? ¿Qué quería hacerle?

—¡No sé de qué me hablas, joder!

—¿Sabes lo que puede pasar cuando te muerda? ¿Lo que soy capaz de traspasarte si me da la gana? Una orgullosa Aro, eternamente cachonda por uno de los bastardos que siempre han intentado someter… —Kayla palideció y se quedó muy quieta—. ¿Vas a obligarme a que te muerda para conseguir todo lo que quiera de ti? A mí no me va a importar… —aseguró encogiéndose de hombros—. No significas nada para mí ni tampoco lo vas a significar jamás. Solo eres un medio para un fin que nos dé la venganza y la justicia que buscamos. Lo que estáis haciendo no puede continuar…

—Te estás equivocando. Te… no soy quien tú crees.

—No tengo ningún remordimiento —aseguró—. Vosotros tampoco los habéis tenido jamás… Ojo por ojo.

Kayla abrió los ojos consternada al ver que ese hombre le agarró un pecho sin miramientos, y lo presionó con los dedos para abrir su boca y cerrarla sobre él con la suficiente fuerza como para hacerla gritar de dolor.

Eso era imposible. ¡La estaba mordiendo! Ese hombre tenía los colmillos de un perro y sus ojos se habían vuelto demasiado amarillos e irreales. Había clavado sus fauces profundamente en un lugar tan sensible como ese y a Kayla se le había acelerado el corazón, y sabía que se estaba desmayando de la impresión.

Hasta que cerró los ojos y todo se volvió negro para ella.

Hunter la aplastó contra la pared, sorprendido, primero porque no notaba ningún tipo de suero protector contra él y su mordisco; segundo, por su sabor tan narcótico y delicioso, que le explotaba en el paladar e irradiaba en todo su cuerpo, acumulando una gustosa sensación en su entrepierna. Y tercero… porque no se podía detener.

Su lengua estaba plenamente apoyada contra su piel, sus colmillos dejaban ir su hormona en su torrente sanguíneo para que campase a sus anchas, y los músculos de su mandíbula se movían haciendo succiones involuntarias, queriendo mamar de ella bien. Y Hunter era experto en su especie y sabía lo que significaba aquel tipo de contacto y de recepción en el mordisco de un macho.

Cuando vio que la joven se había quedado lánguida y se había desmayado, desclavó los colmillos de su teta a toda prisa, y la cogió en brazos antes de que cayera al suelo.

Hostia puta, tenía su sabor por toda la boca y estaba excitado como nunca. ¿Sería posible que los Aro hubiesen creado un suero inyectable que provocase que el ansia de apareamiento y el frenesí se activase en el prevalente en vez de en la hembra?

—Mierda… —gruñó Hunter mirando el rostro vuelto hacia atrás de Kayla. Parecía una virgen sacrificada. Entonces, detectó que Yael y Asher llegaban al bungalow y, cuando vio que Kayla estaba expuesta con los pechos descubiertos, se afanó en cubrírselos con el albornoz. Él mismo se incomodó ante su propia acción, pero consideró que lo mejor que podía hacer hasta descubrir qué estaba pasando allí, era preservar algo su intimidad. No dejaban de ser machos y Hunter la había mordido con la intención de volverla loca con su mordisco, por eso se había activado también una parte ínfima de su instinto de posesión. No en ningún sentido de propiedad ni nada romántico, pero hasta que no se calmase no dejaría que Yael o Asher interactuaran con ella.

No se fiaba de ella. No la creía. Era una Aro, y el mayor error de los suyos era no ser contundentes con sus enemigos.

Y Hunter pensaba tener a Kayla bajo control. Los Aro eran manipuladores y mentirosos por excelencia. Y aunque esa chica podía engañar por su aspecto bondadoso, también tenía un aire terrible y seductor con el que podría jugar a maniobrar en contra de ellos. Porque los Aro eran expertos en las malas artes.

Así que se dio la vuelta y enfrentó a sus hermanos Yael y a Asher.

Asher apareció vestido con ropas oscuras y una chaqueta tres cuartos militar con capucha. Tenía el pelo rojo afeitado casi al cero, excepto por arriba que era ligeramente más largo. Se acostumbraba a afeitar toda la cabeza, pero se cansaba mucho de sí mismo y siempre probaba nuevos looks. Tenía un diamante en una oreja, y sus ojos eran un tono plateado más oscuro que el de Hunter, pero no tan blanquecino azulado como el de Yael. Asher no hablaba, gracias al trato que le dieron Ari y Dan mientras los tuvieron cautivos. Le destrozaron las cuerdas vocales y se las dejaron muy tocadas, aunque no inhabilitadas por completo. Sin embargo, arrastraba dolor y trauma por lo vivido, y solo hablaba si era estrictamente necesario. Y, aunque estuviera más o menos recuperado, había encontrado una calma necesaria y un extraño sosiego en el silencio. Así que había decidido no pronunciar palabra. Asher podía confundir por su expresión callada y dulce, como si fuera un peluche. Pero el monstruo dormitaba en su interior y era oscuro e impredecible, con serios problemas de irascibilidad.

Yael tenía el pelo negro, con mechones largos arriba en forma de capa, y mucho más corto y rasurado por la nuca y los laterales. Tenía la ceja negra partida en horizontal y su aire gamberro junto a su carácter sarcástico y estirado, encantaba a las mujeres. Llevaba una chupa de cuero negra y puede que fuera el que tenía más sentido del humor y aire más desenfadado, pero mejor que eso no lo confundieran con benevolencia o extroversión. Era un gran hijo de perra y un sádico en potencia.

Asher fijó sus ojos en Hunter y frunció el ceño, escondiendo una sonrisa malévola en la comisura de su labio, mientras miraba a la chica que su hermano tenía en brazos. Movió los dedos de la mano abriendo y cerrándolos como un comecoco, y lo miró interrogativamente.

—Sí, la he mordido. Nada importante. Se ha cagado de miedo y se ha desmayado —contestó Hunter. Asher se rio—. No tiene suero —aclaró—. Pero es una Aro. Nos la vamos a llevar a casa. Tiene que contarnos todo lo que sabe.

—¿No has conseguido tú que hablase? —preguntó Yael igual de sorprendido que su hermano de pelo rojo—. Si eres el más persuasivo de todos… Menudo hueso tiene que ser, la zorra. Ya le bajaremos los humos —dijo desdeñoso.

Asher revisó las hojas de los informes que habían desperdigadas por la mesa y lo recogió todo, para llevárselo.

—Trae pocas cosas —aclaró Hunter—. Cargad con todo.

Asher hizo el saludo militar burlándose de su hermano, y Yael se quedó mirando fijamente a Kayla. Se acercó a su hermano y la agarró del pelo alzándole el rostro para verla bien.

Hunter sintió una sacudida de reprobación hacia él y estuvo a punto de gruñirle, pero, al advertir que reaccionaba de un modo inusual y exagerado, prefirió callarse. ¿Qué coño le pasaba?

—Vaya… —reconoció—. Huele de un modo distinto a Arianne, pero es innegable que comparten la misma sangre. También es más joven —se pasó la lengua por un colmillo—. ¿Cuántos años debe tener? ¿Veinte? ¿Veinticinco?

—No lo sé.

—Da igual. Está muy buena, Hunter. No se parece en nada a la doctora Perra.

Ari era guapa, como lo podía ser una villana.

Kayla era hermosa, como una amazona.

—La tenían muy escondida a esta… ¿Por qué no sabíamos que Ari tenía una hermana?

—Porque a los Aro les encanta el elemento sorpresa. Ya deberíamos estar acostumbrados —murmuró Hunter.

—Malditos, Aro. Siempre acaban apareciendo, se reproducen como las setas —Yael pellizcó la barbilla de Kayla—. ¿Podremos jugar con ella? —preguntó emocionado.

Hunter se tensó y apretó los dientes con frustración. Conocía todo tipo de juegos que ellos mismos habían sufrido a manos de los Aro, pero no sabía cómo se sentiría si todo eso se lo hacía a una mujer, por cabrona que fuese. A esas alturas de su vida no comprendía de dónde nacía esa repentina compunción, porque para ellos ya no había límites entre el bien y el mal. Ya no se regían por esas reglas.

—Estamos en nuestro derecho de hacer a una Aro todo lo que ellos han hecho con nosotros —insistió Yael ante el silencio de su hermano—. No somos hermanitas de la caridad. Con ellos nunca. Esa puta nos trastornó durante años y nos hizo perrerías. ¿Por qué no podemos hacer nosotros lo mismo con su hermanita?

Hunter no supo contestarle. Tenía miedo a que todo aquello se les fuera de las manos. Sabía las ganas que tenían de destaparlo todo y de hundir a los Aro, y Kayla podía ser un arma arrojadiza estupenda y un medio para llegar adonde querían llegar. Pero la había mordido y lo que él percibía era muy distinto a lo que creía.

Si no tenían cuidado, el arma podría estallarles en la cara.

Necesitaban interrogarla lo antes posible y averiguarlo todo y después, ya verían lo que debían hacer con ella. Por ahora, Kayla iba a experimentar en su sangre Aro la vergüenza de haber sido mordida por uno de ellos y de tener las humillantes necesidades que provocaba el tener parte del adn y las hormonas de los suyos en su torrente sanguíneo.

Iba a ser una experiencia inolvidable para esa chica.

Y puede que también lo fuera para ellos.