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Saga galardonada con el prestigioso Premio Jaén de Literatura juvenil. Creí haberlo visto todo, pero nada me preparó para New Haven. Todo me cogió por sorpresa: las hermandades, los duelos de honor, la existencia de fraternidades de Élite, y ellos, los Bones. Yo era la heredera de la sabiduría de Luce y me había jurado que desentrañaría el misterio que precedía a su accidente. Pero nunca pensé que por el camino viviría una aventura increíble donde la palabra era ley, el poder era divino, la ciencia era mágica y el amor... el amor era una locura que debía vivirse valientemente, como un salto de fe. En Yale todo era a cara o cruz. No había reglas y sí muchas luces y sombras. Y yo debía estar preparada no solo para no perder mi corazón en las batallas en las que me vería envuelta, si no para no vender mi alma por mi kelpie, porque no sabía si me correspondía. Como fuera, me prepararía a conciencia para lo bueno y para lo malo.
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Seitenzahl: 355
Veröffentlichungsjahr: 2025
Prólogo
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciséis
Diecisiete
Dieciocho
Diecinueve
Créditos
«En las adversidades sale a la luz la virtud».Aristófanes.
«La sombra no existe: lo que tú llamas sombra es la luz que no ves».Henri Barbusse
«He visto duelos de espadas al atardecer. En tiempos donde las afrentas al honor se saldan en redes sociales y mediante juicios y abogados, estas fraternidades de la Élite conocen otro modo de ajustar cuentas.
Le llaman El Mensur y se practica solo entre caballeros, nunca contra un Goyin, porque ellos no merecen siquiera la atención de un Pura sangre. Cuando ha habido una afrenta, el afectado rompe su tarjeta de presentación frente al agresor. Ello implica siempre un duelo de espadas, a pecho descubierto, sin protección, donde el ganador será el que más cortes infrinja a su adversario.
El duelo se hace al atardecer, a las siete (la suma de los números 322) frente a La Tumba del Arcángel en Groove Street, con El Escriba como juez».
Corría como una loca subida a la bici, con el corazón en la boca.
Kilian le rompió una tarjeta a Dorian la noche anterior. Me acordaba perfectamente.
Ambos sabían muy bien lo que eso significaba. Y yo no me quería ni imaginar a Kilian a pecho descubierto enfrentándose a Dorian. No quería espadas de por medio, ni heridas, ni cortes... Pero ¡por Dios! ¿En qué época se pensaban que estaban?
Cuando entré en el cementerio revisé mi mapa mental hasta encontrar el Arcángel. Corrí como si la muerte me pisara los talones y entonces lo vi, la estatua alada que vigilaba la paz del cementerio. Y allí vislumbré a dos chicos, con pantalones negros, sin camiseta, con las espadas de esgrima en alto con la punta descubierta. Eran Kilian y Dorian.
No había nadie, solo ellos dos y un hombre, de pie, vestido con una túnica negra con capucha y una máscara blanca.
¿Era El Escriba?
Al atardecer... el sol se ponía, dejaba de alumbrar con sus rayos y lo sumía todo en una profunda oscuridad.
Cuando llegué hasta ellos, El Escriba había dado por empezado el duelo.
Irrumpí como un huracán para meterme en medio de los dos.
No soportaría que hiciera daño a Kilian. No. Ni hablar.
—¡Parad! —grité.
Kilian se dio la vuelta para mirarme con asombro, y en ese momento, Dorian aprovechó y le cortó en el brazo.
Palidecí, pero El Escriba me agarró por el brazo con fuerza y detuvo mi avance.
—No te muevas de aquí. No interrumpas —me ordenó con voz rasgada.
—¡Lara! ¡quédate ahí! —me gritó Kilian sujetándose el corte.
Kilian esquivaba la espada de Dorian que quería aprovechar para cogerlo de nuevo desprevenido. Pero se agachó justo a tiempo.
Dorian iba a la cara y al cuello. ¿Acaso era a muerte el duelo? ¿Pero qué locura era esa?
Sin embargo, algo sucedió.
Cuando pensaba que Kilian saldría perdiendo, después de esquivar tres azotes más de Dorian, él saltó por los aires por encima de él y cuando cayó a su espalda, se agachó y le hizo una cruz en la espalda.
Me llevé las manos a la boca, abierta de par en par. Acababa de marcar a Dorian con dos rajas enormes que se cruzaban, justo en el centro de su columna.
Dorian gritó y se giró espoleado por la rabia. Perdió la gracilidad en sus movimientos y se convirtió en un salvaje.
Kilian bailaba a su alrededor, se movió sin dejar de apuntarlo con su espada, haciendo círculos. Dorian impactó su florete contra el de él pero Kilian no dejaba de apuntarlo.
Y entonces... ¡Zas! Kilian le hizo un tercer corte en el hombro, a la altura de la clavícula, y Dorian cayó de rodillas sujetándose la herida de la que no dejaba de emanar sangre.
Me estaba mareando. Tenía la adrenalina por las nubes. Quería librarme de la sujeción de El Escriba. Es más, quería arrancarle la máscara, harta de tanto secretismo y protocolo, pero más anhelaba abrazar a Kilian.
—Tres cortes limpios, Caballero —le dijo El Escriba a Kilian—. ¿Considera saldada su afrenta?
Kilian respiraba con brío, su pecho sudoroso subía y bajaba. Se humedeció los labios con la lengua y me miró con decisión.
—Sí.
—¿Reclama asistencia para el señor Moore?
Kilian miró a Dorian por encima del hombro. Hizo una mueca de desagrado y contestó:
—Debería regresar a su casa sangrando como el cerdo que es. Pero incluso los individuos como él merecen clemencia.
El Escriba me liberó y alzó la mano.
Entonces, no sé de dónde salieron dos chicos cubiertos con máscaras blancas, que se apresuraron a recoger a Dorian, cubrirlo con un manto negro y llevárselo de allí.
Yo tragué saliva. Dorian parecía estar muy mal. ¿Quién lo iba a curar? ¿Cómo?
El Escriba me miró de arriba abajo, y después se centró en Kilian.
—Caballero Alden. ¿Qué hace esta joven aquí?
—Eso me gustaría saber a mí —murmuró—. ¿Qué demonios haces aquí?
—¿Yo? ¿Qué hacéis vosotros con las espadas cortándoos como si fuerais solomillos? —le increpé—. Me había ido a dar una vuelta con la bicicleta y me he desviado pasa visitar el cementerio y... ¿y me encuentro con esto? —me acongojé nerviosa por mi flagrante mentira. Ninguno de los dos me creería.
—Estoy bien. Ya ha acabado —contestó Kilian.
Notaba la penetrante mirada del Escriba sobre mí. Se preguntaría quién demonios era y qué diría de lo que había visto. Pero ni por asomo se imaginaba lo que tenía guardado en mi mochila. La investigación de Luce Spencer Gallagher sin filtros.
—Vámonos —Kilian se colocó su sudadera negra Under Armour por encima y caminó hacia mí, dispuesto a sacarme de aquel entuerto.
—Tienen que verte ese corte —le recomendé aún bajo el shock de lo que acababa de presenciar.
—No te preocupes. Estoy bien. Vamos —le devolvió la espada al Escriba y después me tomó de la mano para tirar de mí.
—Pero ¿qué ha sido eso? —le increpé.
—Solo una vendetta. No hagas más preguntas —me pidió suplicante.
—Kilian, no tan deprisa.
La voz de Thomas nos detuvo a ambos y llamó la atención del misterioso Escriba.
Mi chico se dio la vuelta furibundo y dirigió una mirada llena de sospecha a su hermano.
—¿Qué quieres, Thomas?
—Quiero hacer un reclamo ante El Escriba.
—¿Un reclamo? —repitió incrédulo—. ¿Qué demonios quieres reclamar?
Thomas me miró intensamente, como si me atravesara y, sin retirar sus ojos negros de mí, contestó:
—Reclamo a Lara públicamente. Quiero ser su protector —dijo sin más.
Entonces, lo comprendí. Era él. Él me mandó los mensajes por whatsapp. Él increpó a Dorian en la fiesta de la facultad de Bellas Artes.
Era él… Y me dejó totalmente perdida. ¿Por qué?
—Thomas, no lo hagas —le advirtió Kilian desolado—. Ya has visto que mi duelo ha sido una vendetta de honor —le explicó—. No hace falta que reclame nada si salta a la vista que yo cuido de ella. Yo cuido de Lara –repitió para que le quedara claro.
Pero Thomas no oía nada. Yo era su objetivo. Nadie más.
—No la has reclamado. Si la quieres, tendrás que enfrentarte a mí. Porque yo sí la reclamo.
Así que se detuvo ante su hermano, sacó su tarjeta de presentación, una roja igual que la de Kilian con la calavera y los huesos serigrafiados. Con gestos automáticos la cortó por la mitad y los restos los tiró al pecho de Kilian.
Rebotaron en él y una brisa mortecina se las llevó, meciéndolas como la tensión y la sorpresa me mecían a mí en aquel momento.
De un lado al otro, perdida y atemorizada, sin saber cuándo volvería a tocar tierra de nuevo.
¿Qué estaba pasando?
¿Kilian y Thomas iban a enfrentarse en duelo por mí?
«He visto Reclamos. Caballeros que usan El Mensur en un enfrentamiento en el que el ganador tendrá derecho y prioridad sobre una chica en particular, y el que pierde se retira del cortejo. Y si el perdedor se rebelase contra la Ley Bones, recibiría un castigo y sería desterrado de la fraternidad».
Parecía que me habían sacado de esta realidad para meterme en otra totalmente ajena, en la que el mundo se cambiaba los papeles, y en la que el tiempo de las fustas y los duelos había sustituido a las confrontaciones dialécticas y a los debates de los que tanto se vanagloriaban en Yale.
Yo, que era antiviolencia total, acababa de ver cómo Kilian había rajado la carne de Dorian dejándole cicatrices de por vida, y cómo el Llave había hecho lo mismo en su brazo. La sangre no me mareaba, pero provocaba algo en mí que me dejaba débil… seguramente por lo sucedido con mi madre y el modo en que murió. Traumas que no había superado.
Pero nada podía justificar un enfrentamiento de aquella índole. ¿Espadas? ¿Un cuerpo a cuerpo? ¿En un cementerio? ¿Acaso se querían reír de los muertos? ¿Acaso se querían reír de la vida misma?
Todo ello con el beneplácito de alguien llamado Escriba, que como juez que se creía en posesión de la justicia y de lo que era correcto o no, aprobaba aquellos desafíos en los que el corte de la hoja de un florín separaba al ganador del perdedor.
Y ahora Thomas quería lo mismo. Ni hablar.
¿Y todo por qué?
—No —me negué yo en redondo colocándome entre los dos hermanos. La herida de Kilian no dejaba de sangrar y emanaba a través del algodón de la sudadera, entre sus dedos, que no podían detener la hemorragia. Alcé la mirada para encararme con Thomas—. No vas a hacer eso.
El Escriba no atendía al diálogo entre los Alden, él solo me miraba a mí. Tenía presencia y una fuerza en su mirada camuflada que no me pasaba inadvertida. Notaba que su atención se concentraba en mi persona y decidí enfrentarlo por igual.
—¿Qué tipo de líder eres tú que permites que los de tu clase se corten entre ellos?
La cabeza encapuchada del Escriba se inclinó hacia un lado. La máscara blanca e inexpresiva me ponía muy nerviosa, y no podía verle los ojos bien. ¿De qué color eran? Quise fijarme en algo más, pero todo su cuerpo estaba cubierto por aquella túnica oscura.
—¿Cómo dices? —me preguntó lentamente.
Kilian dio un paso al frente y me retiró suavemente, aunque se le veía nervioso e incómodo con la situación. Me colocó tras él, como si así pudiera protegerme de los ojos del enmascarado y de los negros y febrilmente brillantes de su hermano Thomas. No. Sabía que ya no habría protección para mí. Estaba ante El Escriba y era un peso pesado de la Élite. Ya nunca podría pasar inadvertida para ellos. La gente como ellos, los que poseían otras jerarquías y acaudalaban tanto poder moral y mental entre los suyos, nunca permitirían que una goyin, como yo era, les diera la réplica. Y más aun, se asegurarían de que nunca abriese la boca para explicar lo sucedido.
No era estúpida. Sabía muy bien dónde me había metido. Lo sabía desde el principio.
—Maese —dijo Kilian con un tono de disculpa—. Deje que me ocupe de esto. Me gustaría declinar el reclamo de mi hermano. La chica está conmigo.
—No importa que esté contigo o que os hayáis enrollado —intervino Thomas dando una zancada hacia mí, mirando a Kilian por encima de mi cabeza—. Son las normas. Es un reclamo. Y Lara va a necesitar que alguien la reclame. Lo sabes bien —le advirtió.
¿Por qué iba a necesitar que nadie me reclamase?
—¿Qué normas? —repliqué yo—. Las mías no. Desde luego, yo no he pedido ningún reclamo por tu parte, Thomas. No tiene ningún sentido que hagas esto.
—Sí lo tiene —contestó sin más. Ni siquiera parpadeó al afirmar con tanta vehemencia, ni retiró los ojos de mi rostro.
¿Por qué alguien que me odiaba quería reclamarme? ¿Para hacerme la vida imposible? ¿Para joder a su hermano al que envidiaba? ¿Para qué?
—¿Por qué estás haciendo esto? ¿Qué demonios te pasa conmigo? —le pregunté en voz baja, queriendo llegar a algún lugar de ese impermeable interior que poseía.
Thomas hizo como si yo ya no existiera y volcó la fuerza de esos ojos nocturnos sobre los dorados de su hermano. Simplemente, desaparecí para él.
—No puedes decirme que no, Kilian —esperó unos segundos a que entrara en razón—. Lo sabes. Ella ha cruzado el círculo. Está en casa.
—¿En casa? —repetí yo—. Estoy muy lejos de estar en casa, memo.
No. No estaba en casa. Estaba muy lejos de Barcelona. Yale aún no era mi casa y, probablemente, nunca lo sería. Miré a uno y a otro, perdida entre elucubraciones y descontrolada por mis propios nervios.
Kilian tomó aire por la nariz. Capté cómo su cuerpo se tensaba, típica reacción física cuando le obligaban a aceptar algo que él no quería hacer. ¿Iba a ceder? No. Yo no conocía las normas de los Bones todavía. Pero no podía ser malo no querer luchar contra su propio hermano. Contra su sangre. ¿Quién iba a permitir una aberración como esa?
—Caballero Kilian Alden —El Escriba interrumpió la comunicación silenciosa entre los hermanos.
Kilian atendió a su llamado y esperó a oír lo que El Escriba tuviera que decirle.
—Maese.
—No puede tener otro duelo hasta que su herida no cicatrice. Son las normas. Bien las conoce.
—Lo sé.
—¿Qué decide, entonces?
Kilian me miró. Yo le supliqué con los ojos que no aceptara. Que no lo hiciera. Le estaba implorando. No comprendía las consecuencias de todos aquellos actos, pero no quería que nadie se partiera la cara por mí, y menos que…
—No sé qué piensas tanto, Kilian —le increpó Thomas sin paciencia—. Te acabas de batir en duelo con el gilipollas de Dorian por lo que intentó hacerle la noche anterior —me señaló—. Y lo has hecho por ella, sin haberla reclamado ante nadie. ¿Ahora que te digo que te enfrentes a mí para reclamarla oficialmente, vas a decir que no? Sabía que eras un gallina… —resopló— pero no me imaginaba cuánto.
Aquel desprecio me dolió hasta a mí, aunque solo los Alden supieran lo que había tras aquellas palabras que tanto odio destilaban.
Sin embargo, la revelación me sentó como una bofetada fría e inesperada.
—¿Kilian? —le miré pidiendo explicaciones—. ¿Qué ha querido decir? —me tembló la voz. Le miré el rostro perlado de sudor frío por la aparatosa herida. Debía dolerle. No me imaginaba entonces cómo había quedado Dorian—. ¿Te has peleado con Dorian por lo que intentó…? —quería oírselo decir.
—Sí —me contestó orgulloso—. Y no se te ocurra decirme que no hacía falta. Porque siempre hace falta pararle los pies a ese tipo de individuos. Siempre —recalcó apretando los dientes—. Se lo merecía.
—¡Yo no te he pedido que hagas nada de esto! —le grité enfadada. ¿De verdad se había puesto en peligro por mi culpa? ¿Estaba loco?—. ¡¿Te he pedido que me defiendas?! ¡¿Eh?!
—No hace falta que me lo pidas. ¡Te pones en situaciones que merecen una reacción rápida! ¡A pesar de mis advertencias hiciste lo que te dio la gana!
—Por eso hago el reclamo —Thomas se encogió de hombros y sonrió—. Kilian ha usado las reglas de La Tumba por alguien que no es ni señalada ni reclamada. Alguien que la Élite desconoce. Alguien —inquirió mirándome de nuevo—, que no era la elegida para ti, ¿verdad, hermano?
Tapped. Esa palabra me vino de nuevo a la cabeza. Si no entendía mal, Thomas insinuaba que un Bones no podía luchar contra un miembro de la Élite usando el Mensur, si era por defender el honor de otra persona que era una goyin. Porque un Bones nunca pelearía por el honor de una bárbara.
—Y es una cabeza hueca, por lo visto —continuó Thomas mirándome enfurecido—, y una desagradecida. No eres consciente de lo que te hubiese pasado si mi hermano no llega a intervenir.
—Sí soy consciente —contesté rabiosa—. Pero no a este precio.
Thomas volvió a ignorarme.
—En cierto modo, has violado las reglas, hermanito —odiaba el tono con el que Thomas hablaba, como si nada en realidad le importase—. Y son las mismas para todos. Por eso, si quieres a Lara, oficialmente y de cara a nuestra fraternidad, si tienes huevos de decirlo alto y claro, tendrás que enfrentarte a mí. Porque yo sí tengo los huevos de reclamarla, ante ti, ante la hermandad y ante El Escriba —asumió asintiendo con la barbilla—. Sea goyin o no. No voy a mantenerlo en secreto.
Fruncí el ceño, asombrada por el peso de aquella declaración.
—Caballeros —El Escriba, aunque estaba entretenido disfrutando de la discusión, cobijado bajo las alas de piedra del ángel vigía, decidió cortar de raíz lo que estaba sucediendo—. Si nos ponemos estrictos, les diré que ambos están utilizando un lenguaje no autorizado fuera de los muros de nuestra casa —les reprendió—. Y revelando información que juraron proteger. Es censurable. Y merecerá un castigo.
—Lo lamentamos —contestaron ambos sin sentirlo en absoluto.
—Sin embargo —el hombre se acercó hasta nosotros. Era un dedo más bajo que los Alden, pero aquel atuendo le confería un poder extrañamente intimidante—. Creo que debo informar de lo sucedido aquí. No negaré que tengo curiosidad por saber qué les mueve a reclamar a esta señorita… —me miró sin más—. ¿Cómo se llama?
Kilian hizo amago de defenderme. Era muy sobreprotector. Pero ¿de qué me protegía? Era solo una pregunta.
—Lara —le informé—. No le voy a preguntar su nombre porque sé que alguien enmascarado quiere mantener su identidad oculta, sabedor de que lo que hace no es lícito ni legal. Así se cuida de que nadie le señale. Se cubre las espaldas.
Thomas y Kilian se cuadraron los dos a mi lado, como si mi lengua hubiese sido un latigazo que provocara al león.
—Cierra la maldita boca —me ordenó Thomas por lo bajo.
Pero yo le ignoré. El Escriba dio dos pasos más hacia mí y su rostro quedó a un palmo del mío. Parpadeé, pero no iba a negarle mi atención. No me daban miedo las personas. Y por mucho disfraz intimidante que llevara, detrás de la ropa solo había un hombre.
—Usted, señorita Lara —me susurró con falsa dulzura— no tiene ni idea de dónde se ha metido, ni de dónde está. Lo que ha pasado hoy aquí es algo extraordinario que ha tenido la suerte de presenciar.
—¿Suerte? ¿Un duelo entre dos personas? No sé qué leyes ni qué ritos siguen, pero no he visto nada por lo que deba sentirme privilegiada.
—Eso es porque no conoce el honor. Pero no le culpo. Son valores que ya no se transmiten en la sociedad. Excepto en la nuestra —afirmó con petulancia—. Confío en que los Caballeros Alden le informen a partir de ahora de lo que podría pasar y de la cautela que deba tener al hablar sobre lo sucedido en este lugar.
El viento se alzó en el cementerio, la capa del Escriba ondeó de un lado al otro, y mi melena castaña oscura se arremolinó alrededor de mi rostro. Era una sugerencia disfrazada de amenaza, a pesar del timbre amable en su voz que intentaba distraerme. Venía a decir: «como hables, te pasará algo malo».
—Soy una tumba —contesté jugando con el vocabulario de ellos y del cementerio.
No sé por qué, pero pude captar la sonrisa que dibujó tras la máscara. Entonces asintió y dio un paso atrás.
—Caballeros, su duelo tendrá lugar la noche antes de La Misión. Para entonces, su herida habrá cicatrizado —miró a Kilian—. Le deseo una pronta recuperación —hizo una especie de reverencia de despedida—. Tendrán noticias de la Cúpula. Mientras tanto —me echó un último vistazo mientras se alejaba—, confío en que puedan controlar el… problema.
El Escriba se fue dejando un halo de misterio tras él, como todo lo que envolvía a aquel hermoso y bucólico cementerio. Como todo lo que rodeaba a los Bones y a los Alden. O como el informe real de Luce que seguía guardando en mi mochila y que nadie debía saber que tenía en mi poder.
Quería que Kilian me contara las cosas, que me hablara de ello, de los pecados de su hermandad, de sus secretos personales, pero no era ingenua y sabía lo mucho que pesaban los juramentos en esas fraternidades y el celo con el que se protegían los unos a los otros. Sin embargo, no me hacía falta que ninguno de los dos, ni Kilian ni Thomas me contaran nada.
La información de Luce que había requisado de La nube me diría todo lo que necesitaba saber.
Seguía enfadada y rabiosa al comprobar que Kilian había tomado esa decisión de enfrentarse a Dorian por mí. Estaba dispuesto a llevarse espadazos en mi nombre. Eso quería decir algo, ¿no?
Pero odiaba que alguien se pusiera en peligro por mi culpa. Yo misma me sacaba las castañas del fuego. No quería héroes a mi alrededor.
Seguía incómoda y furibunda por la situación cuando Kilian me agarró de la mano y tiró de mí.
—Larguémonos —me ordenó.
—No te olvides de nuestro enfrentamiento, hermano —le recordó Thomas sintiéndose victorioso.
Me di la vuelta encolerizada con ese presuntuoso y me encaré con él.
—¡¿Pero a ti qué te pasa?! ¡No quiero saber nada de ti! ¡Nada! ¡¿Qué ganas siendo mi protector cuando yo no te soporto? ¿Por qué me reclamas?
Los ojos negros de Thomas chispearon con regocijo.
—Eres toda una fierecilla, eh, Larita.
Kilian le plantó cara y fue la primera vez que le vi perder el control. Sus ojos dorados refulgían airados y ofendidos por cómo había ido todo. Se detuvo frente a su hermano y no le permitió avanzar más.
—Gana cabrearme. Eso gana —contestó Kilian. Por su expresión, deseaba darle un puñetazo a Thomas—. Sé por qué hace esto. Lo hace para fastidiarme. Porque yo tengo el valor que él no tiene para rechazar lo que no quiero para mí y vivir acorde a mis credos. Él no.
La sentencia me cogió por sorpresa. A Thomas en cambio no pareció afectarle demasiado.
—Espera a decirle a papá que has dejado tirada a Sherry por ella. No le hará ninguna gracia —me señaló desdeñoso—. Espera a que El Escriba informe a la Cúpula. Eres un inconsciente.
—¿Inconsciente yo? No he sido yo quien ha puesto a Lara una diana en el culo frente al Escriba. Ahora se morirán de curiosidad para saber quién es.
—Es normal. Tiene un culo precioso, por cierto —susurró Thomas alzando la comisura de su labio.
—¿Eres imbécil? —le pregunté sin más. No comprendía el juego de Thomas.
—Lara no tendría que estar metida en nada de esto —Kilian continuaba con su riña.
—He sido yo la que ha venido aquí por su propio pie y me he metido en este berenjenal —aclaré intentando calmar los ánimos—. Ha sido una casualidad.
—Mejor di una fatalidad —me corrigió Kilian—. Pero el hecho de que tú estuvieras aquí e intervinieras, sí lo ha jodido todo —Kilian se enfrentó directamente a Thomas—. Espera a que papaíto se entere de que has puesto en evidencia a los Alden para un duelo. Será un escándalo.
Thomas rio con incredulidad.
—¿Te estás oyendo? ¡No eres realista, Kilian! —esta vez alzó la voz y parecía serio. La primera vez que lo veía hablar con rigor de verdad—. ¿Cuánto crees que iba a tardar la Cúpula en saber que Lara y sus perros guardianes nos ganaron el Turing? En cuanto Fred y Aaron la vieran, irían con la perorata a los maeses. Eso la pone de por sí en el centro de atención de la Élite —parpadeó y se pasó la mano por su frondoso pelo negro.
—No parecía que El Escriba me conociera —murmujeé yo intentando verter algo de claridad a aquellas suposiciones.
—Nada es lo que parece, Lara —me fulminó Thomas. Después volvió toda su retahíla a su hermano—. Era inevitable, Kilian. ¿Crees que alguien como ella iba a pasar desapercibida? ¿De verdad lo crees? ¡Tiene incontinencia verbal, tío! Le ha plantado cara al Escriba cuando nosotros no nos atrevemos ni a toserle.
¿Eso era malo? Que yo supiera, no le había perdido el respeto a nadie.
—La Élite tiene interés en ella por el número que montaste con los muffins en la noche de las hermandades, Thomas —la tranquilidad de Kilian era tan fría que me dejaba helada—. Tú fuiste el que la pusiste en el escaparate. Cuando la viste perdiste los papeles. Y eso llamó la atención de la hiena de Dorian, que está siempre ojo avizor con nosotros. Quiere jodernos. Y le diste carnaza al Llave. Dorian se encaprichó de Lara por tu culpa. Por tu culpa ha pasado todo.
—Baj, tú eres el responsable de toda esta mierda —dijo sin más—. Haberme dicho que Lara venía becada a Yale y entonces yo habría sabido cómo actuar... —espetó.
—¿Y cómo actúas tú, Thomas? —quise saber—. ¿Has aprendido a drogar a las chicas de la mano de Dorian? —le di un golpe bajo porque me apetecía y no soportaba la presencia de Thomas cerca de mí. Me ponía nerviosa. Me enfadaba y me tenía en guardia. Era como si tuviera a un perro agresivo a mi lado, y nunca sabía cuándo me iba a atacar.
Thomas dejó caer su mirada sobre mí. Si las miradas matasen, probablemente estaría muerta y degollada por una guillotina. Una guillotina oxidada. Con sierra.
—No voy a permitir que vuelvas a insinuar que soy algo que no soy.
—No he insinuado nada —contesté—. Te lo he dicho, sin más. Eres un delincuente.
—¿Ves? —Thomas volvió a señalarme—. A esto me refiero. No se calla ni una puta vez —parecía exasperado—. Iba a llamar la atención lo quisieras o no, Kilian. Además, está en la fraternidad de NM List. ¿Cuánto crees que tardaría la Cúpula en investigarla cuando sepa que la misma chica que nos ganó en el Turing es miembro de la frat que se coló por sorpresa en el cementerio con cuarenta mil dólares en mano, en la noche de las hermandades? Atarán cabos. Se preguntarán quién es. Es carnaza, Kilian. Un puto imán —me miró a caballo entre la fascinación y el recelo—. Por eso, antes de que la Cúpula le eche el lazo, es mejor que tenga un protector entre nosotros. ¿No crees?
—¿Hola? —alcé la mano—. Supongo que cuenta el hecho de que no me interese en absoluto pertenecer a vuestra hermandad ni lo que quiera o deje de querer la Cúpula. No quiero tener nada que ver con Bones.
—No digas chorradas —contestó Thomas faltándome el respeto—. Demasiado tarde, bonita. No puedes rechazarles. Si se interesan en ti...
—Thomas —Kilian le cortó de golpe cuando le puso la mano en el pecho y lo apartó con fuerza—. Me has obligado a enfrentarme a ti. Y lo voy a hacer. Pero para proteger a Lara de tu influencia. Estás loco si crees que voy a dejar que la reclames. No le haces ningún favor queriendo protegerla.
—Al menos yo la reclamo. Tú ibas a permitir que otros la tanteasen al no haber dejado claro que la querías para ti desde el principio. No me lo dejaste claro en Lucca ni tampoco aquí.
—¡Precisamente porque no quería ponerla en un compromiso, estúpido! ¿Crees que no sé que al llegar a la universidad alguien podría proponerla para tapped? Tiene cualidades para ser lo que quiera ser. Pero yo pensé que era mejor alejarme y no llamar la atención de ningún modo. Quería apartarla de todo esto. El bosque está lleno de lobos, Thomas. Y tú eres uno de ellos.
—Sí, pero a Caperucita le encanta perderse y meterse donde no la llaman —murmuró Thomas con desprecio.
Entonces, recordé una secuencia de Lucca, cuando Thomas intentó propasarse conmigo. «¿La quieres para ti?», le gritó Thomas a Kilian con la boca ensangrentada por su puñetazo. Entonces ¿le estaba preguntando si me reclamaba?
—Sabes bien que no puedes protegerla, hermanito —dijo Thomas más calmado—. No tienes posibilidades si te pones limitaciones. Y estás lleno de límites. Yo no. Si te importa, y tú no vas a poner fin a tus debilidades, deja que otro más fuerte haga tu trabajo. En el fondo te hago un favor.
¿De qué limitaciones hablaba?
—Nada de esto lo haces por mí —replicó Kilian—. No me vendas la moto.
¿De qué estaban hablando? ¿Qué debilidades tenía Kilian?
—Claro que no lo hago por ti. Lo hago porque me encanta competir contigo. Y también lo hago por ella... —tragó saliva y evitó mirarme. Pero aquella timidez desapareció en un suspiro.
—¿Por mí? —no le creía ni una palabra—. ¿Estás de coña?
—Sí. Ya sabes, hermano —continuó Thomas—. Tengo que educarla. Es mala y desobediente —me guiñó un ojo—. Necesita que la aleccionen. Al final me lo agradecerá.
—Que te jodan —le dije ofendida.
Qué poca vergüenza tenía el indeseable. Era un bravucón y un arrogante.
—Thomas —Kilian perdió la paciencia—. Prefiero tener puntos débiles reales a tener dones postizos, ¿queda claro? A diferencia de ti, yo me soporto como soy.
Thomas se encogió de hombros.
—¡Pfff! Pues no sé cómo puedes. Sea como sea, si no vas a cruzar la línea, prepárate para perder contra mí en todo y ve despidiéndote de Lara. En un mes solo yo podré tener potestad sobre ella.
—¿Tú potestad sobre mí? —inquirí—. Se helará el infierno antes.
Thomas arqueó las cejas negras y tupidas. Parecía que mi comentario le había hecho gracia.
—Te lo advierto —los ojos de Kilian se ofuscaron como los de un león a punto de atacar—. No me subestimes, Thomas. No te acerques a Lara. Quedan cuatro semanas para nuestro Mensur. Hasta entonces, no quiero verte cerca de ella —le advirtió.
Kilian sepultó mi mano en la suya más grande y me arrastró por el cementerio para sacarme de ahí.
—¡En el fondo te estoy haciendo un favor! —gritó Thomas más retrasado que nosotros—. ¡Lo sabes! La hermandad es implacable con los goyin. Necesitará alguien que la inicie y cuide de ella de verdad. ¡Y yo soy tu hombre, nena! —abrió los brazos.
Miré a Thomas por encima del hombro.
Él me sonrió con sorna y yo le enseñé el dedo corazón. Sencillamente deseé aplastarle la cabeza con una grúa.
No podía permitir que dentro de esa comunidad de Bones nadie se creyera con ascendencia sobre mí de ningún tipo. Y menos Thomas.
Kilian me arrastraba como la noche anterior, cuando me hizo subir las escaleras hasta el baño a trompicones.
—Kilian, espera... Sé caminar.
Él no contestaba. Me agarraba la mano con tanta fuerza que parecía un grillete alrededor de mis dedos.
—Camina.
—¡Kilian! —me frené en seco y luché para que nuestros ojos tuvieran contacto visual—. ¡Espera!
—¿Qué?
—Mírame.
—Lara, quiero largarme de aquí —me explicó cansado y con ganas de llegar a su casa. Estábamos delante de su Porsche.
—Vamos a ir al hospital —le dije. Tenía la manga empapada de sangre. No se veía porque era negra, pero yo podía olerla. Era muy sensible a su peculiar aroma metálico—. Estás sangrando mucho.
—No. Vamos a ir a mi casa y me vas a ayudar. Estoy en tercer año de medicina, ¿recuerdas? Sé cómo coserme.
Thomas nos seguía sin demasiado interés hasta que se fue en dirección contraria a coger su Ferrari negro.
Eran niños ricos. De eso no había ninguna duda.
Estudié su manga empapada y su mano que chorreaba sangre por la punta de los dedos.
—¿Puedes llevar tú el coche? —me preguntó.
—¿Eh? ¿Yo? —posé mi mano en el centro de mi pecho—. Yo no.
—¿Sabes conducir? —me preguntó extrañado.
—No.
—Está bien —asumió subiéndose él en el asiento del piloto y yo en el del copiloto.
Antes de arrancar me miró de reojo y medio sonrió.
—Hay que solucionar lo de tu conducción, Lara. Te enseñaré. Es imposible que tengáis alguna posibilidad en La Misión así...
Cuando Kilian arrancó, no pudo evitar hacer un gesto de dolor con el rostro.
Y yo me sentí torpe y tonta por no poder ayudarle aunque fuera cambiando las marchas. Pero pensar en que él me iba a enseñar a conducir me ilusionó.
Sin embargo, esas imágenes se antojaban aún muy lejanas. Lo que más me preocupaba era su corte y cerrarlo de una puñetera vez.
—Me tienes que ayudar.
Madre mía. Se había vuelto loco.
Estábamos en su casa. Habíamos llegado hacía diez minutos, pero pasamos por el baño como un huracán hasta llegar al botiquín de emergencia. No uno cualquiera no. Uno profesional. Kilian tenía ahí de todo.
—Me gusta comprar utensilios y tener un buen equipo en mi casa —me explicó mientras colocaba una toalla oscura en el suelo de parqué del salón, colocaba una silla encima y se sentaba sobre el improvisado tapete.
Podíamos ver el jardín interior a través de las puertas acristaladas que daban al exterior. Había encendido una lámpara de pie que nos alumbraba completamente. Nos quedamos en silencio y solo el sonido de las bisagras del maletín rompía la quietud.
Yo le miré, inmóvil, mientras mi cabeza pensaba más rápido de lo que lo hacía mi intención. Kilian no tenía todo aquel equipo en su casa porque fuera coleccionista. A mí no me tomaba el pelo.
—Tienes esto porque te gusta coleccionar y porque has debido coser a más de un Bone, ¿verdad, Kilian? Si hacéis estas cosas, que por cierto, no logro comprender —enfaticé mientras me temblaban las manos al sacar cada una de las cosas que me pedía Kilian del botiquín—, tú has debido ser quien les ha curado. ¿Qué explicaciones ibais a dar al médico respecto a vuestros cortes? Un corte de un objeto filoso y metálico es muy característico. Por eso preferís no decir nada. Así mantenéis vuestros juegos en secreto... —pensaba en voz alta—. Tú eres el médico cirujano, ¿verdad?
Kilian parpadeó atónito sin apartar sus ojos de mi proceder.
—Tu manera de hilar las cosas me deja muchas veces sin palabras —me susurró—. Espero que tengas la misma pericia al coser heridas.
—No —le aseguré—. Soy capaz de hacerte un entuerto. Pero tú no eres zurdo y alguien tiene que coserte, ¿no?
Él me sonrió con ternura. Pero no me alejó de mis cavilaciones.
—Les coses tú —insistí—. No ando equivocada, ¿verdad?
—No.
Negué con la cabeza, con mi mirada perdida en él.
—No lo logro comprender —en realidad quería que me lo explicase, que me hiciera entender ¿qué necesidad había en arriesgar la salud así? Pero él renegaba. Se veía tan reticente a hablar...
—Hay cosas que sencillamente no tienes por qué comprenderlas, Lara. Estás en otro país, en una universidad que tiene una larga tradición de hermandades de Élite… Es otro mundo. Y uno muy diferente del que podías tener en Barcelona.
—Podrías explicármelas. Podrías hacer que…
—Cuanto más sepas de los Bones, más te expondrás.
—Pero tú eres uno de ellos —protesté—. Y ya estoy expuesta. ¿Qué más me da?
Él dejó escapar el aire entre los dientes.
—Sí.
—Entonces… —titubeé—. ¿Estoy en peligro por saber lo que hicisteis en el cementerio? ¿O porque El Escriba me conozca y sienta curiosidad sobre mí?
Él arrugó la frente y me miró como si no me comprendiera.
—¿En peligro? No estás en peligro —negó rotundamente—. Aquí nadie te va a hacer nada.
—¿Y a qué me expongo entonces?
—Te expones a juicios de valor desagradables —dijo a desgana—. Huesos y Cenizas es clasista, moralista, y cuando cree que alguien altera el orden tan metódicamente impuesto durante años, se encarga de que esa persona entienda que está siendo incómoda. O, al contrario, logra que se una a ellos.
Kilian parecía muy seguro de sus afirmaciones. Yo no las creía en absoluto. No porque pensara que me estuviera mintiendo. Kilian creía decir la verdad, pero yo sabía que los Bones guardaban secretos y estaba deseando descubrirlos en cuanto pudiera sentarme a leer la libreta de Luce.
—Pero tú eres un Huesos… ¿Eres clasista? ¿Eres moralista? —incidí obligándole a enfrentarse a mi mirada.
Cuando, con aquel rostro divino y profano me miró recriminando aquella pregunta, el tiempo se detuvo para mí. Su corte de pelo de chico malo y rebelde, sus labios perfectos, aquel piercing en la lengua que relucía de vez en cuando entre sus blancos y rectos dientes… El oro de sus ojos. Era tremendo. Provocaba el mismo efecto que el sol cuando lo mirabas demasiado. Te cegaba.
Dios mío. Kilian me afectaba de modos que yo no podía controlar. Me temblaron hasta las rodillas.
—¿Tú qué crees, Lara?
—Yo… —negué con la cabeza y carraspeé—. Lo único que sé es que cuando te he visto ahí, enfrentándote a Dorian… —negué todavía impactada—. Me morí de miedo.
Ambos nos sostuvimos las miradas durante un instante que pareció eterno. Eran sus ojos los que hacían que perdiera el Norte.
—No debiste verlo. No debías estar ahí. Ha sido una casualidad desafortunada.
El modo en que lo dijo me dio a entender que Kilian tampoco las tenía todas con él. Entre nosotros había algo, era un tipo de incertidumbre que no nos dejaba confiar al cien por cien el uno en el otro y que no podíamos disimular, como tampoco podíamos esconder nuestra atracción y ese magnetismo que nos acercaba a pesar de las dudas.
—Sí —musité con la boca pequeña—. Aunque al menos sé algo más de ti —señalé bajando la mirada para abrir un paquete de vendas.
—¿Que me gustan las espadas?
—No —me obligué a sonreír—. Que nunca te han herido —repasé su torso y todo aquel mapa de carne joven y musculosa que tenía frente a mí. Tenía el cuerpo perfecto. Y era pecado que algo osara a desfigurarlo. Pero había sido mi culpa que lo hiriesen. Al irrumpir en el duelo de aquella manera, le había distraído y fue un momento que aprovechó Dorian para marcarle. Me dio mucha pena pensar en ello.
—No. Nunca me alcanzaron. Soy el capitán del equipo de esgrima. El mejor espadachín de la universidad. En cierto modo, jugué con ventaja con Dorian. Sabía que no podía rechazar enfrentarse a mí, porque eso lo marcaría como a un paria y un cobarde en la Élite, y aquí la reputación es sagrada. Sabía que le vencería cuando nos enfrentásemos.
—¿Así que eres el mejor?
Su gesto demostraba que no le daba importancia a ese hecho.
—Pero ahora Dorian podrá presumir de haberme tocado.
—Lo siento mucho —dije con el corazón encogido.
—No ha sido culpa tuya —quitó hierro al asunto.
—¿Y en este caso? ¿Qué se hace cuando el que suele curar a los demás es herido? ¿La Cúpula esa de la que habláis no tiene un remedio para ti? ¿No tenéis a nadie que os suture?
—La Cúpula nos trata como a hombres, no como adolescentes —explicó serio—. Si nosotros provocamos los duelos debemos ser consecuentes con ello. Fui yo el que desafió a Dorian.
—¿Por eso a él lo recogieron y se lo llevaron para curarlo y a ti no? —comprendí.
—Yo vencí. Pero no se imaginaban que me hiriesen. Ya te he dicho que soy…
—Sí. Eres el mejor —le interrumpí. Froté mi frente con la mano libre y quise darme cabezazos contra la pared—. Maldita sea, Kilian. Lo siento. Lo siento tanto…
Él sonrió como si le conmoviera mi arrepentimiento.
—Lara, no pasa nada. En serio. Cóseme bien, déjame una línea bien bonita y todo estará arreglado —me guiñó un ojo con dulzura y yo me deshice ahí mismo. Me trataba demasiado bien a pesar de haberme metido en un lío y de haberlo metido a él.
Pero sí había sido mi culpa. Todo. Todo lo era. El hecho de que se batieran en duelo había sido por mi estupidez. Que lo hiriesen también había sido por mí.
Lejos de flagelarme decidí ponerme en acción y curarle lo mejor que supiera.
—No soy ninguna experta —dejé claro.
Kilian me observaba atentamente mientras presionaba un paño contra la herida que mediría unos diez centímetros de largo y que cruzaba el lateral externo de su bíceps...
—Es un corte limpio. Sin estrías, sin desniveles, profundo dependiendo de la intención y la destreza de quién lo inflija —me dijo manteniendo la calma—. No es profundo. Lo harás bien.
—Guíame —le pedí tragando saliva.
—Lo primero es limpiar la herida con agua mineral. Coge la botella de agua y me la hechas por la herida. Con el paño limpio que has cogido del baño te ayudas para limpiar los bordes.
Lo hice. Luché por que las manos no me temblaran. Después, siguiendo sus instrucciones le eché alcohol para desinfectar el corte y una vez seco, alineé los dos lados del corte. Ya había hilado la aguja especial que tenía para suturas, y la sujetaba entre los dedos.
—Mete la aguja medio centímetro en la carne… Eso es.
Frunció el ceño y apretó los dientes.
—¿Es demasiado? —me preguntó preocupado—. ¿Te mareas?
Claro que me mareaba. Pero tenía que hacerlo por él. En ese momento solo me tenía a mí.
—No. Estoy bien. ¿Te estoy haciendo daño?
—Sí —asumió—. Pero lo tolero.
Cada puntazo, cada hilada, me dolía más a mí que a él. Después de diez minutos intentando hacerlo lo mejor que pude y siguiendo sus órdenes, acabé de dar la última puntada. Corté el hilo con las tijeras y me aparté para ver cómo había quedado. Mi frente estaba perlada por el sudor y me sentía inestable.
—Venga aquí, doctora —me dijo suavemente.
Me atrajo hasta él y me sentó sobre sus piernas. Rodeó mi cintura con sus brazos y me sonrió abiertamente.
—Será como un tatuaje —me dijo.
—Será una cicatriz —le corregí.
—Lo has hecho muy bien —se miró la sutura—. No lo habría hecho mejor.
—No digas tonterías —le dije enfadada. Sentía rabia hacia mí misma, y Kilian y su amabilidad me hacían sentir peor.
—Lara, te digo que está perfecto. Me tomaré un paracetamol y antibióticos, y en unos días estaré como nuevo.
—¿Y el hockey? ¿Y la esgrima? ¿Y el parkour? La liga de la Hiedra ya ha empezado… Y tú eres el capitán de los dos equipos. ¿Podrás jugar?
—Sí, no te preocupes —susurró con sus labios pegados a mi oído—. Es solo un corte. Estoy bien. No ha cogido músculo ni nada. Podré hacerlo todo, no te angusties.
—¿Cómo no me voy a angustiar?
—Chist, cachorrita —su murmuro fue como un beso calmante—. Ya ha pasado todo. Ya estamos bien. Aquí no ha pasado nada. Mañana hay universidad como cada lunes, y ya está. Cuando Dorian se encuentre bien también regresará. Y seguiremos con nuestras vidas y nuestras deudas saldadas, ¿lo comprendes, Lara? No irá a más. Aquí hacemos las cosas así.
—Pues no me gusta —le dije.